Disclaimer: Los personajes de Naruto son propiedad de Kishimoto. La historia es de College n Curls.
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Ser solitaria
Había anochecido cuando Hinata recobró la conciencia, pero ¿estaba realmente despierta esta vez?
Se lamió los labios e hizo una mueca al sentirlos agrietados. ¿Cuándo había sido la última vez que salió de la cama el tiempo suficiente para cuidarse? Cuánto tiempo había pasado desde... Le dolió el corazón ante el tren de pensamientos por el que se precipitaba. El calendario de la pared de su antigua habitación marcaba el mes de agosto y alguien había tachado las dos semanas que habían transcurrido.
Catorce días.
Habían pasado catorce días desde la última vez que habló con él. Dijo que volvería pronto. Había intentado verlo, pero cada vez que creía estar a punto de recobrar la conciencia, un trance onírico volvía a hundirla.
No debería estar en el Complejo Hyūga rodeada de ojos que vigilaban cada respiración que daba. Debería estar en su cama. Debería estar con él, pero en vez de eso, estaba sola. En ese momento, un pequeño quejido a su lado le recordó que no estaba sola, bueno, no del todo. Girando la cabeza hacia la derecha, vio a su cachorro acurrucado desesperadamente contra su costado en busca de calor. El pelaje beige se estremeció en la oscuridad y gimió ante el frío. El calor que ella desprendía no era ni de lejos como el de Sasuke, que con quien prefería estar el cachorro.
Hinata tendió una mano hacia el tembloroso cachorro y le acarició suavemente el pelaje. Sasuke debía de haber traído al cachorro. Solo había tolerado su existencia para complacerla. El hecho de que se hubiera separado tanto del cachorro como de ella significaba que cualquier afecto que hubiera sentido por ella había sido desechado. La odiaba...
—Lo siento —susurró, con la voz quebrada por el desuso—. Lo siento tanto.
"Los Uchiha no se disculpan".
Los Uchiha no se disculpan, pero ella no era una. Nunca lo sería. Hinata apretó los ojos y concentró todas sus fuerzas en no llorar. Nunca pensó que le dolería tanto. Había fracasado muchas veces en su vida. Había estropeado misiones. No había recibido el reconocimiento de su padre ni de su clan durante la mayor parte de su vida. Sin embargo, este... Este fracaso era diferente. Ella le había fallado. Había roto su confianza y ahora él no la quería de vuelta.
Sin validez. Su contrato matrimonial estaba nulo. Como jefe de los Uchiha, él tenía el poder de hacer tal cosa. Él no la quería y, como resultado, ella era incapaz de protegerlo. Sentada, Hinata apoyo su rostro en sus rodillas y se abrazó a sí misma. No tenía por qué agradarle a Sasuke. No aceptó el matrimonio porque creyera que él podría llegar a quererla. De hecho, al principio, ni siquiera había pensado que el hombre fuera capaz de tal cosa. Tampoco le caía muy bien.
Sin embargo, tenía el deber para con su familia de cumplir el contrato y no podía permitir que Hanabi ocupara su lugar. Claro que él había ayudado a salvar Konoha, pero era la persona más importante para Naruto. Ella tenía que ayudarlo por él. Sin ella, Sasuke hubiera estado sometido a los caprichos del Consejo, en ninguno de esos escenarios él terminaba respirando. Ella había agonizado sobre su decisión mucho después de que la tinta se hubiera secado. Estaba claro que él la despreciaba con cada fibra de su ser. La apartó y le dijo cosas hirientes. Amenazó con matarla y, sin embargo, todas las noches se acurrucaba a su lado como si ella fuera lo único que lo mantenía anclado a la realidad. Se suponía que ella debía protegerle. Se suponía que ella debió haber hecho todo lo posible. Al final, sin embargo... Su mejor esfuerzo no fue suficiente.
Ahora la odiaba, ¿verdad? Odiaba que no le hubiera contado lo el sello, pero si lo hubiera hecho, ¿habría sido distinto el resultado? Hinata resopló y sacudió la cabeza por encima de sus rodillas. No. Sasuke habría anulado el contrato, pero al menos el dojo no se hubiera incendiado. La estructura había estado en los terrenos del Complejo desde antes de que naciera su padre. Fue un elemento permanente durante su infancia. Innumerables Hyūga habían pasado días sudando y sangrando entre sus paredes. Había estado allí durante mucho tiempo y seguramente permanecería. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, había ardido en llamas.
Ella no había visto el incidente. Solo recordaba la imagen borrosa del pergamino ardiendo frente a ella. No obstante, había oído los susurros de los miembros de la Rama Secundaria cuando se detuvieron frente a su habitación durante sus fugaces momentos de lucidez. Cuando la ventana de su habitación estaba abierta, podía oler los restos del incendio, penetrantes y picaban en su nariz. El olor aún persistía después de dos semanas.
—Nee-chan —una voz suave llamó a través de la puerta de su habitación—. ¿Estás despierta? Padre dice que deberías estarlo. Soy yo.
Hinata olfateó, pero no contestó a lo que imaginó que era un intento de su hermana por enmendarse. No estaba enfadada con Hanabi por contárselo a Sasuke. Simplemente, no tenía nada que decir. Hubo un suave suspiro de derrota al otro lado de su puerta antes de que unos pies se alejaran por el pasillo. Volvería en unas horas para intentarlo de nuevo. Su hermana pequeña era decidida. Suspirando, Hinata levantó la cabeza y se quedó mirando la puerta de su habitación.
Había vivido en aquella habitación toda su vida, pero en aquel momento le resultaba totalmente desconocida. Entre esas cuatro paredes todo permaneció tal y como ella lo había dejado. Las fotos de sus compañeros de equipo seguían libres de polvo y la ropa que no se había llevado seguía colgada en el armario. Los viejos pergaminos estaban ordenados en su escritorio y parecía que no los hubiera tocado en meses. Lo único que había sido tocado eran las sábanas sobre las que estaba acostada. Eran sus sábanas, pero al mismo tiempo no lo eran.
Esta no era su habitación. No era su casa. No debía estar aquí.
Una extraña sensación de adrenalina corrió por sus venas y, por primera vez en semanas, sintió el deseo de marcharse. Se estremeció cuando sus pies tocaron el frío suelo de madera, pero ignoró el escalofrío. Rápidamente, se dirigió a la silla de su escritorio, donde su vieja chamarra lavanda colgaba del respaldo. Luego tomo el arnés para el cachorro y se lo puso alrededor del cuello antes de volver a la cama. El cachorro gimió un poco al ser trasladado, pero por lo demás se metió en el arnés sin oponer mucha resistencia. Sin embargo, ya era demasiado grande para ese arnés. Hinata frunció el ceño. El cachorro crecía deprisa.
Cuando llegara el momento, tendría que devolvérselo a Kiba. En ese momento, estaría realmente sola. Sacudiendo la cabeza, se dirigió a la puerta de su habitación. Una vez abierta, miró a ambos lados para asegurarse de que no había peligro. Cerró los ojos, activó su línea de sangre y exploró la zona en busca de la mejor ruta para salir sin ser vista. Usar su Byakugan fuera del entrenamiento iba contra las normas, pero en este momento le daba igual. Si alguien la veía levantada, intentarían detenerla. La llevarían ante su padre y él era la última persona con la que quería hablar. Respirando hondo, salió de su habitación y salió rápidamente del recinto.
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La oscuridad cubría a los aldeanos, solo los rayos de luz de la luna y las estrellas eran capaces de atravesarla. No obstante, no le asustaba estar sola a esas horas. Sus pies la llevaron al Distrito Uchiha sin pensarlo. Debería haber recorrido este camino hace dos semanas. Debería haber vuelto con él. Hinata se mordió el labio mientras mantenía la mirada fija en la pintura azul descascarada de la puerta del Distrito Uchiha. ¿Seguía enfadado con ella? ¿Qué diría cuando la viera? ¿Qué podía decirle ella?
¿Eras tú o yo?
No.
¿Lo siento?
Eso era aún peor.
Frunciendo el ceño, Hinata aceleró el paso hacia las puertas. No importaba lo que fuera a decirle. Tenía que decir algo. Tenía que explicarle...
En cuanto llegó a las puertas, se le cortó la respiración. Una cinta amarilla se extendía entre los viejos arcos, impidiendo el paso a todo aquel que quisiera entrar. El terreno más allá de la cinta estaba desnudo. Habían arrancado todos los árboles y la única casa que había... Su casa... Había desaparecido. Solo quedaba tierra. Ni siquiera los cuervos habían podido quedarse. Las piernas le fallaron y la grava le picaba en las rodillas. La realidad de la situación le heló la sangre.
Todo había desaparecido.
Sasuke había desaparecido y todo era culpa suya. Los ojos le ardían mientras las lágrimas brotaban y caían libremente por sus mejillas. Unos ojos oscuros brillaron brevemente en su mente. Estoicos. Molestos. Divertidos. Fastidiado. Enfadado. Feliz. Nunca volvería a verlo así. Sasuke se había ido. Él se había ido y ella... Ella había fallado.
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Cuando llegó al Complejo Hyūga, el sol ya asomaba entre las copas de los árboles. Ni siquiera se molestó en escabullirse de los guardias, que lucían alarmados al verla fuera de la cama. Se arrastró a ciegas con su cachorro hasta la casa, ignorando las miradas de asombro de sus compañeros de clan. Sabía que no debía salir de la cama. Su padre se enteraría de su escapada en unos instantes. Probablemente, le preguntaría por su paradero y la reprendería por su comportamiento imprudente, pero a ella no le importaba. Por primera vez en años, no encontraba la voluntad para preocuparse.
Lo único que quería era llegar a la cama, su cama y dormir. Sola. Hinata se mordió el labio mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. A pesar de las miradas de preocupación de sus compañeros de clan, siguió adelante. Cuando llegó a su habitación, lo que la esperaba no fue silencio, sino una furiosa hermana pequeña sentada en el borde de la cama.
—¿Dónde has estado? —preguntó Hanabi, saltando de la cama como si estuviera lista para atacar.
Hinata la ignoró en favor de sacar al cachorro de su cabestrillo. La pequeña bola de pelo gimoteó al verse alejada del calor, pero enseguida encontró un lugar donde descansar sobre la almohada. Hinata se quitó el cabestrillo del cuello y caminó en silencio para dejarlo encima de su escritorio.
—¡Deja de ignorarme! —siseó Hanabi mientras la seguía de vuelta a la cama—. Fuiste a buscarlo, ¿verdad? Llevas semanas durmiendo y cuando despiertas lo primero que haces es salir corriendo a buscarlo…
—¿Y de quién es la culpa? —replicó Hinata.
—Padre pensó que era lo mejor…
—Claro, que pensó eso.
—¡Tú hubieras ido tras él! Hubieras intentado detenerlo.
Hinata se tensó y se volvió para mirar a su hermana por primera vez. La luz del amanecer se derramaba en la habitación y pintaba su piel habitualmente pálida, de rosa y naranja. Hanabi la miró con los ojos entrecerrados y los puños apretados de rabia.
—Te hubieras hecho daño.
—Hanabi...
—¿Cómo ibas a dejar que te sellaran? ¿Cómo pudiste?
La mayor de las Hyūga ahuecó la mejilla de la más joven y, aunque su tacto era suave, sus ojos eran, cualquier cosa, menos suaves.
—Hanabi. ¿Dónde está Sasuke? —preguntó y la chica apartó su mano de golpe.
—Padre y los ancianos se encargaron de él. Ahora es problema del Consejo, no nuestro.
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Podía oír los sonidos del festival desde el interior de su habitación. Los tambores y los cuernos eran débiles, pero aún audibles incluso a la distancia. El festival de la Cosecha había llegado por fin a Konoha. El calor veraniego del día se había desvanecido, dejando un fresco atardecer que atraía a todo el mundo al exterior. Había escuchado los cotilleos de sus compañeros de clan. Esta iba a ser la mayor cosecha en casi una década. No solo por el gran botín, sino que era el primer festival desde la guerra. La energía en el recinto se había intensificado con la anticipación de la celebración. Todos, jóvenes y viejos, Rama Secundaria y Rama Principal, salieron a disfrutar de las festividades. Todos menos ella.
Esta noche... Dolía.
Abriendo la puerta shoji, Hinata se dirigió a la habitación donde estuvo Sasuke. El espejo roto había sido retirado, en su lugar había uno casi idéntico. El tatami que había sido manchado con gotas de su sangre también había sido reemplazado. Nunca nadie sabría lo que había ocurrido en esta habitación hacía menos de un mes. En el centro de la habitación había una mesa baja sobre la que reposaban dos grandes cajas de satén. Las habían atado con cuidado para facilitar su transporte y junto a ellas había un pergamino.
Hinata apartó el pergamino al sentarse frente a la mesa, pues el mensaje no era para sus ojos. Era un mensaje de felicitación. Un mensaje destinado a una mujer que había sido sellada y había logrado proporcionar las garantías que su clan necesitaba para concederle bendiciones. En su lugar, desató la cuerda que mantenía unidas las cajas. Luego levantó la tapa superior y se quedó mirando la prenda que había dentro. Allí, cuidadosamente doblado en papel de seda gris, estaba su kimono de boda. Blanco, inmaculado y absolutamente perfecto. Cuando sacó el kimono de su envoltorio, sintió la fría seda. Sus ojos estudiaron cada puntada y busco rastros de la sangre de Sasuke, pero, por supuesto, no había nada.
Frunciendo el ceño, dejó el kimono a un lado y abrió la segunda caja. Papel de seda gris envolvía cuidadosamente lo que Sasuke hubiera llevado puesto. Le hicieron un monsuke negro, con el escudo de los Uchiha delicadamente cosido. Se hubiera visto muy guapo si hubiera tenido la oportunidad de llevarlo adecuadamente.
Lo hubiera hecho...
Aquellas palabras le dolieron más de lo que hubiera imaginado.
Esta noche hubieran estado disfrutando del festival como todo el mundo. Él hubiera protestado por tener que asistir. Ella lo hubiera convencido. Ella habría ignorado las miradas de los demás. Él le habría devuelto la mirada. Cuando sonaran los fuegos artificiales, él la hubiera besado. Sus besos habrían sido insistentes y sus manos codiciosas. Él habría querido más que besos. Ella le hubiera dado más. Habría sido feliz.
Lo hubiera sido.
Lo hubiera sido.
Lo hubiera sido.
Su vida habría sido muy diferente. Hinata parpadeó al notar que sus lágrimas caían sobre la seda del monsuke de Sasuke, estropeándolo. Pensar en cómo habrían sido las cosas no ayudaba a nadie. Llorar no haría que Sasuke volviera. No había nada que ella pudiera hacer para arreglar esto. Había fracasado. Moqueando, tomo su propio kimono y el de Sasuke en sus brazos y los arrastró fuera de la habitación. Recorrió el oscuro pasillo hasta llegar a una puerta que daba a los jardines Hyūga. Allí se vio iluminada por la luz de la luna llena que brillaba en el cielo nocturno, su resplandor proyectaba un destello plateado sobre todo lo que tocaba.
Aparte del sonido de los lejanos tambores, el recinto estaba en silencio. Inmóvil. Ni siquiera el viento perturbaba las campanillas que colgaban de las vigas de los pasillos cubiertos. Incluso después de un mes, el dojo dañado seguía en el mismo lugar. Ceniciento y derruido. Todos sabían que no debían acercarse hasta que pudiera ser reparado. Hinata no estaba segura de cuándo sería eso ni le importaba. Había muy pocas cosas que le importaran en aquel momento. La hierba crujía bajo sus pies mientras avanzaba con un rastro de sedas tras ella.
Un paso se convirtió en dos. Dos en tres. Hasta que por fin llegó al estanque koi. El agua reflejaba perfectamente la luna en su superficie inmóvil. Lentamente, se acercó hasta el borde del agua y vio su propio reflejo. Su frente inmaculada. Mejillas pálidas y hundidas. Los ojos enrojecidos por el llanto. Su aspecto era tan patético como se sentía por dentro. Apartando los ojos de aquel espectáculo, miró las sedas que había traído consigo. Dentro de unas semanas se las hubiera puesto para la ceremonia.
Habría... Tantos hubiera.
Sus dedos se apretaron alrededor de las sedas mientras las acercaba al borde del estanque. Ahora que Sasuke había... Desaparecido... Su clan querría buscarle otra pareja. Ya habían sido lo suficientemente generosos como para permitirle un mes de duelo. Querrían encontrarle una pareja que fuera igual o más ventajosa que el último Uchiha. Era dudoso que pudieran lograr tal cosa. No había muchos hombres tan poderosos como Sasuke. Sus genes no producirían el tipo de descendencia que tendría uno con la mezcla del Sharingan y el Byakugan. Se le encogió el corazón al pensarlo y soltó la seda blanca y negra, dejando que el material se hundiera en el estanque.
Sus hijos hubieran sido Uchiha. Ese hecho ya la había llenado de temor. Ella era poco más que una yegua de cría, un experimento. Ahora... Ahora sentía la pérdida, como si le hubieran arrancado algo importante. El mundo que había creado, el que había tenido con Sasuke, había sido destruido. Habían derribado las paredes de su casa y se habían deshecho de sus posesiones. Sus libros, todas esas noches que habían pasado leyendo, riendo y discutiendo, habían desaparecido. Todo había desaparecido.
Sasuke había desaparecido.
Tragando grueso, empujó el resto de la seda al estanque antes de levantarse y volver a la casa. Su clan querría que se casara cuanto antes. Era su deber casarse, pero esta vez... Esta vez no podía hacerlo.
No lo haría.
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El camino hasta la torre de Hokage no fue difícil. Las pocas personas con las que se cruzó estaban demasiado borrachas y alegres como para fijarse en ella y en su extraño aspecto. Con la pesada mochila a la espalda y el cachorro atado al pecho, parecía que se embarcaría en una larga misión, lo que debería haber levantado sospechas. En una noche como esta, nadie debería estar preparándose para partir. Además, esta noche era muy agradable.
Haciendo una pausa entre un puesto de dango y uno de okonomiyaki, observó a la multitud que pasaba bajo los farolillos de colores. Hombres y mujeres iban vestidos con yukatas de variados colores. Los niños se movían entre la multitud, entre los pies de los adultos, pero sin estorbar. Todo el mundo estaba muy contento. Esta era la paz por la que tanto habían luchado. Una paz de la que Neji le hubiera encantado formar parte.
—¡Oye Sakura-chan juguemos a esto! —una voz familiar gritó, su voz brillante y distintiva sonó entre todo el ruido.
—¡Naruto solo vas a perder más dinero! —Sakura reprendió, pero el hombre en cuestión no se inmutó.
—¡Tengo un buen presentimiento! ¡Solo sé que puedo ganar!
Hinata observó cómo los dos se acercaban, ella retrocedió un paso hacia las sombras para que no pudieran verla. La precaución no era necesaria, ya que los dos estaban tan absortos el uno con el otro, se encontraban en su propio mundo. Formaban una extraña pareja de rosa y naranja, una combinación que debería haber sido vulgar, pero que, de alguna manera, les sentaba bien. Brillantes y alegres. Eran la personificación del verano que dejaban atrás.
—¡No te quejes cuando pierdas! —resopló Sakura, con los brazos cruzados.
—¡Solo deséame suerte!
Al principio, parecía que Sakura no lo haría. Ella tenía razón, Naruto realmente no debería participar en esos juegos de carnaval, ya que estaban destinados únicamente para sacar dinero y no para ganar. Si ella estuviera en el lugar de Sakura, ¿hubiera intentado detenerlo? Hinata sintió que las comisuras de sus labios se torcían hacia arriba cuando pensó en su respuesta. Ella no lo hubiera detenido. No hubiera dicho nada. Ni hubiera tenido que hacerlo, porque Sasuke sabía que no debía tirar el dinero por el desagüe. Sacudiendo la cabeza, Hinata observó con leve diversión cómo Sakura se negaba a desearle a Naruto la "suerte" que él pedía. En su lugar, se arremangó las mangas de su yukata y marchó hacia la cabina de juegos a la que Naruto había apuntado.
—Te enseñaré cómo se hace. Dame el dinero —dijo. Naruto la siguió con una amplia y bobalicona sonrisa en el rostro y su monedero de rana preparado.
Hinata no se quedó a observar el resto de su interacción. Con eso le bastaba. Sonrió mientras una cálida sensación se extendía desde el centro de su pecho hasta sus extremidades. Era bueno ver que Sakura volvía a ser la misma de siempre. Era una faceta de sí misma que rara vez mostraba cuando Sasuke estaba cerca. En cambio, trataba de ser menos agresiva, menos ruidosa, menos ella misma.
«—Es mejor así —pensó Hinata mientras retomaba su viaje—. Sakura-san también es importante para Naruto-kun».
En silencio, deseó que ambos permanecieran tal como estaban. Igual de felices y brillantes. La aldea necesitaba más gente como ellos. Su cachorro se retorció contra su pecho, perturbado por los ruidos de la fiesta. Pronto empezarían los fuegos artificiales. Preferiría marcharse para entonces. Aceleró el paso, infundió chakra en sus pies y se dirigió a los tejados. No tardó mucho en llegar a la torre Hokage, que tenía todas las luces apagadas, excepto una.
En lugar de entrar en el edificio, con facilidad escaló hasta la única ventana iluminada y abrió la ventana. Kakashi estaba sentado en su despacho, solo, salvo por las múltiples torres de papeles y pergaminos que le hacían compañía. Miró a Hinata en cuanto esta abrió la ventana de su despacho, con una leve expresión de sorpresa en los ojos.
—Hinata-san —dijo, dejando el pergamino que sostenía entre las manos—. ¿Qué te trae por aquí?
—Yo… —Hinata empezó a decir, pero se detuvo.
Lo que ella quería pedir era egoísta. Estaba abandonando a todos. Abandonando a sus amigos y familia. Hanabi. Hanabi la odiaría aún más cuando descubriera que se había ido. Sin embargo, no importaba como se sintieran los demás, ella no podía quedarse. No ahora. No cuando el corazón que había reconstruido había sido destrozado de nuevo.
—Quiero irme —dijo finalmente Hinata, con voz baja, pero firme.
Kakashi se levantó de su escritorio y se acercó a ella con cuidado, como si ella fuera capaz de saltar por la ventana si se movía demasiado deprisa.
—Quieres salir de la aldea —reiteró y Hinata asintió—. Serás una ninja renegada.
Hinata se mordió el labio y negó con la cabeza. No quería que la etiquetaran como una ninja renegada. No era una traidora, pero tampoco podía quedarse. Si se quedaba, se sentiría peor. Cada día recordaría lo mucho que había fallado. Cada día estaría más cerca de que los ancianos consolidaran sus planes para que se casara con otro...
—Esperaba que si lo decía... No me etiquetarían como renegada —mencionó Hinata tímidamente.
Era una petición tonta, inocente, pero tonta. Como Hokage, Kakashi tenía protocolos que seguir y ella no era la excepción.
—¿Por qué quieres irte?
—Yo... No puedo quedarme. Sasuke... —susurró ella, ahogándose con su nombre.
Le dolía demasiado decirlo. Kakashi asintió con la cabeza en señal de comprensión antes de volver a su escritorio y tomar un pergamino de la parte superior de la pila. Luego se volvió hacia ella y se lo tendió.
—Mañana Akimichi Chōji se dirigirá a Kumo como embajador de la aldea.
Necesitará una escolta para asegurarse de que llegue sano y salvo —dijo Kakashi y Hinata le dirigió una mirada confusa. ¿Qué tenía que ver esto con ella? Chōji era más que capaz de hacer el viaje a Kumo solo. Abrió la boca para decirlo, pero Kakashi negó con la cabeza—. Desde allí deberás dirigirte al País de la Nieve. No hemos tenido shinobi para una visita y su Consejo parece pensar que eso es pequeño desaire. Una visita de uno de los clanes más prominentes de la Hoja debería calmar eso.
—Hokage-sama…
—Desde ahí te dirigirán a la aldea de la Arena y esperarás nuevas instrucciones. ¿Alguna pregunta?
—¡Sí! —mencionó Hinata sin aliento—. No lo entiendo. ¿Por qué...?
—Eres una kunoichi de la Hoja —respondió con sencillez—. Esta es una misión para ti. La cumplirás. Y volverás.
Hinata tragó saliva mientras aceptaba el pergamino. Era muy sencillo. Lo único que tenía que hacer era ser una acompañante innecesaria y dejarse ver por una pequeña aldea. Cualquier chunin que se preciara podría encargarse de la misión con facilidad. Lanzó una mirada recelosa a Kakashi, pero mantuvo el pergamino firmemente agarrado. Sus ojos eran ilegibles, pero estaba claro cuáles eran sus intenciones. Quería que ella regresara sin la vergüenza de ser una ninja renegada. Lo que él no comprendía, era que la vergüenza ya se había colado en la grieta donde solía residir su corazón.
—Chōji partirá desde las puertas principales al amanecer —dijo Kakashi cuando ella aceptó el pergamino—. Muéstrale ese pergamino a él y a los guardias y luego sigue tu camino. Espero actualizaciones regularmente mientras estés fuera.
Hinata asintió y se dio la vuelta para marcharse. Parecía que su partida tendría que esperar unas horas más. Justo cuando estaba a punto de irse, se volvió hacia Kakashi. Le dolería saberlo, pero Kakashi sería la única persona con las respuestas. Claramente, Sakura y Naruto no sabían qué había sido de Sasuke. Quizás era una buena señal que no lo supieran. Tal vez seguía vivo.
—Hokage-sama... Sasuke... —preguntó ella, con la voz apenas por encima de un susurro—. Qué... ¿Qué le pasó?
Continuará en... Ser consciente
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Notas: ¡Secuela y parte final perras!
Naoko Ichigo
