Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a Karen Marie Moning y los personajes son de Mizuki e Igarashi, con excepción de algunos nombres que yo agregué por motivos de adaptación.

La historia está clasificada como M ya que puede haber algunas escenas no aptas para todo público.


Capítulo 6

20 DE SEPTIEMBRE

10:02 a.m.

Candy nunca se había sentido tan corta de estatura en su vida, midiendo sólo cinco pies con dos pulgadas y tres cuartos, como lo hacía mientras seguía a ese gigante que no entendía el concepto de limitaciones físicas.

Caminaba estirando al máximo las piernas, mientras balanceaba los brazos para generar un mayor impulso hacia adelante, plenamente consciente de lo inútil que era el esfuerzo porque el impulso dependía de la masa, y la masa de él era tres veces mayor que la de ella, ergo, podría superarla hasta el infinito salvo complicaciones imprevistas. De repente,su temperamento estalló: ‒Andley, te voy a matar si no bajas el ritmo.

‒Tengo curiosidad por saber cómo planeas hacerlo cuando ni siquiera puedes seguirme‒, bromeó Anthony.

Candy no estaba de humor para bromear. ‒¡Estoy cansada y tengo hambre!

‒Te comiste una de esas barras de tu mochila hace apenas un cuarto de hora, cuando nos detuvimos para examinar tu mapa y trazar el camino más rápido‒, le recordó Anthony.

‒Tengo hambre de comida de verdad‒. Y voy a necesitarla, pensó con un mal presentimiento, porque el mapa turístico que llevaba en la mochila había indicado que el recorrido más rápido desde su ubicación actual hasta Ban Drochaid era ochenta millas, a campo traviesa.

‒¿Quieres que atrape y cocine un conejo para ti?

¿Un conejito? ¿Hablaba en serio? ¡Puaj! ‒No. Deberías parar en el próximo pueblo. No puedo creer que no me dejaras entrar a Dingwall. Estábamos justo ahí. Había café allí‒ añadió lastimeramente.

‒Para llegar mañana a Ban Drochaid, debemos viajar sin pausa.

‒Bueno, sigues deteniéndote para recoger esas estúpidas piedras‒ refunfuñó Candy.

‒Mañana comprenderás el propósito de mis estúpidas piedras‒, dijo Anthony, acariciando su sporran, donde las había guardado.

‒Mañana. Me lo mostrarás mañana. Todo se explicará mañana. No vivo para el mañana y hace falta mucha fe, Andley‒, dijo Candy exasperada.

Él la miró por encima del hombro. ‒Sí, lo sé, Candy White. Pero doy mucho a cambio a aquellas personas que tienen fe en mí. Podría llevarte cargando, si lo deseas.

‒No lo creo. ¿Por qué no bajas un poco el ritmo?

Él se detuvo, evidenciando el primer indicio de impaciencia que ella había vislumbrado. ‒Muchacha, si ese mapa que tienes es correcto, tenemos hasta la víspera de mañana para viajar una distancia de casi ochenta millas. Eso son tres millas por hora, sin parar a dormir. Aunque yo podría correr gran parte del camino, sé que tú no puedes. Si puedes recorrer cuatro millas cada hora, podrás descansar más tarde.

‒Eso es imposible‒, jadeó Candy. ‒La milla más rápida que he corrido en una caminadora fue de diez minutos y medio y casi me muero. Y fue sólo una milla. Tuve que descansar cuatro horas y comer chocolate para reanimarme. Andley, necesitamos alquilar un coche‒, volvió a intentarlo. Anteriormente, al descubrir la duración de la caminata que planeaba, ella le había propuesto la alternativa, pero él simplemente se había callado y la había arrastrado a paso rápido. ‒Podríamos viajar ochenta millas en una hora en un automóvil.

Él la miró y se estremeció. ‒Confío en mis pies. Nada de carros.

‒Vamos‒, casi gimió. ‒No puedo seguir tu ritmo. Sería una cuestión sencilla. Podemos bajar al siguiente pueblo, alquilar un coche, conducir hasta tus piedras y podrás mostrarme lo que sea esta tarde.

‒No puedo mostrártelo hasta mañana. Sería inútil llegar hoy.

‒Dijiste que necesitabas parar en el castillo. Si caminamos todo el camino, eso no te dará tiempo para "patear" los alrededores de tu antiguo territorio‒, señaló.

‒No pateo allí, ni pateo mucho en ningún lado, mujer. Eres tú quien me hace querer patear cosas.‒ Uno de los músculos de su mandíbula se contrajo. ‒Debes caminar más rápido.

‒Tienes suerte de que me esté moviendo. ¿No has oído hablar de la Primera Ley del Movimiento de Newton? Es inercia, Andley. Un objeto que está en reposo quiere permanecer en reposo. No se puede esperar que supere las leyes de la naturaleza. Por eso me resulta tan difícil hacer ejercicio. Además, creo que tienes miedo.‒ Candy se sentía un poco culpable por jugar a su antojo con Newton, pero la mayoría de la gente no tenía idea de qué estaba hablando cuando mencionaba las leyes del movimiento, y en lugar de revelar su ignorancia y discutir con ella, generalmente dejaban el tema. Era una jugada sucia, pero asombrosamente efectiva. Y ella aprovecharía cualquier cosa que le permitiera evitar caminar ochenta malditas millas.

Él la estaba mirando de forma extraña, con una mezcla de sorpresa y confusión. ‒No sé nada de este Newton, pero está claro que no logró alcanzar una comprensión completa de los objetos y el movimiento. Y no le tengo miedo a ninguno de sus tontos carros.

¿Nunca había oído hablar de Isaac Newton? ¿Dónde había estado viviendo el hombre? ¿En una cueva?

‒Maravilloso‒, dijo Candy sin perder la oportunidad. ‒Si no tienes miedo, regresemos a Dingwall y alquilaré un auto. Incluso lo pagaré yo misma. Estaremos en tu castillo a la hora del almuerzo.

Anthony tragó con dificultad. Candy se dio cuenta de que él realmente tenía aversión a los autos. Exactamente el tipo de aversión que un hombre de hace quinientos años podría mostrar. O, pensó cínicamente, el tipo de aversión que mostraba un actor que había desarrollado su personaje con mucha dedicación pensando en hasta el más mínimo detalle. Una pequeña y perversa parte de ella ansiaba meter al enorme paquete de testosterona en un pequeño auto compacto y ver hasta dónde podía llegar con su actuación.

‒Déjame ayudarte, Andley‒, lo persuadió. ‒Pediste mi ayuda. Lo único que intento hacer es llevarte al castillo más rápido de lo que tú mismo podrías llegar. Además, no hay manera de que pueda caminar durante dos días seguidos. O conseguimos un auto, o puedes olvidarte de mí.

Anthony dejó escapar un suspiro de frustración. ‒Bien. Viajaré en uno de tus carros. Tienes razón al pensar que necesito tiempo para prepararme, y es evidente que no tienes intención de hacer ningún esfuerzo para acelerar el ritmo.

Candy sonrió durante todo el camino de regreso a Dingwall. Se pondría curitas para las ampollas de los talones donde le irritaban las botas de montaña. Tomaría café, chocolate y bollos para el desayuno. Después le compraría ropa, alquilaría un coche y se lo devolvería a su familia, quienes averiguarían qué le pasaba. Después de todo, se perfilaba como un día aceptable, pensó, lanzando una mirada furtiva al atractivo hombre que al parecer caminaba más lentamente ahora… de hecho, iba arrastrando los pies a su lado. Parecía miserable. Ella no se rió porque sabía que debía haber tenido una expresión idéntica cuando viajaban en dirección opuesta.

La mañana iba mejorando progresivamente. El parche que se había puesto antes, mientras se refrescaba en el bosque, estaba funcionando bien. La nicotina zumbaba por sus venas y ya no estaba tan preocupada de que, en un ataque de irritabilidad, pudiera lastimar a la siguiente persona que viera o, peor aún, al sufrir abstinencia oral, pudiera hacer algo con o a alguna parte de Anthony Andley, de lo que ella se arrepentiría. Ella iba a sobrevivir y nuevamente tenía el control.

El control lo es todo, había dicho a menudo su madre, Georgina White, con esa seca y fría voz británica suya. Si controlas la causa, eres dueña del efecto. Si no lo haces, los acontecimientos se desarrollarán como fichas de dominó cayendo y no tendrás a nadie a quien culpar excepto a ti misma.

Oh, cállate, Madre, pensó Candy testarudamente. Sus padres estaban muertos y seguían dirigiendo su vida. Aun así, Georgina White había estado dejando claro un punto válido. Fue solo porque Candy había estado distraída por el estado de sus emociones, algo que Georgina White nunca había permitido, que descuidadamente dejó caer su mochila sin examinar primero su entorno. Si hubiera prestado atención, no habría colocado la mochila en una posición tan precaria. Pero lo había hecho, había caído fuera de su alcance y había terminado en una cueva. Ese único momento de descuido la había dejado atrapada en las Highlands con un hombre muy enfermo o muy trastornado.

Ya era demasiado tarde para arrepentirse. Sólo podía ejercer control de daños. Ahora era ella quien estiraba las piernas, instándolo a caminar más rápido. Él lo hizo en un silencio melancólico, por lo que ella aprovechó el momento de tranquilidad para reafirmar su determinación de que él no era un potencial jardinero.

Regresaron a Dingwall en menos de una hora y ella suspiró aliviada al ver acogedoras posadas, tiendas de alquiler de bicicletas y automóviles, cafeterías y almacenes. Ya no estaba sola con él, enfrentada a la constante tentación de perder su virginidad o empezar a fumar de nuevo, o ambas cosas. Entrarían rápidamente en las tiendas y recogerían... ¡oh!

Ella se detuvo y lo miró consternada. ‒No puedes venir más lejos, Andley. No hay manera de que puedas entrar al pueblo con ese aspecto‒. Pecaminosamente atractivo, el guerrero medio desnudo no podía mezclarse con los turistas mientras parecía un terrorista medieval.

Él se miró a sí mismo y luego a ella. ‒Más de mí está cubierto que tú‒, dijo con un resoplido indignado y absolutamente majestuoso.

Supuso que el hombre incluso resoplaría como la realeza. ‒Puede ser. Pero estás completamente mal cubierto. No sólo eres una fábrica de armas ambulante, sino que no tienes nada más que una manta envuelta a tu alrededor‒. Cuando él frunció el ceño, ella se apresuró a asegurarle: ‒Es una manta muy bonita, pero ese no es el punto.

‒No me dejarás, Candy White‒, dijo en voz baja. ‒No lo permitiré.

‒Te di mi palabra de que te ayudaría a llegar a tus piedras‒, le recordó.

‒No tengo manera de evaluar la sinceridad de tu palabra.

‒Mi palabra es buena. Además no te queda otra opción.

‒Pero si la tengo. Caminaremos.‒ Él tomó su mano y comenzó a arrastrarla de regreso por donde habían venido.

Candy entró en pánico. Era imposible que pudiera caminar durante dos días. De ninguna manera. ‒Está bien‒, gritó ella. ‒Puedes venir. Pero tienes que deshacerte de esas armas. No puedes entrar tranquilamente en Dingwall con un hacha en la espalda, una espada en la cintura y cincuenta cuchillos.

Él apretó la mandíbula y Candy pudo ver que estaba preparando una serie de protestas.

‒No‒, dijo ella, levantando una mano para interrumpirlo. ‒Un cuchillo. Puedes quedarte con un cuchillo y listo. El resto se queda aquí. Volveremos a buscarlo una vez que tengamos un coche. Puedo explicar tu disfraz diciéndole a la gente que estás trabajando en una de esas recreaciones de batallas, pero no seré capaz de explicar tantas armas.

Exhalando un hondo suspiro, se quitó las armas. Después de depositarlas debajo de un árbol, se movió a regañadientes hacia el pueblo.

‒Uh, discúlpame‒, dijo Candy a su espalda.

‒¿Y ahora qué?‒ Él se detuvo y la miró, visiblemente exasperado.

Ella miró fijamente la espada, que él no había quitado.

‒Dijiste un cuchillo. No especificaste qué tamaño debería tener.

Había un brillo peligroso en su mirada y, al darse cuenta de que ella lo había empujado tan lejos como podía, accedió. Ella simplemente diría que la espada era parte del disfraz. Ella lo miró, deseando que esas brillantes gemas en la empuñadura parecieran menos reales. Podrían terminar siendo asaltados por una tonta espada falsa.

- - - o - - -

En la agencia de alquiler, Candy alquiló el último coche pequeño y destartalado y acordó recogerlo en una hora, lo que les daría tiempo suficiente para comprar ropa, comida y café antes de partir hacia Lybster. Guiándolo más allá de las miradas curiosas de los espectadores y, de vez en cuando, tirando de su brazo cuando se detenía para mirar, finalmente lo llevó a Cormacks & Crawfords, una tienda de artículos deportivos que tenía la obligatoria mezcla de otros artículos para turistas.

En poco tiempo estaría presentable. Las personas dejaría de mirarlo boquiabiertas cuando pasaban antes de volverse hacia ella, como si intentaran descubrir qué hacía una americana de aspecto perfectamente normal, aunque un poco sucia, paseando con un bárbaro así. Dejarían de llamar la atención, algo que Candy despreciaba, y darían un agradable paseo en coche hasta Lybster. Quizás almorzarían con su familia mientras ella les explicaba cómo lo había encontrado. Ella lo confiaría a su seno familiar y luego se reuniría con su grupo de turistas en el próximo pueblo.

¿De verdad quieres dejarlo? ¿Volver con los ancianos?

Después de lo de anoche ya no estaba segura de poder dejarlo. Tal vez se quedaría un tiempo cerca de su casa y vería cómo le iba antes de seguir adelante. No era como si hubiera algo en Estados Unidos a lo que tuviera prisa por volver. Ni su trabajo, ni la exquisita y amplia casa en Canyon Road, en Santa Fe, que había evitado desde la muerte de sus padres. Demasiados recuerdos, todavía frescos y dolorosos.

Tal vez se alojaría en un bed and breakfast cerca de la casa de Anthony por un tiempo; sería lo más compasivo que ella podía hacer.

‒¿Adónde vas?‒ susurró entre dientes cuando él pasó por delante de ella y dejando correr su mano por un estante de trajes de deporte morados. Acarició una sudadera color lavanda y luego se quedó mirando una banda lila para el sudor, ignorándola. Ella sacudió la cabeza pero, después de un momento de vacilación, decidió que él debería ser bastante inofensivo deambulando por la tienda mientras ella escogía algo para que él se pusiera.

Se centró en elegir ropa para un hombre que tenía el cuerpo excesivamente desarrollado de un atleta profesional. Aunque en Cormacks & Crawfords había una buena variedad de ropa, pocos hombres tenían su altura y músculos. Se metió unos jeans debajo del brazo, miró una camisa de mezclilla y miró sus anchos hombros. Nunca le quedaría. Una camiseta con cuello en V podría ser suficiente, de algodón elástico, pero definitivamente no negra. Contrastaría demasiado bien con su sedoso cabello rubio y su piel marmorea. La visión de una camiseta negra extendida sobre su musculoso pecho podría persuadirla a catapultar su flor hacia él.

Ella sintió que él regresaba a ella. El pelo de su nuca se le erizó en el momento en que él se puso a su lado, pero ella se negó a mirarlo. Al mismo tiempo, un ronroneo femenino del otro lado de ella preguntó: ‒¿Puedo ayudarle?

Candy levantó la vista de la pila de camisetas para encontrar a una vendedora alta, de piernas largas, de unos treinta años, con gafas de bibliotecaria colocadas en la nariz sobre una boca exuberantemente fruncida, mirando más allá de ella, contemplando al Andley con fascinación.‒Traes puesta una vestimenta antigua, ¿verdad?‒ habló con una melodiosa voz, ignorando a Candy por completo. ‒¡Qué tejido tan hermoso! Nunca he visto el patrón antes.

Anthony cruzó los brazos sobre el pecho, su cuerpo se tensó bajo las bandas de cuero. ‒Y no lo harás‒, dijo. ‒Pertenece únicamente a los Andley.

Anthony sacudió la cabeza con ese el movimiento leonino de su cabeza, que en una mujer habría parecido tímido pero en él era un irresistible «ven aquí si crees que puedes manejarme». Candy no esperó a que la vendedora comenzara a babear. O a que llegara más lejos. Empujó una pila de jeans y camisas a los brazos de Anthony, obligándolo a desdoblar sus brazos y descartar la postura de macho.

‒Permítame llevarle a un probador‒, ronroneó la vendedora. ‒Estoy bastante segura de que encontraremos algo para satisfacer tus... deseos... en Cormacks & Crawfords.

Oh, ahorrame tus insinuaciones, pensó Candy, sin importarle en lo más mínimo el interés en los ojos de la mujer. Puede que estuviera loco, pero era su galán delirante. Ella lo había encontrado.

Bloqueando el pasillo para evitar que… (miró la etiqueta con el nombre de la mujer) «Emily» se acercara a él, empujó a Anthony hacia el vestidor. Emily resopló y trató de rodearla, pero Candy la involucró en un pequeño baile determinado e irritado en el estrecho pasillo hasta que escuchó a Anthony cerrar la puerta del vestidor detrás de ella. Poniendo los brazos en jarra sobre su cintura, Candy miró de arriba a abajo a Emily de piernas largas y dijo: ‒Perdimos nuestro equipaje. Su disfraz era todo lo que tenía en su equipaje de mano. No necesitamos ninguna ayuda.

Emily miró hacia el probador, donde las musculosas pantorrillas de Anthony eran visibles debajo de la corta puerta de listones blancos, luego examinó con desdén a Candy, desde sus cejas no muy recientemente depiladas hasta las puntas embarradas de sus botas de montaña. ‒Encontraste un escocés, ¿verdad, pequeña nyaff? Ustedes, las estadounidenses, son dadas a probar a nuestros hombres con la misma sed que tienen por nuestro whisky, y no son capaces de manejar a ninguno de los dos.

‒Ciertamente puedo manejar a mi marido desde aquí‒, espetó Candy, más fuerte de lo que le hubiera gustado.

Emily dirigió una mirada penetrante a su mano sin anillo y arqueó una ceja meticulosamente formada que hizo que Candy sintiera que tenía pequeños arbustos rebeldes creciendo sobre sus ojos, pero se negó a sentirse humillada y le devolvió la mirada en un silencio gélido. Cuando Candy no hizo ningún esfuerzo por explicar por qué no llevaba anillo de matrimonio y no mostró ninguna inclinación a dejar de bloquear el pasillo, Emily se alejó enfadada para esponjar y ordenar los suéteres que Candy había estropeado en la mesa de exhibición.

Tragándose un gruñido felino, Candy se movió para montar guardia afuera del probador, golpeando su pie con impaciencia. Un susurro de tela la alertó de que se había quitado el tartán, y Candy intentó con todas sus fuerzas no pensar en Anthony parado detrás de la endeble puerta, desnudo. Era más difícil que intentar no pensar en un cigarrillo, y sus pensamientos desobedientes lo manejaban igual de mal: cuanto más intentaba no pensar en eso, más pensaba en ello.

‒¿Candy?

Arrastrándose de una fantasía en la que estaba a punto de derramarle jarabe de chocolate por todo el cuerpo, dijo: ‒¿Um?

‒Estas calzas… ¡Ay! ¡Por Amergin!

Candy resopló. El Andley fingía descubrir las cremalleras, y si llevaba el tartán fiel al siglo XVI (según lo que les había dicho su guía turístico), no llevaba ropa interior. Escuchó unas cuantas maldiciones murmuradas más y luego un ¡zzzzp! Otra maldición más. Parecía muy convincente.

‒Sal y déjame verte‒, dijo, luchando por mantener una cara seria.

Su voz sonó ahogada cuando respondió: ‒Tendrás que entrar.

Echando una mirada furtiva a Emily, que convenientemente había sido abordada por un adolescente con la cara llena de granos, Candy entró en el probador. Él se estaba mirando en el espejo y estaba de espaldas a ella, y, cielos, pero ella habría estado mucho mejor si nunca hubiera visto su apretado y musculoso trasero con un par de jeans ajustados y descoloridos. Su sedoso cabello rubio ondeaba sobre sus hombros y su cuello, invitándola a hundir sus dedos en él y recorrer las espléndidas crestas de sus músculos.

‒Date la vuelta‒, dijo, con la boca repentinamente seca.

Así lo hizo, con el ceño fruncido.

Ella miró su pecho desnudo y, con esfuerzo, se obligó a recordar que se suponía que debía estar mirando los jeans. Su mirada se deslizó hacia abajo, sobre su abdomen ondulado y sus caderas delgadas y...

‒¿Qué te has metido en los pantalones, Andley?‒ exigió.

‒Nada que no haya sido dado por Dios‒, respondió con rigidez.

Candy se quedó mirando. ‒No hay manera de que eso sea parte de ti. Debes haberte quedado con un calcetín o... algo... atascado. ¡Dios mío!‒ Ella apartó la mirada de su entrepierna. Un músculo se tensó en la mandíbula de Anthony y era evidente que estaba incómodo. ‒No creo que tuvieras intención de torturarme; es más, vi a otros hombres en la calle con ropas como estas, así que no asumire nada. Sin embargo, creo que el problema es más o menos el mismo que el de mis pies‒ le informó.

‒¿Tus pies?‒ repitió tontamente, bajando la mirada. Eran grandes.

‒Sí.‒ Él hizo un gesto hacia ella. ‒En tu época, se atan los pies con botas ajustadas, mientras que nosotros usamos cuero suave y flexible.

‒¿Cuál es tu punto?‒ ella se las arregló para preguntar.

‒Permiten más espacio para crecer‒, dijo como si ella fuera tonta.

Candy se sonrojó. De todas las cosas sobre las que gastarle una broma. ¡Meterse calcetines en los pantalones, como un adolescente! ‒Andley, no creo ni por un minuto que ese… (señaló el bulto en sus jeans) …seas tú. Puede que sea ingenua, pero sé cómo son los hombres, y los hombres no son así.

La aplastó contra la puerta del vestidor y su boca sensual, demasiado cerca para su seguridad, se curvó en una sonrisa arrogante. ‒Entonces simplemente tendrás que comprobarlo por ti mismo. Tócame, muchacha. Siente mi... «calcetín».‒ Su mirada de zafiro chisporroteó con desafío, mientras se desabrochaba la cremallera.

‒Uh-uh‒. Ella sacudió la cabeza para darle mayor énfasis.

‒Entonces búscame un par de calzas que no amenacen con cortar mis partes masculinas‒.

‒Ajá‒ estuvo de acuerdo, tratando de no pensar en esa cremallera abierta.

‒No dejes que esto te asuste, muchacha. Encajaremos bien cuando te haga el amor‒, ronroneó.

Su encantador acento, junto con su «calcetín», fueron casi toda la persuasión que ella necesitaba para quitarle los jeans con los dientes. Ella cerró los ojos. ‒Retrocede, amigo, o te ayudaré a ponerte esos calzas‒, amenazó. ‒Con tu espada, si es necesario‒.

‒Mírame, Candice‒, dijo en voz baja.

‒Candy‒, dijo ella bruscamente.

‒Candy‒, asintió Anthony, justo antes de besarla.


Cla1969: Sono felice che tu abbia trovato la storia interessante, spero che anche questo capitolo sia stato divertente.

lemh2001: Que bueno que has comenzado a leer esta historia espero que te haya gustado. Gracias por agregarla a tus favoritas.

Marina777: Poco a poco nos acercamos a ese momento y a descubrir mas sobre nuestros personajes, espero que hayas disfrutado este capitulo.

GeoMtzR: No seria tan salvaje como para matar a Candy, pero ya veremos cuales son los rituales de Anthony, por ahora espero que te haya divertido leer su primer encuentro con la moda actual.

Mayely leon: Se va adaptando poco a poco, aunque creo que la moda no le agrada demasiado jijiji

Guest 1 y 2: Efectivamente no le cree a un, pienso que ninguna persona le creeria de primera instancia, peo veremos como la convence. Que gusto que disfruten la historia.

Gracias tambien a los que siguen esta historia de manera anonima, que la disfruten y nos vemos la próxima.