Disclaimer: el universo de Naruto no me pertenece.


Prólogo: Todo un legado.

Podía sentir el chakra abandonando su cuerpo a un ritmo acelerado con cada segundo que pasaba forzándose a no desvanecerse. Hacía demasiado tiempo que no era capaz de sentir el vínculo con su maestro y ese vacío hacía que cada zancada, cada respiración agónica amenazara con ser la última en aquel plano. Sin embargo, a pesar del suplicio que estaba viviendo, se obligaba a mantener el ritmo aun si solo sentía arena en los pulmones y dolor en cada uno de sus puntos de chakra.

Tenía que llegar a Konoha al precio que fuera: esa había sido la última orden de su maestro, el último deseo que había manifestado su corazón en vida.

Y ella pensaba cumplirlo, aun si con ello pagaba el precio de su existencia.

Sus brazos ardían por el peso de la carga que sostenían, pero por nada del mundo pensaba perderla. Era la única fuerza que le quedaba para seguir corriendo desesperada, el motor que seguía impulsando sus piernas cuando hacía ya rato que solo deseaban desplomarse.

El bebé que aferraba desesperada entre sus manos de vez en cuando hacía gorgoritos y estiraba sus puñitos para agarrar un mechón de su pelo, pero no le importaba. Por suerte no lloraba: suficiente ruido para sus perseguidores estaba haciendo ella misma con sus jadeos agotados y sus desastrosas zancadas bosque a través. Y cada sonido de la criatura, cada pequeño movimiento no era otra cosa un recordatorio de que el legado de su maestro seguía con vida, debía preservarlo.

Finalmente, sus ojos dieron con los enormes muros de Konoha. Podía percibir perfectamente el chakra de las barreras de protección que harían sonar de inmediato las alarmas ante la amenaza de cualquier intruso.

Su mente trabajaba a toda velocidad buscando posibles soluciones que no implicaran terminar de agotar su chakra, pero no tenía muchas opciones y el escaso tiempo que le quedaba las reducía aún más. Por lo que tampoco podía perder el tiempo solicitando entrar de forma convencional con toda la burocracia que eso suponía en tiempos de guerra.

Sosteniendo precariamente al bebé con un brazo, tomó el pincel que colgaba de su cintura y se preparó para abrir una diminuta brecha en las defensas de la aldea. Hubiera preferido no derrochar el chakra que no tenía, pero tampoco podía arriesgarse a que un escuadrón de ANBUs paranoicos por los tiempos de guerra se abalanzaran sobre ella antes de poder poner a salvo al bebé.

Dibujó un sello en el aire que se desvaneció tan rápido como surgió y cuando sorteó la muralla con un salto que casi le quebró las piernas, notó un suave tirón como única impresión de la barrera en su cuerpo. Se había quedado sin chakra, pero no había ANBUs al acecho ni un ejército de shinobis buscando al intruso. Tampoco parecían haberla visto aquellos que patrullaban en la noche.

Aún consiguió avanzar varias calles, pero un vistazo a la lejana torre del Kokage le dio toda la confirmación que necesitaba para saber que nunca llegaría allí.

Con pasos temblorosos se apartó del camino y puso al bebé con cuidado sobre un banco. No podía arriesgarse a desvanecerse en mitad de su carrera y dejar que la pequeña cayera al suelo. Se desplomó a su lado y la meció con suavidad, canturreando para que se acostumbrara a su nueva posición fuera de sus brazos.

No podía sacarse de la cabeza que su deber quedaría inconcluso: debía hablar con el Hokage, debía dar un reporte de lo sucedido en la Aldea Oculta del Remolino y transmitir la voluntad de su maestro.

Pero a veces solo desear poder hacer algo no era suficiente.

Ella no era suficiente.

Abrió un poco el revoltijo de mantas que había usado para protegerla del frío y de su frenética carrera, una alegre mata de cabello rojo la recibió. El bebé tenía sus ojos abiertos, de un gris metalizado brillante y le obsequió con un gorgorito acompañado de otro intento de agarrar un mechón de su cabello.

Anudó las mantas para hacerle un nido seguro del que no se caería hasta que alguien la encontrara. A pesar de su cansancio extremo, de la tristeza devastadora y de lo hueca que se sentía por dentro, no pudo evitar sonreír con suavidad al escuchar el sonido celestial de la risa de la niña, como cascabeles de cristal tintineando.

—Ahora estás a salvo —aquello era más una plegaria que una declaración, pero tenía que aferrarse a algo—. En Konoha pueden llegar a ser amables, cuidarán de ti.

Se inclinó sobre ella para presionar los labios sobre la sedosa frente de la niña, inspirando el olor a vida que transmitía, todavía percibible a pesar del hedor de la ceniza y la sangre. Prolongó aquel beso por la madre que nunca volvería a hacerlo y por el padre que en sus últimos y agónicos momentos había luchado contra la muerte para asegurarle una vía de escape.

Por todo el legado de las ahora masacradas tierras de Uzu que descansaba sobre sus frágiles hombros.

—Crece fuerte, Natsuki-hime —susurró, notando como su voz temblaba—. Crece bien. Volveremos a vernos.

Cogió nuevamente el pincel de su cintura y una hoja de papel de su bolsa. No podría llegar al Hokage, pero quizás tuviera tiempo para dejar una nota explicando lo ocurrido y quién era esa niña.

El tiempo no estaba de su parte.

"Esta niña es Natsuki, hija…"

Uzumaki Natsuki rompió a llorar con toda la potencia que tenían los pulmones de un bebé fuerte y sano.

Su llanto quebró la noche hasta que algunos vecinos, curiosos por el ruido, salieron de sus casas a indagar qué ocurría. Muchos murmuraron consternados al ver al bebé abandonado, sin embargo, tampoco podían decir que fuera algo nuevo para ellos.

En tiempos de guerra crecía el trabajo de las mujeres de los barrios bajos y los bastardos aparecían abandonados como una plaga con más frecuencia que en los tiempos de paz. Especialmente en aquella zona: lo suficientemente cerca del barrio rojo para acercarse sin llamar mucho la atención, lo suficientemente lejos como para ser relativamente seguro dejar a un bebé sin supervisión.

No muy lejos de la criatura, uno de los vecinos encontró una apresurada nota escrita con letra temblorosa y tinta corrida en la que a duras penas se distinguía un nombre, por lo que todos asumieron que sería el de aquel bebé que berraba desconsolado. También se abstuvieron de hacer comentarios del estado en el que se debía de encontrar la negligente madre para escribir algo tan desastroso e inconcluso: borracha, bajo los efectos de las drogas o Kami sabría qué.

"Por lo menos a aquella niña se habían tomado la molestia de ponerle un nombre, otros no corrían con esa suerte", murmuraban algunos, como si aquello hubiera reportado algo bueno a un bastardo alguna vez en la vida.

El revuelo no duró demasiado, todos conocían el protocolo de lo que se debía hacer cuando aparecía un bebé abandonado. Una de las mujeres se ofreció voluntaria para llevar a la niña al orfanato junto a la nota, allí usaron el nombre que tenía escrito y rellenaron los formularios con el apellido estándar que usaban para todos los pobres desgraciados que no tenían padres conocidos. Konohawa los hacía parte de Konoha, se repetían todos; aunque no era más que una pobre tapadera para lo que sería una etiqueta que los bastardos cargarían de por vida.

Antes del amanecer, el orfanato de civiles ya contaba con una nueva cuna ocupada. Un bebé con una espesa mata de cabello rojo lloraba con toda la fuerza que le permitían unos pulmones fuertes y sanos, pero no había personal suficiente para calmarlo por el momento.

Konohawa Natsuki seguía llorando y todavía pasarían unas horas hasta que lograra dormirse por fin.

Y al otro lado del mundo, una mariposa batía sus alas.


¡Hola! Llevaba tiempo queriendo escribir algún fic y he decidido lanzarme con este de Naruto, porque... bueno, es uno de mis mangas favoritos y todo eso.

Sin más que añadir, ¡espero que os guste!