Cómo entrenar a tu dragón (How To Train Your Dragon) está basada en la serie de libros de mismo nombre de la autora británica Cressida Cowell, y realizada por Dreamworks Animation.
No poseo ningún derecho sobre los personajes y detalles originales de HTTYD.
El propósito de este FanFiction es el de entretener, con eso ya dicho, por favor no me demanden.
DRAGONS: A Twins Story
Incierto
Gobber recorrió en silenció gran parte de la aldea en su camino al muelle. Todo a su alrededor era un organizado caos a como los guerreros se preparaban para su inminente partida. La ultima búsqueda del nido. Prometía ser una heroica batalla que unió tanto a los Hooligans como Meatheads en fervientes deseo de sangre. Los ánimos estaban a la alza y los leves desacuerdos sobre el heredero de Stoick habían quedado de lado.
Con excepción para Gobber.
El viejo guerrero quería comprender lo que había sucedió en la arena, pero no encontraba solución a su dudas. Nunca había sido el vikingo más brillante y además varios golpes en la cabeza no le había ayudado a su coeficiente intelectual; pero él sabía que había mucho más de lo que presenció esa mañana. Pero su mejor amigo había cortado el tema, rotundamente.
Gobber tenía el incontrolable deseo de acudir a la prisión, esa pequeña choza solitaria que casi los Hooligans no utilizaban en una de la orilla de la aldea. Él desea obtener sus respuestas de la fuente original, de Hiccup, su aprendiz; ya que al final de cuentas Gobber había sido responsable del muchacho en la ausencia de su padre, así que lo sentía como su responsabilidad… su error. Pero Stoick se lo había prohibido, ya que lo necesitaba en el muelle para los últimos preparativos antes de zarpar. El asunto quedaría para atenderse a su regreso.
El herrero estaba un poco sorprendido con la sangre fría de su amigo, que parecía una persona completamente diferente. Él había estado el día en que nacieron los gemelos Haddock y recordaba a la perfección lo feliz que se encontraba el nuevo padre con sus dos vástagos a pesar de los malos presagios de su sobrevivencia. Eran tan pequeños y era un invierno bastante malo, nadie esperaba que sobrevivieran. Gobber no podía comprender como era posible que el mismo hombre en que vio su amor a sus hijos reflejado en su mirada, pudiera actuar tan fríamente en aquellos merecedores de tal devoción.
Pero por el momento no quedaba más que esperar, resolviera el problema de los chicos cuando regresaran, por mientras debían estar más preocupados por el enfrentamiento que estaba a la vuelta de la esquina. Y que los dioses los protegieran.
Gobber continuó su camino hasta una de las cornisas de roca cerca del puerto, donde se podían ver navíos Hooligans y Meatheads casi listos para surcar las aguas en busca de la victoria. A pesar de todos sus instintos y viejas costumbres de guerrero, Gobber volvió a perder su mente en su joven aprendiz que sufría de un futuro incierto, y de su delgada hermana que estaba condena a la misma suerte. Su dolor se expresó en sus rudas facciones al pesar en aquellos gemelos, los que había visto crecer toda su vida y convertirse en quienes eran ahora… traidores… o al menos era así como los llamaban.
¿Pero… él pensaba igual?
Unos leves pasos los distrajeron de sus reflexiones, para luego percatarse que había sido alcanzado por la vieja de la aldea. Gothi había sido convocada al puerto para darles la ultima bendición tradiciones a los barcos antes de su partida, pero con una sola mirada a su rostro, Gobber pudo darse cuenta de la misma consternación que lo atormentaba también habitaba en la mujer.
Temían seriamente el destino que les deparaba a los gemelos Haddock y… lo que les esperaba a los guerreros más allá de esas aguas.
Toothless era consciente de su propia fuerza, acosta de su juventud. Los barbaros de dos piernas le tenía un nombre especial para él, pero eso no importaba… nunca le importó, él era quien era y con eso bastaba. Su cuerpo era tan fuerte como el viento, su aliento tan devastador como el rayo y velocidad tan precisa como la muerte. Él era imparable.
Desde muy joven había prendido a surcar el cielo, en hacerlo suyo y aclamar la noche en su nombre. Él era invencible y los disfrutaba. Iba a donde le quisiera y hacia lo que le plazca, pero siempre solo… siempre estuvo solo. Pero eso no importaba, lo prefería de esa manera, no había a quien obedecer, por quien preocuparse o por quien llorar. O al menos eso fue hasta que terminó atrapado por los llamados de la inicua reina.
Al igual que muchos antes que él, se volvió su esclavo. Volaba por ella, robaba por ella y mataba por ella. El poderoso ser que alguna vez fue, se convirtió en un simple peón de una guerra sin sentido que ningún bando sabía cómo había iniciado en un principio.
Pero todo cambio para Toothless el día que se topó con el pequeño niño humano de ojos verdes y cara manchada. En aquel momento, el dragón de ébano estaba seguro de su propio final, pero ante su sorpresa, ese chico no solo le perdonó la vida, sino también le dio otra oportunidad, y con el tiempo un propósito.
Toothless desarrolló una gran curiosidad por el pequeño humano como éste demostraba hacia él. Parecía mucho más listo que la mayoría de su clase. Poco a poco, el nightfury se fue encariñando con este pequeño niño y su doble femenina; ellos cuidaban de él, lo alimentaban, jugaban, bailaban juntos y le regresaron el poder de surcar nuevamente las nubes.
Por primera vez en su vida, a Toothless había algo más importante en su vida que él, tenía a alguien a quien amar y por quien morir. No quería cambiar eso por nada en el mundo, y ni reina y los otros barbaros de dos patas podían interponerse en sus deseos.
Fue por eso cuando su cuerpo adolorido y golpeado se encontraba atrapado por las cadenas y arneses, el espíritu de Toothless se sentía débil. No había logrado proteger a su joven amigo humano y lo habían apartado de su lado. Ahora no tenía idea de donde podía estar o que habían hecho con él los otros humanos salvajes. Él era prisionero nuevamente, sin voluntad o libertad para cumplir sus deseos y no tenía idea si volvería a ver al joven de ojos verdes y cara manchada que cambio su vida para siempre.
Honey nunca se había sentido tan miserable en su vida, en especial en su propio hogar. La gran choza del jefe se encontraba a oscuras, debido a que todas las salidas habían sido bloqueadas para impedir el escape de la jovencita, dejándola sumida en la profunda oscuridad. Por lo que le pareció horas, Honey golpeó la puerta con sus pequeños puños hasta lastimarse los nudillos, pero nadie de exterior acudió a socorrerla. Estaba sola, sumergida en la soledad y la tristeza.
Intentó violar las cerraduras como siempre lo había hecho, pero algo más impedía que la puerta se abriera, algo del otro lado la tenía atrancada. Ya sin fuerzas y con la garganta agotada de tanto gritar, la gemela se dejo deslizar por la superficie de madera de la puerta de su casa, hasta quedar tendida en el suelo, para luego estallar en llanto.
Honey no sollozaba como la mayoría de los niños, que podía ser ante cualquier cosa o injusticia. Ella solo derramaba lágrimas ante el miedo: el miedo de perder a su hermano, el miedo a sus sueños o el miedo ante la incertidumbre.
Su futuro era incierto, siempre lo fue, pero en esa ocasión era mucho más inconcebible. No tenía idea que era lo que su padre tenía planeado para ella y su hermano, tal vez más que un terrible castigo les deparaba. Hiccup había sido renegado por Stoick y con la traición probablemente enfrentaría el destierro de la isla. En cuanto a ella, era posible que tuviera la misma suerte ante su complicidad con su hermano, pero también cabía la posibilidad que su padre quisiera conservarla simplemente para cambiarla en el futuro al mejor postor. Eso le daba más miedo que el destierro.
Era curioso como cambiaba las cosas. Por tanto tiempo, los hermanos gemelos sufrieron la indiferencia de su padre y ahora que tenían su completa atención (aunque forma negativa) era preferible ser ignorados nuevamente.
Honey, entre lágrimas, recordó con dolor aquellos años del pasado cuando ella era pequeña y junto con su gemelo jugaban en la seguridad de su casa y bajo la mirada pendiente de su padre. Eran vagos, pero buenos recuerdos de cuando el amor de su familia aún estaba intacto, continuaban con lo que su madre dejo pendiente.
Tal pensamiento llevó a Honey preguntarse ¿que habría hecho su madre en esa situación? ¿Los abría apoyado o dado la espalda como su padre? No lo podía saber, nunca llegó a conocerla como para tener una idea de cuál partido habría tomado. Tal vez solo el viejo Wrinkly hubiera intervenido por ellos, pero él tampoco estaba para salvarlos.
La chica se sentía tan sola, sin familia, sin amigos y sin Toothless.
Todo era tan incierto…
–¿Honey? –escuchó débilmente del otro lado de la puerta –. Chits… Honey…
–Hola –soltó la chica rápidamente apoyándose contra la madera –. ¡Hola! ¡¿Quien está ahí?!
La respuesta tardó un momento en llegar, por lo cual la gemela se sintió engañada. Alguien le hacía una pésima broma en las peores circunstancias, cuando voz volvió de nuevo:
–¡Roar!
–¿Eggingarde?
–Sí. ¿Qué sucede Honey? ¿Por qué te encerraron ahí adentro?
–Es… –balbuceó Honey débilmente y soportando un trago amargo de saliva – difícil de explicar…
–Entonces no lo hagas –dijo la esclava del otro lado con tal jovialidad en la voz que hizo sonreír a la pobre cautiva –. Sé que no mereces estar ahí.
–Gracias.
De nuevo quedaron en silencio. Honey pudo sentir como las lagrimas volvían aflorar en sus ojos a como el sentimiento de incertidumbre volvía apoderarse de ella.
–Honey ¿Tienes miedo? –le preguntó tajantemente Eggingarde desconcertándola.
Honey se tomó tiempo poder articular su respuesta:
–Mucho.
–Yo también –explicó la niña esclava casi en susurro –. Todos actúan muy loco, no dejan de hablar del nido.
Al escuchar aquellas palabras, algo se iluminó en el cerebro de Honey, más que una idea sino como una visión, una de muerte y destrucción donde su padre y compatriotas podrían perder sus vidas. Era vago y menos claro que sus rutinarios sueños, pero era tan poderosa la sensación que sacudió su cuerpo. En una sacudida, la joven gemela salió de su estupor con la respiración entre cortada y temiendo más por otros, que por sí misma.
–Usaran a Toothless para buscar el nido –dijo con tal seguridad recordando la preocupación que demostró su hermano por el dragón de ébano antes de separarlos. Pero eso no era todo, además estaba… –: Hiccup dijo que ahí había un gigante dragón…
–¿Un gran "roar"?
–¡Un gigantesco "roar"! ¡Todos están por embarcarse a una muerte segura!
Aunque su padre era el culpable de todo el pesar que había caído sobre sus hijos y el rechazo de su gente fue siempre constante, Honey no tenía el corazón de piedra como para desearles una muerte tan irónica; además arrastraban al pobre e inocente Toothless con ellos al mismo destino.
–Hay que detenerlos –soltó la chica pecosa recobrando el valor y poniéndose de pie del frio piso de madera donde derramó sus lagrimas –. ¿Pero cómo? Ellos no entienden razones y papá piensa que lo he traicionado –su rápida mente trabajo a velocidad desglosando el problema y buscando una solución –. Necesitamos un plan y rápido. Hiccup siempre fue muy bueno para eso… ¡Eggingarde! ¿Sigues ahí?
–¿Roar?
–Muy bien. Porque voy a necesitar tú ayuda para salir de aquí.
Astrid marchaba como endemoniada por la aldea sin que nadie quisiera acercarse a ella. Eso se debía principalmente a la mirada de pocos amigos que llevaba y la nariz sangrante que lucía. Su no tan discreto puñetazo terminó en una gran trifulca en la arena, y a pesar de que recibió un golpe directo en el rostro, estaba satisfecha con haber derribado a su contrincante de una buena patada y que fueran necesarios más de un par de brazos para apartarla de su objetivo. Pero eso ya no tenía importancia, lo que quería saber era ¿qué había sido de Hiccup?
Sabía perfectamente que el jefe nunca le haría daño a su hijo, sin importar lo enojado que estuviera con él, pero definitivamente el muchacho estaba en problemas con todo lo sucedido con el nightmare y el nightfury. Pero nadie le decía nada o le dedicaba su atención; la futura partida de las naves tenía tan ocupado a los guerreros, como para atender los reclamos de una jovencita refunfuñona. Fue hasta que vio como Toothless era subido completamente maniatado de patas a la cabeza al navío del jefe, cuando se percató de lo grave de la situación del gemelo. Tenía que dar con Hiccup cuanto antes.
Nunca se imaginó encontrado encerrado en la prisión de la aldea.
Esa maciza choza de madera que solo contaba con tres pequeñas celdas, que rara vez eran utilizadas y sus principal fusión era mantener quieto algún miembro del clan Thorston que le pareció divertido robarle las botas a alguien. Cuando Astrid llegó a la prisión la encontró desprotegida y sin vigilancia, no era necesario ya que su único ocupante era un pequeño escuálido muchacho que no podía ni levantar un hacha por su cuenta.
Al entrar, Astrid rápidamente vio Hiccup acurrucado en un ovillo de sí mismo en el centro de su celda, con la mirada oculta en sus brazos y estos abrazando sus piernas.
–¿Hiccup? –lo llamó ella débilmente ante la patética imagen que representaba.
El muchacho no le contestó, Astrid comenzó a temer que en realidad si estuviera herido.
–¡Hiccup! –repitió elevando su voz y sujetando con fuerza los barrotes de la celda. En respuesta, el pequeño cuerpo de Hiccup de contralló un poco.
Definitivamente la estaba escuchando, pero se sentía tan miserable como para responder. Eso enfureció a Astrid, quien había visto de primera mano la fuerza que podía tener aquel gemelo pecoso y aquella actitud lastimera que había adoptado, no solo comenzaba a enfermarla, sino que no iba con él. Así que contraatacó:
–Vaya que si la arruinaste, en una sola mañana perdiste todo, tu nombre, tu familia, tu mejor amigo…
–Gracias por recordármelo –dijo el chico débilmente continuando en posición fetal.
Astrid esperó unos segundos a que dijera algo más, pero al ver que no hablaba, se dispuso a insultarlo. Tenía preparado algunas cuantas palabrotas listas en su mente, cuando de repente el muchacho comenzó a enderezarse hasta quedar sentado en su solitaria celda, pero sin atreverse a levantar la mirada.
–Habría sido más sencillo todo, si hubiera matado al dragón –dijo él con profundo rencor.
Hiccup sabía muy bien que Toothless no era el principio de sus penas pero si la gota que derramó el vaso. Él era el hijo del líder vikingo de Berk, debía demostrar fuerza y poder, y en lugar de eso fue débil y un cobarde por no atreverse a matar a la bestia. Su vida habría sido mucho más sencilla, no estaría metido en esos problemas y su padre no habría condenado a sus guerreros a morir, si él hubiera acabado con el dragón.
–Cualquiera de nosotros lo hubiera hecho –le dijo Astrid ante su reflexiones –, pero tú no lo hiciste. ¿Por qué?
Era algo que él mismo se preguntaba, por lo cual no necesitaba que Astrid se lo reclamara. Había demostrado lo patético que era por no haber querido matar un dragón… a pesar de que se viera tan débil y asustado… tanto como él. Ante sus ojos, el nightfury atrapado y herido, había sido un reflejo de su propio ser.
¿Pero qué había ganado todo eso?
–Pero eres el primero en montar un dragón.
Aunque Hiccup tenía la mirada perdida en sus pies no pudo evitar recordar la maravillosa sensación del vuelo, el viento frio contra su cara y vértigo en los movimientos de Toothless. Cuando volaban juntos, se sentía contado a él… eran casi uno. Él lo necesitaba tanto como el dragón a él. Pero ahora, estaba condenado a sufrir el mismo destino que muchos otros de su especie, esas maravillosas criaturas que perecieron inútilmente en una guerra sin sentido, la cual era dirigida por su padre y que al final le costaría la vida a todos.
Reflexionando ante su propias palabras, Hiccup se dio cuenta que tenía que hacer algo, debía salvar a Toothless, a su padre, a los otros guerrero y a los dragones. Tenía que hacerlo.
–¡Astrid! –la llamó el muchacho levantando la vista, pero pronto cambio su tono determinado ante el aspecto de la joven rubia –. ¡Astrid! ¿Qué te paso? –la indicó mientras se ponía de pie.
–Gajes del oficio –respondió ella sin darle importancia, mientras el chico trataba tocar su nariz cubierta de sangre seca –. Hay cosas más importantes que esto.
–Debemos detenerlos, Astrid –agregó Hiccup retomando su posición decidida –. Todos van a una muerte segura.
–Eso se escucha mucho mejor –dijo ella con una sonrisa picara –. Bueno, excepto por lo de morir.
–Debe haber una forma de salir de aquí.
Hiccup luchó con los barrotes de su celda en vano y el cerrojo de la puerta por nada cedió a las sacudidas.
–Es inútil –sentenció Astrid soltando una patada a la puerta –. Tomaron las llaves consigo, no hay forma de abrir la puerta.
–Pero si no puedes abrir la puerta, siempre busca otra forma de salir –dijo de repente una voz detrás de Hiccup y Astrid, haciendo que ambos soltaran un grito en sorpresa.
Se volvieron a la ventana enrejada detrás de ellos, para toparse con el rostro pecoso de Honey asomándose por la cuadrada hendidura.
–¡Honey! –soltó Hiccup –. ¡¿Qué es lo que haces?!
–Hiccup no me distraigas –se quejó ella mientras ataba una soga gruesa a uno de los barrotes – que Eggingarde no podrá sostenerme por mucho tiempo.
–Roar –se escuchó débilmente.
–¡¿Eggingarde?!
–¿Eggingarde? –preguntó Astrid sin comprender –. ¿Quién es Eggingarde?
–Excelente –dijo Honey satisfecha antes de desaparecer de un solo brinco –. Quítense de la pared.
Antes de que Hiccup o Astrid pudieran preguntar que estaba planeando, lo barrotes de la ventana fueron arrancado de un solo tirón llevándose con sigo parte del marco de la misma. Sin poder contener una sonrisa, Hiccup no perdió tiempo en trepar por la ventana abierta y salir al exterior. Su sorpresa fue mucho mayor al descubrir que Honey había atado el otro extremo de la soga al jabalí mascota de los gemelos Thorston para que hiciera el trabajo pesado.
Tan pronto el joven pecoso fue libre, volvió a quedar prisionero por los estrujante brazos de su hermana. No pudo contener la alegría que le daba verla, que una vez que se recuperó del estupor le correspondió a su afecto.
–¿Estás bien? –le preguntó Honey al oído –. ¿No te lastimaron?
–No ¿Y tú?
–Sobreviviré.
Hiccup y Honey se separaron sonriendo de oreja a oreja. Pronto la vista del joven gemelo pasó a la pequeña esclava cubierta con piel de osos blanco que también sonreía muy satisfecha de sí misma.
–Gracias, Eggingarde.
–Roar –gruñó levantando una de sus manos afelpadas.
Unos segundos después Astrid se reunió con el grupo, dándole la vuelta a la choza que servía como prisión. Al verla, Hiccup recordó cual era la razón de su urgencia por ser libre, que sin decir razón alguna a las chicas, salió corriendo a toda velocidad en dirección de los muelles. Pero ya era demasiado tarde, los barcos se había marchado hacía tanto que ya no se distinguían a la distancia.
–¿Qué vas a hacer? –le preguntó Astrid casi sin aliento cuando ella, Honey y Eggingarde lo alcanzaron cerca del acantilado.
–Probablemente algo estúpido –soltó Hiccup sin querer con la mirada perdida en el horizonte.
–Sí, pero ya hiciste eso –puntualizó su hermana.
–Entonteces algo estúpido –agregó con una idea brillante en la cabeza y sin decir más salió corriendo en dirección contraria.
–Eso está mucho mejor –sentenció Astrid corriendo detrás de él, pero con una enorme sonrisa en los labios.
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