Aquí va el capítulo 2, en total van a ser 10. Espero que los lectores os vayáis animando a seguir la historia, e incluso a comentarla.

Capítulo 2. Mi Hijo No – don Alejandro.

En la taberna Victoria y yo, con ayuda de algunos parroquianos, habíamos organizado a los heridos y el doctor y su ayudante estaban atendiendo a uno de ellos en la zona del fondo de la taberna, detrás de algunas de las mesas puestas de lado. La madre se había llevado ya al niño, que con los gritos de uno de los pacientes (el láudano no es tan eficaz como nos gustaría) había empezado a llorar otra vez y nos estaba dejando sordos a todos. Soy demasiado viejo para esto.

Victoria había vuelto a la cocina, estaba preparando un guiso que olía estupendamente, e incluso había tenido tiempo para salir a ponerme un vino. Dijo que era para calmar los nervios. Qué mujer, recuerdo que en ese momento pensé que ojalá hubiera tenido una hija como ella. Miré el reloj y vi que apenas eran las 3 de la tarde, así que el tiroteo habría acabado como una hora y media antes, y mientras la mayoría de los hombres estábamos todavía aturdidos por lo que había pasado, el doctor y su ayudante por un lado y Victoria y sus chicas por otro ya estaban ocupándose de sus tareas. Está claro que la vida ociosa reblandece el cerebro, por eso intento mantenerme ocupado con la hacienda en lugar de dejar que un administrador se ocupe de todo. Reflexioné acerca de la cantidad de veces que había intentado que Diego lo entendiera, pero que hacía tiempo que yo había descartado que ese muchacho hiciera caso de lo que digo, que tenía siempre la cabeza a otras cosas que yo ni siquiera era capaz de imaginar.

Apenas me había bebido medio vaso de vino cuando mi mundo se volvió patas arriba. Felipe entró corriendo en la taberna con las manos y la camisa manchadas de sangre y haciendo gestos. Su mirada era frenética, y parecía buscar a alguien, así que me levanté y me coloqué justo frente a él. A esa velocidad no podía descifrar lo que decía, sólo pude entender "Diego… doctor". Le pregunté a gritos si Diego estaba herido, como si gritarle sirviera de algo, pero yo estaba muy nervioso. Él asintió y volvió a gesticular "doctor."

Corrí hacia el fondo de la taberna y Felipe me adelantó al ver a doctor Hernández allí. El médico supo lo que pasaba nada más ver al muchacho, no necesita que alguien le explique despacio cuándo hay una emergencia, a su edad estoy seguro de que ha visto más que suficientes. El doctor metió sus instrumentos en su maletín y siguió a Felipe hacia la puerta, conmigo pegado a sus talones. Su ayudante nos siguió un momento después.

No tuvimos que ir muy lejos, porque justo al lado de la taberna se encuentra la oficina del periódico. Allí, tirado en el suelo todo lo largo que es (y es bien largo, ha salido a su abuelo materno) estaba Diego, con la pierna derecha envuelta en trozos de tela blanca empapada de sangre que además había formado un charco en el suelo. Por un momento me mareé, y creo que llegué a murmurar: "Diego no, mi hijo no." pero el doctor estuvo al quite, me sujetó del codo para evitar que me cayera al suelo de espaldas, mientras su ayudante me acercaba una silla para sentarme. Buenos reflejos. Luego el médico se agachó junto a Diego, comprobó que aún respiraba, abrió su maletín, sacó unas tijeras para cortar la tela empapada, una vez retirada la venda metió la punta por el agujero que había en los pantalones y los cortó para poder acceder a la herida. Para entonces yo ya había recuperado un poco la cordura y vi que claramente era una herida de bala, casi perfectamente circular.

"Necesitamos llevarlo a mi consulta cuanto antes." dijo el doctor. Su ayudante salió por la puerta, supongo que para preparar la mesa.

Bien, al oír eso se me ocurrió algo sencillo que podía hacer en lugar de quedarme ahí sentado como un inútil. Me levanté, salí a la plaza, y a los dos primeros hombres que me encontré les dije que vinieran con el tono de voz que usaba en el ejército cuando me dirigía a un soldado especialmente denso. Casi se pusieron firmes y todo, pero lo importante es que me siguieron dentro.

Felipe y yo cogimos a Diego por los hombros, los otros dos hombre se ocuparon de las piernas, el doctor cogió una venda de su maletín y nada más levantar a Diego se ocupó de hacer presión sobre la herida. Se me vino a la cabeza que Diego pesa un montón, y eso que no está gordo. Pensé que debía tener los huesos fuertes.

Cuando salimos por la puerta vimos que la plaza estaba llena de curiosos. Victoria se abrió paso para preguntar: "¿Qué ocurre? ¿Es Diego?" al ver que era él se puso pálida, y yo me preocupé por si era ella ahora la que se caía al suelo, pero aguantó.

Le respondí que a Diego le había alcanzado una bala, mientras seguíamos avanzando hacia la consulta del doctor. Entonces el alcalde también se acercó a preguntar si había alguien más herido, como si no fuera obvio nada más echar un vistazo. Por razones que desconozco decidió seguirnos a la consulta. Ese hombre es una auténtica plaga.

Dejamos a Diego sobre una mesa en la parte de atrás, su ayudante preparó algo de instrumental, y nos dijo que esperáramos fuera.

Victoria me dio la mano, no sé si para confortarme a mí para que yo la confortara a ella, pero me pareció buena idea en cualquier caso. Esperamos sin saber qué decir. Creo que fue una hora, pero se me hizo mucho más largo. Al fin el médico salió llevando una bala en un platito de metal. Con voz profesional dijo:

"La he extraído, y he contenido la hemorragia, pero ha perdido mucha sangre y hay riesgo de infección,"

Yo asentí, algo aliviado, y pregunté si podíamos trasladarlo a la hacienda mientras a mi lado Victoria apretaba mi mano.

"En una carreta y despacio no veo inconveniente. La herida en sí no es muy grave, es la tardanza en atenderla lo que ha complicado las cosas." reflexionó el médico.

No pude evitar hablar en voz alta. "Con todo el ruido de la plaza nadie le oyó si pidió ayuda. Probablemente se desmayó poco después."

"Por suerte le dio tiempo de improvisar un vendaje, por la cantidad de sangre que había en el suelo, si no se hubiera puesto una tela comprimiendo la herida estaría muerto." me informó el médico.

"Sí, gracias a Dios que supo reaccionar." dije. "Voy a la hacienda, a buscar la carreta." dije separándome de Victoria.

Felipe, que hasta entonces había estado en un rincón pasando desapercibido, se adelantó y se señaló el pecho. Luego hizo un gesto como si estuviera escribiendo. Esta vez sí que le entendí, y aprobé su idea, él llegaría más rápido a la hacienda y podía traer una carreta. Me volví hacia el doctor para pedirle papel y pluma, y escribí una nota para Ernesto, nuestro capataz, que sabe leer porque Diego le ayudó a aprender cuando Ernesto era un muchacho y Diego apenas un niño de siete años. Escribí la nota mientras Felipe a duras penas conseguía estarse quieto, comido por la impaciencia; en cuanto se la puse en la mano salió disparado por la puerta.

Yo me estaba preguntando por qué el alcalde no se largaba de una vez, cuando él pareció, por fin, pensar lo mismo que yo y dijo con voz de autosuficiencia que tenía otros asuntos importantes que atender. Pensar en un nuevo impuesto absurdo, gritar a Mendoza por algo ridículo o soñar despierto con su adorado Madrid, sin duda. Luego añadió en tono poco sincero que esperaba que Diego se recupere pronto. Le di las gracias más por deshacerme de él cuanto antes que por otra cosa y por fin se fue.

Al poco rato el doctor salió de la consulta y me dijo que podía pasar con Diego, aunque estaba inconsciente y era mejor dejarle dormir. Entré y al verlo expresé en voz alta mi alivio, suponiendo que había estado inconsciente todo el rato, pero el doctor me dijo que no había sido así, que estaba despierto cuando comenzó la extracción, le había dado láudano pero no se había dormido hasta después de sacar la bala.

Me sorprendí y manifesté mi extrañeza, porque no había oído a Diego quejarse durante el procedimiento, el médico me dijo que había pedido un palo envuelto en una tela para morderlo.

Victoria se asomó a la puerta preguntando si podía pasar, como si no supiera que obviamente sí que puede, porque hace mucho que yo la considero parte de la familia aunque no llevemos la misma sangre. Parecía algo asustada pero decidida a estar allí para Diego, así que le dije que seguro que Diego se sentiría mejor si ella estaba allí, lo que ahora que lo pienso no tiene mucho sentido si él estaba inconsciente, pero me pareció que yo sí me sentiría mejor. El médico nos advirtió que procuráramos no despertarlo, que descansar un rato le haría bien.

Cuando le di las gracias al doctor, que ya se dirigía a la puerta, hizo un comentario que dio lugar a una extraña conversación.

"En realidad ha tenido suerte de que la bala no perforara la arteria femoral, con esa trayectoria ascendente ha estado muy cerca."

Me dio la sensación de que algo que no encajaba en este asunto. "¿Ascendente? Si él estaba en la oficina del periódico. Me pregunto cómo pudo pasar."

"Quizá alguien disparó desde el suelo, quién sabe. También fue afortunado que al atravesar la pared la bala no arrastrara ninguna astilla, he visto heridas así y son muy peligrosas."

Por supuesto tenía toda la razón, las heridas con algún elemento extraño como astillas, tela o tierra pueden ser realmente terroríficas. He visto a hombres perder un brazo o una pierna por una herida que parecía sin importancia en un principio y acabó provocando gangrena, pero con Victoria allí preferí no añadir nada más, deseando que Diego no sufriera complicaciones. Ella miró a Diego con cara de preocupación y puso su mano sobre la de él, como para darle ánimos.

Felipe llegó con la carreta en menos tiempo del que parecía posible, y con ayuda del asistente del médico y otro hombre que pasaba por allí y al que le di unas monedas, trasladamos a Diego con cuidado. Cuando lo empezamos a mover se agitó y abrió los ojos, parecía confuso, pero cuando el doctor le explicó con voz tranquila que ya le había extraído la bala y que lo llevábamos a la hacienda pude notar que él relajaba un poco la tensión.

Cuando estábamos tratando de colocarlo con cuidado en la carreta el alcalde se asomó a la puerta a incordiar. Decidió que lo que mi hijo necesitaba en ese momento era algún comentario sarcástico.

"Vaya, don Diego, resulta que quedarse escondido en su oficina no ha servido de mucho."

No pude evitar responderle. "¿Y qué quería que hiciera Diego, que nunca va armado?"

Sólo conseguí darle más pábulo, si es que no aprendo. "Sí, claro, esa suele ser una buena manera de evitar problemas, aunque no siempre da resultado." me dijo con descaro.

Por un momento me pareció que Diego lo miraba como si quisiera romperle la nariz, pero cuando le moví la pierna para colocarla bien gimió pidiendo que tuviéramos cuidado. Eso pareció divertir al alcalde, fácil cuando no eres tú el que tiene un agujero de bala.

"Bueno, bueno, ya sabemos que está herido, seguro que puede aguantar un poco."

Cuando por fin dejé la pierna sobre la manta que habíamos colocado vi claramente cómo el rostro de Diego se crispaba por el dolor, al oír que el alcalde volvía hablar, instintivamente dejé de mirar a Diego para girarme hacia él, a tiempo de ver su gesto desdeñoso.

"No parece grave, seguro que en unos días lo tenemos por aquí de nuevo con su periódico y sus poesías."

Descarté la sarta de palabras malsonantes que se me vinieron a la cabeza, al fin y al cabo Victoria estaba delante, pero en realidad fue más que nada por no dar un espectáculo porque seguro que ha oído cosas mucho peores en la taberna, simplemente dije. "Nos vamos." y toqué el hombro de Felipe para indicarle que nos pusiéramos en marcha.

Mientras trasladábamos a Diego, Victoria había entrado en la taberna un momento, me informó de que había dicho a sus chicas que se venía con nosotros y había ensillado su yegua, así que estaba claro que nos iba a acompañar. Le dije que nos podíamos ocupar de Diego en la hacienda, pero ella me recordó que cuando estuvo herida Diego estuvo a su lado y no me sentí con fuerzas de llevarle la contraria. Hace mucho tiempo que sé que si una mujer como ella se empeña en hacer algo no tengo manera de impedírselo. En el fondo me alegré de que nos acompañara.