Abraza la manada

22

Sitiados

Primera parte

—¡Candy! —Gritó un cambiante al entrar a la enfermería.

—¡Ponlo aquí! —gritó ella también al ver al herido que traía casi arrastrando. Señaló una camilla y empezó a revisar al cambiante—. Plata —murmuró con rabia conteniendo la hemorragia que Brad tenía en el abdomen—. ¡Jess, el antídoto! —gritó a su asistente que iba de un lado para otro atendiendo a las instrucciones de Candy y Sofía, encargadas de la enfermería.

La chica fue al estante de medicinas y tomó el frasco que contenía el antídoto para la plata. Corrió hasta Candy y ella empezó a tratar la herida de Brad que, apenas consciente, se quejaba del dolor.

—¿Dónde fue? —preguntó al cambiante que lo había traído y que sólo esperaba el diagnóstico de su compañero para volver a la pelea.

—En el lado sur —contestó el cambiante que se llamaba Arthur y Candy sólo asintió con la cabeza. Sabía que Gabriel estaba luchando en esa parte del territorio, conteniendo a los invasores, pero por el número de heridos que tenía en la enfermería no sabía si estaba teniendo éxito.

—Dale una hora para que haga efecto el antídoto —dijo Candy señalando a Brad—. Vuelve a tu puesto —ordenó y el cambiante salió deprisa de la enfermería.

Esperaban el ataque, sabían que venían por ellos y se prepararon. Gabriel y Víctor habían reforzado las fronteras, mandaron a traer a todos los cambiantes de Harmony para que pelearan y, los que no podían, se resguardaran en la casa de la manada. Adolescentes y cachorros estaban confinados en la primera planta. La casa estaba rodeada de centinelas dispuestos a matar a quien se acercara. Tenían que defender a los más débiles, al futuro de la manada, mientras que los guerreros estaban defendiendo el territorio.

Lo habían previsto, sabían qué hacer en caso de un ataque, pero los invasores también estaban preparados. Entraron por el oeste, asesinaron a la patrulla y se encargaron de enviar uno de los cuerpos como aviso de que habían violado la frontera. Llegaron minutos después de la medianoche y parecieron bendecidos por el cielo, pues era una noche cerrada, sin un débil rayo de luna que iluminara el terreno y ayudara a reconocer sus movimientos.

Gabriel se llenó de rabia al ver a uno de sus compañeros muerto. Se culpó por no haber reforzado lo suficiente las fronteras, pero Víctor lo ayudó a concentrarse.

—¡Es un ataque! —gritó para llamar su atención y lo tomó de los hombros—. Habrá heridos y muertos —dijo con frialdad; Gabriel lo miró con el rostro contraído y sus ojos se tornaron ámbar—. Pero no dejaremos caer esta manada, defenderemos a nuestra familia y cada baja que nos causen, la pagarán tres veces más. —Los ojos de Víctor también se volvieron ámbar.

En realidad, todos estaban así, pues su instinto los puso en guardia tan pronto como se supieron atacados y sus lobos estaban listos para defenderse.

—¡Candy! —Sofía llamó su atención y ella se giró hacia la puerta.

Tres heridos más.

—Necesitamos ayuda —dijo Candy señalando ya no una camilla, sino una mesa para poner a uno de los heridos. Jess hizo espacio en otra y un cambiante que se sentía mejor, desocupó la cama y fue a echarse a una silla.

Sofía sabía qué hacer y empezó a tratar la herida de uno, Jess había aprendido sobre la marcha y tomó la iniciativa para curar a otro, mientras Candy revisaba al tercero y supervisaba la labor de la adolescente. Sólo eran tres personas atendiendo a todos los heridos que entraban y salían y por la madrugada el trabajo se intensificaba.

—Candy…

La enfermera cerró los ojos. Los últimos días su nombre era la antesala para recibir malas noticias. Miró a quien la llamaba y se topó con tres adolescentes que la miraban nerviosos.

—¿Qué hacen fuera de la habitación? —preguntó con autoridad.

—Queremos ayudar —dijo un chico mirando su entorno.

—No podemos quedarnos de brazos cruzados —agregó una joven.

—No podemos pelear, pero podemos ayudarte aquí —agregó una tercera—. Por favor —suplicó.

Los ojos de Candy estuvieron a punto de inundarse en llanto, pero no quería llorar frente a nadie. Ella era uno de los tres pilares que sostenían la manada en ausencia de Anthony y se juró no mostrar miedo ni debilidad, aunque estos la ahogaran.

—Vengan aquí. —Abrió los brazos para recibirlos. Ellos obedecieron y la abrazaron de vuelta—. Harán lo que yo diga —dijo en cuanto los soltó—, si les digo que vuelvan a la habitación, vuelven a la habitación. —Su mirada era severa, pero gentil y los tres asintieron en repetidas ocasiones.

Candy les dio de inmediato tareas que cumplir. Como eran tres, cada uno seguiría a las encargadas originales en el momento en que hubiera que curar heridas. También hubo uno designado a surtir la enfermería de suministros médicos, mientras que otra debía encargarse de la limpieza del lugar y, la tercera, actualizar el registro de los cambiantes heridos y tratados.

El silencio del amanecer, que semanas atrás la había maravillado, en esos momentos la asustaba. En cuanto el sol salía, los invasores se retiraban a su escondite y, a pesar de varios intentos, no habían logrado hallar el agujero en que se ocultaban porque, además, tras la retirada dejaban un campo minado de plata que había herido gravemente a cinco cambiantes desde el primer día.

—Ve a dormir, Candy —dijo Sofía acercándose a la rubia que enrollaba una venda mientras miraba a través de la ventana cómo el sol iluminaba el territorio.

Ella fingió no escucharla y siguió su labor, hasta que el reloj del pasillo resonó por toda la enfermería.

—Iré al comedor —dijo tras la última campanada del reloj y salió de la enfermería.

Atravesó el pasillo, cuyo silencio pesaba tanto que le entumecía las extremidades. Entró al comedor y saludó a unos cuantos cambiantes que ya había reunidos. Les hizo preguntas sobre su noche y éstos le informaron que no habían perdido territorio. Eso era bueno.

Víctor no tardó en aparecer en el comedor.

—¿Cómo estamos? —preguntó Candy sentándose a la cabecera de la mesa. Víctor había tomado su lugar a la derecha.

—Salvo los que atendiste, heridas leves —respondió sirviéndose un vaso de agua. Estaba cansado, pálido y tenso.

—¿Algún prisionero?

—No, los malditos pelean hasta morir. Los pocos que hemos sometido para interrogarlos luchan hasta que no queda otra que matarlos.

Candy se frotó las sienes. Estaba cansada, pero sabía que, aunque lo intentara, no podría dormir y después de la última pesadilla prefería no hacerlo, pero tampoco debía ser imprudente y explotar su cuerpo. Después del consejo iría a dormir un poco.

—Lisa, Helen y Hugo se ofrecieron a ayudar en la enfermería —reportó Candy y habló también de las heridas que había tratado durante la noche. Para lograr una mejor defensa, todos debían estar enterados de lo que pasaba dentro y fuera de la casa.

Gabriel entró media hora después de esa charla. Su aspecto era todavía peor que el de Víctor. La lucha se había concentrado en el lado sur y él encabezó la defensa. Se dejó caer en una silla a la izquierda de Candy y bebió agua. Más cambiantes entraron detrás de él, eran los que volvían de la lucha y habían sido relevados por otro equipo.

Candy y Víctor se miraron, esperaban a que Gabriel hablara primero, pero debían dejarlo beber y recuperar el aliento.

—Casi me explota una bomba en la cara —dijo cuando se sintió listo para iniciar el consejo de guerra.

—¡Estás bien! —preguntó Candy—, ¿algún herido más?

—No. —Le seguía faltando el aliento—. Yo venía atrás del grupo, me desvié un poco y la activé. Los únicos heridos fueron los árboles que estaban cerca.

Guardaron silencio. Todos necesitaban al menos un minuto para recuperar la calma, el valor o la esperanza.

Se habían preparado y, aun así, habían perdido tanto en unas cuantas horas.

La primera en moverse fue Candy. Se levantó y fue hasta una mesa de la esquina y tomó el mapa en el que actualizaban los movimientos de los invasores, las posiciones que ellos sostenían y las estrategias de defensa, pues no podían atacar. Puso el mapa sobre la mesa y todos los presentes se acercaron a ella.

Víctor señaló el punto que había defendido esa noche y los movimientos de los atacantes. Cambiantes que eran parte de su equipo lo ayudaron a completar la información y señalaron el perímetro donde suponían empezaba el campo minado. Gabriel hizo lo propio desde su punto de defensa y sugirió varios cambios para poder defender el terreno en el lado sur, pues temía perderlo esa noche si no fortificaban la zona que era bastante elevada y eso les permitía resistir.

—¿Y si levantamos una barrera? —preguntó Candy—. Tenemos segura esta zona. —Señaló con su índice el perímetro de la casa, la salida hacia Harmony, el aserradero y sus vías de entrada y salida que se extendía varios kilómetros—. Necesitamos fortificar aquí, en el sur, y la bodega tres del aserradero no está lejos. Usemos los troncos que no se han cortado para levantar una protección.

—¿Hacia dónde huyen cuando amanece? —preguntó Víctor mirando el mapa.

—Noroeste, pero esta noche se concentraron mucho en tomarnos por el sur. Deben estar vigilando —contestó Gabriel.

—Es un riesgo que podemos tomar —caviló Víctor—. Candy tiene razón, aún tenemos mucho terreno para maniobrar y debemos intentarlo.

Los presentes se miraron entre sí. Gabriel dio órdenes de que se fueran a descansar unas horas, pues en la noche volverían a salir. Víctor llamó a un grupo para empezar a fortificar el sur y Candy fue al despacho de Anthony por el inventario de la bodega número tres. Debían saber exactamente qué había y qué podían usar.


*C & A*

Las mañanas eran la parte más larga y tediosa del día, pues la tensión de la pelea nocturna persistía y se hacía un recuento de lo perdido y lo defendido. Los padres visitaban a sus cachorros y procuraban calmar a los que entendían lo que ocurría y distraían a los más pequeños como Isaac que, en brazos de su madre reía, lloraba o dormía cómodamente.

"Un lunático podría venir a destruir nuestro hogar, nuestro bosque y todo lo que somos, pero nunca lograría tocar a nuestros cachorros".

Candy recordaba las palabras de Ian siempre que veía a una familia reunida y su corazón se estrujaba. Eso le daba el valor para defender la manada, pero también le daba miedo perder a esos niños que eran el futuro de la familia y estaban bajo la protección de Anthony.

—Anthony —murmuró Candy ahogando el llanto cuando acompañaba a los niños en la primera planta para que se reunieran con sus padres.

Astrid la miró de reojo y, sintiendo la misma angustia que ella, la abrazó, quedando el pequeño Isaac en medio de ambas.

—Anoche cayó la primera nevada —dijo Candy por lo bajo, no para que no la escucharan, sino para contener las lágrimas—. Anthony prometió volver antes de la primera nevada —dijo al tiempo que Astrid la abrazaba con fuerza y le daba consuelo—. Lo siento, no es lugar para hablar de esto —dijo separándose del brazo de Astrid. Respiró profundo y miró a las familias conversando por lo bajo, abrazándose o hablando con los niños—. Subiré a cambiarme y bajaré, tengo que ver a Elizabeth.

—No te agotes, Candy —fue lo único que dijo Astrid al verla salir de la sala en que estaban reunidos.

Elizabeth era la mejor aliada que tenían hasta el momento pues, gracias a ella habían obtenido suficiente antídoto para combatir la plata. Llegó un día antes de que el ataque iniciara…

—Recibimos su telegrama —dijo la joven cambiante en cuanto fue presentada a Candy— y mi padre me envió de inmediato con el antídoto.

Era la hija del Jefe Joshua, líder de la manada de Pensilvania. Se trataba de una cambiante de la misma edad que Candy. Sus rasgos faciales eran finos, pero severos: su tez morena contrastaba con sus ojos que nadie descifraba si eran azules o verdes; su largo cabello castaño lo usaba siempre en una coleta alta para mayor comodidad y usaba ropa masculina, también por comodidad, pero que entallaba a la perfección su figura y la hacía lucir imponente, segura y ágil.

Elizabeth había llegado con un escolta y un cofre repleto de antídoto en diferentes etapas; la mayoría ya estaba destilado, pero una buena parte podía prepararse en cualquier momento.

—Estamos en deuda con el Jefe Joshua —agradeció Víctor cuando recibieron la ayuda médica.

—Somos amigos, ¿no? —inquirió la joven con una franca sonrisa—. Me apena conocerte en estas circunstancias, pero es agradable conocer por fin a la compañera del jefe Anthony. ¿Puedo preguntar cómo se encontraron? —preguntó cuando estuvieron solas— es que…

—¿Qué pasa? —preguntó Candy, contagiada de su calma y seguridad.

—No sé si te lo han contado, pero el Jefe Anthony entrenó en mi manada hace unos años.

—Me contó —respondió Candy.

—En ese entonces hablaba de una chica de la que estaba enamorado y… juro que tienes el mismo nombre —dijo Elizabeth con curiosidad, pero temiendo equivocarse.

Candy sonrió y se puso roja.

—¡Eres tú! —exclamó Elizabeth emocionada—. ¡Cuéntamelo todo! —pidió tomando las manos de Candy entre las suyas y sentándose a su lado. Al parecer Elizabeth amaba las historias de amor y, aunque tenía muchas responsabilidades como hija del jefe, soñaba con encontrar a su compañero, como toda cambiante.

—Bueno… ¿por dónde empezar…? —Candy se frotó el cuello con la mano que pudo liberar.

—¡Desde el principio! ¿Cómo se conocieron hace años?


*C & A*

Candy se dio un rápido baño y se cambió de ropa. Peinó su cabello en una trenza de lado, como lo venía haciendo desde el inicio del ataque, y se recostó en la cama. Tomó la almohada de Anthony y se abrazó a ella, inhaló el olor que aún quedaba de él y comenzó a llorar, vaciando su cuerpo del miedo y la angustia que sentía y que se había prometido no mostrar ante la manada.

—Anthony —dijo entre sollozos—, vuelve, por favor, vuelve.

Todo el peligro y sufrimiento que Candy había pasado a lo largo de su vida no la prepararon para lo que estaba viviendo. Nunca, desde que se reencontró con Anthony, creyó que podía verse en una situación así. Había oído de las manadas que atacaban a otras, había comprendido lo que los lobos solitarios hacían. Escuchó las historias de Gabriel al ver morir a sus padres, la historia de la señorita Ponny al perder a Malcolm, la historia de esta misma manada en la que la madre de Anthony había muerto, al igual que la compañera de Víctor. Ella no podría… estaba segura de que no resistiría perder a Anthony por segunda vez en su vida. Él tenía que volver, tenía que llamarlos. Anthony debía aparecer frente a ella y envolverla en sus brazos. Tenían un futuro juntos, planes, una familia que formar y una manada que defender.

Sin embargo, los días seguían pasando y no había señales de él ni de los otros. La comunicación no se había restablecido, estaban sitiados y, aunque ni Víctor ni Gabriel lo decían, no sabían cuánto tiempo más podrían resistir el ataque. Tenían suministros, pero no los suficientes para resistir por tiempo prolongado. Tenían guerreros fuertes, entrenados y capaces, pero no eran indestructibles, como ella lo comprobaba cada noche en la enfermería cuando tenía que suturar, curar y hasta operar a los heridos. El antídoto para la plata tampoco era un recurso inagotable. Lo que Elizabeth había traído había sido suficiente hasta el momento, pero ¿cuánto duraría si los atacantes seguían agrediendo con garras de plata? Pues eso era lo que pasaba, muchos de los cambiantes que asediaban tenían plata en las garras y lastimaban a sus guerreros. ¿Qué pasaría si lograban entrar? ¿y si traspasaban el perímetro? ¿si entraban a la casa y…? ¡Los cachorros!, ¡los no transformados!

—Tú también corres peligro —dijo Gabriel al inicio del ataque, cuando pusieron a todos estos a salvo en la primera planta y reforzaron la seguridad de la entrada.

Candy lloró con más fuerza al imaginar que la manada terminaría como la de Malcolm, consumida por el fuego y siendo reclamada por esos cambiantes que tanto daño hacían y no se dignaban a mostrar la cara.


*C & A*

—Elizabeth, luchaste toda la noche, debes descansar —dijo Candy en cuanto encontró a la cambiante en la cocina bebiendo agua directamente de una jarra—. Es más, ¡ni siquiera deberías estar peleando! —la reprendió—. Si algo te pasa… tu padre…

—Vengará mi muerte —respondió Elizabeth limpiándose la boca con el dorso de la mano—. Además, ya hablamos de esto, Candy. Estoy aquí y no me quedaré de brazos cruzados viendo cómo atacan a mis amigos —dijo Elizabeth acercándose a Candy—. No están solos en esto —añadió tomándola de las manos—. Sólo lamento no haber podido pedir refuerzos, de haberlo hecho, esto ya se había terminado —dijo molesta.

—Gracias —murmuró Candy apretando las manos de Elizabeth. Tenían la misma conversación cada mañana y Elizabeth siempre se mostraba valiente y decidida a no retroceder—. Ahora, por favor, ve a descansar —ordenó.

—Sí, jefa —asintió Elizabeth y salió de la cocina, pero se detuvo en el marco de la puerta—. ¿No quedamos en que me llamarías Lizzie?

—No lo haré si desobedeces —respondió Candy con autoridad y señalando hacia la planta alta.

—Serás una madre muy severa —bromeó Elizabeth antes de desaparecer.

Candy la vio desaparecer y negó con la cabeza.

—¡Esa chica! —murmuró buscando una fruta para comer mientras se reunía nuevamente con el consejo para saber los avances de la barricada y la estrategia defensiva de la noche.


*C & A*

—¡CANDY! —La inconfundible voz de Elizabeth llamó la atención de todos los que estaban reunidos en el comedor.

Elizabeth entró una hora después y con el rostro serio y cargado de furia dijo:

—Tienen a mi cambiante.

—¿Cómo es posible? —cuestionó Gabriel dando un golpe sobre la mesa.

—Fui una idiota, lo admito —dijo Elizabeth acercándose con las manos levantadas, invocando paz para que la escucharan—. Le dije a Bill que se infiltrara con los enemigos…

—¡Que hiciste, qué!

—¡Calma! —gritó Elizabeth—. Él y yo no tenemos el olor de todos ustedes, creímos que, si son una vez más una bola de renegados como los que los atacaron hace años, no notarían nuestra presencia. Bill así lo hizo, pero lo descubrieron y…

—¿Dónde está? —preguntó Candy.

—En la frontera oeste y… —Elizabeth respiró profundo— quieren hablar contigo.

Candy se puso pálida de inmediato, apretó los puños y dio un paso al frente, al mismo tiempo Víctor y Gabriel se situaron a su lado.

—¿Dónde? —preguntó Candy tragando saliva y sintiendo cómo ésta le cortaba la garganta.

—En esa frontera. Candy, lo siento, yo…

—No es tu culpa —la interrumpió Candy—. Eso buscaban.

Miró a Víctor y Gabriel y supo exactamente lo que pensaban.

—Iré —dijo con firmeza.

—No —dijeron ellos al unísono.

—No te pondremos en más peligro —expresó Gabriel con determinación.

Candy caminó por el comedor sopesando sus opciones y mirando de reojo a todos los presentes.

—¿Por qué hasta ahora? —preguntó Candy en voz alta, haciendo caso omiso a las palabras de Gabriel que insistían en no dejarla salir.

—Algo cambió —dijo Víctor y Candy se acercó a él y se sostuvieron la mirada. Tenían la misma idea…

—Su líder —afirmó Candy— está aquí.

—¿Te dijeron cuándo quieren reunirse? —preguntó Víctor a Elizabeth y la mandíbula de Gabriel estuvo a punto de rebotar en el suelo.

—¡No pensarás aceptar!

—En una hora —contestó Elizabeth.

—Gabriel —dijo Candy llamando la atención de éste—, debo ir. Lo que sea que nos digan puede ayudarnos a entender sus movimientos y…

—¡Sólo van a alardear, Candy! Víctor, lo sabes —dijo mirándolos a ambos—. Eres humana, si lo desean te matarán en un segundo y no podemos permitirlo.

—Eso lo sé —dijo Candy tomándolo por los hombros a pesar de ser más alto que ella—. Confío en ustedes, confío en ti y sé que tienes un plan para que esta reunión no termine conmigo muerta.

—No bromees —advirtió.

—No es broma —respondió Candy—, y no finjas que no has pensado en una manera de protegerme. No dijeron que vaya sola, así que saben que no lo haré. Víctor y Elizabeth irán conmigo, pues es su cambiante al que tienen. Dinos qué hacer —pidió.

Gabriel miró a todos con seriedad, la misma expresión que tenía desde hacía días, y analizó sus opciones. No había manera de negarse al encuentro, pues si no lo hacían, matarían a Bill, eso era seguro. Tampoco podían intentar un rescate, pero si lo recuperaban en esa entrevista, él tendría información de los atacantes y cualquier cosa serviría. Pero, ¿exponer a Candy…?

—¿Qué dijeron exactamente? —preguntó a Elizabeth —. ¿Cómo se refirieron a Candy?, ¿pidieron hablar específicamente con ella?

—Bill dijo "dicen que quieren hablar con la humana" —citó Elizabeth las palabras que su cambiante le había transmitido a través del enlace mental.

—Aquiles… —dijo Gabriel y Candy sintió que sus piernas flaquearon al oír el nombre.

Aquiles y su hermano sabían que Candy era humana, lo supieron desde su primer encuentro y Anthony se encargó de enfatizarlo en su entrevista. Sabían que ella era la encargada de la manada en ausencia de él y también, el eslabón más débil. Pero… si pedían hablar con ella, si eran ellos… si era Aquiles el líder del ataque entonces, Anthony…

Los tres parecieron pensar lo mismo y se miraron con angustia. Candy no podía respirar y tuvo que sentarse en la primera silla que encontró. Víctor apretó con tanta fuerza los puños que no tardó en traspasar su propia piel con las uñas y Gabriel se sintió mareado al instante.

Anthony no podía estar muerto.


*C & A*

La hora que tardaron en prepararse con el tiempo se volvería borrosa. Gabriel convocó a una patrulla de defensa y las ubicó en un punto estratégico para, en caso de ser necesario, atacar a Aquiles durante la entrevista. Elizabeth intentó comunicarse con su cambiante, pero no le fue posible; si tenían suerte, estaría inconsciente o, en el peor de los casos, muerto. Víctor instruyó a Candy en todos los escenarios posibles que podrían surgir durante el encuentro. Era evidente que alardearían de su poder, amenazarían con la fuerza que los sobrepasaba y…

—Hablarán de Anthony —dijo Víctor con la voz fría y llena de rabia—, pero no debemos flaquear. No importa dónde esté él, nosotros debemos resistir.

Candy sólo asintió ante sus palabras y sintió un fuerte dolor en el pecho. Le daba pavor lo que los atacantes pudieran decir de Anthony y la idea de que él estuviera muerto le quitaba todas las fuerzas del cuerpo.

—Candy —dijo Gabriel cuando se preparaban para salir al encuentro de Aquiles—, toma esto. —Sacó una pistola y la cargó con balas de plata—. Llévala contigo, guárdala en la espalda —dijo y la rubia asintió—. Es fácil de usar, sólo… —Respiró—. Quita el seguro, sostenla con ambas manos, apunta y disparas. No lo dudes.

Las manos de Candy estaban heladas, por lo que no sintió nada al recibir el arma. La guardó como Gabriel dijo y la cubrió con el abrigo que llevaba puesto. Se puso los guantes de piel e hizo una señal para que le dieran las riendas de Canela, su querida yegua la acompañaría en ese momento, pues si había que huir, era mejor que lo hiciera sobre el animal.

Gabriel tomó las riendas del caballo y acarició su costado. Canela sacudió la cabeza y buscó la mano de él para que la mimara un poco más.

—Cuídala bien, salvaje —dijo al animal y este relinchó como si entendiera las palabras de su cuidador.

Candy montó con rapidez y una loba negra se encontró con ella. Era Elizabeth. Víctor las alcanzó también, pero en su forma humana, mientras que tres lobos más los seguían de cerca.

—El perímetro es seguro, la patrulla ya está allá y no parece haber nada extraño —dijo Gabriel tomando las riendas de Canela y empezó a caminar al lado de Candy.

—Terminemos con esto —dijo Candy con una voz tan seria que Gabriel no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción, la primera en días.

*C & A*


Queridas lectoras, gracias por el tiempo que dedican a esta historia. Como les dije, ahora vamos a ver qué pasa en el territorio de Anthony mientras él no está presente; el ataque era inevitable, pero ellos sabrán resistir, como dijo Napoleón: "Nada se pierde mientras el valor permanezca" y su manada tiene valor de sobra.

Gracias a:

Cla1969: Hola, espero que este capítulo te haya gustado y agradezco mucho tu comentario. Hasta pronto.

Marina777: Hola, gracias por tus lindas palabras, ojalá que este episodio haya sido de tu agrado. Alguien tenía que quedarse a cuidar el territorio reclamado por Anthony y Ray tuvo sus razones para no irse, aunque quisiera, pero tal vez en un futuro salga de ahí. Saludos.

Mayely León: Hola, gracias por tus comentarios y tu apoyo, espero que te guste cómo se desarrolla la historia. Bendiciones a ti también.

GeoMtzR: Hola, ya sabemos qué está pasando con nuestra fuerte Candy, ¿qué te pareció su actitud ante el ataque? Así no necesita que Anthony vuele, pero sí que se apure para darle fuerza y empezar a pelar la piel de los Bennett para las alfombras, porque ya tengo doble pedido, Maria Jose M también quiere una y creo que no es fácil curtirlas ja, ja. Te confieso que para mí también es difícil ver a Anthony con una actitud violenta y espero no errar mucho en esa parte, pero esto es guerra y no tiene opción. Espero que este capítulo se te haya hecho un poquito más largo y te haya gustado. Te mando un abrazo de vuelta, cuídate mucho.

Julie-Andley-00: Hola, tienes razón en el papel que tienen Anthony y Candy, el alfa y la luna de la manada, así que sí, juntos harán todo por su manada. Espero que este episodio haya sido de tu agrado y continúes en este viaje.

Mayra: Hola, prometo que eventualmente Albert volverá a escena, pero por ahora no tiene caso exponerlo al riesgo de la batalla y hay que cuidar al patriarca. Ojalá que este capítulo haya sido de tu agrado y me cuentes qué te pareció y qué no. Saludos.

Maria Jose M: Hola, ya estoy trabajando en tu alfombra para que la pisotees cuantas veces quieras je, ja. ¿Qué te pareció este capítulo? Candy no se fue al Hogar de Pony porque ya sabes cómo es y en la manada la necesitamos, o si no quién los cura, pero hacen todo lo posible por protegerla o se las ven con Anthony. Espero que el desastre que tenemos no te desanime y puedas dormir. Y ya sabes qué pasa si me dejan sola, a mí me encanta el drama y no dudo en usarlo ja, ja. Muchas gracias por tu apoyo y tus lindas palabras. Saludos.

Nos leemos pronto

Luna