Cuarto mes del reto anual. En esta ocasión se trataba de escribir Mpreg, igual el prompt más fácil de toda la colección, el que menos me saca de mi zona de confort. Esta es una historia, me temo, con final un poco abierto, porque hay programada una segunda parte en otro de los prompt del reto, ya lo siento. De cualquier manera, tiene pleno sentido por sí misma porque se centra sobre todo en conocer el verdadero origen de Harry y todo lo que le han ocultado los adultos que le rodean.

Los personajes de esta historia no me pertenecen, yo solo les doy otra vida diferente a la que planteó JK. Y por supuesto no me lucro escribiendo esto.


30 de junio de 1997

"Aunque aparecieron cortes en sus chorreantes andrajos y en su gélida piel, aquellos seres no tenían sangre que derramar, de modo que siguieron caminando, insensibles al dolor, con las raquíticas manos tendidas hacia Harry. Él retrocedió y de pronto unos brazos lo asieron por detrás y se cerraron alrededor de su "torso; y esos delgados brazos sin carne, fríos como la muerte, lo levantaron del suelo y empezaron a llevárselo hacia el agua, poco a poco pero con facilidad, y Harry comprendió que no iban a soltarlo, que se ahogaría y se convertiría en uno más de los guardianes muertos de un fragmento de la dividida alma de Voldemort…

Pero entonces el fuego surgió en la oscuridad: un anillo de llamas rojas y doradas rodeó la isla y provocó que los inferi que sujetaban a Harry oscilaran y perdieran el equilibro, sin atreverse a cruzar las llamas para llegar al agua. Así pues, soltaron al muchacho, que se golpeó contra el suelo, resbaló en la roca y se arañó los brazos, pero logró ponerse en pie y, levantando la varita, miró alrededor con los ojos desorbitados."

Harry Potter y el Misterio del Príncipe. Capítulo 26, La cueva.


Junto a Dumbledore, aún tumbado en el suelo, un hombre joven, no mucho mayor que Harry, sostenía una varita y apuntaba a los inferi que intentaban evitar el círculo de fuego entre chillidos que sonaban como metal rascando roca, agudos y desagradables.

Harry fue a abrir la boca para preguntar quién diablos era, a levantar contra él la varita con una mano que temblaba, pero el hombre se le adelantó.

— No te quedes ahí, James, hay que sacar a Dumbledore de aquí —le exigió el hombre, haciendo mención de agacharse para levantar al director sin perder de vista el anillo de fuego y a las criaturas tras él.

Las palabras le agitaron lo suficiente como para ignorar el uso de su segundo nombre y agacharse para ayudar al anciano a ponerse de pie. Lo que le pasó por alto, distraído por la tensión de la situación, fue la cara de estupor de Dumbledore al despejarse lo suficiente como para contemplar el rostro del desconocido.

Harry funcionó en piloto automático hasta que se aparecieron junto a Hogsmeade. Entonces, como si alejarse del lago y los inferi fuera lo necesario para que su cerebro volviera a trabajar, se echó la mano al bolsillo y maldijo por lo bajo.

— Profesor, no hemos cogido el guardapelo.

— No importa, era falso —respondió el hombre, que aún sujetaba a Dumbledore para ayudarle a caminar.

— ¿Cómo lo sabes? —preguntó con sospecha, levantando la varita hasta su cuello.

El desconocido lo miró con ojos doloridos.

— Cuando te vi en la cueva… pensé que venías a rescatarme, James.

Era la segunda vez, ¿verdad? La segunda vez que le llamaba James.

— Yo no…

Le interrumpieron los pasos apresurados de una mujer que corría hacia ellos con gesto de preocupación. Al tenerla a unos pasos, la identificó como Rosmerta.

— Albus, Albus, ¿qué te pasa? —casi gritó delante de la cara desencajada de Dumbledore, poniendo una de sus manos sobre uno de los hombros huesudos y agitándolo.

— Necesitamos llegar al castillo —le contestó el desconocido.

La mujer pareció hacerse entonces consciente de su presencia y lo miró, con el mismo gesto de espanto de Dumbledore en la cueva.

— Tú…

— Señora Rosmerta, tengo que ir al castillo y pedir ayuda, ¿puede…

La mujer no llegó a escuchar la petición de Harry, que iba a pedirle que vigilara al director y al desconocido, le interrumpió con un chillido histérico, señalando hacia el castillo con un índice rematado en una larga uña carmesí.

— No puedes ir tú solo, ¿no lo habéis visto?

Su histeria pareció espabilar un poco a Dumbledore, que se liberó de la ayuda del desconocido y caminó un par de pasos hacia ella, lo suficiente como para seguir la dirección de su dedo extendido hacia Hogwarts.

— Maldición —masculló—. Rosmerta, necesitamos escobas.

Sobre el castillo, la marca tenebrosa lo iluminaba todo con su terrible tinte verdoso.


Sentado en su cama, con la cara entre las manos, Harry intentaba ordenar en su mente todo lo que había ocurrido esa noche: el fallido intento de recuperar el horrocrux, el desconocido que los había salvado en la cueva, el vano intento de Malfoy de asesinar a Dumbledore… todo era un remolino de caras asustadas, angustia y frío.

Tenía la punzante sensación de que la aparición de ese hombre que le llamaba James había cambiado algo básico en todo lo que había ocurrido. El espanto en todos los rostros al verlo, como se habían congelado los mortífagos un momento al llegar a la torre… El rostro de Snape… cuanto más se calmaba la mente de Harry más era consciente de que ese momento, la mirada de Snape sobre ese hombre, era lo que había cambiado el rumbo de la situación.

Lo había visto murmurar algo que ninguno había oído, seguramente el nombre de ese hombre que había sonreído mínimamente en respuesta. Y después, en un fluido movimiento, simplemente aturdir a los cuatro mortifagos y desaparecer con Draco y el desconocido.

Tras ese momento, los hechos en la torre habían sido rápidos y aturdidores, más mortifagos apareciendo, profesores, miembros de la orden, los amigos de Harry sacándolo de la pelea que amenazaba con echar la torre abajo.

Repasando esos últimos momentos en la torre, le brotó de dentro algo, una burbuja que subía por la garganta y se convirtió, sorprendiéndole por el sonido, en una gran carcajada. Una enorme carcajada mientras se sujetaba la frente, el dolor de la cicatriz anunciándole que la noche había salido mal para el enemigo. Cuanto más furioso sentía a Voldemort, más se reía.

— Ha perdido la cabeza, padrino.

— Cállate Draco.

Pero no fue ninguna de las dos voces lo que cortó su risa, sino la aparición ante sus ojos de ese rostro desconocido. El hombre estaba agachado ante él, mirándolo de una manera que le dejó sin aire.

Allí, por fin con toda su atención puesta en él y la dorada luz de las antorchas iluminándolo de verdad, descubrió unos ojos familiares y unos rasgos conocidos.

— ¿Quién eres? —preguntó con voz estrangulada.

— ¿Quién crees que soy?

— Te pareces a Sirius.

— Porque soy su hermano. Tú te pareces a tu padre, muchísimo.

— ¿No vas a decirme que tengo los ojos de mi madre?

— ¿Eso te dicen? —El desconocido miro con dureza a Snape un momento, pero enseguida volvió a suavizar su gesto hacia Harry— Me temo que no es verdad, y lamento que te hayan dejado creerlo. Tienes mis ojos, Harry.


En las habitaciones de Severus, al escapar de la Torre de Astronomía.

Severus soltó a Draco, colocándose delante de él protectoramente, y con los ojos llenos de fuego presionó la varita bajo la garganta de ese hombre que era sin duda un fantasma del pasado.

— ¿Cuáles fueron las primeras palabras que me dijiste?

— Mi hermano es un imbécil, pero no tiene mal fondo. Y la últimas fueron que cuidaras de James si me pasaba algo. ¿Quieres bajar la varita, por favor?

Draco vio a su padrino bajar la varita, a regañadientes, como si le costara un esfuerzo enorme. Observó a los dos hombres medirse con la mirada y, atónito, contempló el abrazo más intenso e inesperado.

— ¿Qué demonios, Regulus?

— ¿En qué año estamos, Severus? —respondió el hombre más bajo, apartándose despacio de Snape, pero aún aferrado con las dos manos a sus brazos.

— Mil novecientos noventa y siete.

El otro hombre, ese cuyos rasgos eran vagamente familiares, pareció pasar de golpe de la angustia a la absoluta estupefacción y Severus lo tuvo que sujetar cuando comenzó a caer hacia atrás. Draco, aún apoyado en la esquina en la que su padrino le había protegido con su propio cuerpo, siguió asombrado los gestos amables y cálidos de la persona más dura que conocía. Lo vio ayudar al otro hombre a sentarse en una butaca y servirle un vaso de algo que imaginó que no era agua, porque el otro bebió de un trago para luego empezar a toser.

— ¿Alcohol, Severus? Llevo sin comer desde 1979 —protestó, con voz rasposa por la tos, un resquicio de humor asomando a sus ojos… desconcertantemente verdes y familiares.

— ¿Qué pasó? ¿Dónde demonios has estado metido?

— ¿Quién es el chico? —interrogó, frenético, agarrando de nuevo sus brazos, y Draco tuvo claro que no se refería a él.

— Es el hijo de James.

A Draco no le pasó desapercibida la suavidad en el tonto de Severus, o el uso del nombre de pila de Potter padre. Tampoco que a Regulus le tembló el labio y se le llenaron los ojos de lágrimas. Entonces, de repente, se le iluminó la memoria y supo dónde había visto a ese hombre antes: en una foto que su madre tenía sobre el tocador.

— ¡Tú eres Regulus Black! —chilló, señalándolo con el dedo extendido.


Más tarde, en el cuarto de Harry.

— ¿Cómo…? No entiendo

Instintivamente y para su propia sorpresa, Harry miró a Snape, buscando una explicación. Ciertamente, los ojos del hombre arrodillado ante él eran exactamente iguales a los suyos, no solo el color de los iris, también la forma e incluso el largo y espesor de las pestañas.

— Los magos, los magos hombres sangrepura en concreto, pueden concebir. Es difícil, pero ocurre —explicó lentamente Snape.

Harry los miraba a los dos con los ojos muy abiertos, obviamente en shock. Entonces, la voz de Malfoy rompió la tensión. Estaba en un rincón, con la mano derecha sujetando el antebrazo izquierdo contra su cuerpo.

— Está llamando —gimió, apretando los dientes por el dolor.

Snape se acercó y le puso la mano en el hombro a Regulus.

— Deberíamos seguir esta conversación en un lugar seguro. Dumbledore también viene hacia aquí.

Regulus asintió, sin dejar de mirar a Harry.

— Sé que todo esto es muy surrealista y que tu mente está confusa, pero tenemos que irnos, Ja… Harry.

— ¡No! —gritó el chico cuando los dos hombres se alejaron de él— no puedes dejarme así.

— Ven con nosotros —le invitó, tendiéndole una mano.

— Pero…

— No hay tiempo para discusiones —insistió Snape, sacando de su bolsillo un ajado billete de Monopoly—. El traslador se va a activar en menos de un minuto, Potter.

El muchacho volvió a mirar a ese desconocido tan familiar, ese hombre que podía responder a muchas preguntas pero que también sentía que podía hacer tambalear todo lo que sabía de sí mismo.

— Vamos, Potter, saca a tu Slytherin interior —le provocó Malfoy, uniéndose a los dos hombres, que ya sujetaban el billete.

El fugaz recuerdo de las palabras del sombrero seleccionador tuvo entonces otro significado y observó a los tres Slytherin ante él justo antes de tomar aire, levantarse de la cama y que sus dedos aferraran el billete dos segundos antes de sentir el conocido tirón en el ombligo.


Una hora antes en el despacho de Snape.

— ¡Se supone que estás muerto! —continuó Draco, ante la falta de respuesta del desconocido.

Regulus miró del joven rubio a Snape y de vuelta al joven.

— ¿Eso es así?

— Tus padres difundieron que habías muerto en una misión asignada por el señor tenebroso.

— ¿Y ellos lo creyeron? —preguntó Regulus a Snape con voz dolorida.

— Desapareciste de repente.

— ¡Dumbledore me mandó…!

Guardó silencio de repente y se pasó los dedos por el cabello.

— ¿Es mío, Severus?

Snape también guardó silencio, con los labios apretados. Draco abrió mucho los ojos cuando Regulus se puso de pie y cogió a su padrino por los hombros para zarandearlo.

— ¡No tenemos tiempo para esto! ¿Sí o no?

— ¡No lo sé! —Snape se desembarazó de él con un movimiento brusco de brazos— Lo he sospechado alguna vez, pero no lo sé seguro, no volví a ver a Potter después de que desaparecieras.

— Necesito ver a James y a mi hermano —respondió, sorteándolo y caminando decidido hacia la puerta.

— Están muertos, los dos. De hecho casi todos están muertos, también tus padres y los de Potter.

Draco vio la espalda de Regulus encorvarse como si hubiera recibido un golpe en el estómago.

— ¿Quién queda?

— Lupin. Y Dumbledore.

Regulus volvió a enderezarse y siguió caminando hacia la puerta. Agarró el pomo con seguridad y abrió con tanta fuerza que la puerta golpeó con la pared. Draco se giró a mirar a Severus, que aún apretaba los labios.

— Parece capaz de matar él a Dumbledore en este momento —comentó Draco en voz baja.

Su padrino suspiró y atravesó la habitación con tres de sus largas zancadas, lo cogió por la manga y tiró de él hasta alcanzar a Regulus, que caminaba envuelto en una nube de furiosa magia hacia el despacho del director.


Despacho de Dumbledore

— ¿Ha llevado a un niño de dieciséis años a buscar un objeto maldito?

La voz de Regulus hizo el silencio en el despacho de Dumbledore en cuanto entraron por la puerta, sobresaltando a los adultos que se reunían allí. McGonagall se puso en pie de un salto, varita en mano, apuntando al intruso. Tonks abrió mucho los ojos y se llevó una mano a la boca, reconociendo al tío perdido igual que lo había hecho Draco.

— Regulus —murmuró Lupin, poniéndose también de pie y dando un paso hacia el enojado hombre, pero él no separó los ojos de Dumbledore, que seguía sentado en su silla con aspecto enfermo, pálido y maltrecho.

— ¡Respóndame!

— Sí —admitió el anciano mago.

— ¡Es un niño! —gritó Regulus, con el rostro enrojecido, golpeando la mesa de Dumbledore con la palma abierta— Apenas mayor de lo que era yo cuando me mandó a ese mismo lugar a buscar ese mismo objeto. Se aprovechó usted de mi deseo de tener un propósito y lo ha vuelto a hacer con mi hijo.

La única reacción a sus palabras provino de Tonks, que soltó aire, impresionada; los otros tres permanecieron callados, delatando la respuesta a la pregunta que Regulus no había hecho sobre su paternidad.

— Tienes razón, Regulus.

— ¡No me dé la razón como a los locos! —Volvió a golpear— Usted sabía dónde había ido, sabía que me había rebelado contra él, y no dijo nada, nadie me buscó. He pasado diecisiete años congelado en el tiempo en una maldita cueva por su culpa y dejó que las personas que me querían pensaran que había muerto como un traidor.

— De nuevo tienes razón.

En un gesto brusco, Regulus barrió con los brazos lo que había sobre el escritorio, tirándolo todo al suelo en un revuelo de caramelos, tinteros y papeles.

— Le prohibo acercarse a mi hijo. —Le dijo, señalándolo con el índice extendido— ¿Me escucha bien? Mantenga a Harry fuera de sus retorcidos planes, Dumbledore.

— No puedo hacer eso, Regulus. —Dumbledore trató de ponerse de pie, sujetándose a los brazos de su silla, como si realmente creyera que podía razonar con Regulus— Él es clave para destruir a Voldemort.

—Esas mismas palabras usó conmigo.

Y se dio la vuelta, saliendo del despacho con el mismo ímpetu con el que había entrado. Remus salió tras él, seguido de Severus y Draco, que estaba absolutamente pasmado.

— Regulus por favor —suplicó Lupin, tratando de retenerle cogiéndolo de la muñeca..

— Ahora no, Remus —respondió sin pararse, sacudiendo su brazo para liberarse.

— Hay muchas cosas que debes saber.

Por fin, Regulus se detuvo y se giró hacia él, dando un paso hasta quedar enfrentados a pocos centímetros. Su rostro seguía enrojecido, pero los ojos profundamente verdes brillaban de lágrimas.

— Dime entonces por qué tú estás aquí y mi hermano y mi… James no.

— Ambos murieron protegiendo a Harry. Solo escucha una cosa, por favor.

— De acuerdo. —Dio un paso atrás, levantó la barbilla y se secó la cara con el puño de la túnica— Dime.

— James nunca creyó que fueras un mortífago. Ni creyó que estuvieras muerto. Siempre decía que lo sabría.

— ¿Sabíais que era mi hijo y no hicisteis nada, Remus? Y permitísteis que Dumbledore manejara a Harry a su antojo. Si James estuviera vivo…

No terminó la frase, no hacía falta. Los tres adultos sabían perfectamente lo que haría James en esa situación, cuál sería su prioridad. Regulus volvió a darse la vuelta y los otros dos Slytherin lo siguieron de camino a la torre de Gryffindor.