Capítulo 1: Cómplices

A sus veintitrés años, Anna Kyoyama lo tenía todo. No era por mérito propio, desde luego; desde que la chica tenía memoria, su apellido era sinónimo de poder. Se había convertido en heredera de una de las familias con más riqueza en todo Japón, rodeada de lujos y comodidades con las cuales la mayoría de los jóvenes de su edad sólo podían soñar. Vivía en los límites de la ciudad de Tokio junto a sus tíos, Fausto y Eliza, mientras completaba sus estudios universitarios. Tenía que esforzarse, ya que su fortuna se mantendría intacta si sabía manejar a la perfección los negocios de la familia. Se consideraba a sí misma una experta en economía; desde siempre le habían brindado la mejor educación, con tutores excepcionales, y tendría que ser una tonta si no aprovechaba cada lección al máximo.

A pesar de todo el dinero que tenía, habitar esa enorme mansión sin poder disfrutar de su libertad con plenitud la había convertido en una persona seria y fría. Desde muy pequeña, era perseguida a todas partes por personal de seguridad. Sus tíos la adoraban, y la protegían incluso más que sus propios padres, siendo bastante estrictos respecto a sus límites. Fuera de su hogar, siempre tenía que haber alguien acompañándola, cerciorándose de que ninguna amenaza pudiera afectar a la joven heredera. Ocasionalmente, intentaban de ofrecerle a Anna la ilusión de estar sola durante sus escasas salidas, pero ella había aprendido con facilidad a detectar a sus guardaespaldas encubiertos.

Además, su entorno social era muy reducido. Tenía sólo dos amigos en la universidad, Manta y Jeanne, cuyas realidades eran similares a la vida de Anna. Ambos poseían una gran riqueza, y provenían de familias prestigiosas, con altas expectativas puestas sobre ellos. También eran perseguidos incesantemente por sus guardaespaldas, y poseían seguros contra secuestros.

La gran diferencia era que, mientras ellos estaban acostumbrados a esas desventajas brindadas por su estatus, Anna se sentía cada vez más disconforme. Agobiada por su asfixiante día a día, planeaba reclamar su libertad, aunque fuese por un par de horas.

La muchacha cayó rendida sobre su cama, dejando caer sus pantuflas en el camino.

—Si este fin de semana no escapo, me volveré loca —dijo la rubia, a través del teléfono celular.

Tus tíos son los que se volverán locos —escuchó a Jeanne, y podría jurar que estaba rodando los ojos—. Llamarían a tus padres de inmediato, y en unos segundos llegarían en su helicóptero a buscarte.

—No van a enterarse —susurró la rubia, sonriendo victoriosa para sí misma—. Mis tíos viajarán mañana a Italia para reunirse con mis padres, y volverán todos juntos el miércoles.

—¿Volverán con tus padres? —preguntó curiosa su compañera—. ¿Tendrá que ver con tu compromiso con ese tal Ren?

Anna suspiró enfadada, y se sentó sobre la cama cruzando las piernas. Estaban en el siglo veintiuno, y su familia insistía con comprometerla con ese desconocido muchacho. Únicamente lo había visto en fotos, y, si bien era atractivo, no podría estar menos interesada. Era otro chico adinerado, proveniente de China. Un matrimonio entre ellos triplicaría la fortuna y la influencia de su familia, pero Anna detestaba la idea.

—Insisten en unirme con ese pomposo niño Tao, como si mi opinión no importara.

Tu familia te adora, querida. Es obvio que tú tendrás la decisión final. Pero ¿sabes? Creo que te haría bien un prometido.

—¿Por qué lo dices? —preguntó irritada, haciendo una mueca de disgusto.

Conoces tan bien como yo lo aburrido que es estar siempre sola. Un chico podría traerle algo de diversión a tu vida, ¿no?

—Hasta luego, Jeanne —se despidió abruptamente Anna—. Comenzará la novela, y prefiero ver un compromiso forzado que vivirlo.

¿Ya estás molesta?

La rubia cortó la llamada, lanzando su teléfono sobre el colchón de la cama. Su compañera tenía razón al decirle que necesitaba más emoción en sus días, pero no quería estar atada a nadie. Perdería la casi inexistente libertad que tenía con un hombre permanentemente a su lado, y con sus queridos guardaespaldas era suficiente.

Anna escuchó que alguien golpeaba la puerta de su habitación, y se levantó de su lugar para averiguar de quién se trataba.

—Señorita Kyoyama —saludó un hombre de cabello largo y grisáceo, peinado en una prolija coleta hacia atrás.

La joven negó con la cabeza cuando el empleado elevó su mano hacia al frente para hacer un saludo militar.

—Amidamaru, no es necesario que hagas eso cada vez que me diriges la palabra.

Le había insistido al guardia en varias ocasiones que ser tan formal estaba demás. Le gustaba el respeto, aun así, no le agradaba sentirse como una general en medio de un campo de batalla cuando estaba en su hogar.

—Lo siento… —se lamentó él, esforzándose por mantener su vergüenza oculta de Anna— Sus tíos requieren de su presencia en la primera planta de la mansión. Se encuentran en la oficia del señor Fausto, a la vuelta de…

—Conozco donde vivo, Amidamaru. Muchas gracias.

—Siempre es un gusto servirle, seño…

—Sí, sí, como sea…

La rubia avanzó a través de los largos pasillos de la mansión, sin mucho entusiasmo. Creía que era ridículo tanto espacio para tres personas, pero tenía sus ventajas. Se había hecho amiga de su propia soledad, y le era fácil escapar dentro del gran edificio del personal de seguridad. A diario buscaba un escondite diferente, ya que, al estar sola, sin guardias ni empleados cerca, olvidaba que su vida era tan extraña. Además, había habitaciones para cada cosa que ella deseara; una pequeña sala de cine, un gimnasio, un estudio, y una sala de música. Sus tíos no habían tenido hijos, por lo cual ella era la luz de sus ojos, y no dudaban en consentirla con lo que Anna deseara. Si quisiera una sala de arte, al día siguiente redecorarían una habitación. Fausto y Eliza estaban más que felices cuando su sobrina eligió una universidad privada en Tokio, compartiendo esa mansión con ellos.

Antes de tocar la puerta de la oficina de su tío, una mujer de cabellos rubios y largos abrió la puerta. Sus ojos, de un tono azul y violáceo, se posaron cobre Anna con adoración. Su tía elevó una mano y acarició suavemente el rostro de la muchacha.

—Al fin saliste de tu habitación, pequeña —dijo la mujer—. Tu tío te tiene una buena noticia.

—¿Encontraron un departamento en el centro de Tokio para mí? —preguntó ella, sonriendo con ironía.

Su tía negó con la cabeza.

—Ya hablamos de eso, Anna. Mientras estudies en la ciudad, vivirás con nosotros. —dijo la mayor, presionando suavemente el hombro de su sobrina—. Esta mansión será tu hogar hasta que obtengas tu título universitario.

Anna frunció los labios, reservando para sí misma cualquier comentario. Sabía que era una malagradecida por querer dejar ese hermoso edificio, sin embargo, vivir de forma independiente parecía un sueño cada vez más lejano.

—Vamos, tu tío te está esperando con una sorpresa —avisó Eliza, guiñándole un ojo a la rubia—. Anda, te va a gustar —agregó, con una sonrisa cómplice—. Es guapo.

Anna la miró extrañada. ¿"Guapo"? ¿Acaso la noticia que Fausto le había preparado involucraba a un chico? O le habían contratado un prostituto, o Ren Tao se encontraba en esa oficina firmando algún documento que sellara su compromiso. La rubia sacudió esos pensamientos. Era absurdo, su tío nunca la traicionaría de esa forma.

Entró a la oficina, y lo primero que vio fue a Fausto contemplarla con una amplia sonrisa desde detrás de su escritorio. Frente a él, divisó a otro hombre sentado, dándole la espalda. Por su cabello castaño, supo de inmediato que no podía ser Ren.

—Anna, quiero que conozcas a alguien —invitó su tío, poniéndose de pie.

Su acompañante lo imitó, alzándose de su puesto.

—Es Yoh Maki, un integrante nuevo para el personal de seguridad.

Esas palabras la decepcionaron al instante. Un guardia nuevo, maravilloso. Sin embargo, cuando el sujeto volteó a verla, se sorprendió. A diferencia del resto de los guardaespaldas, era un chico joven, probablemente de su misma edad. Vestía con una camisa blanca con las mangas dobladas hacia arriba, pantalones y zapatos negros, típicos del resto de sus colegas. Su cabello castaño estaba peinado en una coleta hacia atrás, con algunos mechones rebeldes que caían sobre su rostro. Su piel tenía un leve tono bronceado, contrastando con su atractiva y blanca sonrisa. Sus ojos la miraban con una profundidad inusual, pero su aspecto en general era relajado, casi desinteresado.

—Un gusto, señorita Kyoyama —dijo él, sonriéndole mientras le extendía una mano.

Sí, es guapo.

Se maldijo. Era otro miembro del staff, nada más. Ella extendió su mano, esperando estrecharla a modo de saludo. Sin embargo, él la tomó desprevenida, inclinándose ceremoniosamente para besar su dorso.

—Su tío no mentía al hablar de su belleza.

Ella retiró su mano de inmediato, ofendida ante la insolencia del muchacho. ¿Quién se creía que era?

—¿Tanto misterio para presentarme a un guardaespaldas? —preguntó ella, cruzando los brazos indignada.

—Anna… —Fausto se sintió apenado por su reacción, aunque no podía culparla por estar confundida—. Yoh será tu guardaespaldas personal.

—¿Por qué necesitaría un guardia más? —cuestionó la rubia, observando irritada al joven que se encontraba frente a ella—. No quiero ser maleducada, Maki, pero ya tengo que lidiar con un equipo de acosadores todo el día. No requiero de tus servicios, muchas gracias.

Yoh abrió la boca, intentando de intervenir, pero Fausto alzó su mano, en señal de que permaneciera en silencio. El muchacho obedeció, enderezando su postura mientras su nuevo jefe hablaba.

—Tú siempre insistes en que quieres más libertad —explicó el rubio, caminando hacia su sobrina que mataría a cualquiera con su mirada—. Yoh es parte de ese plan. Es joven, él puede acompañarte a comprar, a cenar, a pasear. Te dará la comodidad que nuestros guardias más viejos no podrían brindarte, y la seguridad que ni el más hábil podría ofrecer. Será como un amigo, y un ninja —bromeó Fausto, llevando sus manos a los hombros de la rubia.

—¿Estás contratando un amigo para mí? —lo miró con incredulidad—. ¿Te das cuenta de lo patético que suena?

—Anna… —insistió su tío, enmarcando el rostro de la joven entre sus manos—. Tus padres me confiaron tu vida. Mientras vivas conmigo, me aseguraré de que nunca sufras ni pases por ningún peligro. Yoh es un excelente chico, y además podría enfrentar solo a todos los guardias disponibles si quisiera.

—Entonces, me estás comprando un Pitbull en presentación humana. —dijo ella, poniendo los ojos en blanco—. Cuando dije que quería una mascota, no me refería a esto.

Sin decir otra palabra, Anna dio media vuelta, completamente indignada, y abandonó la habitación casi echando humo. Los varones la observaron irse, y luego escucharon las pisadas furiosas de la muchacha subiendo por la escalera.

—Veo que tampoco mintió sobre su carácter —rio Yoh, mirando divertido a su empleador.

—Ay, chico —dijo él, dándole una palmada en la espalda—. Creo que no te estoy pagando lo suficiente.

—Es más que suficiente —aseguró el castaño, negando con la cabeza—. Descuide, Fausto. Su sobrina estará a salvo mientras se encuentre conmigo. No le fallaré.

—Más te vale, Maki. —susurró Fausto, señalando con el dedo índice al joven—. Iré a descansar, así que puedes preguntarle a Amidamaru por tu habitación. Él se encuentra en el segundo piso, cerca del cuarto de Anna. Él te enseñará la cabaña en donde el equipo deja sus pertenencias.

—Muchas gracias, señor Fausto.

—Oh, y te recomiendo que trates de relacionarte con Anna desde mañana —sugirió el rubio, pasando una mano por su cabello—. Hoy será inútil intentar de acercarte a ella. No necesitas ser su amigo, pero sería a bueno que tengan un trato cordial entre ustedes. Ella es un tanto…

—¿Difícil? —preguntó el castaño, con ojos curiosos que lo hacían lucir más joven de lo que era realmente.

Fausto sonrió ante ese detalle. Todo el ser de Yoh irradiaba bondad, por lo había sido increíble para el hombre cuando leyó su archivo. Describían al chico casi como una máquina de destrucción masiva. Experto en armas y en combate físico. Con ese aspecto inocente, era el perfecto guardián para su sobrina. Nadie sabría que podía acabar con cualquier amenaza con los ojos vendados y las manos atadas. Fausto sonrió, convencido de su perfecta elección —Buenas noches, Yoh.

Yoh observó al hombre retirándose de su oficina, dejándolo sólo en el lugar. Fausto y Eliza parecían buenas personas. Eran muy distintos a los millonarios con quienes había tenido que lidiar anteriormente en su corta vida. Anna, en cambio, le había impactado por su belleza, pero no le había sorprendido el arrebato de ricachona malcriada que había tenido minutos antes. Suspiró; de seguro era otra hermosura con la cabeza hueca.

—Espero que no me des problemas, linda. —susurró en soledad, saliendo de la oficina con una sonrisa de satisfacción.


El día había pasado lentamente para Anna. Miraba constantemente la hora, esperando a que sus tíos anunciaran que ya se iban. No se había relacionado con el chico nuevo. Supuso que su tío le había sugerido al muchacho que no la molestara; él la conocía bien, y sabía que ella no toleraba la invasión de su espacio personal. Se encontró con Yoh varias veces en el día, pero su único intercambio consistió en saludos y simples miradas. Cada vez que lo veía, recordaba lo humillante que era tener a ese muchacho como niñero. Ya era una joven adulta, no necesitaba protección. Pero su familia pensaba lo contrario.

Anna se encontraba recostada sobre un sofá en el estudio, leyendo una novela hace varios minutos. Se sintió observada, y retiró la mirada de la página del libro que tenía en sus manos. Era Yoh, que en algún momento había llegado al lugar sin hacer sonido alguno.

—¿Se te perdió algo? —preguntó ella, levantando una ceja.

—Sus tíos la buscan, señorita Anna. —contestó él, con los brazos cruzados detrás de su espalda. —Están listos para su viaje y quieren despedirse.

La rubia contuvo su emoción. Quería mucho a su familia, pero esta era su oportunidad de escabullirse. Había pensado metódicamente en su escape, ya que dicha hazaña debía realizarse sin que nadie la notara. La rubia asintió, y se levantó con rapidez para reunirse con sus tíos.

Llegó hasta la entrada principal de la casa, en donde la pareja se encontraba esperándola, rodeados de maletas que miembros del servicio transportaban hacia un vehículo blanco con vidrios blindados.

—Pórtate muy bien, sobrina —dijo afectuosamente Fausto, mientras abrazaba a la muchacha. Eliza se unió al abrazó y agregó:

—No tortures al chico, por favor —rio ella, dándole un beso en la frente a la rubia —Recuerda, puedes salir a cualquier lugar, siempre y cuando él te esté acompañando.

—No te preocupes, tía —dijo Anna, forzando una sonrisa en su rostro —Tengo mucho que estudiar, por lo tanto, no pienso salir a ninguna parte.

—Y nosotros nacimos ayer, Anna —Fausto puso los ojos en blanco. —Cuídate mucho. Volveremos con tus padres, así que esfuérzate por mantenerte en una sola pieza.

La rubia negó con la cabeza, ligeramente conmovida. —Estás exagerando.

La familia terminó de despedirse y Anna los observó subiendo al jeep, desapareciendo detrás de las puertas del vehículo. La rubia suspiró. Tenía que esperar a que anocheciera para cometer su pequeña locura.

—Como dijeron sus tíos —Anna volteó a ver a Yoh, que la miraba con una cálida sonrisa —Estaré a su disposición para cumplir sus deseos.

—Es cierto —dijo ella, con un tono altanero —Mi primer deseo es que no me molestes. Estaré en mi cuarto estudiando, y no quiero que nadie me desconcentre.

—Lo que usted diga —contestó él, que parecía inmune ante la actitud de la rubia.

—Perfecto.

Anna subió a su habitación, fastidiada al darse cuenta de que el muchacho se había convertido en su sombra. La seguía a la distancia, sigilosamente.

Ya en su cuarto, Anna cerró la puerta, y se apoyó contra la pared, maldiciendo su suerte. Justo cuando más oportunidades tenía de salir a escondidas, llegaba su nuevo niñero. Su plan se había complicado, pero estaba ansiosa por llevarlo a cabo. Ella siempre se había esmerado por ser obediente y por seguir las reglas impuestas. No había sido hasta después de cumplir los veinte años que comenzó a desafiar a sus tíos. Esta sería la primera vez que cometería un acto de rebeldía de esa magnitud. Rio con amargura. Tenía veintitrés años, y su mayor anhelo era pasar sola una noche fuera de su hogar.

La ansiada oscuridad inundó el cielo. Anna observó con una sonrisa las estrellas. Había llegado el momento.

Con mucho cuidado, abrió la ventana de su habitación. Sería muy sencillo salir por ahí, la ventana era amplia, y desde el otro lado podría caminar sobre el techo con facilidad. Para llegar hasta el suelo tendría que trepar por unas enredaderas que decoraban la pared exterior de la mansión. El único problema sería cruzar el gran patio sin que ningún guardia la notara, pero había calculado su recorrido a través del césped, escondiéndose detrás de los arbustos y los árboles para que nadie la detectara.

Antes de irse, decidió preparar un bolso. Buscó una mochila y la dejó sobre la cama, llenándola de distintos objetos que creyó podrían serle útiles. Se encontraba en medio de esa tarea, hasta que vio hacia la puerta. No había puesto el seguro de la puerta.

—Idiota —se susurró a sí misma, caminando hasta la entrada de su habitación. Antes de lograr poner el seguro, observó la perilla girando. Retrocedió, y supo que su suerte había cambiado. Planeó rápidamente los posibles escenarios que podrían presentarse. La puerta se abrió, revelando al joven que había conocido el día de ayer.

—Señorita Anna… —dijo él, entrando a la habitación—. La cocinera quiere saber si va a…cenar…

Anna leyó la mirada del muchacho. Sus ojos se posaron sobre ella, que se había puesto una chaqueta para salir. Luego observó la ventana abierta, y la cama ,con un bolso abierto y objetos regados sobre la superficie. Volvió a mirarla a ella, y sonrió divertido. —¿Planeabas salir sin invitarme?

—No —dijo ella, rápidamente—. ¿Sabes tocar la puerta?

—No me contrataron por mis habilidades tocando la puerta, señorita Anna.

—Escucha…— Anna masajeó el puente de su nariz —Si escucho "señorita Anna" otra vez, me vas a volver loca. Tenemos la misma edad, no tienes que ser formal todo el tiempo.

Yoh entrecerró los ojos, y cruzó los brazos, observándola con gracia.

—Sabía que en algún momento te cansarías —reveló, sonriendo divertido— Y discúlpame por haber entrado sin avisar, aunque creo que llegué en el momento preciso.

—No iba a hacer nada —mintió ella, esperando que Yoh la dejara en paz.

La rubia se frustró cuando vio que, por el contrario, cerraba la puerta detrás de él.

—¿Cuál es el plan? —preguntó él, apuntando hacia la ventana—. ¿Caer desde el segundo piso y romperte un hueso?

Ella suspiró. Había sido una tonta al creer que lo lograría. Sin embargo, prefirió defender su idea.

—No es tan difícil —dijo, sentándose sobre su cama mientras observaba desafiante al castaño—. Soy ágil, y veloz.

—No tan veloz como los guardias que vigilan durante la noche.

Los ojos miel de Anna se fijaron directamente en los de Yoh, demostrándole que hablaba en serio. Él, sin embargo, contenía la risa. Si bien la rubia intentaba intimidarlo, su menuda figura y sus mejillas rosadas lo hacían imposible.

—¿Estás seguro? —preguntó ella, levantándose sin quitarle los ojos de encima al joven.

Caminó hasta la ventana lentamente, y se apoyó contra la pared.

—Sé dónde está cada guardia en este maldito lugar. Los he mirado por días, puedo evitarlos con facilidad.

—¿A dónde quieres ir? —interrogó él, con honesta curiosidad.

Esa pregunta la tomó desprevenida. ¿A qué lugar deseaba ir? No importaba, sólo quería sentirse libre.

—A cualquier lugar —contestó ella, casi en un suspiro.

Él la contempló en silencio por un momento, aprovechando que la rubia parecía demasiado distraída en sus propios pensamientos. Su piel era blanca, su cabello era largo y sedoso, alcanzando la altura de su cintura. Sus pestañas eran largas, dándole el aspecto de una muñeca. Si no fuera tan malhumorada, ya habría intentado de…

Mordió su labio. Ella era un trabajo, y sabía mejor que nadie que sus condiciones no le permitirían tener relaciones románticas por un buen tiempo.

—¿Le dirás a mis tíos? —preguntó Anna, sacándolo de sus cavilaciones.

—No será necesario —contestó él, acercándose a la rubia para cerrar la ventana.

Ella miró al suelo, soltando un suspiro cargado de desilusión.

—Cada vez que quiero ir a algún lugar voy acompañada de un estúpido furgón negro, perseguida por cinco guardaespaldas —relató, riendo ante la ridiculez de la situación—. ¿Puedes creerlo? Soy una adulta y nunca he podido salir sola. Y no te ofendas, pero tu presencia no mejora las cosas.

—Ayer me trataste de mascota —recordó él, con ojos juguetones—. Me sorprende que te preocupe ofenderme.

Ella sonrió ligeramente. Sabía lo desconsiderada que había sido; el muchacho no tenía la culpa de que su desgracia personal la pusiera tan intensa. Cruzando los brazos, volvió su mirada a él.

—Estaba molesta.

—¿Y ahora no?

Observó a Yoh aproximarse con lentitud. El uniforme que vestía era un constante recordatorio de que ese chico trabajaba para su tío. Quería tener un amigo, pero no a uno al que le estuviesen pagando por serlo.

—Sólo conmigo misma —confesó ella—. Tuve que haber dejado la puerta bien cerrada.

—¿Crees que habrías logrado dejar el perímetro de la mansión así nada más? —preguntó él, conteniendo la risa nuevamente.

Anna lo miró con seriedad. Yoh leía en su expresión que la rubia confiaba ciegamente en su plan disparatado de huir, cuando él sabía lo imposible que hubiese sido para ella escabullirse sin ser detectada. Esta vez sí rio, sin ocultar su fascinación por la inocencia de Anna. Él le señaló la cama con un gesto

—Ven.

La muchacha lo observó sorprendida.

—¿Qué estás insinuando...?

—¡Nada de eso! —Yoh negó con la cabeza. Tal vez , Anna no era tan inocente—. Te voy a enseñar algo —se apresuró en explicar.

Arqueando una ceja, Anna lo observó intrigada. Vio a Yoh tomar el teléfono celular que ella había dejado sobre la superficie de la cama.

—¿Ves esto? —le preguntó, indicando con el dedo una minúscula hendidura en el borde del aparato. —Tiene un localizador que se activa cada vez que cruzas el patio. Siempre que sales, y vas al centro comercial, la biblioteca, la universidad, a algún restaurante, dará una señal cuando abandonas el terreno de tus tíos.

Ella lo miró con recelo.

—¿Cómo sé que es verdad?

—Adelante —dijo él. Se levantó de su lugar, y caminó hacia la ventana de la habitación, abriéndola nuevamente. Luego, le extendió el celular en su mano a Anna—. Si quieres intentarlo ve, pero no me des una reprimenda si mis colegas se lanzan sobre ti.

Anna cogió el teléfono, sólo para volver a lanzarlo sobre su colchón, junto al resto de las cosas que había reunido.

—No, gracias.

Yoh sonrió. Por alguna razón, le causaba gracia la obstinación de la chica, sin embargo, su rostro rendido le generaba cierta conmoción. Casi lo hacía lamentar el haber frustrado aquel mal elaborado escape.

—Dime, Anna… ahora que tus planes para esta noche se suspendieron, supongo que estás desocupada.

—Todas las noches estoy desocupada —confesó con ambas manos en las caderas, frunciendo el ceño cuando notó esa amplia sonrisa en el castaño.

Hace un rato, ella le había pedido a Yoh que la llamara por su nombre, pero él parecía estar tomado más confianza de la que correspondía.

—¿Crees que tienes el derecho de burlarte de mí? —preguntó irritada.

—No me estoy burlando. Es que tengo una oferta para ti.

Ella alzó una ceja. No tenía que olvidar que ese era un empleado de su tío, porque al parecer Yoh sí lo había borrado de su memoria. Le estaba hablando con demasiada soltura, como si se ambos se conocieran desde hace varios meses. Era extraño para ella que un trabajador de su familia no la tratara con absoluto respeto, y, aunque fuese agradable que alguien no se dirigiera a ella como si fuese una reina, le incomodaba lo cercano que Yoh se mostraba.

Pese a ello, Anna mentiría si decía que no quería saber qué tramaba el castaño.

—¿Qué oferta? —interrogó ella, llevando una mano a su mentón.

—Te ayudaré a ir a donde quieras —los labios de Anna se separaron, y antes de lograr formular su pregunta, el chico la interrumpió—, pero tienes que permitir que vaya contigo. El resto de los guardias no tendrán idea de que saliste.

—No tiene gracia si tú vas a vigilarme— contestó ella, desilusionándose frente a la propuesta de Yoh.

—Puedo llevarte a tu destino. Te dejaré para que hagas lo que desees y volveré a buscarte cuando estés lista.

La rubia lo miró con los ojos entrecerrados, y caminó hacia Yoh, estudiando su rostro. ¿Cuál era el truco?

—¿Me llevarás donde sea? —preguntó ella, cada vez más cerca de Yoh—. ¿Sin preguntas? ¿Sin decirle a mis tíos ni al resto de los vigilantes?

—¿Cuál sería la gracia si hay consecuencias de por medio? —cuestionó él, encogiendo los hombros—. Sólo es una idea, puedes decirme si aceptas o si prefieres que me vaya para que veas televisión o leas alguna revista. Las alternativas no son muy interesantes, ¿verdad?

—Cuida ese tono impertinente, Yoh Maki —advirtió Anna—. Recuerda quién te paga.

—Disculpe, señorita Anna. —dijo él, llevando una mano a su pecho—. No era mi intención insultarla.

Su tono era sincero, pero había algo en la rubia que le pedía echar al chico de la habitación. Sus ojos estaban fijos en ella, esperando una respuesta a la oferta que había realizado. Anna sabía que cualquier otro guardia habría llamado a sus tíos, incluso a sus padres en el extranjero al conocer sus intenciones de escapar. Yoh, en cambio, parecía ser su pase para una noche sin las cadenas que la habían apresado toda su vida. Podría sentirse como una chica normal, por primera vez en su vida.

—¿Por qué haces esto? —preguntó Anna—. Si mis tíos supieran lo que me estás proponiendo, estarías en la calle en cuestión de segundos.

—Tienes casi mi edad, y te estás perdiendo un mundo de oportunidades al estar tan sobreprotegida —contestó Yoh, con un deje de tristeza en su voz—. No es justo. Si yo estuviese en tu lugar, me gustaría tener a alguien que me comprendiera.

—¿Tú pretendes ser ese alguien? —cuestionó ella, dando un paso hacia el castaño. Sonrió con ironía—. Es la primera vez que tenemos una conversación decente, y piensas que ya somos amigos.

—No quiero ser tu amigo —admitió Yoh, dando otro paso hacia la rubia. Se hizo evidente su cercanía, y la diferencia de estatura entre ambos. Él la miró hacia abajo, sonriendo ligeramente—. Seré tu cómplice. Sólo esta noche. —agregó, haciendo énfasis en la última frase.

Anna no tenía idea de quién era ese chico realmente, ni cuáles eran sus verdaderas intenciones. ¿Por qué quería ayudarla, cuando él mismo podría meterse en problemas? ¿Sería cierto que la motivación de Yoh era por empatía, o buscaba obtener algún beneficio con todo eso?

Estudió los ojos marrones que se encontraban frente a ella, cálidos y amables, llenos de comprensión. Algo en él la hacía querer confiar en sus palabras, y eso fue exactamente lo que Anna hizo.

—Acepto tu oferta, Yoh Maki —dijo ella, extendiéndole la mano—. Ayúdame a salir y yo no le diré a mis tíos que me incitaste a escapar por la ventana.

Él sonrió, soltando una risa despreocupada. Le extendió la mano.

—Trato hecho.

Ella aceptó, y ambos estrecharon las manos, intercambiando sonrisas orgullosas. Yoh sintió una sensación desconocida en su pecho cuando apreció el nuevo brillo en la mirada de Anna. Sus ojos eran realmente hermosos, y su mano era increíblemente suave.

Él decidió romper el contacto rápidamente, escondiendo ambas manos en sus bolsillos. Dio media vuelta, listo para salir de la habitación.

—Si quieres llevar tus cosas sugiero que dejes tu teléfono aquí, ya sabes, por el GPS. Lo mejor será que lleves un reloj de pulsera y nos juntemos en quince minutos en salida de la cocina —sugirió él, ya en el marco de la puerta. Miró sobre su hombro, con una expresión juguetona—. E insisto, no intentes saltar por la ventana.

—¿Saldremos por la puerta trasera de la cocina? —preguntó ella, con escepticismo—. ¿Así y nada más?

—Yo me ocupo —aseguró él, y Anna podría jurar que estaba emocionado—. Dame quince minutos, y serás libre.

—Está bien, nos vemos.

Con esa energía que expedía, Yoh sonrió aún más, guiñándole un ojo antes de cerrar la puerta. Sola en su habitación, Anna se quedó mirando la fina madera tras la que el muchacho había desaparecido.

Ella siempre establecía una distancia considerable con la gente, manteniendo sus barreras en alto cada vez que conocía a una persona nueva. No obstante, había algo en Yoh que le agradaba, dándole una sensación de familiaridad que no recordaba haber compartido con nadie más. Parecía ser un chico paciente y gentil, algo travieso y un poco insolente. Además, era bastante agradable a la vista. Es un empleado, se repitió Anna, intentando olvidar el rostro atractivo y juvenil de su guardaespaldas. Debía recordar que existían límites, y no debían ser cruzados.

No debía pensar mucho en él, esa ocasión sería una excepción. Su acuerdo sería un juego, un secreto, una pequeña aventura. Luego, todo seguiría su curso con normalidad.

O eso es lo que Anna quería creer.


Yoh salió de la habitación de la rubia, cerrando la puerta detrás de él. Al notar que estaba solo en el pasillo, se permitió soltar un suspiro, aliviado. Todo estaba saliendo de acuerdo al plan, incluso mejor de lo que había pensado.

Comenzó a caminar por la mansión, sintiéndose mal por Anna. Suponía que el origen de su carácter especial provenía de haber sido reprimida toda su vida. Su familia era cariñosa, de eso no había duda, pero la tenían enjaulada en esa enorme edificación. No importaba que las escaleras fueran de mármol, ni que tuviesen decoraciones de oro puro. Una prisión era una prisión.

Recordó la mirada de la rubia, ese brillo en sus ojos cuando supo que su noche estaba a punto de cambiar. Suspiró nuevamente, mientras la culpa lo carcomía. Aun así, Yoh recordaba a la perfección que tenía trabajo por hacer, y él siempre cumplía.

Sacó un teléfono del bolsillo de su pantalón y escribió un mensaje de texto.

En 20 minutos, en el punto de encuentro.

Presionó la tecla para enviar el mensaje y volvió a guardar el teléfono.


Anna bajó las escaleras sigilosamente, caminando por la casa hasta llegar a la amplia cocina. Había una salida hacia el patio, donde Yoh le había pedido que lo esperara. La rubia se sorprendió al notar que la mansión estaba vacía; Amidamaru solía realizar rondas de noche, merodeando por los pasillos como si fuese un fantasma, sin embargo, no había pistas de él. De todas formas, era mejor así.

—Qué puntual —dijo Yoh, saliendo desde las sombras. Anna dio un pequeño salto, enfadándose cuando notó que el castaño reía silenciosamente—. ¿Lista?

—No estaría aquí si no lo estuviera —contestó, mirando que el muchacho le extendía la mano.

—Vamos, no podemos perder más tiempo.

Ella cogió la mano del muchacho, y salieron juntos hacia el exterior. Anna miró en todas las direcciones posibles, extrañada ante tan favorable panorama.

—No hay nadie —concluyó, agradeciendo su suerte. Pero claro, no podía ser mera coincidencia—. ¿Tú tuviste algo que ver con la desaparición del resto de los guardias?

—Me aseguré de que nadie nos siguiera —explicó Yoh, guiándola por el jardín.

Anna supuso que en los quince minutos el castaño habría generado alguna distracción para que sus colegas abandonaran el lugar momentáneamente.

Nunca hubiese imaginado que se encontraban inconscientes, atados y amordazados en la cabaña de visitas.

Los jóvenes llegaron en poco tiempo hasta un vehículo que Anna no reconoció. Supuso que era de Yoh, lo cual tenía mucha lógica. El resto de los autos de la familia eran fáciles de rastrear; sería una estupidez huir en uno de ellos.

—Milady —bromeó Yoh, abriendo la puerta trasera para Anna. Ella puso los ojos en blanco—. Dejaste tu teléfono en la mansión, ¿verdad?

—Claro, no soy una imbécil —contestó, subiéndose a la camioneta.

—Anna, espera —Yoh detuvo la puerta, antes de que la rubia pudiera cerrarla.

Él se esforzó por encontrar las palabras precisas, pero no las encontró. Apenas podía mirar a Anna a la cara, quien adquiría un tono fascinante bajo la luz de las estrellas. Yoh presionó los labios, sin saber qué decirle. Hace un par de minutos, estaba decidido en ejecutar el plan, aun así, romper las ilusiones de esa chica le generaba duda.

No, no podía dudar.

Yoh tomó aire, y negó con la cabeza. Miró los ojos confundidos de Anna, y sólo pudo asegurarle una cosa.

—Te prometo que estarás bien.

Ella lo observó extrañada. Por supuesto que iba a estar bien, ese era el trabajo de Yoh, asegurarse de que llegara a su destino a salvo, ¿no?

De pronto, el sonido de un disparo la sobresaltó.

—¡ALTO AHÍ!

La rubia buscó con la mirada a quien gritaba. Vio a un guardia corriendo hacia ellos, cojeando levemente. En su mano derecha, Anna logró distinguir de donde había salido el disparo. El hombre apuntó hacia el castaño con el arma, listo para disparar.

¿Qué demonios estaba pasando? Sin creer lo que veía, ella observó horrorizada a Yoh, quien sonreía burlonamente, como si fuera otra persona. Las palabras quedaron atrapadas en la garganta de Anna, atónita cuando vio al chico sacando una pistola de su pantalón. Su sonrisa desapareció, y su semblante se volvió serio. Apuntó hacia el hombre y disparó una sola vez, haciendo que el guardia se desplomara, cayendo al suelo instantáneamente.

Anna sintió que su corazón se detenía. Eso tenía que ser una pesadilla.

No logró actuar antes de que Yoh cerrara la puerta de la camioneta. Lo observó subirse al asiento del copiloto, y el terror aumentó cuando notó que había otro muchacho sentado el puesto del conductor. Su cabello era celeste, sus ojos negros y su rostro era joven. Vio que movía los labios, pero no escuchaba ninguna palabra salir de su boca. Sólo oía un pitido agudo en sus oídos, silenciando cualquier otro sonido. En cámara lenta, percibió que el conductor aceleraba como si su vida dependiese de ello, sin embargo, las imágenes que apreciaba por la ventana apenas se movían.

Eso no le podía estar pasando, no a ella.

—Anna…

El pitido en sus oídos se hizo más agudo, pero pudo identificar la voz de Yoh. Lo miró. Él la observaba desde el puesto del copiloto, apuntándola con una pistola. No podía creerlo. No podía ser cierto.

Con un hilo de voz, por fin logró hablar. Entre tantas preguntas, tuvo que elegir sólo una.

—¿Quién eres?

Anna notó el arrepentimiento y la tristeza en los ojos del chico. Fue algo rápido, que desapareció tan pronto que ella pensó haberlo imaginado. Yoh alzó la vista, con una mirada llena de determinación.

—Soy Yoh Asakura. Y tú serás mi rehén.