La sala de Riza Hawkeye estaba bañada en la suave luz del atardecer, creando sombras danzantes en las paredes mientras ella entregaba meticulosamente los últimos documentos al Mayor Fuery. La calidez del ocaso contrastaba con la seriedad de su tono, aunque sus consejos finales sobre la gestión del trabajo destilaban una preocupación genuina por el bienestar de su equipo.
-Muchas gracias, Teniente. Sin usted, el barco se hundía -dijo Fuery, su voz cargada de una gratitud que resonaba profundamente en el silencio de la estancia.
Riza, con una sonrisa leve y una modestia que le era característica, restó importancia a su elogio.
-Solo es saber organizarse -respondió, su tono de voz teñido de una mezcla de orgullo y reserva, mientras una brisa suave agitaba las cortinas, trayendo consigo el aroma de la ciudad al atardecer.
La conversación derivó hacia su recuperación, y Riza observó su mano, donde el leve hormigueo en las yemas de los dedos persistía como un eco de su vulnerabilidad. A pesar de ello, su mirada destilaba una determinación inquebrantable.
-Mejor, aunque aún siento hormigueo en la punta de los dedos, la rehabilitación va bien. Casi he recuperado la movilidad al completo -su voz, cargada de un optimismo cauteloso, se mezclaba con el sonido suave de Black Hayate jugueteando a sus pies.
Una vez Fuery se despidió, Riza se hundió en el confort de su sillón, soltando un suspiro de alivio y satisfacción. Mientras acariciaba distraídamente las orejas de Black Hayate, contempló cómo las luces de la ciudad comenzaban a iluminar la oscuridad que se cernía, ofreciendo una vista reconfortante que prometía compañía y distracción del silencio de su apartamento.
La repentina reapertura de la puerta la tomó por sorpresa. Esperaba ver a Fuery de vuelta por algún olvido, pero en su lugar, la imponente figura de Roy Mustang llenó el umbral, delineado contra la luz crepuscular que casi lo convertía en una silueta. Sus ojos, encontrando los de ella, brillaron con una familiaridad que hizo que su corazón se acelerara.
-Buenas noches, Teniente. ¿Qué tal se encuentra? -La voz de Roy, suavizada por una emoción apenas contenida, llenó el espacio entre ellos.
Riza, recuperando su compostura, le invitó a pasar, su sorpresa mezclándose con la calidez de la bienvenida.
-Creí que volvías mañana -dijo, su tono teñido de un reproche juguetón que no lograba ocultar su alegría por verlo.
-A la oficina, sí, pero como llegué esta tarde, se me ocurrió invadirte -respondió Roy, deshaciéndose de su abrigo con una elegancia que hablaba de su confort en su presencia. Al rodear su cintura y susurrar en su oído, el espacio entre ellos se electrificó, llenándose de una intimidad que solo ellos dos podían generar.
-Creo que has sido un poco traviesa en mi ausencia, ¿no es así? -susurró Roy, su aliento cálido contra su piel provocando un escalofrío que recorrió su espalda.- Esos haraganes trabajando tan diligentemente… no me lo creo.
La acusación juguetona de Roy provocó una chispa de desafío en los ojos de Riza.
-Tal vez no sean tan holgazanes como piensas -respondió, su voz suave pero firme.
Roy sonrió, deslizando sus dedos desde el cuello de Riza hasta su mentón, inclinándola suavemente hacia él.
-O tal vez una personita ha estado orquestando el trabajo aprovechando que no estaba. ¿Vas a admitirlo o tengo que sonsacártelo?
-¿Qué tiene de malo? No he hecho ningún esfuerzo físico, y de paso me he mantenido ocupada. El aburrimiento me estaba matando… -sus palabras se vieron interrumpidas por los labios de Roy, sellando su reencuentro con un beso que prometía nuevos.
La luz temprana del amanecer se colaba por las ventanas, llenando la habitación con un brillo dorado que prometía un nuevo día. Roy, sumido en una contemplación tranquila, observaba a Riza dormir a su lado. Las marcas en su piel, testimonios silenciosos de batallas pasadas, le recordaban el precio de su lealtad. Verla en tal estado de paz era un raro regalo, uno que valoraba profundamente.
El sonido inesperado de la puerta interrumpió el momento, haciendo que Riza se despertara de golpe. La realidad del mundo exterior, con sus demandas y obligaciones, se imponía una vez más.
-¿Qué hora es? -preguntó Riza, su voz teñida de urgencia.
-Las ocho -respondió Roy, tratando de infundir calma a la situación.
-Mierda, Fuery y su puntualidad. -Riza se levantó de un salto, buscando algo con qué cubrirse.
-¿Por qué está el Mayor Fuery aquí a las ocho de la mañana? -Su tono revelaba una mezcla de sorpresa y preocupación.
-Para organizar el trabajo de la oficina, pero le dije que ahora que volvías no podía seguir haciéndolo -explicó, Roy seguía cada movimiento de Riza con la mirada.
Una vez presentable, Riza se dirigió hacia la puerta, dejando a Roy atrás, escuchando atentamente.
-Mayor Fuery, no le esperaba hoy -dijo Riza al abrir la puerta, su voz calmada pero firme.
-He pensado que si dejaba de venir de repente levantaría sospechas. Le he traído café, ¿la he despertado, Teniente? -Fuery sonaba genuinamente preocupado, una preocupación que no se limitaba solo al ámbito profesional.
-No, hoy se me han pegado un poco las sábanas, solo eso -Riza manejó la situación con gracia, despidiendo a Fuery antes de girarse para encontrarse con la mirada divertida de Roy.
-¿Qué tiene? -preguntó ella, no pudiendo evitar una sonrisa al ver su expresión.
-Nada, solo que el pobre Mayor se va sin tomar un café de buena mañana contigo. Yo también debería irme, sería feo llegar tarde el primer día -bromeó Roy, aunque ambos sabían que la prudencia exigía su partida.
-Ya va tarde, señor -Riza le recordó, con un tono que mezclaba diversión y reproche.
-Bueno, llegar muy tarde entonces -Roy se acercó, tomando su mano con delicadeza y depositando pequeños besos en ella. -¿Qué harás hoy? -preguntó, su curiosidad teñida de un deseo velado de permanecer a su lado.
-No sé, supongo que saldré a correr, y después de la rehabilitación iré al campo de tiro -respondió Riza, delineando un día lleno de actividades diseñadas para mantener su mente y cuerpo ocupados.
-¿Y para almorzar? -Roy la miró con una súplica apenas disimulada.
-No voy a almorzar contigo. Aquí nos conoce todo el mundo y casi nos pilla Fuery. Deberíamos ser más prudentes -Riza insistió en la necesidad de discreción, aunque parte de ella anhelaba ceder a la tentación de su compañía.
-Yo creo que lo somos -respondió Roy, intentando disuadirla con un puchero juguetón.
Riza consultó el reloj, un recordatorio tangible del tiempo que se les escapaba.
-Márchese, señor. ¿Con qué propiedad llama holgazanes a sus hombres mientras usted está aquí mientras ellos trabajan? -Su tono era mitad en serio, mitad en broma, subrayando la ironía de la situación.
La partida de Roy estaba marcada por una promesa tácita de reencuentros futuros, dejando a Riza con el eco de su presencia y la certeza de que, a pesar de todo, encontrarían momentos para ellos mismos, en medio de las exigencias del deber y la prudencia.
