Mírame (II)

now corta los trozos de ajo lenta y pensativa, tanto que cuando Emma, a su vera, le pregunta si puede ayudarla con algo, casi se rebana medio dedo.

"¿Qué? No, no, no, gracias, cariño. Ya está todo hecho."

"¿Estás bien?" pregunta elevando una ceja.

"Totalmente." Responde volátil, dejando caer el picadillo sobre la lubina como si se tratara de polvos mágicos. "Mira, puedes poner la mesa si quieres. El pescado se hará en menos de 10 minutos." Añade de repente con media sonrisa.

"Vale..." musita extrañada, pero sin oponer resistencia. Se mueve hasta la repisa sobre el fregadero y recoge cuatro vasos, pero antes de llenarlos de agua, el telefonillo suena a sus espaldas. Se gira sobre sí misma, hace un cómputo rápido y las cuentas no le salen. Neal está dormido y sus padres y Henry en el salón "¿Esperamos a alguien?" pregunta mirándolos.

Y entonces lo advierte. Los tres parecen estar jugando al escondite inglés, congelados y con similares gestos de mortificada culpabilidad.

"¿Quién es?"

"Emma..." comienza su madre temerosa.

"No, no habéis sido capaces. Tiene que ser una broma de mal gusto, ¿verdad?"

"Emma, sólo escucha un momento."

"¿Cómo narices os habéis atrevido? ¿En qué demonios estabais pensado?"

"Mamá." Es cuanto dice Henry, y es suficiente para que Emma se detenga. Pero no para que deje de respirar como un toro colérico. "Por favor, confía en nosotros." Suplica andando hasta ella y sosteniendo su mano.

"Si nos pides que no la abramos, lo haremos." Continúa Snow. "Pero la hemos invitado por una razón. No es una encerrona ni queremos hacerte sufrir. Pero estamos preocupados por ti y ella puede ayudar."

"¿A qué?"

"A saber qué te pasa, mamá." Musita Henry apretando su mano. "Hay algo que no está bien... Nos da miedo que puedas estar en peligro."

"Y Regina es la experta en estos asuntos." Insiste David.

"¿Por favor...?" pide Henry asestando el golpe de gracia.

"Está bien..." gruñe, atrapada y tratando de respirar hondo. "Abre."


Cuando Regina aparece bajo el marco de la puerta industrial del loft Charming, la escena es tan incómoda y violenta como esperaba. No hay nada roto, ni cuchillos volando, pero por lo demás parece que esté entrando en territorio de guerra. Ni siquiera el cálido saludo de Snow y Henry viniendo a llevarse su abrigo sirven para relajar el ambiente. Saluda a todos y a nadie, y sólo tres voces le responden. Arrastra los pies hasta tomar asiento en la mesa del comedor, donde su hijo ya espera paciente, y se pregunta, por decimoctava vez, si está haciendo bien.

Pero cuando el resto de la familia toma asiento y repara en las oscuras ojeras de Emma, visibles incluso teniéndola en la otra punta de la mesa, se convence de que es ahí donde debe estar.

Aunque con cada nuevo vacío de la Salvadora se sienta más pequeñita.

Rota.

"¿No estamos exagerando mucho por un poco de insomnio?" cuestiona Emma cuando David termina de servir el pescado a todos.

"Emma, mírate." Pide Snow preocupada.

"Oh, muchas gracias."

"Ya sabes a qué me refiero..."

"Mamá, te he oído gritar varias noches." Murmura Henry irguiéndose en su silla. "Y cada vez te acuestas más tarde."

"¿Tienes miedo a dormir?" pregunta David.

"No es miedo. Pero ahora mismo no es mi plan favorito."

Regina presencia el intercambio de preguntas con mil dudas surgiendo a cada palabra, pero tiene intención de mantenerse en segundo plano. Emma ha accedido a hablar y sospecha que su sola intervención puede retraer a la Salvadora hasta hacerla regresar a su caparazón para no compartir nada. Solo espera que alguien, antes o después, comparta en voz alta sus mismas dudas.

"¿Te pasa todas las noches?" continúa Snow.

"Diría que sí."

"¿Y has probado a tomar algo? ¿Infusiones relajantes, hierbas naturales, quizás algo de la farmacia...?"

"No. Después de semanas sin dormir bien no se me había ocurrido." Responde Emma con una sonrisa sorprendida llena de sarcasmo.

"Ya..." musita Snow cohibida.

"Perdona, mamá." Responde inmediatamente. "No estoy en mi mejor momento, pero no puedo pagarlo con vosotros."

"No pasa nada, cariño. Lo entendemos."

"Por eso tampoco le veía mucho sentido a sentarnos y tener este debate. Ya lo he probado todo y nada funciona. Será estrés, se me pasará."

"Pero no puedes continuar así. Vas a colapsar." Protesta David.

"Tiene que haber alguna solución." Insiste Snow. "¿No?" pregunta al aire, pero Regina recoge al vuelo la sutil invitación de su amiga. Quizás, a pesar de los nervios y el miedo, bastante racional, a ser fusilada por los ojos claros, debe dar un paso al frente.

"¿Desde cuándo te sucede?"

La reacción es inmediata. Emma frunce el ceño y se cruza de brazos, pero responde: "No lo sé... Ha sido progresivo."

"Me vale una horquilla aproximada."

"No sé..." resopla. "¿Un mes?"

"¡Emma!" exclama Snow.

"No siempre ha sido tan desmesurado." Se excusa ante su madre, antes de volverse hacia Regina con toda su desgana. "¿Qué importancia tiene eso?"

"Que un mes no suena a insomnio corriente. No si va a más y nada parece funcionar."

"¿Habría algún remedio mágico?" propone Snow.

"Prefiero dejar la magia fuera de esto." Gruñe la salvadora y Regina, a metros de ella, es capaz de percibir la vibración amenazante que infiere al decir magia.

"Emma tiene razón." Se atreve a contestar y nadie parece contento con su respuesta, ni siquiera Emma, que la mira como si la estuviera insultando. "Quiero decir que puedo preparar algo. Si tú quieres." Añade tragando hondo. "Y quizás sea más efectivo que cualquier remedio o medicamento, pero estaríamos en las mismas. Sólo taparía el problema."

"¿Qué propones?" pregunta David.

"Que averigüemos qué sucede de verdad. Que vayamos a la base del problema."

"¿Eso quiere decir...?" inquiere Emma con el mismo vibrato.

"Que hay que observar qué te sucede por las noches."

"¿Perdón?" espeta Emma. Regina pasa de la confusión a la mortificación al vislumbrar lo ambiguo de su propuesta.

"Los tres. Hablo de los tres. Y fuera de la habitación, claro." Habla sin detenerse ni para respirar. "Podemos usar la videocámara de Neal para ver que todo marcha bien."

"¿Qué dices, cariño? ¿Lo intentamos?" propone Snow.

Emma deja escapar un suspiro y se agarra el tabique. "Qué remedio..."


"Ruby dice que todo está en orden." La voz de Snow llega al salón antes que sus pasos. Aparece bajo la puerta y camina hacia David, Regina y Emma, que espera en pijama. "Neal continúa dormido y Henry está a punto de irse a la cama."

"Genial." Suspira Emma. "Entonces solo queda que suba a torturarme."

"No digas eso o subiré contigo." Protesta su madre, abrazándola.

"Es broma" añade devolviéndole el abrazo con cariño y dedicándole una sonrisa resignada a su padre. "Disfrutad del espectáculo."

"Tienes un sentido del humor maravilloso." Protesta David, estrechando su mano cuando pasa junto a él, antes de encaminarse a las escaleras.

"Buenas noches." Musita Regina con la voz a media asta al sentirse prácticamente invisible.

Se escucha un pequeño "Gracias" pronunciado entre dientes antes de que sus pies desaparezcan de su vista a través de los escalones.

Cuando Emma aparece en la pequeña pantalla instalada sobre la mesa y Regina se hunde en el sofá, derrotada, Snow va veloz a su vera.

"No lo entiendo... ¿No habíais hecho avances las últimas semanas?"

Se encoge de hombros. "Eso creía yo también..."

"Pronto cambiará, ya lo verás."

"Creo que eso mismo me dijiste hace unos meses." Suspira con una mansa sonrisa.

"He infravalorado lo cabezota que es mi hija." Admite chasqueando la lengua. "Pero no su inteligencia ni su corazón. Confía en mí."

"Quiero hacerlo, Snow." Dice agradecida a pesar de lo llorosa que suena su voz. "Pero ¿y si nunca sucede?" añade, rabiando al notar sus estúpidos ojos humedeciéndose.

"Oh, Regina." Gime Snow abrazándola y reteniendo su cabeza contra su hombro. "No, cariño. Todo irá bien, ya lo verás. El amor siempre vence."

"Los Charming y su maldita obsesión." Gruñe Regina con frialdad, mientras se acurruca entre los brazos de Snow, que se sacude al son de sus carcajadas.

"Si mi yo de hace 15... ¿25 años? ¿30...? Bueno, si mi yo del Bosque Encantado supiera de esta estampa pensaría que me he pasado con el vino peleón caducado." Bromea David mirándolas con media sonrisa cariñosa.

"¿Tan raro es que nuestra archienemiga necesite nuestro apoyo porque se ha enamorado de la hija de su hijastra?"

"Nah. Tenemos monstruos voladores, animales que hablan y maldiciones por doquier. Esto es adorable en comparación."

"Y ahora David me llama adorable... ¿Acaso puedo seguir cayendo más bajo?" protesta Regina pero sin separarse de los amorosos brazos de Snow. El matrimonio rompe a reír... hasta que un pequeño ruido se cuela entre las carcajadas.

Es menos que un resoplido. Pero viene de la pantalla del vigila bebés.

Los tres se levantan hasta ella y Snow la sostiene. El ruido se repite y, desde los mandos del aparato, Snow mueve la cámara buscando el rostro de Emma. Parece dormida, pero algo no va bien.

"¿Podemos acercarlo más?" pregunta Regina. Snow asiente y activa el zoom hasta que el rostro de la salvadora ocupa media pantalla. Bajo sus parpados los ojos se mueven convulsos. Vuelve a gruñir, pero esta vez más fuerte, y su rostro se descompone con un gesto de disgusto que dura unos segundos antes de desaparecer. "Ya ha empezado."

"Pero si lleva dormida menos de dos minutos..." resuella Snow.

"No hay forma humana de alcanzar la fase rem tan rápido. Apostaría la mansión a que detrás de esto hay magia."

"¿Qué hacemos?" inquiere David.

"Esperar." Propone Regina, poco satisfecha. "Y observar. Necesitamos recabar toda la información posible para poder encontrar al culpable, o si no..."

Un grito aterrador de Emma detiene la conversación. El dolor parte en dos su cara y su cuerpo se contorsiona, pero sigue profundamente dormida.

Regina no termina nunca su frase y Snow no suelta la pantalla. Sólo corren escaleras arriba, seguidas de David y gritando a tres voces el nombre de Emma. Y, en respuesta, otro aullido aterrado.

Pero cuando entran en el cuarto, Emma permanece sumida en un sueño profundo y violento.

"¡Emma, Emma, despierta!" repite Snow tirando de sus hombros. Pero no hay respuesta. David prueba a apretarle la mano sin éxito.

"Henry advirtió de lo difícil que fue despertarla." Intenta explicar el sheriff.

Regina niega con la cabeza, intentando encontrar una salida en medio de la oscuridad total. "¡Sí, pero no tanto!"

"¡No, no, no, NO!" grita Emma sacudiéndose con tal violencia que empuja a sus padres al hacerlo. Regina mira su rostro en busca de alguna señal de que la han recuperado. Revisa sus ojos, que permanecen cerrados, y su mandíbula, apretada con tanta fuerza que podría partirse en cualquier momento.

"¡Emma, Emma, cariño!" chilla Snow insistiendo, sentada junto a ella, cada vez más angustiada. "Algo va mal, algo va a peor."

Las manos de Regina, temblorosas, se abren y se cierran compulsivamente. Snow continúa agitando a Emma y David grita su nombre, pero no sucede nada. Le falta el aire, su cabeza no logra descifrar qué sucede y su respiración es cada vez más densa. Como si un peso se anclara sin compasión en su pecho. Como si esa habitación fuera cada vez más pequeña.

Como si no estuvieran solos.

"Algo no le deja despertar." Exclama girando sobre sus talones. "...O alguien. Y está usando su magia justo ahora."

"¿Qué notas?" inquiere David.

"Emma, Emma... ¡se está despertando!" anuncia Snow.

"¡Trata de escapar!" grita Regina advirtiendo como esa incómoda nube que sobrevolaba sus cabezas se desvanece para densificarse contra una de las paredes del cuarto. "¡Alto ahí!" Ladra alzando su mano contra el techo. Advierte al instante la resistencia animal que esa invisible fuerza ejerce contra su magia. Intenta avanzar a pesar de las cadenas que le retienen a merced de Regina.

"¿Qué ha pasado?" pregunta la voz dudosa de Emma.

"Algo te atacaba mientras dormías." Responde su madre aún sosteniendo sus brazos.

"¿El qué?"

"Ni idea, pero es muy poderoso." Jadea Regina resoplando. "¿Me echarías una mano?" suplica redoblando su propia magia, sintiendo como su cuerpo es arrastrado por la inercia hacia la presencia invisible.

Emma se yergue con dificultad, pero dirige sus manos en la misma dirección que Regina y la alcaldesa advierte la presencia de su cálido y crepitante poder. Cierra los ojos un segundo al notar cómo se entremezcla con su magia y en cuanto estas entran en contacto, la presencia deja de retorcerse, incapaz de seguir oponiéndose.

"¿Le tienes?" pregunta y, desde la cama, Emma asiente sin perder la concentración. "Perfecto." Baja sus manos sólo para girarlas una vez más en el aire y ladrar: "¡Vidite pseum!"

A su orden, una figura comienza a tomar forma ante sus ojos. Un cuerpo rígido, cubierto de una nube vaporosa y grisácea que se desdibuja como una toga mezclada con su propia piel, unos ojos grandes y negros como la noche y dos enormes alas blancas y trasparentosas que se agitan airadas pero sin hacer el más mínimo ruido ni mover ni una mínima brizna de aire. Está en el aire, a unos metros del suelo, pero incluso desde ahí está claro que mide más de dos metros.

Si es un monstruo, Regina nunca ha visto nada semejante. "¿Y tú quién eres?"

"Morfeo."

"¿Morfeo...?" cuestiona Snow frunciendo el ceño.

"Morfeo." Gruñe de nuevo, agitándose molesto. A pesar de no verse, su cuerpo sigue atrapado por las cadenas invisibles convocadas por ambas mujeres y sus brazos están ridículamente pegados a su cuerpo, con sus manos tratando de moverse indefensas. "Morfeo, el dios del sueño." Insiste.

"¿Por qué me atacas?"

"No te ataco, sólo me encargo de traer tus sueños."

"Eso no son sueños, son pesadillas inhumanas."

"No dependen de mí."

Regina tira de las cadenas, sin afán de apretar más, solo de recordar quién está al mando. "Eres el dios del sueño. ¿De quién dependen entonces?"

"Son un encargo."

"¿Un encargo?" insiste la alcaldesa.

"Una orden, más bien."

"¿De quién?" espeta Emma.

"Por vuestro bien, es mejor dejarlo estar."

"Por tu bien, te recomiendo contestarle." Ordena Regina, apretando las cadenas.

"¡Zeus, es Zeus!" protesta antes de gemir: "Me haces daño."

Ante las inesperadas palabras, Regina no suelta las cadenas, pero vuelve a aflojar su agarre. No es algo que hubiera esperado escuchar de una temerosa amenaza. De repente el colosal dios parece más un simple chaval detenido robando para comer.

"Explícate." Ordena Regina, aunque su tono ha perdido ese trasfondo amenazador que roza lo cruel.

"Cada noche elijo a quién visitar y preparo los cuernos que derramaré sobre esos soñadores..." balbucea moviendo su mano derecha. Junto a ella, colgado de su cintura, hay un cuerno blanco de carnero. "Pero desde hace semanas Zeus me ordena visitar esta casa y usar los cuernos que él me provee."

"¿Y qué llevan?" pregunta Emma.

"No lo sé."

"¿Me estás torturando y ni siquiera sabes con qué?"

"Son órdenes. Y no se discuten los mandatos de Zeus."

"¿Y qué pretende?" pregunta David, cruzándose de brazos. Morfeo abre la boca, mirándole con gesto de disculpa y él se adelante. "Ya, ya. Tampoco tienes ni idea."

"¿No puedes simplemente dejarme en paz? ¿No tienes trabajo que estés desatendiendo por destrozarme la cabeza?"

"No. Hace años que sólo soy esto, un simple esclavo de Zeus. Desde que me castigó por ayudar a los humanos, antes incluso que al pobre Prometeo, sólo sigo sus designios. En ocasiones me permite visitar a quién deseo, pero el resto del tiempo sólo puedo obedecerle."

Regina se yergue y, antes incluso de abrir la boca, ya se ha arrepentido de sus palabras. Pero es una baza que necesita jugar.

"¿Entonces sólo nos queda matar al mensajero?" gruñe con un vibrato tan amenazante como su propia postura. Ante sus ojos, el dios olímpico se sacude con un escalofrío aterrado y Regina siente como se hace aún menos amenazante, más desvalido, más niño.

"Puedes hacerlo." Murmura y no disfruta diciéndolo. "Pero sería la mejor forma de que la furia de cientos de olímpicos cayera sobre vosotros. Somos muchos, siempre hay alguien cerca, siempre hay alguien mirando. Y no dejarían esta muerte sin vengar."

"No será para tanto, no eres el primer dios al que matamos." Se jacta Regina, con una mirada gélida, pero siendo consciente de que su propia fachada es cada vez menos terrorífica. Morfeo no es más que un chaval. Quizás tenga miles de miles de años, pero no es más que eso. Y además bastante tierno.

"Hades, sí, lo sé. Todos lo sabemos." Reconoce con calma. "Pero, a pesar de la tristeza y la furia que desató su muerte, ahí arriba reconocen que fue una batalla justa, que murió por su propia avaricia y que fue en vuestra propia defensa. No están contentos, pero respetan lo que sucedió. Pero si me ejecutáis... No descansarían hasta acabar con todos vosotros. Jamás tolerarían la muerte de otro de los suyos a manos de meros humanos."

"¡Eh!" protesta Snow.

"Eso dicen ellos." Se defiende encogiéndose como puede de hombros. "A mí me gustáis. Tenéis sueños hermosos y disfrutáis de verdad de la vida."

"Gracias..." responde no del todo convencida.

"Además, matarme sería inútil. Tengo mil hermanos."

"¿Hay mil como tú?" cuestiona David desesperado.

"Sois muchos humanos..." responde con paciencia. "La cuestión es que quizás yo sea su favorito, pero no su última opción. Tiene recambios de sobra."

"Ya..." farfulla Regina, meditabunda.

"¿Pero qué pretende al mandarte contra mí?" insiste Emma, frotando sus sienes. "¿Matarme de insomnio?"

"No lo sé." contesta realmente afectado. "Pero está muy furioso."

"Mira, algo que tenemos en común." Espeta la salvadora sentándose en el borde del colchón.

"¿Necesitas ayuda?" pregunta Snow sosteniendo su brazo al ver sus dubitativos movimientos.

"No, yo sólo..." responde, pero se detiene con un gesto de dolor cuando su madre la ayuda.

Snow se sienta a su lado, preocupada. "¿Qué pasa, cariño?"

"Nada..." responde con firmeza tomando aire. Pero Regina, a unos metros de ella, no se cree ni una sola sílaba.

"Eso ya lo he oído antes." Murmura, recordando el quejido que escuchó cuando se besaron en la cocina. Mira fijamente a Emma, pero esta no le devuelve la mirada y las sospechas de Regina se recrudecen. "¿Morfeo, si te suelto prometes quedarte para ayudarnos?" pregunta deseando con todas sus fuerzas no estar siendo una idiota e inocente pringada.

El dios asiente desde las alturas y un segundo después sus brazos se despegan de su cuerpo y los frota aliviado y feliz. Desciende hasta el suelo y, aunque por un momento Regina teme lo peor, se queda sólo ahí, observándoles, unas cabezas por encima de ellos.

"Déjame ver tu brazo, Emma." Pide con una firmeza que no da lugar a objeciones. Emma frunce sus labios, pero no se opone y le acerca su brazo derecho. "Ese no. El otro." La salvadora se detiene y se lo piensa. Y Regina teme que la insulte en lugar de hacerle caso. Pero al final cede y lo extiende ante ella. La alcaldesa camina con su estómago encogiéndose hasta desaparecer entre sus tripas. Lo sostiene y ni siquiera puede recrearse en estar tocando a la salvadora. Cuando sus dedos apartan el pijama de Emma, encuentra el peor de sus temores.

"Tu marca." Musita Snow mirando la piel de su antebrazo.

"Está ardiendo." Recalca Regina, sobrevolando la marca de Zeus y advirtiendo su calor sin necesidad de tocarla. Es tal su preocupación que no repara en lo cerca que están hasta que cruzan sus ojos y advierte el gesto de incómodo enfado que le dirige. Su primer instinto es alejarse, como siempre, pero tras esas pupilas molestas y refunfuñonas, hay un brillo de dolor.

Sostiene su brazo con dos manos, ve cómo se prepara para gruñir, pero antes de que abra la boca, sus dedos se deslizan por la marca calmando el dolor hasta adormecer su brazo. Solo entonces con toda la entereza y dignidad de la que es dueña, se aleja sin necesidad de que la salvadora proteste.

"¿Desde cuándo te ocurre?"

"Está empeorando, pero desde el primer día."

"¡Emma!" reclaman David y Snow.

"Está controlado."

"Claramente." Espeta Regina irónica. Emma frunce el ceño y le dirige una mirada de reproche que se desvanece casi por completo al dar con los dos furibundos ojos miel. "¿Con qué sueñas?"

"Apenas lo recuerdo." Contesta. Regina eleva una ceja y Emma se cruza de brazos. "Digo la verdad. Me despierto llorando, asustada, me duele el pecho y me arde el brazo, pero no sé nada más."

Regina suspira, insatisfecha. Se gira hacia Morfeo, que permanece callado a un lado del cuarto. "¿Puedes dejar de traer esos sueños?"

Niega con la cabeza. "Él lo sabría."

"Entonces necesitamos averiguar qué pretende."

"¿Pero cómo?" cuestiona Emma.

"Acompañándote en tus sueños."

Emma eleva ambas cejas y sus padres se miran entre ellos inquietos. Pero, para su sorpresa, Morfeo asiente satisfecho. "Puede funcionar".


"¿Tenemos claro el plan?"

"Sí. Yo me quedaré en casa sin hacer nada para variar. Y vosotros salvaréis a Emma."

"Henry, cariño..."

"¡Es verdad, mamá!" protesta el adolescente cruzándose de brazos.

"Te estamos haciendo partícipe del plan para que nos ayudes a organizarlo." Responde David apretando con cariño los hombros de su nieto. "Nos importa tu opinión y valoramos tus ideas."

"Sí, pero a la hora de la verdad me quedo atrás."

"Si te sirve de consuelo, yo tampoco voy a visitar los sueños." Replica David.

"Pero tú estarás allí para despertarlas si algo va mal. Y yo estaré con Ruby, jugando al monopoly otra noche más."

"Henry." Interrumpe Regina. "Sé que es frustrante y ojalá pudiéramos llevarte. Pero no podemos arriesgar a nadie más."

"Mamá..."

"Es mi última palabra, Henry."

"Pero..." protesta mirando a su alrededor, hasta que sus ojos dan con Emma. La salvadora eleva una ceja, sin dar crédito a su desmesurada esperanza.

"Estoy con Regina, chico." Responde tajante, arrepintiéndose de golpe de sus palabras. Pero nadie dice nada, aunque tanto David como Snow miren a las paredes con un interés desmesurado y Regina al suelo con el cuello rojo. "Entonces está todo claro." Zanja molesta carraspeando ante el silencio repentino.

"Llegaremos a tu casa a las 7 para prepararnos." Propone Snow desde el sofá con Neal devorando su biberón.

"Perfecto." Responde Regina, poniéndose en pie y aún con parte del sonrojo asomando por su rostro. "En ese caso deberíamos descansar y coger fuerzas hasta entonces."

"Buena idea." Bosteza David, estirando su cuello hasta que cruje.

"Emma." Pronuncia en apenas un susurro Regina y el silencio regresa al salón del piso de los Charming. Todos se giran hacia la salvadora, lo que tensa aún más la espalda de Emma. No responde, sólo se gira hasta ella con gesto apático, y espera. "Te he preparado algo, por si quieres intentar dormir. Debería dejarte reponer fuerzas sin que haya forma de que sueñes." Musita sacando de su chaqueta un pequeño frasco con un líquido verde oscuro en su interior.

Todos están mirándola, esperando su respuesta. Y ella, desde la distancia, ni siquiera se para a mirar el bote. Sólo eleva la comisura de su labio y responde: "Creo que voy a pasar. Aún recuerdo el efecto de lo último que me diste."

Regina abre la boca, pero no dice nada. Guarda el bote de nuevo y sólo entonces murmura: "Claro. Nos vemos luego. Hasta ahora." Pronuncia en general, recibiendo varias respuestas antes de cerrar la puerta del apartamento.

"¡Emma!" exclama entonces Snow con desaprobación.

"¿Qué?" pregunta con indiferencia, recogiendo su chaqueta. "Chico, ponte el abrigo, nos vamos."

Snow respira con fuerza por la nariz y, aunque tiene a Neal encima y no puede poner los brazos en jarras, es la viva imagen de una madre decepcionada. "Que eres libre de tomar todas las decisiones de mierda que quieras, pero al menos no seas cruel."

"Snow, ¡Henry!" exclama David, cabeceando hacia su nieto.

"Creo que Henry ya sabe que Emma toma decisiones de mierda, cariño."

"¡Mamá!"


El ambiente no es mucho más halagüeño a las siete de la tarde. Snow está más descansada tras una excepcional siesta de casi tres horas, pero las ausencias de Neal y Henry tensan aún más el ambiente, enrarecido ya de por sí. Y tampoco ayuda que Regina, al preparar lo necesario para su hechizo, saque de su bolso dos cintas de seda roja.

"¿Para qué son?" pregunta.

Puede ver la mortificación en el rostro de Regina antes de responder: "Para atar a Emma."

"¿Qué?" responde esta inmóvil.

"Bueno, para atarnos a ti, más bien. Snow y yo." Explica aguantando el tipo a duras penas. "Así nos vincularemos a tus sueños." Insiste intentando sonar tranquila y segura, pero fallando.

"Gracias, Regina." Se adelanta Snow, apretando su brazo con cariño. "Estás en todo."

"Espero que tengas razón." Suspira colocando su abrigo en el perchero. "Solo quedaría una cosa por hacer." Carraspea.

"¿El qué?" pregunta Snow.

"Morfeo dijo que son muchísimos dioses y que es fácil que haya alguien mirando. No quiero arriesgarme a que alguna mirada indiscreta avise a Zeus de lo que estamos haciendo."

"¿El propio Morfeo no podría hacerlo?" pregunta David.

"Supongo que sí... Pero creo que me fio de él. No es más que otra víctima de Zeus." Responde viendo como David y Snow asienten a sus palabras. Incluso Emma, sin apenas gesticular, parece estar de acuerdo. "Pero no sabemos quién más puede estar presente esta noche. Y, si fuese partidario de Zeus, podría reventarnos el plan."

"¿Y cómo vas a evitar visitas indeseadas?" pregunta Snow.

"Eso me interesa." Añade Emma con tono neutro pero prestando atención por primera vez a Regina. Y, aunque la alcaldesa no reacciona, Snow es consciente de que ella también se ha percatado de la doble intención de sus palabras. Le dirige una mirada de reproche asesino a Emma, pero cae en saco roto cuando la Salvadora hace su mejor imitación de un muro imperturbable sin intención alguna de girarse hacia su madre.

"Pretendo bloquear el dormitorio para que sólo puedan entrar aquellos seres a quien demos permiso." Explica escueta, antes de añadir con tono neutro: "Pero necesitaré ayuda."

"¿Ayuda?" repite Emma.

"Sí. Es un hechizo para dos."

"¿Para dos?" insiste.

"Emma, no tenemos tiempo para repetirlo todo." Refunfuña Snow agarrándose el puente de la nariz. "¿Os podemos ayudar con algo nosotros?"

"Sí, esperad a nuestra señal y entrad." Explica Regina. "Haré una prueba para que solo te permita entrar a ti y ver si deja fuera a David."

"No me dolerá, ¿no?"

"Hmmm... no mucho." Responde con ademán serio, hasta que los ojos de David se abren con terror y Regina no aguanta más la sonrisa.

"Ja, ja."

Regina observa a Emma repetir con sumo cuidado los movimientos que le ha enseñado por cada rincón de la pared. Mientras, ella se mueve por el cuarto colocando una serie de polvos brillantes que van desapareciendo al contacto con el suelo. Camina hacia la puerta, uno de los últimos puntos que le queda por asegurar, pero se cruza con la salvadora. Es apenas un segundo, pero las dos se apartan hacia el mismo lado y, cuando no funciona, vuelven a echarse hacia el mismo sitio.

Regina, procurando no cruzar su mirada con Emma, la escucha chasquear la lengua con fastidio y muerde sus labios intentando no responderle con la misma poca paciencia. Se limita a apartarse dramáticamente hacia un lado

para asegurarse de no volver a coincidir y Emma acepta el gesto con un gruñido molesto.

Regina intenta respirar hondo, trata por todos los medios dejarlo ir. Pero ya son demasiados días, demasiadas veces, demasiados feos y no está del todo en control de sus propias facultades. Si no fuera por la inflamable combinación de sueño, dolor, frustración y preocupación seguramente lo habría dejado estar. Pero no es capaz.

"Entiendo que estés furiosa." Espeta. "Pero no eres la única que tiene razones para estarlo."

La reacción es inmediata. Emma detiene lo que está haciendo y se gira con el labio fruncido: "No hablarás de ti, ¿no? No te he hecho nada."

"¿Qué no?" repite exasperada e irónica, mirándolas fijamente. "¿Me merezco ser un felpudo el resto de mi vida?"

"Necesito distancia." Se encoge de hombros y el mal humor de Regina se acrecienta.

"Lamento que mi presencia te perturbe mientras intento salvarte la vida." Espeta, creciéndose cuando por una vez Emma no responde ni le dirige una mirada cargada de superioridad. "Y entiendo que estés furiosa, te he dado razones para ello... ¿Pero y yo? ¿Has pensado siquiera en lo que sentí cuando lanzaste la bomba del amor verdadero?"

Emma abre los ojos, aún enfadada, pero por encima de todo confusa. "¿Perdón?"

"Antes de reencontrarnos ahí abajo, que yo sepa, te ibas a casar con un pirata que solo se parece a mí en el color del pelo." Continúa exasperada y, al ver a Emma abrir la boca, se adelanta levantando el dedo deteniendo cualquier réplica. "¡No me vengas con lo del equipo Swan No Debe Pensar otra vez!" gruñe irritada. "Te estoy hablando en serio, Emma. Aún hoy no sé ni cómo sentirme. Tú sólo bajaste, me salvaste, soltaste semejante bomba y desapareciste."

Emma asiente, con gesto imperturbable. "Apuntado. La próxima vez cierro la boca."

"Joder, Emma. No, no quiero que cierres la boca, nunca más." Protesta molesta y frustrada. "Pero, ya que no quieres escucharme tú a mí, al menos deja que yo te escuche. Necesito entenderlo, necesito más."

"No hay más." Contesta cruzándose de brazos.

"¡Sí lo hay!" insiste sin dejar que la imagen de esa Emma fría e impasible la detenga de nuevo. "Estabas con él, ibas a casarte con él, ¡has sido capaz de perdonarle todo siempre!"

"No es cierto." Replica. "No os he perdonado a ninguno de los dos."

"Pero sí fuiste capaz de perdonarle que matara a tu abuelo y te engañara, o que robara las tijeras a tus espaldas." El rostro de Emma se tuerce con un pequeño gesto de duda y Regina cree que va a responder, pero la salvadora recupera su fachada imperturbable y el mal humor de la alcaldesa regresa con ahínco. "Incluso perdonaste que convocara a todos los oscuros para matarte a ti y a toda tu familia... No, espera, eso ni siquiera se lo perdonaste, simplemente lo dejaste estar, ¡como si no fuera nada! ¿Y se supone que soy tu amor verdadero? ¿Yo? ¿Cuando estabas dispuesta a casarte con él y perdonarle todo, y has decidido renunciar a nosotras porque no quieres volver a saber nada de mí?" protesta cada vez más alto, hasta casi gritar. Pero le da igual, nada importa. Solo quiere las malditas respuestas a las preguntas que le persiguen desde hace tantos meses que no le quedan fuerzas, sólo mala hostia. "Joder, Emma, ¿qué sentido tiene? ¿De repente me quieres aunque estabas con él y ahora quieres que, simplemente, lo olvide? ¿O que haga qué? ¡Me está volviendo loca!"

Y en medio de toda su desesperación, Emma responde con la voz más calma y, al tiempo, furibunda que Regina jamás ha escuchado. "Si Hood, tu Hood de verdad, estuviera aún aquí, ¿tendríamos está conversación?"

Abre los ojos, completamente descolocada. "¿Qué?"

"Ya me has oído." Repite y, al retomar, la serenidad empieza a diluirse en su voz, pero permanece la rabia. "Regresé de Nueva York para romper la maldición y, de repente, estabas con él y erais inseparables."

Boquea un par de veces e intenta organizar sus pensamientos.

"Emma, tú te habías ido... No iba a volver a verte jamás. O eso pensaba. Jamás me habría fijado en él si no hubiera estado desesperada, sola, hundida... Y si no hubiese tenido ese estúpido tatuaje..." Toma aire y le cuesta llenar sus pulmones al echar la vista atrás con esta nueva perspectiva. Pero no va a dejar pasar esta oportunidad, pondrá todas las cartas sobre la mesa. A pesar del miedo a estrellarse, a pesar del dolor que su gran idea está removiendo y sacando a flote. "Puede que no diga mucho a su favor, pero supuse que una reina malvada no tenía derecho a una salvadora... Pero sí a un ladrón." Añade encogiéndose de hombros con la voz tomada. "Y supongo que tampoco ayudó que una de las últimas imágenes que tenía de ti fueras tú correteando por Neverland seguida de Neal y Hook y dándote besitos con el pirata maloliente."

Emma se cuadra molesta. "¡Yo no correteo!"

Regina pone los ojos en blanco, furiosa. "¿En serio? ¿Eso es todo a lo que vas a responder? Estupendo, Emma..." espeta dando media vuelta y regresando a su tarea.

Escucha un carraspeo y se detiene. Pero hasta que no escucha su voz, no se gira. "Y que, quizás, no hubiera besuqueado a nadie si tú..."

"¿Si yo qué? ¿Qué esperabas de mí?"

"Que no me trataras como una carga." Murmura y por una vez en semanas Regina no escucha reproche alguno en su voz. Solo un reclamo genuino e inofensivo. "Sin ti en esa isla yo estaba perdida. Siempre tenías las mejores ideas, parecías tan segura, y no cesaste en tu empeño por enseñarme a controlar mi magia. Si no hubiera sido por ti, no sé qué habríamos hecho... Y sin embargo a cada segundo sentía que para ti era una carga, que lo éramos todos. Solo querías ir por tu lado y quitarte a los lastres de encima..."

"Yo... Tengo serios problemas para trabajar en equipo." Suspira con culpabilidad. "Aunque he mejorado... Pero en aquel momento, sí, puede que fuera un poco tirana... Y puede que les tratará como a un lastre. Pero para mí tú nunca lo fuiste." Añade buscando su mirada y envalentonándose cuando los ojos claros titilan contra los suyos sin apartarse. "Solo que, en el pack, ibas con ese marinero venido a menos. Y prefería que los besos me pillaran lejos." Admite con fastidio, y medio sonriendo cuando, frente a ella, Emma deja también escapar una sonrisa fugaz. "Siento haberte hecho sentir así..." susurra dando un par de pasos hacia ella. Hasta que las separan menos de dos suspiros.

Emma no aparta su mirada, no se mueve del sitio. "Yo también."

"Entonces..." musita humedeciendo sus labios y torciendo su rostro para preguntar: "¿...No quieres a Hook?"

"No como debería..." contesta muy lentamente.

"¿Y a mí...?" pregunta con esa misma suavidad.

"Quizás..." murmura enigmática. Regina eleva una ceja y estira su mano hasta acariciar su mejilla. Sus pulmones se llenan de vida cuando Emma se reclina sobre su mano cerrando los ojos un segundo. "Quizás como a él le gustaría..." Regina sonríe y se acerca un poco más.

"¿Desde cuándo...?" pronuncia sin prisas, disfrutando de los ojos de Emma precipitándose hasta sus labios.

"Quién sabe..." jadea evasiva.

"Yo quiero saber..." Con una cadencia que sabe que no será ignorada.

"Desde antes incluso de que me cayeras bien." Murmura meciéndose contra su mano.

"Eso es mucho tiempo..." Apenas un susurro antes de acercarse más a ella, midiendo cada reacción. A la espera de la más mínima señal para detenerse... O para avanzar.

"Muchísimo..." Repite humedeciendo sus labios.

"¿Pero entonces? ¿Hook? ¿Neal?" cuestiona acariciando su mejilla, dejando que sus dedos se pierdan por el cuello de Emma hasta enredarse en el nacimiento de su pelo.

"Todo se fue dando..." suspira cerrando los ojos cuando las uñas de Regina acarician su piel. "Simplemente iba sucediendo... Tú estabas con él, yo me dejaba querer pensando que así te olvidaría. A veces, porque no tenía que hacer nada, sólo estar... A veces porque ellos eran el camino fácil... El único que pensaba que estaba abierto para mí..."

Regina niega frustrada con la cabeza, inclinándose hasta que sus frentes se tocan y entonces murmura: "Siempre estuve ahí."

"¿Siempre?" repite tragando hondo.

"Desde antes de que tolerase tu presencia, miss Swan." contesta con su mejor pose de alcaldesa tirana y las risas de ambas se entremezclan. Ahí, a solo unos centímetros de distancia, Regina necesita derrumbarse contra ella por completo, detener el tiempo, retener a esa Emma que por una vez no parece tan inalcanzable. "Y quiero seguir estando ahí... Solo permíteme intentarlo, no te pido nada más..." suplica, reteniendo con una mano su nuca y prodigando con la otra tímidas caricias sobre su mejilla. "Sé que no será fácil, ni pretendo ni quiero que lo sea..." murmura delineando sus labios con dos dedos y conteniendo el aire cuando Emma cierra los ojos. "Solo no te cierres y deja que me gane tu perdón, por las dos..." musita desesperada inclinándose hasta que al hablar sus labios rozan los de la Salvadora. "Por favor, Emma..."

Se desliza hasta que sus bocas se acarician, pero el beso jamás llega a nacer.

Emma niega con la cabeza, aprieta sus labios y se aleja de ella. "Yo... No, no puedo olvidarlo."

"Emma..." Gime desesperada mientras la salvadora agarra sus manos para apartarlas de ella.

"Lo siento, Regina." Responde sin sostenerle la mirada. Y no hay rabia, ni acritud. Sólo... ¿pena? Regina da un paso al frente, desesperada, y Emma retrocede antes de gritar. "Entrad, ¡el hechizo está listo!"

Y antes de que Regina pueda protestar, la puerta se abre y el tiempo vuelve a precipitarse contra ella. Quiere caminar hacia Emma, pero Snow y David se asoman dudosos a la habitación y ella se queda congelada sobre sus pies. El matrimonio da un par de pasos hacia el cuarto y, con el segundo de ellos, David se precipita fuera con un empujón.

"¡Eh!" grita sorprendido antes de celebrar: "¡Funciona!"

"Bien, bien..." musita Emma mirando a todas partes y a ninguna. Regina quiere hablar pero no encuentra qué decir y sólo deja caer sus hombros. Y Snow, entre ambas, las observa en silencio hasta que se escucha la voz de David desde el pasillo:

"¿Pero me dejáis entrar?"


La escena es tan ridículamente cómica que Regina no entiende cómo aguantan la risa. Aunque quizás ayuda el hecho de que la tensión entre Emma y ella se puede cortar con un cuchillo. Pero aun así aplaude la entereza de David, a los pies de la cama y con un gesto sereno e imperturbable.

Incluso aunque su hija esté tumbada sobre la cama, en pijama, con los brazos extendidos hacia los bordes de las camas y, a cada costado del somier, Snow y Regina sentadas en el suelo, sobre cojines y con un brazo estirado hacia el de la Salvadora y atados a las muñecas de estos mediante los lazos. Eso es compromiso, piensa Regina cuando no atisba ni una señal de risas en él.

"¿Estáis preparados?" pregunta en voz alta recolocando su espalda contra la pared.

"Sí." Responden los tres al unísono.

"Si nada falla, cuando Emma caiga dormida, nosotras sucumbiremos detrás. A partir de ese momento estamos a merced de Morfeo. No sabemos que nos encontraremos ni si podremos despertarnos a nuestra voluntad, al menos Snow y yo. Así que si ves que algo se tuerce..."

"No me detendré hasta traeros de vuelta." Concluye David asintiendo.

"Bien." Responde Regina antes de mirar solo a Emma. "En ese caso, cuando desees..."

La salvadora carraspea y mira a un punto indeterminado. "Vale. Vamos allá." Toma aire y se recoloca como puede con sus brazos en posición de crucifixión total.

Durante un par de minutos no se escucha nada. Sólo la respiración lenta y acompasada de Emma y alguna brisa de aire fugaz tras la ventana. Pero por lo demás todo es silencio. Silencio y, muy lentamente oscuridad.

Al principio duda. Duda y pestañea varias veces. La luz aún está ahí, pero es como si alguien la robara muy despacio, en pequeñísimos trozos, y Regina vacila, insegura. Quiere mirar a David y ver si él también lo está advirtiendo. Pero el sheriff no está.

La habitación continúa ahí, pero en realidad no está y Regina se mueve con cuidado pero asustada. Sus brazos se desplazan con sus movimientos y entonces advierte que nada retiene su muñeca

No hay rastro del lazo que ha hechizado.

El miedo se convierte en pánico al entender que les han debido sabotear y ni siquiera se ha dado cuenta. Se gira hacia Emma, lista para suplicarle que no se duerma, pero la cama no está. Nunca hubo una cama a su lado. Solo hay frío y desangelado suelo. Y, a unos metros, la figura de Snow, sentada como ella e igual de confusa.

"¿Qué ha pasado?"

"No lo sé, algo ha debido de fallar, o..." responde nerviosa y acelerada, hasta que una idea se cuela entre sus pensamientos. "...o ya estamos en sus sueños."

"¿Quieres decir que...?"

"Que ya no estamos en su cuarto. Esto es lo que ella ve cada noche."

"¿Y dónde está Emma?" pregunta mirando a todas partes.

"No tengo ni idea..." responde poniéndose en pie. Gira sobre sí misma, apreciando la inquietante e incómoda oscuridad que las rodea y sus ojos reparan en un punto gris sumergido entre las sombras. "¿Ahí?"

"Es ella." Asevera Snow dirigiéndose hacia allí.

"Debemos ir con cuidado." Pide Regina andando tras sus pasos.

"¿Nos verá?"

"No tengo ni idea de qué puede ocurrir en el mundo de los sueños." Reconoce frustrada.

Los pasos de ambas mujeres son confusos. Sienten que están recorriendo los metros que las separan de la Salvadora y ella está cada vez más cerca, pero nada a su alrededor se mueve.

Advierten el suelo bajo sus pies y, al tiempo, es como si pisaran sobre la nada. El mundo a su alrededor no provoca un miedo acuciante, pero es lo suficiente macabro para retorcer sus tripas y mantenerlas en estado de alerta.

Y más cuando la figura de Emma se va definiendo ante sus ojos. La salvadora está en un rincón recogida sobre sí misma, abrazando sus piernas en posición fetal y con una respiración tan salvaje que su cuerpo entero se expande con cada bocanada de aire que toma.

"¿Emma?" pregunta Snow con una delicadeza tangible. La cabeza rubia asoma entre los brazos de la salvadora hasta que los ojos claros las miran. No hay lágrimas, pero brillan y titilan. Snow se deja caer junto a ella, alarmada. "¿Emma, cariño, qué sucede?"

"Ya viene..." gime y cuando habla sus labios tiemblan.

Regina se coloca de cuclillas, a su vera y acaricia su brazo, tratando de tranquilizarla y reclamar su atención. "¿Quién? ¿Quién viene, Emma? ¿Es Zeus?"

"No, no, no..." gimotea negando sin parar y volviendo a esconder su cabeza entre los brazos.

"Emma, no te va a pasar nada, ¿me escuchas?" susurra estrechando su hombro. "Estamos aquí y no vamos a dejar que nadie te haga nada."

"Nadie me hace nada..." lloriquea amortiguada por su propio cuerpo, antes de comenzar a balancearse. "Soy yo, soy yo, soy yo..." repite compulsivamente.

"¿Cómo que eres tú?" susurra Snow intentando calmarla con caricias en su espalda. Pero la salvadora ya no responde más.

"Emma. Emma, por favor. Deja que te ayudemos."

"Cariño, no estás sola, todo va a ir bien." Musita Snow intentando llegar hasta ella. Pero Emma no escucha a nadie y sólo se balancea sobre sí misma antes de gemir:

"Ya está aquí."

"¿El qué...?" cuestiona Regina. Pero una voz la detiene. Una voz estridente, dolorosa, infinita y odiosa. A pesar de que distinguiría esa voz en cualquier lugar del mundo.

"¡Les matarás, a todos!"

"No, no, no..." suplica Emma cada vez más llorosa.

"Esa es..." susurra Snow mirando a todas partes.

"Su voz." Confirma Regina intentando encontrar el origen de los gritos.

"¡No vales! ¡No eres suficiente! ¡¿No te ves?! ¡Apenas puedes sostenerte en pie...!"

"No, no, no..."

"¡Emma, no le escuches! ¡Esa no eres tú!" implora Regina arrodillándose junto al lio de miembros temblorosos en el que se ha convertido la salvadora. "Esa voz no es real, escúchanos a nosotras."

"Ella tiene razón." Gime y por un momento Regina cree que le va a devolver la mirada, pero no. Emma eleva su rostro y clava sus ojos en el frente, hacia la inmensa oscuridad. Y donde su mirada se posa, aparecen formas inconexas y una luz difusa que comienza a girar a su alrededor.

"¿Qué demonios...?" pregunta Snow, quieta.

Ahí, frente a ellas, se abre una grieta a lo que parece el mundo real. Solo que allí es de día.

"Esto no me gusta." Gruñe Regina sin abandonar la vera de Emma. La salvadora ya no tiembla, sólo espera con la vista fija en esa grieta que es cada vez más grande, más brillante, más incómoda.

"¡Tú tendrías que protegerles, y no haces nada, NADA!" chilla la voz en todas partes.

"Lo siento..." llora Emma mirando como ante sus ojos se dibuja la figura de Regina tumbada sobre una mesa, atada a ella con correas de cuero y su cuerpo repleto de electrodos.

"¿Qué demonios...?" pronuncia Regina abriendo los ojos descolocada. Ante ella, la otra Regina ladra algo y un segundo después miles de voltios recorren su cuerpo cuando Greg y Tamara encienden la máquina de electroshock.

Los gritos de dolor de la alcaldesa se escuchan por toda la inmensa oscuridad y Emma los acompaña con su propio lamento desesperado. "¡No, Regina, no!"

"Emma, eso no está sucediendo. ¿Me escuchas? ¡Emma, estoy aquí, estoy bien, estoy contigo!" insiste tirando de sus hombros y reclamando su atención. Pero la salvadora no aparta la vista de esa otra Regina al borde del colapso y retorciéndose bajo la crueldad de los electrodos.

"Hay más..." susurra Snow horrorizada.

"¡Sufren y no haces nada, sufren y es por tu culpa!" chilla acusadora la voz y la imagen de Regina se diluye hasta ver a Henry en la habitación en llamas de la maldición. El pequeño da vueltas, asustado, hasta que una llamarada lame su brazo y chilla de dolor.

"¡No, por favor!" solloza Emma sosteniendo su cabeza con las manos.

"¡Tú deberías salvarles, es tu destino...! ¡Pero siempre fracasas y ellos pagan las consecuencias!"

Al lado de Henry, antes incluso de que desaparezca la escena, se perfila el pozo de los deseos de Storybrooke. Regina se reconoce a sí misma junto a este, absorbiendo la maldición que Gold y ella habían lanzado para evitar el regreso de Cora. Su cuerpo se retuerce al hacerlo y la voz regresa: "No eres la salvadora, sólo eres un fraude. ¡Y dejas que sean ellos quienes luchen tus batallas, quienes te rescaten!"

"No, no, yo quiero... sé que puedo..."

"¡NO ERES SUFICIENTE! ¡NUNCA LO HAS SIDO!"

La voz desencadena una nueva riada de imágenes que cada vez son más apresuradas, más inconexas, más angustiosas. Henry en Nunca Jamás cayendo al suelo tras entregar su corazón.

David y Snow separados y atrapados en la maldición del sueño. Henry llorando en Camelot mientras Emma le roba sus lágrimas.

Y, por último, Regina como fugitiva en el Bosque Encantado cayendo al suelo desangrándose.

"¡Para, para, para...!" Suplica Emma desconsolada y desecha en lágrimas.

"¿Qué tipo de tortura desalmada es esta?" chilla Snow por encima de los gritos de tu hija y de la terrorífica voz que se asemeja tanto a la de Emma.

"Una muy retorcida... digna de un Dios." Gruñe Regina mirando a todas partes, intentando buscar respuestas, una salida, alguna explicación. Pero no hay nada. Nada más que ese tétrico proyector que muestra los recuerdos más crueles que es capaz de convocar. "Emma, escúchanos, por favor. Estamos aquí, eso no es más que un truco barato, nada de eso está sucediendo, todos estamos bien."

"¡Regina, no, por favor, no! Lo siento, lo siento, lo siento..."

"¡Emma, estoy aquí!" suplica rota, tratando de sostener su rostro con ambas manos. Pero la salvadora se zafa de ella, desesperada, y se abalanza hacia delante, hasta caer sobre sus manos.

"Yo no quería... yo..." llora arrastrándose hacia las imágenes donde, poco a poco, se muestra una última escena. Una que Regina reconoce antes incluso de que se concrete. Cuando sólo es un borrón difuso y Emma se arrastra hacia él.

"No, no, no..." Esta vez es Regina la que gime impotente y mira sin poder apartar los ojos de ella.

"¿Qué va a...?" pregunta Snow dudosa, pero se detiene al entenderlo.

Frente a ella, aparece la Reina Malvada luchando encarnizadamente con Emma y Ruby en su forma lobuna. La licántropa se desploma contra el suelo con un corte profundo en el lomo y la Reina Malvada eleva a Emma en el aire con su magia.

Durante un instante todo parece perdido, hasta que la espada de la Salvadora atraviesa el estómago de la Reina Malvada. Esta cae al suelo, inerte, y, a pocos metros de ellas, se derrumba el cuerpo de Regina, sin vida.

"¡REGINA, REGINA! ¡NO, LO SIENTO, NO, POR FAVOR, NO, NO, NO!" chilla una y otra vez arrastrándose hasta la grieta donde la imagen cobra vida ante sus ojos. Se arrodilla junto al rostro de Regina, con sus ojos abiertos y vacíos, y llora contra su pecho sin consuelo.

"Tenemos que salir de aquí..." gime Snow mirando a Emma.

"Aún no sabemos qué pretende Zeus." Responde Regina mirando horrorizada pero intentando no derrumbarse junto a la salvadora.

"¿Y qué más da? Tendremos que averiguarlo de otra forma, Emma está sufriendo."

"Soy consciente... pero tampoco sé cómo salir de aquí. Ni siquiera podemos desvincularnos de Emma porque no hay lazos que desatar." Masculla elevando sus muñecas. "Si David no está tratando de despertarla, no sé qué más podemos hacer. Excepto intentar averiguar las intenciones detrás de todo este circo macabro."

"Está bien..." accede Snow frustrada. "¿Cuál es el plan?"

"Observar e intentar que Emma nos escuche."

"¡NO ERES MÁS QUE UNA FARSANTE, UNA MUJER INCAPAZ DE CUMPLIR CON SU DESTINO, LA CULPABLE DE TODO ESTE SUFRIMIENTO!"

"Creo que será imposible que nos preste atención..." protesta Snow caminando hasta su hija con la voz aún tronando sobre ellas.

"Hay que intentarlo..." susurra Regina igual de desalentada, pero tratando de recuperar la atención de Emma sentándose junto a ella. "Ey, ¿me ves? ¿Me oyes? Estoy aquí, contigo, esta soy yo... el resto son trucos baratos de ese estúpido dios."

"Regina, Regina, Regina..." repite balanceándose sobra el cuerpo inerte. Las manos de Snow tratan de rodear sus hombros y abrazarla, pero Emma se sacude con violencia. No quiere nada, no quiere contacto, no quiere consuelo, solo llorar y retorcerse de dolor.

"¡Cada persona que te quiera morirá! ¡Si alguien se atreve a amarte, le estás condenando a una muerte segura! Deja de jugar a ser la salvadora cuando no puedes ni cuidar de tu familia."

"No, no, por favor, no..." suplica tocando la cara del cuerpo de Regina y tirando del cuello de su camisa.

"Emma, esa voz no eres tú, no tiene razón, ¡no la escuches!" grita Regina intentando sobreponerse al ruido de las voces y los llantos, pero su voz queda sepultada bajo un nuevo grito. Tan cruel y feroz que el cuerpo de Emma se echa a temblar.

"¡ACEPTA QUE ESTE NO ES TU DESTINO! ¡PROTEGE A TUS SERES QUERIDOS!"

"¿Cómo...?" llora apoyándose sobre el pecho sin vida de esa terrorífica recreación. "¿Cómo les salvo de mí?"

"¡Ya lo sabes!" Con el despiadado grito se abre una nueva grieta a lo lejos. Una con bordes temblorosos y mucho más grande. Con una luz lúgubre, anaranjada, mortecina. Donde se dibuja un pequeño altar de hierro forjado y piedra. En el que descansa un objeto metálico.

"Yo... no puedo..." solloza Emma.

"¡Los matarás! ¡Tu cobardía los matará!"

"¿Qué demonios es eso?" cuestiona Snow intentando entornar los ojos.

"Parecen..." duda Regina poniéndose en pie, pero manteniéndose junto a Emma. "¿...las tijeras del destino?"

"Es imposible..."

Regina asiente con la cabeza, de acuerdo. "Lo es. La Reina Malvada las destruyó."

"¡CÓGELAS!"

"No, no, no..."

"¿Cómo han llegado hasta ahí?" insiste Snow.

Regina mira a todas partes y cierra los ojos cuando una cascada de certezas se abalanza sobre ella. "No han llegado. No son las de verdad. Sólo son un señuelo."

"¿Para qué?" pregunta sin cesar en su intento de abrazar a Emma, que se resiste sin dejar de llorar.

"Para atraerla hacia allí. Esa abertura no es como la anterior. La primera parecía borrosa, irreal y cada imagen se mostraba como un líquido donde se proyectaban los momentos. Pero esa... esa es clara y estable. No es una simple ilusión... es una puerta."

"Una puerta... ¿A dónde?"

"Al inframundo." Pronuncia con una calma furiosa. "Zeus está intentando que Emma entre de nuevo allí por su propio pie. Está tratando de cobrarse su castigo."

"¡HAZLO!" chilla y exige la voz fantasmal cada vez más deformada y monstruosa de Emma mientras la salvadora rompe a llorar con más fuerza.

"Te salvaré, te salvaré, Regina..." musita arrastrando sus lágrimas con la manga de su chaqueta y girándose hacia la apertura hasta que su rostro se ilumina con la claridad anaranjada que tintinea a lo lejos.

"¡No, no, no!" ordena Regina interponiéndose en su camino y empujando sus hombros en dirección contraria. Pero Emma la aparta de un empujón y continúa su camino. "¡Snow, hay que pararla!"

A su orden, esta salta hasta la salvadora y rodea su cuerpo atrapando sus brazos contra sus costados. Los pasos de Emma se ralentizan, pero continúa avanzando al tiempo que se sacude. "¡Es demasiado fuerte!"

"¡Emma, para, por favor!" exige Regina parándose frente a ella y usando su magia para detener sus pasos. El hechizo funciona, pero el poder innato de Emma interviene y su magia comienza a resquebrajarse. A su espalda advierte como, con cada centímetro que avanzan, la luz naranja es más intensa y baña el rostro de la salvadora con más fuerza. "¡David, si nos oyes o nos ves, despiértanos!" suplica sacudiéndose a lo loco pero sin dejar de empujar a Emma.

"¡No funciona!" chilla Snow siendo arrastrada a pesar de clavar con fuerza los talones al suelo.

"¡David, necesitamos ayu...!"

Nunca termina la frase.

Un tirón sacude su cuerpo y un dolor seco se clava en su brazo. El mismo en el que el lazo rodea su muñeca. La oscuridad, contra todo pronóstico, se apaga cuando llega la luz y todo pierde sentido ante los ojos de Regina. Se deja llevar por el pinchazo que siente en su brazo y observa que vuelve a estar atada. A Emma. Que está sudada, temblorosa y sentada en su propio colchón. Con los lazos tirantes hasta el dolor.

"¡Estáis aquí, estáis bien!" grita David abrazando a Snow y sosteniendo su rostro con desesperación. "Os escuchaba cada palabra. He intentado despertaros, a las tres, pero era imposible. No reaccionabais a nada. No sabía qué más probar."

"Tranquilo, cariño. Lo has logrado, estamos de vuelta." Jadea agotada derrumbándose contra su pecho. Desde los brazos de David deja que su marido deshaga el nudo del lazo mientras ella se gira hacia su hija. "¿Emma, estás bien?"

"Yo... no lo sé." musita tragando hondo. "Lo habéis visto, ¿verdad?"

"Sí..." gime Snow.

"Morfeo, por favor, muéstrate." Pide Regina mirando a su alrededor. Advierte una suave y ligera brisa, pero no obtiene respuesta. "Necesitamos hablar contigo. Te prometo que la habitación es segura. ¡Por favor, Morfeo!"

"No debería estar aquí. Cada noche corremos más peligro. Todos." Susurra el Dios tomando forma ante ellos.

"Necesitamos un último favor."

"No puedo hacer desaparecer las pesadillas..."

"Lo sé." Se lamenta Regina. "Pero no se trata de eso. En el sueño aparecía una grieta y juraría que al otro lado estaba el inframundo, ¿es eso posible?"

"Yo..." reflexiona unos instantes. "...supongo que sí. Los sueños son puentes a otros mundos."

Regina aprieta los labios con frustración y echa su cabeza hacía atrás. Sus ojos perdidos en el techo antes de maldecir: "Joder, joder, ¡joder...!"

"¿Qué está pasando?" suplica Emma mirando a ambas mujeres. "¿Qué habéis visto?"

Regina camina de un lado a otro, furiosa, fuera de sí, y Snow se adelanta a responder.

"Zeus trata de engañarte para que regreses al Inframundo." Gime con la voz rota. "Y nosotros somos el señuelo."

Continuará...

(El fic quedó muy muy muuuuuuy largo para variar, así que vamos a por la tercera y (prometido) última parte)