24 julio 1997
Regulus leía un pergamino con el ceño fruncido. Sentado a la mesa de la cocina, con una taza de té sin tocar, revisaba escrupulosamente el documento, leyendo y releyendo cada párrafo.
— ¿Papá?
El sustantivo, nuevo y emocionante, le hizo dejar de leer y mirar hacia la puerta. Aún le sorprendía el intenso parecido físico entre James y Harry, a veces le golpeaba con fuerza y lo dejaba sin aire.
— Dime, hijo.
El muchacho sonrió, ampliamente. Parecía acalorado y cuando pasó junto a él descubrió que le bajaba un hilo de sudor por la sien y tenía el nacimiento del cabello húmedo.
— ¿De nuevo haciendo ejercicio?
— Hay que quemar energía —le respondió, cogiendo la jarra de agua que tenían sobre el mostrador y sirviéndose un gran vaso—. ¿Es una carta de Snape? parecías muy concentrado.
— He recibido un correo de Gringotts.
— ¿Cómo? —cuestionó Harry, perplejo, acercándose a la mesa y dejando el vaso.
— Los duendes —Agitó el pergamino que aún sostenía en la mano— lo enviaron a Grimmauld, Draco lo ha enviado junto a una carta para ti. —Señaló el sobre que esperaba sin tocar en la mesa.
— ¿Por qué escriben a alguien que está muerto?
— Porque ya saben que no lo estoy. En una semana cumples diecisiete y se supone que el legado Black pasaría a ti.
— Pero ya heredé la casa.
— Porque la casa no puede no estar ligada a un Black. Pero no tenías acceso a las bóvedas. Los duendes se han encontrado con esa situación y me preguntan si se debe revocar la última voluntad de mi hermano, porque técnicamente no estoy muerto ni desheredado.
— En realidad todo es tuyo. Es lógico —Harry se encogió de hombros y volvió a coger el vaso para vaciarlo.
— Para los duendes es un problema legal, ellos no funcionan con la lógica.
— Yo no quiero nada de eso. ¿Puedo firmar para renunciar o algo?
— Imagino que eso será una opción cuando acabe de leer esto. Ya no estoy acostumbrado al lenguaje legal, es una pesadilla. De cualquier forma, —Lo dejó sobre la mesa— ¿por qué han tenido que decirme ellos que en unos días es tu cumpleaños? y tu mayoría de edad.
Harry se encogió de hombros. Tomó la carta y la guardó en el bolsillo y se sentó frente a su padre.
— No creo que sea momento para celebraciones.
Regulus estiró el brazo hacia él para coger su muñeca.
— Deberíamos celebrar la vida, Harry. Eres un milagro.
El muchacho le sostuvo la intensa mirada, verde contra verde.
— ¿No es duro para ti? soy un recordatorio constante de la pérdida —le preguntó en un susurro.
— No, de ninguna manera —respondió con seguridad Regulus.
— ¿Podemos ver más recuerdos entonces?
— ¿Has estado preocupado por eso? ¿Por que fuera demasiado para mí verlo? —le preguntó, enternecido, acariciando la mejilla sudorosa.
Harry asintió, inclinando la cara hacia su mano. Si algo había descubierto Regulus en ese mes de convivencia era que su hijo estaba hambriento de afecto. No habían visto más recuerdos, pero sí habían hablado y Harry le había contado detalles terribles de su infancia, mezclados con anécdotas de sus años en la escuela.
— Hagamos una cosa. Ve a ducharte, yo acabaré de leer esto y cuando ambos estemos listos te mostraré yo algunos recuerdos.
— ¿Tuyos? —preguntó sorprendido.
— Sí. Antes de ver ese que hemos estado posponiendo, creo que necesitamos los dos ver cómo llegó a ocurrir este milagro que eres.
— ¿La palabra milagro no es muy muggle? no hay milagros entre los magos, ¿no?
— Es cierto. Pero no sé si hay una palabra para definir tu concepción y que después hayas sobrevivido tantas veces. Eres mi milagro, Harry.
El chico sonrió ampliamente y volvió a inclinar la mejilla hacia su mano. Después salió de la habitación canturreando camino de la ducha.
Agosto de 1975
— ¿Dónde estamos?
— Es mi cuarto en casa. El verano que yo tenía 14 y Sirius 15, el último que pasamos juntos.
Harry ojeó la habitación. Era todo lo que cabía esperar de un orgulloso Slytherin, colores verdes y plateados, muebles oscuros y ostentosos. El adolescente Regulus estaba sentado delante del escritorio escribiendo lo que parecía una carta. Miró de reojo al Regulus adulto, tratando de leer su expresión.
— Severus, Lily y yo nos escribíamos mucho en verano. No había mucho más que hacer, pero de cualquier manera yo tenía más libertad.
— ¿Más que Sirius? ¿Y eso por qué?
Regulus adulto señaló con la barbilla a la puerta y justo se abrió y entró Sirius caminando como si pisara cabezas.
— ¿Qué ocurre? —preguntó el Regulus adolescente, sin levantar la mirada de la carta que escribía.
Su hermano bufó y se tiró en la cama de espaldas, con los brazos en cruz, haciendo gemir los viejos muelles.
— No lo aguanto más.
El joven Regulus se giró en la silla y contempló a su hermano con rostro neutro, una máscara que a Harry le recordó a Malfoy.
— Dices eso al menos tres veces al día.
Sirius se incorporó sobre los codos para mirar a su hermano y entonces Harry se fijó en su cara y contuvo un poco el aliento. A su lado, su padre suspiró mientras veía a su recuerdo adolescente levantarse y abrir un cajón para acercarse a su hermano con un bote en la mano.
En silencio contemplaron la interacción de ambos hermanos; vieron a Regulus abrir el bote y con cuidado extender un ungüento por el ojo morado de Sirius, que se removía como si quisiera evitar ser curado y a la vez lo necesitara.
— ¿Qué ha sido esta vez?
— Yo quería ir a ver a James y madre me ha recordado que tengo que participar en la reunión que hay esta noche.
Los dos hermanos permanecieron en silencio mientras el moratón iba desapareciendo. Regulus aprovechó el silencio para poner al corriente a Harry de la situación.
— Mis padres intentaron hasta ese año que Sirius encajara en el molde de heredero Black. Y eso implicaba no juntarse con alguien como James. Mi madre, como te dije, lo sabía todo, y si James estaba mal visto, Remus no te quiero contar.
— ¿Que tenía contra mi padre?
— Todas las familias sangrepura están emparentadas, lo viste en el tapiz. Todos los descendientes de los eliminados estaban proscritos para los Black, aunque fueran sangrepura, y eso incluía al bisabuelo de James. Toujours Pour
— ¿Eso es todo? —cuestionó Harry, alzando las cejas.
— Puede parecerte una tontería, Harry, pero sus mentes funcionaban así.
— ¿Y la tuya no?
Regulus apretó los labios y volvió su atención a los dos adolescentes aún sentados en la cama.
— ¿Por qué te empeñas en provocarla? —preguntó por fin Regulus en voz baja a Sirius, volviendo a guardar el botecito en el cajón.
— ¿Y tú en ceder en todo? —respondió Sirius, con esa actitud terca que recordaba en él discutiendo con Molly Weasley.
— Son nuestros padres.
— Eso no les hace mejores o más listos, Reg —insistió, sujetándolo por la muñeca, pero Regulus se liberó con violencia.
— ¡No me llames así!
En la cara de Sirius hubo un cambio de expresión y por primera vez Harry vio un rasgo de empatía en él.
— Va a saber que me lo has curado tú. Va a pensar que me apoyas.
— Sirius… —se alejó el joven Regulus, negando con la cabeza.
El recuerdo acabó y volvieron al salón del que habían partido.
— ¿Siempre era así con él?
— No. A veces discutíamos a gritos. De niños las cosas eran distintas, estábamos unidos, éramos nosotros contra ellos. Pero al llegar a la escuela y quedar yo en Slytherin comenzamos a alejarnos. La navidad siguiente se fue a casa de tus abuelos Potter y ya no volvió.
— Te abandonó.
— Mi hermano quería que le apoyara, pero yo quería vivir en paz. Se rindió conmigo. A ojos de Sirius yo era un cobarde. Para él las cosas eran o blancas o negras. No pretendo cargarme la imagen que tienes de él, sé que es importante para ti.
Harry movió la cabeza, pasando el dedo con gesto reflexivo por el borde del pensadero.
— No creo que pueda perdonarle que no me hablara de ti. A ninguno de ellos.
— Supongo que pensaron que era lo mejor para ti.
— Sé que no crees eso y que tienes en realidad una teoría.
— ¿Tú crees? —Se hizo el tonto Regulus.
— Si creyeras que se puede confiar en Dumbledore habríamos vuelto —afirmó con seguridad Harry, mirándole.
Le dio la razón, con un cabeceo, pasándole el brazo por lo hombros.
— Déjame mostrarte otro recuerdo. Llegaremos a eso, entre los dos. Pero hoy es el día de conocer un poco mejor a tus padres.
Enfermería de Hogwarts, enero de 1976
Las luces de la enfermería ya se habían suavizado para la noche. Solo había un convaleciente, que no podía dormir. Tenía la vista perdida a través de la ventana, hasta que escuchó un ruido. Giró la cabeza con cuidado, le dolía muchísimo, pero no había nadie. Otro ruido, como un susurro, le hizo mover los ojos hacia los pies de la cama.
— ¿Sirius? —susurró.
La figura que apareció, liberándose de la capa invisible de la que había oído hablar a su hermano, no era quien esperaba, sino más alta y morena.
— ¿Qué quieres, Potter? —bufó.
— ¿Qué te ha pasado? Te he visto entrar cojeando al campo.
— No es asunto tuyo.
— Llevo años viéndote jugar. Vuelas como nadie, y lo de hoy… ganar así no tiene gracia. ¿Cómo has podido tú caerte de una escoba?
— ¿Eso es todo lo que te importa?
— Me importa saber qué te ha pasado. Desde que volvimos de las vacaciones no has entrenado y apenas te he visto en el comedor.
Regulus se giró por fin a mirarlo, James estaba junto a la cama, agarrando las mantas que lo cubrían, como si se estuviera conteniendo de sujetarlo a él.
— Creías que llevándote a Sirius todo terminaría. Terminó para él, felicidades, ya tienes lo que querías. Ahora déjame en paz
En lugar de marcharse, James se sentó en la silla junto a la cama y se cruzó de brazos, con el mismo ceño fruncido que ponía Harry cuando trataba de darle sentido a algo que aparentemente no lo tenía.
— A mí en ese momento lo que me dolía era que no fuera mi hermano el que se hubiera colado en la enfermería —confesó el Regulus adulto, con la voz un poco ahogada—. Que fuera James el que se hubiera dado cuenta de que algo iba mal y no Sirius. Severus trató de convencerme para que no jugara. Tenía el tímpano roto y eso para volar es muy mala idea. Mi madre me había dado una paliza la víspera de volver a clase.
— Pero a James ya le gustabas. Mira su cara.
El rostro de Regulus se iluminó un poco, mirando a James con cariño.
— Yo creía que le odiaba con ferocidad.
— ¿Creías?
— Sé que Severus te ha dicho que tienes la arrogancia de tu padre. No es verdad. Te he visto estos días. James y mi hermano sí eran arrogantes, se creían en posesión de la verdad absoluta. Yo… peleaba con mis sentimientos continuamente, respecto a mis padres, mi hermano y mi familia en general. Era una ebullición, pasaba mucho tiempo enfadado.
— Me suena. Una vez escuché a McGonagall decir que me parezco más a Lily que a James. ¿Se referiría a ti en realidad?
— Es posible. Había pasado todo el tiempo en la escuela oscilando entre odiarle por robarme a mi hermano y admirarlo. James también tenía cosas buenas a mis ojos, además de ser muy guapo. Yo no quería que me gustara, mi orgullo me lo impedía.
Las palabras de Regulus, dichas mirándole de reojo sin que se percatara de que su padre le analizaba, calaron en Harry y plantaron una semilla. Los observaron en silencio unos minutos, al Regulus convaleciente que se negaba a mirar a James, al James cuya cara iba cambiando conforme entendía que había allí marcas que eran más antiguas que la caída.
— Dijiste que cuando llegaron los TIMOS de ellos ya estabais juntos, pero después de navidad aún lo odiabas. ¿Qué cambió? —preguntó por fin Harry al cabo de un rato, cuando James se levantó, recuperó la capa y desapareció justo antes de que Pompfrey saliera de su despacho.
— James era terco. Estuve tres días en la enfermería, Pompfrey dijo que no saldría de allí con ese tímpano porque era capaz de volver a subirme a una escoba y matarme. La segunda noche vino con un libro. Con el libro que yo estaba leyendo y estaba en mi mesilla en mi dormitorio. Y me leyó.
— ¿Era una novela interesante?
— Era un estudio de pociones de los innuit.
Harry rio. El recuerdo parpadeó, como había hecho el de Lupin, y vio a James sentado junto a la cama de Regulus, con un libro cerrado entre las manos.
— Es la tercera noche. Ya había terminado con el libro y me estaba preguntando cosas.
— ¿Vas a volver ya a jugar? —escucharon la voz de James.
— Pompfrey dice que sí. ¿Echas de menos que te patee el culo, Potter?
— Echo de menos verte volar. Eres increíble sobre una escoba, Reggie.
— No me llames así —protestó Regulus.
El adolescente James se inclinó sobre la cama. El lumos que había hecho un rato antes le permitió a Harry observar la intensidad en sus gestos.
— Quiero llamarte muchas cosas, Regulus Black.
El joven convaleciente enrojeció y Harry vio, sorprendido, como el Regulus adulto se sonrojaba también justo antes de salir del recuerdo.
— Así empezó. Durante todo el mes de enero, tu padre me cortejó. Regalos, frases dichas al cruzarnos, miradas. Hasta San Valentín.
— ¿En serio? —cuestionó Harry, divertido.
— ¿Totalmente cliché verdad? —Regulus sonrió— Era un sábado y había visita a Hogsmade. Yo me esperaba cualquier cosa cursi. Pero… ¿quieres verlo?
— ¿La primera cita de mis padres? mi experiencia con San Valentín es terrible, la verdad, no sé si necesito traumarme más..
— Vas a ver como James te sorprende a ti también. El último por hoy, ¿vale?
San Valentín 1976
— ¿Dónde estamos?
Regulus señaló un cartel a su derecha: "Potters potions"
— ¿Qué es esto? —insistió Harry mientras la pareja de adolescentes abría la puerta y entraba.
— Es el laboratorio de tu abuelo. —La cara de Harry debía de ser de absoluta confusión— ¿No lo sabes? Desciendes de una familia de grandes pocionistas. Salvo James.
— Me parezco a él entonces.
Harry iba a decir algo más pero cerró la boca de golpe al ver a James sujetar la mano de Regulus para acercarse a un hombre mayor que cortaba ingredientes en una mesa al fondo de la sala.
— ¿Te conquistó con pociones? —preguntó, sorprendido, realmente era una idea original.
— En parte. El empujón final me lo dio conocer a tu abuelo.
El parecido era innegable. El pelo revuelto del hombre debía de haber sido tan oscuro como el de su hijo y tenía la misma mandíbula cuadrada y las cejas pobladas que había heredado Harry.
— Hola, papá.
— ¡James! ¿Saben en la escuela que te has escapado?
La complicidad en la voz del pocionista le recordó a Harry que había escuchado decir que James había sido un niño mimado de padres mayores. Lo envidió un poco al ver como su abuelo abrazaba a su padre y luego se giraba hacia el adolescente Regulus, que permanecía un paso más atrás observándolo todo con los ojos muy abiertos.
— Tú debes de ser Regulus —le saludó con voz grave y agradable, un poco cascada por la edad, ofreciéndole la mano.
— Sí, señor, —Estrechó su mano con energía, haciendo gala de sus mejores modales— un placer conocerle.
— ¿Aunque os estéis jugando los dos un castigo?
— Vamos papá… es San Valentín. Minnie hace la vista gorda.
El hombre movió la cabeza, divertido.
— ¿Una cita de San Valentín y lo traes aquí? —cuestionó Fleamont, divertido.
— Yo… admiro su trabajo, señor. He leído todos sus libros.
— Vaya. Creo que eres mi primer admirador.
— Tu abuelo tenía una mente brillante —explicó Regulus a Harry mientras Fleamont les hacía una visita guiada por el laboratorio—. James era muy inteligente también, y quizá sin la influencia de mi hermano habría sido un gran estudiante. Ese día fue la primera vez que Fleamont se ofreció a acogerme como a Sirius, aprovechando que James había ido al aseo. Creo que… sí, escucha.
— Le hemos dicho varias veces tanto a Sirius como a James que serías bienvenido en nuestra casa —le estaba diciendo, con voz más seria y un tono paternal que emocionó a Harry—. Ellos dicen que no lo necesitas. Pero yo… conozco a tus padres y a la gente con la que se mueven, joven Regulus. Mi casa está abierta para ti. Y un puesto de aprendizaje si lo quieres también.
— Señor, yo… se lo agradezco mucho.
— James nunca nos ha presentado a nadie. Su madre va a sentir no haberte conocido en persona, él habla mucho de ti en sus cartas.
El joven Regulus parpadeó, sorprendido y el adulto junto a Harry rio por lo bajo.
— No era verdad.
— ¿El qué de todo?
— Que James les hablaba de mí. Fleamont tenía la misma vena gamberra que su hijo y leía muy bien a las personas. Estaba tratando de allanarle el camino porque era verdad que nunca les había presentado a nadie.
El recuerdo dio un salto y se encontró de vuelta en el castillo, en un pasillo que reconoció cercano a la entrada de la sala común de Slytherin.
— Gracias. Ha sido posiblemente la cita de San Valentín más extraña de la historia —estaba diciendo Regulus a James.
— Pensé que te gustaría.
— Y así ha sido. Ahora… tengo que irme. —Miró a los lados del pasillo, nervioso— Y tú tienes que marcharte también antes de que pasen los prefectos.
— Reggie, yo… —trató de retenerlo James, cogiendo sus dos manos.
— No me llames así —protestó, frunciendo con delicadeza las cejas oscuras.
— Te llamo amor de mi vida si quieres —se inclinó hacia él, con claras intenciones de besarle.
De nuevo el Regulus adulto rio. Tenía los ojos brillantes fijos en James de una forma que entristeció a Harry.
— Buenas noches, James —se despidió el joven Regulus, echándose hacia atrás para evitar el beso y liberándose de sus manos para rodearle con agilidad.
— Buenas noches, little star —murmuró James, siguiéndolo con la vista hasta que desapareció por el pasillo que llevaba a su sala común.
Sentados en la mesa de la cocina, Harry puso una taza de té delante de su padre, que parecía afectado por el último recuerdo.
— Gracias por mostrarme esto. Desde que vi el de Snape…
— La dualidad de James. —Entendió Regulus, revolviendo su té— Este era el mío, el que me adoraba, pero también era capaz de hacer lo que viste. Me gustaría decir que maduró y habría sido una mejor persona de adulto, pero imagino que eso no lo sabremos nunca.
— Nos quedan recuerdos de Remus por ver.
— Me gustaría mostrarte alguno más antes de eso. Dijiste que conseguiste hacer un patronus en tercero para salvar a mi hermano. Y que era un ciervo, como el de James. A mi me enseñó el.
— Creía que era materia de séptimo.
— Pero yo ya tenía la marca. Es muy difícil conseguir un patronus corpóreo así. Y Dumbledore quería que lo aprendiera a toda costa. James me dio unas clases, el recuerdo que quiero enseñarte es de poco antes de mi desaparición. Pero ya será mañana. Estoy exhausto como si hubiera hecho ejercicio contigo.
Harry rio un poco y cortó un trozo de bizcocho de chocolate, recordando como para Remus todo se curaba con chocolate.
