El Mandala

No sabía exactamente cómo había sucedido, pero el lunes por la mañana Hermione estaba emparejada con Draco en Herbología. Se sentían incómodos el uno con el otro, sobre todo en un aula donde había tantos ojos vigilantes a su alrededor. Aunque ella podría haber estado interesada en hablar con él sobre su próximo experimento del mandala, su pseudodisputa del sábado parecía suspendida sobre las cabezas de ambos, impidiéndole a ella elegir lanzar un Muffliato y hacer exactamente eso. En cualquier caso, ambos parecían estar de acuerdo en que esparcir copiosas cantidades de estiércol de mooncalf por los largos parterres de col masticadora china no era una buena forma de iniciar una conversación. Era un trabajo extremadamente apestoso y era preferible mantener la boca cerrada. Además, existía el peligro añadido de que una de las coles se aferrara a tu brazo si no prestabas suficiente atención.

En años anteriores, Hermione habría esperado que Malfoy se quejara a gritos de este tipo de tareas, considerándolas indignas de él y fingiendo estar enfermo para conseguir un pase libre al ala del hospital. En cambio, las únicas palabras que le dirigió fueron:

—Pásame la regadera, Granger.

Cuando terminaron la clase y se fueron a comer, Harry y Ron se unieron a ella en el camino de vuelta al castillo. Ron soltó una copiosa retahíla de improperios contra Malfoy.

—Siento que hayas tenido que trabajar con él. —Incluso Harry parecía arrepentido.

—De verdad, —insistió ella—, no ha sido tan malo.

Porque no iba a admitir que había besuqueado a Draco en un puñado de ocasiones... y desde luego no iba a sacar a relucir que se sentía atraída por él a regañadientes. Pero tampoco tenía por qué escuchar insultos contra él.

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La semana transcurrió lentamente. Cada clase de Hermione parecía durar el doble que la anterior. Para cuando llegó la noche del jueves (¡Ya casi!), se encontró con Draco en la entrada de la sala común, como de costumbre, sin esperar que esta noche fuera diferente de la patrulla del lunes. No habían hablado del desliz de Theo, de los viejos prejuicios de Draco ni del enfado de Hermione. En lugar de eso, bromearon entre ellos como si nada hubiera pasado, y ella se dio cuenta de que disfrutaba del trasfondo juguetón que ahora estaba presente en sus bromas.

Bajaron por la torre de Ravenclaw, Crookshanks los seguía fielmente, como de costumbre. El sol se estaba poniendo fuera, lo que permitía que las vidrieras que cubrían las paredes se vieran mejor, lanzando salpicaduras de iridiscencia sobre ellas a medida que avanzaban. Cuando llegaron al final de la escalera en espiral, Hermione se volvió para preguntar a Draco qué dirección quería tomar, cuando él le agarró la cara con ambas manos y le plantó un beso firme en los labios.

—¡Estamos justo en medio del pasillo!, —protestó una vez liberada, con los ojos desorbitados mientras buscaban testigos.

—No hay nadie aquí, —señaló—, y he querido hacerlo toda la semana.

—Oh. Claro. Er... ¿gracias? —Podía sentir cómo se ruborizaba.

—Vayamos por aquí. —Se río de su vergüenza.

Esta vez tomaron el pasillo del quinto piso, pasando por el baño de los prefectos. Técnicamente no formaba parte de su rotación, ya que los Gryffindors patrullaban los pisos superiores esta noche, pero significaba que tenían que tomar el camino más largo alrededor del castillo, lo que les permitía estar atentos a la habitación oculta de Ravenclaw. No esperaban encontrarla después de un mes sin éxito, pero no por ello habían dejado de intentarlo.

—¿Estás listo para mañana? —preguntó Hermione, todo su cuerpo bullía de emoción y aprensión a la vez.

—Creía que estarías más emocionada por el Baile de Halloween del sábado, —comentó, abriendo un tapiz para confirmar que no había nadie escondido en la alcoba de detrás.

Asomó la cabeza en el aula de música, donde el profesor Flitwick ensayaba con el coro, y la encontró vacía.

—La verdad es que no tengo muchas ganas.

—Yo directamente no iré, —le informó con decisión, dirigiéndose hacia las escaleras que bajaban a la cuarta planta.

—¿Por qué no?

Se encogió de hombros.

—¿No te gusta Halloween?, —insistió.

—La verdad es que no es mi fiesta favorita, —respondió en un monótono vacío—, y no hay nadie con quien me gustaría pasar la velada.

El brazalete de Hermione indicaba que mentía, pero no quiso forzar el tema. Una parte de ella estaba preocupada por la verdad. No lo presionó más.

—Pareces nerviosa. —Observó Draco, un rato después.

Preguntándose cómo demonios se había dado cuenta, meditó cuidadosamente su respuesta.

—Siempre me pongo un poco nerviosa antes de romper las reglas, que es lo que vamos a hacer con este asunto del mandala. Hay por lo menos ocho reglas de la escuela que se me ocurren y que vamos a ignorar...

—Habría pensado que estarías acostumbrada, siendo tan amiga de Potter.

—Soy prefecta, —señaló ella, ignorando estoicamente su insinuación sobre el impresionante historial de travesuras de Harry.

—Eso nunca te detuvo en el pasado.

—No soy una hipócrita, Malfoy, —insistió ella, recordando las acusaciones que él había hecho en una de sus primeras patrullas juntos—. A pesar de lo que puedas pensar, no apruebo el incumplimiento de las normas. Solo entiendo que a veces hay razones aceptables para saltarse o romper los instructivos apotegmas de la sociedad.

—No te pongas así, Granger, no creo que seas hipócrita.

Era probable que Draco no fuera consciente de lo mucho que esa afirmación significaba para ella.

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El viernes, a la hora de comer, Hermione ya estaba histérica. Menos mal que esa tarde no tenía clase, porque le habría resultado muy difícil concentrarse en las tareas.

Aprovechando que el dormitorio estaba vacío, Hermione descorrió los doseles de su cama y extendió los apuntes sobre la colcha. Crookshanks parecía decidido a estorbarla e intentó acomodarse en varias de sus gráficas. Al final, se vio obligada a agitar tentadoramente un trozo de pergamino en blanco antes de colocarlo a su lado como si fuera muy importante. Convencido, Crookshanks se acomodó encima, satisfecho de sí mismo. Se dio un baño principesco y luego se preparó para una siesta vespertina a su lado.

—Gatos, —murmuró Hermione en voz baja—, tan predecibles. —Por supuesto, nunca le habría confesado nada parecido a Ron, quien, a pesar de que Crookshanks era inocente de cualquier delito, seguía albergando un rencor latente hacia su gato, herencia de su tercer año.

Con la clara sensación de que estaba a punto de presentarse a un examen inminente y muy importante para el que no se había preparado adecuadamente, Hermione repasó todos sus apuntes, pronunciando las palabras en silencio a medida que avanzaba. Todo era muy sencillo, al menos para ella, pero no podía evitar la sensación de que algo iba a salir mal. ¿Les pillarían? ¿Dibujarían el mandala torcido? ¿Eran suficientemente puras las muestras de mercurio y ácido sulfúrico que había encargado al químico muggle?

—De los Tres Esenciales, solo la Sal necesita ser representada en su esencia más básica, ya que representa el corpus (Cuerpo), o el mundo físico. Los Tres Esenciales necesitan estar presentes, aunque el Mercurio o spirirus (Espíritu) y el Azufre o anima (Alma), no necesitan estar representados en sus estados esenciales. Una forma burda tanto de Mercurio como de Azufre será suficiente.

Hermione echó un vistazo a la pequeña bolsa que había reservado para este experimento y que descansaba sobre su almohada. Se acercó y la abrió para asegurarse de que estaba equipada. Una ampolla de cristal hermética contenía una pequeña cantidad de líquido casi transparente, casi amarillo pálido. Una sencilla etiqueta en la parte delantera rezaba H2SO4, el nombre químico del ácido sulfúrico. Una segunda ampolla idéntica contenía el mercurio. Era un azogue clásico, ni completamente sólido ni completamente líquido, que se movía libremente dentro de su recipiente. Su etiqueta solo decía: Hg, ya que era prístino.

No era la primera vez que Hermione se daba cuenta de que se trataba de productos químicos relativamente peligrosos, sobre todo el ácido sulfúrico. Había que manejarlos con cuidado. Más para tranquilizarse que para otra cosa, lanzó un encantamiento de refuerzo sobre los cristales y volvió a guardarlos en la bolsa.

—El azufre, el ánima, permitirá aprovechar el arquetipo elemental del aire, —leyó para sí—, y el mercurio, el spirirus, permitirá aprovechar el arquetipo del agua. La Sal, el corpus, habrá sido reducida a su forma más básica, esencia de Sal, por medios mágicos. Al representar al Cuerpo, la Sal dará manifestación física a los dos arquetipos convocados, actuando como vehículo a través del cual funcionan los principios más sutiles.

Supuso que esto era relativamente abstracto a su manera. Básicamente, significaba que iban a controlar un poco el aire y el agua en el mundo físico más que en el metafísico, de ahí el uso del "Cuerpo" en lugar del "Espíritu" o el "Alma" como conductor.

Con un sobresalto, se dio cuenta de que casi llegaba tarde a cenar. Pensó en saltársela por completo, pero sabía que la magia con la que Draco y ella iban a trabajar tendría que canalizarse a través de sus propios núcleos mágicos, lo que podría minar su energía en gran medida. Necesitaría toda la fuerza. De mala gana, volvió a meter sus cosas en la mochila y las dejó a un lado, molestando a Crookshanks para bajar en solitario al Gran Comedor.

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Como estaba previsto, Hermione se encontró con Draco en el pasillo de Pociones después de cenar. Se encontraba en un ala diferente de la sala común de Slytherin, por lo que se cruzaban con muy poca gente a esa hora. Draco se deslizó hasta la segunda mazmorra de Pociones, donde se almacenaban brebajes que tardaban más de un día en prepararse. Otros tres calderos burbujeaban o emitían vapores muy tentadores.

La esencia de Sal era de un sorprendente color púrpura oscuro y viscoso, como pintura.

—No estoy segura de lo que esperaba, —dijo Hermione mientras observaba a Draco recoger la esencia alquímica cuidadosamente preparada en un gran vaso con tapón—. ¿Estás seguro de que lo hiciste bien?

—Por favor, —se burló, ofendido—. Si ibas a ser escéptica sobre mis habilidades de pocionista, podrías haber expresado esa preocupación antes de que me desviara de mi camino para venir aquí dos veces al día durante casi cuatro semanas.

—Lo siento, se disculpó, en serio—. Estoy muy nerviosa. ¿Qué pasa si hacemos algo mal?

—La esencia de sal tiene exactamente el aspecto que se supone, —le aseguró—. Todos los cálculos que hemos hecho han sido comprobados tres veces o más, por los dos. Las notas de Ravenclaw eran clarísimas en cuanto a las dimensiones de las formas rúnicas que necesitaremos. ¿Tienes el mercurio y el azufre? ¿Las gráficas?

Asintió con la cabeza, levantando su pequeña bolsa de suministros.

—¿Con qué tienes que pintar la esencia de Sal en el suelo?

—Lo robé del aula de arte abandonada del quinto piso. —Draco sacó un pincel normal del bolsillo de su túnica.

Hermione normalmente le habría reprendido por ello, pero estaba tan preocupada por su misión que omitió el sermón sobre el robo. Se metieron en la pequeña mazmorra con el pasadizo-cueva oculto al fondo y se escondieron tras el tapiz que los llevaba al campo de quidditch. Hermione les lanzó un encantamiento desilusionador a los dos y se apresuraron a cruzar el césped en dirección al Lago Negro.

—Aquí está bien, —decidió Draco, eligiendo un lugar escondido detrás de un sauce llorón. El vasto Bosque Prohibido comenzaba a su derecha y el Lago Negro se extendía a su izquierda. Empezó a desempaquetar los materiales.

—¿Crees que Hagrid puede vernos desde su casa? —se preocupó Hermione, arqueando el cuello alrededor del sauce.

—Nadie puede vernos aquí, —la tranquilizó, hojeando el diario de alquimia y comparando la página con los meticulosos apuntes y dibujos de Hermione.

—¿Estás seguro de que esto funcionará?

Se encogió de hombros.

—No estoy seguro en absoluto. Por eso lo hacemos fuera, ¿no? Por si hay una explosión o algo.

—¡Draco!

—Relájate, solo bromeaba sobre la explosión.

—¿Y si sale algo mal?, —titubeó, aún inquieta.

—Probablemente pase, —respondió con pesimismo. Casi parecía aburrido—. Probablemente habremos pasado por todo este lío y no pasará nada. Ahora saca las gráficas y ayúdame a dibujar esto. Los dos tenemos que prestar atención para asegurarnos de que las dimensiones son las correctas.

Sacando el pincel que había cogido, Draco desenroscó la tapa del vaso lleno de esencia de sal. Olía vagamente a pescado, como la marea baja, y era extremadamente pegajosa, lo que dificultaba el trabajo. Como los dos estaban de acuerdo en que Draco era el mejor pintor, se dedicó a pintar mientras Hermione lanzaba un círculo de luz perfectamente redondo para que él lo trazara.

—¿Cuánto daño podemos causar si esto sale mal?, —preguntó obsesivamente. Todo parecía muy real ahora que lo estaban llevando a cabo en lugar de trabajar solo con la teoría. Por mucho que rompiera las reglas en el pasado, nunca se había acostumbrado a esa sensación.

—Supongo que tengo demasiada curiosidad para no averiguarlo.

Al darse cuenta de que no podía convencerlo de que era una aventura demasiado arriesgada, Hermione finalmente aceptó que, pasara lo que pasara, intentarían su plan. Sospechaba que más tarde se sentiría decepcionada si ni siquiera lo intentaba y, de todos modos, ¿dónde había ido a parar su valor de Gryffindor? ¿Su curiosidad intelectual de Ravenclaw?

El mandala debía estar orientado hacia el norte. Hermione utilizó su varita para localizar la dirección adecuada mediante el encantamiento Señálame, mientras Draco empezaba a dibujar una línea recta desde el hemisferio norte hasta el sur dentro del círculo, y luego otra que lo atravesara de este a oeste.

—En el mandala clásico, el alquimista sostiene el símbolo del aire en la mano izquierda, así que dibuja el símbolo... aquí. —Hermione indicó el cuadrante noroeste. Draco tardó un rato en pintarlo; el símbolo tenía que estar hecho de forma muy específica y con las dimensiones correctas, que Hermione volvió a proyectar sobre el césped para que él pudiera trazarlo—. El símbolo del agua va en el cuadrante sureste, completamente opuesto al del aire.

Draco terminó dibujando los símbolos de las Tres Esencias en la parte superior e inferior del mandala, en los polos norte y sur del círculo. Menos mal que no tenían nada más que pintar en el césped, porque la esencia de sal se había gastado casi por completo, el pincel robado estaba completamente estropeado y el sol se ocultaba rápidamente bajo el horizonte.

—Ahora colocamos el Mercurio dentro del cuadrante para el agua... —dictó Hermione, preocupada—, esto va a ser horrible para esta sección de césped...

Sin embargo, volcó el vial sobre el símbolo pintado del elemento agua. Se deslizó sobre el césped como baba, formando bolas de metal líquido. Se alegró tardíamente de que no hubiera ningún tipo de pendiente, o toda su producción podría haberse arruinado prematuramente.

—Ahora el azufre...

Sacó el vial de la bolsa y lo destapó, asegurándose de permanecer fuera del círculo mientras lo vertía sobre el símbolo del elemento aire. Cuando el compuesto químico tocó el suelo, la hierba empezó a humear y arder ante sus ojos.

Draco dejó escapar un silbido bajo.

—¿De dónde sacaste eso?

—Un químico muggle, —le informó. Luego, al ver su reacción desfavorable, aclaró—, Uno de renombre.

Tenían que trabajar rápido para conseguir la alineación astrológica ideal para convocar a los elementos, o el mandala sería defectuoso. El sol se había puesto casi por completo. Dieron un paso atrás para admirar su trabajo.

—Parece un pentagrama, —observó Hermione dubitativa.

—Los pentagramas se usan en la magia Oscura, —espetó Draco—. Esto es un mandala, es Luz. *

—¡Ya lo sé! —Poniéndose seria, le ordenó—, Recuerda el encantamiento: Yo diré Aerum transmutae aquam, y tú dirás...

Aquam transmutae aerum, —terminó impaciente—. Lo recuerdo, Granger. ¿Estás lista?

Hermione tenía el rostro decidido, aunque el corazón le latía con una fuerte cadencia en el pecho.

—Lista.

Se colocaron en los cuadrantes en blanco del mandala, sacaron sus varitas y pronunciaron las palabras. Sus voces se mezclaron y a Hermione le sorprendió lo parecido que sonaba al cura de la iglesia de su madre dando misa los domingos.

Por un momento, no pasó nada.

Tres latidos más tarde, el aire se llenó de una lluvia torrencial mientras se levantaba un vendaval. Hermione miró a Draco, cuyos ojos se dirigían a todas partes, intrigados por la magia que se arremolinaba a su alrededor.

—¡Mantenlo firme!, —le gritó por encima del silbido del viento—. ¡Esto puede ponerse intenso!

Agarrando su varita con firmeza, Hermione se dejó envolver por la magia colectiva que ocurría dentro y alrededor de ellos. La esencia de sal se había vuelto de un color blanco brillante, iluminando el césped con magia de luz. En el círculo de dos metros de ancho de su mandala, el viento se arremolinaba como un reluciente torbellino de gotas de agua, hielo y niebla. Hermione podía sentir la magia fluyendo por su cuerpo como si fuera un pararrayos conduciendo electricidad. Se preguntó si la fuerza de todo aquello rompería su varita en mil pedazos, ya que por allí parecía canalizarse la mayor parte de su energía mágica.

No se parecía a nada que hubiera visto o experimentado antes. Era precioso, más allá de las palabras o la explicación.

Una suave y cálida brisa flotó suavemente dentro del círculo y levantó sus pies de la hierba, suspendiéndola en el aire. Hermione luchó contra el súbito pavor que burbujeaba en su pecho. No se lo esperaba. ¿Sería capaz de volver a bajar? Siempre había odiado las alturas. ¿Se haría daño?

Su minuto de pánico amenazaba con abrumarla... hasta que miró a Draco.

Sus pies también habían abandonado el suelo, pero en lugar de parecer aterrorizado como ella se sentía, sonreía de una forma tan genuina y sin artificios que ella no podía dudar de la sinceridad de su emoción. Estaba embelesado; el hecho de que sus pies ya no tuvieran contacto con el suelo solo parecía deleitarle.

El sol se ocultaba en el horizonte y la pálida luna aparecía como un gran barco blanco que llegaba a puerto. Su presencia era tranquilizadora, como la brisa cálida y la sonrisa cautivadora de Draco. La noche era clara, de modo que las montañas parecían estar más cerca de lo que estaban, centinelas permanentes en las brumas distantes. Mientras tanto, el etéreo torbellino de aire, agua y magia se arremolinaba como una danza metafísica en el cielo de medianoche.

—Es fantástico, —susurró Hermione. Sabía que Draco no podía oírla, pero aun así sintió la necesidad de decirlo. Sus ojos se clavaron en él por un momento, fijándose en el hecho de que su pelo y su túnica estaban besados con gotas de hielo como rocío que brillaban a la luz de la luna.

Esto es lo más maravilloso que he hecho nunca con magia, decidió con firmeza y, dando rienda suelta por fin a su euforia, se echó a reír con palpable franqueza.

Se sonrieron triunfantes. La brisa que les rodeaba era suave, reconfortante y maravillosa. Sus cuerpos estaban llenos de magia y alegría.

Debería haber sabido que era demasiado bueno para durar.

—¿Es lo que creo que es? —Draco tuvo que gritar la pregunta dos veces para que le oyera. Los ojos de Hermione parpadearon hacia el borde del bosque, repentinamente preocupada por haber sido descubiertos por un profesor o una criatura peligrosa que vivía en el Bosque Prohibido.

No fue difícil determinar a qué se refería Draco. El unicornio era casi tan brillante como la luna, y más blanco que la nieve. Como una veela, despedía una especie de resplandor plateado que resultaba empíreo en la noche.

—Es uno de los unicornios que Hagrid consiguió para Cuidado de Criaturas Mágicas, —se dio cuenta, recordando el día en que el guardabosque le había permitido acercarse a ellos y darles de comer terrones de azúcar. Les había acariciado la nariz y se había hecho amiga de los hermosos animales, pero ahora su presencia le aceleraba el pulso—. ¡Debe de haber sido atraído por la magia de la Luz!

Hermione nunca se había sentido tan impotente, observando a la criatura avanzar hacia su mandala con una inocencia casi fatua. Ansiaba volver a tener los pies en el suelo, y la sensación de temor de hacía unos momentos volvía a invadirle el pecho.

—¡Tenemos que parar!, —le gritó a Draco. Él observaba el avance del unicornio hacia ellos con una especie de horror inexpresivo, como quien presencia un accidente de coche.

—Granger, —dijo lentamente, como si no la hubiera oído—, sabes que, en la tradición rúnica, los unicornios representan...

—¡Por Agrippa, Malfoy, lo sé! ¡Tenemos que parar esta cosa ahora!

—Cierto, —se dio cuenta, volviendo en sí—. ¿Lista?

El cuerno del unicornio atravesó la vorágine. Toda la masa de aire y agua que se arremolinaba pareció doblarse hacia dentro al penetrar y, de repente, la brisa cálida y las gotas frías se volvieron, a la vez, hirvientes y heladas.

Aquam cessavitae aerum.

Aerum cessavitae aquam.

Dos pares de pies volvieron a posarse suavemente en el suelo y el unicornio salió disparado hacia el Bosque Prohibido como si lo hubieran azotado. El mandala y sus materiales de invocación habían desaparecido sin dejar rastro.

Las manos de Hermione temblaban mientras seguía agarrando con fuerza su varita, con los ojos clavados en la hierba. Sentía todo el cuerpo extraño, como si se hubiera tatuado todo el cuerpo de golpe, mientras su esencia misma parecía rezumar magia sobrante.

—Eso fue malo, —murmuró—. Muy malo.

—Probablemente, —convino Draco—. ¿Qué pasó cuando entró en el mandala?

—No estoy segura, —respondió Hermione tímidamente, mordiéndose el labio.

—Me siento... —empezó. A trompicones, explicó—, Sensación de hormigueo y algo extraño. Como si toda mi piel hubiera sido violada al mismo tiempo.

—Yo también. —De repente se sintió débil y debilitada—. También estoy agotada.

—Yo también, —soltó Draco con un gemido bajo, sepulcral y efusivo.

—Probablemente sea la magia... puede causar... un gran drenaje de energía...

—No podemos quedarnos aquí, —decidió con sensatez, sus ojos grises pesaban como osarios sombríos.

Se limitó a asentir, demasiado cansada para articular palabra. Recogiendo las provisiones que les quedaban, intentó aplicarles otro encantamiento desilusionador, pero fracasó.

—Tendremos que tener cuidado, —balbuceó Draco somnoliento—. Deja de intentar lanzar eso antes de que nos hechices por accidente.

El camino hasta el castillo parecía eterno, y la energía necesaria para intentar ocultarse era aún más agotadora una vez dentro. Afortunadamente, solo se cruzaron con el Barón Sangriento, que flotaba macabramente por el pasillo del cuarto piso. Con sus ojos grandes y transparentes, observó su avance sin decir palabra.

—¿De verdad... cuenta historias... los vi-vi-vie-viernes? —bostezó Hermione ampliamente, sus pensamientos dispersos recordando su conversación con Ginny.

—Todas las semanas, —confirmó Draco, bostezando en respuesta.

Cuando llegaron a la aldaba con cabeza de águila, ambos se sintieron aliviados cuando el guardián decidió plantearles una pregunta fácil.

—Cuanto más de mí, menos ves.

—Oscuridad, —murmuró Draco en voz baja. Hermione nunca lo había visto tan agotado, mucho menos arreglado que de costumbre, casi peor que durante gran parte del sexto curso, cuando Voldemort lo había estado amenazando a él y a su familia.

La puerta se abrió de golpe. Hermione puso una mano en el hombro de Draco para detenerlo un momento, y una chispa de electricidad los sacudió a ambos donde ella había tocado. Frunciendo el ceño, retiró la mano.

—Ya lo resolveremos mañana... con lo que ha pasado, quiero decir.

—Tal vez no fue nada, —asintió.

Hermione tenía la ominosa sensación de que las consecuencias de que un unicornio entrara en su mandala no serían simplemente nada, pero estaba demasiado agotada para hilvanar dos pensamientos coherentes, y mucho menos para estrujarse el cerebro para resolver un misterio alquímico.

—Tal vez, —respondió diplomáticamente.

Consiguieron colarse en la sala común relativamente desapercibidos, dirigiéndose directamente a sus respectivos dormitorios. Todo parecía demasiado brillante y ofensivo para sus cansados ojos. Quitándose los zapatos, Hermione estaba demasiado mareada para participar en los cotilleos de Lisa, Sue y Daphne.

—¡Vamos, Hermione! —llamó Lisa con alegría—. ¡Estamos comparando conjuntos para el baile de Halloween de mañana!

—Lo siento, —murmuró—. Súper cansada.

Al meterse en la cama y correr los doseles a su alrededor, Hermione ni siquiera recordaba haber golpeado la almohada antes de quedarse profundamente dormida, demasiado cansada para soñar.

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Nota de la autora:

Hola a todos, solo quería decir de nuevo lo mucho que aprecio a todos los que han dejado comentarios. Vuestras palabras de ánimo significan más de lo que imagináis. Además, sé que he añadido un montón de "alquimia" en este capítulo (incluyendo una "revisión" a medio camino), pero sinceramente, el meollo de los detalles son solo un poco importantes para el fic, así que, si todavía no está haciendo clic, por favor no te preocupes.

No usé un beta en este capítulo, así que cualquier error es mío.

Hay un * en este capítulo que marca un pasaje sobre pentagramas siendo magia Oscura y mandalas siendo Luz. Esto es pura tontería inventada por servidora y no representa de ninguna manera un pentagrama o mandala de la "vida real".