Disclaimer: los personajes de Twilight son de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Rochelle Allison. Yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: This story is not mine, it belongs to Rochelle Allison. I'm just translating with her permission.


Capítulo 17

Minutos después que la ambulancia llegara al hospital Royal Victoria, y haber avanzado todo lo posible antes de ser obligada a quedarme atrás por los que asistían a Tyler, localicé a Carlisle. Él contactó a los padres de Tyler de inmediato desde un teléfono en el escritorio en la unidad ortopédica de la que estaba a cargo. Diana Crowley vino casi inmediatamente, junto con el pequeño Danny. Sus rostros estaban pálidos con expresiones idénticas de preocupación y angustia, y me hundí aún más en la silla en la que había estado sentándome, sintiéndome vagamente nerviosa. La Sra. Crowley tenía reputación de ser bastante bruja, y aunque dolía con compasión por la mujer, no quería ser el objetivo de su arrebato emocional mal ubicado.

Incluso entre la comunidad católica, cada familia tenía sus propias experiencias y opiniones cuando se trataba del Conflicto; algunos amaban y recibían al IRA y otros los despreciaban por considerarlos problemáticos. No tenía idea de cómo se sentían los Crowley sobre la participación de sus dos hijos mayores con los Provos del vecindario. Si la Sra. Crowley no lo aprobaba, y sabía quién era Edward, y quién era yo, las cosas podrían ponerse feas, y no estaba segura si podía lidiar con algo más justo entonces.

Danny me buscó como un misil que busca calor y se encontró a mi lado en segundos, sus ojos completamente abiertos.

—¿Qué le hicieron? —preguntó, su labio inferior temblando mientras lo succionaba entre sus dientes.

Se veía tan pequeño y pálido, y toda la situación me rompió el corazón, tanto como lo había hecho cuando él me había informado sobre la muerte de Pat O'Flynn. Odiaba que este niño tuviera que tratar de encontrarle sentido a asuntos tan terribles y de adultos; las principales preocupaciones de Danny deberían haber sido terminar su tarea o evitar los deberes del hogar, no que las personas que conocía sufrieran violentamente.

Instintivamente, me acerqué y lo envolví en mis brazos y él vino por propia voluntad, presionando su pequeño y delgado cuerpo tan cerca como podía.

—Lo golpearon muy feo, Danny, pero los doctores lo van a curar —dije tan reconfortante como podía, rogando que mis palabras no fueran mentiras bien intencionadas.

Él asintió, y lo solté, no queriendo ser agobiante. La Sra. Crowley se acercó rápidamente entonces, habiendo terminado su discusión con la enfermera en la recepción al final del pasillo.

—Bella —me saludó bruscamente. Podía ver claramente que se había limpiado las lágrimas del rostro.

—Hola, Sra. Crowley —contesté, obligándome a mirarla a los ojos. Ella se merecía mi completa atención, como una madre aterrada, a pesar de la manera en que se comportaba en general.

—¿Estás bien? —preguntó, observando débilmente mis manos, las cuales estaban aferradas en mi regazo.

Bajando la mirada, vi con horror que mis manos estaban manchadas con sangre.

Mi estómago se contrajo; había estado tan preocupada, que ni siquiera me había molestado en mirarlas de verdad, mucho menos lavarlas.

—Estoy... bien —murmuré, poniéndome de pie—. Ya regreso.

En el baño, me miré en el espejo, estudiando el reflejo de mi complexión amarillenta y mi cabello apagado. Demasiado exhausta como para que me importara, me pregunté ausentemente cuántos incidentes trágicos o aterradores tendría que soportar antes de finalmente perder la cabeza—y mi apariencia también. Del grifo salió agua hirviendo, y aparté las manos con un rápido pinchazo de dolor, ajustando cuidadosamente la temperatura así podía quitar la sangre y la suciedad de las manos.

De regreso en el pasillo desolado afuera del cuarto de Tyler, podía escuchar unos pasos rápidos y pesados acercándose. La Sra. Crowley y Danny habían desaparecido, probablemente estaban en el cuarto de Tyler; Edward, Emmett y Deklan abruptamente doblaron la esquina y me apoyé contra la pared, cautelosamente anticipando la ira y la tensión.

Deklan pasó de largo, yendo directamente hacia las puertas dobles pesadas que nos separaban del cuarto de su hermano.

Edward estaba siniestramente tranquilo, y eso me perturbaba más que su ira porque lo conocía bastante para reconocer cuándo se encontraba en modo planificador. Demasiado agotada para siquiera preguntar, me apoyé contra él, permitiendo que me mantuviera de pie.

—Dime lo que sucedió —dijo calmadamente, pasando las uñas de sus dedos suavemente por mi cuero cabelludo.

Le expliqué cómo habíamos encontrado a Tyler, y por qué había escogido venir con él.

—¿Alice no te lo contó? ¿Dónde está ella?

—La dejé con Jasper —respondió Edward, mirándome—. Estoy preocupado por ti, ¿sabes?

Frunciendo el ceño, me aparté de él, así podía ver su rostro.

—¿Por qué? ¿Crees que vendrán por mí ahora?

—Sí —dijo simplemente, una oscuridad asomándose en su rostro. Apenas parpadeando, me miró, pasando sus pulgares por la suave piel bajo mis ojos.

Carlisle salió por las puertas dobles entonces, su rostro inexpresivo.

—No está muy bien, pero se encuentra estable.

Sentía que mis piernas iban a ceder, y me senté con un bufido, observando las baldosas en el suelo.

—¿Está despierto? —preguntó Edward.

Carlisle sacudió la cabeza lentamente.

—No. Tiene muchos sedantes en su sistema ahora mismo, así que estará inconsciente por un tiempo. Será mejor que vayan a casa, ahora.

—¿Qué le hicieron? —pregunté, temiendo la respuesta.

—Además de múltiples laceraciones en el rostro y cabeza, así como severas contusiones que cubren gran parte de su cuerpo, tiene varias costillas rotas. Aunque su peor herida está en sus piernas; le dispararon en las rodillas. Va a pasar un tiempo para que pueda caminar.

Mi pecho se contrajo, y envolví mis brazos a mi alrededor débilmente. ¿Por cuánto tiempo más Tyler hubiera sobrevivido si no hubiéramos pasado por el callejón donde se encontraba? Pensar en el dolor que él debió haber sentido antes de perder la consciencia hacía que mi estómago se contrajera y jadeé suavemente, tratando de calmarme.

—Malditos bastardos —espetó Edward fuerte, haciendo que la enfermera al final del pasillo levantara la mirada en alerta.

—Edward —advirtió su padre, frunciendo el ceño—. Ve a casa. Ahora.

La idea de que Tyler despertara solo y con dolor me había inmovilizado antes, pero ahora que su madre y sus hermanos estaban con él, me sentía bien sobre irme. Asintiéndole a Carlisle, me puse de pie y seguí a Emmett, quien ya había comenzado a caminar hacia los ascensores.

Edward buscó mi mano.

—Fue arriesgado que vinieras aquí sola, pero estoy contento de que lo hicieras. Tyler no debería haber estado solo, aunque estuviera consciente para darse cuenta o no.

—No podía dejarlo. —Me encogí de hombros, echándole un vistazo a mi hermano mientras presionaba repetidamente el botón que llamaba al ascensor a nuestro piso. Se veía hecho un desastre; zapatillas desatadas, pantalones sucios a lo largo del dobladillo. Repiqueteaba su pie impacientemente, y noté que sus manos estaban cerradas en puños, algo que siempre hacía cuando estaba ansioso.

—¿Estás bien, Em?

—En verdad, no... necesito llegar a Rose, ella probablemente esté preocupada ahora —contestó, subiéndose al ascensor que esperaba.

Bajamos al vestíbulo en silencio y salimos hacia el sol del atardecer. Había llovido de nuevo mientras habíamos estado dentro del hospital, dándole al mundo una apariencia limpia y resplandeciente. No hablamos mucho de camino al apartamento de Edward y Emmett, y mi hermano se encontraba fuera del coche antes de que siquiera se hubiera detenido por completo.

—La llevaré a casa, ¿sí? —gritó Edward.

Em agitó su mano y desapareció dentro del edificio.

Hablamos muy poco de camino a mi casa, mencionando solo cosas sin importancia de pasada.

Cuando nos encontrábamos fuera de mi puerta, y revisaba mi bolso para buscar mis llaves, Edward sacó su propio llavero de su bolsillo y usó una de las llaves para dejarnos entrar.

—¿Cómo sigues teniendo eso? —pregunté, confundida.

—Hice una copia para mí mismo antes de devolverte la original —dijo, siguiéndome adentro.

—Ah —dije, dirigiéndome derecho a la cocina. Después de colocar la pava a hervir, saqué las sobras del refrigerador y proseguí a preparar sándwiches.

—¿Crees que ellos lo hicieron? —pregunté, sabiendo pero queriendo escuchar su respuesta.

—Por supuesto —contestó, encogiéndose de hombros—. Ellos lo han tenido en la mira por mucho tiempo, a todos nosotros en realidad. No debería haber estado solo de esa manera.

—Haces que parezca su culpa que fuera atrapado —repliqué.

—Lo es. Aunque él no se merecía esa mierda.

—Podría haber sido tú, Edward. —Me estremecí de siquiera pensar en eso.

Jamás podría haber sido yo —dijo firmemente.

Puse mala cara, tomando un trozo de pan de la rodaja en mi plato.

—¿Por qué no?

—Porque —Se reclinó, juntando sus manos sobre su vientre y mirándome—, mantengo los ojos abiertos. No hablo de más y no voy a ninguna parte solo. Esto es serio, no es un juego. Estamos en esto por el cambio social, no para pelear con esos estúpidos hijos de puta.

—Estás solo ahora mismo —señalé.

—Seamus se encuentra al final de la cuadra —dijo, tomando finalmente su sándwich.

—Oh. —Fruncí el ceño, masticando y tragando mecánicamente—. ¿Siempre hay alguien cerca, entonces?

—Siempre. —Asintió.

—No... No sabía que las cosas habían empeorado tanto —admití, sacudiendo la cabeza.

—Algo como esto sucedió hace unas semanas, excepto que el pobre tipo murió justo donde lo dejaron, cerca de los muelles. No les importa en verdad si vives o mueres, mientras que seas católico —dijo.

—Eso es repugnante —gimoteé suavemente, soltando el resto de mi sándwich sobre el plato. Mi garganta se cerró con la necesidad de llorar, matando mi apetito y haciendo que fuera difícil tragar—. Su rostro estaba tan golpeado, Edward. Fue horrible; es un milagro que él no se desangrara allí en el callejón.

Los eventos del día estaban pasándome factura, y me puse de pie.

—Iré a ducharme. ¿Te quedas o te vas?

—¿Dónde está tu mamá? —preguntó, echando un vistazo a la cocina como si mi madre fuera a materializarse de repente.

—No lo sé —dije, tomando su plato vacío y cargándolo hacia el fregadero—. Probablemente en la tienda, buscando comida para la cena.

—Me quedaré hasta que ella regrese, no te dejaré sola. —Me siguió fuera de la cocina y comenzamos a subir las escaleras.

—Puedes irte, pondré llave.

—No. —Suspiró—. ¿Por qué crees que Emmett fue directo a Rose? Ninguna de ustedes debería estar sola, no hasta que resolvamos esto.

Entonces, en vez de discutir con él, le señalé la dirección a mi cuarto y seguí hacia el baño, donde tomé una larga y purificadora ducha.

Mis pensamientos iban a dos kilómetros por minuto, y por una vez simplemente tener a Edward cerca no era suficiente para calmar la sensación de premonición e incertidumbre que simplemente no podía quitarme. Seguía viendo a Tyler, una y otra vez, y deseaba poder quitarlo de la manera que había quitado su sangre de mis manos temprano.

~V~

Después de permitir que la ducha quitara el estrés físico de mi cuerpo, permanecí en el baño y ocupé mi mente con rutinas mundanas y reconfortantes: depilar mis piernas, limar mis uñas, frotar crema en mi piel.

—Eso me volvería completamente loco —dijo Edward, viéndome peinar metódicamente mi cabello mojado unos minutos después.

—Estoy acostumbrada. —Me encogí de hombros—. Además, pensé que te gustaba mi cabello.

—Así es. Pero no tengo que cepillarlo todo el tiempo.

Edward se encontraba bajo mis mantas y yo estaba sentada junto a él en una toalla, desenredando los nudos en mi cabello recién lavado. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos, y los míos permanecían en él.

—Esto es tonto. —Me reí suavemente después de completar una trenza suelta.

—¿Qué? —Sonrió ligeramente.

—Esto. —Señalé de un lado a otro entre nosotros—. Estar sentados aquí, mirando.

—Lo es. Vístete antes que tu mamá llegue a casa y me encuentre profanándote.

—Debería, sí —concordé, yendo a mi cómoda para buscar ropa limpia—. No me molestaría que me profanaras.

Edward resopló.

—A mí tampoco me molestaría, pero a tu mamá sí. Tenemos mucho tiempo para eso más tarde, de todos modos.

Sintiéndome audaz, dejé caer mi toalla sin advertencia y me coloqué un par de bragas y una camiseta antes de darme la vuelta. Mi cuerpo ardía, sintiendo su mirada en mí y eché un vistazo por encima de mi hombro para verlo.

—Eso no fue muy agradable —comentó, entrecerrando los ojos.

Con los jeans abotonados, me uní a Edward bajo las mantas.

—Nada que no hayas visto ya.

—Y verlo me hace desearlo, todo el tiempo. Eso jamás cambiará. —Sonrió, deslizándose así nuestros rostros estaban al mismo nivel. Entrelacé mis dedos detrás de su cuello y le di un beso largo y lento que dejó mi corazón trastabillando.

—¿Ves? Siempre dices cosas como esa —dije, apoyando mi cabeza sobre su pecho.

—¿Como cuáles?

—Cosas como "eso nunca cambiará".

Jugó con el extremo de mi trenza, pasando las puntas como un pincel por mi rostro.

—Bueno, no lo hará. —Parecía muy seguro, y me senté, quitando el cabello de sus manos.

—Entonces, sé honesto, y deja de andar con rodeos.

Él se rio con entusiasmo, sus ojos brillaban con diversión.

—¿Con rodeos? ¿Qué quieres? ¿Declaraciones de amor y devoción?

—Claro. —Asentí, levantando mis cejas, expectante.

La diversión se esfumó de su rostro y bajó la mirada, tomando mis manos en las suyas.

—Bella, no hay ninguna garantía. ¿Cómo puedo ofrecerte algo sobre lo que no tengo control?

—Yo te lo prometí —susurré mientras él giraba su anillo que usaba alrededor de mi dedo.

—Eres más valiente que yo —dijo, sus ojos iluminándose por un segundo—. Tienes más fe en las cosas.

—Esas son puras mierdas —dije elocuentemente, zafando mis manos y descansándolas en mi regazo.

¿Cómo podía ser tan denso? Era porque las cosas eran tan impredecibles y volátiles que yo ansiaba esta única certeza. Quizás él era valiente en la calle, pero a puertas cerradas estaba siendo cobarde, y decidí decírselo.

—Es difícil —comenzó de repente—. Si tuviéramos vidas normales, si supiera que tenemos más tiempo, podría hacer esto de la manera correcta. Así como están las cosas, siempre estamos en estado de emergencia. Nunca nos relajamos.

—¿Hacerlo de la manera correcta? —pregunté con exasperación—. O los haces o no.

—Te amo, ¿de acuerdo? Eres la única chica a la que he amado, y la única a la que quiero amar. Todo lo que hago se relaciona con cómo puedo regresar a ti, cómo puedo evitar que salgas lastimada. Quiero estar contigo, siempre.

Parpadeando en shock, me quedé sentada muy quieta, casi temiendo que si me movía demasiado rápido, sus palabras se anularan así misma.

Él siguió, casi poniendo mala cara a la colcha.

—Y, ¿sabes? Estoy jodidamente feliz que no hayas quedado embarazada, porque tu Pa me hubiera matado, pero eso no quiere decir que no lo quiera. Pienso en ello, Bella. Quiero que seas la madre de mis hijos. Un día, cuando las cosas se calmen y pensemos en más que solo sobrevivir.

Exhaló dramáticamente y me miró. Mi rostro estaba sonrojado y mi pobre corazón saturado se saltó un latido o dos.

—Oh —dije, mordiéndome el labio para contener mi sonrisa de emoción.

—¿Te cuento en lo que he estado pensando y todo lo que recibo es un "oh"?

No, eso no era todo; mi corazón estaba cantando y sentía que estaba soñando. Me di por vencida en intentar mantener la calma y le sonreí, maravillada de que él se sintiera así.

Me deslicé sobre su regazo así me encontraba a horcajadas, ganándome una de sus sonrisas sexys.

—Sí, ¿cómo se siente revelar todo y que te dejen en suspenso?

—Eres una engreída —bromeó, haciéndome cosquillas en las costillas así me retorcía jadeando y carcajeándome.

Después de años de cosquillas crueles por parte de Emmett, uno pensaría que habría desarrollado inmunidad a ello.

—Detente —chillé, tratando de zafarme.

Mi puerta se abrió y Edward me empujó, haciéndome caer en una pila sin elegancia al borde de la cama. Eché un vistazo a la puerta donde se encontraba mamá, sus manos plantadas en sus caderas.

—Bueno, esto se ve sospechoso —resopló—. Salgo de la casa por cinco malditos minutos y regreso para encontrar a Edward haciéndote cosquillas.

—Te fuiste por más de cinco minutos —señaló sin aliento—. Y mis pantalones siguen puestos, gracias.

Edward me lanzó una mirada fulminante antes de bajarse de la cama.

—Lo siento, Renée. No quería que ella estuviera sola después de lo que le pasó a Tyler hoy.

La expresión de mi madre cayó instantáneamente.

—¿Tyler? ¿Tyler Crowley? ¿Qué pasó?

Y así, nuestra alegría se evaporó. Como un meteorito que cae en la Tierra, caí de vuelta en la realidad con un doloroso golpe.

—Él fue atacado hoy, afuera del acto en la universidad —dijo Edward, y me miró—. Bella y Alice lo encontraron.

Mamá se cubrió la boca con horror.

—Cielos, pobrecito. ¿Saldrá de esto? ¿Se encuentra en el hospital ahora?

—Carlisle dijo que se recuperaría, pero llevará tiempo. Le dispararon en las rodillas, mamá —dije, acomodando mi colcha al ponerme de pie.

Mamá cerró los ojos, sacudiendo la cabeza lentamente.

—Temo tanto por ustedes últimamente. Siempre ha sido malo, pero esto es simplemente brutal. No puedo... —Se detuvo, dándose la vuelta abruptamente y yéndose.

Edward y yo nos mantuvimos en silencio y quietos por unos minutos, reflexionando sobre la presente situación. Nuestro vecindario era cercano y cada hijo perdido o lastimado afectaba a todos los padres. Mi madre había estado viviendo con esta realidad gran parte de su vida, teniendo tíos, un marido, y ahora un hijo luchando por la causa.

Por tan graciosa y jovial que pareciera mamá, ella tenía más que suficiente por lo que preocuparse. Aún así, de alguna manera, ella lograba prosperar y permanecer una fuerza positiva; si yo iba a tener éxito, me vendría bien tomarla de ejemplo.

—Debería ayudar con la cena —dije, caminando alrededor del borde de la cama hasta donde Edward se encontraba.

Él asintió, pasando una mano distraídamente por mi brazo.

—Gracias por hacérmelo saber —susurré de repente, abrazándolo fuerte.

—Bueno, me lo sonsacaste —bromeó, besando mi coronilla—. No soy un Romeo, así que no esperes esa mierda todo el tiempo.

—Dios, realmente saber cómo enamorar a una chica —refunfuñé, dándole una mirada asesina.

Él sonrió, besando mi boca.

—De hecho, sí, pero no siempre con palabras.

~V~

Quedándome para hablar con mi profesor hizo que llegara tarde para mi turno en la librería, y corrí por el campus tan rápido como podía sin quedar como una tonta. Él sol se había puesto hace rato, como tendía a hacerlo a finales del año, haciendo que la hora se sintiera mucho más tarde de lo que realmente era.

En cierto modo, la universidad se sentía como un lugar completamente diferente una vez que oscurece. Sintiéndome tonta por siquiera pensar en ello, me aseguré de quedarme en las zonas mejor iluminadas, lejos de las sombras y árboles; el campus era gigante y extenso, y cualquier rincón oscuro podría contener secretos.

El Sr. Connelly me saludó agradablemente cuando llegué, sonriendo serenamente.

—No es necesario matarte para llegar aquí —bromeó, dándome unas palmadas en la espalda mientras pasaba jadeante por su lado.

—Simplemente estaba hablando con mi profesor de literatura sobre una tarea que se entrega la próxima semana —expliqué, guardando mi mochila detrás del mostrador.

El Sr. Connelly asintió.

—Está bien, amor. Ahora, escucha, hoy te necesito más en el fondo... tenemos dos nuevos envíos de libros de antropología e hice un verdadero desastre al mezclarlos.

Esta no era la primera vez que él había hecho algo como esto; iba a estar enterrada en libros y papeleos por un gran rato.

—Está bien, ¿quieres encargarte del frente mientras yo voy al depósito entonces?

—Si no te molesta —concordó.

Tomando mi mochila del suelo, me dirigí al pequeño cuarto en el fondo donde recibíamos nuevos encargos. Me encontraba tan concentrada, clasificando los nuevos libros, que apenas noté lo rápido que las horas estaban pasando. La necesidad de tomar un descanso y estirarme eventualmente se volvió abrumadora, y me puse de pie, girando mi cuello en medios círculos para aliviar la tensión.

Había sido un día tranquilo en la tienda, apenas hubo varios clientes, y asomé la cabeza para ver qué estaba haciendo el Sr. Connelly. Escaneando la tienda, noté con una risita que él estaba quedándose dormido sentado detrás del mostrador, encorvado sobre su taburete. La pequeña campanilla en la puerta tintineó suavemente, alertándome de un nuevo cliente, y estaba a punto de llamar al Sr. Connelly cuando me di cuenta que reconocía al joven que entraba.

Era un tipo alto, desgarbado, con cabello color arena y apuesto, pero eso no era lo que me sorprendía. Sabía sin dudas que él había estado con los chicos UVF la noche que los habíamos visto en el estacionamiento en Barry's. El miedo contrajo mi estómago como un puño frío y volví al depósito.

Los protestantes y los católicos asistían a la universidad; no era como si él no encajara en el campus. Y aún así, algo no se sentía correcto. Ciertamente no era una coincidencia que jamás lo había visto alrededor, pero un día después del ataque a Tyler estaba acechando mi lugar de trabajo.

—¿Puedo ayudarte? —gruñó el Sr. Connelly de repente, habiéndose despertado.

Gracias a Dios.

—Solo estoy mirando —dijo Cabello Arena.

—Bien, bueno, solo házmelo saber.

La tienda estuvo en silencio por varios minutos. No me atreví a comenzar a trabajar de nuevo; cualquier movimiento en el fondo podría alertar al tipo de mi presencia y supuse que era mejor estar paranoica y segura que tener poco cuidado y estar en riesgo.

Por supuesto, el Sr. Connelly escogió ese segundo para acercarse al depósito.

—¿Cómo está yendo, Bella? ¿Ya casi terminas?

—Así es, sí —respondí en voz baja, dándole una breve sonrisa.

—Bien, bien. Ya casi es hora de cerrar.

Él se fue y me tensé, los nervios cosquilleando toda mi piel.

Estás volviéndote loca, Bella. Esto es lo que consigues por pasar tu tiempo libre con los Provos...

Después de un momento, la campanilla de la puerta sonó de nuevo y solté un suspiro de alivio, mirando al reloj en la pared. Era justo la hora de irse y Edward o uno de los otros pronto estarán aquí para llevarme a casa.

Clasificando rápidamente el resto del encargo, dividí los libros en dos pilas y las ubiqué prolijamente junto a la puerta del depósito para que el Sr. Connelly sacara el lunes por la mañana. Colgando mi mochila sobre mi hombro, eché un último vistazo alrededor del pequeño cuarto y salí hacia la sala principal.

—Sr. Connelly, yo...

Cabello Arena se dio la vuelta desde su lugar frente al exhibidor cerca de la puerta.

—¿Sí, amor? —dijo el Sr. Connelly, escribiendo afanosamente.

—Eh, terminé —tartamudeé, incapaz de apartar la mirada del tipo que me observaba desvergonzadamente.

En segundos, Edward, Seamus y Donal Murry, quien coincidentemente recordaba de mis clases de catecismo de niña, entraron por la puerta. Mis rodillas se debilitaron con alivio y comencé a caminar hacia Edward, pero él me detuvo con una mirada. Paré, viendo cómo daba un paso hacia Cabello Arena, fulminándolo con la mirada.

El pobre Sr. Connelly, llegados a este punto, sabía el tipo de tontería en que esto se estaba convirtiendo. Sus ojos se movían entre el cuarteto tenso cerca de la entrada y a mí, como si estuviera observando un partido de tenis.

Cabello Arena estudió a los chicos y entonces a mí, sonriendo al irse.

Seamus giró para seguirlo, pero Edward lo sujetó del brazo.

—Ahora no. —Llevó su atención a mí—. ¿Por cuánto tiempo estuvo aquí?

—Varios minutos. —Sacudí la cabeza—. ¿Cómo sabías que él estaba aquí? ¿O venías a recogerme?

Caminó hacia mí, cerrando la distancia.

—Ambos... Donal ha estado cerca, y acabo de llegar aquí. —Tomó la mochila de mi hombro y me ofreció su mano—. Vámonos.

No se me había ocurrido que este cerco de protección me rodearía también, aunque ciertamente tenía sentido. Cada persona que estaba conectada a los chicos estaba en peligro de ser lastimada, arrestada, asesinada, o simplemente acosada.

Edward hizo una pausa frente a la puerta, mirando a través del cristal y hacia la oscuridad.

—No quiero que sigas trabajando aquí, Bella.

Me encrispé, sin gustarme la dirección que mi vida estaba tomando, y estaba a punto de hacérselo saber a Edward cuando el Sr. Connelly carraspeó.

Él se había bajado de su taburete y ahora se encontraba detrás del mostrador.

—Creo... que eso será lo mejor.

—¿Me estás despidiendo? —pregunté, horrorizada.

—Por ahora, Bella. Veamos cómo están las cosas en unas semanas —dijo amablemente.

Aunque podía comprender completamente su preocupación, y jamás querría ponerlo en una situación complicada, odiaba lo fuera de control que mi vida se había vuelto. Nada estaba en mis manos; las decisiones eran tomadas por mí a diestra y siniestra.

—Está bien —acepté, colocando una sonrisa en mi rostro—. Quizás llamaré o pasaré por aquí en unas semanas. —Sabía que esta era mi última vez dentro de la tienda, pero el Sr. Connelly era un hombre adorable y no quería que se sintiera comprometido.

Él se estiró sobre el mostrador y le dio unas palmadas a mi mano cariñosamente.

—Cuando quieras, amor.

Afuera, la temperatura había descendido lo suficiente que podía ver cada respiración que tomaba. Seamus caminaba por delante nuestro y Donal justo por detrás, y si este extraño universo paralelo en el que me había encontrado no fuera tan serio, me hubiera parecido divertido.

Una película estadounidense llamada "El Padrino" había salido a principios de año, y cuando llegó al cine local, Em me convenció de ir a verla con él. Normalmente no me gustaba la violencia, pero la trama era tan intrigante que me encontré literalmente al borde de mi asiento. Esos mafiosos vivían vidas peligrosas, constantemente teniendo que cuidar sus espaldas y estar atentos a sus alrededores.

Esta disposición era justo así, pensé fríamente mientras caminábamos hacia el Land Rover. Tenía personas protegiéndome, en la mira para asegurarse que nadie inapropiado se me acercara.

—Estás molesta —dijo Edward.

No había nada para decir, así que por una vez, me mantuve en silencio.

—¿Estás molesta conmigo? —preguntó.

—No.

Alcanzamos su coche y nos subimos, Donal y Seamus subiéndose al asiento trasero.

—Estoy sacada de mis casillas por perder mi trabajo —refunfuñé.

Pasó sus dedos por su cabello.

—Lo siento.

—Lo sé.

—¿Qué quieres que haga, Bella? —preguntó irritablemente.

—Nada. —Suspiré, frotando mis ojos.

—Edward —habló Seamus.

—Sí. —Edward miró por su espejo retrovisor, ajustándolo así podía ver a Seamus.

—Cruzando la calle, en la esquina —dijo—. ¿Es ese?

Fruncí el ceño con confusión.

—¿Quién?

Pero Edward y Seamus estaban teniendo su propia conversación.

—Así parece —dijo Edward, deteniéndose junto a la acera—. Quédate en el coche —me espetó, abriendo la puerta.

Seamus y Donal se encontraban le seguían por detrás mientras cruzaban la calle rápidamente. Miré cómo se acercaron a dos jóvenes; reconocí a este par de Barry's también. La tensión era obvia incluso desde donde me encontraba, y mordí ansiosamente la uña de mi pulgar, esperando que las cosas no escalaran.

Seamus dio un paso atrás y golpeó a uno de los chicos UVF en la cara.

Jadeé, sujetando mi estómago y agachándome en el asiento del pasajero. Las peleas me enfermaban físicamente; especialmente cuando las personas que conocían estaban involucradas. La calle estaba básicamente desierta, pero no lo estaría por mucho tiempo; era un viernes por la noche y las personas salían a la calle. Estaba aterrada de que los chicos fueran atrapados.

También estaba aterrada de lo que pudieran hacerle a los chicos UVF lo que le habían hecho a Tyler.

Llevando mi mirada de vuelta a la pelea, miré justo a tiempo para ver a Edward dándole puñetazos despiadadamente a alguien en el suelo, y no paraba. La persona no estaba moviéndose, y sentí una ola de náuseas recorrerme. Abriendo la puerta, me quité el cinturón de seguridad y me incliné, vomitando por todo el asfalto debajo.

No se me escapaba que él ciertamente había hecho cosas peores. Sería una jodida tonta para fingir lo contrario.

El Land Rover se sacudió con la fuerza de los chicos al volver y ponerlo en marcha.

—Bella, cierra la puerta —dijo Edward con urgencia.

Temblando, obedecí y aceleramos por la calle.

Seamus y Donal seguían bajo el efecto del subidón de su victoria, la adrenalina corría por sus venas mientras contaban los detalles de lo que acababan de hacer.

Presionando mi mejilla contra el cristal frío de la ventana, inhalé tan profundamente como podía, tratando de concentrarme en otra cosa que no fuera lo que acababa de ver.

Edward tocó mi rodilla y me encogí automáticamente, asqueada de que las manos que me tocaban y me amaban pudieran mutilar a alguien más.

—Bella —dijo bruscamente.

Lo miré con una expresión vacía.

—Ese fue quien atacó a Tyler —dijo, su mirada desesperada.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté.

—Fui a verlo hoy, y me contó todo. Los describió...

—Está bien —dije. Aunque parte de mí sentía una pequeña cantidad de satisfacción de que hubieran ajustado cuentas con las personas que habían lastimado a Tyler, la imagen de Edward golpeando a alguien hasta hacerlo polvo ahora se encontraba en mi mente. Cada vez que creía que estaba al día, y era consciente de lo que estaba pasando... algo más sucedía para recordarme que en verdad, no sabía nada.

Y lo aterrador era que nada de lo que hiciera cambiaría cómo me siento.

Incluso cuando no me gustaba lo que hacía, cuando me preguntaba si siquiera me gustaba justo entonces, lo amaba más de lo que podía comprender.