Disclaimer: El universo de Naruto no me pertenece.


Capítulo 2: Equipo 6.

Hasta donde podía recordar, Natsuki siempre había deseado ser shinobi.

Bueno, para ser justos estaba convencida de que no existía niño en Konoha que no hubiera fantaseado alguna vez con eso. Incluso entre los civiles uno de los juegos predilectos de la más tierna infancia era el de imitar a los ninjas y pasar las horas lanzando shurikens precariamente fabricados con palos.

Ella también había participado en esos juegos, por supuesto. En el patio del orfanato, con el resto de niños organizaban lo que en sus cabezas eran grandes batallas shinobi, llenas de entresijos y sorprendentes giros dramáticos.

Habían sido buenos días.

Y luego, uno de los chicos mayores les había reconocido con desgana que la Aldea permitía inscribirse en la Academia Shinobi a todos aquellos niños que quisieran hacerlo, aunque no pertenecieran a un clan. Lo que para un puñado de chiquillos sin nada más en el mundo que el deseo de destacar era una oportunidad brillante para hacerlo.

No todos los niños lo veían así, claro, porque a la hora de la verdad la vida shinobi era aterradora, oscura y no se parecía en nada a sus tardes de juego en las que todo se acababa cuando alguien se caía y se rasguñaba las rodillas. Pero para otros niños como ella, que ni siquiera habían sido bendecidos con un apellido propio, era la esperanza de un futuro brillante a sus pies.

Así que cuando llegó el día de inscribirse en la Academia, más de media docena de niños del orfanato se habían presentado con sus solicitudes pulcramente rellenas por los tutores del centro y habían mirado a los shinobis que pululaban por los pasillos con una emoción que rayaba la adoración.

Ahí llegó el primer choque de realidad.

En aquel momento Natsuki no sabía lo que significaba la palabra "elitista", pero el mundo shinobi estaba lleno de eso y a nadie parecía gustarle que un puñado de niños civiles estuvieran a la altura de los retoños de los grandes clanes. Mucho menos un bastardo.

No todos los profesores eran iguales, claro, pero la mayoría de ellos comenzaban sus clases con un nivel avanzado, dando por sentadas cosas que quizás alguien criado en el seno de un hogar shinobi conocía como la palma de su mano, pero que ningún civil tendría la oportunidad de saber si no se lo explicaban.

Al llegar el segundo curso se habían dado de baja más de la mitad de los niños civiles. Y seguirían haciéndolo hasta que solo llegaran a graduarse un puñado de ellos.

Sin embargo, Natsuki deseaba ser shinobi.

No se concebía a sí misma haciendo cualquier otra cosa y, por si fuera poco, se le daba bien.

Sí, le había tocado hacer horas extra con la nariz metida en algún libro de la biblioteca, tratando de cubrir los huecos que sus profesores daban por sentado. Despacio, desgranando cada uno de esos kanjis que con el tiempo se hicieron más sencillos de leer, no tiró la toalla. Entrenaba siempre que podía, lanzando shurikens hasta que se le dormían los dedos y espiaba a niños de otros cursos para beber de esas lecciones que todavía no eran para ella.

Había hecho hasta lo imposible para demostrar que aquel era su sitio, que merecía su pupitre en la Academia tanto como cualquier otro remilgado niño de un clan, aunque para ello tuviera que esforzarse más que todos sus compañeros juntos.

Y aun así, le estaba costando mucho entender lo que Aiko-sensei le acababa de anunciar.

—Así que tienes que firmar el consentimiento, dando constancia de que has entendido lo que te acabo de explicar y asumes las consecuencias de lo que pueda pasar de ahora en adelante.

Bajó la mirada para enfrentarse al certificado de graduación y al formulario que descansaba sobre el pupitre. Se suponía que una vez rellenado, se convertiría en un activo de la Aldea –pura burocracia de cuando se fundó Konoha, les había explicado Aiko-sensei en una clase– pasando a ser considerada adulta en términos administrativos.

Al parecer, todos habían decidido que estaba preparada para convertirse en genin. Pero aunque sabía que era buena, no creía serlo tanto.

—Date prisa, tu jonin-sensei está esperando. Lo tomas o lo dejas definitivamente, no hay más opciones —insistió Aiko-sensei un tanto irritada.

Natsuki la miró unos instantes con los ojos muy abiertos.

—Pero… —pestañeó, confusa— ¿por qué yo?

—Eso me gustaría saber a mí. Firma.

Con dedos sudorosos, Natsuki empezó a rellenar el formulario que, a falta de padres o tutores legales, le correspondía completar a ella. Por suerte, no tenía palabras muy complejas y pudo entender todo sin necesidad de preguntar.

Sí, daba su vida al servicio de la Aldea. Sí, desde aquel momento aceptaba dejar de existir como individuo para pasar a ser un arma en manos de sus superiores. Sí, sabía que podría morir en cualquier momento.

Sabía que debía estar prestando más atención a todo eso que estaba firmando con su letra redonda y torcida, pero su cabeza era un hervidero de ideas. Todo parecía muy sencillo, pero en realidad no sabía qué estaba pasando. Lo único que sabía con seguridad era que Aiko-sensei había sido muy clara: o firmaba o renunciaba a una vida como shinobi.

Aiko-sensei guardó los papeles en una carpeta y le indicó que se dirigiera al jardín que había junto al área de entrenamiento, donde tendría que encontrarse con su futuro jonin-sensei y sus compañeros de equipo.

Era sábado, así que el inusual silencio de los pasillos desiertos era un aliciente para poner sus ideas en orden, pero hacía rato que sentía que sólo tenía pensamientos cíclicos. Estaba emocionada por ser promovida, pero no podía quitarse de encima la sensación de que todo era muy precipitado. Peor aún, que no estaba preparada.

Reprimió un suspiro frustrado muy impropio de un shinobi y entró en el pequeño jardín donde a veces les hablaban de botánica –estudiar venenos herbales, sus efectos y formas de aplicación en un jardín idílico lleno de inofensivas flores siempre le había parecido divertido, una ironía que muchos de sus compañeros nunca habían pillado–. Descubrió aliviada que solo había dos niños esperando y ni rastro de su jonin-sensei todavía.

Al menos no iba tarde.

El primer chico le sonaba de haberlo visto alguna vez en los pasillos de la Academia, pero seguramente estuviera en algún curso superior porque nunca habían coincidido en ninguna clase ni en ninguna actividad de su grado. Por sus rasgos parecía del clan Inuzuka y por si le quedaba alguna duda, un cachorro negro como el carbón dormitaba perezoso sobre su regazo.

Al otro niño, por el contrario, lo reconoció inmediatamente: era Uchiha Itachi, el niño prodigio por excelencia de su clase. O al menos lo había sido hasta que el año anterior se había graduado prematuramente para sorpresa de nadie. Ahora no era más que un rumor que susurrar en los pasillos y un modelo a seguir para los más ambiciosos.

—Eres civil —gruñó el chico Inuzuka arrugando la nariz nada más verla. No era una pregunta—, ¿qué haces aquí?

Natsuki tensó los puños, alerta.

—Aiko-sensei me ha dicho que viniera.

Sabía reconocer a un bravucón en cuanto lo veía.

Cuando no estaba estudiando o entrenando, estaba peleándose con tipos como él. Compañeros de clase que pretendían humillarla por ser una bastarda, niños resentidos del orfanato por ver que no se rendía donde ellos habían tirado la toalla, chicos que habían fijado en ella un objetivo más débil del que poder abusar…

Prácticamente había crecido combatiendo todo aquello y sabía reconocer una mirada que fijaba en ella con el objetivo de hacerla pequeña, de buscar hasta el más diminuto complejo para explotarlo y hundirla con palabras hirientes. Había tenido que aprender a defenderse de eso desde su primer día en la Academia.

Y Natsuki nunca perdonaba una ofensa.

Ni aunque ésta viniera de su futuro compañero de equipo.

—¿Esperas que crea que te han promocionando a genin?

Por el rabillo del ojo miró al tercer niño, pero Itachi no les estaba prestando demasiada atención. Les había dedicado una mirada apática con esos penetrantes ojos negros, pero no había tardado en perder el interés en la creciente tensión que se respiraba.

—Buenos días —el tono sereno y firme fue suficiente para que Natsuki se paralizara antes de saltar y se giró para mirar con cautela—, me alegra ver que ya estamos todos aquí.

Un shinobi acababa de materializarse como de la nada en el jardín. Y si de verdad se alegraba de verlos allí, Natsuki tendría que confiar en su palabra, porque su rostro era una pétrea máscara de inexpresividad.

Tragó saliva al ver aquellos ojos perlados.

Había estudiado la historia de Konoha en la Academia, lo que implicaba directamente estudiar algunas cosas básicas del clan Hyūga. Uno de los primeros clanes en unirse a la aldea, repletos de antiquísimas tradiciones y con un doujutsu legendario en el mundo entero. Básicamente, eran parte de la nobleza shinobi.

También había compartido clase con dos niños de ojos vacíos como él: Los Hyūga nunca habían sido partícipes de ese desprecio explícito hacia ella que manifestaban los niños de otros clanes, pero era evidente que el asco que le profesaban era el mismo. La única diferencia radicaba en que no la consideraban tan importante como para perder su tiempo en ella.

Automáticamente se puso a la defensiva: un bravucón, un genio indiferente y un jonin de un clan a la cabeza de la jerarquía de la aldea. Empezaba a angustiarle de verdad la idea de estar en ese equipo.

El jonin los hizo sentarse en el suelo formando un semicírculo a su alrededor y clavó en ellos su mirada vacía unos instantes antes de empezar a hablar.

—Supongo que ya os han explicado qué hacéis aquí —comenzó. Su voz, como su rostro, carecía de inflexiones de ningún tipo—. Como ya sabréis, tras la guerra se reguló la edad de graduación en la Academia, pero eso no significa que debamos atrasar el potencial de aquellos que lo tienen. Especialmente después de sufrir tantas bajas en la gran guerra.

De su bolsillo sacó tres relucientes protectores frontales y uno más viejo y desgastado que dejó sobre su regazo.

—La aldea ha decidido que todos vosotros tenéis potencial para encabezar la élite shinobi de Konoha y por eso ha formado este equipo, aunque no se siga el procedimiento convencional. Desde hoy sois genin de la hoja y juntos conformaréis el equipo 6, espero que estéis a la altura de lo que eso significa —guardó silencio unos instantes, pero ninguno de los niños dijo nada—. Generalmente, la ceremonia de graduación se realiza en un acto público y los protectores se entregan personalmente por el mismo Hokage, pero esta es una situación especial y me parecía correcto prescindir del protocolo habitual. Si alguien no está conforme, puede decirlo ahora.

Natsuki miró de reojo al niño Inuzuka, era evidente que aquella propuesta era solo para ellos. Itachi ya había tenido una ceremonia un año atrás y tenía su propio protector entregado por el Hokage: se lo había quitado y colocado sobre su regazo cuando el sensei les había indicado que se sentaran en el suelo.

—Me da igual, cuanto antes terminemos mejor —gruñó el muchacho haciendo un gesto desdeñoso en su dirección.

El jonin clavó entonces su mirada en ella. Natsuki pensó en el orfanato y en su reducida lista de conocidos, nadie asistiría a una ceremonia ni aunque la hubiera, así que negó con la cabeza.

—Por mí está bien así.

—Bien, entonces vamos a conocernos y os haré entrega del símbolo de la Aldea. Empezaré yo mismo —levantó el protector más desgastado y se lo ató en la frente con una solemnidad casi ceremonial—. Mi nombre es Hyūga Hotaru, desde hoy seré vuestro sensei. Mi objetivo es hacer de vosotros unos grandes shinobis y mejores personas, espero ser alguien en quien podáis confiar. ¿Alguna pregunta? —por supuesto, nadie dijo nada—. Está bien, ahora os toca a vosotros hacer lo mismo que yo. ¿Las damas empiezan? —añadió al ver que nadie parecía ofrecerse voluntario para dar el primer paso.

Natsuki se tensó, pero cogió el protector que Hotaru-sensei le ofrecía casi como un acto reflejo. Clavó la mirada en el símbolo de la hoja como una excusa para no tener que mirar a sus compañeros. Acarició la espiral del centro mientras pensaba, nunca antes se había planteado qué objetivos podría tener a largo plazo: el tiempo que había pasado en la Academia solo se había enfocado en que no la echaran por ineptitud.

—Me llamo Konohawa Natsuki —se negaba a ser la niña sin objetivos el día que alcanzó el rango de genin—. Quiero convertirme en la kunoichi más fuerte de Konoha.

Supuso que ese era el objetivo estándar de todo shinobi, pero parecía un buen comienzo.

Con movimientos torpes levantó la cinta negra y se ató el protector a la frente con fuerza. Solo entonces, respaldada por el peso del metal, se atrevió a alzar la mirada para clavarla en los demás.

Hotaru-sensei asintió levemente con la cabeza, al menos parecía satisfecho. Itachi no había cambiado la expresión de su cara y solo le devolvía una mirada serena que era muy difícil de leer.

—¿Se supone que tengo que hacer equipo con una bastarda? —inquirió el chico Inuzuka alzando una ceja en gesto insolente—. ¿Seguro que la aldea no está intentando sabotearnos al echarnos encima a una carga como ella?

—¡Si quieres puedo romperte la nariz —le espetó Natsuki sintiendo que su sangre comenzaba a hervir— y así decides si soy una carga o no!

Generalmente no solía amenazar, ella era más del estilo de saltar automáticamente, pero la mirada de Hotaru-sensei sobre ellos resultaba un poco intimidatoria.

—Nada de peleas en este equipo —sentenció Hotaru, tajante y autoritario, lo suficiente como para que los niños dejaran de fulminarse con la mirada y se concentraran en él—. Este equipo ha sido aprobado por el mismo Hokage, Ashi, si no estás conforme puedes ir a pedirle explicaciones en persona —el niño se tensó y sacudió ligeramente la cabeza—. Bien, ¿qué te parece si sigues tú?

El niño le arrebató la cinta con cierta brusquedad y del mismo modo se la ató a la frente.

—Soy Inuzuka Ashi, quiero convertirme en un shinobi que pase a la historia y honrar a mi clan —luego bajó su mirada hacia el cachorro que dormitaba en su regazo y su expresión se dulcificó. El animal dio un enorme bostezo revelando una hilera de diminutos y afilados colmillos blancos como la leche—. Y este es Senshi, va a ser el mejor lobo ninja que jamás haya conocido Konoha.

Hotaru asintió nuevamente y alzó el tercer protector de la hoja.

—Pedí uno para él —Ashi abrió los ojos sorprendido y aceptó el protector con más humildad de la que había demostrado en toda la tarde—. Es tu turno, Itachi.

El aludido bajó la mirada hacia su protector, no tan reluciente e impecable como los nuevos y mantuvo un silencio pensativo durante unos segundos antes de atárselo a la frente.

—Me llamo Uchiha Itachi, espero convertirme en el shinobi más poderoso que jamás haya existido y poder acabar con las guerras. Quiero proteger a esta villa y a mi familia —sonrió con cierta timidez, era la primera expresión que Natsuki le veía—. Supongo que eso es todo.

Natsuki tuvo la sensación de que si tuvieran que puntuar aquella presentación, Itachi hubiera sacado la máxima nota mientras que Ashi y ella apenas estarían rozando el aprobado.

Clavó la mirada en el niño, tratando de hacerse una idea de la magnitud de aquel sueño. En la Academia le habían hablado de la guerra, claro, estaba dentro del programa. Le habían contado la historia de los muy numerosos conflictos en los que se había visto sumido el mundo shinobi y le habían hecho memorizar listas de estrategias de sabotaje, distribución de tropas y maniobras de campo. Sin embargo, era muy pequeña y había estado muy lejos del conflicto como para recordar lo que era realmente la guerra.

Los recuerdos de lo sucedido en la masacre del kyubi sí que eran más nítidos en su cabeza, pero no estaba segura de que eso pudiera calificarse como una guerra. Sí, los funerales se habían extendido por espacio de una semana y aún había zonas de Konoha que no estaban completamente reparadas, pero había sido la tragedia de una sola noche. Los adultos ni siquiera hablaban de aquel día y regañaban a todo aquel niño que se le ocurriera mencionarlo: las guerras, por el contrario, las estudiaban en profundidad.

No hacía mucho tiempo había leído un libro. Lo había encontrado en la biblioteca por un error de catalogación y en realidad no estaba incluido en la bibliografía recomendada de la Academia porque estaba escrito por un civil y no hablaba de estrategia.

A pesar de eso, había seguido leyendo.

Ese libro hablaba de un hambre tan visceral que apuñalaba las entrañas, del miedo que helaba los sentidos y del hedor a muerte que quedaba impregnado en las calles y en las almas de todas las personas que sufrían el conflicto. De los gritos agónicos en la noche, de la incertidumbre y el agotamiento de días sin dormir preso de la paranoia. Del dolor desgarrador de perder a un ser querido, tan profundo que era capaz de conducir a un hombre a la locura. Ese libro no hablaba de números, hablaba de víctimas.

Solo entonces, Natsuki creía haber empezado a entender lo que era una guerra.

Y aquel niño escuálido quería ponerse ese peso sobre los hombros, hacerse responsable del dolor, del hambre y de las lágrimas de la gente. Por muy genio que fuera, Natsuki no pudo evitar estremecerse ante la magnitud de aquel sueño capaz de hacer que se sintiera muy pequeña y muy fuera de lugar con su objetivo improvisado.

—Esa es una carga enorme para un solo shinobi, Itachi —Hotaru curvó apenas los labios en una sonrisa que destacó en su inexpresivo rostro—, pero espero poder ayudarte en todo lo posible para conseguirlo —Itachi volvió a sumirse en su máscara inexpresiva, pero asintió con la cabeza—. Entonces podemos dar por inaugurado oficialmente el equipo 6, todos tenemos que dar lo mejor de nosotros, ¿entendido? —dijo tratando de imprimir un entusiasmo en su voz que nadie acompañó—. Está bien, podéis marcharos, mañana nos vemos a primera hora en el campo de entrenamiento 5. Sed puntuales.

Sin esperar más señas, Natsuki se esfumó de allí sin siquiera despedirse de sus nuevos compañeros.

Algo le decía que, con esa dinámica de grupo, el equipo 6 estaba condenado al desastre.


Bueno, otro capítulo más, espero que os guste.

Gracias por leer.

¡Nos leemos!