Boun se topó con un gran dilema. ¿Cuál iba a ser el plato estrella esta noche?

Revisó el almacén por cuarta vez en busca del ingrediente que desataría su mente culinaria como siempre había sucedido. El alimento le hablaba, le decía cuál era el momento adecuado para cocinarlo. Aunque a veces el jade era quien mandaba.

No esta noche. Esta noche quería que fuera un día especial, como una celebración que cada cliente decidiría de qué sería; a él solo le importaba que abandonaran el restaurante con una sonrisa de oreja a oreja, felices y satisfechos.

«Tal vez esté poniéndome el listón demasiado alto. Lo mejor será mantenerse en lo tradicional por ahora». El plato estrella era lo único plato del menú que variaba todos los días estuviera en el reino que estuviera. Seguro que saldría de dudas mientras cocinaba y remeneaba los ingredientes en la sartén o la olla.

Regresó a la cocina con unas cuantas cajas de gambas, sacos de arroz y distintas especias. Las dejó cerca de los utensilios donde se obraba su magia culinaria y lo dispuso todo para ponerse a cocinar nada más abriera el restaurante.

Salió a la cubierta del Gamborium y comprobó que todo estuviera también listo. Paseó entre las mesas, recolocó mejor algunos cubiertos y vasos y alisó las arrugas de los manteles. Luego se plantó en la proa y admiró su precioso barco-restaurante.

La joya de su vida. Su bebé hecho de la mejor madera de Kumandra. Después tanto trabajo, aquel barco que antaño apenas podía albergar a seis personas a bordo (excluyendo un armadillo gigante, tres monos y un dragón), ahora tenía espacio suficiente para cincuenta clientes y una pequeña tripulación. Sí, el negocio del Gamborium no podía ir mejor. ¿Quién no estaba dispuesto a subirse al barco en el que navegó el grupo que acabó con los druun a la vez que disfruta de una deliciosa comida? Y si cabía la oportunidad, todavía servía de transporte acuático para ganar algo de jade extra.

—¿Cómo van los demás, Warsha? —preguntó Boun a una mujer de tez morena y cabello largo y oscuro que protegía la entrada al barco.

—Buana ha ido a pagar el crédito que pidió hace un par de días; Setiawan y Veda están organizando las reservas; y Sari ha ido a comprar más especias y plantas medicinales.

—Esperemos que esta vez se guarden como es debido y no pase como la última vez.

Warsha se giró con una ceja arqueada.

—¿No fuiste tú quien se confundió?

—Yo siempre sé dónde está cada ingrediente del barco. Sin excepción. Fue alguno de vosotros quien lo puso en el lugar equivocado.

—Pues yo no fui y lo puedo demostrar. Estaba a los mandos del Gamborium contigo.

—Tienes razón. Pero eso ya es agua pasada. Centrémonos en el trabajo. ¿Vamos a tener mucho hoy?

—Bastante. —Warsha miró por el muelle. No muy lejos estaban Setiawan y Veda controlando la cola que se iba formando—. Más vale que Buana y Sari aparezcan cuanto antes. Parece que vamos a tener una tarde y una noche ajetreadas. Y no queda mucho para que abramos.

¿Poco tiempo? Boun creyó que todavía le queda suficiente para declarar el plato estrella del día y ahora sí que era un gran problema. Uno que necesitaba una solución inmediata. Entonces lo vio. Poco tiempo también significaba un plato fácil de preparar. Y conocía uno que encajaba a la perfección.

—¡Eso es!

Boun dejó a Warsha sorprendida y corrió al almacén donde buscó el hueco exclusivo de ciertas especias. Cogió un pequeño saco que contenía un ingrediente de color blanco. «Raya, me has salvado otra vez —pensó con una sonrisa—. Y también todo Corazón por encontrar tan asombrosa especia». Con esto cocinaría uno de sus platos más demandados: el caldo de Kumandra. Hubiera preferido llamarlo «caldo de Corazón» en honor a Raya y su tierra, pero recordó que él puso de su parte, y Tong también en cierta medida; quizá su bambú terminó siendo beneficioso, a fin de cuentas.

De nuevo en la cocina, solo faltaba escuchar a su tripulación atender a los clientes. Entonces cogería sus utensilios de cocina y obraría su célebre magia.


El Gamborium estaba a punto de reventar. Los clientes que habían reservado mesa hacía rato que se habían ido y ahora era puro azar encontrar un sitio libre. Tal estaba siendo el éxito que tuvieron que habilitar una zona en el muelle para aquellos que solo querían comer algo rápido. Hacía tiempo que la tripulación del Gamborium no tenía tanto trabajo. ¿Habían coincidido con alguna festividad de Garra? No, se hubieran enterado antes. Tampoco es que nadie se quejara por un poco de trabajo extra.

Boun era el más ocupado de todos. No solo cocinaba para docenas de personas, sino que a veces ayudaba a la tripulación haciendo de camarero. Todo por el afán de tener a la clientela satisfecha y alegre. Nadie iba a abandonar el Gamborium sin haber saciado su hambre como es debido.

En un momento de la noche, una mujer montó un número que desató las risas de los que se encontraban en la mesa contigua. Resultó que se había pasado con la dosis de la salsa picante más potente de la casa y pedía agua a gritos. Boun fue a atenderla, pero Veda se adelantó y se encargó del problema, recordando a los clientes que eligieran con cuidado el tipo de picante que fueran a echar a sus comidas. Las risas continuaron hasta que la mujer alivió el picor de su boca. Boun respiró aliviado de que no fuera un problema que afectase al negocio en gran medida. De hecho, hacía tiempo que nadie elegía el picante más fuerte. Solo recordaba una vez cuando… Bah, no era momento de recordar el pasado; todavía había mucho trabajo y quedaban horas para echar el cierre.


—Esto tiene que ser un sueño. Nunca hemos ganado tanto jade en una sola noche.

Boun y la tripulación contaban las monedas de jade y nadie entendía como habían conseguido tanto. Veda hacía los cálculos y aseguraba que por ahora podían reabastecerse varias veces y aún sobraba dinero para algún que otro capricho para cada uno. Y la cuenta no había terminado.

—¿Seguro que no coincidimos con alguna fiesta de Garra, capitán? —preguntó Setiawan.

—Estoy seguro —dijo Boun—. Pero viendo estos resultados, me cuesta creerlo. ¿Todavía tenemos más que contar?

—Solo llevamos tres cuartas partes del total —aseguró Veda.

—Por todos los dragones… Si no fuera porque adoro este trabajo, bien podría dejarlo e irme a vivir a algún lugar tranquilo.

—Tampoco exageremos. Como mucho habremos acelerado la ocasión para volver a invertir en el Gamborium o en el negocio. Nos quedaremos muy cerca al menos.

—Eso también me gusta.

—Habrá que celebrarlo, ¿no? —dijo Buana—. No siempre tenemos esta oportunidad.

—¿En serio tienes energía para festejar? —preguntó Warsha—. ¿Es que no estás cansado?

—Vamos, será una buena manera de culminar la noche y de alegrarnos por un buen día de trabajo. Seguro que el capitán está conmigo.

—Lo dudo mucho.

Boun apoyó a Warsha. No estaba con ganas de divertirse, más bien todavía pensaba en trabajar, aunque no incluyera la cocina. Gestionar el jade cuanto antes sería beneficioso para ocuparse de otros menesteres más importantes. Desde luego, parte del dinero ya estaba claro para qué se iba a usar: pagar los salarios de la tripulación, reabastecer el Gamborium (el almacén estaba casi vacío) e invertir en el negocio. Pero aun así seguía sobrando algo. ¿Qué hacer con el excedente?

—No le veo problemas —dijo. Warsha miró a Boun atónita y Buana con una sonrisa de oreja a oreja—. Puede que no tengamos un día como este en mucho tiempo. ¿Por qué no alegrarnos por ello? Claro que, después del trabajo, a ver quién es el que aguanta despierto más horas.

—Pero, capitán, mañana…

—No abriremos mañana —replicó Boun con un movimiento de la mano para quitarle importancia—. ¿Has visto cómo está el almacén? Apenas quedan suministros para los viajes a los otros reinos. Compraremos lo suficiente aquí y partiremos a Cola al mediodía. Así que, antes de irnos, ¿por qué no disfrutar de lo que quede de noche?

Warsha asintió, pero no celebraría nada. Estaba cansada para divertirse un poco. Buana, por otro lado… quizá no se le vería el pelo hasta el amanecer. ¿De dónde sacaba la energía ese chico? El resto lo seguiría si se animaban.

En fin, ya no podía retractarse de sus palabras.

Veda terminó con la contabilidad y guardó el dinero en el cofre, pero antes de cerrarlo con llave y asegurarla en su camarote, Boun dio una nueva alegría a su tripulación dándoles una propina por el arduo trabajo de la noche. Una buena manera de mantener a los empleados felices en todo momento. Ahora sí que no volverían hasta que saliera el sol. Todos menos Warsha, claro.

Con gran parte de su tripulación divirtiéndose en los locales de ocio nocturno de Garra, Boun se dio un paseo por el Gamborium por si quedaba algo más por hacer. Como todo estaba en orden, se llenó un vaso de zumo de limón y subió a cubierta a relajarse. Se apoyó en la borda y disfrutó tranquilamente del suave meneo del barco mientras admiraba la naturaleza de Kumandra a lo lejos iluminada vagamente por las luces de la ciudad.

Boun se quedó pensativo al centrar su visión en el canal de acceso al puerto. Cada vez que pasaba por allí, no podía evitar recordar el viaje que hizo con Raya y Sisu. Se preguntó cómo le iban las cosas al resto de equipo. Raya y Namaari, como princesas de sus respectivos reinos, no tenían mucho tiempo libre para reunirse con él o los demás. Eso sí, lo habían intentado y a día de hoy seguían buscando un hueco en sus apretadas agendas para visitar el Gamborium. Tong, para no ser ni líder de su aldea, también se resistía a bajar de las colinas a verlo. No lo culpaba. No valía el esfuerzo del descenso solo para verle. Y la baja clientela de Columna tampoco ayudaba. Luego estaba Noi, que despareció sin dejar rastro. Al menos, en Garra no se había topado ni con esos odiosos ongis. ¿Dónde estaría? ¿Recordaría al equipo después de tanto tiempo? Dudaba que incluso él la reconociera ya crecida. Bueno, si había alguien a quien no olvidaría, desde luego sería…

El Gamborium vibró.

Boun se puso en alerta. Unos segundos después el barco volvió a vibrar. Esta vez, Boun trató de localizar lo que estuviera golpeando el barco. Sin duda venía bajo el agua, pues no había nadie en la cubierta ni en el muelle. No parecía ser cosa de alguien que quisiera gastarle una broma, menos a aquellas horas de la noche. Boun prestó más atención a las vibraciones. Era como si alguien estuviera llamando a la puerta de una casa, solo que esa puerta era la quilla del Gamborium. ¿Qué clase de criatura hacía eso? Un pez o cualquier ser acuático no, esos serían más de golpear con ganas en vez de intenciones.

La vibración continuó varias veces más hasta que Boun se cansó y devolvió los golpes en su lado de la borda. Tal vez así la criatura se asustaría al recibir una respuesta y se iría. Debió funcionar porque la criatura agitó el agua y se apartó del barco, pero dio media vuelta. Boun temió que la criatura fuera a contraatacar y se aferró a la borda con una mano y procuró que su zumo no se le cayera con la otra. Se sorprendió cuando no ocurrió nada. Volvió a mirar el agua y se topó con un rostro que lo miraba extrañado.

—¿He llamado con demasiada fuerza?

—¿Sisu?

La dragona sacudió la cabeza para secarse un poco. Sí, era ella. Los colores azules del pelaje, su melena de una elegante mezcla de blanco, violeta y azul, los amigables ojos violetas y los dos cuernos de su frente coronando su cabeza. Inconfundible.

—La misma —dijo Sisu con una sonrisa—. Estoy buscando al capitán del barco, Boun. Un buen amigo mío. ¿Sabes dónde está?

—¿Tanto he cambiado para que no me reconozcas? —preguntó Boun inclinando la cabeza—. Soy yo, Sisu. El capitán Boun, dueño, chef y director financiero y ejecutivo del Gamborium. ¿Lo recuerdas?

—Desde luego, capitán break dance. —Sisu sonrió ante la cara de sorpresa de Boun—. Te veo bastante más crecido que la última vez que nos vimos.

—Es lo que tiene el paso del tiempo. Esa última vez fue hace ya… ¿cuánto, quince años? La única vez que nos reunimos casi todos después de salvar Kumandra. Y de eso hace ya veinte años.

—Pues has pegado un buen estirón, ¿no te lo han dicho? —Boun asintió, como si Sisu fuera la centésima persona (en este caso el primer dragón), que se lo decía—. Trataré de quedarme con tu nueva cara y con el aspecto gigantesco que tiene ahora tu barco. ¿Dónde está la gamba que tenías en el techo?

—Sí, el Gamborium está muy cambiado desde que viajamos juntos en él. Era necesario con lo prolífico que se volvió el negocio. Debo agradecértelo en parte, ¿sabes? A la gente le encanta comer en un lugar donde estuvo la divina dragona de agua Sisu.

—¿De verdad? Con todo esto de que salvé el mundo un par de veces, aunque insisto en que la segunda vez no fui yo, no hay lugar en Kumandra donde la gente no crea que he estado porque viajo bastante por los reinos.

—Ah, ¿por eso estás en Garra? —preguntó Boun.

—Así es. Aunque esta vez procuro realizar un viaje a escondidas, ya sabes. Solo encuentros con otros dragones. Saludar a la gente ya lo haré en otra ocasión.

Boun arqueó una ceja.

—Siempre puedo hacer una excepción —señaló Sisu—. ¿Cómo no iba a visitar a un miembro del equipo que ayudó a restaurar Kumandra tras tanto tiempo? Y de paso volver a disfrutar de tus habilidades culinarias. —Bebió un poco de agua del río—. Por cierto, deberías bajar de una vez el picante de esa dinamita. Diría que pica mucho más que la primera vez que lo probé.

Boun recordó el número de aquella mujer que no soportó la picante dinamita y se pasó un rato gritando y suplicando agua. Si no hubiera sido por la cantidad de trabajo que hubo, hubiera reconocido la forma humana de Sisu. O bien por la propia reacción de la dragona, que debió ser igual que la primera vez.

—¿Es que no has aprendido aún la lección? —preguntó Boun aguantando sin éxito una carcajada.

—¿Y tú no pensaste que tal vez habías creado una salsa tan fuerte? —replicó Sisu.

«¿Por qué siento que es su forma de decir que no?». Había pasado tanto tiempo y Sisu no había cambiado ni un poco.

Entonces Boun dejó de reír.

—Espera, ¿pagaste la comida o la conseguiste gratis?

—La pagué, por supuesto. Le di a quien me sirvió esos círculos perforados de jade. A mí no me valen de nada, pero a vosotros os encantan.

—¿De dónde…?

—De los regalos que hacéis los humanos a los dragones —respondió Sisu sin dejar terminar la pregunta—. Ellos me lo dan a mí y, como no tengo idea de qué hacer con eso, pues me puse a regalarlo por ahí.

«Dar dinero a la gente como si fuera limosna no sabría decir si es un buen regalo —pensó Boun—. Y la gente bien podría interpretarlo de otra forma. Espero que no se crean ahora que Sisu es rica se aprovechen de ello. Vaya personas más horribles serían si juegan con la confianza de un dragón».

«Por otro lado, ¿habrá sido cosa suya que hayamos tenido un día tan prolífico en el Gamborium?»

—Les sería más fácil usarlo para cosas humanas. Los dragones no necesitamos nada que no podamos conseguir en la naturaleza —continuó Sisu.

Boun se terminó la bebida y dejó el vaso en una mesa cercana.

—¿Qué tal están los demás? ¿Los has visitado? —preguntó Boun.

—Raya está bien, un poco liada con eso de volver a actuar como una princesa y no como una aventurera —dijo Sisu—. Lo echa de menos, lo sé; se le nota en los ojos. Algún día me la tengo que llevar de viaje, a ver si sonríe más.

«Parece que la amistad entre las dos no ha disminuido ni un ápice. Me alegro».

—El fortachón ahora es maestro leñador, ¿sabes? Entrena a su gente a talar árboles y creo haber oído que también les enseña usar el hacha para luchar. No me gusta la idea y confío en que sean imaginaciones mías. Tong es un encanto para hacer eso.

—¿Tong un maestro? Me cuesta creelo.

«Aunque el peso de la edad ya debe afectarle. No era precisamente joven cuando lo conocí».

—Pues es la verdad. En cuanto a Namaari, diría que lleva mejor eso de ser princesa que Raya. Al menos es la sensación que da. Es querida y respetada a partes iguales y eso enorgullece a su madre. No obstante, cuando hablamos la última vez la noté poco animada. Distante, incluso.

«Será porque todavía se siente culpable por lo que te hizo y porque casi provocó la destrucción completa de Kumandra en dos ocasiones».

—Respecto a Noi, no sé nada de nada. He estado varias veces en Garra y no me he topado con ella en ninguna de ellas. Es como si se hubiera convertido en un fantasma. ¿Tú has tenido suerte?

Boun negó con la cabeza.

—No he dado con ella ni una sola de las veces que he atracado en Garra. Hoy tampoco ha sido una excepción.

—¿Dónde estará la pequeña? —preguntó Sisu mirando a la ciudad.

—Fue una delincuente callejera antes de reunificar Kumandra. A lo mejor sigue manteniéndose en forma de esa manera. No robando, claro —añadió Boun ante la cara de desaprobación de Sisu—. Eso ya no tiene sentido.

Ambos permanecieron unos instantes observando las luces nocturnas de la ciudad.

—Está en alguna parte, estoy segura —dijo Sisu—. La buscaré, vaya que sí. No puede ser que haya visitado a todos los miembros del equipo salvo ella. Es inaudito.

—Podrías probar encontrando a esos ongis que la acompañaban. Si los ves, andará cerca. Yo no lo pienso hacer. Detesto a esos bichos con nueve estómagos.

—Buena idea, pero me temo que tendrá que esperar. Hace ya una buena temporada que abandoné mi hogar en Corazón y va siendo hora de regresar, no vaya a ser que mis hermanos empiecen a preocuparse. —Sisu se alejó un poco—. Ha sido una alegría volverte a ver, Boun. Si alguna vez vas a Corazón, no te olvides de devolvernos la visita. A Raya le sentará bien distraerse un poco de sus responsabilidades.

—Lo haré, no lo dudes.

Sisu se despidió y se sumergió en el río. Solo pasaron uno segundos hasta que el agua se tranquilizó, confirmando que se había marchado.

Boun suspiró y, con una ligera sonrisa en el rostro, cogió el vaso y se metió en el barco. Vaya forma de terminar el día. Boun no esperaba encontrarse con Sisu, menos aún que comiera en el Gamborium sin que se diera cuenta. Y que apareciera justo cuando estaba pensando en ella fue la guinda del pastel. Daba igual si lo había planeado o solo fue casualidad, volver a verla después de tantos años valió la pena.

En el pasillo de los camarotes, Warsha abrió la puerta en el momento en el que Boun pasó por ahí.

—¿Ocurre algo, Warsha? —preguntó Boun.

—Capitán, ¿has notado algo raro? Como golpes bajo el agua.

«Parece que sintió la llamada de Sisu».

—Lo habrás soñado —Boun se tapó la boca para ocultar un bostezo—. Los dos estamos agotados y necesitamos dormir. Fijate que yo me he puesto a hablar solo en cubierta y no he bebido nada de alcohol.

—Supongo que tienes razón. —Warsha se vio afectada por el bostezo—. Buenas noches, capitán.

—Buenas noches, Warsha.

La mujer cerró la puerta de su camarote y Boun continuó su camino a su cama. Lamentó haber mentido a su compañera, pero quería mantener el anonimato que buscaba Sisu. Nadie debía saber que había estado en el Gamborium salvo si ella expresamente lo deseaba. Así se ahorraba alguna queja de Warsha (y su tripulación cuando volvieran) de no haberles dicho que la divina dragona de agua Sisu había visitado el barco.

Ahora lo que más le interesaba a Boun era ir a su camarote y tirarse en la cama que parecía estar atrayéndolo cual imán al metal.