¡Hola! Bienvenidas a una nueva historia, esta es una historia romántica que juega con el tiempo y contiene algunas escenas aptas para público más maduro. Se trata nuevamente de una adaptación aunque tuve que inventar algunos personajes para poder adaptar la historia aunque en general todos los personajes corresponden al mundo de Candy Candy. La historia está clasificada como M ya que puede haber algunas escenas no aptas para todo público.
Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a Karen Marie Moning y los personajes son de Mizuki e Igarashi, con excepción de algunos nombres que yo agregué por motivos de adaptación.
Prólogo
Highlands de Escocia
1518
-¿De qué se trata esta vez, madre?
James se asomó a la ventana y observó la hierba ondeando bajo los primeros rayos del sol matutino, más allá de su cabaña. Su madre adivinaba la suerte, y si fuera lo suficientemente tonto como para darse la vuelta y encontrar la mirada de Louisa, ella lo interpretaría como un signo de aliento, y lo introduciría en una conversación acerca de alguna desconcertante predicción. Las predicciones de su madre nunca eran demasiado acertadas y lo aburrían diariamente, erosionados por fantasías maliciosas.
-Mis varas de tejo me han advertido que el laird representa un grave peligro para ti.
-¿El laird? ¿Anthony Andley?- James, alarmado, miró por encima de su hombro. Remetida detrás de la mesa cerca de la chimenea, su madre se enderezó en su silla, alisándose el vestido bajo su atención. Ahora sí que lo he hecho, él pensó con un suspiro interior. Se había enmarañado en su conversación tan tontamente como si se hubiera enredado las ropas en una zarza espinosa, y requeriría de toda su delicadeza separarse ahora, sin que las cosas degeneraran en una discusión muy antigua.
Louisa Grey había perdido tanto en su vida que se aferraba también ferozmente a lo que le había dejado: a James. Él reprimió el deseo de salir corriendo por la puerta y escapar hacia la serenidad de la mañana Highland, consciente de que ella lo acorralaría otra vez a la primera oportunidad.
En lugar de eso, él dijo quedo:
-Anthony Andley no es un peligro para mí. Es un buen laird, y me siento honrado de haber sido seleccionado para supervisar la guía espiritual de su clan.
Louisa negó con la cabeza, sus labios temblando. Una mancha de baba hizo espuma en sus comisuras.
-Tú ves con la vista estrecha de un sacerdote. No puedes ver lo que veo yo. Ciertamente es horrendo, James.
Él le dirigió su sonrisa más reconfortante, una que, a despecho de su juventud, había aliviado los corazones atribulados de incontables pecadores.
-¿Dejarás de intentar adivinar mi bienestar con tus varas y runas? Cada vez que me es asignada una posición nueva, empiezas a usar tus encantamientos.
-¿Qué tipo de madre sería, si no estuviera interesada en tu futuro?- gritó ella.
Apartando un mechón de cabello rubio de su cara, James cruzó el cuarto y besó su mejilla arrugada, luego barrió su mano a través de las varas de tejo, desordenando su diseño misterioso.
-Soy un hombre de Dios ordenado, pero aquí te sientas, leyendo las fortunas-. Él tomó su mano y la palmeó conciliadoramente-. Debes olvidarte de las viejas costumbres.
¿Cómo lograré éxito con los aldeanos, si mi preciada madre se mantiene en los rituales paganos?- bromeó.
Louisa arrebató su mano de la de él y recogió sus varas defensivamente.
-Estas son mucho más que simples varas. Te lo ordeno, concédeles el debido respeto. Él debe ser detenido.
-¿Qué dicen tus varas que hará el laird, que sea tan terrible?- la curiosidad minó su determinación de acabar con la conversación tan limpiamente como fuera posible. No podía esperar dominar las divagaciones oscuras de la mente de su madre si no sabía lo que eran.
-Él pronto tomará una mujer, y ella te hará daño. Creo que ella te matará.
La boca de James se abrió y se cerró como una trucha varada en la ribera. Aunque sabía que no había nada de verdad en su ominosa predicción, el hecho de que ella tuviera esos pensamientos malvados confirmó sus miedos de que el tenue vínculo de ella con la realidad se debilitaba.
-¿Por qué me mataría alguien? Soy un sacerdote, por amor del cielo.
-No puedo ver el por qué. Puede que suceda que su nueva esposa se encapriche de ti, y la maldad provendrá de él.
-Ahora verdaderamente imaginas cosas. ¿Encapricharse de mí, por sobre Anthony Andley?
Louisa lo recorrió con la mirada, y rápidamente miró hacia otro lado.
-Tú eres un muchacho de buena planta, James- mintió con aplomo maternal.
James se rió. De los cinco hijos de Louisa, sólo él había nacido delgado de constitución, con huesos finos y una quietud que le servía mejor a Dios que al rey y al país. Él sabía cuál era su apariencia. No había sido modelado como lo había sido Anthony Andley, para guerrear, conquistar y seducir mujeres, y había aceptado mucho tiempo atrás sus defectos físicos. Dios tenía un propósito para él, y mientras el propósito espiritual podría parecer insignificante para otros, para James Grey era más que suficiente.
-Guarda esas varas, madre, y no quiero oír más de esta tontería. No necesitas preocuparte por mi bienestar. Dios observa sobre...- se detuvo a mitad de una sentencia. Lo que había dicho casi animaba a un tema totalmente nuevo, y hacia el mismo debate tan viejo y tan largo de siempre.
Los ojos de Louisa se estrecharon.
-Ah, sí. Tu Dios ciertamente observa sobre todo a mis hijos, ¿verdad?
Su amargura era palpable y lo desanimaba. De todo su rebaño, él había frustrado más palpablemente las ambiciones de su madre.
-Te podría recordar que muy recientemente era tu Dios, cuando a mí me fue concedido este puesto y estabas satisfecha con mi promoción- dijo James rápidamente-. Y no dañarás al laird Andley, madre.
Louisa alisó sus canas gruesas y alzó su nariz hacia el techo de paja.
-¿No tienes confesiones para oír, James?
-No debes poner en peligro nuestra posición aquí, madre- dijo él quedo-. Tenemos una casa sólida entre estas personas, y espero hacerlo permanente. Dame tu palabra.
Louisa dejó sus ojos fijos en el techo, en un silencio terco.
-Mírame, madre. Debes prometerlo-. Cuando él se negó a irse sin su palabra o evitar su mirada fija, ella finalmente dio un encogimiento de hombros e inclinó la cabeza.
-No dañaré al laird Andley, James. Ahora, continúa tu camino- dijo bruscamente-. Esta vieja tiene cosas que hacer.
Complacido de que su madre no molestara al laird con su tontería pagana, James se fue hacia el castillo. Dios mediante, su madre olvidaría su última falsa ilusión cerca de la hora de la cena. Dios mediante.
En los siguientes pocos días, Louisa intentó hacer que James entendiera el peligro al que estaba expuesto, en vano. Él la regañó amablemente, la reprendió menos amablemente, y empezó a tener esas líneas amargas alrededor de la boca que a ella le repugnaba ver.
Líneas que claramente proclamaban: mi madre está perdiendo la razón.
La desesperación se apropió de sus rendidos huesos, y supo que dependía de ella hacer algo. No perdería al único hijo que le quedaba. No era justo que una madre debiese sobrevivir a todos sus niños, y confiarlo a Dios para protegerlo era, para empezar, lo que la había metido en ese problema. Se rehusaba a creer que había recibido el arte de prever los acontecimientos sólo para sentarse sobre su trasero y no hacer nada.
Cuando, poco después de su alarmante visión, una banda de errantes Romaníes llegó al pueblo de Latheron, Louisa descubrió una solución.
Llevó tiempo hacer trueques con las personas correctas; aunque "correctas" difícilmente sería la palabra con la cual describir a la gente con la que se había visto forzada a tratar. Louisa podía leer las varas de tejo, pero sus sencillas adivinaciones palidecían en contraste con las prácticas de los salvajes gitanos que vagaban por las Highlands, realizando ventas de hechizos y sortilegios junto con sus mercancías ordinarias. Peor aún, había tenido que robar la preciosa Biblia iluminada de oro de James, la que él usaba sólo en los días más santos, para comerciar por los servicios que había comprado, y cuando su hijo descubriera la pérdida hacia la época de Navidad, estaría apesadumbrado.
¡Pero estaría vivo, por los tejos!
Aunque Louisa pasó muchas noches sin dormir meditando sobre su decisión, sabía que sus varas nunca le habían fallado.
Si no hacía algo para impedirlo, Anthony Andley tomaría una esposa y esa mujer mataría a su hijo. Eso era lo que hacía respetar tanto sus varas. Si sus varas hubieran dicho más -cómo lo haría la mujer, cuándo, o por qué- no habría sido asaltada por tal desesperación. ¿Cómo sobreviviría ella si James se fuera? ¿Quién socorrería a una mujer vieja y buena para nada? Sola, el gran bostezo de la oscuridad, con sus grandes fauces ávidas, la tragaría por completo. No tenía otra alternativa excepto deshacerse de Anthony Andley.
Un plenilunio más tarde, Louisa estaba de pie con los gitanos y su líder -un hombre de pelo color de plata llamado Rǎzvan- en el claro cerca del lago pequeño, a alguna distancia al norte del Castillo Andley.
Anthony Andley yacía inconsciente a sus pies.
Ella lo miró cautelosamente. El laird Andley era un hombre grande, rubio y de altura imponente, una montaña de nervios y músculos bronceados, aún cuando yacía sin sentido tendido sobre su espalda. Cuando ella tembló y le dio un golpecito cautelosamente con el pie, los gitanos se rieron.
-La luna podría caer sobre él y no despertaría- le informó Rǎzvan, su oscura mirada divertida.
-¿Estás seguro?- presionó Louisa.
-No se trata de un sueño natural.
-No lo mataste, ¿verdad?- se inquietó la mujer-. Le prometí a James que no lo dañaría.
Rǎzvan arqueó una ceja.
-Tienes un código interesante, vieja- se burló-. No, no lo matamos, solamente duerme, y lo hará eternamente. Es un hechizo antiguo, seleccionado muy cuidadosamente.
Cuando Rǎzvan se marchó dando media vuelta, instruyendo a sus hombres para colocar al laird encantado en el carromato, Louisa exhaló un suspiro de alivio. Había sido riesgoso deslizarse en el castillo, agregar un narcótico al vino del laird y atraerlo hasta el claro cerca del lago, pero todo había salido de acuerdo al plan. Él se había derrumbado a las orillas del lago vidrioso y los gitanos habían emprendido su ritual. Habían pintado símbolos extraños en su pecho, habían rociado hierbas y cantado.
Aunque los gitanos la intranquilizaban y ella había deseado escapar de regreso a la seguridad de su choza, se había obligado a sí misma a observar, a estar segura de que los taimados gitanos mantendrían su palabra, y para asegurarse a sí misma de que James estaba finalmente protegido por siempre, más allá del alcance de Anthony Andley. En el momento en que las palabras finales del hechizo habían sido pronunciadas, el mismo aire en el claro se había alterado: había sentido una frialdad rara, un cansancio repentino, abrumador, e incluso había vislumbrado una luz extraña asentándose alrededor del cuerpo del laird. Los gitanos ciertamente poseían magia poderosa.
-¿De veras eternamente?- presionó Louisa-. ¿Nunca se despertará?
Rǎzvan dijo impacientemente:
-Te lo dije, vieja, el hombre dormirá, congelado, sin ser tocado en absoluto por el tiempo, sin nunca despertar, a menos que la sangre humana y el brillo del sol se mezclen en el hechizo grabado en su pecho.
-¿La sangre y el brillo del sol lo despertarían? ¡Eso nunca debe ocurrir!- exclamó Louisa, aterrorizándose una vez más.
-No lo hará. Tienes mi palabra. No donde tenemos intención de esconder su cuerpo. La luz del sol nunca lo alcanzará en las cavernas subterráneas cerca de Loch Ness. Nadie lo encontrará nunca. Nadie sabe del lugar excepto nosotros.
-Debes esconderlo muy profundo- presionó Louisa-. Séllalo dentro. ¡Nunca debe ser encontrado!
-Dije que tienes mi palabra- dijo Rǎzvan penetrantemente.
Cuando los gitanos, remolcando su carromato, desaparecieron en el bosque, Louisa se hincó de rodillas en el claro, y murmuró una oración de gracias a cualquier deidad que pudiera oírla.
El sentimiento de culpa la atenazaba, pero pesaba más el alivio, y se consoló con el pensamiento de que realmente no lo habían herido.
Él estaba, como ella había prometido a James, ileso.
En esencia.
