Disclaimer: Los personajes y los universos les pertenecen a Rick Riordan y a JK Rowling. Solo la trama es mía.

No obtengo beneficios económicos o de algún tipo al escribir este fic.


Capítulo 12.


James aferró la bata que uno de sus pequeños le había traído contra su pecho. Hoy era el día. Hoy escaparían de allí. Eso, o los pillarían y entonces estarían muy jodidos. En especial James. Greyback le daría tal paliza brutal que no podría moverse en mucho tiempo. O nunca.

La razón por la cual Greyback le mantenía era para que le proporcionara cachorros. Y James no quería que sus chicos crecieran aquí. Era un lugar tóxico y sus pequeños lobitos merecían algo más que ser como su padre. ¿Y quién no podría asegurarle que la predilección de Greyback por los niños no se trasladaría a sus hijos?

Además Potter quería salir de allí. Lo necesitaba. Tenía que saber si Harry estaba muerto. Buscaría a sus amigos y... Y trataría de darles una vida mejor a sus lobitos aunque la asquerosa sociedad de este país no los aceptara. Si tuvieran que mudarse, lo harían. James tenía el dinero suficiente para ello.

Aprovecharon que la mayoría había salido de caza para tratar de escapar. Durante meses habían vigilado la rutina de los lobos mayores y una vez cada tres meses la mayoría salían de caza.

Eso estaba a su favor porque les daría tiempo a escabullirse... Había ejecutores que vigilaban a quienes se quedaban en la zona, pero eran tres que se distraían con facilidad.

-Vamos, lobitos. Hay que estar muy callados, ¿sí? ¿Tenéis las monedas?

Lykos, Amarok, Lycan, Dziban y Conall habían estado recogiendo monedas durante un tiempo. Era necesario para el autobús noctámbulo.

-Sí, papá. -Lycan respondió en voz baja. -Tenemos muchas. A los lobos mayores les gusta robar a los magos y las brujas.

-Está bien. Eso jugará a nuestro favor esta noche. -Les dijo.

James tragó saliva. Por fuera se mostraba tranquilo y confiado, pero por dentro pensaba en todo lo que podía salir mal.

Los niños mayores ayudaron a los dos pequeños y siguieron las indicaciones que Conall daba. Era el lobo con mejor olfato y oído. Él sabría por dónde ir y evitar a los ejecutores y a las lobas chismosas.

Se pegaron contra las paredes todo lo que pudieron y fueron silenciosos. Si fallaban, Greyback tomaría medidas.

Había dejado a James sin encadenar cuando tuvo a los niños porque el lobo sabía que no escaparía ya que tenía bebés allí. Greyback había contado con eso y si bien dejaba su puerta cerrada, no le tenía atado como al principio.

Con lo que no contó el alfa fue con que los niños estarían más apegados a su padre gestante de lo que podría imaginar y que planearían un escape juntos.

-Tenéis la varita?

Amarok se la tendió en silencio.

No era la suya. Esa estaba perdida seguramente para siempre pero esperaba que fuera suficiente para lo que necesitaban.

No caminaron mucho cuando James empezó a sentirse débil. Hacía tantos años que no se movía, que las piernas le dolían. Él había sido tan atlético una vez...

Casi les pillaron dos veces. Potter tenía el corazón en la garganta. Se preguntó si sus lobitos podían oír lo rápido que le latía porque tenía la sensación de que podía oírlo todo el mundo.

No se relajó cuando salieron de allí. Aún no estaban a salvo. Confiarse les llevaría a cometer errores y no podía permitírselo. No tan cerca de la libertad.

Agotado y estresado, ordenó a los niños detenerse en el arcén de un camino sin gente y entonces extendió el brazo con la varita.

No pasó nada y casi dejó escapar un gemido de desesperación. Sin embargo aún no podía detenerse y llorar. No le iba a servir de nada y...

Un sonido como de explosión cortó el aire haciendo sobresaltar a todos.

Un enorme autobús púrpura apareció frente a ellos.

-Niños, nos vamos a casa. -Potter susurró.

Subieron y pagaron los pasajes. Incluso les dio para tazas de chocolate caliente.

James dio un nombre falso por si acaso. Dudaba que alguien pudiera reconocerlo en ese momento y la verdad, eso era lo mejor.

El viaje fue todo lo accidentado que James había esperado.

Sus hijos, no acostumbrados a eso soltaron gruñidos irritados y Dziban trató de morder el asiento para que se quedara quieto.

-El Caldero chorreante. -El conductor anunció.

Era su parada. Por Merlín, era su parada y pronto estarían en casa.

James tenía que repetirse eso a menudo para mantenerse entero. Y si se centraba en eso, evitaba pensar en lo que le daba miedo. En todo lo que no sabía.

El dueño de la posada no les echó una segunda mirada. Por allí pasaban todo tipo de personas y a esas horas de la tarde el bar estaba casi lleno.


Lo último que Sirius esperaba esa noche, era despertarse por un golpeteo insistente en la ventana.

Una lechuza grande y marrón le miraba cabreada desde fuera.

Disgustado, la dejó pasar y le quitó la carta. Iba a dejarla sobre su escritorio para el día siguiente, pero algo le hizo mirarla y... Y tuvo que volver a mirar.

No vio a la lechuza dirigirse dos ventanas más allá, a la habitación de Remus.

Estaba demasiado centrado en la letra tan familiar en el sobre.

Lo abrió casi rompiéndolo y sacó el pergamino.

"Hola, Sirius. Tengo tantas cosas que decirte que no sé por dónde empezar.

No morí. Me han explicado que eso fue lo que se creyó durante muchos años. Me secuestraron. Escapé... Por Merlín, Sirius. No puedo explicar esto en una carta porque es tanto y son tantas cosas... Estoy seguro de que tienes muchas preguntas. Yo también, hermano mío. ¿Dónde te quedas? Estoy demasiado nervioso como para alquilar algo en El Caldero chorreante y además tengo cinco niños en los que pensar.

Lo sé, la carta es un poco desordenada y sin sentido. Estoy en el banco. Si no te importa venir en cuanto recibas esto...

Travesura realizada."

Acababa de releer la carta por tercera vez cuando Remus irrumpió en su habitación con un pergamino en la mano.

Ambos hombres hablaron a la vez tratando de explicar qué había en sus respectivas cartas. Ponía casi lo mismo en las dos.

-¿Gryngotts? -Sirius preguntó.

-Gryngotts. -Lupin acordó.

Solo se acordaron de avisar a Thanatos porque vieron una foto de él con James en la repisa de la chimenea.

No se quedaron a esperar. Simplemente enviaron el mensaje como él les había mostrado y se alejaron en una llamarada verde.

Black no sabía por dónde comenzar a analizar la carta. ¿Cinco niños? ¿Secuestrado? ¿Por quién?

Lo del secuestro lo había sospechado, ¿pero cinco niños? ¿De dónde salieron? Así que tras componerse cuanto pudo, le indicó a un duende libre por qué Remus y él estaban allí y le siguieron cuando les ordenó hacerlo.


James estaba muy cambiado, claro, era natural. Le costó un poco dejar de lado la imagen que tenía de su amigo con veintiún años y tratar de encontrar similitudes con el hombre delgado y harapiento que le miraba.

No se dio cuenta de que había varios niños a su alrededor hasta que escuchó a Remus inspirar hondo y gruñir.

-Huelen a Greyback... Y a ti.

-Hola, Lunático. Yo también me alegro de verte. -James resopló. -Deja de mirar así. Estás incomodando a los chicos y no estoy en contra de utilizar mi varita si es necesario.

-Discúlpame, James. Es que me sorprendió. Pero sí. Estoy siendo el ser más grosero.

Sirius no pudo aguantar más y se lanzó a los brazos de su hermano.

-Estás casi como yo tras salir de Azkaban. -Dijo lloroso. -Maldita sea James. Nunca pensé que podría haber algo peor que tu cabello... Hasta que he visto esa barba. ¿No te habrás traído un crío extra ahí metido, no? ¿O algún galeón o tres?

-Gilipollas. -Potter rió. -Suerte que has venido. Un poco de ligereza es lo que necesitaba.

El animago canino le acompañó a un asiento.

El que parecía el mayor de los niños estaba alerta. No perdía a su amigo de vista.

-Cuéntanos todo. -Pidió. -¿Qué ha pasado? ¿Cómo has salido?

-Madre. Ese lobo huele como el alfa. -Uno de los chicos gruñó.

-Es seguro, Dziban. ¿Recuerdas las historias de los merodeadores?

El niño asintió.

-Él es Remus. Es un buen lobo.

-Tengo mucho que sacar de esa interacción, James. -Remus suspiró. -Y me hago una idea de qué es lo que ha podido pasar...

Potter negó con la cabeza.

-Primero necesito saber... ¿Harry?

-¿Qué con él? Está en Hogwarts en este momento. -Sirius aseguró.

-¿Está bien entonces? -Un peso gigante pareció dejar el pecho de James. -Me dijeron que había muerto. Yo esperaba que no fuera así, pero al mismo tiempo tenía miedo. -Se frotó la cara.

El anillo que había recogido del banco declarándolo como Lord Potter se le enredó en la barba.

-¿Y qué es eso de Azkaban, Sirius? Estoy agotado, pero he oído esa palabra infame salir de tus labios. ¿Qué has hecho? ¿Exhibición indecente?

-Ya me gustaría tener una historia divertida para justificar mi tiempo allí, pero no. Es mucho más turbio que eso. Pero ¿qué tal si os llevamos a mi casa y hablamos allí? Hay cuartos de sobra y los niños podrán acostarse.

-¿Sí? ¿Dónde vives? -Potter ya se estaba levantando.

-En Grymmauld.

-¿En serio? Si dijiste que no pisarías ese lugar ni muerto.

Remus resopló.

-Menos mal entonces que le impedimos hacer un juramento inquebrantable al respecto.

Y así salieron, hablando de tonterías. La conversación seria la tendrían en casa. Y sería larga.


Harry fue llamado al despacho del director nada más terminar el desayuno. Su primo le acompañaba porque era un curioso horrible y porque si eran malas noticias, Harry prefería tener a alguien consigo.

También tenía la esperanza de que hubieran encontrado algo y vinieran a decírselo.

-¿Crees que habrán encontrado a mi padre? -Preguntó.

Nico se encogió de hombros.

-Espero que sí. Han estado buscando mucho tiempo.

Se escondieron tras un tapiz cuando vieron a Lockhart pasar. Harry no quería tener otra conversación sobre fama con él nunca más.

-Ese hombre es un peligro. -Nico declaró. -No he visto persona más incompetente en mi vida.

-Dicen que hay una maldición en el puesto de profesor de Defensa y que por eso ya no aplican buenos profesores. -Harry explicó.

-¿Cómo era el del año pasado?

-Estaba poseído por Voldemort y trató de matarme. -El gryffindor le recordó.

Salieron de detrás del tapiz y siguieron caminando.

-Estoy nervioso. -Harry susurró. -Si no es algo sobre mi padre...

Si no era eso entonces algo malo había pasado. Y si algo malo pasaba entonces sería sobre Sirius o Remus. ¿O querrían llevarse a Nico? Pues no. No iban a llevárselo. Era su primo. No podían simplemente quitárselo.

Dieron la contraseña que la profesora McGonagall le había dicho y dejaron que la escalera les llevara hacia arriba.

Normalmente Potter se dirigiría a saludar a Fawkes, pero estaba demasiado nervioso para ello.

Sirius estaba allí y nada más verlos se levantó y los envolvió en sus brazos.

-Mis cachorros... -Suspiró.

Los aferró un poco más fuerte a los dos.

-¿Qué pasa, Sirius? ¿Es algo malo? -Nico inquirió.

-Lo hemos encontrado. -El animago susurró. -James está en casa.

-¿Puedo verlo? ¿Me dejarán salir para estar con él, no? Es mi padre y...

-Sí, Cachorro. No te pongas nervioso. Vamos a ir a casa para que os encontréis.

Potter no lloró. No al menos hasta que salió de la chimenea y vio a su padre.

Llevaba una túnica de Sirius y parecía igual de afectado que él.

Ambos se fundieron en un abrazo que duró mucho tiempo. No es que les importara.

-Mi Harry. Mi pequeño Harry. -Susurró. -Estás aquí.

El niño susurraba algo similar.