TRES KAPPAS

Shikamaru Nara mira a su sensei alejarse por una calle concurrida y hay más sombras de las que debería haber en la cara de Asuma Sarutobi, quien esquiva distraídamente a los viandantes con un cigarrillo apagado en la boca. Luego saca un mechero de metal, levanta su tapa, y lo prende. Una toma de cerca y ves dos dedos sujetando un cigarrillo humeante y los dedos son de Shuji Uchiha y este cigarrillo será el último. Él se ríe para sí mismo, tendido sobre un charco de sangre muy parecido al que Jiraiya acaba de pisar, a cientos de metros de la taberna, sólo que ese charco es de lluvia y le ensucia las sandalias de barro. Él corre a través del bosque tan rápido que los animales que ahí viven deben de considerarlo una aparición; con un poderoso salto se convierte en un borrón de color y esa mancha cruza el aire por más tiempo del que parece posible, y cuando aterriza, ya no es Jiraiya, sino Kakashi Hatake llegando a Konoha. El viaje ha sido largo y duro pero todavía queda lo peor. Detrás de él, Tayuya se aparta los mechones mojados de la frente y deja salir un gruñido de cansancio mientras, no muy lejos, Gaara del Desierto la observa con los brazos cruzados. Una nube de arena flota cerca de la calabaza que lleva a la espalda y si no te fijas demasiado en ella parecería que no es arena, sino humo, que es precisamente lo que rodea a Hiruzen Sarutobi: humo de pipa, espeso y gris, ascendiendo perezosamente hacia el techo de su despacho. El anciano reflexiona en silencio, con una imagen del chico rondándole la mente: él, mirándole con los ojos del Zorro. Ahora ves lo que él recuerda, que es la cara de Naruto Uzumaki enmarcada por un paisaje difuminado, y como en un retrato, se puede apreciar cada detalle de su expresión. Sus iris ya no brillan como antes pero siguen siendo rojos, y lucen extraños en el espejo en el que se está mirando ahora mismo. El fondo se aclara por fin y Naruto está en el baño de su apartamento, mirándose a sí mismo con expresión ausente, el grifo de su lavabo funcionando a media llave. El silencio continúa durante un rato hasta que, al final, su reflejo sonríe desde el cristal, aunque él no lo haya hecho.

2

16:00 PM. No hay nada que descrifrar en el semblante de Kakashi mientras relata lo sucedido, de pie frente al escritorio del Tercer Hokage. El jonin siempre ha sido bueno a la hora de ocultar sus emociones, hasta el punto que a veces le acusan de carecer de ellas. Es fácil especular sobre lo que uno no conoce, y en esta aldea ya no queda nadie que pueda presumir de conocer al Ninja Copia, al menos no realmente. Ni siquiera Hiruzen, con toda su experiencia y esos años que carga a las espaldas, sabe a ciencia cierta lo que le pasa por la cabeza a Kakashi mientras éste le cuenta, con todo lujo de detalles (y conste que cito textualmente), la de mierda que se les viene encima.

— No sé cuántos son ni a cuántas bandas tienen bajo su mando — dice, mientras Tsunade Senju, que llegó poco antes que él, tamborillea los dedos en el escritorio sobre el que está apoyada—, pero están reuniendo a gente de fuera; a forajidos, bandidos, criminales y ninjas sin aldea. ¿Los ataques en la frontera con la Arena? Ahora sabemos a qué se deben. El tipo al que interrogué era un mindundi, un matón de tres al cuarto. Pero tenía órdenes, y, ¿sabes cuáles eran? Le pidieron que se cargara gente. No le dijeron a cuántos, ni siquiera importaba quiénes fueran. Y no soy ningún estratega, pero todo esto me huele muy mal. Lo único que pueden ganar con algo así...

— Es atraer las miradas de alguien — Hiruzen completa la frase, ajustándose el sombrero de Hokage hasta que su cara queda envuelta en sombras— nuestras miradas. Estoy de acuerdo contigo, Kakashi. Nuestra relación con el Abanico nunca ha sido la mejor; he de admitir que mis intentos de mejorarla han sido... infructuosos. Los Uchiha no están interesados en la diplomacia. Y pese a ello, desde su exilio, rara vez nos han causado problemas. Hemos tenido unos pocos conflictos, eso es cierto, pero... jamás algo tan abierto. — Hay un silencio. El viejo se lleva la pipa a los labios y cierra los ojos. Cuando los vuelve a abrir, lucen vidriosos, inexpresivos—. Konoha no está preparada para una guerra. Maldición, ni siquiera está preparada para una escaramuza. Me traes noticias grises, Kakashi.

— Gracias, es a lo que me dedico.

— Todo esto tiene que ser por el chico — dice Tsunade, restregándose las sienes con las yemas de los dedos—, por todos los... tendría que haberlo previsto. Esos desgraciados no dejan pasar ni una. Quién sabe lo que tendrán en mente ahora. Mierda, como si no tuviéramos suficiente con Orochimaru, y ahora...

— Sasuke no es el motivo real — interviene Kakashi—, como mucho una excusa. Quizá intenten justificarse a ojos de otras aldeas, o a lo mejor es algún tipo de propaganda interna, es lo de menos. Si hacen esto, es por cómo estamos. — Los otros dos le miran, él les devuelve la mirada, luego suspira, frotándose la nuca con una mano— En horas bajas, vulnerables, débiles, hablando en plata, jodidos. Perdonen la expresión, no se me ocurría ninguna mejor.

— Nuestros jonin están dispersos por todo el país. — Hiruzen apoya los brazos sobre la mesa, sus dedos unidos por las yemas— Incluído Jiraiya. Si hay un momento para atacarnos, ése sería ahora.

— ¡Eso sería un suicidio! — Tsunade se pone de pie y echa a andar por el despacho, estresada— ¿Qué más da lo debilitados que estemos? Somos la Hoja, maldita sea. Si una aldeúcha del tres al cuarto piensa que puede venir e iniciar una guerra con nosotros...

— Han pasado años desde que los Uchiha se marcharon — dice Hiruzen—, no sabemos ni sus números ni cómo de poderosos son sus ninjas.

— ¿No lo sabemos? ¿Y qué hay de nuestros espías?

— Acabas planteándote dejar de enviar espías — dice Kakashi—, cuando te das cuenta de que nunca vuelven.

— Los Uchiha son un clan pequeño — asiente Hiruzen— pero su sharingan les confiere una ventaja que otros clanes no poseen. Cuando formaban parte de nosotros, la mayoría de sus miembros eran jonin. No hay muchos clanes que puedan presumir de lo mismo.

— Aún así, sólo es un clan — dice Tsunade, frunciendo el ceño.

— Y nosotros sólo una aldea. No debemos subestimar al enemigo sólo porque lo veamos pequeño; una víbora también es pequeña, pero su veneno es suficiente para acabar con un ninja.

— Tercero — dice Kakashi— da la orden a los otros jonin. Que vuelvan, los necesitamos en la aldea.

— Me temo que no puedo hacer eso. El ataque del Sonido ya nos ha dejado en una mala posición frente a otras aldeas; si mostramos debilidad, si nos vemos vulnerables, los Uchiha no serán los únicos de los que nos tengamos que preocupar.

— ¡Que le den a las otras aldeas! — espeta Tsunade, girándose hacia ellos desde el otro lado del despacho. Luego añade—: Son una panda de oportunistas. Y entiendo lo que quieres decir, pero, ¿no lo habéis pensado? ¿Y si en lugar de venir a por nosotros, van primero a por los ninjas que están fuera de la aldea?

Hiruzen asiente.

— Es posible.

— ¿Y aún así no les ordenas volver?

— Si es cierto que son objetivo de los Uchiha, eso no salvaría sus vidas. Tan solo daría a las otras aldeas otro motivo para pensar que somos débiles.

A Tsunade se le enciende la expresión, pero logra calmarse lo suficiente para no levantar la voz. Aún así, sus palabras suenan ásperas como piel de tiburón cuando dice:

— ¿Desde cuándo te importa más la diplomacia que las vidas de tus ninjas?

— Desde que no tengo una posición lo suficientemente fuerte — le dice Hiruzen, secamente— como para tomarme esas libertades.

— Odio interrumpir — dice Kakashi, alzando su ceja visible— pero hay otra cuestión de la que tenemos que hablar. Me refiero a Naruto — dice, cuando ninguno le responde—, a fin de cuentas, fue él quien acabó con la vida de Sasuke. Si lo que buscan los Uchiha es venganza, será uno de los objetivos. Y lo que me preocupa — añade luego— no es que quieran matarlo, sino que no quieran hacerlo.

— El Kyubi... — murmura Tsunade.

— Exacto. Ya lo utilizaron una vez. No podemos permitirles volver a hacerlo.

— Hace falta un shinobi muy poderoso para controlar al Nueve Colas — dice Hiruzen—, el último Uchiha capaz de hacerlo fue Fukaku, y su sharingan era una excepción entre...

— Hay uno. Itachi Uchiha.

La voz de Kakashi suena seria al mencionar ese nombre, y de pronto es como si la temperatura en el despacho bajara un grado o dos. A algunas personas es mejor no recordarlas, aunque sea por lo que pueda pasar. Aunque sea por los recuerdos que asociamos a ellas. A todos los presentes les vienen las mismas imágenes a la cabeza: el distrito Uchiha pintado de sangre, y la luna llena brillando en ella. Al final es Tsunade quien rompe el silencio.

— Es un paria, como lo fue Sasuke — dice—; no, peor que eso. Es un carnicero. Los Uchiha le odian incluso más que a nosotros.

— Tan solo me pongo en lo peor.

Hay un momento en el que Tsunade le mira a él, luego al Hokage. Y después, viéndose a sí misma en el reflejo del gran ventanal, sonríe. No sabe muy bien por qué lo hace. Quizá la situación sea demasiado absurda, o puede ser que tras todo lo que ha pasado últimamente, ya no tenga fuerzas ni siquiera para preocuparse.

— Es como dijiste antes — dice, riendo por lo bajo—, ese es nuestro trabajo, ¿no es así? Maldita sea. El Sonido, Orochimaru, la Arena, ahora los Uchiha... Si es verdad que existe alguien ahí arriba, apuesto lo que sea a que se está riendo de nosotros.

— Entonces no tenemos de qué preocuparnos — dice Hiruzen, rellenando tranquilamente su pipa—, porque sabiendo cómo se te dan las apuestas, ese alguien debe de estar de nuestro lado.

3

17:00 PM. Tayuya se mete en la ducha y sube la temperatura al máximo. El baño no tarda en llenarse de vapor, que empaña los azulejos y el cristal sobre el lavabo. Ella se desenreda el cabello con los dedos mientras una ola de alivio le recorre el cuerpo de arriba a abajo. "Ya era hora de volver", es lo que piensa. Y eso le fastidia. "¿Pero qué demonios digo? Tanto correr debe de haberme frito los sesos." Se le ocurre que lo mejor será no darle vueltas al asunto. A fin de cuentas, no puede ser bueno darle al coco cuando una está así de cansada. "Lo mejor será meterme en la cama y no salir en una semana o dos", se dice a sí misma. Luego deja que el agua se acumule entre sus manos juntas y se la lleva a la cara. Con quizá peor genio del necesario.

Más tarde se mira en el espejo de cuerpo entero que decora la esquina de su pequeño salón y lanza la toalla a alguna parte, quizá al sofá; su reflejo, húmedo por la ducha, le devuelve una mirada airada. Tayuya todavía lleva la marca de Orochimaru a la altura del cuello, sólo que ahora hay un segundo sello que lo mantiene inactivo. Un regalo de la Hoja. "No es como si fuera a utilizarlo de todas formas", piensa, "maldita sea." El Sello Maldito no es la única marca que hay en su cuerpo; la piel de la chica está salpicada de cicatrices, algunas viejas, y otras no tanto. Algunas son pequeñas, casi imperceptibles, y sólo las verías si estuvieras lo suficientemente cerca (algo que, si sabes algo sobre ella, no te aconsejo). Otras, como esa que le recorre el muslo en diagonal, son capaces de provocarte un escalofrío si piensas cómo se la habrán hecho. Ella no ha tenido una vida fácil. Quizá por eso, cuando se echa sobre la cama y trata de relajarse, no es capaz de hacerlo.

No mucho después ya se ha largado del apartamento. Cualquier paseo es mejor que estar mirando al techo sin poderse dormir, aunque sea por este barrio cualquiera, donde lo más destacable a la vista son las panaderías, las tienduchas locales, y el ocasional parque con un puñado de bancos donde sentarse. Tayuya mete las manos en los bolsillos de su sudadera y echa a andar, observando distraídamente el anodino paisaje de ese sitio que, se supone, es su casa ahora. Es un pensamiento extraño. Una vez más, decide no darle cuerda.

El centro de Konoha es distinto. Aquí hay mucha más gente. Lo curioso es que la mayoría no son ninjas, sino shinobis, algo que desde un primer momento le pareció absurdo. "No entiendo por qué alguien decidiría ser vulnerable", se había dicho, "débil, en un mundo como este." Y no es que su forma de verlo haya cambiado, pero a veces le ocurre que se queda mirando a una familia de civiles cenando en un bar, o paseando por un parque, y justo en esos momentos, algo en su interior amaga con enternecerse. Una vida como esa ha de ser fácil, volátil, pero esos momentos de calma... quién sabe. Ella no recuerda un solo momento de calma en su vida. Ni siquiera ahora, habiendo escapado de Orochimaru, es capaz de sentirse tranquila. Es como si en algún momento, al adentrarse en un callejón oscuro, o al entrar a su apartamento sin encender la luz, fuera encontrarse a su antiguo maestro ahí mismo, sus ojos de serpiente brillando hambrientos en la oscuridad. Maldita sea. Todavía se le revuelve el estómago al pensarlo.

Pero no lo suficiente como para perderse ese puesto de takoyaki que hay cerca del mercado. Es uno de esos sitios de confianza que mezclan lo barato con la buena comida; los dueños son una pareja de ancianos muy poco habladora, con pinta de llevar haciendo el mismo trabajo durante toda la vida. Tayuya no ha cruzado más que unas pocas palabras con ellos desde la primera vez que decidió probar el sitio, allá durante su primera semana en la Hoja: la mayoría de esas palabras fueron hola, gracias y adiós. Es reconfortante conocer a alguien que no sienta la necesidad de cotorrear cada minuto de su vida.

Como ese tipo que se le acerca en la barra del local. Es alto, atlético y debe de tener su misma edad; por su manera de saludarle, no es su primera vez haciendo esto. Tiene una de esas sonrisas que te hacen sentir como si te pasaran algo viscoso por la espina dorsal. Como un sapo, o quizá un pez.

— Nunca te había visto antes — dice—, y eso que vengo mucho. Este takoyaki es una pasada, ¿a que sí? Por cierto, me llamo Osamu. ¿Es la primera vez que vienes?

Ella coge la bolsa con la comida y deja una moneda de más sobre la barra, que la señora agradece silenciosamente.

— No — responde, dándose media vuelta—, adiós.

Pero el tal Osamu no sabe cuándo rendirse y se le pone delante, su sonrisa incluso más ancha, más pegajosa, que antes.

— Oye, no seas así. Sólo estoy siendo amable contigo. No eres de la Hoja, ¿me equivoco? Creo que a estas alturas conozco a todos los de por aquí. ¿Por qué no me acompañas? Conozco un sitio aquí cerca donde se está fenomenal. A veces...

— Mira — le corta ella— me da igual. Sal de mi vista si no quieres que te meta este takoyaki por el agujero equivocado.

Él va a responder, pero algo le detiene. Puede ser que haya sido su intuición, o la cara que le está poniendo ella ahora mismo. También puede tener que ver con la mano que le está agarrando el hombro desde atrás. Con esos dedos delgados que sin embargo se le clavan como si estuvieran hechos de acero. Osamu gruñe de dolor y se da la vuelta, tratando de quitarse la mano de encima, pero no hace falta: Naruto le suelta de todos modos.

— ¡Eh, tío! ¿Pero qué ha...? — Es lo que empieza a decir Osamu. Pero entonces sus neuronas hacen conexión. Y lo reconoce. Es ese chico, ese maldito chico monstruoso. Ese del que todos hablan. Naruto Uzumaki, el paria.

— Ah, culpa mía, culpa mía. No pensé que te estuviera apretando tan fuerte. — Naruto le dedica una sonrisa de chacal que no le llega a los ojos— En fin, yo que tú la dejaría en paz. Aunque no lo parezca, tiene un buen directo de derecha.

— ¿Eres amiga de éste? — Osamu mira a Tayuya de reojo, una gota de sudor bajándole por la sien— Espera, ¿acaso es tu novio?

— Más quisiera ella — ríe Naruto—, pero oye, estás pisando terreno peligroso. Un consejo de amigo: lárgate por donde has venido. Ya le acompaño yo...

— Vete a la mierda, Naruto — le dice ella—, nadie te ha invitado. ¿Qué demonios estáis haciendo? Dejadme en paz. Imbéciles.

Tayuya se cuela entre la gente y se marcha, no sin antes apartar a Naruto de un buen empujón. Ahora que los dos chicos se quedan solos, se miran entre sí. A Osamu se le pasa por la cabeza meterse con Naruto, pero descarta rápidamente la idea cuando repara en los ojos del chico, rojos como la sangre. Esos ojos no dejan de buscar los suyos hasta que los encuentran. Entonces Naruto le da un golpecito en el brazo, sonríe, y le dice:

— En fin, ¿takoyaki? — Pero para cuando se da la vuelta, Osamu ya se ha ido.

4

19:20 PM. Gaara del Desierto, levanta ambas manos y su arena envuelve completamente al gato atigrado que hay unos metros más arriba, en el árbol. Se oye un susurro, un maullido, y después el grito de un niño. Pero cuando la arena desciende suavemente hasta el suelo y se dispersa, el animal está perfectamente. Aunque el bufido que le dedica a Gaara es de campeonato.

— ¡Muchas gracias, joven! — dice la abuela del crío, tomando a Gaara del brazo— Ese descerebrado siempre se sube a los sitios más altos que puede, ¡y luego es un jaleo bajarlo! Toma, toma una propina, que te la mereces. Y yo que pensaba que los jóvenes de hoy en día eran unos desconsiderados...

Él mira a la señora sin saber muy bien qué hacer. Logra decir algo que se parece a "no es nada", tratando de soltarse el brazo, pero la mujer tiene una fuerza inusitada para su edad y no le queda más remedio que escucharla hasta que termina de hablar. Hasta le da un caramelo de regalo. Al final va a ser mala idea eso de ayudar al prójimo. Pero, más tarde, cuando a un viejo mercader se le cae el barril que estaba cargando, Gaara lo atrapa con su arena y se lo devuelve.

— Al final vas a ser un buen tipo y todo — le dice alguien: es Shikamaru Nara, ese chico que siempre parece estar aburrido por algo. Desde que se conocieron en los exámenes no han hablado mucho... lo cual es normal, teniendo en cuenta las circunstancias—, me sorprende verte por aquí. ¿De misión?

— Algo así.

— No pude agradecerte la ayuda que nos diste cuando, bueno, con todo ese asunto de Sasuke. Nos viniste de perlas. Pues eso, que gracias.

— Ya veo. — Gaara mira a Shikamaru; él mira a Gaara. Es uno de esos silencios que chillan de lo incómodos que son. Hasta que, al cabo de unos segundos, Shikamaru se ríe en voz baja.

— Me da que voy a tener que sacarte las palabras con una cuchara, ¿eh? En fin, los chicos y yo vamos a comer algo por ahí. ¿Te apuntas? No sé si en la Arena sois de carne a la parrilla, pero ya te digo que nosotros sí. — Una persona se cuela entre ellos. Cuando vuelven a juntarse, lo primero que ve Shikamaru es la cara de circunstancias del otro chico. Tan inexpresivo como siempre.

... unos minutos más tarde están sentados en la mesa del Tres Kappas, un bar-restaurante cerca del centro de Konoha. No es un mal sitio para comer, sobre todo si eres fan del cerdo. Es un lugar tradicional, con paredes y suelo de madera, y unas ventanas por las que no entra demasiada luz. Sus clientes son casi todos hombres de mediana edad a los que les gusta beber a destiempo. De modo que el grupo de Shikamaru (al principio iban a ser sólo Kiba y Choji, pero acabaron uniéndose Shino y Rock Lee) llama más la atención que un cadáver en una boda. No ayuda que Gaara se niegue a quitarse la calabaza esa de encima.

— Lo que quiero decir — va diciendo Choji— es que no me puedes comparar los filetes de lomo con unas buenas costillas. No, a ver, que no, ¿tú que sabes de comida, Lee? Con ese cuerpo parece que te alimentas por una pajita. A lo mejor si ganaras unos kilos, Neji no te daría tantas palizas...

— Eso ha sido un golpe bajo, Cho — ríe Shikamaru—, ¿qué te pasa, la dieta te pone de mal humor?

— ¿Qué dieta?

— Chicos, haced hueco en la mesa — Shino suspira y mira de reojo a Gaara, que está sentado a su lado y que habrá pronunciado un total de cinco palabras desde que llegaron— ¿Las setas son para ti, Gaara?

— Yo pedí costillas.

— ¿Ves? ¡Él sí que sabe! — Choji da una palmada sobre la mesa— ¿Va a tener que venir uno de la Arena a enseñaros a comer? — A lo que alguien le da una pequeña torta en la parte de atrás de la cabeza. Es Kiba, que dice:

— ¿Sabes? A lo mejor te vendría bien otro tipo de comida. Como ese salteado. — Se lo dice con una sonrisita, mientras se saca a Akamaru, su cachorro, del abrigo y le ofrece un trozo de carne.— Anda, come, que tienes que crecer...

— Yo como lo que me sale de las narices, muchas gracias.

— Así estás.

— ¿Ah, sí? ¿Y cómo estoy?

— Oigan — dice el camarero—, ¿para quién son las salchichas? Que no tengo todo el día. — Rock Lee levanta la mano. El camarero le deja el plato y se va refunfuñando a otra parte.

— Da gusto juntarnos para comer — dice Lee—, parece que las cosas están volviendo a la normalidad.

— La normalidad — ríe Kiba—, ya me dirás cuándo tuvimos de eso.

— ¿Un trozo de salchicha, Gaara? — dice Lee. El pelirrojo le dedica una mirada vacía. Pero luego coge una con los palillos.

— Gracias.

— Eh, Shikamaru — Choji le pega un gran mordisco a un trozo de costilla y suspira, creo que de alivio—, ah, me moría de hambre... oye, sobre Tayuya...

— No empieces.

— ¿Qué pasa con ella? — Kiba les mira a los dos alzando las cejas— ¿Nos perdimos algo?

— Casi me la cargo, ¿recuerdas? Choji está empeñado en que me disculpe con ella.

— Hombre, viéndolo así...

— Mira, dejadme en paz. No pienso acercarme a esa mujer, ¿estamos locos? No me apetece que me rompan la nariz, muchas gracias.

— Tampoco será para tanto.

— ¿Tú crees? Porque yo no tengo dudas.

Choji se encoge de hombros y se acaba otra costilla. El montón en su plato ya va cogiendo altura; los otros chicos, que ya le conocen bien, se miran entre ellos.

— Por cierto, ¿quién paga la cuenta? — dice Shikamaru. Con suerte, así podrá librarse de la conversación...

— Es la primera vez de Gaara — responde Kiba—, ¿por qué no él?

— Está bien... — Empieza a decir Gaara, pero Shikamaru le corta:

— No dejes que te hagan el lío — dice—, que cada uno pague lo suyo. Lo siento, Choji, pero es lo que es.

— Ya irás aprendiendo — ríe Kiba—, que no hay cartera suficiente para el apetito de un Akimichi.

— A todo esto, ¿qué misión tienes aquí, Gaara? — Rock Lee corta una salchicha en dos y mastica una de las partes tranquilamente— ¿Vienes a echarnos una mano?

— Es confidencial.

— Anda, ¡venga! Estás entre amigos — dice Kiba—, puedes confiar en nosotros.

— No.

— Venga, hombre...

— No.

— Kiba, déjale en paz. ¿O no sabes qué significa confidencial?

— Lo siento, señor chunin. No sabía que estaba tratando con un profesional. — El otro le va a replicar, pero Kiba le tira un palillo de dientes y le acierta justo en la frente.— Desde que te subieron de rango tienes un palo metido por el trasero, ¿o no, eh? — Dice esto mirando a los demás, pero nadie le sigue la corriente.— El señorito Nara se lo toma todo muy en serio...

— Pues sí — dice Shikamaru— deberías probarlo. A lo mejor así apruebas el siguiente examen.

— ¡Serás...!

— Deberíamos haber invitado a Naruto — dice Rock Lee—, seguro que le viene bien distraerse un poco, después de...

— No sé, Lee. Está un poco raro desde entonces.

— Hombre — dice Choji— es que es para estarlo.

— ¿Cómo está? — Pregunta Gaara, y todos paran de hablar para mirarlo— ¿Qué?

— Ha hablado... ¡Mira, Akamaru, sabe hablar!

— No le hagas caso, Gaara. Es lo que hacemos nosotros. — Shino se ajusta las gafas con dos dedos, luego sigue—: Naruto está bien. Todo lo bien que puede estar después de lo que pasó, claro. No te preocupes por él.

— Es más tonto que las piedras pero también es duro — dice Choji— como... las piedras también.

— Aunque ha cambiado un poco desde entonces.

— ¿Ha... cambiado? — Gaara se lleva un trozo de carne a la boca y la mastica lentamente. Tiene una manera llamativa de comer, como si estuviera en algún tipo de cena elegante. Será que tiene buenos modales, o quizá sea un tipo estirado, y nada más.

— Bueno, tiene los ojos rojos — dice Kiba—, da un mal rollo que...

— Te mira un poco raro. Es como si te viera por dentro — dice Choji—, y a veces dice cosas inteligentes y te olvidas de que es Naruto.

— A lo mejor cuando lo arreglaron le pusieron el tornillo que le faltaba — dice Kiba—, o quizá espabiló del susto, quién sabe. Pero es verdad.

— Kiba, que casi se muere. Serás gilipollas.

Él se encoge de hombros.

— Está bien, ¿no? En fin, que es eso. También es normal que haya cambiado después de todo lo que pasó. No se lo tengamos muy en cuenta. Yo no lo hago.

— La próxima lo invitamos —dice Lee—, también le diré a Neji.

— Claro, y lo ponemos al lado de Gaara, a ver quién habla menos de los dos.

Algo asoma en la cara del chico de la Arena, y ese algo podría ser una mueca, o a lo mejor una sonrisa. Pero ninguno de los chicos repara en ella, excepto quizás Shino, cuyos ojos, ocultos por sus gafas oscuras, podrían mirar para cualquier parte. Y poco a poco, la conversación empieza a diluirse en una charla amena en la que se habla de todo y de nada a la vez; se dicen ocurrencias, se mencionan anécdotas, se lanzan pullas... luego alguien empieza con las preguntas. "¿Qué ninja fue el más fuerte?", "¿Crees que podrías conmigo?" "¿Quién ganaría, Kakashi o Asuma?", "Oye Gaara, ¿cómo te gustan las chicas?"

— Amables.

— ¿Cómo que amables?

— Supongo que se refiere a alguien como Hinata — dice Kiba—, pues yo las prefiero...

— ¡Qué más dará lo que prefieras, si todas pasan de ti! — Se ríe Choji.

— Al final te vas a llevar una buena. — A lo que el gordito se encoge de hombros.

— Cuando quieras.

No hace falta que sigamos con la conversación; tampoco hay mucho más que sacar de ella. Quedémonos con que estos chicos tienen el descanso que necesitaban. A fin de cuentas, en este mundo hay demasiados problemas como para no permitirte una distracción de vez en cuando, aunque sólo sea para hablar tonterías con unos chavales a los que casi no conoces.

5

— No me libro de ti ni queriendo — suelta Tayuya, apoyada en la barandilla del pequeño estanque que hay en el parque. Los pececillos que se habían acumulado cerca de ella se dispersan al oírle llegar—, la próxima vez tendré que llevar un talismán encima a ver si te espanto, fantasma.

Naruto se apoya en la barandilla al lado de la chica.

— Algo me dice que no serviría de mucho. ¿Y si pruebas con un exorcista?

— Si quieres algo, escúpelo ya — dice ella, mirándole de reojo—, y después te vas. ¿Me oyes? Te vas.

— No quiero nada en particular. Estaba dando un paseo y te vi; me hacía gracia volver a incordiarte.

— Pues lo has conseguido, ¿contento? Ahora... — Tayuya le hace un gesto con la mano, como si espantara una mosca—, eso, que te largues.

A Naruto se le escapa una risita, y se da la vuelta, apoyándose de espaldas en la barandilla. La suave brisa de la tarde le agita el cabello y la ropa; ya no va de naranja, como solía hacer, sino que lleva un conjunto de lo más normal. Ropas grises, anodinas, que no llaman en absoluto la atención.

— Te caigo mal, ¿a que sí?

— A buenas horas te das cuenta.

— ¿Por qué? — Él alza las cejas, sonriendo— ¿Porque me gusta tocarte las narices?

— Porque eres un imbécil de cuidado y no me dejas en paz. Espero que no me hayas seguido hasta aquí, porque acabarías de comida para los peces.

— Qué va. Fue casualidad.

— Más te vale.

Ninguno de los dos dice nada por un buen rato. Hasta que el graznido de un cuervo rompe el silencio.

— Pues yo no pienso igual que tú, ¿lo sabías? — Naruto sigue mirándola de reojo; ella sigue fingiendo que él no existe— No sé por qué, pero me caes bien. Aunque seas una amargada y no hagas más que quejarte.

— Por favor, dime que no estás intentando nada raro. Quiero poder dormir esta noche.

— Dormirás a pierna suelta, tranquila. ¿Es por lo que dijo el tío de antes?

— Es porque eres raro de narices.

— Lo dices como si tú fueras muy normal, Soniditos.

— Yo soy lo que soy. No pido gustarle a nadie.

— No me lo has pedido, y yo a ti tampoco.

— ¿De verdad no vas a dejarme en paz?

Naruto se ríe.

— Puede.

— Si te vas a quedar de todos modos, al menos cierra el pico. Me espantas a los peces.

El chico se pasa dos dedos por los labios como si los cerrara con una cremallera, a lo que Tayuya pone los ojos en blanco. Y el rato que pasan en silencio junto a ese estanque — silencio, excepto por el croar de las ranas en el agua, y el ocasional graznido de aquel cuervo— resulta no estar tan mal. Pero no esperes que ella se lo diga a nadie.

6

— Si quieres te acompaño a casa. — Tayuya ni siquiera le responde, sólo sigue andando con las manos en los bolsillos. A sus espaldas, siguiéndola con paso tranquilo, Naruto ahoga una risotada.

Son las 20:00 PM en Konoha y con la caída de la noche vino también el frío. La brisa que antes era agradable ahora les eriza la piel, metiéndose en forma de aire por dentro de la ropa; enfriándoles los huesos.

— ¡Que no me sigas! — Tayuya suelta un quejido de desesperación. — ¡Pesado!

— Oye, que yo también vivo por aquí. ¿La calle es tuya, o qué? ¿La compraste? — Naruto tiene que levantar la voz por la distancia que les separa— ¡Eh, chica! ¡Es de mala educación dar la espalda a los demás! ¡Mira que me enfado contigo!

— ¡Que te den!

La cosa sigue más o menos igual hasta que llegan a la zona centro. A estas horas sigue habiendo gente en la calle, aunque mucha menos. De modo que el grupo de chicos que ven por fuera del bar Tres Kappas les llama la atención de inmediato. Shikamaru y los demás han acabado de comer, y ahora, con las tripas llenas y las carteras más vacías, es hora de ir a casa. O al menos ese era el plan; Shino es el primero en verlos venir.

— Eh, es Naruto — dice— y esa chica del Sonido.

— ¡Naruto! — Rock Lee levanta la mano, agitándola alegremente— ¡Justo antes estábamos hablando de ti!

— Nada bueno, eso te lo aseguro — dice Kiba, guiñándole un ojo.

El grupo se acerca a ellos. Hay unos cuantos saludos, casi todos hacia Naruto; por su parte, Tayuya intenta escurrir el bulto, pero es demasiado tarde. Tiene a Lee en frente.

— ¡Soy Rock Lee! — Le dice, dándole la mano aunque ella no la ha ofrecido— Es la primera vez que hablamos, ¿no?

— Y la última — dice ella. Para su desgracia, los del grupo se ríen.

— ¡Lo llevas claro, Lee! — Dice Kiba, acercándose a ella— Soy Kiba, de los Inuzuka. También soy la niñera de estos de aquí.

— Oye, Shikamaru, ¿por qué no...? — Choji le clava el codo en las costillas a su amigo, quien hace un gesto de dolor.

— ¡Ahora no! — Pero su mirada se encuentra con la de la chica. Así que no hay salida. Shikamaru suelta el suspiro más contundente del día y se le acerca, frotándose la nuca, incómodo.— Oye, soy Shikamaru y tal. Lo siento y eso.

Tayuya le mira frunciendo el ceño.

— Si hubiera podido matarte lo habría hecho — dice.

— Ah, bueno, me dejas más tranquilo.

Gaara se acerca a Naruto y los dos se miran entre ellos. El pelirrojo le tiende la mano, que él estrecha tras pensárselo un poco.

— A ti te conozco, ¿no? — Naruto entrecierra los ojos, como analizándole— Me resultas familiar.

— Soy Gaara. Nos... conocíamos.

— Quiere decir que os intentásteis matar el uno al otro — interviene Kiba, dándole una palmada en la espalda a Naruto.

— ¿Soy yo, o eso me pasa a menudo?

— Oye, que... — Mientras tanto, Shikamaru sigue tratando de encontrar las palabras— ¿Todo bien, entonces?

— Tan solo pasa de mí.

— Eso puedo hacerlo — dice él, y luego a Choji—: ¿Contento?

Su amigo abre una bolsa de patatas fritas por respuesta, y se pone a comérselas en lo que los demás hablan durante un rato. Es Tayuya la que pone punto y final al asunto cuando dice:

— En fin, que adiós — y luego, a Naruto—: si te veo seguirme me doy la vuelta y te reviento la cara. Avisado quedas.

Pero la verdad es que no llega a irse. Las cosas no suelen salir como uno se espera. En lo que Kiba aprovecha para meterse con Naruto — un comentario ácido al que nadie presta mucha atención— y Tayuya se da la vuelta para alejarse, hay algo que cambia en el ambiente. Es un cambio lo suficientemente sutil como para que ninguno de ellos lo note; al menos, no al principio. El primero en darse cuenta es Gaara. Un reflejo le recorre la mirada y mira al frente, donde no hay nada que ver. El siguiente es Naruto. En su caso es un susurro. Es una voz que proviene de su interior y le dice: "¡Arriba!", y suena tan urgente que hace lo que dice. Entonces las ve. A las sombras en la distancia, esas sombras sin una forma exacta, solamente distinguibles por ser una tonalidad más oscura que la misma noche. En el espacio de un segundo, el aire se hiela. El corazón de Naruto late fuerte. Los pulmones de Gaara se hinchan de aire frío; Akamaru ladra, Shino abre mucho los ojos detrás de sus gafas oscuros. Tayuya se detiene en seco con las pupilas encogidas como puntas de alfiler, temblorosas dentro de sus iris, porque los siente. El segundo acaba y deja paso al siguiente. Entonces, un rumor grave, terrible, empieza a sacudir el suelo que pisan, y un segundo, una milésima después, las sombras que cruzan el aire gritan al unísono:

— ¡Jutsu: Gran Bola de Fuego!

— ¡Todos juntos! — Ruge Gaara, levantando ambos brazos— ¡Ya!

— ¡Mierda...!

— ¡Tayuya! — Con un grito, Naruto estira el brazo y tira de la chica hacia atrás, hasta que su espalda le queda pegada al pecho.

Un instante después, la arena de Gaara los envuelve como una cúpula, y si la fortuna existe debe de ser esto. Porque si hubiera tardado medio segundo más, esa terrible explosión, ese ruido ensordecedor, esa tormenta de fuego que choca contra la arena con la fuerza de un alud, les habría alcanzado de lleno. Y ese habría sido el fin de todos ellos.