Capítulo 10: La confesión


Aferrada con fuerza del frasco, Kasumi apenas puede abrir los ojos. Satoru la trae sujeta de la cintura como un costal. Corre rápidamente sobre las tejas de los edificios mientras ella mira cómo la gente comienza a salir de sus casas a echar un vistazo a lo que se suscita entre las calles de Gifu. Una maldición se desvanece sobre su nariz, cuando Satoru desenvaina su katana y la corta justo en medio de su núcleo, tan rápido que para Kasumi no ha sido más que un parpadeo.

En un santiamén, las maldiciones más rápidas van detrás de Satoru y Kasumi, saltando de tejado a tejado, como una jauría de lobos. Ella no lo sabe con certeza cuando echa un vistazo hacia atrás y ve una maldición que se extiende como una tarántula, igual de peluda, pero con un torso casi humano donde tendría que estar su cabeza. Contiene un grito al verlo saltar hacia el siguiente tejado clavando sus patas con fuerza, haciendo volar las tejas y haciendo colapsar la mitad de la casa frente a ella.

Satoru no se detiene, corre directo hacia la enorme maldición y Kasumi echa un grito cuando él salta y clava su espada en medio de su cuerpo. La rebana de arriba abajo hasta que sus pies tocan el suelo y se detiene un instante a mirarla.

—Esa cosa, la están siguiendo —dice Satoru, confirmando sus sospechas—. No vayas a soltarlo, o de lo contrario podríamos estar en mayores problemas.

¿Más problemas que esto?, se pregunta Kasumi aferrándose con fuerza del último frasco.

El samurai la toma de la mano y vuelve a echarse a correr. Kasumi voltea sobre su hombro sólo para ver un sinfín de maldiciones amontonándose entre las calles persiguiendo cuanto civil y soldado encuentren a su paso. Repentinamente él vuelve a abrazarla y de un salto se aferra de las tejas de una cantina, son el filo de su espada atrapado entre sus dientes.

Cuando ganan suficiente distancia, Satoru se detiene y deja que los pies de Kasumi toquen el suelo, sobre el techo de un edificio de tres pisos. Pero aún tiene una mano aferrada de su cintura, como si en cualquier segundo alguien fuera a arrebatársela y no estuviera dispuesto a dejar esa oportunidad abierta. Ambos miran a lo que era la casa de Kamo-sama. Las maldiciones aún caen desbordando las ventanas, esparciéndose por las calles como hormigas.

Seres deformes de todas clases invaden las calles entre soldados y hombres, mujeres y niños, corriendo hacia las afueras de Gifu. El rostro apenado de Kasumi ve los rostros horrorizados y, cuando está a punto de suplicarle a Satoru que los ayude, él estrecha de su cintura como si supiera lo que está a punto de decir.

—Son demasiados, incluso para mí —le dice, mirándola a los ojos—, y me cuesta un poco admitirlo.

Su rostro acongojado no parece necesitar más explicaciones, la respuesta está al alcance de sus ojos. La ciudad está completamente condenada.

Ella asiente y él toma su rostro con su mano libre; acaricia suavemente su cuello con la punta de sus dedos y con la palma de su mano acuna su mentón. Le sonríe suavemente, como si eso pudiera darle algún consuelo.

—¿Te hicieron daño?

—No… —dice ella, repentinamente falta de aliento. Su pecho se llena de una sensación nueva y extraña al sentir su piel acariciando la suya y por un instante parece olvidarse que a pocos metros de distancia se suscita una masacre.

El hechizo se rompe cuando él gira su mirada hacia la calle y suelta su rostro. La toma con fuerza nuevamente y vuelve a correr. Kasumi envuelve sus manos con fuerza sobre el frasco, intentando no perderlo tras cada súbito salto de Satoru, hasta que finalmente la deja sobre el suelo en medio de la calle y desenvaina nuevamente su katana.

Las marionetas de Kokichi están por todos lados, pero Satoru las ignora y corre directamente hacia una maldición que se lanza contra el carpintero al encontrarlo descubierto. La corta a la mitad justo cuando Kokichi se cubre con sus antebrazos.

La figura de una maldición alargada de cuatro patas y dos cabezas cae al suelo y desaparece pocos segundos después.

Kokichi no puede evitar mirarlo con cierto rencor a pesar de que acaba de salvar su vida, pero su gesto se desdibuja cuando nota la presencia de Miwa. Ella los ve interactuar un instante; cuando Satoru posa su katana sobre su espalda y le sonríe a Kokichi para decirle 'de nada', de la forma más arrogante posible. Tal camaradería la deja ciertamente desconcertada.

Él lo ignora y camina hasta ella con un gesto ligeramente esperanzado, muy diferente a la mayoría de expresiones que le vio hasta el momento. Pero se detiene y vuelve a fruncir el entrecejo al acercarse y notar lo que Kasumi trae firmemente entre las manos.

—¿Qué mierda es eso? —le pregunta mientras una gota de sudor frío cae por su frente, incapaz de pasar por alto la cantidad de energía maldita que emana de su interior.

Kasumi abraza el frasco una vez más, aprieta los labios sin saber exactamente cómo explicar todo lo que pasó dentro de esa casa en tan poco tiempo.

—Quería preguntárselo antes, pero estábamos un poco ocupados —dice Satoru parándose junto a ellos dos.

—Esto es… algo que tengo que cuidar.

—Eso no es ningún juguete, Kasumi. Las maldiciones que se liberaron en Gifu vendrán por él. Es muy peligroso, tenemos que exorcizarlo lo antes posible.

Los ojos de Kasumi se agigantan al escucharlo y retrocede instintivamente, aferrándose a Sanso como si fuera un bebé. Niega por un instante hasta que Kokichi se acerca a ella extendiendo las manos. ¿Ahora estos dos están de acuerdo en algo?

Antes de que la mano de Kokichi pueda posarse sobre su hombro, Kasumi retrocede. La espada de Satoru se blande junto a su oreja cuando una maldición aparece de la nada junto a su pecho, apuntando una de sus extremidades directo al frasco. Kasumi se voltea a ver a Satoru terminar de exorcizar la maldición y luego ambos la miran de esa forma acusatoria que no le agrada en lo más mínimo.

—¡Ustedes no lo entienden! ¡No es sólo una maldición!

—No importa lo que sea, Kasumi… Lo que importa es que no dejarán de perseguirnos mientras lo tengas contigo.

—Tiene que haber otra manera… —susurra, aflojando su abrazo.

—Por favor, sólo dáselo… No tenemos mucho tiempo —continúa Kokichi y señala con el mentón a la calle.

A lo lejos Kasumi ve una estampida dirigiéndose a ellos y, con el corazón acongojado, extiende el frasco a Satoru. Se da media vuelta incapaz de verlo con sus propios ojos y espera con los ojos apretados hasta que finalmente Gojo murmura.

—No puedo —dice y Kasumi se voltea perpleja.

Él tiene el útero maldito en la palma de su mano y lo mira con curiosidad y repentinamente se sonríe. Mete la curiosa esfera amorfa dentro del frasco nuevamente y se lo entrega a Kasumi ante sus perplejos ojos.

—¿Cómo que no puedes? —pregunta Kokichi alzando una ceja.

Satoru se encoje de hombros.

—Existen algunos objetos malditos que son imposibles de exorcizar. Lo mejor que podemos hacer es sellarlo con pergaminos y llevarlo a un templo en el que esté seguro y fuera del alcance de maldiciones. Ahora sólo podemos alejarnos de la ciudad, lo suficiente como para que pueda crear un velo que encierre a las maldiciones y permita que los humanos salgan.

—¿Puedes hacer eso? —pregunta Kasumi en un tono de admiración que rápidamente la desconcierta. Intentando volver a sus cabales, se aclara la garganta y continúa—. Por favor, hazlo. Quizás no podamos salvar a nadie, pero al menos algunas personas podrán escapar.

—Claro que puedo —responde con confianza y una sonrisa que la deja muda.

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Montados sobre sus caballos, en lo alto de una colina, Satoru mira con un gesto ausente la ciudad de Gifu. Un par de nubes oscuras se extienden hacia el cielo, apenas se pueden ver desde su posición las llamas. Lo que sí puede ver es un aura maligna extendiéndose a lo largo y ancho de las calles, atravesando los puentes que se elevan sobre los tres ríos principales que cortan la ciudad. Los puentes de Gifu caen, uno tras otro. Aún a kilómetros de distancia se escuchan los sollozos de los lugareños.

Satoru levanta una mano y hace una seña, pronuncia un encantamiento y frente a los ojos incrédulos de Kasumi y Kokichi, un manto oscuro se eleva desde el cielo, deslizándose como un líquido espeso hasta caer sobre los límites de la ciudad.

Oguri avanza unos pasos, Kasumi observa su hechicería con la boca abierta y a lo lejos ve un joven salir corriendo a través del velo para voltearse a ver una maldición atrapada dentro.

—No será eterno, el velo durará al menos hasta media noche. Después de eso las maldiciones serán liberadas.

—¿Y qué se supone que tenemos que hacer? —pregunta Kokichi

—Si el antiguo consejo siguiera en pie… Convocarían a los mejores hechiceros del país para lidiar con esto. Los chamanes de menor jerarquía serían enviados a las ciudades aledañas, como un seguro de emergencia. Pero, dadas las circunstancias, no creo que a Naoya le interese lo que pasó aquí. En todo caso el clan Kamo enviará a sus mejores chamanes, aunque la ciudad ya está completamente perdida.

—¿Eso quiere decir que estas personas serán abandonadas? —pregunta Kasumi.

—Si el clan Kamo no hace algo al respecto, entonces sí. Gifu se encuentra ubicada en un sitio estratégico para el comercio, así que… quizás… pero no estoy seguro.

Kasumi recuerda inmediatamente el nombre de aquella persona. No se había dado cuenta hasta ahora.

—Kamo-sama… —susurra Kasumi y Satoru se voltea.

—Tenía mis sospechas… —responde y vuelve sobre sus pasos para subirse sobre Oguri, quitando las riendas de las manos de Kasumi.

—¡Oye! ¡¿Qué estás haciendo?!

—Mi trabajo, Kokichi-kun. Kasumi tiene en sus manos una maldición de grado especial que terminará atrayendo consigo muchas más. Tengo que estar cerca de ella… Además —dice, estirando su cuello hasta que sus palabras acarician la oreja derecha de Kasumi—, tal vez de esta forma ella me recuerde más rápido.

Satoru abraza a Oguri con sus pantorrillas, haciéndolo avanzar y detrás de él Kokichi lo sigue atentamente.

—Tenemos que darnos prisa, el templo de Utahime no está muy lejos de aquí. Tal vez ella pueda ayudarnos con la maldición. Luego… iremos a Otari con tus hermanos.

La espalda de Kasumi apenas toca el pecho de Satoru tras cada paso que da Oguri, no es hasta que acelera dejando atrás a Kokichi que termina reclinada contra él, abrazando firmemente a Sanso.

Ella aún no entiende del todo bien por qué su nombre fue el primero en el que pensó mientras estaba atrapada dentro de la casa de Kamo. Cuando creyó que moriría allí encerrada, su rostro llegó a su mente y la certeza de que él sería quien la salve no le dejó espacio para ningún tipo de duda. Ahora, con él detrás de ella siente que finalmente puede respirar y todo el cansancio que había acumulado las últimas noches hace que su energía se desvanezca y simplemente se deja acunar entre sus firmes brazos.

Al ponerse el sol, a kilómetros de distancia de Gifu. Satoru detiene el paso de Oguri. Kokichi y los caballos están detrás de ellos. Él aún los puede sentir siguiéndolo. Debe estarlo maldiciendo en la distancia por haberse aprovechado así de la situación.

Tras bajarse del lomo de Oguri toma a Kasumi por la cintura, como ya lo había hecho en otras ocasiones, pero esta vez es diferente. Ella está sonrojada y callada, evade su mirada y puede ver claramente la forma en la que traga cuando su delgado y níveo cuello se mueve.

En medio de la noche, Satoru toma su mano y ella levanta la mirada. Sus grandes ojos azules ya no parecen temerle y eso lo hace sonreír. Toma el frasco entre sus manos y luego busca entre sus cosas hasta encontrar un pergamino.

—No es el sello adecuado, pero servirá por el momento —le dice mientras coloca el pergamino sobre la tapa de madera del frasco y luego se lo devuelve.

—Es humano… —susurra Kasumi—, o al menos la mitad de él lo es.

—No lo dije antes… porque teníamos que salir de Gifu, pero estás cubierta de sangre —le dice, toma nuevamente su mano cubierta de escamas de sangre seca y la lleva hasta un pequeño río no muy lejos de dónde se detuvieron.

La obliga a separarse del frasco, dejándolo en el suelo y se agacha con ella junto al río. Toma sus manos y las limpia mientras ella lo ve de reojo. Él no ha dejado de sonreír en todo el camino. Lo observa sutilmente, esperando que él no se de cuenta. Y mientras él limpia sus manos sucias ella se encuentra absorta en la forma de su perfil. Su pequeño corazón se estremece, no por el frío de la corriente, ni por la brisa gélida, sino por él. Kasumi sabe que este hombre despierta un sentimiento extraño en su interior, aunque aún no sabe por qué.

Cuando él levanta la mirada y la ve a los ojos, su corazón martillea con fuerza y siente su pecho llenarse por completo, intoxicada de su bella mirada. Luego él levanta una mano y toca el mechón de cabello que Kamo le cortó.

—Se ve bien… —le susurra—. Cuando te conocí tenías el cabello negro y opaco. Este se ve mucho mejor, combina con el color de tus ojos. ¿Por qué lo escondías? ¿Acaso no te gusta?

Kasumi suelta las manos de Satoru y evita su intensa mirada, siente que si sigue mirándolo a los ojos su corazón terminará explotando. Ve al río y escucha su pacífico cause, y luego piensa un momento más.

—Nunca me ha gustado…

—¿Por qué?

—Porque no es normal.

—Supongo que el mío tampoco.

Kasumi se voltea a él, como si acabara de caer en cuenta cuán particular él es. Mira su cabello brillando como plata bajo los rayos de la luna y luego vuelve a bajar la mirada.

—Quizás lo llevas con tanta confianza que es lo último que uno nota de ti.

—¿No te gusta mi cabello?

—¡N-No dije eso!

—Entonces, sólo no te gusta llamar la atención, ¿cierto?

—Sí… creo que eso es.

—Hay algunas familias de hechiceros, como la familia Gojo, que heredan ciertas particularidades físicas. Tal vez en tu familia… tengas algún antepasado así.

—No lo creo… Mi madre dijo que papá era un pescador que murió en altamar. Ella sólo era una campesina.

—Bueno… ahora que lo mencionas…

—¡Oye! ¡Tú! ¡Me dejaste kilómetros atrás! ¡Con TU caballo! ¿Qué es lo que haces a solas con ella? ¿Acaso piensas aprovecharte otra vez?

—¿Otra vez?

—¡No he olvidado que la atacaste cuando se bañaba en el río!

—¡Ey! ¡Eso no es cierto! Eso solo fue un accidente.

—Sí, claro, un accidente. ¿Por quién me tomas?

—Sólo estábamos conversando, Kokichi-kun. Tranquilo, te prometo que no le pondré un dedo encima. ¿Acaso piensas tan mal de mí?

—¿Quién te dijo que podrías llamarme por mi nombre?

Justo cuando Kasumi comenzaba a alegrarse de que ambos estuvieran siendo cordiales con el otro. Kasumi suspira, toma el frasco con Sanso en su interior, y camina ignorando la discusión para regresar sobre sus pasos y comenzar a levantar un improvisado campamento.

La noche es fría y cruel. Ni siquiera la fogata que tienen los tres frente a ellos es suficiente. Kasumi tiembla y la punta de su nariz se torna rosada, cubierta de una manta, se abraza a sí misma escondida tras el imponente tronco de un sauce. Satoru y Kokichi la miran de reojo, ambos completamente helados hasta los huesos hasta que el samurai se pone de pie, camina hasta ella y se sienta a su lado.

—Si estamos juntos no tendrás tanto frío.

Kasumi lo mira, asombrada por su cercanía. Bajo las mantas lleva una mano hacia su corazón mientras le pide mentalmente que se detenga. Sin embargo, no lo detiene, sabe que tiene razón que tienen más chances de no morir congelados si se mantienen juntos.

Al voltear su rostro ve a Kokichi un poco más lejos, con el entrecejo fruncido y su mirada perforando el rostro de Satoru.

—Ven, tú también tienes frío —le dice suavemente.

—Vamos, Kokichi-kun, puedo hacer un lugar para ti también.

Él parece meditarlo por un instante, rechinando los dientes. Le basta tan sólo unos segundos para ponerse de pie. Ha estado temblando durante los últimos minutos y siente el frío calándole los huesos. Camina hasta Kasumi y se sienta a su lado, con los labios apretados se apoya contra su brazo y siente el calor de su propio cuerpo encenderse con más fuerza que la hoguera.

Lo único bueno es que al menos ha dejado de llover.

Eventualmente el cansancio les gana a los tres, sus cabezas terminan inclinadas junto a la persona que tienen a su lado y el calor de sus cuerpos les ayuda a descansar por lo que parece ser un instante, cuando el sol sale del otro lado del horizonte y Kasumi abre los ojos.

Lo primero que ve al abrir los ojos es a Sanso; el frasco ubicado frente a ella y, a su lado, la hoguera apagada. Apenas puede moverse con Kokichi a su derecha y Satoru a su izquierda, ambos cruzados de brazos completamente dormidos. Ella lo ve de soslayo, primero a uno y luego al otro. Pero termina malgastando sus últimos segundos en Satoru. Tiene el rostro cansado, como si no hubiera dormido en días. Tiene bolsas bajo los ojos y su piel se ve particularmente pálida, como un fantasma. A pesar de todo, ha demostrado ser extremadamente fuerte, después de todo, aún en este estado logró librarse una decena de soldados y maldiciones por igual.

Los recuerdos de Shinmachi hacen que su estómago se cierre, no tiene ningún sentido para ella haber confiado tan ciegamente en él tras recordar esas horrorosas escenas. Sin embargo, sentada allí con él dormido a su lado, no encuentra en su interior el más mínimo deseo de salir corriendo.

Repentinamente él abre los ojos, la atenta mirada de Kasumi viaja con él mientras lo ve poniéndose de pie para tomar la empuñadura de su espada. En total silencio, Satoru desenvaina como si hubiese dormido con un ojo abierto toda la noche.

Kasumi mueve su hombro sin decir nada, intentando despertar a Kokichi, quien abre los ojos justo en el momento en el que un brazo alargado y una voz rasposa hace eco sobre sus oídos. En un instante, arroja a Kasumi al suelo y la espada de Satoru se agita sobre sus cabezas, exorcizando una maldición que se había acercado a ellos cautelosamente.

En el suelo, Kasumi mira el rostro sonrojado de Kokichi. Él la ve a los ojos por un instante, su mirada repleta de pánico y unas palabras atragantadas en la boca. Se levanta rápidamente y se aleja de ella como estuviera encendida en llamas y luego voltea a Satoru, que lo mira enarcando una ceja.

Satoru se agacha hacia Kasumi y le extiende su mano.

—Ya hemos descansado demasiado, las maldiciones seguirán apareciendo mientras más nos demoremos. Vamos, andando.

Kasumi toma su mano y él la ayuda a ponerse de pie.

—¿A dónde nos dirigimos exactamente? No has dicho una sola palabra sobre por qué los hermanos de Kasumi están en otro pueblo. Puedes gastar al menos unos minutos en dar una o dos explicaciones, ¿no crees?

Kokichi se pone de pie, sacude su ropa y se cruza de brazos junto a Kasumi, mirando con determinación a Satoru.

—Cierto… Bueno, esperaba que Kasumi me recordara para este momento y no fuera necesario darle ninguna explicación. Pero bien, qué remedio… Hace poco menos de dos meses el emperador murió… Desde entonces el clan Zenin ha tomado el trono, ahora Naoya Zenin se hace llamar shogun. Lo que quiere decir que ha desplazado también al concejo regente… Su ejercito atacó Yokohama poco tiempo después y Kasumi envió a sus hermanos al único lugar seguro que conoce, la aldea de su maestro Kusakabe.

—¿Y tú?, ¿qué tienes tú qué ver con sus hermanos?

—Eso es algo que no te concierne.

—Pero a mí sí —interrumpe Kasumi—. Yo sí quiero saber por qué quieres a mis hermanos.

Satoru suspira.

—Hay… una gran posibilidad de que alguien esté detrás de ellos. Tu tía Nami recibió dinero de los soldados durante el ataque al puerto…

—¿¡Qué!? ¿Nami-san?

—Ya habíamos tenido antes esta conversación, es un fastidio tener que repetir todo. Ahora vamos, rápido, suban a los caballos. Quiero encontrar al menos una aldea para no morir congelados esta noche. Cuando esto se calme te daré todas las explicaciones que quieras, pero ahora no es momento de quedarse a conversar.

Le incomoda de sobremanera ver a Kasumi asentir y aceptar su ayuda para subir nuevamente al lomo del caballo blanco, para luego verlo a él subiendo detrás de ella. Kokichi se sube a su caballo, tomando las riendas del otro que el samurai dejó atrás y sigue sus pasos, quedándose atrás nuevamente.

Lo ve susurrarle cosas al oído y a ella aceptando tímidamente sus avances. De vez en cuando ambos se voltean a verlo por encima del hombro, y a él le da la sensación de que se preguntan si sigue ahí, o si simplemente lo dejaron atrás.

Horas y horas de viaje pasan frente a sus ojos, sintiéndose completamente fuera de lugar. Ella ha caído completamente en su hechizo, aunque no lo recuerde, aunque no sepa nada de él. Lo sigue casi como por inercia y una parte de él le dice que Satoru es sincero, pero se niega a aceptarlo. El resentimiento que le genera verlo tocándole los brazos, acariciando su hombro con la excusa de ahuyentar el frío, no lo deja casi respirar.

La ve en la distancia, como si la estuviera perdiendo frente a sus ojos, aunque estos sentimientos extraños y posesivos no tienen ninguna base. Apenas la conoce, es una desconocida que salvó de la muerte y en un abrir y cerrar de ojos se decidió a ir junto con ella hacia dónde fuera que los llevara la carretera.

Su pecho se siente pesado, cuando llegan a lo alto de una colina y miran desde lejos la entrada a otra ciudad.

Satoru ve atentamente a los soldados que custodian la entrada a la ciudad, amurallada. Tira de las riendas de Oguri para detenerlo y mira casi sin expresión la resguardada ciudad de Nagoya. Cansado, baja de su caballo para estirar las piernas y se sonríe, su gesto empañado de ironía.

—No creo que pueda pasar esa muralla…

—Entonces Kasumi y yo pasaremos allí la noche.

—No podemos dejarlo aquí. ¡Se morirá de frío!

—No puedes entrar a la ciudad con esa cosa horrible —menciona Satoru, levantando un dedo acusador hacia Sanso—. Cualquier maldición que nazca en la ciudad irá por él, ¿crees que Kokichi-kun pueda hacer algo si los atacan?

—Podemos dejar la maldición contigo y ya que eres tan bueno en esto, no creo que tengas problemas para encargarte.

—¿Me dejas la mejor parte? Dormir congelado esperando que venga cualquier maldición a atacarme, qué chico tan caballeroso resultaste ser.

—Es mi culpa que tengamos que sellar a Sanso…

—¿Esa cosa horrenda tiene nombre? —pregunta Satoru genuinamente perplejo.

—Se lo puso su madre…

—Espera, ¿t-tiene madre? —pregunta Kokichi.

—Bueno, ¡eso no es lo que importa ahora! Lo importante es que es mi culpa que ahora tengamos que encargarnos de él. Por eso no puedo permitir que Satoru-san pase la noche aquí con Sanso. En todo caso, me quedaré aquí con él y tú puedes ir a la ciudad. No tienes que dormir a la intemperie por mi culpa.

—No voy a dejarte sola con él.

—Entonces quédate con nosotros —responde Satoru—. Creí que después de haberte salvado la vida confiarías un poco más en mí, pero veo que malgasté mi energía —Se ríe al verlo apretar los dientes y fruncir el rostro—. Sólo bromeo, no te lo tomes tan en serio —dice, revolviéndole el cabello hasta que Kokichi le quita las manos de encima con un gesto brusco—. Creo que no vamos a llegar a un acuerdo.

—Creo que no —musita Kasumi.

—Bueno, hay otra opción. Pero no es una que quisiera usar ahora… —dice Satoru—. La verdad es que estamos en problemas. Si el clan Kamo ha reforzado la vigilancia en las ciudades cercanas… eso sólo quiere decir dos cosas, la primera es que el ejército del clan Zenin está muy cerca, la segunda es que alguien envió la noticia de mi presencia en Gifu y están buscándome a mí.

—Aún no nos dijiste por qué te están buscando.

—Estamos hablando de otra cosa en este momento, Kokichi. Por favor, no me interrumpas. En fin, como decía… Lo más probable es que nos encontremos con esta misma situación en la ciudad siguiente… y si las temperaturas siguen bajando, no tendremos muchas opciones. Además, con esa cosa que traes ahí… cualquier chamán que esté en la ciudad va a encontrarte, Kasumi. La prioridad es llevar eso al templo de Utahime, sellarlo y ocultarlo en un lugar seguro.

—Pero… No estamos muy lejos de Otari, ¿cierto? Y si el ejército del clan Zenin está cerca eso quiere decir que…

—Que tus hermanos están en peligro ahora.

—¡Tenemos que ir a Otari de inmediato!

—Lo sé, pero ¿qué hay de Sanso? No podemos exorcizarlo y tampoco podemos abandonarlo aquí. Si una maldición toma posesión de él… podríamos provocar el nacimiento de una maldición de grado especial.

—Espera —dice Kokichi—, dijiste que había otra opción.

—Sí… —dice y suspira—. Hay un conjuro, pero requiere una cantidad muy grande de energía maldita. Estamos hablando de tres personas, tres caballos, una carreta repleta de marionetas malditas y un… Sanso. Transportarlos a la aldea de Utahime me dejaría… no lo sé, nunca lo intenté con personas y objetos malditos al mismo tiempo. Es un poco riesgoso… ya que no sé lo que encontraríamos del otro lado. Si los soldados del clan Zenin están ahí… no sé si tendría la energía suficiente para volvernos a transportar a otro sitio, o si quiera defendernos.

—Entonces… no hay nada que podamos hacer, ¿cierto?

—Sí lo hay… —dice Kokichi.

Ambos se voltean a él, ven su mirada pasearse por el suelo como si buscara la decisión que le falta. Luego, junta aire en el pecho y levanta la vista para ver a los ojos a Satoru.

—Yo iré a Otari y buscaré a los hermanos de Kasumi. Ustedes vayan a sellar esa maldición, creo que causará más problemas mientras no lo solucionemos cuanto antes. Mientras tanto, yo seguiré el viaje.

—Kokichi… ¿harías eso?

La mirada de Kasumi es tan intensa que no puede ni sostenerle la mirada por un par de segundos. Sus mejillas se sonrojan y aprieta los labios. Su corazón se siente magullado dentro de su pecho, como si alguien le hubiera dado un golpe directo a esternón. La preocupación en su mirada fue suficiente para hacerle tomar esta decisión, aunque le está costando mucho responder a su última pregunta. Finalmente, cuando ya ha reunido suficiente valor, levanta la mirada y ve directo a los ojos de Satoru.

—La mantendrás a salvo, ¿cierto? Si encuentras problemas donde esa sacerdotisa, cuidarás de ella. ¿Puedo confiar al menos en eso?

Satoru asiente con el rostro serio, luego sonríe.

—Te doy mi palabra de samurai, si falto a ella tendré que suicidarme.

—Si faltas a tu palabra no será necesario que lo hagas, yo lo haré por ti.

—Claro… bien, entonces aquí es dónde nuestros caminos se separan. Si al llegar a Otari crees que deban moverse, ve a la isla Awashimaura, te encontraremos ahí.

—¿Qué hay en esa isla?

—Un par de amigos. Ellos cuidarán de ustedes hasta que lleguemos.

Kasumi da un paso hacia Kokichi, le entrega el frasco a Satoru y sin dudar estrecha a Kokichi contra ella en un fuerte abrazo. Hace un gran esfuerzo por contener las lágrimas y luego le sonríe.

—Gracias por todo lo que has hecho por mí, algún día encontraré la forma de pagarte por todo. Cada uno de tus favores… los pagaré. Te lo prometo.

—No lo hago para que me debas nada… Yo sólo… quiero… hacer esto por ti.

Satoru no pierde el tiempo y vuelve a trazar sobre el suelo su encantamiento, dibuja las runas sin prestar demasiada atención de las palabras conmovedoras que se profesa la pareja a su lado. Debe admitir, aunque le cueste un poco de trabajo, que le alivia un poco tener a alguien más de su lado.

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En un pequeño plato a su lado, humea el incienso recién encendido; es un aroma que siempre le ha gustado, desde pequeña. El sol baja entre el bosque de bambú, entrando por su ventana llenando el ambiente austero de su luz anaranjada y rojiza. Toma su tetera y se sirve delicadamente una tasa tras un día agotador, las tareas del templo no son pocas para una sola persona y aunque le gustaría tener un ayudante, disfruta bastante de su soledad.

Mira por la ventana con una ligera sonrisa, los pájaros cantan irrumpiendo el silencio de forma agradable.

Tras el primer sorbo de té, ella sonríe. Siente el calor de la infusión recorrerle el cuello y su sabor dulce le hace suspirar. Repentinamente su taza cae al suelo y se quiebra cuando siente una fuerte corriente de energía maldita junto a su templo y se pone de pie de un salto. Alertada, corre a tomar su arco y flecha para salir a las afueras y apuntar su flecha directo a la energía.

Un rostro sonriente la saluda del otro lado del estrecho pasaje hacia su templo.

—¡Utahimeee!

La voz de Satoru se escucha fuerte, cantando su nombre con tanta emoción que incluso los pájaros que anidaban cerca del templo salen volando del espanto.

El rostro de Utahime se retuerce de sólo verlo, baja su arco y flecha. Una pequeña queja sale de entre sus labios mientras él se acerca, pero su gesto se borra casi de inmediato al ver que no viene solo. Satoru tira las riendas de su caballo con una joven muchacha montada sobre él.

Cuando están al pie de las escaleras del templo, se detienen.

—¿No vas a saludar a un viejo amigo?

—¿¡Amigo!? ¡La última vez que estuviste aquí casi incendias el templo!

—¿Aún guardas rencores por eso? Es historia antigua, además, el templo no se ve tan mal. Quizás le hacían falta las remodelaciones.

Del pecho de Utahime brota una sensación sofocante que le llena el pecho de impotencia y le hace apretar tanto los puños que podría quebrar su flecha a la mitad. Pero la sensación disminuye cuando la muchacha se baja del caballo y, a diferencia de Satoru, se presenta cordialmente con una reverencia.

—Lamento que hayamos venido a molestarla, Utahime-san. Mi nombre es Miwa Kasumi y… he venido a pedir su ayuda.

Intrigada por sus palabras, el estrecho agarre que tiene sobre sus armas cesa. Ve la forma en la que se baja del caballo y busca entre sus cosas. Su corazón se encoge al sentir la presencia maligna que ella sostiene casualmente entre sus manos. La pequeña criatura que tiene en su interior se mueve, flotando en un líquido ámbar. Saliva se amontona en su boca de sólo verlo y traga. En pocos segundos se da cuenta de todo; Gojo Satoru no pudo haber llegado a su puerta con una maldición de este calibre si hubiera podido exorcizarlo por sí mismo. Utahime baja los hombros y suspira.

—Entren.

Kasumi abraza con fuerza el frasco con Sanso en su interior. Parece dudar por un momento sobre si está haciendo lo correcto o no, hasta que Satoru posa una mano sobre su hombro. Ella levanta la vista solo para encontrarse con una sonrisa paciente y cálida que inevitablemente la hace sonrojar. Como si le hubiera dado el ánimo que necesitaba, Kasumi da un paso adelante y sube las empinadas escaleras hasta el templo.

Al llegar, Utahime levanta los trozos de una taza rota con cuidado y se levanta dejándolos a solas por un momento. Kasumi mira los alrededores, aunque no hay mucho qué ver. Se sienta junto a Satoru, frente a la pequeña mesa salpicada de té y una tetera blanca.

Poco después la sacerdotisa regresa con un par de tazas más. Se sienta en silencio, limpia cuidadosamente la mesa y dispone las tazas frente a ellos para luego servirles el té con una delicadeza que Kasumi no había visto en su vida.

El aura del templo está tan limpia que incluso el aire se respira mejor. La expresión apacible de Utahime le trae calma y, cuando finalmente termina de tomar el té la mira a los ojos.

—¿Alguno de ustedes piensa explicar qué hacen en mi templo con esa maldición entre las manos?

Por un instante Kasumi siente un destello de ira brillando en sus ojos castaños, su mirada rencorosa posándose en Satoru. Pero él no parece notarlo en absoluto, toma la taza de té sin decir una palabra y bebe ignorando lo que le ha preguntado. Luego él la mira a ella.

—Ni si quiera yo sé de dónde salió esa cosa horrible.

—Bueno… —comienza Kasumi, sus dedos repentinamente apretados contra el recipiente—. Hace poco… conocí una mujer. Ella… es la madre de esta maldición. Creo que Sanso…

—¿Sanso? —pregunta Utahime.

—Ese es su nombre —responde Satoru.

Apenada por el rostro desencajado de la sacerdotisa, Kasumi continúa.

—Sanso es mital humano, mitad maldición. Hay más de ellos, su… padre… se fue con los demás. Creo que son ocho en total… eran nueve, pero… uno de ellos murió.

—¿Qué clase de enfermo haría algo así?

—¿El nombre Noritoshi Kamo te suena? —pregunta Satoru y Utahime contiene el aliento.

Su expresión serena se ha borrado por completo. Tiene las cejas fruncidas y mira con atención al ser que yace entre las manos de Kasumi.

—Ya veo… ¿Es todo lo que sabes?

—Espera —interrumpe Satoru—, ¿dijiste que 'uno de ellos murió'? ¿Cómo? Este es imposible exorcizarlo.

—Bueno… el otro… No era como este… Era físicamente igual que una maldición ordinaria, pero él… pensaba y sentía como un humano. Era inteligente y durante el tiempo que pasé con él noté que tiene un vinculo muy fuerte con sus hermanos y su madre.

—¿Por qué ese era diferente a los demás? —pregunta Utahime y Kasumi se encoge de hombros.

—No lo sé…

Satoru se acaricia la barbilla.

—Tal vez el feto debe pasar por un proceso para llegar a su forma final. Quizás el cuerpo humano de su madre no fue capaz de terminar su gestación, por eso nació así… Es como un bebé prematuro, o algo por el estilo.

—Jamás vi algo así… Ni supe sobre alguien capaz de concebir una maldición. Ni siquiera en todos mis años de estudio supe de algo parecido. Tenemos que sellar su poder lo antes posible…

—Utahime… ¿crees que podrías hacer algo por nosotros primero?

—¿Qué es?

—¿Podrías darnos algo de comer? El té está delicioso, pero si no comemos algo ahora vamos a desmayarnos.

—¿Realmente comer es una preocupación más grande para ti que encargarnos de sellar una maldición de este calibre?

—No dirías eso si fueras tú la que hubiera estado comiendo mordiscos de carne deshidratada y estofado de nada más que setas y hongos.

El estómago de Kasumi parece reaccionar de sólo escuchar la mención de sus últimas comidas. Su barriga protesta ayudando indiscretamente al caso de Satoru y ella se lleva instintivamente las manos a su ombligo.

Utahime los mira a ambos, de uno en uno, con un gesto reprensible. El rostro abochornado de Kasumi le hace desistir de lo que está a punto de decir y luego de juntar un poco más de paciencia en el interior de su pecho, se levanta a punto de volver a suspirar.

—Si una sola maldición se acerca al templo en busca de esa cosa será exclusiva responsabilidad de ustedes dos. Cualquier destrozo que ocasionen también lo será. Prepararé algo para comer y mañana por la mañana veré qué puedo hacer por ustedes. Si vamos a sellar esa maldición, no se quedará aquí. Es demasiado peligroso… Así que tú, Satoru, tendrás que encargarte de llevarla a un lugar seguro. No voy a lidiar con las consecuencias de tener algo tan poderoso oculto en mi propio templo, ¿entendido?

—Entendido —dicen ambos como dos estudiantes al unísono.

Tras terminar de tomar el té, Kasumi es rápida para caminar detrás de Utahime y ofrecerle sus más sinceras disculpas, así como también su ayuda para preparar la cena. La sigue por los corredores amplios del templo, mirando por las ventanas el espeso bosque de bambú. La luz brilla como una esmeralda a través de todo el verde que su pupila alcanza a ver. Se da cuenta tras un corto tiempo que no hay nadie además de ellos tres en el templo, pero no dice nada. Aún está avergonzada por haber llegado aquí con semejante problema literalmente entre las manos.

Utahime se mueve delante de ella con la espalda recta y las manos entrelazadas debajo de su kimono blanco. Se mueve como si estuviera flotando sobre la madera del suelo, sin hacerlo rechinar. Kasumi se da cuenta de su torpe manera de caminar de sólo verla, sabe que probablemente ha pasado años entrenando su postura para moverse así. Su cabello negro está sujeto de un lazo blanco, se ve suave y brillante. Si es realmente capaz de sellar la maldición que trajo bajo el brazo, se volverá una de sus más fervientes admiradoras.

Al llegar a la impoluta cocina, Utahime le muestra en dónde guarda los vegetales y enciende el fuego para calentar agua en un par de cacerolas. Kasumi se arremanga rápidamente y toma un cuchillo.

—Y ustedes dos, ¿cómo se conocieron? —le pregunta suavemente la sacerdotisa, su voz digna de un ser mágico.

Kasumi se detiene a pensar, no sabe realmente qué contestarle. No sabe si repetirle la historia que él le contó o si debería decirle que la primera vez que lo vio, ella estaba desnuda, bañándose a orillas del río.

—La verdad es que no lo recuerdo. Me di un fuerte golpe en la cabeza y desde entonces he tenido problemas para recordar algunas cosas.

—¿Te sientes bien?, ¿fue algo reciente?

—Estoy bien, fue hace unas semanas… Pude recordar algunas cosas, no las que yo quisiera. Pero estoy bien, la herida ya se cicatrizó.

—Hay algunas formas de recordar cosas que uno creía olvidadas.

—¿Un conjuro?

—No, es algo mucho más simple —dice, cortando una zanahoria en trozos—. ¿Alguna vez comiste algo que te hizo recordar a tu infancia? ¿O escuchaste una canción que te trajo algún recuerdo, sobre la primera vez que la escuchaste? A mí en particular, me sucede con los olores. Puedo recordar la primera vez que me enseñaron a servir el té con el aroma del jengibre. Es como si estuvieran de la mano, con solo oler su aroma las imágenes vienen a mi mente. ¿Lo has intentado?

—No… aunque tampoco sabría qué aroma buscar, o qué comida probar para poder recordar.

—Pregúntaselo a Satoru. ¿Ninguna de las cosas que te dijo te sirvió para recordarlo?

—Sólo algunas… aunque… quisiera poder recordarlo todo.

—He sabido de personas que han perdido los recuerdos tras un golpe fuerte, o por algún evento en especial. Usualmente… los recuerdos no tardan mucho en regresar. He tratado algunas personas que han venido al templo con tales afecciones.

—¿Y ha tenido éxito en ayudarlos a recordar?

—En algunos casos, cuando los recuerdos se pierden por un evento en específico… la mente se niega a devolverlos. Pero lo hace sabiamente… hay cosas que es mejor no recordarlas. En otros, como es el tuyo, muchas veces la meditación ayuda. En la noche te daré incienso, enciéndelo y medita antes de dormir. ¿Lo haz hecho alguna vez? ¿Meditar?

—No… creo que nunca lo he hecho.

—Bueno, no es difícil, cualquiera puede hacerlo. Sólo siéntate cuando estes sola y despeja tu mente. Lo primero que debes hacer es concentrarte en tu cuerpo y lo que sientes, en las manos, la piel, el estómago. Cuando hayas logrado eso, simplemente debes respirar. Respira profundamente y centra tu atención en la forma en la que el aire entra y sale de tu cuerpo. Seguramente… tu mente divague cuando lo hagas, es normal. Tu mente irá a diferentes sitios, así que no seas dura contigo misma si te cuesta concentrarte. Sólo debes darte cuenta que estás divagando y volver a centrar tu atención en tu respiración. Después… cuando domines eso, busca en tu mente eso que quieres recordar. Pero recuerda… debes hacerlo con calidez hacia ti misma. No te presiones ni castigues si no consigues el resultado que esperabas tras un intento.

Kasumi sonríe mientras escucha las palabras de Utahime. Su rostro sereno cambia radicalmente cuando la voz de Satoru irrumpe en la habitación. Sus pasos estridentes le hacen nacer una vena sobre la frente y una arruga entre las cejas.

—¿Por qué tardan tanto?

Los gritos de Utahime la aturden, pero no interrumpe el intercambio entre ellos dos. Su dinámica no le parece demasiado cortés para un par que supuestamente son viejos amigos. Continúa cocinando, cuando un recuerdo similar llega a su mente. Sus hermanos solían discutir así de vez en cuando. Es algo normal para niños de su edad, y para ella, muchas veces cansada tras un largo día rebuscándoselas para llevar comida a casa, era algo de lo más normal. Muchas veces llegó a ignorarlos por completo, apagando su cerebro simplemente para seguir trabajando sin perder los estribos.

Tal vez Utahime tiene razón, piensa al final del día cuando ambas sirven la comida sobre la mesa. Tras su último día en medio de la carretera, y unos cuantos más viajando con un clima incremente, no hay nada que aprecie más que un plato caliente y un techo bajo su cabeza.

Después de lo que conversó con la sacerdotisa, no puede evitar mirar a Satoru de reojo. Su perfil, su nariz recta y su piel blanca, su sonrisa, son hipnóticas. Cualquier mujer, quizás excepto Utahime, creerían que es un dios andando sobre la tierra. Su calor y su mirada son demasiado familiares como para dejar esos recuerdos en el olvido. Aún siente que hay algo que le falta, esa pieza del rompecabezas de su vida.

Una vez sola y bajo las precisas instrucciones de Utahime, Kasumi enciende el incienso en un pequeño plato que deja junto a ella antes de sentarse en medio de su habitación. Hay algo que se le ocurrió, cuando Satoru dejó su ropa para darse un baño y ponerse algo limpio.

Sentada en medio de la penumbra cierra los ojos y percibe con atención la sensación sobre la punta de sus dedos. Es extraño en un principio, y se siente un poco tonta al hacerlo, como aquella vez cuando era pequeña y Kusakabe le enseñó a punta de golpes en la cabeza a controlar su energía maldita. Se siente casi igual, el cosquilleo de su piel, la energía moviéndose lentamente dentro de su cuerpo, escucha el latir acelerado de su corazón y por un instante divaga, preguntándose por qué se siente de esa manera. Luego frunce el entrecejo e intenta volver a relajarse. Inspira, mantiene el aire dentro de sus pulmones, luego inspira y repite el proceso una y otra vez.

Al cabo de unos minutos de silenciosa meditación, la mente de Kasumi viaja hasta aquel día. El día en el que tres brabucones le robaron sus últimas monedas y su pesca del día. Recuerda sus rostros y lentamente vuelve algo en lo que no había pensado antes, uno de ellos traía una maldición sobre el hombro. Tras exorcizarla, le perdonaron la vida y ella… regresó a casa.

Las crueles palabras de su tía vuelven a su mente, inundándola de una sensación amarga. Casi puede volver a sentir los golpes que le dio ese día, pero más dolorosas son aún las cosas que le dijo. Luego supo que ella había golpeado a Sochi y…

—Ese día decidí que nos marcharíamos… —susurra Kasumi, su voz llena de amargura. Sus ojos se llenan de lágrimas antes de volver a juntar aire en los pulmones.

Al menos ya recuerda un poco más de su pasado. Fuego y gritos colman su mente, un caballo saliendo apresurado y una espada apuntando en su dirección. El calor sofocante del fuego pareciera rozarle la mejilla cuando el primer piso de su casa colapsó. Y luego, recuerda su sonrisa brillando entre la noche, bajo la luz de la luna. Sus ojos cubiertos y sus palabras inundan su mente. Ese día intentó suicidarse y Satoru dobló su daga como una bola de papel.

Kasumi abre los ojos y mira la prenda que tiene entre las manos. Se le llena el rostro de pudor, se siente tan tonta que está a punto de dejar todo de lado, pero su mente intrigada no se lo permite. Lleva el kimono de Satoru hacia su rostro e inspira su aroma.

Con los ojos cerrados, siente su corazón golpeando dentro de su pecho como si estuviera a punto de estallar. Su mente viaja en todas direcciones, pero lo colma sus pensamientos es él, recostado y ella a su lado. Su pecho sirviéndole de almohada y ella misma, absorta en el vaivén de sus respiraciones.

Como si estuviera oculta en esa choza que se mece con el viento, Kasumi recuerda dormir junto a él, tocando su rostro, acariciando su frente. Uno a uno, van apareciendo después, el sonido de su risa, sus palabras tan duras respecto de su idea sobre una muerte prematura, las luciérnagas, las aguas termales, el palacio de Ichigo. Todo vuelve a ella como una estampida de la que no puede escapar. Incluso lo más pequeño, como la forma en la que le gustaba acariciarle la cabeza, o esa última pregunta que le hizo antes de caer de la cascada.

'¿Te gusto?'

Con la piel erizada, Kasumi finalmente entiende el por qué de este sentimiento que le llena el estómago, la razón del intenso palpitar de su corazón. Ahora sabe por qué cuando está cerca de Gojo Satoru toda su piel se siente caliente hasta las orejas. Es porque ella está completamente cautivada por él, por la forma en la que la toca, por la manera impetuosa como la protege. Y aún si no hiciera todo eso, el simple sonido de su voz la deja helada. No tiene que hacer absolutamente nada más que mirarla con esa intensidad que solo él posee para dejarla sin habla.

Todo este tiempo eso que perseguía ella dentro de sí misma, era él.

Kasumi se pone de pie, inquieta por lo que acaba de descubrir. Necesita verlo de inmediato, como no lo viera hace meses. Sale de su habitación en medio de la noche hasta encontrar a Utahime sola, bebiendo una taza de té en tranquilidad.

Con la taza pendiendo frente a sus labios, la ve llegar con el rostro acongojado.

—Utahime-san… ¿dónde está Satoru?

—Salió a tomar aire hace un momento, dijo que le desagradaba el olor de mi incienso… Es tan irrespetuoso, es un incienso de muy buena calidad. Él no sabe apreciar el… ¿Kasumi?

Su andar apresurado, su cabello suelto brillando bajo la luz de la luna. Kasumi corre en su busca casi sin aliento, recorre los senderos hechos de tablas de madera dispuestos a lo largo del bosque de bambú. Camina hasta verlo a solas, parado observando la luna creciente.

Él se voltea y la ve por encima de su hombro, esboza una suave sonrisa que hace a los sentimientos de Kasumi renacer mágicamente dentro de su estómago, llenando su pecho con una sensación cálida y asfixiante. Kasumi traga saliva y lo ve como si estuviera detrás de un oasis en medio del desierto, como si él pudiera simplemente desaparecer.

Con ambas manos sobre sus rodillas, Kasumi se detiene. Su rostro completamente ruborizado y unas palabras luchando por salir de entre sus labios. Su corazón siente con tanta intensidad que, si no lo dice ahora, siente que simplemente explotará.

Él se acerca a ella, camina unos pocos pasos hasta que Kasumi vuelve a respirar con normalidad y lo ve a los ojos. Sus ojos celestes parecen ser capaces de lanzarle un encantamiento tan certero que no puede dejar de mirarlo. No puede evitar maravillarse nuevamente de su sonrisa. No puede evitar que sus pulsaciones viajen dentro de su cuerpo en todas direcciones. Su olor, su calor, su cercanía, todo eso la envuelve hasta que las palabras salen de su boca sin meditar por un solo segundo.

—¡Ya lo recuerdo! —dice, apretando sus pequeños puños blancos—. ¡Ya lo recuerdo todo! ¡Recuerdo…! Recuerdo ese día, cuando atacaron Yokohama y… recuerdo cómo me salvaste de aquella maldición. Recuerdo el palacio de Ichigo y… cómo me rescataste de él también. Recuerdo el viaje y las adivinanzas, recuerdo que dijiste que te ganarías mi confianza y también lo que sucedió en Shinmachi. Recuerdo las aguas termales y recuerdo cuando caíste por el veneno del arma de Maki Zenin. Lo recuerdo todo… recuerdo también… que desde hace un buen tiempo… mi corazón late con fuerza cada vez que te veo, o cuando pones una mano sobre mí. Recuerdo ahora… por qué siento que algo me falta cuando no estás a mi lado. Eso es porque… porque siento algo por ti que no puedo terminar de comprender pero que está aquí, en el fondo de mi corazón. Y… aunque temo qué pueda pensar de mí después de todo lo que acabo de decir, siento que si no hago esto… creo que… ¡Mi corazón no podrá soportarlo un minuto más!

Kasumi repentinamente toma la ropa limpia de Satoru y se pone de puntas de pie para besar suavemente los labios de Satoru.

Es tan efímero el roce de sus labios y tan arrebatadora su confesión, que Satoru se queda sin palabras. Doblegado por las manos pequeñas de la muchacha que tiene frente a él, se agacha y deja que sus bocas se toquen por un instante hasta que ella decide soltarlo y lo ve a los ojos.

El corazón de Satoru late con fuerza bajo su garganta y repentinamente traga. Su rostro ruborizado, sus ojos sorprendidos. Sin pensárselo demasiado, con la mente totalmente en blanco. Satoru toma los hombros de Kasumi y la besa como sólo él sabe hacerlo.


Hola lectores! Espero que estén muy bien y aún más espero que hayan disfrutado leyendo este capítulo tanto como yo escribiéndolo. Finalmente pasó lo que venía esperando desde que empecé a escribir. Decidí publicar este capítulo hoy, quizás publique el siguiente el sábado próximo, dependiendo qué tan rápido avance con el capítulo 13 que es el que estoy escribiendo actualmente. No quiero hacer promesas que no pueda cumplir.

Al fin Kokichi se marchó dejando a la pareja principal a solas, que la fuerza te acompañe Kokichi, nos veremos más adelante. Ahora llegó Utahime que, si bien no es de mis personajes favoritos de la serie, quise incluirla porque creo que su habilidad será necesaria en el futuro.

Otra cosa que no mencioné en el capítulo anterior es que los nombres de los úteros malditos son los verdaderos nombres que tienen en la serie, no estoy segura de dónde salió esa información, pero en las fuentes que consulté salían los mismos nombres. No es Itadori, es uno de sus hermanos el que Kasumi tiene en su poder. No sé estoy segura aún si Choso aparecerá más adelante, pero al menos las bases están para que sea incluido en la trama.

¿Qué les pareció? Me muero de intriga de saber si este capítulo fue de su agrado. Nos leemos!