CII
Eleven no puede lidiar con tantas emociones; cubre su rostro con sus manos. Poe suelta un débil maullido a modo de protesta porque las caricias han cesado nuevamente.
—Por favor, detente —suplica con un hilo de voz—. No puedo… No puedo.
Henry calla, mas no se aparta.
—Es demasiado —solloza—. Esto y… que Mike piense tan mal de mí, que haya perdido el control con… Angela y… Y que haya encontrado a Poe tarde.
Ante sus palabras, el hombre frunce los labios. Eleven lo sabe porque finalmente vuelve a mirarlo luego de unos segundos.
—Y tú… ¿Hice algo… para ofenderte?
Henry frunce el ceño.
—¿Perdón?
—Te noto… extraño —confiesa—. Estás más callado y… Y pasas mucho tiempo… —«lejos de mí», no dice—: Mucho tiempo en tu estudio y en el ático y… Y es desde lo de Angela. Desde… que traje a Poe. Y tal vez… Tal vez es mi culpa, te causo muchos problemas y… Y es todo lo que parezco hacer últimamente: ser un problema para ti —finiquita con desconsuelo.
Le toma un momento identificar el ruido que Henry hace: nota, al fin, que está riendo en voz baja, pese a sus evidentes intentos por no hacerlo.
—¿Henry…?
—Disculpa —carraspea él—. Lamento haberte hecho pensar eso: no es así. Tú nunca eres un problema.
Le es imposible dudar de la sinceridad de su afirmación cuando la mira —y le sonríe— de manera tan dulce.
—Sin embargo, no estás equivocada respecto a un punto en particular: he estado pasando más tiempo encerrado en mi ático y en mi estudio que contigo. —A diferencia de ella, Henry admite lo último con naturalidad, como si fuese obvio que el único otro posible lugar donde podría haber estado es a su lado—. Y hay una razón para eso.
Eso despierta su curiosidad.
—¿Sí…?
Su sonrisa no hace más que ensancharse.
—Ven conmigo —Sus ojos azules se posan en el gato en su regazo—. Y trae a… Poe.
Hace ya un tiempo desde la última vez que ha pisado el ático. No nota grandes cambios: la mesa sigue en el mismo lugar, también el almohadón, los frascos con arañas…
Y entonces, advierte en una enorme cortina que recubre por completo una de las paredes.
—¿Y eso? —inquiere, señalando el objeto de su pregunta con un movimiento de su cabeza.
—¿Hm? Oh, no es nada —le asegura él con tono casual—. Es algo en lo que estoy trabajando; te lo enseñaré más adelante.
—Uh… Okay.
—Ponte cómoda —le dice él, su mirada fija en el almohadón; Eleven así lo hace, manteniendo siempre al minino entre sus brazos.
Henry toma asiento a su lado, si bien se acomoda hasta quedar mirándola. Al notarlo, ella hace lo mismo; se gira hacia él. Poe suelta un leve gruñido ante el movimiento, mas parece resuelto a seguir dormitando, pues enseguida vuelve a cerrar los ojos.
—Te ha tomado mucho cariño, aparentemente —nota Henry.
Ella asiente. Él se toma un momento —parece estar buscando las palabras adecuadas— antes de preguntar:
—¿Puedo cargarlo?
La petición la sorprende; no la habría esperado de él. No obstante, por supuesto que no se la niega.
—Claro…
Con cuidado, pasa los brazos por debajo del cuerpo del gato y lo separa de sí; este, ahora despierto, abre los ojos al instante.
—Ten…
Cuando Henry extiende los brazos para tomarlo, todo sucede en menos de un segundo: la personalidad del tranquilo animal parece dar un giro de ciento ochenta grados y, con una rapidez asombrosa —en especial considerando su frágil estado de salud y su debilidad generalizada—, extiende las garras y abre dos líneas rectas en la perfecta piel blanca del brazo derecho de Henry.
—¡Ah…! —exclama el hombre a la par que el felino sale disparado hacia el otro lado del ático.
Conmocionada, Eleven no sabe siquiera hacia dónde mirar: si a Poe, quien, con el pelaje erizado, no despega la vista del hombre frente a ella y no deja de sisear de manera feral…
… o a la sangre que se acumula ya en el brazo de Henry y desborda las dos líneas.
