antes de comenzar, la hermana de pip no tiene un nombre más que "señora Joe" por su esposo. en este caso, se le nombró con el nombre de angelina.
—————
La mañana había transcurrido cómo era costumbre. Mis días estaban planeados por mi padre, sin embargo, los últimos meses me las había arreglado para no hacer nada de las estúpidas lecciones obligadas y solamente dedicar mi tiempo encerrado en la biblioteca o con Gregory.
Pero, en aquel preciso momento me encontraba sentado sobre un sofá individual, rodeado de la familia Yardale y una jovencita llamada Estella.
Ella, junto al rubio, estaban tan inmersos en su conversación, que ignoraban los deplorables comentarios que nuestros parientes intercambiaban. Claramente mi experiencia hace un par de días con el joven Pirrup fue tema de conversación por un largo tiempo.
A veces me volteaban a ver, con los ojos entrecerrados, desviando su vista en cuanto mis orbes se encontraban con los ajenos. Era como si intentarán ver debajo de mi ropa o tan solo buscaban imaginarse las horribles marcas moradas que tenía gracias al agarre de Philip.
Por momentos, desviaba mi atención al reloj, ansiando que los 10 minutos restantes pasaran ya, pues se suponía que tenía una severa lección de piano. Para mí fortuna, el tiempo pasó demasiado rápido cuando comenzaron a atacarme con comentarios fuera de lugar.
"¿No te hizo daño, Damien?"
"Lo castigaron después, ¿Verdad?"
"Pobre de su hermana, tiene que cargar con las malas acciones de ese chiquillo"
"Creo que deberían revisar a Damien, ¡Tal vez le haya pegado una enfermedad!"
. . .
Subí el cuello de mi abrigo, tratando de protegerme un poco más del frío viento de esa tarde.
—Lo recogeré en dos horas, joven Thorn. –solamente asentí a las palabras de nuestro chófer, el cual, prosiguió a retirarse una vez entré a aquel establecimiento.
Salí después de diez minutos, mirando cuidadosamente alrededor para asegurarme que no hubiese alguien conocido.
Tras confirmarlo, emprendí mi camino hacia aquella casa donde el humo de la chimenea llegaba más alto, sin embargo, a medida que la distancia se acortaba…, mis pasos eran cada vez más lentos.
—¿Debí notificar con anticipación mi presencia? –me cuestioné a mi mismo. Por mi mente ya había pasado un rico pastel de carne acompañado con ginebra, pero aquella ilusión se hizo pedazos al darme cuenta que posiblemente no sería recibido con aquel "banquete".
Pensé en darme media vuelta, no obstante, al verme divisado por un hombre de cabellos azabaches y aspecto un tanto cansado —quién no dudó en alzar su mano para saludarme—, decidí por fin acercarme.
—Buen día, joven, ¿A qué debemos la visita de alguien tan importante como usted? –saludó, extendiendo su mano hacia mí.
—Encantado; Damien Thorn. –estreché su extremidad, evitando quejarme cuando el apretón fue algo fuerte. Digno de un hombre trabajador—. Lamento haberme presentado sin invitación, pero vengo a ver al joven Philip Pirrup, ¿Es aquí su hogar?
—¡Oh, nuestro pequeño Pip! –dijo entre pequeñas risas, asintiendo—. Por supuesto que aquí vive, solo que...no sé dónde se metió.
—¡PHILIP! –el estruendoso grito de una mujer llamó más la atención, que su violenta forma de abrir la puerta—. ¡PHILIP! –nuevamente exclamó. Al no obtener respuesta, apretó su delantal con coraje, antes de caminar hacia el sujeto frente a mi, sin siquiera mirarnos. Su vista estaba posada en algún sitio frente a su hogar—. ¡Joe!, Faltan cosas en la despensa, ¿Dónde está ese mocoso…?
Al verme, su boca quedó sellada. Sus manos se dirigieron a su cabeza, intentando inútilmente arreglar los rebeldes cabellos rubios que se salían de su peinado recogido.
—Joe, no me dijiste que teníamos visita. –esta vez, su voz sonó mucho más serena, soltando una risa nerviosa—. Angelina, un gusto.
—Oh cariño, este joven viene a buscar a Pip.
—Ya veo. –nuevamente reflejó molestia—. Tendremos suerte si lo encontramos. Ha salido está mañana, con una cantidad generosa de nuestra despensa. –explicó, negando—. Pero, por favor pase joven. Se congelará aquí afuera. –miró a su esposo—. Joe, querido, pon más leña en la chimenea, por favor.
La madera bajo mis pies crujió al momento en que ingresé a aquel hogar. Miré alrededor, notando la gran diferencia que había entre la vida de ambas familias.
Tomé asiento en el comedor, escuchando como el señor Joe acomodaba la leña en la chimenea.
—¿Gusta algo de beber, joven? –me sonrió—. Agua, jugo, ginebra, aguardiente.
—Por favor, llámeme Damien. –sugerí—. Y realmente me encantaría tomar algo de ginebra.
La rubia asintió y la perdí de vista cuando se retiró a la cocina solamente por un par de minutos, ya que después fui capaz de escucharla hablar.
—¡Y dígame, joven Damien!, ¿Cómo es que conoció a mi dulce hermano?
Dudé por unos segundos.
—Nos… conocimos en la panadería del pueblo.
La puerta nuevamente se abrió con violencia, cerrándose casi inmediatamente gracias al chico que se apoyó en ella. Sin notarme, miró al azabache que se ponía de pie, limpiándose las manos con un trapo que después dejó sobre la chimenea.
—Ella está muy molesta, Pip.
—...Oh cielos. –dijo en un tono que reflejaba exactamente el terror que sentía—. Pero no he demorado casi nada…
—¿Tomaste cosas de la despensa, eh?
El rubio bajó la mirada, jugando con las orillas de su bufanda.
—Pip, si tenías hambre pudiste habernos pedido más comida en lugar de robarla.
—¡Ahí estás! –Angelina nuevamente apareció, depositando el vaso con ginebra de forma brusca sobre la mesa, forzandome a cerrar los ojos para que las gotas no entrarán en ellos—. ¿Dónde te habías metido?
—...fui a ver a mamá y a papá… –afirmó.
—¿¡Otra vez!?, Te pasarás toda la vida en el cementerio si sigues así. –se acercó a él, doblando las mangas de su vestimenta—. Pero con estos enojos algún día haré que sea tu hogar.
Al ver la palma de su mano elevarse, fingí toser, obligándola a detenerse.
—Angelina, recuerda que tenemos visita.
Ella, con las mejillas más rojas que un tomate, se giró a verme, riendo de forma nerviosa.
—Mil disculpas, joven. Mi pequeño hermano me saca de mis casillas, ¡He hecho de todo para criarlo bien!, Lo he hecho a mano, pero mírelo… no es más que un chiquillo malagradecido.
—Lo dudo. –afirmé, con mi semblante totalmente serio.
Sin embargo, mi vista viajó al joven que a pasos apresurados se lanzó a abrazarme, haciéndome quedar paralizado. No esperaba ese cálido recibimiento, así que con duda, palmee un poco su espalda.
—¡Joven Damien, ha venido! –exclamó con entusiasmo—. ¿Ha esperado mucho? –negué—. Me alegra mucho verlo aquí. Por lo que veo, ya conoce a mi hermana mayor y a su esposo. Joe es herrero, hace los mejores trabajos.
—Ya tuve el honor de conocerlos, Philip, gracias. –le dediqué una pequeña sonrisa.
Sin decir una sola palabra más, tomé el vaso que me fue entregado con la esperanza de por fin beber el tan delicioso contenido; tal acción no la pude finalizar gracias a qué fui jalado por cierto chico rubio, que me obligó a nuevamente dejar el vaso sobre la mesa, bajándome de mi asiento.
—¿Quiere salir a caminar?
—¡Philip! –Angelina regañó—. El caballero puede estar exhausto o tener frío.
—No se preocupe, señora Joe. –comenté con suavidad, desviando mi mirada a aquel muchacho que con total libertad entrelazó nuestros dedos—. Será un placer salir a caminar con Philip, si usted lo permite, claro.
—Si usted está de acuerdo, no hay problema. –dijo ella, dedicándome una sonrisa, antes de ver a su pequeño hermano—. Y tú, hablaremos cuando vuelvas.
El frío viento que golpeó mi espalda me hizo girarme, comenzando a caminar hasta salir de aquella casa. Cuando la puerta se cerró a nuestras espaldas, Philip separó nuestras manos para comenzar a caminar en dirección a aquel semi abandonado cementerio. Mi andar pronto se acopló al suyo, quedando a su lado.
—Lamento que haya visto como mi hermana se descargaba conmigo. –se disculpó. En ese momento no supe si el color rojo en sus mejillas era por frío o vergüenza.
—No tienes de qué preocuparte. –afirmé—. Pero sino es mucha indiscreción, ¿Por qué volviste a robar?, Hace un par de días te salvé del panadero, pero dudo hacerlo de tu propia hermana.
Su vista se mantuvo en el suelo, pateando una pequeña piedrita.
—Usted de seguro ya escuchó que hubo algunos delincuentes que se escaparon hace poco de la prisión.
—...ignoraba esa noticia. –afirmé un tanto sorprendido.
—Bueno, eso sucedió. Me encontré con uno hace poco, ¡Me amenazó!, Si no tenía comida para hoy temprano, ¡Un compañero suyo me abriría el estómago!
—¿¡Qué!? –el terror se reflejó en mi voz—. Tendríamos que haber llamado a la policía o algo así. Algunos conocidos tienen contacto directamente con las autoridades y… –me vi interrumpido.
—Por favor, no. El criminal se fue esta mañana y no crea que usted tiene la obligación de defenderme de cada problema que tenga. –me miró. Sentí un total alivio al saber que no había un peligro latente cerca—. No quisiera meterlo en algún lío. Somos amigos, no me perdonaría causarle conflictos con sus padres.
—Con mi padre. –corregí—. Mi madre falleció cuando me tuvo. –mi vista se posó sobre Philip, quién ingresó al cementerio por una gran brecha en la pared. Por mi mente pasó el regaño de mi padre si es que mi traje llegaba a ensuciarse—. Aunque dudo que a mí progenitor le importe que me meta en problemas, está demasiado ocupado en sus propios asuntos. –con lentitud y entre pequeños quejidos logré pasar del otro lado—. Creo que los Yardale serían los que me llamaran la atención.
—¿Son tus mejores amigos? –cuestionó, acercándose a ayudarme a sacudirme.
—No exactamente. Estoy cerca de comprometerme con su hijo mayor, Gregory. Lo conociste ese día, no con formalidad, pero es el chico que se acercó.
—¿Van a casarse? –cuestionó con sorpresa—. ¡Oh dios mío!, ¿A él no le molesta que usted esté aquí con un desconocido?
—No tiene que enterarse. –le dediqué una pequeña sonrisa.
Los orbes celestes de aquel chico brillaron, sonriendo con complicidad. No sabía exactamente qué era, pero aquel chico me transmitía una paz que hacía mucho tiempo no sentía...o que tal vez era totalmente desconocida para mí.
Y fue justo en el momento donde volvió a tomar mi mano, que nuestras vidas iban a cambiar totalmente.
