Disclaimer: los personajes de Twilight son de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Rochelle Allison. Yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: This story is not mine, it belongs to Rochelle Allison. I'm just translating with her permission. Once again, thank you so much, Rochelle!


Capítulo 1

Olí la lluvia antes de verla. Las nubes llegaron rápido entonces, y observé cómo sus sombras cubrieron silenciosamente la acera. Balanceaba mi paraguas a mi costado, cerrado, sin molestarme en apurar el paso porque ya casi llegaba a casa. Además, la lluvia en Irlanda del Norte era la regla, no la excepción.

Abrí la puerta de la casa adosada de mis padres mientras caía una llovizna fría y cerré la puerta detrás de mí, dejando caer mi bolso en el suelo con un brusco golpe sordo. Las tareas tendrían que esperar; justo ahora necesitaba asegurarme que Emmett estuviera bien. Y entonces, me las agarraría con él.

—¿Em? —llamé, adentrándome más en el pasillo poco iluminado, pasando por el perchero vacío y las fotografías colgadas que necesitaban que les pasaran un plumero. La casa se encontraba demasiado silenciosa, aparentemente era la primera en llegar. Abrí las cortinas de la sala para dejar entrar un poco de luz y eché un vistazo al reloj que colgaba holgadamente de mi muñeca. Mamá seguramente había ido a comprar algo al mercado para cenar y Pa usualmente no llegaba a casa hasta las cinco o seis, medio ebrio después una pinta o dos (o tres) en el bar al final de la calle, Flanagan's. Suspiré, exhausta después de un día de clases y darle vueltas a las cosas frenéticamente. Siendo sincera, allí era donde se encontraba Emmett también, en el bar. Parece que voy a tener que esperar mis respuestas entonces.

En la cocina, coloqué la tetera para el té, y por costumbre, me incliné contra la encimera para comenzar las tareas. Casi terminaba con mi tarea de literatura cuando escuché la puerta de la entrada abrirse.

—¡Isabella Marie! ¿Qué hacen tus botas aquí en el camino? —Escuché a mamá patear los ofensivos artículos a un lado mientras avanzaba por el pasillo.

La tetera del té comenzó a silbar y me acerqué para quitarla del fuego.

—Lo siento, mamá.

Ella entró, una sonrisa cariñosa la traicionaba.

—¿Cómo estuvieron tus clases?

Dejé un beso en su mejilla antes de pasar por su lado para tomar dos tazas de la alacena.

—Aburridas.

—Bella... —Sacudió la cabeza y comenzó a descargar sus bolsas de compras.

Me encogí de hombros con indiferencia.

—¿Quieres té?

—Por favor, amor. Gracias.

Mamá sabía cuándo no presionar. Me encontraba a un mes de terminar mi segundo año en la Universidad de la Reina de Belfast y ya me estaba sintiendo sofocada y agotada. Era lo suficientemente inteligente para haber podido irme de casa y asistir a la universidad en cualquier otro lugar, pero el alojamiento hubiera sido demasiado caro. Incluso viviendo en casa y trabajando media jornada tendría que esperar al menos un año más antes de irme de Belfast.

Nos preparé una taza de té, y nos sentamos a la pequeña mesa en el rincón de nuestra cocina. Esto era algo que habíamos hecho desde que podía recordar, desde que éramos pequeños y mamá nos acompañaba a Emmett y a mí a casa desde la escuela. En ese entonces, nos preparaba bizcochos todo el tiempo y a menudo nos esperaba en la mesa, calientes del horno, la cocina oliendo a estos.

—¿Has visto a Emmett hoy? —pregunté casualmente, estudiando el vapor que emanaba de la taza.

Mamá negó con la cabeza.

—No desde que se fue esta mañana. ¿Por qué?

—Por nada —mentí. No podría contarle lo que había encontrado bajo mi cama esa mañana cuando había mirado mientras buscaba un pendiente que se me había caído. Había estado sobre mis manos y rodillas, conteniendo el aliento para no inhalar el polvo, cuando noté la bolsa de papel de embalaje. La había tomado y la había abierto, segura que era algo que yo no había puesto allí... y tenía razón. Era un arma, qué tipo, no tenía idea. Antes de ese momento, jamás había visto una.

Pero sabía a quién le pertenecía, y trajo a mi mente sospechas que había hecho a un costado por meses. Podría haber seguido ignorando las miradas sutiles y el lenguaje corporal desafiante entre los jóvenes del vecindario, los rumores susurrados y las expresiones violentas que se soltaban al escuchar las noticias de reveses políticos o brutalidad policial. Con gusto me hubiera mantenido alejada, pero esto... esto era tangible, real y frío, y había encontrado su manera de llegar adentro.

Mamá me observó con cuidado mientras regresaba al presente.

No podía hablar de cosas que supuestamente no sabía, así que bebí el resto de mi té y me puse de pie. Junté mis libros en mis manos, y suavemente empujé mi silla en su lugar con mi cadera.

—Estaré en mi cuarto.

Él crepúsculo había dado paso a la noche mientras me encontraba junto a mi ventana, peinando distraídamente mi cabello. Era demasiado largo, y había estado considerando cortarlo así no llegaba a mis caderas como lo hacía en la infancia. Observé entre las gotas de lluvia en el vidrio y hacia la calle abajo, preocupada de que mi hermano no hubiera llegado a casa aún. Lo imaginaba en alguna parte, planeando estrategias, sin saber que sabía sobre el contrabando que había escondido en mi cuarto.

Justo entonces escuché el distante azote de la puerta principal seguido por pasos pesados en la escalera de madera. Me senté al borde de mi cama, lentamente peinando mi cabello en una trenza floja.

—Tienes que dar explicaciones —dije secamente cuando la puerta de mi cuarto se abrió.

Pero la voz que contestó no era la que había estado esperando.

—¿Sí?

Levanté la mirada con sorpresa. Edward Cullen, el amigo más cercano de mi hermano desde la primaria, parado en la entrada con una expresión divertida en su rostro. Dio un paso adentro y cerró la puerta detrás de él, sus cejas alzadas como si él fuera quien se merecía una explicación.

Fruncí el ceño.

—¿Dónde está Em?

Él pasó sus dedos por su cabello, su cabello rojo broncíneo estaba oscuro por la lluvia.

—Hola a ti también, Bella.

Ignoré la violenta agitación en mi vientre que venía cada vez que Edward se encontraba cerca de mí. Había tenido ojos para él desde que había comenzado a notar a los chicos, pero sabía que para él simplemente era la hermanita de Emmett. Tenía mucha práctica fingiendo que no me arruinaba cada vez que lo veía con otras chicas (y había muchas). Solo la semana pasada había sido Victoria, que vivía a dos casas de distancia...

—Lo siento, Edward, hola. Simplemente... me preguntaba dónde estaba Emmett. No lo he visto en todo el día y realmente necesito hablar con él.

Él asintió, inclinándose contra la puerta.

—Vendrá a casa pronto.

Observé a Edward con cuidado, preguntándome por qué se encontraba en mi cuarto. ¿Sabía algo? ¿Él sabía sobre el arma de Emmett? Tenía el presentimiento de que sí.

—Acabo de dejarlo —añadió Edward, como si eso fuera a apaciguar mi curiosidad. Caminó hacia mi ventana y echó un vistazo, así como yo lo había hecho momentos atrás.

Durante gran parte del año, Emmett y Edward se habían vuelto más cuidadosos con sus paraderos. Sabía que mamá estaba preocupada con el tipo de actividades en las que probablemente estaban envueltos, pero como yo, parecía optar por vivir en ignorancia. Pa, sin embargo, parecía incentivarlo. Como el padre de Edward, él siempre había sido un fuerte partidario de las protestas y las marchas del Sinn Féin.

Nuestras familias tenían afiliaciones de larga data con el partido Nacionalista, que estaba decidido a liberar a Irlanda de cualquier dominio británico, pero incluso el partido tenía diferentes opiniones dentro de sí mismo. La principal diferencia que podía discernir era que el Sinn Féin se mantenía por encima de la guerra callejera, el Ejército Republicano Irlandés (y más específicamente, la IRA Provisional) se había encargado de que no hubiera mejor manera que contraatacar violentamente.

No era difícil comprender dónde habían cambiado las cosas para mi hermano y sus amigos. Ellos habían hecho piquetes con sus compañeros de estudios y habían participado en la sentada de la Universidad de la Reina—durante octubre del 68. Ese mismo año habían estado entre los atacados por la policía unionista en lo que debía ser una marcha pacífica en Derry. En pocas palabras, Emmett y Edward estaban cansados de hablar y de la diplomacia. Eran jóvenes, e idealistas, y llenos de críticas.

Todo esto era, por supuesto, mi propia especulación. Por mucho que intentara mantenerme inmersa en mis estudios y en mi vida social, era difícil vivir en una burbuja cuando el mundo a mi alrededor se encontraba en un caótico estado de cambio. Veía los grupos de hombres en el vecindario; escuchaba los susurros cuando Emmett recibía llamadas a altas horas de la noche. Me aterraba que él y Edward pudieran ser arrestados si eran atrapados, o peor, asesinados. No estaba segura de que pudiera soportar saber que estaban involucrados con alguno de los atentados tan predominantes en los periódicos y en las noticias de la noche.

Mi estómago se contrajo dolorosamente, el vértigo y las mariposas ahora exitosamente excluidos.

—...así que solo esperaré aquí hasta que regrese —estaba diciendo Edward. Volteó a mirarme y parpadeé, dándome cuenta que él había estado hablando mientras yo estaba perdida en mis pensamientos. Sus ojos se entrecerraron y asintió en mi dirección.

—¿Qué tienes?

Me lamí los labios nerviosamente y sin otro pensamiento, me puse de pie y me arrodillé por segunda vez en el día. Saqué bruscamente la bolsa mientras me enderezaba, y vi, por la expresión de Edward, que él ya sabía. Mi corazón se cayó.

—¿Qué es esto? —me quejé, parándome y lanzando la bolsa a mi cama.

Edward puso mala cara y cruzó el cuarto con dos pasos largos. Agarró la bolsa y la metió bajo su brazo.

—¿Qué haces con esto? —espetó, acercándose aún más.

Me encogí ante su tono seco y aparté la mirada brevemente. Incluso molesto, era extremadamente hermoso; era desconcentrante y hacía que me fuera difícil contestar. Tampoco ayudaba que él siempre olía tan jodidamente bien. ¿Cuál era ese aroma, de todos modos? Sacudí la cabeza.

—¡Debería estar preguntándoles a ti y a Emmett! ¡Este es mi cuarto, Edward! Los dos tienen muchas agallas al venir aquí y plantar esa mierda bajo mi cama. Si quieren hacer ese tipo de cosas, guárdenla en su cuarto. O en el tuyo.

Edward me miró con furia, indiferente a mi intensa diatriba.

—¿Y qué tipo de cosa es eso?

Me aparté y me senté en la cama de nuevo, llevando mis piernas debajo de mi.

—No lo sé, solo... —Agité una mano, cansada ya de la discusión. Si él no iba a decir nada, entonces yo tampoco.

Sentí la cama moverse, y mi corazón trastabilló patéticamente. Sus dedos, fríos por estar afuera recientemente, tocaron los míos.

—¿No dirás nada entonces? —preguntó en voz baja. Su voz era suave, y tan cercana.

Exhalé lentamente.

—¿A quién se lo diría?

—Alice —contestó, refiriéndose a su hermana menor y mi confidente.

Jugué con el hilo suelto en mis jeans.

—No lo haré.

Nos sentamos juntos y en silencio por unos momentos, aceptando sin palabras este nuevo acuerdo. Si quedaba alguna inocencia en nuestras vidas, ahora se había esfumado por completo. Las acciones de Edward, y las cosas que no decía, lo verificaban para mí. Peor aún, me compadecía. Ninguno de nosotros estaba muy feliz con el clima político actual y la manera que se infiltró en nuestra vida cotidiana. La gente estaba cansada de ser castigada por ser irlandesa —¡en Irlanda del Norte!— y católica.

Mi cama rechinó cuando Edward se inclinó hacia adelante, colocando la bolsa en el suelo frente a él. Nuestros ojos se encontraron cuando lentamente la empujó debajo de la cama. Él sabía que ya no discutiría por ello. Presentía que él sabía que haría lo que fuera por él.

No estaba segura de si me gustaba eso.

Aparté la mirada primero, sintiéndome nerviosa por la inesperada intimidad que se cernió entre nosotros. En general, era difícil darse cuenta cuándo Edward estaba siendo honesto y cuándo estaba siendo encantador por el simple hecho de serlo. Lo había visto usar su vudú en todo tipo de mujeres, desde las zorras del vecindario a las mujeres cariñosas del mercado.

Descrucé mis piernas y me acosté, cerrando los ojos fuertemente. La preocupación por las actividades ilícitas del chico me hacían sentir náuseas y mi atracción por Edward solo intensificaba la incomodidad. Mi estómago estaba hecho un nudo. Rogaba que Emmett se apresurara y llegara a casa así podía llevarse a su estúpida arma, y su amigo, con él.

—Bella —Edward intentó persuadirme.

Me sobresalté, sorprendida por su proximidad. Ahora estaba apoyado sobre un codo, reclinándose y mirándome.

Lo observé con cautela.

—¿Qué?

Sus ojos verdes y brillantes observaban los míos, y me permití ser estudiada. Mis latidos se aceleraron y me apoyé sobre un codo, copiando su postura. Finalmente llevó un mechón suelto detrás de mi oreja y sonrió.

Fruncí el ceño.

—¿Qué?

—Te gusto —comentó.

—Por supuesto que sí —contestó cuidadosamente, sonriendo un poco.

—No. Me amas —aclaró.

Estaba tan sorprendida y tan... atrapada. Sentándome con rigidez, planté mis palmas en mis rodillas, tan perdida en mis nervios que sentía náuseas. Sí lo amaba, era verdad—y sinceramente deseaba no hacerlo. Aparte de un par de besos poco estelares en la secundaria, tenía muy poca experiencia con el sexo opuesto. Tampoco tenía ganas de soportar meses de tormento una vez que mi familia se enterara que me gustaba el chico Cullen. Sentí un tirón de mi trenza.

—¿Por qué estás aquí exactamente? —Resoplé, apartando mi cabello.

Edward se sentó y se movió así su cuerpo estaba alineado con el mío, cerrando la distancia entre nosotros. Sentí sus dedos, ya no fríos, cosquillear mi barbilla y cuando lo miré, me besó rápidamente, un breve contacto de labios.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué...? —Pero él me besó de nuevo, por más tiempo.

Me llevó un momento tranquilizarme después que nuestros labios se separaron.

—¿Por qué hiciste eso? —susurré, mi corazón martillando dentro de mi pecho.

—Porque tú querías que lo hiciera —contestó, su boca curvándose en una sonrisa torcida.

Bajé la mirada a mis manos, torciéndolas nerviosamente en mi regazo. ¿Estaba jugando conmigo en estos momentos, divertido por mi cariño? La humillación comenzó a asomarse.

—Y porque quería hacerlo —añadió, su sonrisa esfumándose cuando lo miré.

Eché un vistazo a su boca, realmente perfecta, deseando tanto sentirla en la mía de nuevo. Deslizó el dorso de su mano por mi mejilla y entonces curvó sus dedos alrededor de la base de mi cuello, gentilmente llevándome hacia él. Esta vez cuando nuestras bocas se unieron, dejé que mis labios se abrieran. Su lengua entró en mi boca y era cálida, sensual y abrumadora, y mis manos sujetaron sus brazos por voluntad propia.

Él me hacía sentir desesperada y fuera de control, y no quería que se detuviera.

Me besó más profundamente y gentilmente quitó mis manos de sus antebrazos. En cambio, colocó mis brazos alrededor de él, y tomó mi rostro con sus manos ásperas, nuestras lenguas moviéndose entre sí mientras nos saboreábamos. Él se separó de mí, se movió a mi cuello y me escuché jadear, pero no podía estar avergonzada porque estaba tan excitada que era difícil pensar.

Escuchamos los pasos en las escaleras al mismo tiempo. Me tensé mientras Edward se detenía y echaba un vistazo a la puerta. Me miró y me soltó, pasando sus manos por su cabello. Sabía que mi rostro estaba sonrojado y me obligué a calmarme mientras me apartaba, incapaz de soportar la reacción de Emmett si lo supiera.

—¿Bella? —llamó Emmett al entrar. Él difícilmente pareció verme, sin embargo, ya que caminó rápidamente hacia la ventana. Comenzaba a preguntarme si algo debía pasar allí afuera por la manera en que los dos seguían revisando. Satisfecha de que nada parecía estar mal, dio un paso atrás y miró a Edward.

—Tenemos que irnos —masculló. Sonaba sin aliento, como si hubiera estado corriendo.

Me aclaré la garganta.

—Emmett...

—Ahora no, Bella. Volveré en un momento. —Comenzó a caminar de vuelta hacia la puerta, una vez más absorto.

Edward se paró, metiendo las manos en sus bolsillos.

—Ella lo sabe, Em.

Emmett se detuvo cuando Edward habló. Sus hombros cayeron y giró hacia mí. Mi corazón se rompió un poco mientras asimilaba su expresión demacrada; la usual alegría y travesura de mi hermano se había esfumado.

—La encontré bajo mi cama esta mañana.

—La quitaré más tarde. —Me miró suplicante, la disculpa evidente en sus ojos, y se fue. Edward lo siguió, cerrando la puerta con un suave clic.

~V~

El sábado amaneció inusualmente brillante y los débiles rayos de sol se asomaban por los bordes de mis cortinas. Colgué la cabeza sobre el costado de la cama para mirar debajo. La bolsa de papel ya no estaba allí; Emmett debió haber venido durante la noche mientras dormía.

Toqué mis labios con la puntas de mis dedos, mi interior aún tembloroso ante la idea de los besos de Edward. Él había sido tan atrevido, como si supiera que lo recibiría con brazos abiertos. ¿Por cuánto tiempo había estado consciente de mi atracción? ¿Y por cuánto tiempo tuvo ganas de hacer algo al respecto?

¿Alguna vez hará algo al respecto de nuevo?

Quería contarle a Alice, pero no podía. Ella no compartiría mi entusiasmo; creía que era suficientemente malo que quisiera a su hermano. Pero sí tenía que llamarla. Ella tenía que venir así podíamos bordar nuestros jeans y quizás salir más tarde.

Me estiré, bostecé, y perezosamente salí de la cama, con intenciones de hablar con Emmett con lujo de detalles. Golpeé su puerta, y cuando no contestó, la abrí lentamente. Estaba dormido, completamente vestido sobre sus mantas.

Suspiré, sabiendo que no podía despertarlo aún. Solo Dios sabía cuándo había ido a la cama.

Mamá y Pa se encontraban abajo en la cocina, preparando el desayuno y leyendo el periódico. Besé la mejilla de mi madre y luego la de mi padre, siempre su pequeña.

—Buenos días, Pa.

—Buenos días, inion mo chroi —contestó cariñosamente.

Robé una feta de tocino del plato juntoa la estufa y me escapé antes que Ma pudiera golpearme con su espátula.

—¿Cuáles son tus planes para hoy, Bella? —preguntó Pa.

Me senté en la silla más cercana a Pa y contuve otro bostezo,

—Voy a llamar a Alice en un rato para que venga. Puede que veamos una película por la tarde, no estoy segura.

Pa suspiró, doblando su periódica antes de dejarlo sobre la mesa. Se quitó los anteojos de lectura y se frotó los ojos antes de mirarme.

—Se está poniendo muy peligroso, Bella. Hay más y más atentados en lugares públicos y lo último que necesito es que tú y Alice den vueltas en zonas potencialmente peligrosas.

Forcé una pequeña risita, fingiendo encontrar su preocupación exagerada, pero sabía que él tenía razón.

—Estaré bien, Pa. Lo prometo. Te haré saber si decidimos hacer algo.

Él asintió y movió su periódico así mamá podía colocar su desayuno allí.

Alice vino y pasamos el rato en mi cuarto, bordando nuestros jeans y charlando sobre lo usual. Más tarde, salimos a ver una película nueva en el cine. Sí le informé a mis padres, y aunque no estaban emocionados, aceptaron que era lo suficientemente mayor para hacer lo que quería.

También sabían que no podíamos ni viviríamos vidas a medias con temor, apenas saliendo de la casa.

Después de la película, nos tomamos nuestro tiempo para regresar a casa. Intenté prestar atención a las descripciones detalladas de Alice sobre Jasper, el nuevo estudiante estadounidense en su clase de psicología, pero mi mente, como siempre, se encontraba en Edward. Nos separamos cuando llegamos a su calle y seguí sola. Mamá se encontraba en la entrada mientras me acercaba. Bajé el ritmo, arqueando una ceja en su dirección, preguntándome qué estaba haciendo.

—¿Puedes ver si Emmett y tu padre se encuentran en Flanagan's? Ya casi es hora de cenar.

Asentí y me di la vuelta, retrocediendo mis pasos por la cuadra. Aún había luz afuera, un encantador atardecer, lleno de dorado y calor, y no podía evitar sentirme alegre. Me preguntaba si Edward estaría en el bar también.

Al doblar la esquina, Flanagan's apareció al frente y asumí que Pa y Emmett probablemente seguían allí; estaba lleno hasta el tope. Me abrí paso entre la multitud de sábado por la noche, intercambiando cumplidos con las personas que conocían a mis padres y a Em, todo mientras analizaba el mar de caras.

Había regresado al frente sin éxito cuando una mano se cerró suavemente alrededor de mi muñeca. Mi corazón se saltó un latido y me di la vuelta hacia Edward, que me sonreía. Nos encontrábamos cerca de las ventanas y la luz del sol se filtraba, iluminando los tonos dorados y cobrizos de su cabello. Él era hermoso, como siempre, y no pude contener mi propia sonrisa.

—¿Estás buscando a tu Pa? —preguntó, inclinándose para hablarme al oído.

Tenerlo tan cerca de mí despertaba otra tanda de mariposas en mi vientre. Actúa normal, por favor, Bella. Lo has conocido toda tu vida.

Intenté honestamente contener el temor en mi voz.

—Sí, y a Emmett. Mamá los quiere en casa para cenar.

Él asintió hacia la barra.

—Estábamos todos juntos sentados.

—Oh. —Eché un vistazo hacia la barra pero no podía distinguirlos. La mayoría de los hombres vestían el mismo tipo de suéter y sombrero que Pa vestía; era como buscar una aguja en un pajar.

Llevé mi mirada hacia Edward de nuevo y me estaba observando ahora, una expresión ilegible en su rostro. Imaginaba que se preguntaba qué rayos estaba haciendo él. Emmett probablemente lo mataría si se enteraba que su mejor amigo estaba coqueteando con su hermanita. Sus ojos se movieron hacia algo detrás de mí y de repente frunció el ceño.

Comencé a girarme, pero Edward tomó mi brazo y me apartó de la ventana justo cuando estalló, haciendo que llovieran trozos de vidrio.

Apenas podía seguir a Edward, que estaba jalándome entre la multitud alarmada mientras nos dirigíamos hacia el fondo del bar. Mi primer instinto fue correr hacia fuera, no hacia la confusión y los gritos, pero también me encontraba en shock. Mientras llegábamos a la puerta trasera, el edificio tembló con otra gran explosión, cubriéndonos con polvo y mortero. Ladrillos y esquirlas comenzaron a caer y sentí algo arder en mi brazo.

Edward me escuchó soltar un chillido y me jaló hasta cruzar la puerta que daba al callejón detrás de Flanagan's. Temblaba descontroladamente, la adrenalina navegaba por mi cuerpo. Miré a mi alrededor salvajemente mientras Edward me empujaba hacia la pared y rápidamente comenzaba a revisarme, buscando mi herida. Detuve su mano con la mía temblorosa y lo dirigí hacia mi otro brazo, el cual sangraba pero no profusamente. Quizás dolería peor más tarde, pero en estos momentos todo lo que quería era huir.

¿Dónde estaban Pa y Emmett?

—Edward —sollocé.

Él tomó mi mano y comenzó a caminar por el callejón hacia el caos en la calle.

—Edward, ¿qué hay de Emmett? ¿Y Pa? —pregunté frenéticamente.

—Tenemos que irnos, Bella. No hay nada que podamos hacer ahora mismo, necesito llevarte a casa, no es seguro... —Sus palabras salían desordenadas y me di cuenta que jamás lo había visto tan feroz, en alerta y protector. Me di cuenta, tarde, que él tenía un corte profundo en su ceja. Me estiré hacia su rostro pero él la apartó y se limpió bruscamente.

Jalé de su mano, ansiosa por encontrar a mi familia pero también por irme. Las sirenas sonaban a lo lejos y las personas estaban saliendo del bar y de cualquier salida, incluyendo la puerta por la que habíamos salido. A través de los gritos y llantos desesperados, podía escuchar muchos más atrapados dentro, y no podía pensar en los que habían perecido.

De repente, otra explosión destrozó el edificio y Edward salió disparado como una bala, conmigo siguiéndolo. Jamás había corrido tan rápido en mi vida, de alguna manera sin tropezarme, el instinto de supervivencia predominando sobre mi torpeza habitual.

Corrimos por las calles y los callejones, y nunca le pregunté adónde íbamos, pero no era a casa. Cuando finalmente disminuyó el ritmo, fue algo bueno porque mis pulmones habían comenzado a protestar, ardiendo con su necesidad de oxígeno. Mis piernas se sentían de gelatina, y la adrenalina hace tiempo ya había desaparecido de mi interior. Me encontraba exhausta y con un brazo ardiente y dolorido.

Seguí a Edward por una pequeña verja y hacia un edificio que parecía más antiguo, observando entumecida alrededor mientras él buscaba sus llaves. La luz se había oscurecido y convertido en un tono violeta suave, y las estrellas comenzaban a asomarse en el cielo. Subimos por una escalera angosta que llevaba a otra puerta, la cual también estaba sin llave. Colocó su mano en la parte baja de mi espalda y me dio un empujón para que entrara.

—¿Qué es esto? —pregunté, observando el pequeño apartamento con poca energía.

—Una especie de guarida.

—¿Por qué no simplemente llevarme a casa?

Edward ignoró mi pregunta y encendió una pequeña lámpara. Me indicó que me sentara en un sofá de aspecto antiguo y entonces desapareció. El cansancio me invadió y colapsé sobre el sofá, notando que había sangre en mis manos y no podía decir si era suya o mía. El pánico que se había muerto de repente revivió y me puse de pie, temblando. Necesitaba saber si Pa y Emmett se encontraban bien.

—¿Hay un teléfono? —pregunté después de un momento.

—Aquí. —Su voz provenía de una puerta abierta del otro extremo del cuarto.

Edward estaba sentado en una cama, un botiquín de primeros auxilios abierto a su lado. Él intentaba limpiar la herida en su frente, pero la sangre no se detenía. Me senté a su lado y tomé otro trozo de algodón del botiquín, lo embebí en bálsamo, y lo sostuve contra el rostro de Edward.

Nos sentamos en silencio, mirando en diferentes direcciones, hasta que cuidadosamente quité el algodón. Él siseó de dolor.

—El sangrado se ha detenido. Necesito llamar a casa.

Él ya había abierto una venda y estaba a punto de colocarla sobre la herida.

—El teléfono se encuentra justo allí, Bella.

Apoyé el gran teléfono de disco en mi regazo y marqué el número de mi casa. Mamá contestó al primer tono.

—Jesús, María y José, ¿dónde están? —chilló, sonando cerca de la histeria.

—Está bien, mamá. Estoy bien. Estoy con Edward, estamos escondiéndonos. ¿Dónde...?

Ella me interrumpió.

—Bueno, no salgan afuera, hay motines en las calles.

Podía escuchar voces de fondo.

—¿Dónde está Pa? ¿Emmett?

—Llegaron a casa hace unos momentos. Ya estaban afuera cuando las bombas se detonaron. No sabían que habías ido a buscarlos hasta que llegaron a casa y les conté. Oh, Bella, nunca debería haberte enviado... —Su voz se fue apagando. Podía escuchar a mi padre de fondo, su voz alzándose y bajando frenéticamente.

—¿Ma?

—Solo quédate dónde estás. —Suspiró, solo ligeramente más tranquila ahora.

—Lo haré.

Edward apareció a mi lado, indicándome que le pasara el teléfono.

—Creo que Edward quiere hablar con Emmett. Hablaré con ustedes más tarde.

Le tendí el auricular y eché un vistazo alrededor del cuarto. Parecía que lo mantenían limpio, y tenía el presentimiento que aquí era dónde los chicos pasaban mucho tiempo. Noté una puerta en un rincón y caminé hacia ella, esperando que fuera un baño porque estaba desesperada por una ducha.

En efecto era un baño, por lo que entré y cerré la puerta, dejando afuera el lado de la conversación molesta y animada que Edward tenía con mi hermano.

Abrí el agua tan caliente como podía y dejé mi ropa sucia en una pila en el suelo. Momento después de haber desaparecido en el vapor, un golpe sonó en la puerta. Antes de que pudiera contestar, se escuchó la voz de Edward.

—Hay una toalla y prendas para ti, ¿de acuerdo?

Mascullé mi agradecimiento y seguí atacándome con agua caliente hasta que mi piel pálida se hubiera vuelto rosa y me encontraba, finalmente, tranquila.

Hubo una larga pausa cuando salí del baño con la camiseta y los pantalones del viejo equipo de Edward. Eran tan largos y grandes que los había enrollado en la cintura varias veces para mantenerlos puestos. Edward se rio al verme.

Sonreí tímidamente y me senté a su lado en la cama, juntando mi cabello mojado frente a mí para que no estuviera apoyada sobre este.

Él se aclaró la garganta.

—No tuvimos nada que ver con lo que sucedió hoy, Bella.

Mi sonrisa titubeó y me apoyé contra la pared, sin confiar plenamente en mí misma para hablar. Mi mundo había sido abierto de par en par hoy, literalmente, y no me sentía como la misma chica que había sido esa mañana.

—¿No te vas a bañar? —pregunté, mirando a Edward. Él estaba acostado, sus manos entrelazadas detrás de su cabeza, al parecer perdido en sus pensamientos.

Se puso de pie y caminó hacia el baño sin otra palabra.

Debí haber estado más exhausta de lo que me había dado cuenta porque lo siguiente que sé, Edward estaba cubriéndome con una manta. Me senté, desorientada. Estaba oscuro afuera ahora, y la única luz en el cuarto venía del baño.

—Lo siento, Bella. Vuelve a dormir —susurró, acostándose a mi lado.

Volví a acostarme, moviéndome sobre mi costado así me encontraba frente a él. Me sentía a salvo con él, especialmente ahora que el terror inicial de todo se había atenuado un poco. Le eché un vistazo, fascinada con las gotas de agua en sus hombros desnudos, cómo sus párpados se agitaban mientras intentaba dormir. Su cabello estaba mojado por la ducha y anhelaba tocarlo.

Después de un momento, cedí al impulso y ligeramente aparté el cabello de sus ojos. Él capturó mi muñeca cuando comenzaba a retirarla, sus ojos abiertos y observándome.

Tragué, llena de anticipación y estremecimiento. Todo lo que quería era que me besara de nuevo, y él debió haberlo querido también porque soltó mi mano y se acercó más a mí, apoyándose sobre un codo y deslizando sus dedos por mi cabello enredado.

—Me encanta tu cabello —notó, y estaba absurdamente agradecida que no lo hubiera cortado aún.

—Estoy segura que es un desastre ahora mismo —dije, estirando una mano atrás y sintiendo cómo se extendía sobre mi almohada.

Una sombra de una sonrisa pasó por su rostro y miró mis labios antes de regresar a mis ojos. Se inclinó y me besó, lentamente llevando su lengua a mi boca. Era como si estuviéramos continuando de donde lo dejamos el día anterior.

Era una sobrecarga emocional: cómo sabía, su cabello suave entre mis dedos, la barba incipiente en su mentón frotando contra el mío, su peso sobre mí mientras se movía así se encontraba encima de mí. Dejé que mis piernas se abrieran y él se acomodó entre ellas. Y le di la bienvenida, a todo, los nervios con entusiasmo, el susto porque no tenía idea de lo que estaba haciendo y la emoción porque obviamente él sí.

Sus besos se volvieron más profundos y más insistentes, y estiró una mano para envolver mis piernas alrededor de su cintura. Quizás debería haberme sentido intimidada por su atrevimiento pero no lo estaba. Lo rodeé con mi otra pierna, pude sentir su erección a través de la tela de nuestros pantalones y mis caderas se movieron por sí solas. Él gruñó y fue la cosa más sexy que jamás había escuchado. Encontramos un ritmo, la costura de mis pantalones frotando deliciosamente contra mi parte más sensible.

—¿Estás bien? —susurró, antes de succionar mi lóbulo.

—Mmm —gemí. Movió su lengua marcando pequeños caminos calientes por mi cuello y alrededor de mis orejas, haciendo endurecer mi pezones aún más. Sentía que estaba perdiendo una batalla en la que no tenía interés en luchar. Buenas chicas católicas no se metían en la cama de chicos preciosos...

...pero lo amaba. Lo deseaba. Lo necesitaba, llegados a ese punto.

Como si él pudiera escuchar mi diálogo interno, se apartó de mí y pasó una mano por los jeans que me había dado para vestir.

Mi corazón latía tan fuerte que parecía que él debería poder escucharlo, y sentí mis labios separarse mientras lo veía ágilmente desabrochar el botón con una mano.

—Eres bueno en eso —noté con una voz ronca que ni siquiera yo reconocía.

Sus ojos regresaron a los míos rápidamente y sonrió.

—Soy bueno en muchas cosas.

Permanecí acostada allí mientras él me quitaba los pantalones y los lanzó lejos de la cama antes de regresar a su lugar entre mis piernas. Jadeé cuando me abrazó firmemente; con menos tela entre nosotros, podía sentir casi todo. Se movía más despacio ahora, lamiendo mi labio inferior antes de unir nuestras bocas de nuevo.

Deslizó sus dedos suavemente sobre mi vientre, haciendo que se contrajera. Cuando su mano se encontraba en la cintura de mis bragas, se detuvo y me miró a los ojos.

—¿Esto está bien? —susurró.

Asentí, acercando su rostro al mío porque de repente no podía soportar no estar besándolo. En vez de bajar la parte delantera de mi ropa interior, se movió hasta encontrarse entre mis piernas, haciendo la fina tela a un lado y deslizando sus dedos en mi humedad.

Nadie jamás me había tocado de esa forma y me fundí en sus caricias, moviéndome por instinto y abriéndome para él. Gemí y él cubrió mi boca con la suya de nuevo, su cuerpo casi quieto contra mí mientras movía sus dedos hacia arriba y hacia abajo, y a veces dentro, dejándome más húmeda.

Pronto, pequeños hormigueos comenzaron a invadirme y me contoneé contra la mano de Edward, silenciosamente rogándole que no se detuviera. Mi respiración se aceleró en suaves jadeos y me corrí tan fuerte que perdí la voz. Nuestras bocas se desconectaron cuando me arqueé, y podía sentirlo besando mis pechos sobre mi camiseta.

Estaba acostada con mis brazos y piernas alrededor de Edward, quien plantó un último beso en mi cuello antes de apartarse.

—Eso estuvo bueno. —Suspiré, lista para darle lo que fuera. Él cerró los ojos y regresó a mi cuello, su voz amortiguada.

—¿Qué quieres hacer, Bella?

Miré impasiblemente al techo. Creí que lo que quería hacer era evidente—era lo mismo que él quería, ¿o no? Él giró a un costado y se acostó a mi lado.

—Quiero... estar contigo —admití, mi voz sonaba ronca y pequeña.

—Yo también. Quiero... —Hizo una pausa y pasó una mano sobre mi vientre expuesto, donde la camiseta se había levantado.

Sentándome, me quité la camiseta que él me había prestado. Me subí sobre él antes de que pudiera reaccionar, a horcajadas, y me recosté así mis pechos estaban firmemente contra su pecho. Besé su cuello de la misma manera que él había besado el mío momentos atrás, y me sentí satisfecha cuando su respiración se aceleró y sus manos se hundieron en mis caderas.

Nos giró así se encontraba de vuelta sobre mí. Pasó sus manos sobre mis pezones y ombligo y me miró fijamente a los ojos.

—Quiero estar dentro de ti.

Mi corazón se saltó un latido a pesar de que sabía esto. Escucharlo realmente decirlo me hacía quererlo de verdad, y metí mis pulgares bajo mis bragas para quitármelas. Edward colocó sus manos sobre las mías y me las quitó por mí. Lo aparté así podía desabotonar sus jeans, y después de bajar la cremallera, se los quité con mis pies. Temblaba ahora que estábamos desnudos. Edward nos cubrió con una manta y se acomodó sobre mí, cada milímetro de su cuerpo alineado contra cada milímetro del mío. Sentía su corazón latir erráticamente contra el mío, lo sentía arder entre mis piernas. Se apoyó sobre sus antebrazos, su rostro perfecto a milímetros del mío.

Se movió sobre mi cuerpo hasta que sus labios llegaron a mis pechos y llevó uno a su boca. Enredé mis dedos en su cabello, mis ojos llenándose de lágrimas porque él me hacía sentir tan bien, sus dientes y lengua mordisqueando y lamiendo mis pezones. Me retorcí debajo de él, no queriendo que se detuviera pero lista para él. Supuse que sintió mi ansiedad porque volvió a subir e hizo una pausa.

—Prométeme que me dirás si quieres parar —dijo, su voz temblando ligeramente.

Intenté relajar mis músculos, sabiendo que probablemente era inútil.

—Está bien —dije suavemente.

Él comenzó con movimientos pequeños, yendo cada vez un poco más profundo. Deslizó sus manos bajo mi trasero, sosteniendo mis caderas así estaban inclinadas hacia arriba, y sin decir otra palabra entró completamente en mí. Dolió más de lo que había esperado, mi respiración se detuvo y cerré los ojos fuertemente, obligándome a relajarme, obligando a que el ardor se fuera. Me di cuenta que había enterrado mis uñas en la piel de su espalda y suavicé mi agarre.

—¿Estás bien? —preguntó de nuevo y asentí, queriendo terminar con esto. Él se movió lentamente, saliendo por completo antes de llenarme de nuevo, y lo hizo una y otra vez, estirándome hasta que el ardor punzante disminuyó a solo un leve dolor. Comencé a anticipar sus embestidas, y el placer se mezcló con el dolor.

Abrí los ojos y él estaba observándome mientras se movía dentro de mí. Lo vi como jamás lo había visto antes, sus ojos intensos y verdes, sus labios temblorosos mientras respiraba con dificultad. Mi corazón se infló con amor por él, y quería que me amara, que me poseyera. Me besó suavemente, y mi lengua se asomó para probar la sal de su sudor. Nuestros cuerpos, resbaladizos, se contoneaban.

—Voy a, voy a… —jadeó, su mejilla presionada contra la mía. Levanté mis piernas y las envolví alrededor de su cintura, y dolía un poco pero también se sentía mejor así que crucé mis tobillos y lo aferré. Él gruñó y gimió, embistiendo en mí más y más rápido y observé cómo la concentración en su rostro dio paso al placer.

Sentí la conexión entre nosotros volverse resbaladiza. Él comenzó a colapsar sobre mí, se lo pensó de nuevo, y comenzó a rodar, pero no se lo permití. Necesitaba la seguridad de su peso.

Después de un momento, se separó de mí, y lo observé caminar desnudo hacia el baño. Regresó con una toalla, la cual me ofreció, pero pensaba que una ducha se sentiría mejor, y se lo dije.

Me lavé rápidamente, no queriendo ver si había sangrado. Me sequé con cuidado y regresé a la cama, donde Edward ya estaba respirando regularmente. Me coloqué su camiseta y me metí bajo la manta con él.

No estaba segura de por qué, pero sentí mis ojos llenarse de lágrimas. Comencé a levantarme de nuevo, pero el brazo de Edward rodeó mi cintura y me jaló hacia su cuerpo.

—Duerme —dijo contra mi cabello, curvándose a mi alrededor.

Apenas había pasado el amanecer cuando desperté, mi camiseta torcida y levantada, mis piernas enredadas con las de Edward bajo la manta. Habíamos permanecido alrededor del otro durante la noche, a pesar que había volteado hacia él en algún punto. Su rostro se encontraba acurrucado bajo mi barbilla, y cada vez que él exhalaba el aire caliente cosquilleaba mi pecho.

Disfruté de cómo se sentía; en ese momento él era completamente mío.

Cerré los ojos y me hubiera quedado dormida de nuevo si no fuera porque su boca se cerró repentinamente alrededor de mi pezón. Jadeé ante la inesperada sensación y lo sentí sonreír contra mi piel.

Me reí y lo aparté solo para que él deslizara su muslo aún más arriba entre mis piernas.

—Mmm, parece que estás lista para otra ronda —comentó con voz ronca, acurrucándose contra mi cuello. Le di un manotazo, pero ambos sabíamos que tenía razón.

Se movió así nuestros rostros se encontraban al mismo nivel y acarició mi mejilla cariñosamente, sus ojos brillaban.

—Estás de buen humor —dije.

Tomó mi mano de su costado y la llevó a su muy prominente erección.

—Soy una persona matutina.

Puse los ojos en blanco y regresé mi mano a su lugar anterior, pero él tenía otros planes. Me acercó más y llevó mi pierna alrededor de su cadera. Un movimiento y podría estar dentro.

—¿Estás dolorida? —susurró entre besos.

—Sí —susurré en respuesta.

Trazó un dedo distraídamente por mi columna.

—¿Muy dolorida?

—No.

Edward me besó de nuevo y entonces se desplazó hacia adelante, entrando en mí cuidadosamente. Aún sentía dolor, pero también se sentía bien, y finalmente podía ver de qué iba todo el rollo.

Me empujó sobre mi espalda y arremetió muy lentamente, abrazándome fuerte.

—Puede que tu hermano me mate. —Rio sin aliento después de un minuto.

—Pero, ¿cómo lo sabrá? —Jadeé, mis ojos abriéndose lentamente.

Edward se detuvo y me observó, su mano curvada alrededor de mi gemelo mientras lo movía hacia arriba.

—No esperas que mantenga esto en secreto, ¿o sí?

Sonreí y sacudí la cabeza.

—Supongo que no.

Su rostro se volvió serio.

—Sé que tienes miedo, Bella, pero siempre cuidaré de ti.

Las lágrimas comenzaron a nublar mi visión, y las aparté impacientemente.

Edward se inclinó y besó cada uno de mis párpados.

—Lo prometo —añadió.

—Lo sé —mascullé y él rápidamente incrementó el ritmo, el chasquido de sus caderas.

Estiró una mano y frotó su pulgar contra mí en pequeños y firmes círculos, dándome la sensación emocionante que me había dado la noche anterior, llevándome más y más cerca hasta que me corrí y me contraje a su alrededor.

—Por siempre —susurré.

—Por siempre.


Inion mo chroi: hija querida.

Sinn Féin, del irlandés Nosotros o Nosotros mismos, es un partido político irlandés de ideología izquierdista, activo tanto en la República de Irlanda como en Irlanda del Norte.


¡Nueva traducción!

Espero que les guste. La historia tiene 31 capítulos, un poco de drama, pues ya vieron que se encuentran en una situación complicada jaja, y final feliz. Junto con esta, se subirá un drabble super ligero llamado Another League. ¿Qué tal les pareció?

Abrazos,

Pali