¡Vamos a por el final y espero que cumpla vuestras expectativas! ¡Nos leemos!
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Mírame (III)
Regina escucha los pasos sobre la escalera y se recoloca contra el sofá en el que, unos segundos antes, estaba tumbada. La pantalla del receptor, que ahora muestra un cuarto vacío, se había encendido minutos atrás para avisar de que Emma estaba en pie. Y al momento la alcaldesa había apartado la manta sobre ella y se había sentado. A su vera, Snow y David se desperezan sobre el otro sillón, tumbados y abrazados y, para cuando Emma se asoma al salón, apoyándose contra el marco de la puerta, los tres ya la esperan sentados.
"Buenos días." Musita con suavidad.
"Hola, cariño." Sonríe Snow con ternura. "¿Has podido dormir algo?"
La salvadora niega con la cabeza. "Un par de horas, pero a trompicones... ¿Vosotros?"
"Sí, bastante, hemos hecho turnos." Responde David igual de dulce que su mujer.
Emma les dedica media sonrisa, estrechando el hombro de su madre. "Gracias por hacer guardia "
"No tienes que darles, cariño." Insiste dejando un beso sobre su mano.
Regina se pone discreta en pie y dobla su manta sin hacer ruido alguno, antes de murmurar. "Creo que debemos ponernos en marcha. Hay mucho que preparar antes de esta noche."
Contra todo pronóstico, es Emma quien responde: "Dejad que al menos os preparé algo de desayunar."
Regina desea quedarse, ver cómo ha despertado Emma y asegurarse de que está bien. Pero no quiere molestar, no después de lo que ha visto, no después de lo que Emma sufre cada noche.
Hoy no se ve con fuerzas para ser esa constante molestia que crispe los nervios de la Salvadora.
Hace un gesto de despreocupación con la mano y busca con la mirada sus zapatos. "No hace falta. Cogeré algo de camino a la mansión..."
Pero, una vez más, Emma contesta y Regina aguanta la respiración, atónita. "Insisto."
"Vale." Musita obediente.
Snow gira su taza humeante entre las manos. "Sigo sin entender por qué no podemos simplemente inducir a Emma en un sueño profundo."
Regina se lleva su taza a los labios y, con el glorioso líquido calentando su contracturado cuerpo, toma la palabra: "Es muy arriesgado. No podríamos olvidarnos jamás de la poción y si algún día nos faltase un ingrediente estaríamos expuestos ante Zeus. Además, tampoco podemos estar seguros de si Emma desarrollará algún tipo de inmunidad. Y si eso ocurriera, Zeus podría dar con un resquicio y, al estar bajo esa magia, seríamos incapaces de despertarla antes de que llegara al inframundo." Enumera dejando que el olor del café inunde su nariz antes de regresar su mirada a los tres. "Y viviría toda la vida con esa amenaza tras de sí." concluye con una seguridad que suena a sentencia.
"Estoy de acuerdo." Asiente Emma desde la encimera de su cocina, a unos pasos de la mesa del desayuno. "Dormirme con la poción sólo puede ser una solución temporal si llegáramos a necesitarlo."
La calidez del café templando su cuerpo se queda en una mera anécdota cuando escucha a Emma secundar sus palabras. Todo su ser tiembla y arde al mismo tiempo y, aunque se siente una tonta, no puede evitar que una felicidad infantil la domine durante unos segundos.
No quiere romper la magia del momento ni tentar a su suerte, así que se limita a esperar y no añadir nada.
"¿Entonces sólo nos queda confiar en el collar de Gold?" cuestiona Snow.
Emma se encoge de hombros, resignada. "Si a Henry le funcionó, ¿por qué no a mí?"
"Es nuestra mejor baza." Responde David. "Vi a Henry controlar sus pesadillas desde el primer momento con sólo ponérselo. Zeus no tendrá nada que hacer."
"Pero ¿y si falla?" replica su mujer sin convencimiento.
"Volveremos a entrar con Emma para asegurarnos." Interviene Regina. "Y podremos avisar a David si necesitamos ayuda."
"Está bien..." suspira Snow, antes de girarse hacía Emma y dirigirse sólo a ella. "¿Tú estás de acuerdo?"
Emma asiente, reclinada sobre la encimera, con gesto reflexivo, pero tono firme: "Confío en vosotros."
"Entonces no hay más que añadir." Cede Snow. "¿Qué hacemos?"
"Me acercaré a la mansión. Tengo que pedirle a Henry su collar y estoy segura de que querrá conocer los detalles del plan." Resuelve Regina dando el último trago a su café.
"¿Y nos vemos en un par de horas para repasar el plan y comprobar el collar?" propone Snow tratando sin éxito de no sonar alarmada.
"Está bien, mamá. Aquí en dos horas para un ensayo general." Emma sonríe con indulgencia y un poco de diversión. "Si no os importa, creo que voy a darme una ducha e intentar convertirme en persona."
"Vale, cariño." Suspira Snow dejando un beso en su cabeza cuando Emma pasa a su lado para salir de la cocina. "Hasta ahora."
"Nos vemos en un rato." Responde Emma y, de nuevo, se dirige a todos y no rehúye la mirada de Regina.
"Adiós." La alcaldesa se atraganta con su propia voz al despedirse. En cuanto sólo queda la espalda de Emma, sus ojos se recrean siguiéndola hasta que desaparece tras la puerta de la cocina.
"Regina..."
"¿Qué?" responde nerviosa e intentando dirigirse a Snow con la naturalidad de no haber sido atrapada en pleno de delito.
"Anoche, durante mi guardia, subí a ver a Emma."
"¿Estaba bien?"
"Sí, sí, sólo desvelada. Pero me preguntó por los sueños."
Regina frunce el ceño, extrañada. "Ya se los contamos."
"No quería la versión rápida. Me pidió detalles."
"Oh..."
"Solo quería que supieras que... bueno, ahora es consciente de lo que Zeus le muestra cada noche."
Asiente y quiere dejarlo estar. Pero las ganas son más fuertes que su autocontrol. "¿Qué... qué dijo?"
"Bueno, Emma no es mucho de decir."
"Ya..."
"Pero creo que estuvo pensando al respecto. Y quizás..."
"Quizás tenga algo que ver con que hoy aún no haya intentado echarme de su casa con una patada en el trasero."
"Quizás." Sonríe con una discreta pero chispeante esperanza. Y Regina, frente a ella, frunce los labios en un intento fallido de comedir su propia sonrisa.
El techo del mercedes brilla con los reflejos del cristal del collar. Luces iridiscentes que bailan con cada curva y bache que coge el coche. Y, con cada movimiento de los reflejos, Regina se plantea si detenerse un segundo y guardar el collar en su chaqueta o en cualquier lugar donde no corra peligro de caer y golpearse.
Con las prisas, lo colocó sobre el mullido asiento y, lo que de primeras parecía una gran idea, ahora es una nefasta opción que le lleva a conducir a 10 kilómetros por hora por miedo a que la delicada joya mágica estalle en mil pedazos.
Una vez más, observa de soslayo hacia el collar, que se ha movido un par de milímetros, y mira al frente, buscando algún hueco en el que estacionar. Pero la casa de Emma asoma a unas dos manzanas y se resigna.
Reduce aún más la velocidad, cruzando los dedos para que nadie se fije en el mercedes que avanza a paso de tortuga por la avenida principal, y al fin detiene el motor unos segundos después. Recoge su bolso y el collar y lo guarda con mimo en el bolsillo de su chaqueta antes de llamar a la puerta.
"¡Pasa!" escucha a lo lejos la voz de David.
"¡Hola!" exclama a la nada.
"¡Estamos en la cocina!" responde Snow sin más explicación y Regina se adentra con paso inseguro. Hasta que abre la puerta y encuentra al matrimonio sentado a la mesa, como si no se hubieran movido en esas dos horas, acompañados de Emma en albornoz.
"Perdonad, ¿igual he llegado pronto?"
"No, no, has llegado en el momento ideal." Celebra Snow. "¿Lo tienes?" Como toda respuesta, Regina se lleva la mano al bolsillo de la chaqueta con un par de palmaditas. "¡Perfecto, entonces ya está todo!"
"¿Cuál es el resto del plan?"
"Mi madre quiere ir al inframundo." Resume Emma cruzándose de brazos y, de nuevo, mirando a Regina. Sin segundas intenciones, sin más expresividad que una sencilla neutralidad, pero para ella significa un mundo. Significa tanto que tarda en reaccionar a sus palabras.
"Espera, ¿qué?"
"¡Emma! Parece que vaya a alquilarle una barca a Caronte." protesta Snow, golpeando su hombro con el dorso de la mano. "Pretendo caminar hasta la grieta donde están las tijeras y demostrar que son un fraude. Una vez comprobemos que Emma es consciente del sueño y está a salvo con el collar. No quiero arriesgarme a que me rete a una carrera a la desesperada."
Medita unos segundos en silencio antes de dar su veredicto. "Puede funcionar."
"En ese caso no hay más que decir, son tres votos a uno." acepta Emma encogiéndose de hombros y poniéndose en pie.
"Pero podemos debatirlo." Responde rápidamente Regina.
"En realidad no tengo un plan mejor..." admite. "Pero supongo que no me convence la idea de que ninguno vayamos al inframundo. Otra vez. De nuevo." Bromea contando con los dedos el número de veces que ya se han asomado por ahí. Y Regina aguanta una sonrisa. Una entre boba y divertida. Y se limita a disfrutar de ese atisbo de su Emma. "Subiré a cambiarme, ¿vale?" añade hablando a nadie en particular.
"Claro." Responde Snow por todos. "Estaremos aquí organizándonos."
"Bien." Asiente durante un par de largos segundos, observando a la nada, antes de que su mirada busque la de Regina, petrificándola de pura sorpresa. "¿Aún... aún tienes la poción del sueño?"
"¿Qué? Si, sí, sí, claro." Trastabilla sorprendida pero llena de entusiasmo.
"Sé lo que dije... Pero creo que me vendría bien reponer fuerzas antes de esta noche con una pequeña siesta."
"No tienes que explicarme nada." Susurra buscando el frasco en su bolso. "Dormirás durante un par de horas, pero el efecto es inmediato, así que asegúrate de estar tumbada y lista para dormir."
"Perfecto." Murmura extendiendo su mano, sobre la que Regina deja el diminuto frasco. Sus yemas rozan la piel de Emma y siente un suave escalofrío recorrer sus dedos. Y, cuando los ojos de Emma se cruzan con los suyos, puede jurar que ella también lo ha experimentado. "Gracias."
"Un placer, Emma." Sonríe retirando su mano e hinchando sus pulmones de pura felicidad.
"Ahora os veo." Musita usando el plural pero, esta vez, sólo habla con ella.
"Hasta ahora." Responde viéndola salir de la cocina.
"Pasito a pasito..." bromea desde su silla Snow.
"Por una vez voy a tener que agradecerte que no sepas cerrar el pico." Responde mirándola de soslayo.
"Auch." Exclama Snow llevándose con dramatismo las manos a la altura del corazón y haciéndoles reír. La carcajada de Regina se detiene con un nuevo escalofrío. Pero nada tiene en común con el que le provocó el contacto de Emma. Este es duro, frío y revuelve su estómago. Como si una brisa helada y antinatural atravesara su cuerpo desafiando todas las leyes de la física. "¿Sucede algo?"
"No, no, solo... ¿no habéis sentido algo?"
"¿Algo como qué?" cuestiona Snow.
"Como una pequeña corriente de aire..." murmura confusa. Busca la forma de explicarse y abre la boca, pero el sonido del vidrio al fragmentarse en mil pedazos llega hasta la cocina. "¿Qué ha sido eso?"
"No lo sé, pero no me gusta." Responde David poniéndose de pie junto a su esposa y encaminándose hacia el salón seguidos de Regina. "¿Emma?" pregunta al aire al entrar en la estancia. Pero nadie responde. Y ahí, en el centro, hay una alfombra de esquirlas que algún día fue un jarrón. "¿Qué demonios ha pasado?"
Regina intenta resolver el misterio cuando de nuevo la desagradable brisa choca con su cuerpo e incluso la empuja medio paso atrás. "Otra vez esa sensación." Murmura entre dientes, girando sobre sus propios pies. "Aquí está pasando algo."
Snow deja de mirar los trozos de cristal y asiente. "Hay que encontrar a..."
Nunca termina la frase. Un ruido sordo y seco, escaleras arriba, detiene sus palabras con violencia. Nadie dice nada. Solo corren en desbandada, precipitándose por los escalones, repitiendo desesperados el nombre de la salvadora. Pero, tras el ruido, todo es silencio en el piso superior. Snow, en cabeza, llega hasta el pasillo y grita: "¡Ahí!"
El cuerpo de Emma está tirando en medio del pasillo, bocabajo, aún en albornoz y con los ojos cerrados.
"¡Emma, Emma!" chilla David girándola. Su hija es como una marioneta en sus manos, sin resistencia ni tensión alguna. "¿Está... está dormida?
"¿Crees que se ha tomado la poción?" pregunta Snow.
"No, no, fui muy clara." Responde Regina nerviosa, de rodillas, junto a ellos. "El efecto era inmediato, se lo dije."
"No es la poción." Resuelve David señalando el frasco medio asomado a través del bolsillo del albornoz.
"Una Emma despistada hubiera sido mejor noticia que un desmayo repentino." Deduce Regina hablando a toda velocidad. "¿Qué demonios está pasan...?"
El escalofrío, una tercera vez. En ese maldito pasillo. Donde están los cuatro, pero se siente pequeño y angosto, como si no fueran los únicos...
"¡Es Morfeo!" grita alarmada. "El jarrón, la brisa, es él."
"¿Qué crees que quiere decirnos?"
"Que alguien le ha obligado a regresar a media mañana. Que nos han descubierto. Pero la casa no está hechizada, no puede aparecerse."
"¿Entonces Emma está soñando?"
"Si no lo está, lo estará en apenas unos segundos." Gruñe furiosa. Y, frente a ellos, la salvadora rueda de los brazos de David y sólo los reflejos de su padre evitan que se estrelle de nuevo contra el suelo. "Mierda, ya ha empezado."
"¡Emma, Emma!" grita Snow sentándose junto a su rostro. Pero su hija no da señales de advertir su existencia ni la de ninguno de los presentes. Solo comienza a lloriquear y sacudir sus hombros con cada protesta que se escapa de sus labios, blancos de la presión. "¡Ponle el collar!"
"Ahora no puedo." Gime Regina, sufriendo con cada nueva sacudida de Emma. "Es muy frágil, si hace un mal movimiento puede convertirlo en añicos y se acabaría nuestra única salida."
"¿Entonces?"
"Debemos entrar y calmarla. Darle la oportunidad a David de colocárselo sin peligro." Explica poniéndose en pie y corriendo sin previo aviso hasta el cuarto de Emma. Sobre las mesillas de noche, arrebuñados, permanecen los lazos embrujados y Regina se hace con ellos de un rápido tirón. Cuando regresa, Emma se mueve con tal violencia que cuesta creer que esté durmiendo. "Snow, átate." Ordena lanzándole su lazo. "David, espera nuestra señal y ponle el collar, ¿de acuerdo?" pregunta con urgencia tendiéndole el collar mientras junto a ellos Snow se desploma con suavidad en cuanto el lazo rodea ambas muñecas.
"Entendido, corre. Protegerla."
"Prometido." Murmura con el miedo atragantando sus palabras y el corazón palpitando en sus oídos. Sus dedos tiemblan mientras ata el lazo a su muñeca y, al intentar sostener la de Emma, esta se aparta con violencia. Lo intenta una segunda y una tercera vez, pero los espasmos de la Salvadora son cada vez más feroces. "¡Joder, no puedo!"
"Te ayudo" Se ofrece David dejando a su hija sobre el suelo y reteniendo sus hombros contra el suelo. Aun así Regina tiene dificultades, pero al fin logra cerrar el nudo y el ruido es atronador. Como una multitud rabiosa, fuera de sí, bramando a mil voces y con gritos dispares.
"¿Qué demon...?"
"Regina, ¡aquí!" Y esa voz si la reconoce. Es Snow, que chilla a unos diez metros de ella. Y entonces repara en lo que sucede. Su amiga permanece junto a Emma, que está en el suelo, asustada y encogida. A su alrededor, no una sino quince o veinte grietas brillan con la luz mortecina de imágenes espantosas que se repiten en bucle. Corre hasta ellas y se agacha junto a Emma, al igual que Snow. "Zeus sabía que tramábamos algo."
"No me cabe duda." Gruñe furiosa. "¿Has logrado que te diga algo?"
"No responde, no hay manera."
"Emma, Emma, estamos aquí." Musita intentando sostener su rostro con dos manos.
"No, no, no, no pueden morir. Ellos no, por favor. Otra vez no, no, no." Lloriquea sumida en la agonía y apartándose de su agarre.
"¡YA SABES LO QUE HACER!" chilla la voz omnipresente.
"No, no puedo..." gime encogiéndose ante el grito inhumano. Antes de que la última palabra salga de su boca, las imágenes crecen en tamaño y las voces de cada grieta suenan con más fuerza. Voces que piden socorro, gritan de dolor, o suplican clemencia. "Por favor, por favor..."
"¡SÓLO TÚ PUEDES EVITAR TANTO SUFRIMIENTO! ¡RENUNCIA A ESE DESTINO QUE NO TE PERTENECE!"
"Lo siento, lo siento tanto..." llora y cada vez se remueve más, agitada y convulsa y Regina no puede ni imaginar qué estará sucediendo fuera ni cómo estará pudiendo contenerla David.
"Emma, escúchanos, por favor." Suplica Snow, intentando sostener sus hombros. Pero la salvadora no reacciona, sólo mira con terror la más grande de las grietas. Donde ella misma atraviesa el estómago de la Reina Malvada.
En bucle, sin parar. Y, a unos metros, el cuerpo de Regina se desploma tantas veces que la propia alcaldesa querría reír ante lo absurdo de la escena. Pero los ojos de Emma están clavados en ella y tintinean repletos de lágrimas que se despeñan en medio de una retahíla de ruegos desesperados.
Regina se pone en pie. No sabe si su nueva idea funcionará o si será una estupidez, pero tiene que intentarlo.
"Quédate con ella." Le pide a Snow.
"¿Dónde vas?"
"A probar lo único que se me ocurre." Chilla sobre las múltiples voces y berridos. Camina hasta colocarse de pie, tras la grieta de la que Emma no es capaz de apartar la mirada. Y prueba a dar un paso. Funciona. Y, por un momento, hay tres Reginas en ese escenario maldito. La escena se mueve a su alrededor, como si atravesara el fotograma de una película, pero el efecto funciona. Está sumida bajo el efecto líquido que recorre la grieta y la luz que proyecta la imagen la baña también a ella. Y lo sabe. Ha funcionado.
Emma deja de llorar y la mira, quieta y conmocionada. Pero sobre todo quieta.
"Estoy bien." Es lo primero que se le ocurre decir a Regina y casi se echa a reír cuando Emma sorbe por la nariz y responde.
"No estás bien, estás muerta."
"No lo estoy, ¿no me ves? Tú me salvaste."
"Yo te maté."
Niega con la cabeza, frustrada. "Era una guerra, en las guerras hay bajas, pero ganamos."
"Soy la salvadora y no te salvé. Te asesiné."
"Porque yo te había obligado. Tú jamás lo habrías hecho, ¿me oyes?" Pide sin moverse de la grieta a pesar de las ganas que tiene de ir y sacudirle de los hombros hasta que la escuche. "No puedes sentirte culpable. Ni por esto ni por ninguna otra de estas malditas escenas. Has luchado y luchas cada día por todos nosotros. Nadie en este mundo se merece este destino más que tú."
"No paro de fallar..." llora agarrándose la cabeza, tapándose los oídos mientras el ruido se acrecienta a su alrededor.
"¡Es Zeus, las grietas son cada vez más violentas!" exclama Snow.
"Emma, escúchame." Pide cuadrándose en medio de la escena de su muerte en bucle. "Tú tenías razón. Siempre la has tenido. Eres la salvadora, ese es tu destino. Y lo eres por tu magia y por tu corazón, pero también por tu familia, por esos seres queridos que lucharían contigo hasta el fin del mundo. Tú no fallaste, no lo has hecho nunca. Yo te fallé a ti. Al robarte tu corazón, tu capacidad de decisión, al rendirme y no pelear contigo."
"Eso no es así..." lloriquea abrazándose las piernas y meciéndose. Pero esta vez su tristeza no es un grito desesperado, sino una melancolía contenida.
"Claro que sí. Si yo no te hubiera hechizado, habríamos vencido. Como siempre. Juntas vencimos a las reinas de la oscuridad, al chernabog, a Peter Pan. Y juntas salimos del inframundo y me devolviste a la vida." Sonríe cariñosa antes de crecerse y añadir con firmeza. "Y juntas volveremos a salir de este puto infierno."
"Juntas..." repite Emma paladeando el significado tan inmenso de esa palabra.
Pero la pesadilla no ha dicho su última palabra. Un cielo inexistente rompe sobre sus cabezas y relámpagos y truenos comienzan a sucederse cuando la voz vuelve a hablar.
"¡TÚ MATASTE A LA VERDADERA REGINA! ¡Y VOLVERÁS A HACERLO! ¡TU AMOR LA CONDENARÁ A UNA MUERTE SEGURA!"
"No le escuches, nada va a matarme. Me devuelves a la vida cada día, Emma."
"¡NO, NO, NO, NOOOO!"
Se sumen en la oscuridad más absoluta. Solo rota con el sonido atronador de los truenos y la tenebrosa luz de los rayos. Regina es incapaz de apreciar sus propias manos. Gira sobre si misma y todo son tinieblas impenetrables.
"¿Snow?"
"¡Estoy aquí! Bueno, no sé dónde, pero aquí."
"¿Tocas a Emma?"
"No..."
Resuena un nuevo trueno y el rugido acompaña a una nueva grieta. Igual que si la oscuridad se lacerara con una fúnebre rasgadura. Y de esa cicatriz en mitad de la nada, emerge la maldita luz mortecina y anaranjada acompañada de sus volutas de humo y niebla. Pero esta vez no aparece a varios metros, esta vez está a solo cinco pasos de ellas. Sin subterfugios, sin diplomacias. Zeus quiere quemar su última bala. Y, cuando el cadáver de Regina se desploma junto al maldito altar que sostiene las tijeras, la alcaldesa asume que el enfermizo dios griego luchará hasta el último aliento.
"¡Regina!" chilla Emma. Al dar un paso hacia la grieta se baña en su luz y Snow y Regina la localizan. "¡Aaahhh...!" gime, pero da un segundo paso. Se agarra el brazo con la otra mano y su rostro se tuerce con un gesto de dolor, pero está dispuesta a dar un tercer paso.
"Emma, mírame." Dos palabras. Ni siquiera grita. Solo se coloca tras ella, lejos de la grieta, pero bañada por la misma luz mortecina. La salvadora detiene sus pasos, pero no sé gira. "Emma, por favor, mírame." Suplica de nuevo, y la salvadora gira su rostro, apenas unos centímetros, sobre su hombro.
"Continúa, está funcionando." Susurra Snow.
"Emma." Murmura una vez más y está vez sucede. Emma se gira con lentitud y busca su rostro. "Mírame, por favor. Estoy aquí. Contigo."
"¡SÁLVALA!" vocifera la maldita nada.
Pero Regina no duda. Niega con la cabeza y sonríe de lado, torciendo su rostro. "Ya lo has hecho. Me has salvado una y otra vez. Ahora sólo necesito que volvamos a casa juntas, por favor."
"¡MORIRÁ POR TU CULPA!"
"¿Quieres salir de aquí?" pregunta extendiendo su mano hacia ella.
"Sí..." asiente hablando muy suave, pero estirando su brazo hasta tocar el de Regina.
"Pues vámonos." Susurra entrelazando sus dedos con los de Emma y tirando con dulzura de ella hasta que deshace los tres pasos recorridos hasta el inframundo. Hasta que se miran cara a cara, separadas por medio suspiro. "¿Confías en mí?" pregunta. Emma asiente sin apartar los ojos de los suyos y Regina sonríe humedeciendo sus labios. "¡David, ahora!"
"¡NOOOOOOOOOOOO!"
La mirada de Emma se nubla antes de que se le cierren los ojos y toma una bocana de aire que resuena por toda la descomunal oscuridad.
"Hola." Sonríe estrechando la mano que aún sostiene la suya.
"Bienvenida." Musita Regina en respuesta con una sonrisa que ilumina más que la tintineante grieta. Estira su otra mano hasta el antebrazo de la salvadora y, mientras su magia hace su trabajo, la cara de Emma se torna en puro alivio.
"Gracias." Susurra solo para ella. Igual de cerca, igual de prometedor. "Es mi turno."
"Todo tuyo." Contesta encantada y lista para disfrutar del espectáculo.
"¡¿Esto es lo que me has preparado, Zeus?!" No hay respuesta alguna. Solo una letanía de truenos y relámpagos que intentan amedrentar en medio de esa lúgubre negrura. Pero Emma se recrea en cada uno de los fenómenos que caen a su alrededor, como si fuera un escenario lleno de luces a su disposición. "¡¿Así es como el rey de los dioses se rebaja para romper su promesa?!"
"¡No he roto ninguna promesa, insignificante y sucia humana!" brama la nada que se torna con cada sílaba en la imponente y furiosa presencia de Zeus. "¡¿Cómo te atreves siquiera a pronunciar mi nombre, insolente mequetrefe?!"
"¿Esto no es quebrantar el trato? ¿Envías pesadillas a todos los seres humanos?"
"¿Crees de verdad que el Rey de los dioses dará una sola explicación a un ser tan insustancial como tú?"
"Bueno, aquí estás, no pierdo nada por intentarlo." Responde cruzándose de brazos y encogiéndose de hombros. "Te prometí no volver... y no has podido aguantar que tu venganza no se cumpliera, ¿verdad?"
"Si eso fuese cierto, ¿qué me impide acabar ahora con esto? ¿Darte un empujón y verte atravesar esa maldita puerta?"
"¿Y perder el respeto de todos tus súbditos?" murmura Emma amenazante. "¿Qué pensarían si supieran que esclavizas a otros dioses para tus mundanas venganzas? ¿Qué les obligas a traer pesadillas a una humana? ¿Qué esa misma humana ha logrado patearte el trasero y la has obligado a ir al infierno para poder sentirte menos inferior y derrotado?"
"Si te mato, nadie sabrá nada. Si te desangro ahora mismo a ti, a las tres, esto se acaba aquí y ahora."
"Oh, Zeus... Como una vez me dijo un dios, el Olimpo está en todas partes, siempre hay alguien cerca, siempre hay alguien mirando. Los dos lo sabemos. ¿Por qué si no montar este teatro durante semanas?"
"¿Por la diversión de la tortura?"
"Un beneficio colateral. Pero los dos sabemos que mientes. Si me hubieras obligado, tu palabra se habría convertido en papel mojado y todos tus súbditos sabrían que una simple humana te había vencido limpiamente. No. Tenías que conseguir que flaqueara y fuera por mi propio pie. Que yo rompiera nuestra promesa." Con cada palabra puede ver la furia de Zeus aumentar hasta que su cuello se hincha lleno de venas y su rostro se enrojece de ira. Pero no abre la boca. "Te detendrás hoy mismo. Si no quieres que se descubra el pastel. Esto sí que se acaba aquí y ahora."
La mandíbula del dios tiembla de rabia, sus puños se cierran y los truenos se acrecientan, pero termina por bramar: "No sois más que ridículos, mortales y despreciables humanos."
"Y felices de serlo." Musita con una sonrisa desafiante, antes de darle la espalda y caminar hacia Snow y Regina. "Adiós, Zeus." Pronuncia con desdén por encima de su hombro... y su padre la mira sonriente, elevado sobre ella.
"¡Estás despierta!"
Sonríe confusa mirando a ambos lados. Reconoce su pasillo y los cuadros de sus paredes. Reconoce a su madre a un lado, desatando su lazo, y reconoce a Regina al otro, sentada, sin moverse, sólo sonriendo.
"¿Qué ha pasado? ¿Hemos ganado? ¡Sonabais a qué estábamos ganando!"
"Yo diría que sí..." responde terminando de acostumbrarse a su alrededor. "¿Estamos en mi pasillo?"
"Le ha dado una patada en su divino culo." Matiza Regina ante la escueta explicación de la salvadora.
"Las dos lo hicimos." Replica Emma sentándose y advirtiendo el lazo que tira de su brazo, aun uniéndolas. "Juntas."
"Juntas." Repite encantada, mordiendo su labio inferior.
"¿Y ya está? ¿Ha desaparecido la amenaza?"
"Dormiré alguna noche con este colgante... aunque creo que se detendrá." Asiente tranquila. "Y, si regresa, nos encargaremos de nuevo de él." Añade sonriendo a Regina y los ojos miel brillan con el tácito reconocimiento "Pero por ahora solo quiero descansar largo y tendido y libre de amenazas."
Snow se sacude los pantalones antes de ponerse de pie. "¡Oh, claro!"
"Te lo has ganado." Musita David dejando un beso en su pelo.
"Descansa." Sonríe Regina al igual que el matrimonio, y se dispone a levantarse cuando un pequeño tirón acerca su cuerpo al de Emma. Enrojece instantáneamente. El lazo aún está atado y la salvadora ha tirado con descaro de él. Abre los ojos y Emma tiene la desfachatez de sonreír aún más ante su vergüenza.
"Quédate. Para asegurarte de que todo está en orden." Propone con una seriedad tan ofensiva que Regina habría virado los ojos de haber sido capaz de gesticular.
"Eso, sí, venga, hala, cuídala..." farfulla Snow, quien sí que no tiene impedimento alguno para poner los ojos en blanco. Y, curiosamente, su tono resuena también con orgullo y felicidad. "Iremos a ver a Henry."
"Gracias, mamá." Sonríe Emma de oreja a oreja y Regina, aún congelada, se pregunta como un gesto tan inocente puede tener tal aura de travesura.
"¡Hasta ahora!" exclaman desapareciendo escaleras abajo.
Regina ni siquiera es consciente de haberles seguido con la mirada. No hasta que nota un nuevo tirón de su brazo y Emma está a su lado, sonriendo y reclamando su atención. Traga hondo preguntándose como un escenario que solo unas horas atrás habría sido un sueño inalcanzable puede provocarle tal pánico irracional.
"Gracias." Musita Emma y el vertiginoso terror que devora sus entrañas se empieza a transformar en pequeñas maripositas.
Un piso más abajo se escucha el ruido de la puerta de la calle al cerrarse y suena con más fuerza que la voz de Regina. "Te la debía."
Emma niega con la cabeza. "Gracias por no rendirte. Ni en mis pesadillas, ni en nuestra realidad."
Humedece sus labios, toma aire con fuerza. "No tienes que..."
Pero la mano de Emma se coloca sobre la suya, suave y cálida, y deja un pequeño apretón que detiene sus palabras. Los largos dedos de Emma acarician los suyos y Regina se olvida de respirar ante la deliciosa sensación. Solo entonces, sin prisa, Emma reclama su mirada y vuelve a hablar.
"Quería perdonarte, pero el miedo me sobrepasaba. Y era más manejable estar enfadada que admitir mi pánico."
"¿Pánico a qué?" pregunta esperando, tratando sólo de no mostrar su propia inseguridad.
"A todo... Zeus dio con una tecla de la que ni yo misma era consciente. Tenía miedo a volver a perderte, a exponerte a más peligros si estabas a mi lado, a no poder protegerte. Aun sin recordarlo por la mañana, sin entender bien qué me empujaba a ello... Estaba aterrada."
Regina se detiene a escuchar a Emma, a entender la batalla campal que ha atravesado en su interior los últimos meses, y sonríe aliviada. "Es un hecho que los personajes de cuentos no tenemos la vida más segura ni tranquila del mundo... pero tenemos algo que nadie puede quitarnos. Los finales felices."
Emma ríe encantada y Regina con ella, hasta que la salvadora musita: "¿Podrás perdonarme?"
"No hay nada que perdonar, Emma." Suspira permitiéndose la osadía de estrechar de vuelta su mano e incluso entrelazar sus dedos. Y aunque apenas unos días atrás era capaz de asaltar a Emma a besos, esa suave caricia le parece la mayor locura que ha hecho jamás. Un atrevimiento demente y maravilloso. Y más aún cuando se gana una enorme y adorable sonrisa por parte de Emma.
"¿Sabes qué otra cosa tenemos sólo los personajes de cuento?" pregunta la salvadora sin dejar de sonreír.
"¿Qué?"
"Los besos de amor verdadero."
La carcajada de Regina retumba por todo el pasillo y más aún cuando Emma permanece inmutable, el fiel reflejo de la inocencia más descarada.
Aún se está reponiendo de las carcajadas, cuando los labios de la Salvadora se precipitan contra los suyos en un beso lento, hambriento y lleno de minucioso reconocimiento. Y, aunque no es la primera vez que se besan, todo es nuevo. La forma en que Emma parece derretirse sin control en cada gemido. Cómo dirige el beso y al mismo tiempo se deja hacer por los labios y la lengua de Regina. Cómo chocan ambos cuerpos y se encuentran con desesperación. El calor que desprenden y que amenaza con hacer arder hasta los cimientos de la casa.
Y esta vez no tiene miedo de separarse de ella. De que el beso se rompa para convertirse en recuerdo. Sostiene su rostro con ambas manos, muerde su labio con deleite y se aleja apenas un milímetro.
"Te quiero, Emma." Susurra desbordando felicidad.
Los ojos claros se iluminan y achican en respuesta y la voz de Emma, algo más grave, suena deliciosamente exultante. "Y yo a ti. Gracias por quedarte a comprobar que todo estuviera en orden."
Regina aprieta sus labios y contiene la sonrisa antes de hablar. "Tus pobres padres..."
"Lo superarán" Asiente convencida frotando su nariz con la de Regina.
"Eres malvada, Salvadora..." Jadea a milímetros de su boca.
"Esa frase en sí misma es un oxímoron. El destino de las salvadoras es ser muy muy muy buenas..."
"Oh sí, claramente la virtud personificada..." ronronea mientras le enseña el lazo que aún las une.
Emma da un tirón suave lleno de intención, acercando a Regina hasta que sus cuerpos se encuentran una vez más. "Buenas sí, pero no tontas." Añade antes de arrasar su boca con un beso encarnizado y lleno de juguetona bondad. Regina ríe contra su boca y se deja derrumbar sobre ella, en medio del pasillo, esquivando el suave albornoz, disfrutando las caricias tránsfugas de los largos dedos de Emma, gimiendo cuando las pieles se mezclan, saboreando cada delicioso beso...
Aceptando que no todos los sueños se cumplen dormidos.
FIN
DISCLAMER 2: ¡Y hasta aquí las aventuras de nuestra Emma enfurruñada y nuestra Regina hasta las trancas!
Escena post créditos
Emma está volando. Sí, es un cliché. Pero es su cliché y lo adora. Y recuerda que se propuso usar ese collar una o dos veces más. Pero mientras su cuerpo se eleva como el de un pájaro sobre las tierras del Bosque Encantado se arrepiente. Quizás lo use alguna que otra vez más.
Ama volar.
Y además juraría que Morfeo tiene algo que ver con los escenarios tan perfectos y los días tan soleados con los que siempre sueña. Incluso las noches son de verano, despejadas, con luna llena y, aún así, plagadas de estrellas. Sí, sin duda detrás de ese regalo está ese enorme y tierno dios.
Desciende inclinando su cuerpo y no recupera altura hasta que sus dedos rozan el césped sobre el que vuela y su nariz se inunda del olor de la flora más salvaje. No hay nadie, sólo ella y su vuelo. Se toma la libertad de tumbarse bocarriba y volar así, como si nadara, dejando que la suave luz del sol bañe su rostro y cierra los ojos con los brazos cruzados tras su cabeza...
Y su corazón se encoge. Su cuerpo cae como un peso muerto. Su estómago salta hasta su boca. Y todo es oscuridad.
Abre los ojos con medio grito en su boca. Se sienta sobre el colchón jadeando, con la mano contra el corazón. Mirando histérica a todas partes. Reconociendo su cuarto. Y, a su lado, la figura de Regina, cubierta sólo por una sábana y con la misma cara de terror.
"¿Qué ha sido eso?" gime Regina.
"¿Tú también lo has sentido?"
Asiente aún jadeando. "Estaba soñando y..."
"De repente nada. Solo oscuridad." Murmura intercambiando una mirada llena de malos presagios. "Morfeo necesita nuestra ayuda, ¿verdad?"
"Sí... Eso me temo."
The end?
Sí, hemos inventado la escena post créditos en un fic XD ¡La influencia de Marvel llega lejos! :P
