En un intento rutinario y trivial de ir al baño, Ranma se encontró envuelto en una situación tan extraordinaria como desconcertante. Lo que debió haber sido un corto trayecto desde el ático hasta el baño se transformó en una odisea completamente fuera de lo común, una que desafiaría incluso las expectativas más extravagantes.
Ryoga era conocido por su terrible sentido de la orientación, pero Ranma nunca había imaginado que este defecto pudiera ser tan profundo y abrumador. Un giro equivocado aquí, una decisión errónea allá, y antes de que Ranma se diera cuenta, se encontraba perdido, no solo en el laberinto de pasillos y habitaciones sino fuera, en las calles y, eventualmente, en un entorno completamente diferente.
Ranma daba zancadas mientras mascullaba malhumorado, "Ryoga ha de tener algo mal en la cabeza..." Se quejó, había renunciado a intentar orientarse, pues irónicamente, mientras más lo intentaba más lejos de su destino terminaba. Él quería ir a un sitio, pero sus pies le traicionaban, llevándole a otro.
Era francamente horroroso.
Una pequeña gota de agua cayó sobre su nariz.
"Mald-" El artista marcial intentó abrir el paraguas que siempre acompañaba a Ryoga pero no lo logró a tiempo.
Entre la maraña de ropa, emergió el pequeño cerdo. "Bweee." El cerdito gruño amargamente, mientras se disponía a continuar con su camino, dejando abandonado el paraguas y el morral de Ryoga pues su pequeño cuerpo no podía con el peso de estos.
El pequeño cerdito, impregnado por la determinación de Ranma, se adentró en la ciudad, cada paso un desafío, cada gota de lluvia haciéndolo aún más difícil. El mundo le parecía ahora un lugar enorme y desconocido, lleno de peligros y maravillas a partes iguales. A su tamaño, cada charco era un lago, cada piedra, una montaña. Sin embargo, Ranma no era alguien que se diera por vencido fácilmente, sin importar la forma que tuviera.
Él regresaría al Dojo Tendo, le daría una tunda a Happosai y a Ryoga y recuperaría su antiguo cuerpo, porque él era Ranma Saotome, hombre entre hombres.
Las lágrimas del pequeño cerdo se mezclaron con las gotas de lluvia.
La lluvia había hecho las calles y caminos aún más laberínticos de lo habitual, y con su tamaño reducido y sus instintos alterados por la transformación, Ranma no tardó en perderse.
La ciudad dio paso a campos abiertos, y los campos a un paisaje más rural. Sin darse cuenta, había viajado considerablemente lejos del dojo. La lluvia comenzó a amainar, dejando en el aire el fresco aroma de la tierra mojada. Ranma, en su forma de cerdito, continuó adelante, movido por un instinto que no comprendía del todo, hasta que, finalmente, llegó a una granja.
El artista marcial sudó frío. Si alguien le veía, podían pensar que era un cerdo que se había escapado.
El pequeño cerdito trato de alejarse de la granja con todas sus fuerzas, pero sus patas le traicionaron para su horror, llevándole cada vez más cerca de la granja. El artista marcial no hizo sino maldecir el sentido de orientación del cuerpo de Ryoga. 'Ryoga todo esto es culpa tuya!'
"¡Oh, qué sorpresa más adorable!" Una voz familiar interrumpió su momento de horror corporal. Con una sonrisa que irradiaba calidez, se acercó al pequeño cerdo, ajena por completo a la verdadera identidad del animal.
"¡Ryoga! ¿Cómo has estado?" preguntó Akari, mientras extendía su mano para acariciar suavemente al lechón.
"Bwee." Chilló suavemente en respuesta.
Ranma, aún en shock y confusión por la serie de eventos que lo habían llevado hasta allí, se sintió extrañamente en paz con la situación. Akari lo recogió con cuidado, acunandolo sobre su pecho. La criadora de cerdos le prometió llevarle a un lugar seguro donde pudiera secarse y descansar. Mientras lo hacía, hablaba dulcemente, llenando el aire con una sensación de tranquilidad que Ranma no había experimentado en mucho tiempo.
Después de un largo y reparador sueño en la granja de Akari, Ranma, habiendo vuelto a su forma humana gracias al uso de agua caliente, se encontraba sentado en el borde de la cama, procesando la transformación. La calidez y serenidad del lugar habían hecho mucho por su ánimo, y ahora, mirando a su alrededor, se preguntaba cómo abordar la conversación con Akari. La situación era inusual, por decir lo menos, pero algo dentro de él sentía una extraña tranquilidad.
Ranma miro sus manos, su cuerpo, bueno, el de Ryoga, con aprecio. Su humanidad. Aunque no quería admitirlo, tenía que hacerlo. Transformarse en un animal, y, además, en uno tan vulnerable como un cerdito, era horroroso. Prefería mil veces su antigua maldición o incluso la de su padre, ya que Genma al menos podía defenderse siendo un panda.
Akari entró en la habitación, su semblante expresaba alegría. "Buenos días, Ryoga."
"Ho-hola." Respondió, sintiéndose cohibido.
Akari conocía muy bien a Ryoga, por lo tanto, Ranma temía que la realidad de su situación quedara expuesta.
'Espera...' Pensó el chico de la trenza, ¿Por qué debía mantenerlo en secreto?
No tiene sentido, concluyó. Akari más bien podría ayudarle a volver al dojo Tendo si le involucraba, teniendo eso en cuenta no tenía sentido ocultarle la verdad a Akari.
Ranma asintió con determinación, habiendo llegado a una decisión.
"Me sorprendió encontrarte ayer en la granja, Ryoga." Ella comentó con una pequeña sonrisa.
"Me perdí... estaba tratando de encontrar el baño y, de alguna manera, terminé aquí."
La explicación sonó tan absurda en sus propios oídos que Ranma esperaba que Akari se riera o mostrara incredulidad. Sin embargo, su respuesta fue tan cálida y comprensiva como siempre.
"¡Oh, Ryoga! Siempre con tu sentido de la orientación" Comentó, antes de continuar con un semblante avergonzado. "Quizás tu camino te trajo aquí por algo más que solo... perderte."
Ranma tragó saliva con nerviosismo. ¿Cómo se suponía que debía responder a eso?
El artista marcial soltó una risilla mientras rascaba su cabeza.
"Te gustaría desayunar algo? Acabo de preparar té."
Ranma asintió, agradecido por la hospitalidad y la oportunidad de aplazar su confesión. Mientras seguía a Akari hacia la cocina, se preguntaba cómo podría deshacer el embrollo en el que se encontraba, sin lastimar a nadie en el proceso.
Ranma hizo su mejor esfuerza para ignorar la sensación cálida en una de sus manos. Akari para guiarle, y evitar que se perdiera, le había tomado de la mano.
Durante el desayuno, Akari charlaba alegremente, compartiendo pequeñas anécdotas sobre la granja y sus animales. Ranma, por su parte, respondía lo mejor que podía, intentando actuar como él creía que Ryoga lo haría.
Cosa que no se le daba muy bien.
"Hay algo en tu mirada, en tu manera de ser que parece más... tranquilo, ¿quizás? Es difícil de describir, pero pareces estar en paz."
¿Paz?
El chico asintió como si supiera a lo que se refería. "Solo estaba pensando en lo afortunado que soy de estar aquí." Comentó con renuencia, la experiencia de la noche anterior había calado hondo en él. La experiencia de vulnerabilidad de ser un pequeño lechón fue horrible, y ni hablar que había terminado en una granja. El artista marcial tendría pesadillas con el evento, lo sabía.
Akari sonrió.
"Yo también me siento afortunada."
El sol seguía subiendo, bañando la granja con su cálida luz, creando una atmósfera casi mágica. Akari se levantó para recoger los platos, pero Ranma, impulsado por un sentido de cortesía y quizás por un deseo de prolongar la serenidad del momento, se ofreció a ayudar.
"Déjame ayudarte con eso."
Juntos, limpiaron en silencio, el sonido de los platos y el agua corriendo, llenando el espacio entre ellos. Ranma se movía con cautela evadiendo el agua lo mejor que podía, muy consciente de no solo la cercanía física con Akari sino también de la relación de esta con Ryoga. Era una sensación agridulce; por un lado, estaba la calidez de la conexión humana, algo que Ranma escasamente permitía sentir en su caótica vida, ya que si demostraba afecto por cualquiera de sus prometidas terminaría en el altar en un santiamén o peor aún linchado por sus pretendientes y rivales. Por otro lado, estaba la punzada de culpa por la mentira que esta conexión estaba basada.
Terminada la tarea, Akari le sugirió dar un paseo por la granja. "Podrías encontrarlo relajante", La expresión de Akari era un reflejo puro de su corazón abierto y su cariño sincero. Sus ojos brillan con una mezcla de emoción y ternura, iluminados por la anticipación. Ranma accedió, aún enredado en sus pensamientos y emociones.
Mientras caminaban, Akari le mostraba a Ranma los diferentes animales y explicaba sus rutinas diarias. Ranma escuchaba, asintiendo cuando era apropiado, pero su mente estaba en otro lugar. ¿Cómo contarle la verdad?
"Y este es nuestro campo de girasoles. No están en temporada ahora, pero cuando florecen, es como un mar dorado bajo el sol."
Ranma miró el campo vacío, tratando de imaginárselo como Akari lo describía. En ese momento, se dio cuenta de que deseaba ver ese mar dorado cuando estuviera en plena floración. El pensamiento lo sorprendió, un anhelo tan simple pero tan profundo.
"Debe ser hermoso." Admitió.
En aquel momento, bajo la suave luz del atardecer que se filtraba a través de las hojas del árbol bajo el cual estaban sentados, Akari reveló su deseo con palabras que parecían danzar al viento, "Me encantaría mostrártelo".
El corazón de Ranma se apretó. ¿Cómo podría hacerle esto a alguien tan genuino y bondadoso?
"Akari, tengo que regresar al Dojo Tendo. Aunque, siendo honesto, no tengo mucha idea de hacia dónde ir." Sus palabras le sabían a ceniza.
Aunque el cambio abrupto de tema había dejado una huella en su ánimo, sus palabras no perdieron calidez ni sinceridad. "Te entiendo, Ryoga. Pero no te preocupes, te dibujaré un mapa. No es la primera vez que ayudo a alguien con un "pequeño" problema de dirección, después de todo." Susurró con una sonrisa que procuraba ocultar la ligera sombra de desilusión en sus ojos
Mientras Akari se ponía de pie para buscar papel y lápiz, Ranma reflexionaba sobre la rareza de su situación. La culpa que sentía era un enemigo formidable porque residía dentro de sí mismo, alimentada por la conciencia de haber causado, aunque fuera inadvertidamente, un momento de tristeza a alguien que había mostrado nada más que bondad y sinceridad.
Akari regresó con el mapa, y con cuidadosas instrucciones, Ranma se preparó para partir. La despedida fue cálida, y aunque Ranma se iba con la intención de encontrar el camino de regreso a su propia vida, sabía que esta experiencia había dejado una marca en su vida.
Alejándose de la granja, Ranma no llevaba solo un mapa en la mano, sino también una pesada carga de culpa. La brisa fresca de la tarde acariciaba su rostro, intentando sin éxito aliviar el peso de sus pensamientos. Sus pasos, normalmente seguros y decididos, ahora reflejaban la pesadez de un corazón cargado de remordimiento.
