Capítulo 15: Desastre
Luchar, huir o paralizarse.
Los seres vivos respondían ante las amenazas de esa forma. Yoh recordaba las lecciones de su abuelo con claridad que, pese a su desinterés, lo habían mantenido con vida hasta ese momento.
Luchar; esa era la respuesta para la cual lo habían adoctrinado, aún cuando, desde muy pequeño, supo que su primer instinto era huir. Era en momentos como ese que debía suprimirse a sí mismo y recurrir a ese individuo en el que lo habían convertido. Olvidarse de quién era y recordar qué era.
Sus ojos evaluaron la situación con rapidez, sin embargo, todo parecía moverse en cámara lenta en su mente.
Diez, quince, veinte individuos con uniformes completamente negros inundaron el salón. Dejó de contar para observar las salidas, que parecían estar bloqueadas por los mismos sujetos. De soslayo, se dio cuenta de que las luces reflejaban en algunos de ellos un destello, proveniente de cuchillas guardadas sin discreción en sus porta armas.
Treinta. Treinta y cinco. Yoh volteó rápidamente y vio la salida de escape oculta aún, tras un cuadro de grandes proporciones que parecía no haber sido detectada por los desconocidos enemigos. Treinta y siete. Los gritos comenzaron a intensificarse, justo después de los primeros disparos. Su corazón comenzó a acelerarse, mientras volteaba su cuerpo para ver mejor la escena. ¿Dónde está Hao?
Debería haber otra salida detrás del espejo, ese que reflejaba caras horrorizadas corriendo en círculos, para escapar sin tener claro hacia dónde.
Escapar.
Sus ojos buscaron rápidamente a Anna, quien debería estar siendo dirigida a la salida secreta junto a Ren y su hermana. Eso era lo que se había acordado previamente, en una de esas agobiantes reuniones junto al personal de seguridad. Pero ella estaba ahí, a pocos metros de él, paralizada. ¿Por qué nadie la estaba protegiendo? ¿Por qué no había nadie llevándosela?
Pareció reaccionar ante su mirada, y ella fijó sus ojos en los de él, como si buscara respuestas sobre esa pesadilla. Yoh no podía contestar sus propias preguntas, mucho menos las de ella. Avanzó rápidamente hacia Anna, cogiendo uno de sus brazos, esperando que el contacto ayudara a despertarla.
—Anna —le dijo, tan serio y firme como pudo— Tenemos que sacarte de aquí.
Sintió su cuerpo ponerse rígido, pero eso era mejor que nada. Fue ahí cuando él mismo se puso tenso, porque acababa de comprometerse a algo que no era su responsabilidad. No estaba en los planes que él se encargara de mantenerla a salvo, mucho menos sabiendo que su hermano le había encomendado otra tarea. Pese a que nada parecía estar funcionando según lo planificado, Yoh debía cuidarse a sí mismo. Debía sobrevivir; esa era la base de su entrenamiento.
Pero ahí estaba ella, inmersa en el caos junto a él. ¿Cómo iba a dejarla a su suerte? No podía… y era en esos momentos que el verdadero Yoh Asakura resurgía, con sus propios miedos y deseos, olvidándose de sus enseñanzas y dejándose llevar estúpidamente por su mayor vulnerabilidad; su corazón.
Él y Anna se sobresaltaron cuando un disparo se sintió demasiado cerca, y ambos se miraron comprendiendo que debían moverse.
—No te alejes de mí —instruyó, sus ojos fijándose en ella y luego en su alrededor.
Escaneó a toda velocidad la habitación, y trazó en su mente un camino hacia la salida tras el falso espejo. Sin pensarlo más, y sin soltar el brazo de Anna, inició su dificultoso escape, centrándose únicamente en que ninguno de los dos muriera. Anna, sobre todo.
Días antes, mientras realizaban los preparativos para aquella velada, hablaron sobre el supuesto de un ataque. Juntar a tantas familias "importantes" en un mismo lugar era tan arrogante como insensato. Era tentar a cualquiera que no estuviese de acuerdo con la feliz unión a dejar claro su descontento.
Se lo habían buscado ellos mismos.
En dicha reunión, el mismo Ren dijo que obviamente él y su prometida serían los principales objetivos en la mira. Yoh sabía que las armas apuntarían a la chica que corría sujeta de su brazo, y que las posibilidades de que todo saliera mal aumentaban con cada minuto. Casi podía escuchar la voz de su gemelo regañándolo, como si fuera su conciencia. "Ella no es tu problema".
Tal vez, sí lo era.
Buscó el frío metal dentro de su saco y preparó la semi automática que ya estaba cargada en su mano; una sensación tan familiar, que al apuntar la pistola hacia el enmascarado que había saltado frente a él, el gatillo se presionó prácticamente solo. No analizó si fue una herida letal o no, sólo importó que el desconocido cayó al piso y no volvió a levantarse. Escuchó el grito ahogado de Anna, quien saltó sobre el recién caído sin soltarse de Yoh.
Los ojos castaños la miraron de reojo y luego volvieron a buscar su salida, que quedaba a varios metros de ellos. La distancia no era tan importante como el desorden que obstaculizaba su paso; las personas que corrían y los cuerpos que yacían por el lugar junto a los muebles y vasos rotos regados por doquier no contribuían al escape.
Divisó a Ren y a Jun, mucho más cerca de la salida, siendo escoltados por sus confiables Bason y Pyron. Casi rió internamente por la expresión del heredero Tao, tan serio e irritado como si hubiese recibido un simple comentario desagradable. No como si el actual complot buscara acabar con su vida. Estaba tan acostumbrado a esa vida demente, demostrando su hastío con su caminar acelerado y decidido. En ningún momento lo vio mirar hacia atrás, y deseó por un instante que dejar a Anna a su suerte le fuese tan fácil como lo era para el Tao. ¿Habrá recordado que su prometida estaba ahí, o asumió que estaba tan protegida como él mismo?
"Concéntrate" se reprochó a sí mismo, inhalando profundamente.
—¡¿Qué diablos haces?! —escuchó desde su audífono, la agitada voz de Horo gritándole en el oído —Nuestra salida es por el otro lado, ¡vas en dirección contraria!
—Improviso —contestó, girando para localizar a su amigo— Ya te vi, necesito que me cubras.
—Voy en cami...¡MIERDA!
Vio a varios metros a uno de los enmascarados lanzándose contra Horo, quien se deshizo de él en un parpadeo. Un rápido puñetazo en el rostro dejó al atacante tambaleándose, y Horo lo remató con una brutal patada en el vientre, enviando al pobre diablo al suelo.
El Asakura sintió algo de alivio al ver a su aliado, sin embargo, no podía darse el lujo de relajarse, mucho menos cuando su corazón golpeteaba fuertemente en su pecho.
Fue en un par de segundos, que todo volvió a hacerse más lento, y sintió la adrenalina sacudir desde sus pies hasta su cabeza cuando Horo señaló en su dirección, sus ojos abriéndose como platos. Giró su cuerpo hacia Anna, quien se encontraba a pasos de él, y vio a quien su amigo indicaba; uno de los intrusos levantaba su mano armada con una pistola, apuntando directamente hacia la rubia.
No alcanzó a advertirle ni a explicarle lo que estaba ocurriendo; simplemente no había tiempo para eso. En un instante, se movió frente a Anna, tomando su lugar, y como si fueran un reflejo el uno del otro, imitó los movimientos de su contrincante. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero la determinación en su mirada jamás flaqueó. Sostuvo su propia arma con firmeza, apuntando directamente al hombre que estaba dispuesto a disparar.
Dos disparos resonaron en el aire, casi al unísono, uno proveniente de cada pistola. El sonido retumbó en sus oídos, y por un momento, pareció como si el mundo entero se hubiera ralentizado incluso aun más.
Yoh escuchó su propio nombre, resonando con la voz de Anna. Sin embargo, no planeaba responder hasta que estuviera seguro de que el hombre que la había intentado asesinar fuera neutralizado. Y así fue. Observó cómo el sujeto caía al suelo con torpeza, sus piernas cediendo bajo la presión de las heridas. Juraría que vio la luz de sus ojos extinguirse, pero fue el mismo Yoh quien cerró sus párpados con fuerza. Su mano izquierda se movió rápidamente hacia su costado derecho, donde había sentido un dolor punzante que lo hizo dar un paso atrás y perder momentáneamente el equilibrio.
El ruido a su alrededor se convirtió en un murmullo confuso, como una radio mal sintonizada. Las voces y los sonidos se mezclaban en una cacofonía incomprensible. No podía distinguir entre las voces de preocupación y los estruendos que seguían resonando en el aire.
Con la mirada baja, encontró su mano manchada de un líquido rojizo, que se extendía por su camisa perfectamente blanca y su saco. Respiró hondo, intentando mantener la calma.
Flanco derecho herido. Si había tenido suerte, la bala no habría llegado a un órgano importante. Debía ser optimista, aunque sabía que no tenía mucho tiempo antes de que la hemorragia lo desplomara.
Se lo había buscado él mismo.
Volvió a escuchar su nombre, y esta vez si miró a Anna, sus ojos preocupados como nunca. Inspiró, llenando sus pulmones de aire. Se quitó la chaqueta, sintiéndose repentinamente ahogado, y rápidamente la envolvió alrededor de su lesión, esperando que el sangrado no avanzara tanto.
—¡Dime algo! —la rubia llevó una de sus manos al rostro de Yoh, forzándolo a verla.
Fue recién que él procesó las palabras de la muchacha. Anudó con firmeza la chaqueta, tragando saliva para ahogar un quejido.
—Estoy bien —respondió, sujetando la mano con la que Anna había cogido su rostro, desde la muñeca. Se sintió culpable por mancharla con su propia sangre, pero en ese momento, detalles como ese parecían insignificantes.
Ella dejó caer su mano, aun así, su mirada insistente continuaba examinándolo.
—¡No tuviste que haber hecho eso! —le reprochó, e Yoh no podía creer lo que estaba escuchando.
—¡Un "gracias" estaría bien!
—¡AGÁCHENSE! —exclamó Horo, llegando hasta ellos y disparando a nuevos contrincantes, con una pistola en cada mano.
Tanto Yoh como Anna obedecieron al instante, el castaño quejándose cuando el movimiento repentino hizo que su herida punzara aún más. La rubia pareció notarlo, y miró hacia la mancha roja en su arruinada vestimenta. Antes de alcanzar a preguntar algo, Yoh la miró con molestia.
—¡Estoy bien! —insistió, ayudándola a ponerse de pie nuevamente —Tenemos que seguir.
—¿"Bien"? Eso no luce bien —contradijo Horo, mirando horrorizado a su compañero—, pero sí, debemos irnos de aquí.
—¿Alguna unidad que sí esté funcionando? —preguntó Yoh, mientras él, Anna y Horo se escondían detrás de un pilar.
—Las chicas nos están cubriendo —respondió el Usui— Fuera de eso, todo se fue a la mierda.
—¿Qué demonios está pasando? —cuestionó la rubia, mirando a ambos jóvenes de forma intermitente.
—Una emboscada… alguien realmente odia las fiestas —respondió el chico de cabello azul, mirando sobre su hombro— Todo es un caos y nada está funcionando como debería.
Era tan predecible que algo así ocurriera. Los Kyoyama y los Tao habían estado luciendo su unión, mientras que los Asakura resurgían desde las cenizas de su padre a la vista de todos. Eran pocos quienes sabían de sus andanzas; pequeños grupos que habían jurado lealtad a la familia siempre y cuando se les diera protección. El resto de la gente apenas se habían enterado de que los gemelos mantenían los negocios de la familia funcionando, sintiendo su inteligencia gravemente ofendida al no darse cuenta de lo que se encontraba frente a sus narices.
Yoh había estado demasiado preocupado por Anna, tanto que olvidó torpemente que él y su hermano también serían objetivos de la ira disfrazada de traje y corbata.
Otro disparo se escuchó encima de ellos, haciendo que los tres se agacharan casi por reflejo. No alcanzaron a reponerse cuando el cuerpo de uno de los atacantes cayó ante ellos como proyectil, quejándose al aterrizar en el piso sobre los platos rotos derramados.
Su victimario se encontraba a una corta distancia, y no estaba solo. Hans se encontraba apuntando con un revólver hacia él, sonriendo con satisfacción cuando verificó que el hombre no volvería a levantarse. A su espalda, se encontraba cubriéndolo su cuñado, Fausto, quien también mantenía una expresión siniestramente divertida ante la situación.
El Asakura miró al líder del clan Kyoyama en todo su esplendor, caminando sobre cuerpos como si se tratara de trapos sucios. Inevitablemente, volteó para ver a su sucesora, quien miraba a su padre con asombro, como si se tratara de un desconocido.
El castaño se dio el lujo de detenerse a cuestionar por qué eran ellos que tenían la vista clavada en Hans, cuando él debería estar buscando a su hija con una mirada frenética. Pensó días atrás, cuando se acordó el intercambio de Anna y Hao, con Hans a punto de perder la cabeza cuando creyó que la vida de su hija estaba siendo amenazada. Ahora, no se veía preocupado en absoluto. Estaba más ocupado de proteger su propia cabeza, y de solo pensarlo, Yoh sintió una puntada fuerte en el costado.
Se llevó la mano hacia la herida, y respiró hondamente. No había tiempo para reflexionar, ni mucho menos para perder más sangre.
—Van muy lento —Yoh escuchó la voz de Marion en su audífono, y se sintió tanto aliviado como molesto ante su comentario.
—El camino no está muy despejado —respondió él, refiriéndose al múltiple caos a su alrededor.
—En eso estamos, jefe —respondió ella, seguida de varios disparos. El Asakura notó que un par de enmascarados se desplomaron tras el sonido, y agradeció a la ángel guardián de su hermano y a su estupenda puntería.
—¿Están bien las tres? —preguntó el castaño— ¡Dejen sus puestos y retírense!
—Kanna dejó el lugar con la señora Kino —respondió esta vez Matty— y perdimos de vista al señor Hao…
Yoh suspiró molesto. Sabía que su gemelo estaba bien, pero era pésimo momento para desaparecer y dejarlo a él a cargo.
Vio la salida cada vez más cerca, sin embargo, notó que la cantidad de desconocidos aumentaba a medida que avanzaban. Dos sujetos se acercaron peligrosamente, y no fue necesario decir nada para que Horo asintiera.
Yoh se paró al frente de ellos, y adoptó una postura defensiva cuando el primer enemigo se aproximó, mientras que el otro muchacho tomó a Anna del brazo y la forzó a agacharse.
—¡Quédate aquí! —le dijo el Usui, guiándola debajo de una mesa.
La rubia estaba a punto de replicar, humillada por tener que esconderse, hasta que el segundo enemigo se lanzó contra Horo, impulsándolo hacia atrás con una patada.
Anna se metió bajo la mesa sin cuidado, pese a los cubiertos y copas rotas que estaban en el piso. Le costaba procesar todo lo que estaba ocurriendo, cuestionando en qué momento la noche había dado ese giro tan radical. No quería esconderse, sin embargo, no sabía qué hacer ni cómo ayudar más que obedeciendo. No estaba acostumbrada a hacerle caso al resto, aunque, si eso la mantenía con vida, las opciones eran escasas.
Chilló cuando, justo frente a ella, el cuerpo de Yoh y el enmascarado fueron visibles desde su perspectiva. Ambos se encontraban forcejeando en el piso, y perdió el aliento cuando vio que el hombre desconocido le propinó un puñetazo al Asakura sobre la herida, que ya no se encontraba cubierta por la chaqueta que el castaño había anudado alrededor de su cuerpo.
Fue un movimiento sucio, y claro, nada parecía limpio en medio de ese desorden. Necesitaba ayudar a Yoh, aunque le significara tomar riesgos y ensuciar sus inexpertas manos. Su mente corría buscando qué hacer, sin analizarlo dos veces cuando vio un cuchillo en el piso. Lo tomó con firmeza, y alcanzó a ver el rostro de Yoh dándose cuenta de lo que tramaba, negando inútilmente para evitar que se involucrara.
El tipo se puso de pie rápidamente, pisando a Yoh en el abdomen. Levantó el pie con la intención de pisar su rostro, sin embargo, no logró su cometido, lanzando un alarido cuando Anna salió desde bajo la mesa, cortando desde atrás su tobillo.
El hombre continuó gritando, buscando a la causante de su desgracia. Cuando vio a la rubia, sus brazos la alcanzaron y la levantó bruscamente. Puso sus manos alrededor de su delgado cuello como grilletes, listo para vengarse. Anna intentó zafarse, enterrando sus uñas en el antebrazo del sujeto, lamentando que el cuchillo hubiese caído al piso. Quiso gritar, pero su voz no lograba salir. Él no la dejaba ir, incluso cuando logró patearlo.
Le fue imposible mantenerse serena, aún así, no alcanzó a sucumbir al pánico. Vio por sobre el hombro de su atacante al Asakura poniéndose de pie, un mirada peligrosa clavándose en la nuca de quien la apresaba.
Con que ahí estaba el cuchillo.
—Recuerda quién es tu oponente —le advirtió al sujeto, quien torpemente volteó para mirar a quien lo desafiaba.
Un rápido y certero corte en el cuello hizo que el tipo se desplomara, soltando a Anna en el acto. Ella logró mantenerse en pie, sin creer lo que acababa de ocurrir. Inspiró para llenar sus pulmones de aire, estremeciéndose al exhalar.
El castaño no tardó en eliminar la distancia entre él y ella, tomando el rostro de la rubia entre sus manos. Se sintió sucio al hacerlo, porque recién había usado esas mismas manos para eliminar al hombre que la había tratado de matar. Casi se arrepintió de tocarla, y consideró soltarla. No lo hizo, mucho menos cuando ella también lo miró directo a los ojos.
Pudo ver en ellos la transición del shock y el temor hacia la determinación y la calma. No había lugar a dudas; era la heredera de los Kyoyama.
—Anna… —le habló, quedando sin palabras. Quería decirle que estaba demente por enfrentarse así al enemigo. Quería preguntarle si estaba bien. Quería agradecerle por haberlo ayudado, incluso cuando terminaron lastimándola.
Ella, por su parte, permitió que el calor de las manos de Yoh la ayudaran a volver en sí. Necesitaba algo de tranquilidad para poder continuar, como si la vida de ambos no estuviese en juego. Le hizo recordar la paz que sentía cuando ambos meditaban juntos, y se cuestionó si eran las respiraciones profundas lo que ayudaban a calmarla, o si sólo se trataba de un efecto propio de él.
—¡Perdón por interrumpir, pero…! —la pareja volteó para ver a Horo, quien volvía hacía ellos, agitado. Fue suficiente para sacarlos de sus cavilaciones, y llevarlos de vuelta a la realidad —¡La salida está despejada!
—Es ahora o nunca —comentó el Asakura, rompiendo el contacto físico entre los dos.
Miró a Anna una vez más, comprobando si estaba lista para ponerse en marcha. Sin necesidad de palabras, ella comprendió, asintiendo con decisión; saldría con vida de ese lugar.
Él asintió también, sonriéndole confiado. Examinó la sala y notó que su buena suerte no duraría para siempre; habían logrado deshacerse de varios de sus enemigos, sin embargo, los cuerpos vestidos de negro parecían emerger espontáneamente. Su mente imaginó varios escenarios, y cuando encontró una solución la tomó sin considerar lo poco ortodoxa que era.
Presionó el botón para reactivar el audífono y no lo dudó cuando escuchó la voz de Matty del otro lado.
—Matty… Necesito que lances una granada donde estamos, ahora.
—¿Qué? —cuestionó la pelirroja.
—¿QUÉ? —exclamaron Horo y Anna al unísono.
—¡Mattilda, ahora! —repitió él, y, sin esperar otro segundo, impulsó a sus acompañantes hacia adelante, indicándoles moverse.
—¿Acaso perdiste la cabeza? —preguntó el Usui, sacudiendo el hombro para que Yoh lo soltara. Miró hacia atrás, horrorizándose cuando vio que un aparato esférico caía justo en el lugar donde habían estado hace algunos segundos.
—¡Vamos a lograrlo! —aseguró Yoh, tanto para ellos como para sí mismo —¡Sólo sigan corriendo hacia la salida!
Anna tenía tantas cosas que gritarle. Estaba cuestionando si la idea del Asakura era salvarla o matarla, y la mezcla de insultos se formaba en su cabeza creando un sinsentido. Lo único que distinguía era su propia voz, su instinto ignorando el resto de las cosas y haciendo eco a las palabras de Yoh; "Sigue corriendo".
Para él, todo era muy sencillo. La granada eliminaría cualquier idiota que los persiguiera, y ellos alcanzarían a llegar a la salida justo a tiempo, sin inconvenientes. Claro, siempre y cuando sus cálculos fuesen correctos, pero él nunca fue un gran matemático.
Estaban a pocos metros de la salida, cuando la granada explotó.
El sonido era agudo y penetrante, y daba la impresión de que resonaba en todo el cuerpo, y no sólo en los oídos. La explosión los hizo estremecerse y perder el equilibrio, tropezando hasta caer al piso, al igual que la totalidad de las personas cerca. Yoh cayó detrás de Horo y de Anna, y se apoyó rápidamente con sus antebrazos para levantar la mirada y asegurar de que ellos estuviesen bien. Estaba aturdido, y escuchaba el retumbar de la granada en su cabeza, eliminando cualquier otro sonido.
Observó a ambos levantarse, mirando hacia atrás para verificar cómo estaba él, que aún yacía en el piso y trataba de reponerse. Cuando sus piernas no respondieron, fue que recién notó que habían caído escombros de un pilar sobre él, atrapándolo momentáneamente bajo el pesado mármol.
Los vio gesticular con la boca, y supuso que le estaban hablando. No escuchaba nada. Cuando vio que Anna daba un paso hacia él, leyó sus intenciones y señaló con todas sus fuerzas hacia la salida. Le gritó a Horo que se la llevara, pese a que tampoco oía su propia voz. Sabía que se estaba haciendo escuchar, porque sintió la garganta irritada y vio a su amigo sujetar a Anna de un brazo, con una mezcla de culpa y arrepentimiento por dejarlo ahí. Eran órdenes, después de todo.
La rubia se removía entre los brazos del Usui, mirando sobre su hombro a Yoh mientras la forzaban a avanzar hacia su escape.
"Qué terca" pensó él, riendo internamente. Por fin, sintió alivio cuando la vio desaparecer junto a Horo por la puerta escondida tras el espejo. Ella estaría a salvo, estaba seguro de eso. Por primera vez desde la aparición de sus enmascarados contrincantes, sintió calma. Era curioso, porque estaba cansado, y comenzó a sentir en su entumecido cuerpo despertar el dolor. Trató de levantarse de nuevo, pero sus brazos temblaron. Empuñó sus manos y realizó otro intento, arrastrándose hacia adelante, liberando apenas sus piernas.
Se detuvo cuando escuchó pasos pesados tras de él, y giró para ver de quién se trataba, sorprendido al lograr oírlo, pese al constante pitido que invadía su cabeza.
Un hombre se paraba frente a él, su uniforme negro completamente arruinado, y sus ojos penetrándolo con un odio sin igual. Su sonrisa siniestra y su puñal ensangrentado no dejaban espacio para dudar de su intención.
Yoh sujetó su pistola como pudo y lo apuntó con el arma, jalando el gatillo… obteniendo nada más que un "click" vacío.
"Oh" pensó, dejando caer la inútil pistola. Se había quedado sin balas, y su pronóstico pasó de malo a nefasto en un segundo. Observó los ojos de su oponente fijos en él, mientras su sonrisa crecía burlonamente al ver su patético error. El Asakura soltó el aire retenido en sus pulmones, exhalando en lo que le pareció una eternidad.
Se negaba a asumir lo que vendría, aunque sabía que lo mejor sería afrontar su realidad.
"Así que así voy a morir" supuso. Sonrió, soltando una corta carcajada. Después de tantas cosas que había hecho, después de haber arriesgado tantas veces su vida, no se había imaginado que moriría en una estúpida fiesta. Eso no estaba dentro de sus planes.
Le pareció extraño, porque no tenía temor, ni ira. Únicamente sentía frustración, porque tenía un montón de cosas por hacer aún. Tareas que no deseaba cumplir. Sueños que parecían inalcanzables, y que, en efecto, no logró concretar.
Al menos Anna estaba bien. Al menos se iría con un último buen acto, después de haber vivido como un criminal desde que tenía memoria. Eso no limpiaría su pasado, y sólo él sabía todas las atrocidades que había cometido. No tendría perdón de nadie, pero había evitado convertirse en el verdugo de Anna, y eso era suficiente.
Notó que el hombre del cuchillo se encontraba a sus pies, ya encima de él. Podría patearlo, si sintiera sus piernas. Podría intentar cualquier cosa, si su cuerpo respondiera.
Vio al hombre empuñar con más firmeza la cuchilla, y buscó algún recuerdo que le diera paz. Fue fácil volver a la terraza, mientras sostenía a Anna entre sus brazos y bailaban lentamente, con la música lejana y sus ojos miel fijos en los suyos. La sonrisa sutil en sus labios, que por fin había conseguido probar.
¿Y si después de morir, tenían una oportunidad? En otra vida, tal vez, tendrían una oportunidad.
Pensó en ella, ayudándolo a distraerse de su inminente final. A ignorar a su futuro asesino. A olvidar el dolor y el frío que sentía por sus heridas. A calmar los escalofríos que recorrían su cuerpo.
Esperó escuchar la cuchilla atravesado su cuello, sin embargo, escuchó el filo de una katana atravesar a otra persona.
Alzó la mirada, y observó la vida desaparecer del hombre, quien caía pesadamente al piso. Frente a él, la espada ensangrentada y su portador, quien acababa de salvarlo.
Un rostro idéntico a él apareció como un espejo, su serenidad escondiendo el fuego que lo impulsaba.
Hao Asakura removió su arma del cuerpo inerte, agitándola con brusquedad para que cayera la sangre que la ensuciaba. Yoh juraría que, en ese acto, habían caído gotas rojas sobre su mejilla. Deseó limpiarse el rostro, sin poder coordinar dicho movimiento.
Su cuerpo le decía que debería estar muerto, y su mente había acordado que había llegado su momento. Sólo su hermano era capaz de generar tanta disrupción, cambiando el foco de sus pensamientos en un instante. No sabía si sentirse feliz o irritado al verlo, porque sólo cuestionaba lo mucho que había tardado en llegar. Quería decirle a su hermano mayor que creyó que moriría, que había estado listo y asumió su destino con valentía. Sabía que él lo reprendería por cobarde, por haberse dejado matar. Para Hao, la muerte no era una opción.
—Te ves terrible —le dijo el mayor, con la comisura de sus labios sonriendo apenas.
Yoh había visto pocas veces esa sonrisa, que describiría como compasiva. No se arriesgaba a definirla, porque los ojos de Hao retenían una ira capaz de quemar al mundo entero. Después de todo, habían tratado de asesinar a su gemelo, y por poco lo habían logrado. Tampoco es que Yoh estuviera fuera de peligro, porque ya había perdido bastante sangre, y comenzaba a ver borroso.
—He estado peor —respondió Yoh, intentando inútilmente de sacar sus piernas de debajo de los escombros.
Quería levantarse de un salto y demostrarle a Hao que estaba bien, y no sentirse como el desastre que era realmente. Cómo deseaba estar de pie y mostrarse íntegro frente a su hermano mayor. A su jefe.
Ahí estaba Yoh Asakura, el segundo al mando de su clan. Vivo apenas, y patéticamente a punto de desmayarse.
Hao se acercó hacia él y se agachó, ayudándolo a liberar sus piernas. Se mantuvo en silencio, despertando cierta admiración infantil que Yoh sentía por él. Recordaba lo mucho que su abuelo intentó de que fuera más como Hao. Pese a la masacre, su gemelo parecía intacto, levantando los últimos escombros como si se tratara de papel. Él se sentía como papel.
El jefe de los Asakura finalizó su labor sin decir palabra alguna, hasta que vio la camisa empapada de sangre del segundo al mando.
—Yoh.
—Lo sé —lo cortó, porque no deseaba reproches.
No quería escuchar sermones, ni tampoco cuestionamientos. Demonios, él debería cuestionar a su hermano, porque, ¿dónde diablos se había metido? Quería replicar, pero también quería dormir.
Sintió los brazos de su hermano rodeándolo, no como un abrazo, sino para contenerlo. Le causó gracia, porque Hao nunca lo abrazaba.
Eso fue lo último que pensó antes de perder el conocimiento.
Voy a fingir demencia nuevamente, como si no hubiese actualizado este fic por última vez hace 5mil años. La vida pasa, lo sientooo! Estoy escribiendo hace rato el capítulo 16, pero diOoS siento que tengo tantas cosas que agregarle a esta historia y al final no avanzo nada jajaja Perdón si hay errores, pero son las 12 y se me ocurrió subir esto muerta de sueño y sin revisar jajaja Gracias por tomarse el tiempo de leer!
