N.A.: He dejado algunos detalles sobre un futuro fic de Edgar y Emz, a ver si lo termino algún día :s Disfruten 3
Nostalgia y lluvia
Los planes no siempre salen como uno desea. Tras un fuerte diluvio que azotó todo el perímetro del parque, Edgar y Emz decidieron pasar la tarde en la casa de Mortis en vez de ir al cine.
-Día 2: Películas-
Edgar no sabía si el diluvio que cayó sobre su cara de emo con delineado chueco fue cuestión de mala o buena suerte.
Diría mala suerte porque se había empapado tanto que sentía que sus botas eran esponjas y que su cabello perdía forma de cabello para convertirse en un puercoespín.
Pero también tuvo suerte de que las entradas que había reservado ayer por la tarde eran reembolsables ya que no habían pasado las cuarenta y ocho horas necesarias para invalidar la garantía. Aunque se llevaba un deje de disgusto consigo porque su cita con Emz estaba prácticamente en ruinas.
Sin embargo, aún le quedaba algo de esperanza de recuperar el día con ella.
El agua caía sin parar allá afuera e inundaba a cada pobre alma —o tonto, como él— que se atreviera a poner un pie en la intemperie. Con una toalla rosada descansando por sus hombros, Edgar siguió a Emz por todo el pasillo lleno de cuadros antiguos hasta llegar a uno de los salones dentro de la gran casa de Mortis, allí descansaban dos sofás formando una enorme ele, siendo separados de un televisor mediano por una mesa de caoba ya un poco resquebrajada por el paso de las décadas.
—Mi tío no me deja usar la televisión grande de su habitación, así que sólo tenemos esta— Emz resopló claramente descontenta por tener que limpiar el polvo que estaba por toda la superficie de la televisión en forma de caja. Edgar dudaba si era a color o no. —¿Te importaría si…?
A Edgar le tomó unos segundos entender qué sucedía hasta que Emz le señaló con el mentón para que conectase la clavija del televisor a la corriente. Mientras él obedecía sin rechistar, ella desenredaba unos cables que en la punta tenían una forma extraña que Edgar jamás había visto.
—¿Y eso qué es?— preguntó tras encender la televisión, el ruido que hizo el aparato fue similar a arrojar arena o sal gruesa sobre un plato de porcelana.
—Una videocasetera, nunca la has visto ¿no?— Emz dio unos golpecitos a una caja rectangular que descansaba debajo del televisor, en un hueco en la parte superior del mueble. Edgar negó y ella carcajeó por lo bajo —¿Ni siquiera cuando viviste con tu hermana aquí?
Edgar negó de nuevo, pero esta vez con el entrecejo fruncido. Recordó esas veces en su infancia cuando con Colette intentaban colarse a cada rincón de la casa de Mortis, por lo que éste, para castigarlos, los encerraba a cada uno en su propia habitación por más que llorasen a moco tendido. Pues Mortis, además de odiar a todo ser que soltara lágrimas y caminara descalzo por los pasillos, era un cínico con la paciencia pendiendo de un hilo de lino.
Así que, por más que Edgar y su hermana hayan pasado la mayor parte de su infancia viviendo bajo el mismo techo que Mortis y su fiel aliado Frank —quien solía consentir a todos con pan casero de banana—, claramente entre sus memorias de crío no se hallaba ni un registro sobre casetes de películas o un reproductor con perillas en vez de botones.
—Lette y yo nos la pasábamos jugando y leyendo en nuestras habitaciones todo el día, ni siquiera conozco la recámara de Mortis, teníamos prohibido ir por allí sin su permiso.
—Wow, qué infancia tan aburrida…— Emz dijo sin mirarlo, su atención estaba completamente dirigida al lío entre los cables.
—¿Y tú…? Me imagino que no fuiste aburrida al igual que yo.
El silencio que siguió luego de ello hizo que a Edgar le cueste un poquito respirar adecuadamente. Cuando Emz desenredó los cables se dirigió a Edgar con una sonrisa desentendida.
—Normal. Me gustaba sacar fotografías a bichos muertos. Y cuando llovía, así como hoy, me gustaba hacer barcos de papel y verlos navegar hasta que se hundían.
—¿Fingías que eran piratas?— por su bien, Edgar ignoró el primer dato.
—Fingía que yo iba allí, que eran mis barcos cruzando el océano. Creía que si navegaba me iría lejos de casa y tendría la tranquilidad que necesitaba. ¿Has conocido alguna vez el mar?
—No más allá de las costas de Starr Park.
—Sabes que esas son playas artificiales, ¿no?— Edgar asintió —¿Quisieras ver el mar algún día?— él asintió de nuevo —Bien. Te llevaré a ver el mar de verdad algún día, tendremos una cita en las costas.
Por la pared hacia la izquierda, paralelo a la puerta, descansaba un ropero de cuatro puertas con detalles en color vino. En las primeras dos puertas había abrigos que no veían la luz hace siglos, tras disculparse Emz abrió la tercera puerta y allí halló las cajas llenas de videocasetes que cargaban consigo más años que cualquiera de ellos dos.
—Huele a nostalgia— comentó Emz antes de empezar a revisar caja por caja —¿Te apetece alguna temática en específico?
Edgar se acercó a ella y también comenzó a hurgar entre los casetes oscuros con etiquetas de adhesivo escritas a mano.
—¿Algo de mares y piratas?— sugirió él. La risa de Emz sonó algo melancólica, pero no por ello menos hermosa. —O quizás algún clásico.
—Aquí hay más casetes que estrellas en el cielo. Vamos, elige sólo una.
—¿Sólo una? Si afuera sigue lloviendo así de fuerte nos dará para ver dos o tres películas. ¿Qué te parece?
Emz dejó de lado las cajas y dirigió toda su atención en Edgar. A él le provocó cosquillas su mirada.
Afuera llovía y llovía. Y en las calles se abría el mar que esperaban algún día presenciar.
—Pues, no creo que escampe pronto. Así que tenemos aquí mucho por explorar.
