Mi boda con el Demonio (1ª parte)

La niebla caía como una sábana sucia sobre el silencioso cementerio, convirtiendo todos los perfiles en líneas difusas y todas las siluetas en acechantes seres surgidos de las sombras. Blaine MacBean se estremeció y se arrebujó en el gastado cuello de piel de marta que coronaba su enorme y viejo abrigo. La mujer, que con gran pesar estaba dejando muy atrás la treintena, miró temerosa a su alrededor. La vieja bruja le había asegurado que siempre funcionaba, siempre que se hiciera cumpliendo escrupulosamente el ritual, se dibujaran bien los símbolos y la sangre fuese fresca.
Echó otro vistazo a su alrededor. Con aquella espantosa humedad, iba a acabar agarrando un resfriado. Desde luego, no podía estar más indignada. Una mujer de su alcurnia, perteneciente al noble clan de los MacBean, obligada a esperar en aquellas condiciones… el hecho de que estuviese arruinada y sin más servicio que un criado cojo y una doncella jorobada y tartamuda en un castillo que se caía a pedazos no era justificación para semejante trato. Todo lo que necesitaba era presentarse mañana en el cumpleaños de su viejo y adinerado tío para que sus apuros económicos desaparecieran. Ninguna mujer de la familia debía soportar esas condiciones… pero el viejo ávaro no le daría ni una libra partida si no se presentaba con un marido decente… Ah, por fin! Al fondo, cerca de la tapia del cementerio, le pareció adivinar que alguien se acercaba.

El recién llegado surgió de entre la niebla como sale el pus de un forúnculo. Miró a la mujer con una desagradable sonrisa en la que mostró una dentadura más podrida que su abuela e hizo una burlona reverencia.

¿Es usted quien quiere cambiar su alma por un marido, señora?- dijo el duque infernal Hastur

¡Por supuesto! ¿Acaso ve, memo zarapastroso, a alguna otra dama por aquí muy a menudo?- repuso Blaine con la voz de soprano que su robusta humanidad le proporcionaba- ¿No tiene vergüenza ni educación? Llevo una eternidad esperando aquí… ¡y con este tiempo espantoso! El servicio es pésimo, y quiero que conste que estoy muy descontenta hasta ahora con él.

Hastur, a quien el chaparrón había pillado de sorpresa, alzó las manos conciliador. Realmente, lo que quería en ese momento era arrancarle la cabeza a la gorda y jugar a los bolos con sus huesos, pero no estaba el Consejo Oscuro para tonterías y perder un alma en un trato iba a gustarles aún menos que un puñado de hormigas caníbales en los calzones. Y menos después de que su estúpido subordinado, Crowley, hubiera disuadido a una suicida de cometer su propósito, lo cual hubiera mandado su deprimida alma derechita al infierno. El Consejo le había pedido explicaciones a Hastur, y Hastur se las había ofrecido inmediatamente sacándolas a palos de las costillas de Crowley. Pero aún así, él estaba en el punto de mira, así que tenía que hacer las cosas muy bien.

Sonrió de nuevo con lo que él entendía por amabilidad, consiguiendo dar el aspecto de que se había tragado un sapo venenoso, y miró a la humana.

A ver… andamos un poco escasos de personal de cruces de caminos y el aviso de la suplencia me ha llegado hace menos de diez minutos… la subida es larga…

¡Eso es problema suyo! ¡Yo quiero zanjar este asunto ahora mismo! Necesito un baño y un té con pastas para poder entonar mi delicado cuerpo juvenil…

El demonio levantó una ceja "necesitas un saco de pienso y un charco de barro, so foca" pero no dijo nada. Se limitó a buscar en su raído guardapolvos y a sacar del mismo un pergamino enrollado con manchas de moho y una pluma negra. Le ofreció la pluma a la mujer y después desplegó el pergamino.

De acuerdo entonces. Según este contrato, en el mismo momento en que firme, obtendrá un marido conveniente con el que podrá presentarse en sociedad para ser respetada y gozar de todos los privilegios que una mujer noble casada tiene. A cambio, cuando su tiempo acabe, cederá su alma al infierno – el emborronado pergamino sólo tenía libre el espacio para la firma; todo el resto estaba cubierto por una escritura picuda y apretada difícil de descifrar. La mujer le miró con desconfianza- Es el resumen de lo que pone, quitando tecnicismos y formalismos y algún otro ismo más. Pero si prefiere leerlo, adelante. Aunque parece que va a llover en breve…

Oh, cielos, lo que faltaba.- miró con severidad el cielo negro- En realidad, tan solo quiero aclarar un punto. Sé que estoy en mi perfecto derecho, y además, lo mínimo por el retraso es que me quede satisfecha.

Aclarar… eh, por supuesto, dígame…- Hastur tragó saliva. Odiaba que los humanos le preguntaran por los tramposos contratos, y más que él no era un experimentado demonio de los cruces de caminos, que se sabían mil trucos para engañar a los hombres. Los tíos eran tan buenos que eran capaces de mandarte a la mierda consiguiendo que te ilusionaras con el viaje- si puedo ayudarla…

La boda. Quiero que me aclare el tema de la boda. Porque yo quiero casarme, y por supuesto de blanco.

¿Bo…boda? Pero… no necesita un marido para mañana?

Por supuesto, pero la noche es joven. No voy a renunciar al día más feliz de mi vida… o la noche, en este caso.

Hastur se sintió perplejo. El marido que pensaba proporcionarle a aquella vacaburra no podía pisar una iglesia…y mucho menos, recibir un sacramento…Aunque, por otro lado…

Disculpe usted un momento… tengo que hacer una consulta sobre eso – sin más, el demonio fue tragado por el suelo lleno de musgo del cementerio, dejando a una indignadísima Blaine atrás.

La mujer aún no había gritado ni la cuarta parte de lo que quería cuando Hastur volvió a surgir de las entrañas de la tierra con un desagradable sonido de expulsión.

Arreglado. El vestido corre de nuestra cuenta. Tan solo tiene que firmar, el novio ya está esperando en la iglesia del cementerio – de nuevo, Hastur le tendió la pluma, y esta vez Blaine, sonrojada y exultante, firmó el contrato.

Hastur sonrió diabólicamente y el pergamino desapareció envuelto en llamas. Luego miró a la mujer y le ofreció su brazo izquierdo.

Si no le parece mal, dadas las circunstancias y mi… eh, vinculación con el novio, yo mismo la conduciré al altar – por cortesía demoníaca, las ropas de Blaine se habían tornado en un opulento vestido de novia.

A pocos pasos la pequeña capilla que se utilizaba para la misa de difuntos, recortada contra la oscuridad lúgubre, parecía una farsa como las fachadas de cartón que se utilizan en el teatro. Tenía la puerta abierta, y la luz del fuego de las velas salía por ella recordando ligeramente a la boca de un horno. Pero cuando Hastur dejó a la señorita MacBean en la puerta, cuidando bien de no poner ni un pie en el umbral, ella vio al fondo, junto al altar en el que un oscuro sacerdote aguardaba, la figura alta y delgada de aquel que iba a ser su esperado esposo. Entonces las pocas reticencias que le quedaban desaparecieron y se encaminó, atronando con sus tacones las losas del suelo, con paso marcial al altar.

A Crowley, que todavía estaba un poco afectado por la última reunión con su jefe, casi le da un infarto cuando vio a semejante ejemplar dirigirse a su encuentro, sintiéndose como un pavo en Nochebuena.

La luz de la chimenea se reflejaba en las copas de vino que habían quedado teñidas con el precioso color del Ribera del Duero gran reserva que Aziraphale había extraído de sus bien surtidas bodegas. Crowley vació de un trago lo que quedaba en su copa para refrescarse la garganta y Aziraphale aprovechó para preguntar.

Entonces, ¿eras tú el novio que le había prometido el infierno a la mujer? Pero… ¿como es posible que estuvieras en la iglesia?- los ojos azules del ángel estaban muy abiertos por el asombro, sin dar crédito a la historia que su demonio estaba contándole sobre esos años en los que se perdían la pista el uno al otro- ¿Y que hubiera un cura?... en nombre del Cielo… ¿Cómo ibas a casarte siendo un demonio?

Angelito, debes saber que para cumplir un trato, el Infierno tiene autorización para hacer casi cualquier cosa…- repuso Crowley acomodándose de nuevo en el sillón tras rellenar de nuevo su copa y la de su pareja. Cerró los ojos un momento disfrutando del calor del fuego, y luego prosiguió- Salvo unas pocas cosas que no se pueden pedir porque el universo entero se vendría abajo, se puede hacer lo que sea. Que un demonio se case es una simple tontería… y el cura también vino de abajo... Pues anda que tenemos pocos en el infierno…De esos, de abogados y de empresarios, nunca faltan.

Por tanto, sí se consumó la boda, ¿correcto?

Correcto.

Así que, técnicamente, estás casado- Aziraphale le miró con congoja-

No, técnicamente estoy viudo.

¡Oh, cielos! Es verdad…Pobre mujer, y pobre…- el ángel bajó la cabeza, apenado por Crowley, que parecía tan fresco con su vino- Y… fue un… quiero decir, ¿Qué le ocurrió a ella?

Eso…- la luz del fuego se reflejó en los extraños iris reptilianos del demonio- es otra historia…

Mi boda con el Demonio (2ª parte)

Bien, pues ten la bondad de proseguir con la segunda parte de tu historia, querido. – repuso Aziraphale, tras unos minutos de cortesía para que el demonio descansara la voz- No serás tan desconsiderado de guardar silencio ahora…

Pero ángel, no entiendo el porqué de tanto interés…- Crowley se encogió de hombros y miró al ángel, que compuso un enfurruñado mohín para que no dejara su historia a medias. Incapaz de soportar ver disgustado a su pareja, el demonio suspiró y prosiguió resignado- …fue poco menos que una farsa; en realidad, lo que se le tenía que haber proporcionado a Blaine era un humano, no un demonio. De hecho, Hastur no cumplió el trato correctamente, y todo por el cabreo que tenía conmigo…

La novia, que ocupaba todo el espacio entre los bancos de la diminuta capilla, avanzó con paso solemne hacia el altar. Los ecos que levantaba al caminar rompían obscenamente el silencio del cementerio. Apretaba con fuerza el ramo de claveles amarillos y dedaleras que había recogido justo del umbral. Estaba muy nerviosa, pero una mujer de su alcurnia no podía comportarse como una estúpida jovencita pueblerina el día de su boda, de modo que, para controlar el temblor de las manos, apretó aún más las flores. Ni siquiera había mirado aún a la cara a su futuro marido, pero cubierta por el velo y con la emoción de saber que por fin iba a dejar atrás su odiada soltería, sentía como si todo a su alrededor se hubiera vuelto borroso y el tiempo caminara a la vez muy deprisa y muy despacio.

Pero estaba orgullosa de su autocontrol. Cuando estuvo lo bastante cerca, observó con cierto disgusto que el novio, muy delgado, vestía de un negro elegante, pero riguroso. Incluso la flor que llevaba en el ojal era una pequeña rosa negra. Demasiado negro para una boda, demasiado delgado para ser su marido, pensó hurañamente antes de mirar al sacerdote, que ya estaba murmurando las palabras del enlace. Pero eso ya lo arreglaría ella, faltaba más.

Apenas escuchó lo que decía el padre con voz lúgubre, pensando en la entonación que le daría al "si, quiero" para que las primeras palabras que escuchara de ella su marido no le dieran una impresión equivocada. Quería que supiese desde un buen principio que las decisiones tenían que pasar siempre por ella, y que no iba a tolerar que sus ideas y costumbres fuesen puestas en tela de juicio. Estaba pensando en que momento iba a poner claros los términos de la noche de bodas cuando se dio cuenta de que el sacerdote le dirigía una mirada vacía. Acababa de preguntarle.

Sí, quiero – dijo, tras una breve pausa para prepararse. Cualquier general hubiese envidiado la autoridad de su voz

Y tú, Anthony J Crowley, ¿aceptas a esta mujer como tu legítima esposa, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte os separe?

El chasquido de la madera de los bancos al enfriarse el edificio en la humedad de la noche ahogó el murmullo del novio, perdiendo las verdaderas palabras del mismo ("mi pompero") entre el ruido. Sin embargo, tanto el sacerdote como Blaine dieron los votos por válidos, y el cura selló el enlace con el tradicional "ahora puedes besar a la novia".

En ese momento Blaine se giró hacia su flamante marido y le miró a la cara por primera vez. Lo que vio no fue para nada lo que se había imaginado, y frunció los labios molesta. No es que fuera feo, desde luego, y tendría presencia si no estuviese encogido como un perro apaleado. Esa no era forma de estar en sociedad, y mucho menos en una boda, y si además era la suya propia, mucho peor. Le miró conminándole a estirarse y a sacar pecho, pero su conminación no tuvo efecto apreciable. Era un hombre alto, con una edad adecuada para sus propósitos, pero tan delgado que parecía haber salido de una de esas cabañas de campesinos que labraban de sol a sol. Además de todo esto, su pelo era de un naranja rojizo y su piel muy blanca, recordando a esos insolentes irlandeses que tantos problemas daban. Y sus ojos… sus ojos eran lo más inaceptable de todo. Muchos nobles que ella conocía tenían la esclerótica amarilla, así que eso no le suponía un problema (por supuesto debido a problemas hepáticos, aunque Blaine y sus contemporáneos desconocían en absoluto este dato) pero sus pupilas…eran verticales! Y eso era muy inaceptable, tan inaceptable que a punto estuvo de rechazarle. Ella había entregado un alma soberbia, y el marido que le proporcionaban estaba tísico y con tara! Y para colmo de males, parecía medio bobo, pues no parecía tener ninguna gana de levantar el velo y besarla.

Dio un pisotón al suelo con impaciencia y se levantó ella misma el velo. Blaine hubiese jurado que el novio retrocedía un paso.

Padre, repítale lo que tiene que hacer, pues parece que no estaba escuchando…- gruñó la mujer- espero que sea por la emoción porque si ya empieza a no escuchar lo que digo, mal vamos.

Hijo, besa a la novia. Ya estáis casados…

Eh… si, claro. Claro, si… eh.. la beso.

Apenas Crowley se acercó al rostro de Blaine, ésta le agarró por la cintura y le estampó un beso en la boca con tal fuerza que le dejó medio mareado.

Vivan los novios! – se oyó la voz de Hastur desde fuera de la iglesia. Crowley imaginó que en ese momento un rayo caía sobre su jefe y le convertía en una masa de carne quemada. Emocionada, Blaine agarró al desdichado demonio del brazo y le sacó casi a rastras de la iglesia, donde un pequeño grupo de gente (todos demonios, más los dos sirvientes de Blaine) aguardaban para lanzarles arroz.

Ella pasó exultante entre las dos filas de invitados improvisados, orgullosa y sonriente, sin darse cuenta de que las campanas que sonaban eran las campanas del infierno. Él, arrastrado como un potro de concurso, recibió en la cara una lluvia de arroz lanzado a mala idea.

El arroz tiene que estar crudo, pedazo de idiotas! – gritó, limpiándose disimuladamente con un pliegue de la falda de la novia, grande como la carpa de un circo.

Bah, detalles, detalles…- dijo Hastur, conteniendo a duras penas la risa- Ahora lleva a casa a tu esposa y pórtate como un hombre, muchacho – un carruaje negro aguardaba en la puerta del cementerio; muy probablemente era un coche fúnebre, pues lo conducía un demonio que siempre estaba metido en todo y solía llevarse también casi todos los palos- y no olvides llevarla en brazos al transponer el umbral!

Las carcajadas de Hastur le sentaron peor que las últimas "recomendaciones manuales" que le había hecho hacía diez minutos, cuando le ordenó casarse inmediatamente sin ningún derecho a alegaciones. Una pequeña chispa de justicia divina le hizo sonreír cuando el ramo, que Blaine había lanzado hacia atrás al subir al carruaje, le acertó en pleno hocico.

El trayecto fue breve, pues el pequeño castillo de los MacBean no quedaba lejos del cementerio de la pequeña ciudad. Al coche negro, que olía a cerrado y a moho, le seguía el antiguo y desvencijado carruaje en el que Blaine había ido al cementerio, con sus dos sirvientes que, aún aterrados por la situación, no tenían tanto miedo como si se hubieran negado a cumplir con el capricho de su señora de llevarla al cementerio. El demonio del pescante se entretenía silbando una tonada tabernera y sacudiendo con la punta del látigo las orejas de los caballos, que iban a una velocidad más que respetable, posiblemente deseando librarse del indeseable.

Dentro del carruaje, Crowley iba silencioso y encogido al lado de la opulenta mujer, tanto por el lío en el que le habían metido como porque, literalmente, no había sitio material para otra cosa. Su mirada fue atraída por el anillo que había aparecido en su mano izquierda. No recordaba haberse puesto ningún anillo, ni mucho menos habérselo puesto a ella, pero allí estaban ambos, pues un vistazo le reveló que Blaine también lucía uno en su anular. Sintió un escalofrío en la espalda por la idea que le vino a la mente en ese momento… con una certeza morbosa, comprobó lo que había sospechado; el anillo que él llevaba tenía un sello mágico de sumisión, de modo que mientras no se rompiera, no podría hacer el menor daño a aquella humana, ni tampoco desobedecer sus órdenes. El que ella llevaba, sin embargo, y que ostentaba ahora con orgullo, la marcaba como propiedad del infierno igual que una marca de bruja. Igual que un crotal bovino.

Entretenido en imaginar todo lo que le gustaría hacerle a su jefe, Crowley notó la mirada de medio lado de Blaine, que obviamente esperaba que le dijera algo, y seguramente, algo que una humana calificaría de "romántico". Tragó saliva e intentó sonreír.

Ah… eh… el vestido está muy bien y…

¡Que vestido ni que vestido! ¿A qué estás esperando para darme tu nombre y tus referencias? – dijo ella, airada. En realidad, no sabía nada de aquel individuo tan desagradablemente delgado, y esperaba que al menos, fuera de buena familia - ¿A qué clan perteneces?

Soy… eh… bueno, digamos que mi clan ahora no quiere ni verme, pero…

¡Estoy apañada! ¿No tienes un título nobiliario?

No…- en su momento fue uno de los ángeles más poderosos del cielo, aunque de eso hacía mucho- pero… a ver, Blaine, tú pediste un marido que pudieras presentar en sociedad y así poder pedir fondos a tu familia, ¿verdad? Bueno, por eso no te preocupes, porque el trato garantiza que esa condición se cumplirá. A fin de cuentas, has pagado con tu alma.

¿Cómo sabes lo del trato? –repuso ella, con lo que intentó fuese una mirada airada, aunque Crowley pudo ver una chispa de miedo en sus ojos- Esas son cosas mías en las que un buen marido no debe inmiscuirse…

El demonio pelirrojo sacudió la cabeza y la miró durante un momento directamente a los ojos. Estaba cansado, magullado y desubicado, pero aun así, no dejaba de ser un ser sobrenatural. Y uno bastante mosqueado, en ese momento.

Si quieres, finge que nos hemos conocido en algún baile de sociedad o en el mercado de las flores…da igual, porque no te haré ningún daño en absoluto y tampoco puedo marcharme mientras esté ligado a ti. Pero has de saber que no soy un hombre, sino un demonio - la mujer abrió la boca por el asombro de tal manera que Crowley temió caerse dentro en algún bache- Pediste un marido, y un marido se te ha dado; debo añadir que fuiste muy clara con el sexo en tu negociación… aunque no con la especie.

Eso… ¿eso significa que vas a arrastrarme al infierno y a tortu…-la mujer, pálida, empezaba a darse cuenta de su tremendo error-

No, Blaine. No voy, como ya te he dicho – y luego el que no escuchaba era él, pensó fastidiado- a hacerte ningún daño. Ni puedo, ni quiero hacértelo, de hecho, pues si quisiera me las apañaría. Nadie lo sabrá salvo tú, y además eso me faculta para hacer ciertas cosillas para las que no necesito títulos ni riquezas. A efectos más prácticos… decirte que no encontrarás diferencia alguna con un humano corriente en nada. Con una salvedad. No puedo tener hijos, ya que la semilla de un demonio está maldita y no puede crear vida. Te lo aviso desde ahora, por si estaba entre tus planes.

Blaine iba a replicar cuando el carruaje se detuvo y oyeron la voz de su cochero improvisado.

Hemos llegado, tortolitos! El castillo MacBean!

Mi boda con el Demonio (3ª parte)

Aziraphale dejó con tanta brusquedad la copa vacía sobre la mesa que el cristal crujió y la botella estuvo a punto de caerse. Sorprendido, Crowley, que estaba concentrado contando la historia, se le quedó mirando.

Ángel?

Si, la última vez que me miré al espejo seguía siéndolo, si- respondió con los labios fruncidos en una mueca de disgusto.

Ah… ya… bueno…- el demonio se rascó la nuca mirando la copa maltratada- supongo que es tarde y quizás estés cansado. De todas maneras, me preguntaste si me había casado y es algo que ya he respondido, pero la verdad es que no es una historia muy emocionante…

Claro, ahora vas a omitir esa…lo que esta mujer y tú… - Crowley nunca había visto a Aziraphale tan indignado salvo en una ocasión: cuando el ángel le negó la ayuda para conseguir agua bendita y él le dijo que "confraternizaba" con mucha gente más que podría ayudarle- tu noche de bodas… Claro, primero me ocultas que estuviste casado y ahora pasas por alto que has estado en brazos de…- viendo que se estaba poniendo cada vez más en evidencia, Aziraphale cerró la boca para evitar decir nada más, pero sus labios temblaban, traicionándole.

El demonio contempló a su pareja, dándose cuenta de las señales que no había visto hasta ese momento. Después de 6000 años de amistad y tres meses de unión, aún no habían aprendido a fijarse en el lenguaje corporal del otro…Y es que el ángel había ido tensándose según escuchaba el relato, sintiendo el horror de aquel matrimonio antinatural y la vergüenza de la servidumbre impuesta a su querido demonio. Pero eso no era todo. En el fondo de los ojos aguamarina de Aziraphale brillaba una chispa de fuego poco usual, el fuego verde de los celos. Un sentimiento que los ángeles no podían experimentar, pues estaba muy cerca de los pecados capitales de avaricia y envidia.

Salvo que ese ángel fuese lo bastante c***n como para haber elegido por pareja a un demonio. Salvo que fuese un ángel lo bastante valiente como para gritar: "él es mío y de nadie más, al igual que yo soy suyo y de nadie más". Pese al enfado de Aziraphale, Crowley sonrió y luego se levantó del asiento y le abrazó con ternura.

Ángel…cielo…- murmuró, acariciando los rizos rubios del tembloroso Aziraphale- no estoy ocultándote nada. Ese fraude no puede llamarse matrimonio… todo el ritual fue una burla, igual que una misa negra es una burla de la Eucaristía. El infierno no puede hacer nada auténtico que tenga que ver con el amor… y por supuesto, nuestra unión actual es más sagrada que mil matrimonios que me obligaran a contraer…

Te…- las palabras se ahogaban en la garganta del ángel. Sabía que no debía comportarse de ese modo, ni sentir esa rabia y esa indignación por qué aquel constructor de estrellas que siempre había deseado a su lado había pertenecido a otra persona que ni siquiera le valoraba- … has casado… mil veces?

Pese al nudo en el pecho que sentía al darse cuenta de la intensidad de los sentimientos de Aziraphale, Crowley soltó una pequeña carcajada, cristalina y sin malicia.

Ángel! – le reconvino suavemente besando su mejilla- relájate, por favor. Mira, deja que te cuente el resto de la historia, y luego me dices si era para ponerse de ese modo, de acuerdo?

Blaine bajó del carruaje en cuanto sus criados le abrieron la puerta tan rápido como pudo y sin mirar hacia atrás. Todas sus fantasías de cruzar el umbral de su castillo en brazos de su flamante (y orondo, tal como ella habría querido) marido se le antojaban un completo absurdo. Toda su boda en realidad se le antojaba un absurdo ahora. Se había casado con un monstruo. Había sido engañada.

Entró en el vestíbulo, apenas iluminado por unos pocos candelabros encendidos, pues había que ahorrar, y subió la escalera que conducía a sus aposentos quitándose el velo nupcial. Nada había salido como ella soñaba, y su indignación era enorme. Pero más grandes eran las ganas de llorar. Se sentó en la cama con la mirada perdida, preguntándose si valía la pena…

Entonces oyó que alguien llamaba suavemente a la puerta. Aquello era el colmo. ¿Cómo se atrevían su estúpida criada a molestarla en circunstancias similares? Apretó los dientes y, pese a las lágrimas, su voz sonó casi tan áspera como siempre.

¿Cómo te atreves? No deseo ser molestada, doncella.

No soy la doncella, Blaine. Soy Anthony.

La voz que le contestó la dejó congelada. No conocía a ningún Anthony, pero no podía ser otro que el ser con el que se había casado. Se subió en la cama y se abrazó a la almohada, como una niña con pesadillas.

¡No! No, vete, aléjate, déjame en paz!- dijo con un deje histérico-

Por favor, déjame hablar contigo. Como ya te he dicho, no tienes que temer nada de mí.

Claro, y una vez que te deje entrar te comerás mi alma, ¿verdad? ¿Acaso crees que soy tonta?

Oyó un suspiro procedente del otro lado de la puerta.

Si. Honestamente, si, creo que eres tonta – el demonio podía ver perfectamente en la semioscuridad del pasillo, pero su mirada no podía atravesar la puerta. No obstante, no lo necesitaba para saber que ella estaba boquiabierta en ese momento- Porque a) podría abrir la puerta porque solo tengo que mover el picaporte ya que ni siquiera has cerrado por dentro; b) aunque hubieras cerrado por dentro, no sería un impedimento para mi abrirla; c) si quisiera, ya te habría atacado; d) los demonios no comen almas; e) no voy a tocar un alma que está comprometida en un trato con el infierno por mi propio bien; f) estoy obligado sin remedio a pasar la noche en tu habitación y g)– hizo una pausa para respirar- aunque te cueste creer que los demonios tienen palabra ya que la mayoría carecen de ella, yo sí la tengo y he dicho que no te haré daño.

Tras un breve silencio, la voz de la mujer emitió un "pasa" en voz queda. Crowley entró entonces a la habitación de Blaine y la miró con mezcla de resignación, fastidio y cierta piedad.

Venga, cálmate un poco, para que podamos hablar y acordemos como vamos a llevar la convivencia, ¿de acuerdo? Mmm… ah! Ya sé! Un poco de whisky nos va a venir muy bien a los dos… donde hay una botella?

La mujer señaló con la barbilla a un secreter situado enfrente de la vieja cama con dosel. Crowley se dirigía allí preguntándose si también habría copas o tendrían que beber a morro, cuando ella le dijo:

Debes saber que has hecho un negocio redondo, pues además de mi alma, te llevarás también mi pureza- dijo con voz dramática y una mano sobre la frente, como a punto de desvanecerse. El efecto se perdía un poco porque tenía los dos pies sólidamente plantados en el desventurado colchón- Siempre me he reservado para mi futuro marido y ahora me encuentro que va a desflorarme un siervo de las tinieblas…

Crowley se giró y la miró con cierto pánico. Casi se le cae la botella y la copa que acababa de sacar del mueble.

Por el suspensorio de Mefistófeles! Por qué crees que haría una cosa así? Yo… a menos que me lo ordenes, preferiría evitar todo encuentro sexual porque…-el demonio se sonrojó ligeramente. No quería estar con nadie más que con su ángel, aunque si el trabajo se lo exigía, no había forma en la que pudiera negarse, como ya había comprobado algunas veces- …porque de poco te iba a servir, en realidad – rápidamente, viendo que ella parecía sorprendida, improvisó una excusa- Verás, no sólo no quedarás embarazada sino que un efecto secundario muy común en las mujeres que se acuestan con demonios es que les crezca una gran cantidad de vello negro en el pecho y… eh… en el bigote. Lo cual queda muy feo en sociedad, y además, un tanto antihigiénico.

Pero ¿no vas a tomarme contra mi voluntad y salvajemente, como si fueras un animal en celo y yo una frágil cervatilla? –dijo la tremenda odalisca aferrándose patéticamente a la falda-

Eh… si puede ser, prefiero que no… -repuso el demonio, intentando ocultarse tras la botella con relativo éxito-

Oh!

Blaine se bajó de la cama, dándose cuenta de que estaba haciendo un número un poco tonto, y le tendió la mano. Crowley se la miró con curiosidad hasta que ella le espetó:

La copa, lerdo!

Ah, si…- dijo, llenándola hasta el borde y dándosela. A ver si se dormía un ratito con un poco de suerte. Lo de esa mujer si era un carácter endiablado-

Entonces, ¿no vas a torturarme, ni a abusar de mí, ni a aprovecharte de mis títulos? – le preguntó, levantando una ceja.

Pues no. Yo me he enterado diez minutos antes de que tú entraras a la iglesia de que tenía que casarme contigo. Y aunque me ha hecho tan poca ilusión como te está haciendo a ti ahora, debo darte las gracias, no obstante – se puso la botella al pico y le dio un buen trago- Ya que estaba en un sitio mucho peor que en tu alcoba… y, si te parece, podemos hacer que esta unión forzada no nos vaya tan mal, ni a ti ni a mi…

¿Cómo es posible una cosa así? Si se supone que me he casado con un demonio…lo lógico es que ahora mi vida sea un infierno…

Crowley la miró con cierta pena. "No, Blaine, el infierno va a venir después de que acabe tu vida, por la tontería que has hecho". Pero de nada serviría que se lo dijese ya. Así que compuso una pequeña sonrisa.

Pues ahí te digo que te equivocas. Tu vida puede ser mejor que nunca si te fías de mí y dejas que te ayude. Y si prometes no tratarme como a un idiota, claro – dijo, mirándola con severidad. La mujer se achantó un poco- Perfecto, buena chica… verás, vamos a hacer lo siguiente, Blaine…

Durante los seis meses siguientes, la señora MacBean, que conservó su apellido de soltera toda su vida por razones de alcurnia, experimentó un ascenso meteórico en su calidad de vida. Su rico tío quedó muy impresionado por la inteligencia y presencia de su nuevo marido, que fue presentado por la mujer al día siguiente en una cena de gala a la que fue invitada. No había acudido a una de ellas desde que era niña, y causó sensación, pues aquel día estaba especialmente encantadora y con una hermosura que sus envidiosas primas atribuyeron falsamente a algún tipo de intervención demoníaca. Una semana después de su boda, conoció al fornido pastelero del palacio Real, que pronto adquirió un singular interés en mostrarle sus mejores recetas en la trastienda de su establecimiento de lujo con el secreto beneplácito del marido de Blaine. Crowley, por su parte, no podía alejarse de su esposa más de media milla, pues así se lo imponía el sello de sumisión, pero al poco tiempo acabaron compenetrándose perfectamente para no incordiarse el uno al otro en sus planes privados y aunque el demonio pelirrojo no podía ir a ver a Aziraphale, al que echaba mucho de menos, ya que ella no quería salir de Escocia, al menos estaba haciendo lo que le daba la gana lejos del infierno. Y cuando, al final del día, debían encontrarse y dormir en la misma habitación simplemente se limitaban a contarse, compartiendo algunas botellas de whisky, las diversiones que les había deparado la jornada.

Tal como le había vaticinado Crowley, esos seis meses fueron los mejores de su vida, y ella olvidó al poco que su tiempo estaba contado y que el pago vendría en cuanto exhalara su último aliento. El demonio no lo olvidó jamás, e hizo lo único que podía hacer: que fuese feliz durante ese tiempo.

Por eso, el día que sintió como su anillo se rompía, supo que su boda con el Demonio había llegado a su fin. Con pena, fue a buscarla al salón de banquetes, y la encontró ahogada con un hueso de pollo. Suspiró y sacudió la cabeza.

Tal vez algún día pueda hacer algo más… pero por ahora, adiós, Blaine.

Oh, Crowley! – Aziraphale, con los ojos ligeramente húmedos, se abrazó a su demonio, escondiendo la cabeza en su pecho- Eres tan buena persona… incluso te compadeciste de..

Ángel! Que no digas eso! Acaso te estás olvidando de que me metiste en un embrollo en Edimburgo por proclamar que había hecho una buena acción?

Pero querido… - Aziraphale sonrió- Eso ya no puede meterte en problemas…¿se te ha vuelto a olvidar?

Sip

Bueno, pues yo te lo recuerdo y… por cierto – el ángel atrapó el pañuelo del cuello del demonio y tiró de él con suavidad, jugando a obligarle a besarle- donde puedo conseguir yo un anillo de esos?