Cap 43: La ira de los dioses
Apolo tenía la costumbre de observar casi todo el tiempo al santo de leo. Y como pasatiempo él y su hermana solían vigilar las acciones de las mascotas de Atena con el objetivo de burlarse o criticar para matar el aburrimiento. Les era entretenido hacer pequeñas apuestas respecto a las decisiones que tomarían. Por ejemplo, Artemisa apostaba que Pólux traicionaría a Sísifo. Por descarte a Apolo le tocaba apostar que iba a ayudarlo. Apuesta que declararon en empate cuando el semidiós decidió atacarlo a traición para protegerlo. Ellos no habían visto con buenos ojos la decisión de su hermana sobre permitirle a Hércules permanecer en el santuario. Eso era el equivalente a dejar a un zorro en un gallinero y era sólo cuestión de tiempo antes de que algo saliera mal. Si antes eran curiosos, ahora eran mucho más obsesivos con su vigilancia. El dios del sol se negaba a permitir que ese estúpido semidiós le robara a su querido León. Y pobre de él si se atrevía a hacerle algún tipo de daño. A pesar de ser de noche y que quien gobernaba en el cielo en esos momentos era Artemisa, estaba atento al resultado de aquella batalla que estaba aconteciendo.
La propia diosa cazadora tenía la mirada clavada en el santuario. Su discípulo estaba allí. Tendría que regañarlo duramente por haber desprestigiado el poder de la flecha de sombras. ¿Cómo permitió que Pólux se liberara de ella? Es más, ¿cómo se permitió ser atacado por la espalda? Como arquero y como cazador si algo le había enseñado era a asegurar bien a sus presas. Le repitió hasta el cansancio que no debía fiarse de las criaturas que cazara hasta no verlas bien muertas o tenerlas sujetas de manera tal que les fuera imposible liberarse. Pero dejando eso de lado, actualmente era el objetivo del odio de Hércules. Si le permitían que salirse con la suya, ¿qué pasaría con Sísifo? Ella desde lo alto del cielo observó como desperdiciaba su cosmos estúpidamente en salvar a ese montón de "figuras de barro" como solía referirse a los mortales.
—Ese idiota —gruñó la rubia apretando los puños.
—Está evitando que los aspirantes mueran, pero a este paso prácticamente se está entregando a Hércules en bandeja de plata —pensó Apolo en voz alta mientras se preparaba para partir.
—¿A dónde vas? —interrogó Artemisa con seriedad.
—A buscar a Atena —respondió su gemelo con una voz grave y baja—. Hércules sobrevivió al ataque en conjunto de tres dorados. Pólux y Sísifo están muy agotados, si ella no levanta la barrera no podremos intervenir —explicó el dios del sol.
—¿Intervenir? ¿Nosotros? —cuestionó la cazadora mirándolo como si estuviera loco.
—Te mueres por salvar a tu pupilo y yo me niego a perder a León —dijo el dios del Sol sonriendo de lado—. Vigila desde aquí, yo iré a buscar a Atena.
—No tardes —ordenó la diosa con sencillez intentando ocultar su urgencia.
—No existe nada más rápido que la luz —presumió antes de alejarse velozmente rumbo a donde debería estar su media hermana.
Los dioses gemelos no eran los únicos observando a detalle los sucesos del santuario. Desde el momento en que Hércules decidió ir allí a descansar, los reyes del Olimpo pusieron su atención a ese lugar. Generalmente lo ignorarían, pues para entes divinos todopoderosos como ellos, el santuario era similar a una granja. Un sitio donde Atena tenía reunidas a sus mascotas. Mas con el semidiós allí, al matrimonio le causó interés. Zeus lógicamente por apoyo y protección a su niño de oro. Contrario a él, Hera había fallado en todos sus intentos de asesinato durante las doce tareas, por lo cual ver al bastardo siendo humillado por el estafador de dioses le resultaba un consuelo entretenido.
—¡Al fin le darán escarmiento al hijo de Prometeo! —celebró el dios del trueno viendo cada vez más cerca el momento de su caída.
—No deberías cantar victoria tan pronto —aconsejó Hera sonriendo sardónicamente—. Él todavía no le ha hecho frente a Hércules.
—No podría hacer nada más que rogar piedad —replicó Zeus con confianza—. Mira como desperdicia su cosmos en seres inferiores. Si lo guardara para sí mismo al menos podría entretener un poco a Hércules.
—Vaya, vaya casi pareces preocupado —dejó caer la diosa pavo real sin especificar a quién se refería, obteniendo un gruñido por parte de su esposo.
—Cuida tus palabras —advirtió el rey del Olimpo observando con interés a través de su cosmos lo que sucedía en el santuario.
—Sólo pienso que es extraño que tus cinco hijos favoritos perdieran la cabeza por él —comentó venenosa la diosa—. Ni siquiera mi maldición ha causa tal grado de locura en tu campeón. Es de admirar —celebró ella.
La reina del Olimpo no tenía nada particular en contra de Sísifo. Dado que, a ella no le faltó al respeto, honró el matrimonio celebrado con Anticlea y respetaba lo suficiente a las mujeres para no violarlas, no tenía mayores reproches en su contra. Sumado a eso, hacerle la vida imposible a Hércules consiguió ganarse cierta simpatía de su parte. Después de todo, cualquiera que atormentara o dificultara la vida de los bastardos engendrados por las infidelidades de su marido, tenían su apoyo. Por otro lado, Zeus veía con rabia el poder de la sangre de titán. De haber sabido eso antes habría aprovechado el castigo de Prometeo para reunir reservas del preciado líquido. Ese bastardo sí que supo guardar bien sus secretos. No sabía nada acerca de las virtudes de la sangre de titán, los había exterminado, encerrado o exiliado a todos ellos. La única muestra que quedaba en la Tierra estaba en posesión de su hija Atena corriendo por las venas del estafador.
—Pequeño bastardo con suerte —gruñó el rey del Olimpo—. Prometeo le heredó su astucia y su poder sanador.
El matrimonio divino siguió atento a lo que haría el estafador de dioses tras aquella impresionante explosión cósmica. El aludido, ignorante de los espectadores en los cielos, sólo podía pensar en lo preocupado que se encontraba por los demás. Había sentido claramente el cosmos de su padre, de Talos y Ganimedes unidos en un único ataque. No obstante, la presencia de Hércules seguía siendo algo difícil de ignorar. Afortunadamente ya no quedaban heridos que requirieran de su ayuda. A duras penas había alcanzado a sanar lo provocado por el cosmos de Hércules, pero lo hizo. Con su objetivo logrado se dispuso a ir donde los demás.
—¿A dónde crees que vas, Sísifo? —interrogó el santo de piscis observando a su amigo tambalearse al intentar correr.
—Terminé aquí, ahora debo ir a ayudar allí —habló atropelladamente mientras su mano temblorosa buscaba señalar a donde estaban los demás dorados.
—¿Estás demente? —interrogó Adonis alterado—. Estás demasiado débil para sanar a nadie más. En tu condición podrías morir si haces esto siquiera una vez más.
—Nuestros compañeros nos necesitan. ¡No voy a darles la espalda ahora! —gritó el niño gruñendo enojado.
—¡No entiendes por las buenas! —protestó Adonis mientras veía a los aspirantes curados—. ¡Sujétenlo! ¡Es una orden! —exclamó alzando el brazo derecho mientras lo señalaba.
—¡Tú no tienes derecho a dar órdenes! Yo soy la máxima autoridad del santuario —protestó sagitario con molestia por el descaro y más al ver a algunos obedeciendo—. ¡¿Qué demonios están haciendo?! Yo los sané, ¿lo olvidan? —preguntó mientras retrocedía viendo como era rodeado—. Lo mínimo que podrían hacer para agradecerme es no estorbarme. ¡Pólux y los demás siguen peleando! ¡Debo ayudarlos! —intentó convencerlos.
El rubio no quería arriesgarse a envenenarlo. Ahora más que nunca temía siquiera rozarlo, pues lo había visto usar mucha sangre y cosmos para sanar a todos. En estos momentos lo veía al límite. Si llegaba a ponerle siquiera un dedo encima podría terminar matándolo. El lado positivo de esta situación era que se encontraba en ventaja numérica y Sísifo estaba demasiado débil como para luchar o volar lejos de allí. Incluso los aspirantes podían sujetarlo y con su manejo del cosmos superarlo con facilidad. Tibalt aprovechó cuando el azabache cerró los ojos víctima del mareo para sujetarlo por la espalda. A lo cual el menor reaccionó sacudiéndose con la poca fuerza de la que disponía.
—Entiende que si vas a ahora tu vida correrá demasiado peligro —intentó razonar el príncipe—. No quiero usar la fuerza bruta y tu amigo tampoco parece quererlo, pero no nos dejas otra opción.
—¡No puedo quedarme sin hacer nada! —gruñó sin dejar de moverse—. Yo le pedí a Pólux que mantuviera entretenido a Hércules para venir a curarlos. ¡Él debe estar muy malherido! ¡Mi padre, Talos y Ganimedes también podrían estar graves!
—¡¿Y qué hay de ti?! —interrogó Tibalt con enojo—. Ni siquiera puedes caminar en línea recta sin tropezar, estás pálido y tan débil que hasta yo puedo retenerte. ¡No tienes oportunidad contra un hijo de Zeus!
—¡No finjas estar preocupado por mí, maldito hipócrita! —se quejó el arquero con molestia—. No vayas a confundir las cosas, los ayudé porque es mi deber como autoridad máxima de este lugar. Un líder se debe a su gente y la gente se debe a su líder. Cuando comprendes eso aprendes la diferencia entre un príncipe y un rey.
—Si ese es el caso entonces tú ya hiciste tu parte y nos corresponde devolver el favor —replicó el espadachín con terquedad.
Tibalt sintió como duros golpes los reclamos del infante. Tras haberle juzgado y estigmatizado por las incitaciones de Hércules, ahora no tenían derecho a expresar preocupación. Incluso si sus intenciones eran buenas, sagitario no depositaría su confianza en ellos. Y francamente, eso era lo justo. Como fiel seguidor del camino de un espadachín, el príncipe tenía la filosofía de mantener sus principios y valores tan rectos como la hoja de una espada. Habiendo cambiado de bando tan fácilmente no podía atribuirse así mismo la virtud de ser alguien recto. Estuvo del lado de Sísifo cuando lo conoció y defendió a los más débiles, le dio la espalda cuando conoció a Hércules y ahora volvía a él con la cola entre las patas como un perro arrepentido. ¿Quién creería en las convicciones de alguien así? Personalmente él no podría confiar en alguien cuya lealtad cambiaba con semejante facilidad.
—¡No! —negó Sísifo enojado.
La parte positiva de la discusión que estuvo sosteniendo con Adonis y Tibalt era la furia que hizo arder su espíritu nuevamente. Por el arranque de adrenalina logró liberarse del agarre del príncipe sacudiendo sus alas hasta conseguir elevarse en el aire fuera del alcance de los aspirantes. Pese a manejar el cosmos, definitivamente ninguno poseía la capacidad de volar como él. Incluso Adonis lo veía impotente, pues si intentaba bajarlo mediante un ataque de sus rosas le haría más daño del que quisiera. Era peligroso que cayera desde esa altura y nadie más que él tendría la fuerza para recibirlo en brazos sin morir aplastado. Nuevamente estaba en problemas, pues no podía tocarlo.
—Ja, ja, ja puedo volar —canturreó el arquero disminuyendo la altitud debido al cansancio.
Aparentemente volar era tan o incluso más trabajoso que caminar. No le quedaba mucho tiempo antes de que su cuerpo no soportara más y perdiera el conocimiento. Tampoco poseía suficiente cosmos para enfrentarse a Hércules, pero sí el justo para restablecer a Pólux. A juzgar por el tiempo que entretuvo al otro hijo de Zeus, calculaba que ambos semidioses estarían cansados y heridos. Si ese era el caso sólo debería reponer a su pupilo para que estuviera al máximo de sus capacidades para un segundo round en el que terminara con su medio hermano. Con ello en mente voló a duras penas a donde estaba la armadura de géminis pensando que le estaba señalando donde se encontraba. Sin embargo, dado que el firmamento se había vuelto un manto de oscuridad, su pequeño resplandor dorado captaba la atención de todos en el suelo, desde los dorados hasta Hércules quien giró la cabeza en su dirección dejando de observar a los dorados frente a él.
—¿Otra vez me está ignorando? —interrogó el campeón de la humanidad apretando los puños con rabia—. A pesar de todo lo que ha sucedido no viene a mí, pero tampoco parece esconderse. ¡Sólo está ignorándome! —exclamó antes de comenzar a correr en su dirección.
—¡Alto! —ordenó León quien bastante agotado y algo herido intentaba darle alcance, pero tras aquel devastador ataque ya no poseía cosmos por lo que avanzaba a paso normal—. ¡Aléjate de mi niño, bastardo! —rugió temeroso de no llegar a tiempo.
—¡Sísifo! —intentó alertar Talos gritando su nombre, pero por la distancia no le escuchaba.
—¿Qué hacen ahí parados? —interrogó Miles a los demás aspirantes—. ¡Ustedes también griten su nombre! Si entre todos lo llamamos al menos verá el peligro que se dirige hacia él.
—A veces si usas el cerebro —dijo Ganimedes sorprendido.
—Me tomaré eso como un halago —respondió el ladrón mientras lo ayudaba a ponerse de pie.
Comenzaron a gritarle a todo pulmón con la esperanza de que al menos girara la cabeza. No estaban seguros de que tenía en mente el arquero, pero a juzgar por la manera en la cual volaba podían asumir que poco faltaba para que cayera desde los cielos. Sus voces consiguieron también captar la atención de los gemelos. Ellos no tuvieron problemas en ubicar a sagitario volando hacia su ubicación, pero por el flanco izquierdo del azabache se aproximaba Hércules a toda velocidad. Naturalmente su cosmos no era tan poderoso como antes de enfrentarse a todos ellos, pero seguía siendo suficiente para terminar con la vida del pequeño ángel. El campeón de la humanidad escaló un árbol y desde la rama más alta dio un salto largo para atrapar a su presa.
—¡Sísifo! —gritaron los gemelos viendo con horror como no alcanzaría a esquivarlo.
No obstante, con lo que no contaban era con que la armadura de géminis emitiera un fuerte resplandor dorado que logró cegarlos a todos por breves segundos. Dado que Hércules no podía volar, tras ser cegado cayó directamente hacia el suelo pocos segundos después de perder el impulso. Cuando pudo aclararse un poco más la vista, esta estaba delante de Sísifo interponiéndose cual escudo para que no lo tocara. Debido a que estaban todavía suspendidos en el aire, varias personas fueron testigos de cómo géminis protegió a sagitario. El arquero buscó con la mirada a los gemelos encontrándolos con facilidad. Sin embargo, un nuevo mareo lo hizo precipitarse hacia el suelo. Ante eso la reacción de los hermanos fue correr hacia él para detener la caída, mas cuando Pólux intentó atraparlo recordó el brazo roto que no podía mover. Por ello, la tarea de atrapar al niño recayó en Castor.
—¡Te tengo! —celebró el gemelo menor cuando lo tuvo entre sus brazos.
—¡Eres un idiota por venir volando, estando en estas deplorables condiciones! —regañó Pólux sujetándose el brazo roto usando el sano.
Le habría gustado haber logrado atraparlo para no dejarle a su hermano la tarea de soportar el peso de la armadura. Del niño no decía nada porque ya conocía su peso y no era dificultad alzarlo ni para la ramera siquiera. Por un momento se había asustado pensando que su gemelo terminaría con el cráneo aplastado contra el suelo por culpa de las vestiduras doradas. Empero, parecía que las clases privadas de Ganimedes habían dado buenos resultados. Ahora ambos gemelos miraron hacia el azabache. ¿Por qué estaba en tan mal estado? Él no había peleado contra el semidiós y, sin embargo, lo tenían ahí pálido, temblando mientras jadeaba como si le costara respirar. ¿Qué demonios estuvo haciendo con el tiempo que Pólux le consiguió?
—No hay tiempo para regaños —dijo Sísifo mientras alzaba la mano hacia el rubio inmortal—. ¡Muérdeme!
—¡¿Qué?! —gritó sorprendido.
Y no era el único, Castor casi lo deja caer de la impresión. Por lo mismo bajó al niño al suelo. Sagitario no tenía tiempo de explicarles y veía de reojo como Hércules intentaba pasar la armadura de géminis. La misma parecía estar usando su cosmos para bloquear el paso y en algunas ocasiones se movía para atacar al semidiós. No obstante, era cuestión de tiempo antes de que no pudiera retenerlo más. Debía curar a su pupilo antes de que eso sucediera. Había notado que el cosmos de Hércules no era tan poderoso como al inicio y tenía diversas heridas bastante fáciles de identificar. Sólo un poco más. Si conseguía darle un poco de poder a Pólux podría usar esa oportunidad para ponerle fin a la pelea tal y cómo estuvo especulando de camino allí. Eso si no fuera porque el rubio tonto estaba siendo desobediente. Sacó el cuchillo que llevaba escondido y se volvió a abrir una de las tantas heridas que tenía en la mano. Casi no tenía sangre, así que no podía darse el lujo de que se desperdiciara. Pensando en ello llevó su propia mano hasta su boca y reunió toda la que podía.
—¡¿Acaso perdiste la cabeza, enano?! —preguntó Pólux acercándose alarmado por el raro comportamiento del arquero.
Y no era el único sorprendido por su comportamiento. Los dorados y los aspirantes curiosos que venían moviéndose para saber lo que acontecería, observaban impávidos como sagitario se lastimaba así mismo. León intentó acercarse para hablar con el menor, pero no tuvo tiempo para hacerlo. Debido al cansancio y la diferencia de altura, el rubio inmortal se arrodilló usando su pierna derecha como apoyo. De esa manera podía observar mejor su rostro y distinguir qué estaba ocurriendo con Sísifo. Este último, aprovechando que su discípulo tenía la guardia baja se arrojó sobre él tumbándolo de espaldas en el suelo. Le jaló con fuerza de sus largos cabellos dorados ante lo cual abrió la boca para gritar maldiciones. Momento aprovechado por el menor para cubrir su boca con la suya. Con su lengua empujó su sangre en la boca contraria haciéndolo ver como un apasionado beso.
—¡Sísifo! —gritó su padre adoptivo horrorizado de lo que estaba haciendo—. ¡Definitivamente algo malo le sucede a la cabeza de mi niño!
—Hermano... —susurró Castor desde su lugar sin saber si debía intervenir.
El semidiós también estaba en shock. Él jamás había esperado recibir un beso de un niño. Menos se esperaba que ese niño fuera su maestro. ¡Y definitivamente no se esperaba que fuera tan bueno moviendo la lengua en su boca! De no ser porque le estaba forzando a beber su sangre sería uno de los mejores besos que había tenido en su vida. Debido a que perdió el equilibrio quedó de espaldas al suelo, pero hasta ahora reparaba que tenía a Sísifo sentado a horcajadas sobre él con sus piernas a cada lado de su cintura. Cuando sus labios se separaron, el menor paseó la yema de sus dedos desde el pecho del semidiós hacia el brazo roto. Comenzó a brillar levemente moviendo de forma sutil sus alas antes de que su cosmos comenzara a curar las heridas del gemelo mayor.
Pólux tenía la cabeza embotada en muchos otros pensamientos no relacionados al cosmos sino al beso, las partes de su cuerpo que se estaban rozando con el maldito niño que no dejaba de moverse y la agradable sensación de cosquilleo bajo su piel. Sentía como si su cuerpo estuviera calentándose rápidamente. Contrario a él, Hércules sí que estaba atento a lo que ocurría entre ellos. Notó como el cosmos divino de su medio hermano iba restaurándose segundo a segundo. No le fue difícil entender porque no encontraba el elixir de Atena. ¡Este siempre estuvo delante de sus ojos! ¡Era Sísifo! El hijo de Prometeo tenía el poder de sanar dioses. Ante ese descubrimiento se revitalizó de fuerza para de un sólo movimiento desmontar la armadura de géminis que tanto le había estorbado. Con todos aturdidos por el comportamiento inexplicable de Sísifo, para Hércules no fue difícil llegar hasta él y alzarlo retirándolo de encima de su medio hermano.
—¡Al fin eres mío! —clamó el campeón de la humanidad con una mirada de locura antes de morderlo violentamente en su cuello.
Debido a que la armadura de sagitario cubría casi todo el cuerpo del menor, había pocas zonas vulnerables. Para su fortuna su cuello seguía siendo un sitio accesible. De esa manera el semidiós castaño se aferró a esa tersa y frágil piel como si se tratara de un lobo dándole muerte a un pequeño conejito. El grito ahogado que soltó el arquero logró sacar a Pólux del estado de shock en el que estaba sumido y le propicio un golpe en medio del rostro a su familiar rompiendo su nariz en el acto. Recuperó al niño de ojos azules y lo mantuvo entre sus brazos antes de dar unos cuantos saltos hacia atrás para marcar distancia con su consanguíneo. Revisó a grandes rasgos la mordida notando su gran tamaño y la profundidad de esta. Los dientes de su familiar habían quedado claramente marcados en el menor. Sin embargo, continuaba brillando por el uso de su cosmos. Lo que el semidiós no comprendía es ¿qué se suponía que estaba logrando con esa lucecita dorada?
—¡Esto es! —exclamó Hércules riendo al sentir como el dolor de su cuerpo se iba mitigando—. Todo este tiempo te estuviste riendo de mí, ¿no es así, estafador? —peguntó el castaño viendo directamente al niño.
—¿De qué estás hablando? —interrogó Pólux sin comprender.
—Ay, hermanito. ¿No te has fijado en el brazo que usaste para golpearme? —preguntó con burla.
El rubio mayor bajó la mirada notando que en un brazo sostenía a Sísifo y el otro lo había usado para darle aquel golpe. Usó sus dos brazos. Cuando uno de los mismos estaba roto y le era imposible moverlo.
—¿Es tu sangre? —preguntó el gemelo mayor a Sísifo sintiéndose estúpido apenas lo pronunció.
—¿Cómo es posible que no nos diéramos cuenta antes? —cuestionó el campeón de la humanidad riendo con locura—. Siendo hijo de Prometeo era natural que por sus venas corra la sangre de un titán. Un elixir capaz de sanar a los mismísimos dioses.
León sintió que su corazón se detenía al oír aquellas palabras debido al entendimiento de lo que ello conllevaba. Hércules les había dado una demostración gratuita del riesgo de esa sangre. El guardián de la quinta casa se sintió aterrado de imaginar a los dioses devorando a su niño para restaurar sus poderes. Ganimedes mostraba un rostro inexpresivo, pero diversas emociones bullían en su interior; enojo, miedo, preocupación, envidia. Le era imposible poner todo eso en orden de momento, así como también intervenir. Su cosmos estaba agotado y aún le faltaba tiempo para restaurarlo. El único que podría soportar seguir peleando era Pólux. La parte negativa es que Hércules también estaba sanando a medida que el brillo de Sísifo iba extinguiéndose.
—No me lo dijiste —susurró el aspirante de géminis con reclamo a su maestro.
—Me noqueaste sólo por querer pelear. Quien sabe que me habrías hecho si sabías esto antes —se defendió el menor mientras respiraba por la boca de manera agitada.
—¡Te habría confinado a tu templo! —gritó mientras corría esquivando a su medio hermano en su intento de arrebatarle al niño.
—Hice bien en no decirte entonces —murmuró somnoliento el azabache cerrando los ojos contra su voluntad—. Sólo asegúrate de darle una paliza.
—Con gusto —respondió su alumno antes de acercarse a la posición de León.
Pólux dio largos saltos hacia atrás sin quitarle la vista a su medio hermano en ningún momento. Se encargó de dejar a su maestro con quien lo protegería mejor que nadie en todo ese santuario: León. A su gemelo le hizo señas de acercarse a los dorados. Pese a carecer momentáneamente de cosmos estar cerca de ellos seguía pareciéndole más seguro que estar a la deriva. Sin embargo, Hércules se lanzó para atacar al gemelo menor en represalia por su intromisión. Pólux por tanto se vio forzado a frenarlo usando su propia fuerza. Ahora ni siquiera podía contar con el apoyo de los Santos de Atena, pues todos estaban malheridos y sin cosmos. Por lo mismo sus manos sujetaron las de su consanguíneo y comenzaron a forcejear buscando someter al otro.
—¿Por qué no colaboras conmigo? —cuestionó Hércules mientras sus manos entrelazadas con las de Pólux intentaban derribar al otro—. Si entregamos al estafador a nuestro padre seguro va a recompensarnos generosamente. ¿O tu amor por él te impulsa a traicionar a tu propia sangre? —Interrogó con dureza.
—Una cosa no tiene que ver con la otra —reclamó el aspirante de géminis haciendo arder su cosmos—. Negarme a colaborar contigo, no significa traicionar a mi padre.
—Qué gran pena —murmuró en respuesta exageradamente.
El campeón de la humanidad se sentía revitalizado gracias al poder de la sangre que había probado. Realmente era una cura muy práctica. Sólo debía beberlo y en pocos segundos el dolor y las heridas comenzaban a desaparecer. El control de la situación estaba claramente en sus manos. El único que podía luchar contra él era su medio hermano y si antes Pólux no pudo vencerlo estando ambos en sus mejores condiciones, ahora que apenas recibió un aliciente de parte de Sísifo no había forma de que Hércules perdiera. Sin embargo, quería irse del santuario rápidamente. Todo el escándalo que estuvieron haciendo mientras luchaban seguramente atrajeron la atención de algunos dioses. Apolo podría ir de chismoso con Atena. Eso no sería nuevo, ya anduvo metiendo sus narices donde no lo llamaban cuando le contó a Hefesto de la aventura de Afrodita con Ares.
Por lo mismo, concentró su cosmos en su pie y de una sola patada contra el suelo abrió el mismo en dirección a donde estaba Castor. Siendo un bosque no sólo debía preocuparse por la grieta bajo sus pies sino también por los árboles que estaban cayendo uno tras otro a punto de enterrarlo a él y los que lo rodeaban. Pólux se vio forzado a concentrarse en ese desastre por lo cual liberó las manos de su medio hermano dejando a los dorados indefensos. Justo como quería Hércules. El semidiós castaño se dirigió hasta ellos y a pesar de los esfuerzos de León por aferrarse a su niño y no permitir que se lo llevara, de todas formas, el hijo de Zeus consiguió arrebatarlo de sus brazos. Sin su cosmos León sólo era un hombre normal contra un semidiós.
—¡Suéltalo! —ordenó el aspirante de géminis desde la distancia.
Había conseguido poner a su hermano a salvo y quienes estaban cerca suyo igual. Pese a que Castor había esquivado caer en la grieta y hasta había evitado que algún desafortunado terminara en el fondo, fue Pólux quien se encargó de desviar los árboles que caían sobre ellos para que no fueran aplastados.
—Será mejor que cambies tu tono de voz o su cuello podría romperse —dijo Hércules sujetando a sagitario con una sola mano rodeando su cuello—. Es tan pequeño y frágil que siento que podría romperlo sólo con mi boca —dijo maliciosamente lamiendo la herida abierta antes de alzar su mano herida para morderla con gran fuerza.
A estas alturas, Sísifo estaba tan cerca de la inconsciencia que apenas distinguía lo que estaba sucediendo. Sintió el dolor, pero ni siquiera tenía ganas de gritar. Sólo quería cerrar los ojos y descansar. Que el dolor desapareciera por su cuenta de una vez. Su cuerpo estaba tan débil que ni siquiera era capaz de liberar su mano de las fauces del despreciable semidiós.
—¡Eres un maldito asqueroso! —gruñó el rubio mayor deseando matarlo en ese mismo instante por semejante espectáculo tan deleznable.
Hércules rio con malicia al ver que era intocable. El poder corriendo por sus venas lo devolvió a la vida, de sentirse agotado pasó a estar tan repuesto. ¡Y sólo con una pequeña mordida! Sólo necesitaba que el estafador se recuperara un poco y estaría listo para servir de elixir. Sintió el cosmos de su media hermana acercándose al santuario, pero no se preocupaba. Sísifo sólo era una bolsa de sangre puesto allí para usarse como sucedía con los vinos en la cocina. Si a su hermana le molestaba y quería hacer algo al respecto bastaría con darle otra mordida al estafador para superar su poder. ¡Era invencible! Si antes era casi imposible ganarle, ahora no existía fuerza capaz de frenarlo.
Los presentes estaban indignados por el comportamiento de Hércules, pero nada podían hacer. Ni siquiera Pólux se atrevía a atacarlo por temor a herir a Sísifo en el proceso. Maldijo en voz baja diversos insultos a ese hijo de puta. Y no era el único. En el cielo, la diosa Artemisa tenía el ceño profundamente fruncido por el enojo que le provocaba esa situación. El cosmos de sagitario estaba extinguiéndose rápidamente y ella sólo podía observar. Sabía que era un mortal y que su destino era perecer tarde o temprano, pero no así. No de una manera tan indigna para un arquero.
—¡Hermana! —llamó el dios del sol llegando con Atena siendo jalada del brazo.
—Se tardaron demasiado —se quejó la rubia viéndolos con reproche—. Levanta la barrera —ordenó a la diosa de la guerra.
—No puedes ordenarme qué hacer en MI santuario —reclamó la diosa de la sabiduría de manera indignada.
Atena no entendía bien que estaba sucediendo. Había estado en una odisea ayudando a un héroe durante los últimos días y mientras emprendía el viaje de regreso fue interceptada por su hermano Apolo. La diosa de la guerra estaba algo cansada por su colaboración en las hazañas de aquel semidiós al que ayudó, por lo mismo no se teletransportó de inmediato, sino que pretendía aprovechar el viaje para descansar un poco. Ahora estaba confusa sobre la actitud de los dioses gemelos pues sus cosmos ardían de tal manera que parecían a punto de estallar. Aun así, se negaba a dejarse amedrentar en su propio territorio.
—¿Es que no te has dado cuenta del peligro que es Hércules? —preguntó el pelirrojo viendo a su hermana con urgencia—. Han muerto varias de tus mascotas en tu ausencia.
—¡¿Qué?! —exclamó Atena enojada por ello—. ¿Y qué estaba haciendo Sísifo? Se suponía que se haría cargo —se quejó creyéndolo negligente al respecto de su labor.
—Él está muriendo —susurró la cazadora intentando controlar su molestia—. Ha usado todo su cosmos para salvar la mayor cantidad de vidas posibles, pero está tan débil que no puede seguir peleando.
—Abre la barrera, si no lo atiendo sin dudas tu mascota favorita morirá —apresuró Apolo.
Aunque también le preocupaba mucho el bienestar de León, sentía su cosmos relativamente estable. Contrario al de sagitario que estaba al borde de apagarse tal y como mencionó Artemisa. No estaba seguro de si podría curarlo sin interferir con su destino, pero si alguien podía sanar las heridas causadas por el cosmos divino sin dudas era él. La diosa de la guerra tardó breves segundos antes de procesar esa información. Recordaba que sintió una gran explosión de cosmos y le cuestionó a Sísifo al respecto. Le había pedido volver deprisa. Era raro que él hiciera ese tipo de comentarios. Por lo orgulloso que era debió imaginarse que no sería del todo honesto. No le rogaría por ayuda para ser salvado, pero sí hizo el pedido antes de que las cosas escalaran hasta este punto.
—¡Nadie puede faltarme al respeto en mi propio santuario! —exclamó furiosa la diosa de la guerra alzando a Nike por sobre su cabeza.
De inmediato, la barrera que rodeaba el santuario fue levantada. Atena observó desde el cielo como Hércules sujetaba a sagitario como si fuera un muñeco de trapo y confirmó las palabras de sus hermanos. Estaba muriendo. Su vida estaba peligrando por culpa del invitado al que ella le permitió el acceso. Los tres dioses dominados por la cólera aumentaron su cosmos hasta perder sus formas humanas. Sus cuerpos se volvieron gigantes capaces de verse desde cualquier dirección. El firmamento mismo se vio alterado por los dioses gemelos, pues la luna que debería gobernar el cielo se ocultó dando paso al sol por breves segundos antes de volver a cederle el lugar a la luna. Dado que los días se contaban como el inicio con el alza del astro rey y su fin cuando gobernaba la luna, se podría decir que pasaron siete días en menos de un minuto.
—¡¿Qué está sucediendo?! —gritaron varios asustados sin entender lo que sucedía.
—Son los dioses gemelos y Atena —dijo León reconociendo sus presencias rápidamente.
—Así que se trataba de otra de tus mentiras —gruñó el semidiós al niño que sujetaba mientras aumentaba la presión—. Dijiste que no les importabas —reclamó dándole un golpe en el estómago con el puño—. Hiciste el mismo truco con Pólux que con esa ramera —dijo mientras le golpeaba el rostro sin que él pudiera defenderse.
Debido al cansancio no tenía fuerzas siquiera para intentar cubrirse el rostro. Sin embargo, Sísifo también estaba sorprendido por la presencia de los tres allí. Esperaba que Atena llegara porque habló con ella a través del cosmos, pero no los dioses gemelos. Mas, los únicos sorprendidos por su manifestación eran Hércules y Sísifo. Todos los demás supusieron que si algo grave le sucedía al ángel de Atena alguno de esos tres dioses vendría en su ayuda. Lo inesperado fue que se mostraran al mismo tiempo. Y no sólo eso, sino que su enojo estaba alterando el firmamento. Sumado a eso sus poderosos cosmos generaban una presión tal que los mortales terminaron cayendo al suelo. Estaban personalmente ofendidos de que Hércules en vez de arrodillarse y honrarlos se dedicara a golpear a sagitario. A causa de ello la presión aumentó y los mortales sintieron como si toneladas de rocas los estuvieran aplastando. Los únicos que aún se mantenían en pie eran los semidioses por poseer cosmos divino como ellos.
—¡Apolo, Artemisa! ¡Atena! —gritó el semidiós rubio al ver como los mortales estaban comenzando a perder el conocimiento al no soportar la presión—. ¡Si no controlan su cosmos van a matar a todos! —exclamó logrando captar su atención brevemente.
Fue hasta ese momento en que Apolo se dio cuenta de que el santo de leo tenía un hilillo de sangre saliendo de sus labios. Y no era el único, pero sí el único que le importaba a él. Mas, Atena era otra cuestión. Ese era su ejército, no podía ser ella quien los exterminara. Por lo mismo, el dios del Sol fue el primero en retornar a una forma humana, seguido de la diosa de la sabiduría y, por último, la rubia. Ella estaba interesada en dar caza y muerte a Hércules, ya que aún no dignaba a soltar a su discípulo. El pelirrojo fue quien con un breve intercambio de miradas le hizo saber que primero le quitarían al arquero de los brazos y luego lo pondrían en su sitio al igualado.
—¡Ni siquiera los dioses pueden hacerme daño ahora! —clamó Hércules hacia los dioses observándolos con desafío—. Con el poder de los titanes en mis manos ustedes no significan nada para mí. Ya no necesito fingir respeto hacia un par de rameras disfrazadas de vírgenes ni a un afeminado de la lira —insultó sin ningún miramiento borracho por el poder.
Había firmado su propia sentencia desde el momento en que pensó que desafiarlos era buena idea. El dios pelirrojo no tuvo siquiera que levantar un dedo para hacer que el Sol brillara con una intensidad cegadora capaz de derretir las retinas de quienes lo vieran directamente. Con el semidiós cegado Artemisa tomó la oportunidad para capturar su sombra con su flecha especial. Al estar paralizado no era una amenaza. Pólux había aprendido de Sísifo a no fiarse de su vista y estar preparado para ataques donde el enemigo intentaría cegarlo para debilitarlo. Con los ojos cerrados fue hacia su medio hermano y recuperó a Sísifo de sus manos. Lo abrazó con suma delicadeza temiendo dañarlo más de lo que ya estaba.
—Esas palabras te saldrán muy caro —afirmó Atena golpeando a Hércules con Nike en el rostro mandándolo a volar varios metros.
Habiendo visto que sagitario estaba en buenas manos... Bien, las manos de Pólux tampoco le parecían las más seguras, pero era lo mejor que tenía de momento. No tenía tiempo para hacer algo mejor. Ella venía de una aventura heroica bastante cansada y en su forma humana el cosmos que poseía era mucho menor para no matar a quien la viera. Como resultado, su golpe no fue con la fuerza que se esperaría de una diosa. Así que repitió varios más, en parte para causarle más daño y por otra, para desquitar la rabia que sentía en esos momentos.
—Apolo encárgate de Sísifo —ordenó la diosa de la luna antes de unirse a su hermana a los ataques a Hércules.
—Déjamelo a mí —asintió el pelirrojo con seriedad.
La diosa de la luna había notado que los golpes de su hermana no estaban surtiendo el efecto deseado. Su patrón de ataque era predecible. Algo lógico considerando que ella ocupaba el lugar de la estratega y quienes luchaban eran los héroes a los cuales apadrinaba o sus santos. Artemisa preparó su arco y flechas y las disparó contra el semidiós. Éste, había logrado esquivar varias, pero en un acto de desafío, atrapó varias con las manos y las rompió delante de sus ojos. La diosa rubia chasqueó la lengua ante ello, pero viendo a su hermana acordaron de manera silenciosa trabajar en equipo. Mientras una usaba la flecha de sombras para retenerlo, la diosa de la sabiduría aprovechaba para propiciarle cuantos golpes pudiera usando a Nike. Sin embargo, debido al cosmos divino de Hércules, conseguía moverse levemente logrando bloquear en ocasiones los ataques de Atena y en otros liberándose de la técnica de Artemisa para dar contraataques.
El dios del sol tenía el impulso de ir donde León y sanarlo, pero sabía que podía esperarlo un poco más. Sísifo era que quien tenía los minutos contados. Por lo mismo se acercó hasta donde su medio hermano lo sujetaba como si de esa forma evitara que la muerte reclamara su alma. Apenas si estaba consciente el menor, pero consiguió entreabrir sus ojos azules para observar al dios.
—Vinieron —susurró Sísifo al sentir la mano del pelirrojo en su pecho pasándole cosmos.
—Te lo dije —dijo el rubio más aliviado al ver que al fin se le estaba sanando.
—Debiste pedirnos ayuda, idiota —regañó Apolo de manera escueta.
Tenía una imagen que cuidar y no podía mostrarse en exceso sentimental o preocupado. Aunque en vista de que el problema era ese estúpido semidiós, quizás le habrían negado el apoyo debido al favoritismo de Zeus. No obstante, ahora que era una situación desesperada en la cual les faltó el respeto podían castigarlo como quisieran por mancillar su honor.
—Gracias —susurró Sísifo con sus últimas fuerzas antes de caer dormido.
—¡Sísifo! ¡Sísifo! —llamó Pólux a gritos sacudiendo su cuerpo intentando despertarlo—. Apolo, ¿qué le pasa? ¿Sigue vivo? Sigue vivo, ¿verdad? —interrogó desesperado.
—Está dormido —respondió el pelirrojo—. Está fuera de peligro de momento. Volveré a revisarlo más tarde —anunció retirando su mano del niño—. Primero me encargaré de ese semidiós —dijo con un rostro tétrico.
Las diosas vírgenes habían tenido algunas dificultades para retener a Hércules. Atena por su agotamiento y Artemisa por especializarse en ataques a larga distancia. Misma que el semidiós podía combatir con sus propios conocimientos debido a las enseñanzas de Quirón, antiguo pupilo de la diosa de la luna. Bajo esas circunstancias, el semidiós aun podía mantenerse en pie frente a ellas. Fue en ese momento que Apolo hizo su intervención. Siendo un dios al que sólo Zeus y Hera podían detener, el semidiós no le representaba amenaza alguna. Dotado de gran fuerza, velocidad y conocimiento en medicina, para él fue cuestión de unos cuantos ataques a sus articulaciones tras la flecha de sombras de Artemisa, para que su medio hermano fuera incapaz de moverse.
—¡Se arrepentirán de esto el día que se cumpla la profecía de Prometeo! —clamó el castaño retorciéndose de dolor.
—Hoy es a ti a quien le toca arrepentirse —dijo Apolo antes de ubicarse a sus espaldas y tras sujetarlo por la nuca estrelló su rostro contra el suelo—. Ahora pide perdón adecuadamente a mis hermanas y a mí por faltarnos al respeto.
—¡Mi padre se enterará de esto! —amenazó Hércules tercamente.
—Respuesta incorrecta —dijo el dios del sol antes de proceder a romperle unos huesos—. Debes aprender a ser educado y humilde. Tienes suerte de tener un hermano mayor paciente para enseñar como yo —presumió con falsa dulzura.
Lo siguiente que se oyó en el santuario fueron los gritos de Hércules mientras sus huesos eran rotos o dislocados de manera caprichosa con el único fin de causarle el mayor dolor posible. No conforme con eso, Apolo usó su cosmos para hacer que los nervios del semidiós quemaran como fuego ardiente. Aquello se manifestó en su piel como pústulas rojizas que le causaban una comezón incapaz de atender por sus extremidades rotas. Hasta que finalmente se rompió y les rogó perdón a sus medio hermanos por sus acciones antes de ser expulsado del santuario a patadas por Atena.
CONTINUARÁ...
