En un día inusualmente tranquilo en la residencia Tendo, donde la ausencia de combates y disputas parecía casi un presagio, Ranma y Ryoga se encontraron solos en casa. Genma y Soun habían salido con Happosai en una de sus habituales búsquedas de "tesoros", dejando atrás un silencio que pronto sería roto por la curiosidad y el destino.
Happosai, el pervertido, pero indiscutiblemente poderoso maestro de ambos jóvenes coleccionaba todo tipo de artefactos extraños y místicos durante sus viajes. Muchos de estos objetos estaban escondidos u olvidados en el ático de la residencia Tendo, un lugar lleno de misterios y prohibido para los más jóvenes.
Sin embargo, la curiosidad superó a Ranma y Ryoga ese día. Con Happosai fuera, vieron la oportunidad de explorar el ático en busca de venganza. El anciano maestro de artes marciales había cruzado una línea esa mañana, Happosai se había atrevido a robarle la ropa interior a Kasumi, y eso era algo que ninguno de los artistas marciales estaba dispuesto a tolerar.
Subieron cuidadosamente, tratando de hacer el menor ruido posible, conscientes de que cualquier objeto allí arriba podría ser peligroso o valioso. El polvo flotaba en los haces de luz que se filtraban a través de las pequeñas ventanas, y cada paso hacía crujir las viejas tablas del suelo.
Entre montones de revistas, brasieres y pantis y todo tipo de artefactos, Ranma encontró una pequeña caja de madera tallada. Sin pensarlo demasiado, la abrió, revelando lo que parecía ser un antiguo espejo de mano. El marco del espejo estaba adornado con intrincados patrones y símbolos que ninguno de los dos pudo descifrar.
"Ven a ayudarme." Dijo con urgencia, mientras apilaba el montón de ropa íntima en un rincón, le preocupaba que alguien le viera en esa posición tan comprometedora y el que Ranma se estuviera distrayendo con las baratijas del anciano le enojaba.
"Tranquilo, P-chan." Le dijo con una sonrisa, conociendo bien el motivo de la urgencia del chico perdido. La atención del artista marcial volvió al espejo que reposaba en sus manos.
Era pequeño, cubierto de un montón de símbolos extraños. Pensó en destruirlo, pues le recordaba al espejo Nanban y no quería repetir las aventuras en el pasado nuevamente, además que privar a Happosai de sus artefactos le llenaba de satisfacción.
Cuando se disponía a destrozarlo, Ryoga se inclinó sobre su hombro, examinando el espejo más de cerca. En ese momento, sus reflejos comenzaron a brillar con una luz cegadora, y antes de que pudieran reaccionar, una fuerza invisible los jaló hacia adentro.
Un torbellino de colores y sonidos los envolvió, una sensación de estar siendo estirados y comprimidos a la vez. Cuando la luz se disipó, se encontraron de pie en el ático una vez más, pero algo había cambiado fundamentalmente.
Ranma frotó sus ojos, la luz cegadora del espejo le había agarrado desprevenido. El artista marcial miro hacia abajo, observo su reflejo y la imagen que le devolvió la mirada era completamente ajena, y sin embargo, familiar.
Y frente a él, Ryoga parecía igualmente confundido, mirando sus propias manos como si nunca las hubiera visto antes.
"¿Qué... qué ha pasado?" Susurró el chico perdido, que para su horror su voz sonaba extrañamente familiar.
"Maldita sea, P-chan." Pronunció Ranma, mientras observaba la expresión de pez fuera del agua que tenía sus facciones, bueno, las facciones de Ryoga.
El pánico inicial dio paso a la realización de que el espejo había intercambiado sus cuerpos. Intentaron devolver el proceso, mirando nuevamente al espejo y deseando volver a la normalidad, pero el espejo ya no respondía, su brillo había desaparecido.
La presión de la situación, el miedo a las consecuencias, y la ira por haber caído en otra situación absurda debido a los artefactos y las trampas dejadas por Happosai, todo se acumuló rápidamente.
En un momento de pura impulsividad y desesperación, Ryoga levantó su puño y, sin pensarlo dos veces, lo lanzó contra el espejo. El cristal se hizo añicos, fragmentándose en mil pedazos que brillaron momentáneamente bajo la luz antes de dispersarse por el suelo.
"¡Ryoga, imbecil! ¿¡Qué has hecho!?" La voz de Ranma, saliendo de su propia boca, pero dirigida hacia él en reprimenda, solo sirvió para enfurecer más a Ryoga. Se giró hacia Ranma, respirando pesadamente, los fragmentos de su reflejo dispersos a sus pies como un amargo recordatorio de su situación.
"¡No lo sé! Solo... solo que no quiero tener que ver tu estúpida cara todos los días de mi vida." El tono de su voz había cambiado de la ira a la desesperación, su frustración dando paso a la realidad de su situación. Había esperado una solución simple, algo típico de las locas aventuras y desventuras que plagaban su vida, pero la gravedad de estar atrapado en el cuerpo de otra persona, de no poder reconocerse a sí mismo, lo golpeó con fuerza.
Ranma asintió, entendiendo completamente a su rival. Él era un hombre compresivo después de todo. "No pasa nada, ya lo solucinaremos. Siempre nos pasan estas cosas hombre." Le dijo con una pequeña sonrisa, ignorando la vena que se asomaba en su entrecejo.
La mirada esperanzada que se asomó en los ojos de Ryoga, en sus ojos, fue francamente perturbadora para el artista marcial.
"Tienes raz-" Las palabras de Ryoga fueron silenciadas por una fuerte patada en su estomago.
Ranma hundió con gusto su pierna en el estomago de Ryoga, y la retorció un poco en venganza. Había pocas cosas que enojaban a Ranma , pero le habían dicho feo y estúpido, y eso, señores era imperdonable para el artista marcial.
Mientras observaba la figura de su rival retorcerse en el suelo, en su cuerpo, no pudo evitar darse cuenta que estaba lastimando su propio cuerpo. La realización de que quizás no había sido buena idea golpearle le llegó un poco tarde.
Ryoga no dudo en aprovechar lo distraido que estaba su rival.
El golpe que recibió en retaliación le hizo retroceder.
"¡Esto es tu culpa, Ryoga! ¡Si no hubieras insistido en husmear por el ático, nada de esto habría pasado!"
"¿Mi culpa? ¡Tú fuiste quien encontró ese maldito espejo! Y ahora, ¡mira en qué lío estamos!"
Las palabras rápidamente dieron paso a la acción. Los dos comenzaron a luchar, sus movimientos llenos de la frustración y el estrés acumulados durante el día. Sin embargo, la pelea tenía una extraña falta de coordinación. Ranma, acostumbrado a la agilidad y velocidad de su propio cuerpo, luchaba por adaptarse a la fuerza bruta y la resistencia de Ryoga. Mientras tanto, Ryoga encontraba difícil no lanzarse hacia adelante con la misma temeridad con la que usualmente combatía, dándose cuenta de que el cuerpo de Ranma requería una aproximación más técnica y precisa.
La pelea terminó tan abruptamente como comenzó, con ambos combatientes exhaustos y respirando con dificultad, todavía de pie, pero apenas. Fue en ese momento de agotamiento cuando una verdad incómoda se asentó entre ellos: no importaba cuánto lucharan, sus cuerpos no cambiarían de vuelta solo por deseo o fuerza.
Ranma, en el cuerpo de Ryoga, suspiró " Esto no nos lleva a ninguna parte. No podemos pelear entre nosotros si queremos solucionar esto."
Ryoga, en el cuerpo de Ranma, asintió lentamente. "Tienes razón. Odio admitirlo, pero... necesitamos trabajar juntos para encontrar una manera de revertir esto."
La admisión de su vulnerabilidad mutua marcó un punto de inflexión en su relación. Aunque el camino hacia la solución aún era incierto, el primer paso hacia la comprensión y el respeto mutuo ya estaba dado. La pelea les había enseñado que, más allá de sus diferencias y rivalidades, compartían un deseo común: recuperar sus propias vidas y cuerpos, un objetivo que solo podrían alcanzar uniendo fuerzas.
