Está sentada en los últimos días de su vida, mirando por la ventana sin poder sacar el amargor de su alma. Sus pensamientos están con su primer amor, Oscar. Se arrepiente de no haber podido conceder su último deseo. Peor aún, es el hecho de haber contribuido a unos años desdichados.
Ella está agradecida con la casa de Jarjayes, la familia a la que Oscar pertenece. Siente un profundo cariño por André Grandier, la mano derecha de Oscar, quien le enseñó todo para convertirla en una mujer noble de la alta sociedad. Lo ama y lo odia al mismo tiempo, ya que él le reveló que es hija de Martín Gabriel, condesa de Poliniag, quien mató a su madre adoptiva sin remordimiento alguno.
Oscar fue obligada a vivir como hombre para mantener el legado familiar. Rosalie de alguna manera creyó que tenía derecho al amor de esa mujer, a quien veía como el más gentil de los hombres, ya que también ella era noble, con sangre noble en sus venas, hija de Valois y Polastron, dos familias nobles, una de ellas de rama real.
Como cualquier joven, se enamoró y tuvo su primer amor. Uno no correspondido, un amor rendido a los pies de una reina siempre infantil, una reina de la cual sentía celos cuando era solo una niña prisionera del mundo de ensueño.
Es en el año 1780 cuando André, tras un baile de invierno, le confiesa a Rosalie su amor por Oscar, después de ver a la reina y la comandante bailar para consolar sus corazones tras la partida del apuesto conde sueco, Von Fersen.
El corazón de la joven Oscar no soporta que el hombre que le gusta se haya marchado a la guerra. Llega a emborracharse y perder la conciencia para olvidarlo, pero nada parece ser suficiente. A sus veinticinco años, la joven rubia parece desanimada, y André calla porque, aunque el infierno se abriera, no podía reclamar su amor.
Pasan tres amargos años esperando el regreso de su amor, años interminables en los que Rosalie calla, esperando que Oscar la mire. Pero Oscar no puede ocultar lo que es, su feminidad hace fuerza por aparecer, su gusto por los hombres.
Su media hermana, por aquel entonces, muere, y su madre biológica, mediante un chantaje, la reclama. Al salir, siente que lleva en sus hombros el peso del dolor. Se desanima, dejando atrás a su amor, pero quien soporta el dolor de Oscar a costa de sí mismo es André.
Tiempo después, Jeanne de Valois, con quien creció como hermana, comete una estafa que involucra a la familia real. Acusa a Oscar delante de todo el mundo de ser lesbiana, un insulto muy grave para una mujer que viste el uniforme militar, aunque no la consideren como tal, Oscar, en el fondo, es una mujer.
Rosalie, desafiando a su progenitora, vuelve a su París natal. Vive en los barrios bajos y, como en un cuento de hadas, un día se reencuentra con su amor. Entonces le pide que vuelva con ella al Palais de Jarjayes. El trago más amargo viene después de una noche de insomnio donde Oscar, magullada después de una pelea callejera, le dice a Rosalie: "Si yo fuera un hombre, te hubiera desposado sin dudarlo". Eso hiere su corazón de niña y despierta lentamente la comprensión de que no obtendrá más de Oscar que un amor fraternal.
Va y vuelve de la casa de los Jarjayes. Es entonces que, en un viaje, conoce a Lulú de Lorancy, una niña pequeña que deja claro el amor que desborda de los ojos de André.
Se pregunta cómo es posible que una niña pequeña intente darle celos a su tía por un hombre. Sin embargo, la pequeña parece más una hija de aquellos dos que una rival de amores. Es como una niña que reclama a su papá para llamar la atención de su mamá. Es testigo de cómo Oscar mira a la pequeña y al escudero. Los ojos de ella brillan, los labios se curvan en una dulce sonrisa. Él trata de corregir los errores para que la pequeña Lulú no moleste, y en esos momentos su corazón se expande dentro de su pecho.
Aun así, guarda silencio. Las ideas de un pueblo igualitario y libre de monarcas van tocando las puertas de las casas. André asiste a las reuniones en las iglesias de los plebeyos con la esperanza de encontrar una salida y poder hacer valer su amor. Lo sabe y calla. Juega a ser una buena amiga que guarda secretos, cuando el secreto que más se intenta esconder es el del cariño entre ellos dos.
Oscar siempre lo necesito pero nunca lo notó ya que él se anticipaba casi siempre a sus deseos y necesidades.
André arriesga su vida en un plan estúpido para que no le pase nada a Oscar. Tú estorbas y Oscar pierde la posibilidad de atrapar al caballero negro. Sin embargo, como una buena hermana mayor, sin pérdida de tiempo, va a buscarte. Es André quien logra liberarlas. Sin embargo, por la noche, sientes el llanto amargo de Oscar que llora por haber cometido un error que le cuesta la vista del ojo André.
Notas cómo rehúye de su angustia, de sus lágrimas. No puede aceptar que lo amaba. No puedes ayudarla a aceptarlo porque eso significaría perder a tu primer amor, porque ella nunca te miró de esa manera. Lulu, una vez más, reafirma el amor entre su tía y el plebeyo. Nadie toma en serio lo que consideran un delirio de niña.
No quieres que Chatelet, que resulto ser el caballero negro, sea condenado a la horca. Fue bueno contigo cuando tu madre adoptiva murió. Sientes una enorme gratitud. Te aprovechaste de él, fingiste que lo amabas, o al menos lo amaste, pero no tanto como a Oscar. Sabías que ella no enviaría a la muerte a alguien que tú amaras, pues te amaba como una hermana. Sin embargo, y por pedido de André, ella libera a Bernard. Entonces comprendes que no puedes quedarte más, decides irte y casarte; después de todo, Chatelet y tú comparten sangre noble. Aunque se supiera el origen de ambos su amor no era prohibido; pero por los designios de Dios el amor entre mujeres sí.
Nunca llegaste a saber qué ocurrió en el tiempo que pasó alejada de ellos. Solo los volviste a ver una tarde a finales de junio. En ese entonces fueron arrestados los soldados que permitieron el paso a los representantes del tercer estado. Que resultaron estar bajo el mando de Oscar. No era la misma, no sabias quién era. Sus ojos se veían diferentes como si fueran a reír y morir al mismo tiempo. Una absoluta agonía en esos ojos azules. Felicidad y angustia. No fue un momento para charlar y ponerse al día. Esperarías por ese momento que nunca llegó.
Día 13 de junio de 1889 te enteras en la noche por boca de tu marido que André Grandier había perdido la vida. Sin embargo, el resto del relato es lo que te deja el corazón destrozado. Es Óscar quien perdió la cabeza y cayó en la locura cuando la muerte se llevó a ese hombre. Fue una tarea difícil convencerla. Sus soldados la vigilaron de cerca. Participó de varios quehaceres como atender heridos para que olvidar el trágico deceso. Oscar no hizo mucho ya que su vómito se mezcló con sus lágrimas. En algún momento de toda esa noche colapso y al parecer en medio de pesadilla durmió.
Aquella noche no pudiste dormir. Nadie en París lo hizo. Tal vez algún niño inocente habrá podido descansar esa noche. Sabían que lo último de pólvora y armas para defender al pueblo se encontraba en la prisión de la bastilla. Un lugar de presos políticos. De asquerosos abusadores sexuales, pero nada importante. Solo el armamento, por ello deciden realizar un asalto. Hay que dar de batalla al royal Allemand, para expulsarlos de la ciudad de París y a cualquier otro que intente cargar contra el tercer estado.
Nada te importa, sabías lo que iba a pasar. Si Óscar realmente amaba André lo iba a seguir sin dudarlo. Aunque toda la mañana la buscaste fuiste y viniste por las calles No pudiste encontrarla para cruzar palabra con ella. Solo cuando oíste los disparos de las Bastilla te diste cuenta que era el final.
Sabías por los años que los había visto entrenar que no se iba a poner al frente y como blanco fácil. Jugó bien sus cartas. Fingió ser un gran comandante que guiaba a sus hombres a la gloria, pero en realidad se puso en primera fila para que le disparasen y acabaran así con su vida.
Nadie podría haber dicho que eso fue un suicidio. Qué eso iba en contra de las leyes de Dios. Ella murió como una heroína; como un soldado para que su padre se sintiera orgulloso. pero en el fondo acababa con una vida que le había hecho miserable. Un amor que tal vez no floreció con todo su esplendor. En su lecho de muerte te pidió que la enterraras junto a su esposo. Te negabas a dejarla partir. Tu corazón se quedó helado y no pudiste preguntarle si en verdad a él se había entregado, o si solo era un delirio producto de la agonía. La gente iba y venía París era una locura. En una iglesia pudiste refugiar su cadáver, pero el día 16 a la tarde este le fue entregado a sus familiares. En una capilla privada y lejos de quienes habían estado en sus últimos momentos se celebró el réquiem para ella.
A quién le importan los muertos en medio del caos. Una anciana frágil deambula durante meses buscando el cadáver de su único nieto. Ni siquiera tú sabes qué pasó con él. Bernard no lo recuerda. En el fondo sabes que no le importo. Él nunca tuvo ningún vínculo con ellos. Un enojo culposo te persigue pues sabes que Bernard respiro gracias a André. Pero tú fuiste peor lo traicionaste guardando silencio. Si tú hubieras ayudado a Oscar a tomar los pasos en la dirección correcta, tal vez ambos hubieran vivido.
Ayudaste a uno de los hombres de Óscar, Alain, pero ni siquiera él supo el destino de los restos mortales de André Grandier. Pues había que ocuparse de los que aun vivian en aquellos momentos.
Algunas noches las pesadillas te persiguieron. Te preguntas aún hoy si Óscar llevaba en su vientre un retoño de su amor. Tantas preguntas deseabas hacerle. No hay para esas cuestiones respuestas.
Finalmente, años después abandonas Francia, viuda y con un hijo.
Ahora frente a esta ventana esperas volver a verlos y pedirles perdón. Pedirle a esa persona disculpas por no haber podido cumplir su última voluntad.
Le escribiste cartas a Renè de Jarjayes, el padre de Oscar, pero ninguna tuvo las respuestas que esperabas. Ni siquiera cuando lo viste por última vez pudiste hacer frente a las preguntas que necesitaban respuesta
A ningún buen amigo le dejaste flores en su última morada. A excepción de tu madre adoptiva.
El amargo consuelo de que los muertos no están, no sufren más. Sin embargo, la vida pasa y está no vuelve atrás.
Te das cuenta tarde que es mejor decir las cosas de una vez y dejar ir. Pero es tarde y como tantas otras veces les pides perdón. Aunque no te puedan oír, no te puedan ver ya no son parte de este mundo.
Te preguntas si en verdad existe un más allá. Si tal vez los volverás a ver. Si en ese más allá hay hombres y mujeres o solo espíritus que vagan entre la luz y la sombra.
El día es hoy solo hoy.
