Hola! Es mi primer fanfic :) Bueno, en realidad tengo proyectos entre medias que nunca salieron y nunca completé así que este para mí es mi primero oficial, es algo muy cortito que escribí en un momento de inspiración así que espero que les guste.

Recomiendo leerlo escuchando esta música watch?v=WUhMLw6vq8g&ab_channel=AdrianvonZiegler desde el minuto 46:40, creo que le da el toque perfecto.

Sin más espero sus comentarios y sus consejos, no cuento con beta así que perdonen cualquier error cometido :)

Lo escrito en cursiva es parselmouth ^^

Inevitable

Harry miró hacia abajo, sus pies desnudos devolviéndole la mirada, sucios y llenos de heridas por todo lo que había corrido tratando de huir de lo inevitable. Sus zapatos ya olvidados hacía un largo rato por lo raídos y rotos que se encontraban.

Estaba acorralado, miró hacia la derecha, figuras oscuras en túnicas negras con máscaras de calavera siendo solamente sombras detrás de las grandes figuras de los árboles.

A continuación, miró a la izquierda, más y más de esas figuras. No necesitaba mirar detrás suyo, sabía con toda la seguridad que más de esas sombras vestidas en la oscuridad también se encontraban allí, todas apuntándole con varitas, simples palos de madera que para algún muggle serían inofensivas, pero que él sabía de primera mano lo destructivas pero maravillosas que podían ser.

Por último, alzó la cabeza hacia el cielo, cerrando los ojos con fuerza, tragando la poca saliva que su boca reseca de no consumir agua durante horas le permitía.

¿Cómo había acabado de esta manera? ¿En qué momento todo se había descontrolado?

No podía recordar cuánto tiempo llevaba en esta situación.

—¿Por qué sigues corriendo, alma mía? —la voz que hablaba no era humana, ni siquiera era una lengua que nadie además de Harry y alguna serpiente curiosa que se encontraba por el alrededor pudiese entender en ese momento, una lengua que solo le produce escalofríos, no quería ni podía pensar en qué clase de escalofríos.

Suspiró con fuerza, sus manos buscando una vez más su varita de acebo de manera automáticamente, aunque sabía con certeza que no la encontraría ahí, estaba tan perdida como su dueño en esos momentos.

Escuchó el crujido de la tierra y de las hojas secas siendo aplastadas, no lo veía, pero sentía en cada nervio y rincón de su cuerpo como alguien se acercaba a él, los pasos eran lentos pero seguros, dignos de alguien que sabe que no tiene nada que perder aunque se tome su tiempo, los pasos de alguien que ya se sabía vencedor, los pasos de alguien que se dirige a lo que más desea.

Sentía sus ojos quemar, las lágrimas no derramadas deseando por fin ser liberadas, pero Harry se negó, no le daría ese gusto, no le dejaría verle llorar sabiendo lo mucho que aquello le gustaba al otro ser.

Después de interminables segundos que le parecieron horas pudo notar como el aire dejaba de acariciarle la cara, notando como incluso con los ojos cerrados podía sentir al monstruo que le acechaba hasta lo más profundo de su ser.

La poca luz que se dejaba entrever entre las hojas dejó golpearle en la cara, algo más alto y prominente acechando desde las alturas.

Unos dedos largos y fríos le acariciaron la mandíbula repentinamente, seguía con los ojos cerrados con la cabeza hacia arriba, intentando negar lo que sabía que inevitablemente iba a ocurrir. Los dedos siguieron la línea de su mandíbula acariciando su pómulo suavemente, provocando un escalofrío que no logró suprimir, para poco a poco con toda la calma del mundo volver hacia su barbilla. Aquellos dedos fríos pero suaves, le agarraron con suavidad la barbilla, un dedo acariciando casi con ternura pero a la vez posesividad su labio inferior.

Su cabeza seguía hacia arriba pero ahora no por voluntad propia, sino por aquellos dedos que la mantenían en su lugar, la sujeción parecía cariñosa para las sombras que miraban desde fuera, muchas con sonrisas sádicas escondidas tras las máscaras, otras sonrisas esperanzadas porque aquello parecía significar el fin de una guerra larga y exhaustiva.

Solo una de todas aquellas máscaras esconde un rictus de dolor y sufrimiento, sabiendo lo que en realidad estaba ocurriendo, sabiendo que no podría proteger más al chico, sabiendo que había fallado a la madre que observaba desesperanzada desde el más allá.

Sin esperarlo los dedos que sujetaban su barbilla dejaron de apretar con ternura, el agarre volviéndose tan fuerte de repente que Harry casi creyó percibir un crack, sin embargo, el dolor no se hizo presente. No había más dolor que pudiese sentir, su cuerpo maltrecho y deshidratado, lleno de marcas y golpes estaba tan acostumbrado ya a dicha sensación que su cerebro ni siquiera lo registró.

—Abre los ojos, mira a tu maestro y señor— se volvió a escuchar la voz, esta vez para que todo el mundo pudiese entender, la voz era grave y clara, un acento aristocrático aprendido de alguien destinado a la grandeza, pero también fría y dura, que no dejaba entrever nada más que crueldad y regocijo.

Ante tal comando apretó los ojos con aún más fuerza, intentando negarse a ello, intentado por todos los medios no sucumbir a aquella voz que le producía tanto terror como una agitación que no quería reconocer. Sentía su interior revolviéndose, un inmenso malestar al no obedecer, no quería, no quería, no quería, pero oh, cuánto de verdad que también lo deseaba.

Por mucho que intentase razonar consigo mismo, por mucho que supiese que no podía ser débil, esa voz se metía en lo más profundo de su mente, acariciando cada rincón de su cabeza.

Después de meses y meses estando encerrado y aprisionado, con la única compañía constante de esa voz, de palabras prometiéndole todo lo que siempre había querido y soñado, su mente— y su corazón aunque no lo quisiera admitir— ya se había acostumbrado a escucharla además de atesorar aunque supiese claramente que no podía, que no debía.

Pero Harry era débil, estaba cansado, cansado de luchar una y otra vez, cansado de luchar en una guerra fútil que solo traía más muertes de las que salvaba. Estaba harto de luchar una guerra de adultos, de tener que estar siempre al frente de la batalla, estando a cargo de la vida de gente que ni siquiera le importaba y no conocía, de gente que muchas veces solo le había despreciado y burlado.

Y aquella voz, le prometía lo que siempre había anhelado. Cuantas noches encerrado en aquella habitación construida para un rey, tumbado en una cama enorme llena de seda y almohadas esponjosas, donde había descansado como nunca aunque su corazón estuviese lleno de terror al principio, todas esas noches acompañado por esa voz, susurrando promesas que calentaban su corazón y amainaba el terror que le sucumbía.

Cuánto había disfrutado de esa voz y cuánto deseaba seguir haciéndolo.

¿Pero podía? ¿Después de todo lo que le había costado escapar?

Movió los dedos de los pies, rozando la tierra seca debajo suyo. Llevaba corriendo durante horas.

Horas en las que nadie había venido a rescatarle. Había huido por simple costumbre, su cuerpo se había puesto en marcha en cuanto había visto la oportunidad, ¿pero acaso era eso lo que de verdad quería?

El agarre en su barbilla se aflojó y a cambio dos manos agarraron su cara, esta vez con una delicadeza impropia del que lo hacía.

—Querido, deja de correr, deja de huir de mí, sabes que no quieres ni puedes aunque así lo desees —susurró esa voz, esta vez mucho más cerca que antes, casi podía saborear su olor—. Eres mi alma y yo soy la tuya, estamos destinados a vivir o morir juntos, deja de luchar por una causa perdida. Sé mío.

Un escalofrío volvió a recorrerle de arriba hacia abajo, las últimas palabras susurradas en la lengua de las serpientes, para su único disfrute.

Abrió los ojos.

No tenía las gafas puestas, destruidas horas atrás en su lucha por huir, pero no las necesitaba para mirar con claridad a aquellas gemas rojas, ojos ardientes llenos de fuego que le miraban exclusivamente a él desde arriba.

¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué quería sucumbir tanto ante él aun sabiendo lo que era, lo que había hecho y lo que iba a hacer?

No, no era esa la pregunta que tenía que hacerse, porque en su interior ya lo sabía, sentía como su propia alma acunaba y abrazada a otra más pequeña y oscura, una que no era suya pero que la sentía como tal después de 16 años cuidándola. En si la pregunta era, ¿se perdonaría él mismo si sucumbía? ¿Después de traicionar al tan amado y aclamado lado de la luz? ¿A sus amigos, a la familia que no era suya pero que había logrado a amar como si lo fuera?

—Deja de pensar en personas ajenas querido, solo piensa, ¿qué es lo que quieres tú realmente? —los ojos rojos como la sangre aún le miraban con una intensidad que casi quemaba, una intensidad que encendía todos y cada uno de sus nervios pero que a la vez prometía el por fin descansar, las manos que le agarraban la cara con cuidado acariciaron su mandíbula con cuidado, dejando salir un suspiro de magia, curando la mandíbula que momentos antes había sido dañada.

El por fin ser cuidado y atesorado.

De depender y no de que dependan de él.

De sentirse por fin querido.

¿Qué importaba si era de una manera tan retorcida, enfocada solo en la posesividad y obsesión que veía en esos ojos?

No, no importaba, porque al fin y al cabo esa intensidad era exclusivamente para él, para nadie más.

Solo suya.

Sus ojos se relajaron, ya no intentó apartar la mirada, dejó sus ojos color avada kedavra fijados en los ojos color expelliarmus.

Aquellos ojos antes llenos de intensidad ahora se llenaron también de una luz, una luz de alguien que se sabía vencedor, de alguien que por fin obtenía lo que quería.

La última pieza para ganar esa guerra pero también la última pieza para sentirse completo una vez más.

—Yo… — su voz salió débil y algo ronca, pero nunca más segura y clara de lo que iba a decir—. Yo…yo solo lo quiero a usted…mi Señor.

No tuvo tiempo para oír las exclamaciones sorprendidas de las sombras que los rodeaban, ni del grito de tristeza oculto entre ellas, ya que en un parpadeo tanto Harry como su Señor se habían aparecido de allí.

Sus pies sintieron un suelo frío donde antes había sido tierra seca, las manos que antes le sujetaban la cara, bajaron de allí y se posaron en sus hombros, poco a poco deslizando la túnica raída que colgaba de sus hombros, tirándola al suelo con un suave golpe. Su Señor le empujó con delicadeza y él cayó hacia atrás, rebotando en su suave cama de seda que tanto había extrañado. Se echó hacia atrás por voluntad propia, ni un solo momento apartando los ojos de los contrarios, que tampoco se habían separado de los suyos, ni siquiera para mirar el lampiño y suave torso que se presentaba ante él.

Tumbándose en la cama por completo, dobló las rodillas mientras abría las piernas, dejando un claro hueco que deseaba que fuese ocupado.

Su Señor se agachó y apoyó las manos en la cama, dirigiéndose poco a poco hacia él, mirándolo como la presa que él mismo sabía que era pero que ya tampoco le importaba. Se puso encima de él, su presencia ocupando todo en aquella habitación, encerrándolo con ambos brazos a cada lado.

Agachó su cara tanto que Harry podía ver con claridad cada tonalidad de rojo en sus irises, viendo como la pupila se dilataba tanto que parecía comerse todo el color.

—Hoy te haré mío, siempre me has pertenecido querido, pero a partir de hoy tanto tú como todo el mundo sabrá con certeza que Harry Potter le pertenece a Lord Voldemort—. su respiración se atascó, ya no era miedo lo que sentía, solo deseo por hacer esas palabras realidad, de una vez por todas, Harry Potter no tendría que sacrificarse por nadie más, no tendría que luchar por nadie que él no quisiera, hoy por fin Harry Potter no estará ligado a una profecía que solo le había arruinado la vida, ahí entre los brazos de Voldemort, del asesino de sus padres, del mago oscuro más poderoso de todos los tiempos pero también del único que le prometía por fin el poder descansar.

—Mi Señor, soy suyo en cuerpo, corazón y alma. Tanto en pasado, presente y futuro.

Pudo ver con claridad como lo que quedaba de irises rojo era tragado en su totalidad por la oscuridad mientras una boca suave y serpentina se apoderaba de la suya.

Para siempre.