N.A.: BOENAS. Uff, tres años desde la última vez que subo algo nuevo, sinceramente espero poder completar toda la week, me arriesgo.

Quiero decir,,, ¡Bienvenides a la primera entrega de EmoZombie Week! La week de nuestra querida pareja emo/goth compuesta por Edgar y Emz. Espero que lo disfruten y si no lo disfrutan pues, coman fruta (?


Impresionante.

Edgar ha invitado a Emz a por unos helados, no hay nada impresionante en ello, ¿no? Pues, para Edgar sus estándares (y crisis) van para otro lado.


-Día 1: Primera cita-

—Quédate quieto, que no puedo cerrar este último botón.

—Esto no funcionará, Lette. Agh… ¡Me estás ahorcando!

—Funcionará si te quedas quieto un segundo.

Hay cosas que uno no debería hacer cuando está a contrarreloj y con los nervios a flor de piel. Como por ejemplo, comer algo que pueda aflojar las tripas o contar cien monedas para comprar algo tan banal como una barra de pan.

En este caso, Edgar podría considerarse a sí mismo una olla a presión a punto de reventar. Había quedado con Emz a las cinco a por unos helados, era su primera vez invitándola a un sitio más allá del patio del Mortuorio o los comedores del parque y no quería desaprovechar la oportunidad de pasar tiempo a lo que vendría siendo —en ciertas palabras no tan románticas dentro de su diccionario secreto— el amor de su vida.

Edgar jamás había tenido citas antes o una salida tan formal y romántica dentro de sus cortos estándares. Podría contar con los dedos las veces que tuvo un casi cita: la vez que a sus ocho años acompañó a un compañero de clases a comprar dulces de manzana en una tienda de conveniencia al salir de la escuela, y la vez en que Penny le pidió ayuda para recolectar ostras toda una tarde porque Jessie no podía acompañarla debido a que pilló una neumonía de esas que toses y terminas en la morgue. Y hasta ahí llegan sus ejemplos.

Así que, tras haber estado desde el mediodía parado frente al reloj de casa fijándose en cómo el segundero avanzaba completando vueltas y vueltas, recurrió a la peor idea de todas: pedirle ayuda a su hermana para prepararlo para la cita.

— ¡¿Por qué demonios el cuello de esta camisa es tan ajustado?!— Era sofocante, por más que intente apartar las manos de Colette ella seguía insistiendo.

—Falta poco, falta poco…

Y lo abrochó, pero no duró mucho. Los hilos cedieron y el botón salió volando, rebotando unas cuantas veces en el suelo hasta esfumarse bajo la cama.

Edgar se sostuvo el cuello mientras el oxígeno volvía a cruzar libremente a través de su garganta. Enfrente suyo, Colette dirigió la mirada angustiada hacia donde supuestamente el botón desapareció antes de devolverse con un suspiro frustrado. Suspiro que era más el rugido de un tren averiado que otra cosa.

—¡Te dije que te quedaras quieto! Papá nos matará si sabe que rompimos unas de sus camisas.

—Que rompiste su camisa, querrás decir.

No tuvieron opción, escondieron la prenda en una caja de cartón y la mandaron a un rincón de una patada. Después de ocultar el cadáver, Colette continuó su búsqueda dentro de los confines del ropero de su padre, hallando únicamente camisas de colores neutros y corbatas de esas que llevan dos tipos de personas: los payasos y los vagabundos.

—Ni hablar que volveré a probarme otra camisa de tortura— Edgar se paró frente al espejo, no se veía nada mal llevando una camiseta negra de mangas cortas sin estampado, pero era demasiado casual para la ocasión.

—No vas a impresionar a Emz siendo el Edgar normal de todos los días y semanas— Colette desparramaba la ropa haciendo una montaña sobre el colchón, se estaban quedando cortos en opciones. —Tenemos que pensar en algo que haga que Emz tirite roja como una gelatina de guinda tras verte.

Edgar se cruzó de brazos mientras los engranajes giraban sin parar dentro de su cabeza. Impresionar. ¿Qué debería hacer para poder impresionar a Emz en esta primera cita?

Sin querer, su mirada se perdió hacia el tocador. Colette siguió sus ojos detenidamente, leyendo un texto enorme que nadie más que ella puede ver.

Y antes de que se diera cuenta, la mano de su hermana llegó a su frente, colándose bajo su flequillo y levantándolo. Ella sonrió con todos los dientes filosos que tiene y Edgar pudo ver sobre su cabeza brillando un peligroso bombillo indicando que se le había ocurrido la más chiflada idea.

[...]

Starr Park ofrece infinidades de atracciones, restaurantes y diversión transformada en peleas de tipos en pantalones de colores contra robots de un ojo. Pero a Edgar sólo le interesaba en ese instante el hecho de que Lou hubiese publicado en internet que en su heladería se promocionaría un cuenco de cucurucho con tres bolas de helado y chocolate derretido, y que Emz haya resubido esa misma publicación en redes preguntando con emotes de corazón a su público —mayormente masculino— que quién sería tan amable y dulce y lindo para invitarla.

Edgar no es mucho de redes sociales, apenas aprendió a utilizar las historias de Instagram para compartir las letras de las canciones que escuchaba y subir fotos del canario de Colette que él toma de infraganti cuando ella no está en casa, pero eso no le impidió darle el botón de mensaje privado a la cuenta de Emz y escribir que él la invitaría a salir por unos helados. Tuvo que esconder el celular durante varias horas para que la ansiedad no lo consumiera como llama a la paja ante la espera de una respuesta.

Y cuando la notificación llegó, su corazón latió de una forma diferente. Fue una puerta que no esperó poder abrir tan pronto.

Aún no se animaba a asomarse más allá del umbral.

Ahora, sentado en una banca en plena zona del Snowtel, Edgar checaba los minutos del reloj que apenas había cruzado las cinco en punto. Las yemas de sus dedos no dejaban de pasearse por su coronilla, notando la textura seca de sus mechones aplastados como si fuesen un pastel de hojaldre a punto de resquebrajarse.

En un acto reflejo, navegó en su celular llegando hasta esa publicación de Emz. Los comentarios llovían debajo de la imagen, incontables chicos respondían lo mucho que deseaban comprarle todos los helados que ella quisiera y cumplir sus incontables caprichos como si de una fantasía inalcanzable se tratase.

Un extraño escozor se instaló en su pecho mientras leía.

—Vaya… no creí que en serio aparecerías.

Fue tan grande el asombro que casi dejó caer su celular, el escozor rápidamente se transformó en una náusea momentánea y luego en un mareo. Todo en cinco segundos. A Edgar le tomó como otros diez en poder desenredar la lengua y hablar mejor que un niño de tres años.

—Um… yo te dije que te invitaría a tomar unos helados…— Aunque no acostumbraba a ser cabizbajo o hablar pausadamente, esta vez la timidez lo estaba ganando por goleada. —No podía faltar…

A pesar de la increíble rapidez en la que galopaba su corazón, Edgar finalmente levantó la mirada del suelo hasta los ojos de Emz. La sensación fue como probar un caramelo muy dulce y ácido, que se derrite al apenas rozar la lengua y que estaciona su sabor en toda la boca. Similar a una explosión en miniatura.

La expresión con la que se encontró describía una emoción que Edgar no entendía. Emz alzaba ese músculo bajo la venda donde deberían estar sus cejas y tenía los labios separados dibujando una sonrisa chueca. Ella pasó la punta de su lengua por sus incisivos y dejó salir un indicio de risa que no terminó de formularse.

—¿Qué te pasó allí…?— Su largo y fino dedo índice decorado con un anillo de filigrana dorado y con uñas oscuras apuntó al rostro de Edgar. —Es la primera vez que veo eso.

Edgar contuvo la respiración.

—¿Ver qué?

—Eso, tu frente. Y tus ojos, los dos juntos. Siempre has tenido dos ojos, ¿no?

—¿Tiene algo de malo?— Inútilmente intentó acomodar su pelo. La curiosidad que se instalaba en Emz en ese momento no era algo que podría haber previsto. Sí, debía impresionarla según sus planes y el consejo de Colette, pero no tanto.

—Ah… es raro…— Emz amagó con tomar su teléfono y Edgar leyó el gesto: le iba a tomar una fotografía. El acto reflejo de encogerse hizo que Emz retrocediera. —Quiero decir, no es raro malo, es raro… del no malo.

—¿Raro del no ser el Edgar de todos los días?— Citó de memoria las palabras de su hermana que se habían impregnado en el fondo de su cerebro. También mentalmente se abofeteó a sí mismo, por si acaso.

Emz chasqueó los dedos y la risa finalmente tomó forma, deslizándose con gracia por el aire hasta bendecir los oídos de Edgar.

—No dejas de impresionarme…— ella se secó una lágrima falsa mientras meneaba sus regordetes mechones ondulados para atrás, tan coqueta como siempre —Primero me escribes un mensaje cuando menos me lo espero, luego cumples y te apareces para acompañarme, y ahora has cambiado hasta tu peinado. ¿Todo por unos simples helados?

Había un error textual en esa frase de allí.

—No, no sólo por unos simples helados— Edgar corrigió —Sino porque es una cita… ¿No es así?

—Ah… ¿Una cita? En ese mensajito tú no especificaste una cita.

A Edgar no le dió tiempo de esquivar el veneno, se coló a través de sus venas, contaminando la sangre hasta llegar al corazón. Un micro infarto. La muerte asegurada en cuestión de un segundo.

—Entonces… ¿No lo es?— apenas su voz resonaba fuera de sus labios.

—¿Estás dudando?

Emz acomodó hacia el hueso de su cadera la pequeña cartera con cuernos que hacía juego con sus vestimentas en rosa y púrpura, guardó el móvil y cerró su mano alrededor de la muñeca de Edgar. Toda su circunferencia cabía incluso entre el pulgar y el índice. Edgar tragó duro, como si estuviera obligado a comerse una masa seca y rasposa.

—La verdad es que creí que vendría sola como siempre— poco a poco, Emz fue guiándolo camino a la heladería. Los pies de concreto de Edgar fueron ablandándose tras cada paso que daba —De todos esos bastardos que me llenan de mensajes, esta es la primera vez que alguien cumple su promesa de acompañarme.

Un alivio extraño se estacionó en el pecho de Edgar, pero él de todas maneras abrazó el sentimiento.

—¿O sea que todas esas fotos de citas que subes…?

Emz carcajeó y para Edgar fueron notas musicales inigualables.

—¿Pensaste que eran citas de verdad? Anda, dime en cuál fotografía viste a algún tipo acompañándome más allá de mi vejestorio tío Mortis que le gusta atragantarse con sándwiches de todo tipo.

Edgar intentó hacer memoria, no recordaba ver a nadie más en todas las fotos de Emz comiendo en restaurantes, disfrutando de postres o probando caramelos. Se mordió el interior de la mejilla para reprimir una sonrisa.

—Tienes razón.

—Así que revisas mis fotos, ¿eh? Atrevido.

El sonrojo trepó por su rostro, un mechón diminuto se aflojó sobre su frente en un vano intento de que su flequillo cubriera sus vergüenzas.

Si así se sentía una primera cita, Edgar no sabía si aguantaría muchas más. Pero si era por Emz, por estar a su lado, por tener que dejarse tomar de la muñeca y dejarse arrastrar hasta el mostrador de la heladería. Y que al momento de ordenar, darse cuenta que además de él, ella es la única que le gusta el sabor de cerezas con pasas…

Así se sentía…

Si es por escuchar su risa y ver el rostro que pone cada vez que su cabello se peina de un modo diferente. O ver cómo de ablandan sus gestos a medida que el tiempo entre ellos pasa casi desapercibido.

Es el sentimiento más… impresionante.

Si es por ella, por Emz, compraría mil helados y cumpliría todos sus caprichos. También obligaría a la loca de Colette que lo ayude nuevamente en las próximas mil citas que sin duda le llegarán.


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