DISCLAMER: ¡REGRESAMOS CON UNA NUEVA HISTORIA! 💃💃 Se trata de la segunda parte de "No mires atrás" 😊😊 Creo que es el fic del que más veces me habéis pedido una continuación y por fin... ¡Aquí está! ¿Ha tardado un poco? Pues sí, esto es así. Ha tardado bastante 😅😂 Pero espero que, cuando la leáis, penséis que la espera ha merecido la pena!
Sólo deciros que gracias a quienes seguís ahí, leyendo, comentando, votando y escribiendo, a pesar de todo este tiempo sin publicar nuevas historias, ¡sois maravillosxs! Aunque no podremos llevar el ritmo de antes, prometo que irán llegando más fics poco a poco.
Dicho esto, me callo y os dejo con la segunda parte del fic... ¡Espero que os guste muchísimo y nos leemos!
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MÍRAME
Regina echa tanto de menos a Emma que roza la desesperación.
Tanto que llega a soñar con que una nueva amenaza asole la ciudad y la salvadora se vea obligada a interactuar con ella aunque sea solo por "trabajo". Tanto que si tuviera vídeos de ella se los pondría una y otra vez para recordar cómo era su voz o cómo se movía.
Sí, la echa tanto de menos que, además del dolor, está sufriendo una considerable desesperación. Si no, no se explica qué hace ella ahí, sentada en una de las mesas de Grannys, al medio día, cuando debería estar trabajando en el ayuntamiento, con el culo casi fuera del asiento y el cuerpo en posición semi horizontal.
Nota como su dignidad va derritiéndose contra el suelo en pequeñas gotas de ridiculez y desesperación a partes iguales. Pero es la única forma de que desde la puerta su presencia no sea detectada. Y gracias a Dios la abuelita y Ruby lo encuentran aceptablemente gracioso y no van a intervenir. Y los otros dos o tres clientes le tienen suficiente respeto como para no mirarla ni reírse.
Al menos por ahora. Porque empieza a advertir un calambre en los riñones y no descarta que cuando intenté ponerse de pie, su espalda se quede en esa postura de letra ele torcida.
Está pensado incluso en recolocarse, aunque quede a la vista, cuando la puerta suena a lo lejos. Su piel se eriza, su espalda se tensa y no está segura de si será su instinto avisando de que es Emma o sólo sus ansias de que sea ella. Pero cuando Ruby, desde la cafetera, la mira de soslayo con cara de susto y sin disimular ni un poquito, lo sabe.
Es Emma.
Y no importa que esté en precario equilibrio, sus tripas se revolucionan y le tiemblan las piernas. Pero espera. Espera hasta que escucha una considerable serie de pasos. Espera hasta que intuye la sombra de Emma casi a su altura. Y solo entonces se pone en pie, cuidándose de decir una sola palabra antes de haber recuperado una digna y honrosa posición vertical.
Ahí, de espaldas a ella, saludando a Ruby, está la salvadora. A un brazo de distancia.
Desde que resucitó nunca había logrado tenerla tan cerca. Emma está usando todas sus habilidades para mantenerla a distancia y lo ha estado consiguiendo.
Hasta ahora.
Regina al fin lo ha logrado.
Y ahora no tiene ni idea de qué decirle...
"Emma."
Eso es todo. Emma. Pero le parece un punto de partida muy digno. Al menos, hasta que ve a la salvadora pegar un bote del susto y girarse con un "¡Joder!" en la boca.
"Perdona, no quería asustarte, yo sólo..."
Pero los ojos azules, fríos e inexpresivos, ya no se dirigen a ella. Ahora se clavan en Ruby con un cabreo más que tangible y, sin decir ni media palabra, gira sobre sus talones, directa a la puerta.
"Por favor, espera un segundo." suplica Regina sin que nadie le responda.
La salvadora solo camina más rápido y la alcaldesa va tras ella, como un patito huérfano que sigue a cualquiera. Hasta que Emma se frena en plena cafetería con un segundo "¡Joder!" mucho más intenso.
Regina mira por encima del hombro de la salvadora, confusa, hasta que vislumbra la silueta de Hook, también paralizado y a medio subir las escaleras de la cafetería. Y, por su rostro, resulta evidente que él está tan sorprendido de ver a Emma cómo ella de verle a él.
Antes de que Regina pueda asimilar nada, la salvadora se gira echando humo hacia Ruby.
"¿Es una broma?" Pero la camarera se encoge de hombros, temerosa y con un gesto, esta vez sí, de total inocencia. Aunque a Emma ahora mismo le da absolutamente igual "Uso tu puerta de atrás." ladra dirigiéndose hacia la salida más recóndita, esa que está prohibida para clientes y que solo pueden usar los huéspedes y los trabajadores.
Pero ni Ruby ni la abuela se atreven a contravenirla. Solo Regina, que se interpone valerosamente entre Emma y el fondo de la cafetería, arriesgando, está segura, su cabeza, según ve palpitar la vena del cuello de Emma.
"¿No soy la única condenada a la ley del silencio?" interroga entre sorprendida y satisfecha.
"No." ladra Emma e intenta esquivarla, pero la mano de Regina, la insolente y atrevida mano, se posa sobre su hombro, tratando de frenar su huida con una suavidad ofensiva. "De hecho deberíais haceros coleguitas, creo que tenéis mucho en común. Podríais montar el equipo: mejor que Swan no piense."
"Emma..." susurra estrechando su brazo de forma casi indetectable. Es la primera vez que la toca desde que se abrazó a su espalda como un koala y no se atreve a hacer nada más allá, pero soltarla es superior a su fuerza de voluntad. Y, por un momento, parece que las quejas se detienen, que la salvadora la escucha, pero la puerta de la cafetería rompe el momento. Y el grito que le sigue todavía más.
"¡Swan!" exclama Hook bajo el marco de la puerta, reclamando su atención con tal pomposidad que incluso Regina se gira hacia él. Y, en cuanto lo hace, advierte como los dedos de Emma le apartan la mano de su brazo con una indulgencia dañina.
Regina traga hondo, Hook está dispuesto a recorrer la cafetería a zancadas y Emma sonríe sin humor y murmura rabiosa: "Mejor intimar vosotros."
Y la alcaldesa sólo puede cerrar la boca, derrotada, viendo como Emma desaparece tan rápido como Hook amenaza con acercarse. Por un instante creyó que hablar con ella podía dejar de ser un espejismo, pero no.
De repente se encuentra en mitad de la cafetería, con Ruby y la abuelita sin saber dónde meterse, Hook acercándose a la barra dando por perdida la persecución de Emma y pidiendo el primer ron del día, y ella paralizada, ignorada por la salvadora y con su desesperación creciendo en lugar de diezmar tras haber podido verla unos segundos. Ahora recuerda aún más lo mucho que la echa de menos, incluso aunque Emma sólo se haya dirigido a ella para mandarla bien lejos de forma educada.
El dolor exige su lugar, ahí, junto al pecho de Regina, oprimiendo su corazón y asfixiando sus pulmones. Gira sobre sí misma, no mira a nadie, no quiere ver la lástima reflejarse en los ojos de la camarera y la cocinera, ni tiene interés en el desinterés forzado que Hook y ella se encargan de dedicarse.
Solo quiere desaparecer de ahí, arrastrando fuera de esa cafetería su cuerpo y su fracaso.
Aunque al menos la ha visto.
Y con ese pensamiento, inevitablemente, sonríe.
Y además Emma parece haber mandado lejos también a su prometido.
La sonrisa, con culpabilidad, crece.
Todo sigue jodido... Pero no puede evitar disfrutarlo.
"Henry."
El joven levanta los ojos de sus deberes, buscando a su madre. "Hmmm..."
Regina deja a un lado las verduras que ha cortado detenidamente antes de atreverse a hablar, y se gira hacia él. "¿Puedo hacerte una pregunta?"
"Claro, mamá."
"¿Sobre Emma?"
Henry tuerce el morro inconscientemente. "No le diremos a ella que la has hecho..."
"¿Tan mal continúa...?"
"Sin cambios." resume encogiéndose de hombros y una sombra triste sobrevuela el semblante de Regina. Henry estira la mano hasta apretar la de su madre y añade con más tacto: "¿Era esa la pregunta, mamá?"
"No, perdona." murmura tratando de dedicarle una sonrisa de agradecimiento. "Es sobre... sobre ella y Hook. Ellos... ¿Están bien?" Es consciente de que es una pregunta trampa, innecesaria incluso tras lo que ha visto en la cafetería. Pero no se atreve a insinuar lo que quiere saber y tiene que recurrir a medias tintas como puente para ayudarle a preservar algo de dignidad.
"No. Bueno, en realidad no están bien ni mal."
Regina traga hondo con el pulso retumbando en su sien. "¿A qué te refieres?"
"A que no están." resume reclinándose contra su respaldo, pero sin soltar su mano. Aunque de repente su madre parezca más animada, más repuesta, menos necesitada de ese consuelo silencioso. "Desde que recuperó sus recuerdos no ha vuelto a hablar con él, que yo sepa"
"Oh..."
"¿Por eso estabas tan pensativa cortando las verduras a cámara lenta?"
"¿Qué?" pregunta arqueando las cejas, culpable. "No, no, no, sólo... no sé por qué me vino de repente a la cabeza." trata de aclarar sin perder toda su credibilidad, logrando solo sonar aún más culpable. "No es nada."
"Ya..." chasquea la lengua creyéndose de esa respuesta únicamente los silencios. "¿A ti no te gustaba Hook para mamá, verdad?"
"A mí me gustará lo que haga feliz a Emma, Henry." responde con una sonrisa sincera y nada temblorosa, soltándole la mano cuando es incapaz de seguir sosteniéndole la mirada. "Pero sí, considero que podría aspirar a algo mejor." farfulla retomando sus verduras, que terminan alegremente en la cazuela burbujeante.
"Ya..." repite Henry igual de convencido.
Y quizás es esa falta de credibilidad más que tangible la que empuja a Regina a seguir hablando. Pero sin levantar la mirada de la cena, para que sus ojos no terminen de delatarla. Y porque, además, se le podría llegar a caer la cara de vergüenza. "La próxima semana duermes con ella, ¿verdad?
"Si no habéis cambiado de planes, sí... ¿por qué?"
"¿Te importa si te acompaño?" dispara de carrerilla, deteniendo su errática forma de remover la cena, atenta únicamente a la respuesta de Henry. Pero su hijo no abre la boca, el silencio continúa y se gira sobre sus talones, preocupada.
Henry tiene la boca abierta y las cejas arqueadas, pero termina por sonreír de soslayo. "A mamá no le gustará..."
"Es muy posible" murmura derrotada, mirando al suelo, echándose atrás por momentos.
"Pero no se lo diremos." repite como minutos atrás y su sonrisa crece más aún cuando, frente a sus ojos, Regina parece resplandecer de golpe.
"Vale..." Esta vez es el turno de ella de dejar la respuesta en el aire y la frase a medias. Pero Henry no necesita más explicaciones que la sonrisa de oreja a oreja de su madre.
Sus manos recolocan su blusa, aunque está perfecta y estira dos arrugas que no existen. Y su siguiente objetivo es la falda negra que comienza sobre sus rodillas. Pero antes de poder acomodar la prenda, que también está bien, y perder más tiempo, Henry interrumpe a su madre con un resoplido.
"¿Vamos?"
Los ojos marrones la observan junto al coche, esperando con paciencia a que Regina se atreva a cerrar la puerta del piloto y caminar.
Lo que a la alcaldesa, antes de dormir, le pareció un plan maestro, de repente le retuerce las entrañas haciéndola sentir pequeña y ridícula. Y lo que puede asemejar a un intento por estar perfecta antes de llamar a la puerta de Emma no es más que una estrategia para decidir si se atreve o sale corriendo, dejando atrás a su hijo, a su coche y a sus tacones si le impiden correr.
Pero no. Es una mujer adulta y madura. Y no se le ocurre una forma sensata de justificar una huida semejante, así que caminar hacia Henry y después hacia la puerta de Emma parece su única salida.
Se gira una última vez, mirando el camino a sus espaldas e imaginándose a una versión de si misma desapareciendo carretera abajo. Pero traga hondo y se acerca hasta él.
"Vamos..." suspira mientras el rostro de Henry pasa de la paciencia absoluta al alivio.
Cuando ambos se colocan frente a la puerta, Henry descarta que su madre vaya a ser capaz de estirar su mano hasta el timbre, aunque esté a diez centímetros de ella. Descarta incluso que esté respirando. Y si no resopla cansado es únicamente por lo desconcertante que resulta ver a la fría y controladora alcaldesa de hierro Mills convertida en un disimulado manojo de nervios. Así que golpea la puerta con fuerza, un par de veces, y espera que sea suficiente para que su otra madre les escuche.
Los pasos que resuenan al otro lado de la puerta medio minuto después le avisan de que lo han sido. Y de que su madre, cada vez más recta y tensa, puede colapsar en cualquier momento. Aprieta su brazo, dedicándole una sonrisa cariñosa y fugaz, y da un paso al frente para concederle a Regina un respiro y asegurarse de que él sea lo primero que vean los ojos de Emma.
Sin embargo, cuando la puerta se abre y el gesto de Emma muta vertiginosamente de la alegría a la tirantez, siente que su presencia ha quedado eclipsada hasta rozar la invisibilidad en favor de la de Regina.
La única señal de que Emma sabe que está ahí es un simple: "Ey, chico.", seguido al instante de un "¿Nuestro hijo de repente ha rejuvenecido y vuelve a tener 5 años?"
Henry abre los ojos, paralizado. No es capaz de imaginar la cara de Regina, a sus espaldas. La misma que, con sólo acercarse al porche, ya rozaba la histeria.
De repente, nota dos manos sobre sus hombros, que le giran gentiles, y se encuentra cara a cara con Regina. Está sonriendo, con cierto toque divertido, ajena de repente a la bordería que destila la voz de la salvadora, y mirándole de arriba abajo como si estuviera preocupada.
"No, creo que no." responde tras una minuciosa observación.
Esas dos manos vuelven a girarle una vez más y Henry cierra la boca, desconcertado. Emma continúa con cara de pocos amigos, cuadrada, bajo el marco de la puerta, pero Regina parece estar disfrutando de ese tenso encuentro. O quizás sólo de ese encuentro. Sin importar que los dos ojos claros se estén clavando en ella. O quizás, precisamente, porque lo están haciendo, después de semanas de ver a través de ella.
Emma regresa a la carga, cruzándose de brazos. "Entonces que la próxima vez venga sólo"
Henry se echa a un lado, pretendiendo dejar de sentirse como la red en un peligroso partido de tenis y, junto a él, Regina se encoge de hombros con una inocencia desquiciantemente culpable.
"Preferí ahorrarle la caminata."
"Son diez minutos, Regina, diez." gruñe tajante, apartándose de la puerta unos centímetros. "Entra, chico."
Y a su orden, Henry pasa a su vera, sin rechistar, solo girándose para darle un fugaz beso a Regina antes de desaparecer pasillo abajo. Sólo cuando Henry, cauteloso, se aleja de la puerta hasta ser ajeno a la conversación, Emma vuelve a dirigirse a Regina.
"Si te quedas más tranquila, la próxima vez pido que un taxi vaya a buscarlo."
"No hay taxistas en Storybrooke." replica encantada y con una sonrisa tan genuina, que Emma vira los ojos entre ofendida y desquiciada, dando media vuelta sobre sus talones.
"Adiós, Regina." ladra, sin ni siquiera mirarla, cerrando la puerta tras de sí.
"¡Emma!" exclama inevitablemente divertida sabiendo incluso antes de que cierre, que no se va a detener. Pero no importa. Desde que se han invertido los papeles y es ella la que saca de quicio a la salvadora ha descubierto lo irresistible que es. Y a pesar de que este vaya a ser todo el intercambio que le quede, al menos por ahora, no puede evitar sonreír.
Aunque en el lugar de Emma ahora sólo haya una fría puerta blanca, su lengua no se frena. Aunque esté hablando al aire, aunque quizás, sólo quizás, haya alguien al otro lado escuchando.
"Emma, sabes que no voy a dejar de traerle, ni de buscarle, ni de llevarle a desayunar a Granny's cuando sé que tu ruta policial te lleva a comprar garras de la abuelita, ni a pasear por el muelle cruzando los dedos por encontrarte haciendo lo mismo." recita sin tomar aire, hablando cada vez más alto. "¡Ah! Y si nada de eso funciona, quizás robe un banco, sheriff. Si no quieres hablar conmigo, al menos que me quede verte esos momentos..." resopla con media sonrisa contra la puerta, apoyando su mano. "Hasta pronto, Emma." musita sonriente, decidiéndose al fin a dejar atrás ese porche que sólo unos minutos atrás atacaba sus nervios hasta rozar el colapso.
El móvil de Regina resuena tirado sobre el asiento del copiloto, pero hasta que no entra al garaje de la mansión y apaga el motor, no lee el mensaje que parpadea en su pantalla. Sostiene el teléfono, preocupada al ver que se trata de Henry, cuando no hace ni cinco minutos que se ha despedido de él. Pero el mensaje son sólo tres palabras y, aunque no termina de entenderlo, está claro que no hay motivos para alarmarse.
"Mamá ha sonreído."
Un mensaje escueto y sin más pistas. Uno para el que Regina no tiene más respuesta que teclear un rápido: "¿Perdona, cariño?"
"Cuando ha vuelto al salón ha sonreído un par de veces. Mientras se quedaba en Babia."
Traga hondo y contesta inmediatamente. "¿Que me quieres decir?"
"Nada." Es todo lo que obtiene como respuesta. Hasta que su móvil, aún aferrado en sus manos vuelve a vibrar. "Pero que quizás haya tenido que ver ese ratito que se ha quedado junto a la puerta tras el portazo... O igual solo ha recordado algo gracioso."
"Igual..." envía guardando las formas a través del móvil, pero no en su asiento, sobre el que baila tanto como da de sí el cinturón de seguridad.
Desde ese momento las cosas cambiaron. Emma proclamó a los cuatro vientos y a todo aquel que estuviera dispuesto a escucharla que, si no iba a poder deshacerse de Regina, no tenía sentido condicionar su vida dejando de ir a Granny's cuando lo deseara, vigilando sus pasos por la ciudad a todas horas o faltando a las reuniones inherentes a su cargo que se realizaban periódicamente en el ayuntamiento.
La primera vez que Regina la vio entrar siguiendo a David, los puntos del día, pulcramente ordenados en un pequeño archivador, se precipitaron contra el suelo. Emma no habló en todo el encuentro, le dirigió únicamente dos miradas y media, totalmente vacías, y se fue sin decir ni adiós cuando el encuentro terminó. Pero la alcaldesa estuvo sonriendo hasta que cerró los ojos al irse a dormir.
Emma tardó dos reuniones en volver a acompañar a David, pero Regina no perdió la esperanza. Como mucho las uñas. Pero estaba convencida, volvería. Y cuando la vio aparecer de nuevo, sostuvo con fuerza sus papeles hasta dejar los nudillos blancos y contuvo su sonrisa todo lo posible. Que fue bastante poco.
A partir de entonces, aquella rutina fue asentándose, pero con ligeras modificaciones. Emma comenzó asistiendo a una de cada dos reuniones hasta que su presencia se volvió una constante. El número de miradas fue aumentando paulatinamente y el nivel de estoico desinterés menguando proporcionalmente. La primera vez que Emma abrió la boca, Regina contuvo la respiración y, aunque fue un simple "Necesitamos reponer bombillas, ¿entraría en el presupuesto?", la alcaldesa tardó alrededor de diez segundos en pronunciar un torpe, agudo y lento "Sí..." que sonó ridículamente parecido al chirrido de una puerta sin engrasar. Pero le dio igual. Emma estaba mirándola, dirigiéndose a ella, hablándole. Y ella tuvo que agarrarse a la mesa para no saltar de alegría.
A aquella pregunta le comenzaron a suceder pequeños y formales "Buenos días" que sonaban como un gruñido entre dientes y que sólo aparecían si Emma había tenido tiempo de tomarse un buen café mañanero. Pero para los oídos de Regina era música celestial. Por ello, a pesar de su maniático afán por madrugar y ser lo más eficiente posible, comenzó a programar las reuniones a media mañana. Hasta que poco a poco los buenos días de la salvadora dejaron de escucharse de vez en cuando para convertirse en una costumbre. Sin que hiciera falta alguna un café.
Todo ello, por ser educada en el entorno laboral, por supuesto, sostenía Emma de ser preguntada.
Pero la realidad era que cada vez sonaba más clara y menos gruñona. Y que a los buenos días empezaron a acompañarle amables "Adiós" al terminar sus reuniones. Y que, aunque resultara patético, Regina cada día era más y más feliz. No hasta el punto de olvidar que aún había kilómetros de distancia entre ellas que parecían insalvables. Pero sí como para recuperar fuerzas e intuir un pequeño sendero largo, sinuoso y con obstáculos, pero por el que podría abrirse paso si no se rendía.
Sin embargo, ni toda la cabeza fría del mundo ni las ideas claras de Regina le ayudaron cuando Emma, entrando tras su padre, apareció enfundada en unos vaqueros más ajustados de lo que acostumbraba para trabajar, una sugerente blusa, el pelo en irresistibles tirabuzones y los ojos sutilmente delineados con un eyeliner que enmarcaba el verde de sus ojos y que terminó por desatar la lengua de Regina.
Un "Estás preciosa." sin control ni medida abandonó su boca y congeló la habitación.
David contuvo la respiración, atemorizado, y tensó su cuerpo, preparado para abalanzarse sobre Emma cuando esta lo hiciera furiosa sobre Regina. Incluso los pulmones de la alcaldesa se detuvieron al escucharse pronunciar esas kamikazes e inconscientes palabras.
Pero Emma no gritó, ni protestó, ni siquiera se dio media vuelta furibunda, gruñendo blasfemias.
No. Sólo elevó su barbilla y, con un resoplido altanero, respondió: "Lo sé, gracias", y caminó despacho a dentro para sorpresa, casi perplejidad, del resto de los presentes.
Regina incluso se atrevería a insinuar que la vio sonreír cuando la salvadora creyó estar fuera de peligro de miradas indiscretas. Pero los ojos miel lo captaron y sonrieron a su vez. E incluso se atrevieron a soñar que Emma hubiera elegido esa mañana para arreglarse por ella. Quizás fuera una locura. Quizás no tanto.
Pero marcó un antes y un después.
Emma accedió a un par de cenas multitudinarias en Granny's sin quejarse demasiado de la presencia de Regina. Comenzó a sustituir su resignación ante la costumbre de la alcaldesa de acompañar a Henry hasta la puerta por una educada y diminuta sonrisa. Todo por el bien de su hijo, por supuesto. Hasta que un día, incluso, tras el correspondiente "Buenos días" y tras dejar pasar a Henry, no cerró la puerta de inmediato. Regina permaneció allí parada, confusa y sin saber que decir ante ese inesperado comportamiento. Y mucho menos cuando Emma bajó los ojos durante medio suspiro antes de preguntar con el más neutro de los murmullos:
"¿Todo bien?"
Sólo una pregunta. Y casi cordial e insignificante. Pero no para Regina. No para sus pulsaciones desatadas y sus pulmones expandiéndose hasta rozar el estallido.
Le dedicó media sonrisa, se encogió de hombros y dio rienda suelta a su lengua sin importarte el temblor indigno con el que lo hicieron.
"Podría estar mejor."
Sus ojos clavados en Emma, haciendo innecesaria ninguna otra explicación.
"Ya..." Un suspiro y los ojos de la salvadora fueron incapaces de mantenerle la mirada con una timidez inesperada que enmudeció a la alcaldesa. "Adiós, Regina."
"Adiós Emma." murmuró mientras la puerta frente a ella se cerraba por primera vez sin esa prisa casi agresiva que invitaba a huir.
Regina se lamentó por no haberle devuelto la pregunta, por no haber alargado la conversación, por no dar pie a nada más que un Adiós. Pero le costaba andar, como una adolescente sin experiencia ni control sobre sí misma, y su sonrisa nerviosa le acompañó durante el trayecto a casa. Había "acontecido" algo. Algo importante.
Y, cuando dos días después, al abrir la puerta de la mansión a Henry, Emma apareció junto a él, Regina estuvo segura. Esa distancia se acabaría.
Henry se dio prisa en abrazar a Regina y desaparecer en el fondo de la mansión, y la alcaldesa no perdió su oportunidad.
"¿Qué tal, Emma?"
La salvadora, frente a ella, torció el morro y elevó una ceja. Sin sonreír, pero al mismo tiempo sin dejar de hacerlo.
"Supongo que podría estar mejor" respondió encogiéndose de hombros antes de empezar a dar media vuelta. "Adiós, Regina"
La alcaldesa reprimió sus ganas de bailar, de gritar, de sostener su mano y detenerla, de pedirle que entrara y compartieran un té o veinte, y se limitó a murmurar: "Hasta pronto, Emma", consciente de que la salvadora quería marcar su ritmo. Había accedido a firmar la paz y Regina no iba a hacer nada que lo pusiera en peligro.
La espera merecería la pena. Y siguió mereciéndola durante las siguientes semanas, mientras la distancia iba difuminándose con lentitud pero imparable.
Hasta aquella mañana.
Aquella en la que Regina, como siempre, se arregló el pelo y la ropa antes de gritar: "¡Adelante!" hacia la puerta del despacho.
Aquella en la que, por primera vez en las últimas semanas, David entró sin que Emma fuera detrás siguiendo sus pasos.
Regina se detuvo en seco, confusa. "Hola."
"Buenos días." respondió cerrando la puerta tras de sí. "Emma hoy no ha podido venir."
"No importa." contestó colocando sus papeles frente a sí, aunque estuvieran perfectamente ordenados.
Estaba bien.
Todo estaba bien.
O intentó al menos aparentar que todo estaba bien.
Porque no era una niña pequeña. Sabía lidiar con la decepción y no era para tanto. Esperaba poder verla, quería encontrarse con ella aunque sólo fueran unos minutos. Pero ese día no iba a poder ser.
Y no pasaba nada. No había ningún problema. No significaba nada tampoco. Así que sonrió.
Pero no se le dio muy bien y David, a medio metro de ella, se removió en su asiento, incómodo.
Regina juró en ese instante que, si se levantaba a abrazarla, nada, ni siquiera el hecho de que ahora fueran amigos y le considerara familia, impediría que le acribillara con diez bolas de fuego.
Pero David al final no se movió y sólo añadió, torciendo su rostro con una lástima que Regina fingió no ver: "Creo que se encontraba mal."
"Ya... ¿Empezamos?"
Controlarse y medir sus ganas de repente se convirtió en una misión mucho más complicada. No había sido consciente de lo muchísimo que significaba poder enlazar cada día de batalla con los pequeños encuentros que desde hacía meses no dejaban de sucederse. Y la primera vez que le faltó su dosis algo dentro de ella había lloriqueado como si fuera el peor de los golpes.
Pero no iba a caer en esa trampa, no iba a flaquear, ni mucho menos a derrumbarse porque Emma no hubiera aparecido por primera vez. Tanto si era verdad que se encontraba mal como si se trataba solo de una estrategia para tomarse algo de tiempo, Emma estaba en todo su derecho y Regina no se atrevería a hacer un mundo de ello.
Seguro que, cuando dos días después, Emma acompañara a Henry hasta la mansión, cruzarían sus ojos y Regina comprobaría que todo seguía bien.
Seguro.
Pero 48 horas después esa seguridad desaparece por la puerta de atrás, dejándola abierta para que paseen a sus anchas los nervios y la desesperación. Y lo hace exactamente al escuchar el timbre, correr hasta la entrada y encontrarse sólo a Henry. Con el gesto mortificado y una disculpa silenciosa.
Regina permanece inmutable y sonriente. La experiencia de años y décadas de sostener una máscara de control y tranquilidad no van a fallarle ahora. Al menos, hasta que abraza a su hijo con suavidad y este se enrosca en su cintura con ambos brazos y sin intención de soltarla.
"¡Henry!" murmura con su voz más casual y fingida. "¿Estás bien?"
"Sí." Responde aún abrazado a ella. "Pero siento haber venido sólo."
"No pasa nada." Contesta tan rápido que se le olvida incluir un poco de credibilidad. "¿Ha sucedido algo?"
Henry se separa y retiene la respuesta antes de dejar salir un inseguro: "No..."
"¿Emma está bien?"
Otra pausa y un dubitativo "No lo sé." que desarma a Regina.
En palabras de su hijo, Emma está bien. Todo está bien. Va a trabajar, le recoge de clase, pasan tiempo juntos y todo está... bien. Pero, cuando se acercaba el día de regresar a la mansión, Emma le indicó que lo haría solo. Como si nunca lo hubiera hecho de otra forma. Sin más explicaciones.
Regina no quiere preguntar y se limita a escuchar lo que Henry quiere contarle mientras cenan. No curiosea ni le interroga. Le dan miedo las posibles respuestas. Sólo intenta leer entre líneas y no flaquear. Pero Henry va sembrando cada vez más dudas en ella y cerrar la boca resulta más difícil por momentos. Hasta que su hijo insiste en que "parece que está bien" para añadir "pero creo que duerme poco."
"¿A qué te refieres?"
"Bueno... no estoy seguro tampoco." Responde llevándose un poco de filete con puré de patatas a la boca.
"Henry, me fio de tu instinto más que de nada."
"¿Me estás peloteando?"
"Puede... pero sigue siendo verdad." Responde aceptando los cargos. "¿Qué has visto?"
"Mamá tiene ojeras, bastantes ojeras."
"Estará encantada de oírte decir eso." Bromea.
"Pero es cierto." Se defiende, guardando silencio mientras corta un poco más de carne. "Además se va a dormir muy tarde."
"Bueno, es adulta..." intenta añadir sin convencimiento.
"Lo sé, lo sé... Pero ayer de madrugada la escuché lloriqueando en sueños. Fui a despertarla y estaba sudando y temblando. No quiso decirme qué soñaba, pero me asustó."
"Supongo que fue sólo una pesadilla..."
"Supongo..."
"¿Estás preocupado?"
Guarda silencio, medita su respuesta y responde con prudencia: "Sí."
"De acuerdo, entonces yo también, cariño." Estira su mano y cubre la de Henry para estrecharla con suavidad. "No sé si funcionará de algo o si sólo se enfadará aún más... Pero te acompañaré el domingo cuando vuelvas con ella."
"Gracias, mamá." Celebra, recuperando la sonrisa. "Aunque quizás sí se enfade un poco... Me dio esto para asegurarse de que entraba yo solo." Añade sacando de su bolsillo un juego de llaves, que Regina presume abren la puerta de su casa.
La alcaldesa pasea el tenedor en círculos difusos sobre su puré de patatas. "No tiene buena pinta, no..."
Y, aunque frente a Henry intenta sonreír con pillería, su ánimo se ensombrece ante el rechazo intrínseco tras ese acto.
"¿Mamá?" pregunta Henry al abrir la puerta. "¿Mamá?" Una vez más, un poco más fuerte, pero sin respuesta.
"¿Te dijo que estaría?"
"Sí, me dijo que viniera a esta hora." Insiste adentrándose. Regina mira a ambos lados, como si temiera que, por una carretera inexistente, aparecieran dos camiones listos para atropellarla por semejante desfachatez. Pero no se oyen claxon cerca, ni tampoco señal de Emma, así que persigue a Henry hacia el pasillo.
"¡Mamá!" vuelve a gritar.
"Quizás sigue durmiendo."
"Escucho la cafetera." Zanja andando hacia la cocina. Regina cierra la boca y camina tras él preguntándose si no estará usando el cuerpo de su hijo como parapeto ante la posible furia asesina de Emma. Se reafirma en que una reina malvada no se achanta ante nada, pero cuando Henry empuja la puerta de madera se echa a un lado y permite que se asome, mientras ella mira desde un lado. "¡Mamá! ¿No me escuchabas?"
Ahí está la salvadora. Inclinada sobre la encimera, con los antebrazos apoyados, una taza por ahora vacía en sus manos y la mirada extraviada contra los azulejos de la pared hasta que la voz de Henry la trae de vuelta a su cocina. Si no se acaba de despertar, no hace mucho que lo ha hecho. Aún lleva el pijama, apenas una camiseta ancha de tirantes y un pantalón corto y gris que años atrás quizás le acompañaba al gimnasio, el pelo recogido en una coleta medio deshecha y las mejillas sonrosadas. Y, aunque Henry tiene razón y luce unas ojeras que rozan lo enfermizo, Regina traga hondo ante la estampa.
Cuando escucha su voz diciendo: "¡Chico!" y el modo en que modula de la alegría a la rabia al preguntar: "¿Qué haces aquí?" sabe que está acabada. Pero no puede arrepentirse del todo, no cuando Emma se yergue y la camisa de tirantes queda apenas sobre su ombligo. Toma aire y se serena, intentando no parecer una adolescente descontrolada. De nuevo.
"Estaba preocupada."
"¿Perdón?" gruñe acercándose hasta Henry para rodear sus hombros con un brazo y dejar un beso sobre su cabeza.
"Por ti."
"Regina, no soy asunto tuyo y te agradecería que no aparecieses por mi casa."
"Pero mamá..."
"Henry, sube a dejar tus cosas y prepárate. Hemos quedado en un rato con los abuelos."
El adolescente abre la boca para protestar, pero Regina se adelanta estrechando su brazo. "Está bien, cariño. No te preocupes."
"Vale..." suspira encogiéndose de hombros y acercándose para que su madre deje un beso en su mejilla antes de desaparecer escaleras arriba.
"¿Regina?" La pregunta va acompañada de un cortés gesto con la mano que señala la salida de su casa. Pero la alcaldesa ha aprendido a crecerse ante las situaciones de crisis, especialmente si involucran a una salvadora algo iracunda, y no se da por aludida.
"Así que plan familiar, ¿eh?" murmura viendo los ojos de Emma rodar con irritación. "Pero no estoy invitada."
"Creía que eso ya había quedado claro."
Ella se encoge de hombros. "Creía que eso ya había quedado atrás." Musita con sinceridad. "Al menos un poco."
"Creíste mal." Espeta cruzándose de brazos y apoyándose contra el taburete más cercano.
Regina intenta recuperar fuerzas y no desanimarse. Pero no es una tarea sencilla al encontrarse de nuevo cara a cara ante ese muro gélido, infranqueable e inflexible que era Emma meses atrás.
"Emma, ¿he hecho algo mal?"
"¿Además de estar invadiendo mi casa?"
"Emma..."
"Regina, siento si estas últimas semanas te han confundido, pero nada ha cambiado."
"No me lo creo."
"No puedo hacer nada por ti." Ladra sin el más mínimo tacto. "Ahora, si me permites..." comienza apartándose del taburete, dispuesta a enfilar hacia la puerta. Pero se detiene al dar un paso y medio. Tropieza con nada y su cuerpo se tambalea.
La alcaldesa se precipita hacia ella para sostenerla justo a tiempo. "Emma, Emma, ¿estás bien?" inquiere notando el peso inestable de la salvadora.
"Me he levantado muy rápido." Murmura sin perder el mal humor pero dejándose acompañar de vuelta al taburete.
"¿Qué tienes de repente, cien años?" bromea incrédula, asegurándose de que toma asiento, se apoya contra el minúsculo respaldo y mantiene el equilibrio. Cuando Emma hace un pequeño balanceo indeciso, la mano de Regina vuela hasta retenerla en el sitio por el brazo. Pero, excepto por un pequeño gesto de dolor, la salvadora parece repuesta. "¿Te encuentras bien?" pregunta de nuevo, pero cada vez más angustiada. Busca su mirada, pero los ojos claros la rehúyen.
"Estupendamente." Es todo lo que responde.
"Emma, pareces cansada. Henry dice que duermes mal, que tienes pesadillas. ¿Y ahora te mareas...? A mí eso no me suena a estupendo por ninguna parte." Defiende sin atreverse a soltar su brazo por miedo a verla desplomarse de nuevo.
"No es asunto tuyo, ¿Qué parte no entiendes?"
Regina niega con la cabeza sin apartar su mirada. "Puedes pedirme toda la distancia que quieras, pero no que no me preocupe por ti."
"Para lo que serviría." Gruñe casi enseñando los dientes. Pero no se aleja ni un ápice. No aparta la mano de Regina. Solo gruñe. Pero con cierto toque de resignación. Y sin apartar sus ojos, aunque tintineen enfadados. "Mira qué bien respetas lo de la distancia."
Regina traga hondo. Está viendo el acantilado ante sus ojos. Está sintiéndolo en cada poro de su piel. Y echa a correr. Directa hacia el abismo.
"¿Realmente es lo que quieres?" musita buscando de forma suicida sus ojos.
"Ya lo sabes." Espeta, pero se mantiene ahí. Frente a frente con ella.
"Dímelo."
"¿Y me obedecerás por fin?" inquiere con tono incrédulo.
"No lo creo..." susurra encogiéndose de hombros.
"Eso me imaginaba."
"Pero no pierdes nada por intentarlo." Insiste una vez más, hablando cada vez más lento, cada vez más suave, sin prisa alguna por acelerar ese momento, por precipitar nada. "Dime qué es lo que quieres, Emma."
"Ya lo sabes." Gruñe, frunce su boca, entrecierra los ojos, amenazadores.
Pero al instante se despeñan sin tapujos hasta los labios de Regina. La alcaldesa los humedece, la respiración de Emma se acelera y no necesita más señal para precipitarse contra la salvadora. Desciende hasta su boca y no deja supervivientes a su paso.
El beso se convierte en una realidad cuando choca con sus labios y sostiene su rostro con ambas manos y, antes de arrasar con ese húmedo y maravilloso paraíso, las manos de la salvadora se aferran con desesperación a su cintura. Al notar sus dedos crepitar y cerrarse contra su piel, Regina se siente arder. Un gemido de anticipación devora sus entrañas y todo su ser se hunde en el beso más demente y desgarrador que jamás ha dado.
Y ya no hay vuelta atrás.
Su alma, su cuerpo, su magia... toda ella se derrite contra Emma en forma de felicidad, líquida e infinita. Pero mientras se despide de su raciocinio, se niega a ceder ni un ápice. Invade su boca y sostiene su nuca con desesperación y Emma se deja hacer con un jadeo animal. Recorre esa maravillosa boca, muerde los labios que se entregan a ella y es incapaz de asimilar que ese sabor que inunda sus sentidos sea el de la salvadora.
Al menos hasta que las uñas de Emma se cuelan bajo su blusa y arañan la piel sobre sus costillas y toda su esencia grita y se entrega sin resistencia. La salvadora cierra sus brazos alrededor de su cintura y ambos cuerpos se encuentran hasta que no hay un solo centímetro de ellos que no se toca.
Regina tortura los labios frente a ella con un beso lento, ávido y tan abrasador, que siente como sus pulmones suplican por un poco de aire. Pero no piensa detenerse. No cuando Emma estrecha su cuerpo contra el suyo y deja que su pierna, sobre la que el pantalón corto es una mera anécdota, se cuele entre las suyas, jugando con la altura del taburete a su favor.
Gime y quiere gritar su nombre pero tiene miedo a separarse de ella, a romper ese beso y terminar con el hechizo, y sólo gruñe de placer y serpentea contra esa pierna tránsfuga y atrevida, contra ese maravilloso cuerpo, contra cada centímetro de Emma que queda a su alcance. Retiene su nuca, recrudece el beso y siente las manos de la salvadora bailando a ese mismo ritmo contra su abdomen, amenazando con subir hasta su sujetador, justo cuando...
Se escucha la puerta abrirse.
Y acto seguido, la voz de Snow.
"Cariño, habíamos quedado fuer... ¡Dios, dios, dios, lo siento!"
Las manos de Emma desaparecen al instante de su cuerpo y Regina brinca asustada con los gritos. Los latidos de su corazón resuenan desbocados contra sus oídos y todo le parece una pesadilla. Intenta volver en sí, pero le cuesta procesar lo que sucede y, mientras la sangre retorna a su cerebro, empieza a unir piezas. Donde está, qué hacía un segundo atrás, a quién estaba devorando, quién las ha pillado sin compasión. Pero es un puzle tan salvaje que no puede reaccionar.
"Perdonad, no sabíamos, nosotros no..." masculla Snow, junto a David, que no abre la boca. "Nos vamos, nos vamos, nos vamos." Repite una y otra vez empujando fuera de la cocina a su marido.
Regina los ve desaparecer tras la puerta, pero sus ojos no se mueven de allí. Al menos no al instante. No hasta que advierte a Emma bajando del taburete y alejándose de ella. Hasta que donde antes estaba su calor solo queda una brisa fría que se acompasa con los ojos gélidos e impasibles de la salvadora.
"Deberías irte." Pide con una indiferencia que lo convierte en orden y hace que las palabras se claven en su estómago.
"Emma, hablemos, por favor." Suplica.
"No hay nada de lo que hablar. Y necesito que me dejes en paz de una vez."
Regina niega con la cabeza, tratando de evitar que su voz suene tan húmeda como el río que está inundando su alma y su ánimo con cada palabra de Emma. "Sé que tú también lo has sentido."
"Regina, jamás he dicho que no sienta nada por ti. He dicho que no quiero estar contigo." Responde sin sostenerle la mirada pero con tal seguridad que Regina se desmorona ante la inhumana franqueza de sus palabras.
"Emma..." gime rota. Pero la Salvadora ha dicho su última palabra y toma la iniciativa ante su aniquilada quietud.
"Adiós, Regina." Se despide al desaparecer tras la puerta de madera.
Y así, en un suspiro, el hechizo se ha deshecho solo para convertirse en una maldición de la que Regina no cree poder salir con vida fácilmente.
Sabe que no está haciendo nada. Sabe que no puede hacer nada. Ni siquiera sabe para qué ha ido hasta allí. Lleva casi tres horas frente al tablero de caoba y cuero y ni siquiera ha sostenido su boli más de dos segundos.
Su mesa nunca le ha parecido más trivial ni los papeles del ayuntamiento más molestos. Tiene que firmar algunos y corregir otros. Pero no va a hacerlo. Se limitará a seguir mirándolos fijamente mientras se pregunta para qué cojones ha salido de la cama. Si quería sentirse mejor, o menos estúpida, o menos inútil, o más necesaria, no está funcionando.
Solo mira hacia el infinito. Y gasta todas sus fuerzas en no recordar una y otra vez las palabras de Emma.
Pero eso tampoco funciona y con cada oleada que trae de nuevo su voz hasta su cabeza, quiere hundirse en su silla, tumbarse en la alfombra y encogerse sobre sí misma como un bebé.
Resiste sobre la silla, pero está segura de que es por la falta de fuerzas. Se fugaron con las horas de llanto en las que ocupó el resto de su domingo. Y, aun así, todavía no es consciente realmente de qué demonios sucedió. Estaba allí, lo vivió, podría contarlo incluso, pero no es capaz de aceptarlo. Aceptar que Emma no está bien, que se besaron, que se fundieron desesperadas contra la otra y que un segundo después Emma la rechazó sin mirar atrás.
Y tampoco puede culparla. Entró en su casa sin permiso y prácticamente la asaltó sin miramientos. ¿Dónde había quedado lo de respetar su ritmo? ¿Dónde todos esos meses de paciencia y calma? ¿Dónde todo el cuidado y la reflexión?
Sostiene su cabeza entre las manos y apoya la frente contra la mesa, desesperada. Necesita arrancarse el corazón. O la cabeza. O las dos. Y pronto o va a acabar muriendo cuando uno de los dos reviente.
"Regina, tiene visita." Resuena contra su oído la voz de su secretaria a través del renqueante interfono.
"¿Quién es?" pregunta extrañada, sin recordar que hubiera ningún compromiso agendado ni ninguna razón para levantar la cabeza de la mesa.
"Es el sheriff Nolan." Responde y los ojos miel se abren de sorpresa. No, desde luego esa visita no estaba registrada ni en sus peores pesadillas. "¿Alcaldesa?"
Carraspea e intenta que su voz suene lo más decente posible. "Hágale pasar."
Pero toda su dignidad se esfuma cuando, a través del interfono, escucha un lejano: "Les recibirá ahora."
En plural.
Se encuentra peinándose a todo correr, cuando la puerta empieza a abrirse. David la atraviesa con un gesto tan mortificado que, por un segundo, Regina se siente reconfortada en su espantoso bochorno. Pero cuando, tras él, aparece Snow, la vergüenza se convierte en una tangible decepción. Y de repente ya ni le molesta la visita.
"Hola, chicos." Murmura levantándose de su silla.
"No te preocupes, Regina." Pide Snow indicándole que no se ponga en pie con una sonrisa pequeña pero tan cariñosa como su propia vergüenza le permite. "¿Molestamos?"
"No, claro que no. Solo... estaba con algo de papeleo. Tomad asiento, por favor."
"Gracias." Responde el matrimonio al unísono, apartando las sillas para las visitas.
"¿Qué os trae por aquí?"
"Nosotros..." intenta coger el relevo David, pero con cada sílaba se le va perdiendo la voz. Tose e insiste. "...Estamos preocupados por Emma."
Regina aprieta sus labios y se apoya contra su respaldo, casi dejándose caer. "¿Sabéis que si se entera de este encuentro va a arder la ciudad al completo, no?"
"Posiblemente..."
"Aunque, por otra parte, no creo que pueda enfadarla aún más." Añade encogiéndose de hombros.
"Lo vuestro... no va bien, ¿verdad?" pregunta Snow con tal discreción que cuesta escucharla.
"No."
"Pensábamos... después de lo de ayer..." tartamudea el sheriff.
"Pero Emma no parecía muy contenta cuando salimos a comer con ellos."
"No, imagino que no demasiado." Asume Regina, sin necesidad de haber estado allí. Snow y David se miran entre ellos y por un segundo quiere llorar sólo con la pena que ellos mismos rezuman. "Un paso adelante, diez atrás, que os puedo decir..." Es todo lo que logra añadir sin echarse a llorar. "Sea lo que sea lo que necesitáis, podéis contar conmigo..."
"Gracias, Regina, de verdad."
"No me las des aún." Suspira contenida. "Estamos jugando con fuego y Emma ahora es pura dinamita."
Continuará...
