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~La sultana del imperio~
La castaña alzó su rostro y observó con ira a las personas que estaban frente a ella, apretó sus dientes completamente molesta y frunció su ceño a más no poder.
—¿Esta es la adquisición de mujeres para el harem?— Preguntó una mujer castaña de ojos azules quién vestía un elegante vestido de telas finas, lucía hermosas joyas y una gran corona de safiros en su cabeza.
El hombre castaño de ojos azules y piel bronceada quién hace unos minutos la oji-miel había conocido con el nombre de "señor Gennai" asintió.
"Adquisición"
Pensó Mimi molesta, eso sonaba a mercancía, prácticamente a una cosa material no una persona y eso en verdad la molestaba.
—Si madre Sultana.— Respondió Gennai.
—Que bien.— La mujer volteo hacia el lugar donde se encontraba Mimi junto a muchas otras chicas hermosas y jóvenes que tristemente habían corrido con su misma suerte al ser tomadas como esclavas por esos estúpidos otomanos quienes se habían encargado de matar a cada integrante de sus respectivas familias, dejandolas a ellas con vida simplemente para servir como un animal a toda esa gente de costumbres extrañas— Todas lucen con mal aspecto.— Comentó la "madre Sultana"
Mimi rió para sus adentros.
¿Cómo rayos no iban a tener mal aspecto?
Habían sido tratadas como verdaderas palomas encerradas en jaulas con poca comida y agua, sin poder bañarse, ni siquiera sin poder cambiar su ropa que debido al viaje se habían desgatado bastante.
—Si, disculpe mi sultana.— Habló el hombre— Pero recién acabaron de llegar del reino de Venecia.
"Venecia"
Mimi repitió el nombre de su país natal en su mente, aquel lugar en donde había crecido y planeaba hacer su vida junto a su padre, madre y parientes a quienes tristemente ellos habían matado.
¡Rayos!
Suspiró.
Necesitaba regresar a Venecia.
Aún habían personas importantes en aquel lugar, entre ellos su novio, Michael, con quién planeaba casarse, no podía dejar las cosas de esta forma.
—Señoritas.— Gennai se dirigió hacia ellas y todas lo observaron— Les presento a la Sultana Natsuko, madre de nuestro sultán Yamato.
Mimi alzó una ceja al escuchar esto, recordaba que alguna vez le habían contado de las tradiciones que tenían los otomanos y sus posiciones jerarquicas, esa mujer al ser madre del visir de ese lugar de seguro tenía mucho poder e influencias. Ella quizás podría ayudarla.
Rápidamente se acercó a ella— Señora, por favor, se lo ruego, tenga compasión de mi, regreseme a mi hogar, se lo imploro.— Rogó.
Un silencio se hizo presente y la castaña sintió como la mirada azulada de la mujer la examinaba de pies a cabeza con mucha seriedad.
—Pero ¿qué confrontración es esta?— Preguntó la mujer de finas ropas.
—¡Hey! Niña.— Gennai se acercó a Mimi y tomó su hombro— No le hables de esa forma a la sultana, ten respeto.
—Lo siento.— Respondió la castaña— Pero necesito ayuda. Me trajeron a este imperio Otomano a la fuerza, me alejaron de mi tierra y de mi gente. Usted es una mujer poderosa e ifluyente, puedo verlo, dejeme ir de otra forma me suicidaré.
—Quién vive o quién muere en nuestras tierras lo decide el sultán.— La voz fría de la mujer provocó que un escalosfríos recorriera el cuerpo de la castaña. Natsuko nuevamente analizó a la mujer de pies a cabeza sin interés— ¿Cuál es tu nombre?
—Mimi.— Contestó la oji-miel— Mimi Tachikawa.
—Escuchame bien, Mimi, no importa quién seas o de donde vengas ahora eres propiedad del Sultán Yamato, olvida todo tu pasado y acepta tu nuevo destino en la dinastía otomana.— Respondió la sultana seriamente con la mirada seria y el rostro sin expresión dejando a la castaña completamente desconcertada— Y nunca más me vuelvas a hablar de esta forma.
¿Acaso no tenía corazón?
Ella le estaba implorando por ayuda, ya que la necesitaba, había sido prácticamente robada de su tierra antal, de la casa de sus padres, de sus costumbres y ahora quería regresar.
—¡No!— Gritó la oji-miel—¡Yo no soy propiedad de nadie! ¡Prefiero morir!
—Pero qué insolencia.— Exclamó Natsuko.
Gennai agarró fuertemente a la Tachikawa del brazo— ¡No le hables así jovencita! Respeta a la sultana madre, si no serás castigada.
—Con gusto acepto que me castiguen con la muerte.— Respondió la oji-miel molesta.
Natsuko simplemente hizo una mueca y volteo con intenciones de alejarse— Gennai, por favor, amansa a esta chica y preocupate que tanto las demás como ella estén listas para mi hijo.
—¡No! ¡No quiero!— Gritó Mimi— Quiero regresar a casa.— Unas lágrimas cayeron por su rostro— Este no es mi hogar.— Reclamó— ¡Y nunca lo será!
