Disclaimer: los personajes de Twilight son de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Rochelle Allison. Yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: This story is not mine, it belongs to Rochelle Allison. I'm just translating with her permission.


Capítulo 10

Nos fuimos cuando el sol comenzó a bajar, llevándose su moderado calor con él. Mamá, Pa, y yo nos separamos de Emmett y Rose en la esquina cuando giraron en dirección opuesta así él podía acompañarla a casa. Rose vivía en uno de los vecindarios protestantes, y Emmett solo podía acompañarla hasta la línea de paz allí, pero eso no le impedía avanzar hasta donde más podía. Me preguntaba qué planeaban hacer si se casaban... ¿dónde vivirían? ¿Ella se cambiaría? Sabía que Emmett preferiría morir que darle la espalda a su fe...

Edward y yo no regresamos abajo. Las horas habían sido pasadas hablando bajito, y besando, tocando. Las cosas jamás se volvieron calientes, ya que no era ese tipo de día; pero para mí, se sintió como un sutil punto de inflexión. Había una parte de mí que deseaba constantemente su contacto, haciéndome maravillar ante el tipo de mujer impía en la que me estaba convirtiendo. Pensaba en Edward, en sus manos, y en su boca todo el tiempo hasta el punto en que incluso tenía que censurarme con el padre Harrington. Qué vergüenza.

Otra parte de mí, sin embargo, reconocía que lo que teníamos era más profundo que eso. Él parecía depender de mí, realmente necesitarme. Jamás en nuestras vidas él había parecido ser del tipo que de verdad necesitaba a alguien, y sabía que eso era tonto porque todos necesitaban a alguien, pero su espíritu independiente siempre había sido tan descarado y evidente. Probablemente era eso mismo lo que lo hacía muy apto para ser un líder de hombres luchando por la libertad.

Froté mis brazos vigorosamente mientras caminábamos rápidamente a casa, reprendiéndome a mí misma por no haber traído un cárdigan o un suéter temprano. No había querido abandonar a Edward justo ahora; cada parte de mí se rebelaba contra ello, pero sabía que él tenía mucho qué discutir con sus padres y Alice. Podía ser paciente; Esme merecía esta audiencia tardía con su hijo.

Cuando salí del baño más tarde, peinando mi cabello mojado, mamá estaba esperando en mi cuarto, posada sobre mi cama. Ella sonrió cuando entré, extendiendo su mano para que le diera el cepillo mientras se hacía enderezaba en la cama.

Sonriendo, me senté en el suelo y le tendí el cepillo, contenta por el consuelo que una vez fue un ritual nocturno. Mi madre comenzó a desenredar metódicamente los nudos, siempre gentil y persistente con los más obstinados.

—Sé que has estado nerviosa últimamente —comenzó con cuidado.

—Así es. —Suspiré, sin molestarme en andar con rodeos. Por tan cercana que era a mi madre, este era un tema que aún teníamos que abordar, mayormente debido a su preferencia a mantener nuestras vidas lo más normal posible. Obviamente, podía respetar ese deseo, "la ignorancia es felicidad", después de todo.

Dios solo sabía que no tenía idea cómo era tener hijos grandes tomando decisiones peligrosas. Entre mi Pa y Emmett, mamá había experimentado su gran parte de preocupaciones.

—Edward es un buen chico. Tengo fe que hará lo que sea correcto —me aseguró, recordándome, como lo había hecho Esme, que no había secretos dentro o entre nuestras familias. Sentí sus dedos comenzar a separar mi cabello así podía trenzarlo.

—¿Correcto para mí o para la causa? —preguntó.

Sus movimientos se detuvieron.

—Isabella. ¿Por qué siquiera comenzaste esto?

—¿Comenzar qué, salir con Edward?

Sabía que no debía ser insolente con mamá cuando estaba bajo control de mi cabello. Ella jaló las tres secciones bruscamente y comenzó a trenzar con propósito.

Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras daba marcha atrás.

—No, quiero decir, lo amo y apoyo lo que está haciendo. Simplemente desearía que me dejara ayudar...

Mamá intensificó su agarre en mi cabello.

—No lo creo, amor, así que saca esa idea de tu cabeza ahora mismo.

—¡Mamá! —gruñí, levantando una mano para apartar sus dedos.

—No quiero escuchar que intentas involucrarte, déjale eso a los hombres. Por favor. Emmett se lleva mi corazón cada vez que sale de la casa —continuó en voz baja.

Jesús, María y José, se ha vuelto loca.

—De acuerdo, entonces —acepté, dándole unas palmadas en su mano así aflojaba su agarre.

Compasivamente, fue al grano y suavizó su agarre.

—Apoyé el trabajo de tu padre hasta que llegó al punto que, si continuaba, hubiera terminado sola. Tienes una decisión que tomar, de una vez por todas. Si vas a seguir con esto, Bella, entonces hazlo. Pero no le des vueltas. Lo último que ese chico necesita es indecisión...

Sorprendida por el consejo de mi madre, me zafé de su agarre y me di la vuelta.

—¿Qué estás diciendo, mamá? ¡Creí que odiabas todo esto!

Sus ojos buscaron los míos.

—Así es, Isabella. Lo detesto... pero entiendo que es un mal necesario. Edward y tu hermano van a hacerlo a pesar de todo, así que apóyalo o déjalo en paz, pero no te metas en su camino. Solo va a romperte el corazón que no puedas cambiarlo, y lo va a distraer de lo que intenta hacer. No quieres que esté allí afuera desconcentrado, Bella.

Conmovida, regresé a mi lugar en el suelo entre sus pies.

—Lo... entiendo. Pero él necesita al menos hacerme saber qué está pasando, casi me volví loca estos últimos días, estaba muy preocupada.

—Entonces, habla con él, amor. Hazle saber que él no puede mantenerte desinformada si quiere que tengan una relación apropiada —dijo mamá—. Sé cómo te sientes, pero también quiero que comprendas que no sería justo para ninguno de los dos entrar en una relación si no pueden ponerse de acuerdo con ciertas cosas.

—A veces siento que es una cuestión de que él esté comprometido con el IRA, mientras que yo estoy comprometida a él —mascullé.

—Él también está comprometido a ti, no creas que no he notado su anillo en tu dedo —me recordó, terminando mi trenza y soltándola. Masajeó mi cuero cabelludo con sus dedos, aflojando la tirantez.

Asentí, sabiendo que ella tenía razón y contenta por ello.

Edward necesitaba aceptar una revelación total, y tenía que asegurarme de que una vez que me la diera, él pudiera confiar que no lo usaría en su contra. Iba a tener que tragar mi miedo de una vez por todas, y dejarlo en manos de Dios.

~V~

Como habíamos estado en casa de los Cullen hasta la noche del sábado, fuimos a misa la mañana siguiente. Emmett, mamá, y yo nos pusimos cómodos en nuestro lugar de siempre mientras que Pa se fue a confesar.

Momentos después, Edward se sentó a mi lado, el resto de su familia se ubicó silenciosamente en el banco brillante y pulido después que él. Su mano encontró la mía y él entrelazó nuestros dedos sobre su regazo, y yo, ignorando las miradas de soslayo de mamá ante nuestro comportamiento cuestionable en la iglesia, me relajé a su lado.

Edward suspiró pesadamente cuando fue su turno de confesarse, deteniéndose por un momento antes de soltar mi mano. Comenzó a pararse a regañadientes del banco, pero entonces se detuvo y me miró. Había desaliento en sus ojos, y mi corazón se contrajo cuando lo vio. No habíamos hablado desde que llegó; no teníamos que hacerlo. Sabía que el dolor y la culpa por la muerte de Pat lo estaba destrozando por dentro.

Quería decirle que no tenía que ir aún, que podía postergarlo por un momento más hasta que quisiera hacerlo, pero entonces se paró abruptamente y desapareció en el confesionario.

La expresión en su rostro estaba vacía cuando regresó.

Después de la misa, Edward asintió en dirección a su vehículo, el cual estaba estacionado cruzando la calle.

—¿Viajas conmigo? —preguntó.

Le hice saber a mis padres que me iría con él, y pronto nos encontrábamos de camino al centro de la ciudad.

—¿Tienes hambre? —preguntó, tamborileando sus dedos sobre el volante.

—Un poco —contesté, cubriendo mi bostezo detrás de mi mano.

—Te ves cansada —observó.

Asentí con la cabeza.

—No he dormido bien últimamente.

—Parece que eso podría ser mi culpa.

Me encogí de hombros.

—Quizás.

Él frenó en un cartel de pare y me miró.

—Necesitas dejar de preocuparte tanto. No quiero que te pase esto; estabas bien antes que comenzaras conmigo.

—¿Es un poco tarde para eso ahora, o no? —resoplé.

Estirando una mano, sujetó la parte trasera de mi cuello, de la manera que hacía a veces.

—Quizás —contestó.

Después de pedir comida para llevar en uno de los pocos lugares abiertos un domingo, condujimos hasta el muelle y estacionamos. Por un momento, comimos en silencio, observando a los botes navegar cerca.

Limpiando mis manos con una servilleta, volteé a mirar a Edward, doblando una pierna debajo de mí. Él me miró y me guiñó un ojo, colocando metódicamente papas fritas en su boca.

La mejor manera de explicar lo que quería sería rápido y al punto, como arrancar una bandita de una costra, así que me aclaré la garganta y me lancé de cabeza.

—Sé que tu viaje a Derry no salió bien, y no voy a fingir saber por lo que pasaste —hice una pausa y respiré hondo—. Pero... en verdad tienes que dejarme entrar. Estuve muy preocupada todo el tiempo, Edward. ¿No podías molestarte en buscar un teléfono público para hacerme saber que estabas bien?

Tragando, hizo un bollo la bolsa de la comida para llevar y la metió entre la consola y el asiento.

—Sí, debería haber llamado, lo sé... Simplemente estaba... —Mi voz se fue apagando, mirando al mar.

—¿Qué? —pregunté suavemente, tocando su brazo.

—Jodidamente disgustado. Apenas podía hablar con Emmett, mucho menos contigo —murmuró, frotando el dorso de su brazo por su rostro.

Me mantuve en silencio, dándole el espacio que necesitaba. Finalmente me miró.

—Lo siento.

—Por favor, llámame la próxima vez. No me desmoronaré y no te dejaré. Si vamos a estar juntos, tienes que confiar en mí. Te amo, y no saber si estás muerto, vivo, o arrestado es horrible —imploré, los sentimientos de los últimos días se acumulaban dentro de mí. Inhalé profundo varias veces, determinada a no llorar al respecto. Estaba tan sensible todo el tiempo últimamente.

Él permitió que sus ojos encontraran los míos, y asintió lentamente.

—¿Lo prometes? —susurré, casi avergonzada.

Eso provocó una sonrisa, y estaba aliviada por eso.

—Lo prometo, Bella.

—Bien —dije, satisfecha.

—Y bien, voy a buscar un apartamento propio —anunció segundos después.

Mi boca se abrió.

—¿Tus padres quieren que te vayas...?

Él negó con la cabeza.

—No, no, nada como eso. Mi madre estaba molesta, comprensiblemente, pero ella no quiere que me vaya. Me voy a mudar porque no es justo para ellos que esté en su casa, haciendo las cosas que hago. No es inteligente.

—Pero, ¿qué dijeron cuando les contaste que querías mudarte?

Inclinando la cabeza, me sonrió con suficiencia.

—Mamá lloró, por supuesto.

—Bueno, no puedes culparla, eres su único hijo —le reprendí.

—Lo sé. A papá no pareció molestarle mucho. Y, de hecho, Emmett está pensando lo mismo también.

Esto eran noticias para mí, pero no podía negar que tenía sentido. Los dos eran bastante mayores para vivir solos, y con la naturaleza de su estilo de vida volviéndose cada vez más violenta con el paso de los días, era lo correcto para hacer.

—¿Él ha hablado con mi padre sobre eso? —Quería saber.

—Dijo que lo mencionó anoche.

—¿Han comenzado a buscar lugares ya? —preguntó.

—Hay un piso, no demasiado lejos de la zona industrial. Estará disponible el primero.

—En una semana —noté, tomando un sorbo de mi bebida.

Él asintió, inclinando la cabeza hacia atrás. Nuestra conversación se disipó y comencé a limpiar el desastre que habíamos hecho en nuestro almuerzo improvisado, consciente en todo momento de cómo él mantenía su mirada en mí. Después de un rato, lo miré, sonriendo para mí misma tímidamente.

—¿Qué?

Él sonrió también.

—Ya es hora que tengamos un espacio para nosotros —comentó, entrecerrando los ojos.

Él tenía esa mirada en su rostro, y mi estómago dio un vuelco.

—Mucha privacidad —continuó, trazando su dedo a lo largo de la parte inferior de mi muñeca.

—Mmm, es verdad —acordé—. A menos que Emmett y Rose decidan convertirlo en su nido personal de iniquidad.

Soltando una carcajada, deslizó sus dedos entre los míos y le dio un apretón.

—¿De dónde sacas estas cosas, Bella?

Encogiéndome de hombros, sonreí, emocionada de haberlo hecho reír. Era una vista que había estado extrañando.

Justo así, el humor había cambiado a algo más. Abriendo la puerta, tomé la basura y la llevé hacia un cesto de basura cercano, una corriente de energía nerviosa recorriendo mi cuerpo como una roca por el agua.

Edward encendió el Land Rover cuando volví a subirme, poniéndolo en reversa.

Eché un vistazo por la ventana mientras nos íbamos del muelle, los botes y las barcazas desapareciendo de vista.

—¿Me llevas a casa ahora?

—¿Quieres ir a casa?

—No.

—Entonces, no.

~V~

Estábamos de vuelta en la playa, solo que esta vez él había estacionado en uno de los acantilados más lejanos que se cernía sobre el mar.

A diferencia de la última vez que habíamos estado juntos, este viaje había sido más alegre, y había sacado mi mano por la ventana, permitiendo que el viento la atrapara y la hiciera flotar. El aire afuera no era muy frío aún, pero era notablemente más frío de lo que había sido; el otoño se encontraba a tres semanas de distancia.

Edward parecía sombrío de nuevo, inclinándose hacia adelante y apoyando su mentón sobre sus manos, las cuales seguían envueltas sobre el volante. Mi corazón se saltó un latido al mirarlo, ante lo hermoso que él realmente era. La luz de afuera hacía que sus ojos se vieran casi dorados, y su cabello flotara en suaves ondas desordenadas de varios colores diferentes bajo el sol.

—¿Me enseñarías a conducir? —pregunté tentativamente, sacándome los zapatos. Quería sentir el césped bajo mis dedos...

—No hoy —murmuró.

—No me refería ahora.

—Sí, te enseñaré.

—Está bien. —Abrí la puerta, luchando contra los intentos del viento para cerrarla. Puede que se viera soleado y brillante, pero por el viento, era salvaje afuera.

Las ráfagas soplaban intermitentemente a mi alrededor, atrapando y ondeando mi cabello como lo haría con la vela de un barco. Echando un vistazo a Edward, me senté sobre el capó, agradablemente sorprendida por el calor del motor. Mire hacia el mar agitado, dejando que mis piernas colgaran, silenciosamente obligándolo a que saliera también. Quería hacerle olvidar, aunque fuera por un minuto, todo lo demás; quería tocarlo.

El Land Rover tembló ligeramente cuando se bajó y caminó hacia mí, colocando sus manos en mis rodillas. Las separó con su cuerpo y se ubicó entre mis piernas, reemplazando los escalofríos con temblores de otro tipo.

—¿De qué sonríes? —preguntó suavemente, deslizando su pulgar por la esquina de mi boca.

—Tu coche está calentando mi trasero. —Sonreí.

Sus ojos se movieron a mis labios, y sonrió.

—Tengo algo más para calentarte.

Y allí estás, Edward. Te he extrañado.

—¿Ah sí? —Sonreí, envolviendo mi brazos a su alrededor y jalándolo hacia mí. Cediendo, se inclinó más cerca, deslizando sus manos por mis muslos y por debajo de mi falda. Se detuvo cuando sus palmas se encontraban entre el caliente metal y mi piel, las puntas de sus dedos rozando el borde de mi ropa interior.

Me besó una, dos, tres veces, hasta que lo sujeté del cabello y besé sus labios hasta abrirlos, permitiendo que nuestras lenguas se tocaran. Levanté mis piernas y lo rodeé con ellas, mi risa amortiguada contra su boca cuando sus rodillas se doblaron.

—¿Qué intentas hacer? —gimió, enterrando su rostro en mi cuello.

—Jamás puedo estar lo suficientemente cerca —confesé, descansando mi cabeza en su hombro cariñosamente.

Él deslizó su nariz a lo largo de mi mandíbula y entonces se dio la vuelta, envolviendo mis brazos alrededor de su cuerpo y apoyándose contra mí. Cerré los ojos, inhalando el viento y el sol. Podríamos haber estado en cualquier lugar en ese entonces, y se sentía bien dejar que cualquier cosa importante desapareciera. Esto es lo que había querido para él, ser capaz de solo ser. Soltó mis manos y dejé que sus dedos se movieran arriba abajo por mis piernas, curvándose detrás de mis pantorrillas y bajando hacia mis pies descalzos, los cuales estaban apoyados en el parachoques.

—Regresemos al coche —sugirió, apartándose y tratando de llevarme con él.

—Pero acabamos de salir, y el sol se siente bien...

Me persuadió de todos modos, regresando al asiento del conductor, donde procedió a llevarme a su regazo.

—Edward, no hay espacio —me quejé, secretamente amando eso.

Con el ceño arrugado en concentración, me colocó sobre su regazo así me encontraba a horcajadas.

—Eso jamás nos detuvo antes.

Me pregunté momentáneamente si él estaba siendo pervertido.

—Bella. —Suspiró, señalándome que cerrara la puerta.

Estiró una mano debajo de su asiento y lo movió hacia atrás, dándonos más espacio. Le di una mirada dudosa y eché un vistazo afuera. Nadie parecía estar cerca, pero aún así; era domingo y la última vez que habíamos estado en esta playa, habían habido pescadores aquí arriba.

Deslizó sus manos por mis caderas y las subió por mi espalda.

—¿Estás bien? —Se rio.

Manteniendo mis ojos en los suyos, intenté relajarme, descansando mis manos en sus hombros y reclinándome un poco. Excepto por la noche que él había venido a mí en mi cama, él siempre era quien iniciaba, y aunque habíamos estado juntos varias veces aún me sentía asombrada cuando estábamos así de cerca, cuando él me tocaba con sus manos y boca.

La cualidad física de Edward era tan intimidante como deliciosa, y como la primera vez que puso sus labios en los míos, me hacía ceder, abrumada.

Me encantaba.

Sus manos se encontraban en la parte baja de mi espalda, y me estaba acercando de nuevo, sintiendo mis nervios usuales. Desabrochando los primeros botones de mi blusa, se inclinó hacia adelante para colocar un beso en la piel que había descubierto. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo y toqué mi frente contra la suya, débil, cálida y deseante a la vez.

Desabrochó otro botón y frotó su nariz a lo largo de los lugares que no cubría mi sostén y yo, en respuesta, moví mis dedos por su cabello y apoyé mi mejilla contra este, cerrando los ojos y simplemente sintiendo.

Bajando la tela de mi sostén, llevó un pezón a su boca y me moví contra él, no esperando la caliente humedad tan repentinamente. Deslizó su lengua por la punta de mi pecho y entonces la soltó.

Bajé la mirada hacia él, y estaba mirándome, su expresión de alguna manera parecía carnal y pura. Bajando mis labios a los suyos, lo besé intensamente. Los minutos pasaban y seguíamos besándonos hasta que nuestros cuerpos comenzaron a mecerse, ansiando ser parte de nuestro placer mutuo. Sus manos se movieron lentamente, ayudándome a contonear las caderas un poco más fuerte contra las suyas. Nos acomodó así estaba montando su erección y me aparté, jadeando un poco.

—Espera...

Él se veía deslumbrado, sus labios húmedos mientras observaba los míos.

—No podemos... aquí —tartamudeé.

Besando mi pecho de nuevo, me jaló hacia él.

—Está bien —susurró.

—Está bien —accedí, muy penosamente fácil, y froté mi rostro contra su cabello; era sedoso y olía tan bien...

Intensificando mis muslos a su alrededor, podía sentirlo a través de sus pantalones de vestir, duro contra mí. Llegados a este punto, estaba muy húmeda, y probablemente mojándolo, pero a él no le importaba así que a mí tampoco.

Manteniendo una mano alrededor de mi cintura, me besó codiciosamente, nuestras lenguas moviéndose contra la otra, profundo... explorando. Llevó su boca a mi pecho, succionando ligeramente y entonces tan fuerte que dolió. Estábamos dirigiéndonos hacia algo; podía sentirlo crecer, y lo aferré frenéticamente, desesperada por encontrar el ritmo correcto.

Lo encontré, él lo encontró, y entonces nos estábamos corriendo, no juntos, pero bastante cerca. Gimoteando suavemente, temblé en sus brazos y me acosté sobre él, fría ahora que habíamos expandido todo ese calor. Inhalamos y exhalamos juntos, y su aliento cosquilleó a través de mi cabello.

Después de un momento, cuando mi corazón regresó a la normalidad pero aún me sentía aturdida, me enderecé. Edward me observaba, una sonrisa perezosa en su rostro, y comenzó a abotonar mi blusa, deteniéndose para tocar el lugar sensible donde casi había roto la piel.

—No dejes que tu Pa vea eso.

—No lo haré —prometí, bajándome de su regazo y pasando torpemente sobre la consola. Estaba frío y vacío en mi lado del coche y estaba contenta de que no tendríamos que escondernos por mucho tiempo más, si él conseguía su propio apartamento...

—Entonces, ¿eso es todo para lo que hemos venido? —bromeé, viéndolo hacer una mueca y acomodar sus pantalones.

—Eh, qué maldito desastre —masculló, mirando alrededor. Le tendí una servilleta y él la aceptó, sacudiendo la cabeza—. Necesitamos irnos, sino estaré hecho una pena.

Puso marcha atrás, lejos del acantilado con vista al mar, y regresó a la carretera.

—Me gusta cuando venimos aquí. —Suspiré con alegría.

Edward miró hacia la orilla cuando la carretera comenzó a alejarse de ella.

—Es bueno escapar de toda la mierda, pero nunca es suficiente.

Me mordí el labio, no queriendo meterme en las cosas pero sintiendo que quizás debería.

—¿Vas... a estar bien, Edward?

—Es lo que es. No podemos hacer nada al respecto ahora —habló con tono cortante, su expresión endureciéndose como lo había hecho después de confesarse temprano—. No... cambia nada.

El dolor en mi pecho respondió en un susurro, siempre asomándose.

—Necesito que sepas que lo entiendo, y haré lo que sea que necesites.

—Lo sé, Bella. —Me sonrió agradecidamente.

Y era verdad. Haría lo que fuera.

~V~

Edward nos llevó a Alice y a mí a la universidad el lunes por la mañana para nuestros exámenes. Llegamos temprano, y nos separamos en la biblioteca, tomando mesas separadas para estudiar una última vez. Al mediodía, había terminado pero Alice no; ella me había dicho temprano que tenía planes para reunirse con Jasper, así que caminé a casa sola.

Dos exámenes hechos, quedaban cuatro.

Sabía que Edward estaría ocupado durante el día, trabajando para el servicio de mensajería en el centro y haciendo lo que fuera que hacía cuando no estaba conmigo. Mikey saludó desde el otro lado de la calle cuando entré a mi vecindario.

—¿Cómo estás? —dije con cariño, sonriéndole.

Me devolvió la sonrisa, encogiéndose de hombros.

—Las cosas podrían ser peor.

—¿No tuviste que trabajar hoy, Mikey? —Me quité la mochila de la espalda, tratando de ubicar mis llaves al acercarme a mi casa.

—Sí, pero he estado regresando a casa para almorzar últimamente, tomándome un pequeño descanso —explicó.

—Está bien, trabajas mucho así como están las cosas —respondí.

Él asintió.

—Aunque será mejor que regrese. Saluda a tu hermano de mi parte.

—De acuerdo. —Le saludé con la mano mientras se iba, y seguí con mi caminata.

El dulce aroma a scones me recibió ni bien abrí la puerta.

Colocando mis zapatos diligentemente a un costado, apresuré mis pasos y doblé la esquina hacia la cocina.

—¿Cuándo estarán listos? —gemí, olfateando indulgentemente.

Mamá sacudió la cabeza, sus ojos brillantes.

—Pronto.

La abracé rápidamente y coloqué mis libros sobre la mesa, contenta de pasar tiempo con ella mientras estudiaba para el día siguiente.

—¿Cómo estuvieron los exámenes? —preguntó ella, acercándose a la mesa.

—Fueron bien, de hecho. Estoy mejor preparada que la última vez —le aseguré.

—Eso es bueno, amor. Bueno, estudia... tomaremos una taza de té cuando estén listos. —Lanzó su manopla de horno sobre la encimera y colocó la pava.

Le di a Edward tres scones cuando me recogió la mañana siguiente, y si había alguna duda de que me amaba, ciertamente se evaporó cuando comenzó a meterlos en su boca y me agradeció profusamente a besos. Tenía que trabajar todo el día de nuevo, y Alice no tenía ningún examen hasta el día siguiente, así que estuve sola después de eso.

Mis días del mes habían llegado la noche anterior, haciéndome sentir desaliñada y hambrienta... constantemente. Cediendo a mis deseos, entré a la tienda de dulces de la Srta. Fiona de camino a casa desde la universidad. Si había algún momento para un consuelo dulce, era ahora. Escogí un par de dulces para Edward y varios chocolates para mí misma, comiendo uno en el lugar. Habían caramelos de orozuz y me recordaron a Mikey, así que le pedí una pequeña bolsa de ellos también, sabiendo que él apreciaría el gesto la próxima vez que lo viera.

Mi ritmo no podría haber sido más perfecto; él estaba caminando sin prisa, probablemente a punto de regresar a su trabajo, cuando giré en la esquina. Se rio cuando me vio.

—¿Qué es esto, me estás acosando ahora?

Cruzando la calle, extendí la bolsa de caramelos de orozuz.

—No pude contenerme. —Sonreí.

Él tomó la bolsa, echándole un vistazo con curiosidad.

—¡Genial! Gracias, Bella.

Me encogí de hombros.

—Pasé por lo de la Srta. Fiona...

Escuchamos el retumbo familiar de una camioneta RUC y levanté la mirada, mi corazón hundiéndose cuando se detuvo frente a nosotros.

—Jodidos malnacidos —murmuró Mikey, dando un paso adelante así se ubicaba entre ellos y yo.

—Buenas tardes —dijo el oficial en el asiento del pasajero, abriendo la puerta y bajándose. Fue flanqueado de inmediato por otros dos.

—Buenas tardes —murmuré, tratando de calmar mi ansiedad. Esto era rutina; ellos hacían esto todo el tiempo. Simplemente teníamos la mala suerte de estar afuera cuando pasaban...

Mikey levantó las manos.

—Estoy regresando al trabajo, ¿sí?

—Oh, eso está bien; no es contigo con quien necesitamos hablar.

Mikey envió una mirada alarmada por encima de su hombro mientras que yo me encogía de miedo.

—Ella es solo una estudiante...

El más alto de los tres se acercó y me echó un vistazo.

—¿Isabella Swan, no?

—Así es —confirmé, manteniendo mis manos temblorosas en las correas de mi mochila.

Él asintió bruscamente.

—Si puede venir a la estación, tenemos varias preguntas para hacerle.

Miré a ambos lados de la calle; nadie se encontraba afuera, salvo por Danny Crowley y un amigo con sus bicicletas en la esquina contraria.

—¿No podrían simplemente hacer las preguntas aquí? —pregunté en voz baja.

El primero habló de nuevo.

—No, señorita, nuestras preguntas son de naturaleza delicada.

—Pero, ¿de qué se trata esto? ¡Ella no hizo nada! —dijo Mike, sacudiendo la cabeza con disgusto. Coloqué mi mano en su brazo para calmarlo, no queriendo ocasionar más problemas.

El oficial alto me sujetó del brazo.

—Su hermano es Emmett Swan y todos sabemos que pasa tiempo con Edward Cullen. Recientemente han pasado cosas de las que creemos que podría saber algo. No sea estúpida, solo empeorará las cosas para usted después —espetó.

—Bella. —Mike se inclinó hacia adelante para tomar mi mano libre, y el tercer oficial, que había estado parado silenciosamente a un costado, se movió rápidamente, impactando su codo en su rostro.

—¡Mierda! —Mike cayó de rodillas, sujetando su nariz mientras la sangre comenzaba a asomarse entre sus dedos.

—¡Oh, por Dios! ¡Mikey! —chillé, entrando en pánico. Fulminé con la mirada al hombre que me sujetaba—. ¡Hubiera ido con ustedes, no tenían que golpearlo!

Me ignoraron y me apresuraron hacia el asiento trasero de la camioneta. Mirando violentamente a mi alrededor, hice contacto visual con Danny, que estaba mirando boquiabierto el espectáculo.

—¡Danny, ve a buscar a mi mamá!

Él salió corriendo, avanzando por la calle hacia mi casa, justo cuando Jessica Newton se acercaba en el coche de alguien. Lo último que escuché antes de que cerraran la puerta era ella, gritando el nombre de su hermano.

Me hundí, temblando incontrolablemente, en el asiento y observé sin mirar las calles mientras pasaban. Los oficiales no me volvieron a hablar, y me mordí el labio agresivamente, determinada a no llorar.

Pronto llegamos a una estación local RUC, la cual, como muchas otras, había sido fortalecida como resultado del hostigamiento e incluso ataques del IRA y PIRA. Nos dejaron atravesar la verja y detuvieron la camioneta, bruscamente ayudándome a bajar y llevándome dentro.

Había decidido que no diría ni una mierda; se podían ir al diablo. Estaba indignada con la manera en que habían golpeado a Mikey hasta tirarlo al suelo, como un maldito perro, y la manera en que me habían arrastrado hasta aquí para cuestionarme sin razones concretas.

Y de todos los días que podía pasar esto. Tenía un caso horrible de dolores menstruales y todo lo que había querido hacer antes de esa mierda era tomar una ducha caliente, meterme a la cama y llenarme de dulces.

Edward iba a estar lívido, así como Em, y mi Pa.

Me moví nerviosamente en el asiento incómodo y duro en el que me habían colocado, esperando a que alguien viniera y me interrogara así podía irme.

—Srta. Swan, por aquí, por favor. —Fui depositada en un pequeño cuarto tenue, sentada en una mesa ancha frente al oficial alto que me había recogido y otro hombre que no reconocía.

El oficial alto inclinó la cabeza, haciéndome sentir como una presa y él el depredador.

—¿Sabe por qué está aquí?

—No —contesté de modo cortante, esperando que mi miedo sonara como enfado.

—¿Dónde estuvo el último fin de semana?

Fruncí el ceño.

—Justo aquí con mi mamá y mi Pa.

—¿Y dónde estuvo su hermano?

Mi estómago se contrajo.

—Cerca.

—¿Qué hay de Cullen? —presionó, inclinándose hacia adelante.

—¿Qué hay con él? —pregunté con insensibilidad.

El otro hombre puso mala cara.

—Por favor, Srta. Swan. Esto sería mucho más rápido si simplemente coopera.

Suspirando, dejé caer mi mirada a mis manos, sintiendo que el calor nervioso pinchar mi nuca.

—Bien, déjeme preguntar de nuevo. —La voz del hombre desconocido destilaba condescendencia, y pronunció cada sílaba lenta y específicamente—. ¿Dónde estaba Edward Cullen el pasado viernes y sábado?