La Desolación de Emilia
Siento cómo mi ser se desconecta por completo, como si mi existencia ya hubiese llegado a su fin, como si el último suspiro se hubiera escapado hace mucho tiempo. Lloro, mis lágrimas son un río de desesperación, anhelando que él también llore, deseando fervientemente no ser la única que experimenta este tormento.
Mis manos, temblorosas y húmedas por el sudor frío, se aferran a mi cuello como garras desesperadas en un intento por detener el dolor que se extiende desde mi corazón.
—Ugh…
Pero incluso en la penumbra de la sala de cine, puedo sentir la presión del aire viciado, el aroma a humedad y a antiguo, mezclado con el leve tufillo a galletas que flota en el ambiente.
Mientras mis dedos se aprietan más y más, el murmullo constante de la pantalla se mezcla con el sonido amortiguado de los sollozos que intento ahogar.
El chirriar de los asientos viejos bajo mi peso parece una mofa cruel, mientras Marco, en la pantalla, besa a María con un dolor que me perfora el alma.
—¡Ayuda...!
La súplica desesperada se pierde entre los susurros de la película, pero no puedo detenerme. Debo luchar, debo sobrevivir, aunque cada fibra de mi ser anhele la paz de la muerte.
—Merezco la muerte —susurra Marco en la pantalla, y su voz parece resonar en el aire cargado de la sala—. Pero hay un deber que debo cumplir antes.
Mis lágrimas se mezclan con el sudor frio en mi rostro, una combinación salada que apenas puedo distinguir en la oscuridad. El aire parece más denso, como si cada bocanada fuera un esfuerzo titánico, y me veo obligada a cerrar los ojos para no ver el mundo que se desmorona a mi alrededor.
—Salvaré a los demás, los protegeré a todos. Y castigaré a aquellos que permitieron que esto sucediera.
Mis pulmones se llenan de aire viciado, y siento como si me ahogara en un mar de desesperación. ¿Cómo puede Marco seguir adelante, seguir luchando, cuando cada respiración parece un esfuerzo sobrehumano?
—Incluyéndome a mí mismo.
Abro los ojos, y la luz tenue del santuario proyecta sombras danzantes sobre las paredes grises de esta tumba. El eco de mis propios sollozos se mezcla con el murmullo de los animales afuera, creando una cacofonía de sonidos que me envuelve y me ahoga.
Otra vez, otra vez no pude soportarlo. ¿Cómo lo logró él? ¿Cómo puede mantener la calma a pesar de estar destrozado por dentro? No comprendo, no puedo entenderlo.
—¡NO TE COMPRENDO! —grito con desesperación, pero mi voz se pierde entre los ecos del pasado y los susurros del presente. Las lágrimas fluyen sin cesar mientras imploro por una voz que me responda—. No te... comprendo. No te entiendo... Marco.
El frío del suelo parece penetrar en mis huesos, como si cada azote fuera un recordatorio cruel de mi propia fragilidad. Odio el frío, lo detesto con toda mi alma. No quiero sentir frío, no quiero este vacío, no quiero seguir así, no quiero seguir existiendo.
Estoy cansada, harta de todo.
—Te daré una motivación para continuar —dice la voz de Echidna en mi mente, y su risa parece resonar en cada rincón de mi alma. Busco a mi alrededor, tratando de encontrarla, pero solo veo las grises paredes que me rodean.
—La apuesta de Marco va más allá de lo que imaginabas. Tenías cinco oportunidades para superar las pruebas, pero parece que has renunciado por completo. —La risa de Echidna resuena en la habitación, alimentando el vacío en mi corazón, avivando mi odio como un torrente desbordado—. Lo irónico es que, al darse cuenta de su pasado, él dejó de apoyarte.
Una sonrisa se forma en mis labios; intento detenerla con mi mano, pero es inútil.
«Lo sabía, esto es lo que soy.» No puedo ocultar mi verdadero yo detrás de máscaras de positividad. En situaciones tan críticas, mi verdadera esencia emerge.
Si él ha renunciado, entonces yo también. No tengo por qué continuar.
NO tengo que volver a repetirlo.
—¡Gracias! —me inclino ante Echidna, antes de salir de la tumba—. ¡Si fallo! Si fallo podré ser libre. No le pregunté qué fue lo que apostaron. Supongo no habrá sido algo importante.
Las leves luces del sol ascendente se filtran a través de las copas de los árboles, creando un mosaico de sombras y luces danzantes en el suelo del santuario.
—Es solo una apuesta, no debe ser nada…
El canto de los pájaros y el susurro del viento entre las hojas llenan el aire con una melodía suave y serena, un contraste agudo con la tensión que se acumula en mi pecho.
—Su vida.
Giro mi cabeza en dirección del sonido. Apenas en la salida, la veo allí: de pie. Crusch me mira con una expresión seria. La sonrisa que antes cargaba se borra por completo.
—¿Eh? —mi mirada se posa en los ojos firmes de Crusch, quien me mira esta vez como si yo fuese quien está haciendo algo mal.
—Marco apostó su vida, en pos de encontrar una forma de salvar a Beatrice —sus palabras terminan de helar mi sangre.
Las hojas secas crujen bajo mis manos temblorosas mientras intento frotarme los brazos, buscando desesperadamente algún rastro de calor en el aire helado.
Siento frío.
Mis piernas ceden bajo el peso de la revelación, dejándome sentada en el suelo cubierto de hojas secas y musgo, como si fuera parte de la naturaleza que me rodea, absorbida por la incertidumbre y el peso de la responsabilidad.
—Entonces… ¿Se rindió? ¿Por mi culpa? ¿Morirá Marco Luz? —¿Morirá por mi culpa? Sin que yo pueda hacer algo.
Necesito calor, por favor, alguien… Solo quiero descansar, solo quiero poder cumplir mis objetivos.
El susurro del viento se convierte en un murmullo insistente en mis oídos, y el aroma fresco de la vegetación circundante se mezcla con el sabor salado de mis lágrimas.
El mundo parece girar a mi alrededor, un remolino de emociones turbulentas que amenazan con arrastrarme.
Ahora, la vida de Marco pende de un hilo. Y yo soy la mano que controla las tijeras.
Crusch me levanta y sostiene de los hombros. Su agarre es fuerte, parece que de verdad está enojada; debe ser difícil para ella. En cambio, ahora, no soy capaz de sentir como debe ser. Para empezar.
¿Por qué tengo que pensar en cómo me siento? Jamás me había pasado esto.
—¡Tú eres la que tiene que salvarlo! —ella hace más presión, intentando fundir sus ideales en mí. El tacto de sus manos, su calor, todo lo que siento es el frío de la responsabilidad. Todo lo que siento es la profunda falta de conexión.
No puedo, no puedo hacerlo.
Pensé que podría, que podría simplemente soportarlo, que si Marco pudo soportar eso yo también.
—No puedo, ya fallé, ya he fallado lo suficiente como para comprenderlo. —Mi corazón duele, pero no puedo ver más allá, soy inútil para esto. Esto va más allá de esforzarme.
A pesar de su fuerza, quito sus manos. Ella me sigue mirando, pero yo no quiero hacer contacto visual. Aprieto mis labios, producto de ese punzón en mi corazón. Miro hacia adelante, ya casi está amaneciendo.
No hay nadie, porque nadie esperaba que lo lograra. Ella, Crusch…
"El cariño es una fuente de fortaleza" Sus palabras son acertadas, pero no puedo sentirlas.
Siempre he sido alguien que busca la justicia, alguien que busca comprender a los demás. Me daba miedo ser yo misma, me daba miedo cuando me juzgaban por mi apariencia. Fue un proceso duro, pero gracias a Marco pude entender muchas cosas. Gracias a la gente del pueblo pude ver que el cambio es posible.
Pero, así como se cambia para bien, también se cambia para mal.
Crusch intenta acercarse, pero yo me alejo, bajando los escalones de la tumba.
—Tu… No eras así.
Creo que ni yo misma puedo reconocerme.
—¿A no? Pues… parece que ahora lo soy.
Mis palabras, llenas de desprecio, viajan por el aire. «Eres una idiota Emilia, ella es tu amiga, ella te ha apoyado siempre.» Crusch siempre ha sido cordial contigo, aunque a veces es fuerte con sus palabras, ella siempre ha sido quien te ha apoyado.
Entonces... ¿Por qué estoy siendo así con ella?
«¡Di algo, Emilia!»
Avanzo con pasos vacilantes, mientras los gritos angustiados de Crusch resuenan a mis espaldas.
—¡No puedes rendirte!
Me parece tan fácil para los demás comprender el dolor ajeno, tan sencillo subestimarlo.
Usamos palabras para describirlo, pero nunca alcanzamos a comprenderlo por completo. Estoy exhausta. ¿Acaso puedo realmente hacer algo en esta situación?
Contemplo el cielo, observando cómo las estrellas se desvanecen gradualmente bajo el resplandor del sol ascendente. Aprieto mis manos con fuerza, buscando desesperadamente una respuesta.
No sé qué decir, ni cómo expresar lo que vi, lo que sentí.
El dolor que acabé de experimentar es demasiado profundo. La primera víctima de Marco fue la persona a la que amaba. La asesinó sin piedad, y ahora carga con ese peso sobre sus hombros.
¿Cómo puedo ayudarlo en esta situación?
¿Es su acción perdonable?
¿O será que el Marco Luz que creía conocer siempre fue un monstruo en su interior?
A pesar de todas las dudas y la confusión que me embargan, encuentro algo de consuelo en lo que sí sé: lo que puedo hacer, lo que tengo en mis manos, lo que lleva latiendo en mi corazón desde el primer día.
Dirijo mi mirada hacia Crusch, cuyo rostro refleja una mezcla compleja de emociones. Le dedico una leve sonrisa acompañada de un suspiro cargado de resignación.
—Ya no queda nada —murmuro con pesar.
Al llegar a mi habitación, me encuentro con el desorden habitual: sábanas desordenadas, ropa esparcida por el suelo. Me dejo caer en la cama, tratando de ordenar mis pensamientos en medio de la confusión.
La niebla... era miasma, no cabe duda.
Marco tiene la capacidad de verlo por alguna razón que aún escapa a mi comprensión. Su cuerpo debe luchar en contra del miasma, pero, a ala vez su mente se puede ver afectada. De la misma forma que sucedió con padre Guise.
—No lo entiendo.
Agarro mi cabeza, intentando recordar una pista para resolver esta situación. No lo soportaré, estas emociones, no las quiero volver a sentir.
No soy fuerte, no soy como los padres de Marco, no soy como John que fue capaz de sacrificarse con una sonrisa. No soy como María, que fue un pilar para Marco hasta que le hicieron eso.
Yo puedo esforzarme, puedo hacerlo y puedo fingir.
Conozco mis cualidades, puedo verme al espejo con facilidad; he cambiado. ¿Entonces por qué me siento tan falsa?
"¡Soy Emilia!" Los recuerdos durante la batalla contra la ballena me arremolinan. "Tienes potencial"
Tengo que pensar en algo. Soy más fuerte que antes, puedo soportar estas emociones, el problema es que no sé qué hacer con ellas. Llorar no basta, sufrir no basta.
—¡Señorita Emilia! —exclama Ram a través de la puerta, tocando varias veces.
Levanto mi cabeza, solo para ver cómo la puerta tiembla por los golpes de Ram. Me levanto, pero mi cabeza pesa demasiado como para mantenerme erguida.
—¿Sí? —miro a Ram, quien parece preocupada, aunque su mirada no lo diga puedo verlo; sus manos ligeramente nerviosas.
Ella me señala hacia la salida de la cabaña.
—El estúpido de Marco y el idiota de Garfield están peleando. —Ram me mira con cierta molestia, un contraste a su preocupación inicial.
Es raro que me llame ella para algo así. Para empezar, Ram no es esa clase de persona.
—Vamos…
Voy junto a Ram, corriendo hasta atravesar el bosque. Cada paso me pesa, cada trago de aire me duele. No quiero verlo, no quiero ver a Marco. Tengo miedo, tengo miedo de lo que voy a pensar, tengo miedo de verlo como un monstruo.
Tengo miedo de odiarlo. Tengo miedo de sentir que habría sido mejor nunca conocerlo.
Las preguntas que me asaltan como enredaderas. ¿Qué es la fuerza? ¿Es resistir, aunque el alma se desgarre? ¿Es enfrentar la verdad, incluso cuando es aterradora? ¿Es ser capaz de perdonar, aun cuando el dolor parece insuperable?
Mis pasos son una danza incierta en la oscuridad del bosque, mi mente es un laberinto de dudas y temores. Pero en lo más profundo, una llama de esperanza aún brilla, una búsqueda por comprender, por encontrar el camino a través del laberinto emocional que me consume.
—¡Emilia! —exclama Otto, con urgencia en su voz, resonando en el claro del bosque.
En el centro del espacio abierto, Marco sostiene su pistola mientras Garfield, con sus guanteletes chispeantes, se prepara para el combate. La tensión en el aire es palpable, y la confrontación parece trascender los límites de una simple pelea.
—Sed de sangre… —murmura Crusch a mi lado, su tono cargado de preocupación—. Ambos, Marco y el chico, parecen estar dispuestos a todo.
Marco ha derramado sangre desde su llegada a este mundo, pero nunca lo he visto afectado. No muestra consideración alguna cuando se enfrenta a otros asesinos. Pero Garfield, él es distinto.
Aunque estoy segura de que podría ser tan letal si se lo propusiera.
Los intentos de Ram por calmar la situación se pierden en el aire, mientras Garfield solo truena los dedos, haciendo caso omiso de las advertencias.
Observo a Marco en silencio, sintiendo como si el tiempo se hubiera detenido a nuestro alrededor. Intento discernir qué pasa por su mente, qué siente en lo más profundo de su ser. Pero, por más que lo intento, no logro comprender sus emociones.
A pesar de su aparente determinación, Marco no mantiene la postura de alguien que busca la victoria a toda costa. Puedo verlo claramente.
Él no busca ganar.
—¡Emilia está aquí! —grita Otto, sacándome de mi ensimismamiento y devolviéndome a la cruda realidad.
Nuestros ojos se encuentran. Intento apartar la mirada, pero me resulta imposible. En su rostro, veo la decepción reflejada en sus ojos. El brillo que antes irradiaba, la felicidad que me contagiaba ahora parece distante, opacado por una sombra de desilusión.
Mi corazón se contrae de dolor. Betty, solo ella podría brindarle consuelo en este momento. La extraño con intensidad, anhelando su presencia para mitigar el sufrimiento de Marco.
Pero no está aquí, y me siento impotente, sin saber qué hacer para ayudarlo.
No sé cómo actuar, qué camino tomar. Todo lo que toco parece romperse, todo lo que intento construir se desmorona entre mis manos.
Miro al cielo en busca de respuestas, pero solo encuentro el silencio de la naturaleza que nos rodea. En este momento, solo puedo aferrarme a la esperanza y rogar por una respuesta.
Madre Fortuna…
Cada paso que doy parece llevarme más profundamente hacia la desdicha.
Padre Guise... te fuiste demasiado pronto.
Cada emoción que siento desencadena una despedida dolorosa.
Puck... te fuiste sin decir adiós.
Cada decisión que tomo solo aumenta el dolor de la ausencia.
Betty... ya no estás a mi lado.
Mis piernas se sienten como acero, mis manos inertes como si estuvieran atadas. Me encuentro paralizada, como si mi propio cuerpo me susurrara lo inútil que soy en este momento.
La mirada inquisitiva de Otto pesa sobre mí, esperando ansiosamente mi reacción. Pero ¿qué puedo hacer? ¿Qué puedo ofrecer? No puedo penetrar en su corazón, no puedo remplazar a Betty, no tengo el poder de hacerlo feliz.
¿Dónde quedó la versión de mí que, a pesar de la tristeza, seguía actuando según mis principios? «En lugar de fortalecerme, siento que me he vuelto más vulnerable.»
Marco sonríe, y luego su mirada se posa en Garfield.
—¿Está' listo? ¡Mi asombroso ser te arrasará por completo!
El maná de Garfield es denso, opresivo, cargado de emociones explosivas. Mientras tanto, el de Marco, debilitado por el abuso anterior, ahora parece diferente, ligero y sereno.
Su fuerza se percibe afilada, como el maná de Betty.
—Dijiste que esto era una batalla a muerte, entonces... —Marco apunta su arma hacia Garfield, sin titubear...
¡Bang!
El estruendo resuena en el aire, y Garfield reacciona, utilizando sus guanteletes para desviar la bala. Su guante queda perforado al instante, su brazo empieza a sangrar, víctima del ataque sorpresivo de Marco.
Garfield observa su brazo herido, las gotas de sangre cayendo. Debo detenerlo, pero no sé cómo hacerlo. La incertidumbre y la impotencia se apoderan de mí, mientras mi corazón se desgarra al presenciar la violencia desatada ante mis ojos.
No es el Marco que una vez conocí, aquel que me rescató de las sombras, aquel en quien todos confían.
—¿Eras tan débil? —la voz de Marco corta el silencio, como un látigo que hiere el alma.
La provocación de Marco resuena en el aire con sus palabras cargadas de desprecio. Pero lo que veo en sus ojos no es más que el reflejo del monstruo que arrebató la vida de María.
Garfield, recuperándose instantáneamente de sus heridas, sonríe con desdén y se lanza hacia Marco. Esquivando cada disparo con facilidad, recorta la distancia entre ellos en un abrir y cerrar de ojos.
Cada movimiento de Marco es contrarrestado por Garfield, quien se aproxima peligrosamente, listo para descargar su ira sobre él.
—¡Ahora, aprieta tu' dientes! ¡Bastardo! —grita Garfield, preparado para asestar un golpe letal a Marco.
Marco, en un gesto inesperado, suelta su arma y extiende los brazos en señal de rendición. Pero antes de que pueda hacer algo, un estruendo sacude el suelo y veo cómo Marco es arrojado violentamente contra él.
Cierro los ojos, deseando con todas mis fuerzas que mis piernas se muevan, que mi voz se eleve para detener esta carnicería. Cuando finalmente los abro, veo a Garfield sobre Marco, golpeándolo una y otra vez.
—¡Es suficiente! ¡El señor Roswaal no permitirá que le hagas más daño! —grita Ram, tratando de intervenir, pero su esfuerzo es en vano ante la furia desatada de Garfield.
Entonces, una figura inesperada aparece, una chica de cabello rosa, que con una sola mirada logra detener a Ram y sorprender a Garfield.
—Creo que la situación ha escalado más allá de lo esperado. Por ello, pido perdón en nombre de mi nieto, Garbo. —Sus palabras, cargadas de humildad, nos dejan a todos boquiabiertos.
Marco, con la nariz rota y los ojos hinchados, dirige una mirada hacia mí. Mis piernas se mueven casi por instinto hacia él, pero sus palabras me detienen en seco.
—No vengas. —su voz es un susurro entrecortado, pero su firmeza es inconfundible.
Se acerca a Garfield, lentamente, mientras intercambian palabras que no logro escuchar. La expresión de Garfield se torna sombría de repente, y en un instante la tierra comienza a temblar a nuestro alrededor.
—¡No lo hagas! —grita Otto, pero una nube de polvo nos envuelve, ocultando a Marco y Garfield de nuestra vista.
Crusch utiliza su magia para dispersar el polvo, pero cuando la visión se aclara, ambos han desaparecido.
—¿Se lo llevaron? —pregunta Otto, desorientado, pero yo lo tomo del hombro, sintiendo una certeza inquebrantable en mi interior.
—No, no se lo llevaron.
No necesito pensarlo mucho para comprenderlo ahora. Marco ha tomado una decisión, ha renunciado a todo.
—Él decidió irse con ellos.
—Un inútil haciendo cosas inútiles, no es de extrañar de ese idiota.
Todos me observan con asombro mientras Ram chasquea la lengua con fastidio y se retira hacia la cabaña, dejándonos atrás. Crusch y Otto permanecen a mi lado, compartiendo el peso del momento.
—¡Maldición! —exclama Otto golpeando un árbol con furia desesperada. La sangre brota de su mano herida, pero él parece indiferente al dolor físico, consumido por su impotencia.
Cuando me acerco para curarlo, él se aparta bruscamente.
—¡No pude hacer nada! —grita, golpeando nuevamente el árbol con impotencia. Crusch interviene para detenerlo, mientras yo me siento incapaz de aliviar su sufrimiento.
Todo lo que podía hacer era mantenerme firme, pero mi deseo de entender las emociones de Marco me llevó a este punto. El pasado de Marco es inmutable, y mi papel es simplemente observar el camino que siguió en el pasado.
—Debemos hacer algo —insiste Otto, intentando golpear el árbol nuevamente. Pero cuando intento contenerlo, siento su rechazo por primera vez. Está alterado, como si estuviera luchando con un secreto más profundo que la situación actual.
—Esto es mi culpa... —murmura Otto mientras se deja caer al suelo, temblando visiblemente bajo el peso de su propio remordimiento—. Fuimos nosotros quienes deseamos la guerra, por eso ahora Marco... —su voz se quiebra, revelando el peso de la culpa que carga consigo.
Me acerco con cautela, pero Otto se detiene de repente, extendiendo su brazo como si intentara contener el temblor de su cuerpo.
—Usted estaba en lo correcto, señorita Emilia... —continúa, levantando su mano con un gesto de desesperación. —¡Maldición! ¡Si tan solo no supiera eso! ¡Lo que hizo Ros…! —exclama, interrumpiéndose a sí mismo mientras su voz se llena de rabia contenida.
El nombre de "Ros..." queda suspendido en el aire, como una sombra que se niega a revelarse por completo. Otto cubre su boca, conteniendo las palabras que amenazaban con escapar, y su temblor se detiene abruptamente mientras se pone de pie con determinación.
—Ros... —murmuro, apenas audible a mí misma, aunque la palabra queda incompleta, su significado resuena en el silencio cargado de la noche.
No es difícil imaginar el final de ese nombre.
Otto me mira con ojos cargados de culpa, probablemente porque Marco no quería que yo supiese esto. Pero no lo entiendo.
¿Cómo puede ser que Roswaal, quien se suponía que debía ser un aliado, esté involucrado en esto? Durante la guerra, estaba limitado en sus acciones, ¿cómo habría podido influir en los eventos de esa manera?
Crusch parece haber llegado a una conclusión precipitada, tomando a Otto con ferocidad mientras exclama sin rodeos:
—¡Entonces fue él!
La fuerza con la que Crusch agarra a Otto hace que este cierre un ojo por el dolor, pero su expresión no muestra arrepentimiento sino un temor latente.
—¿¡Fue él quien alteró los vientos con magia!? —prosigue Crusch, y mi corazón se detiene en mi pecho al comprender la gravedad de sus palabras.
Mis manos se aferran con fuerza, como si buscaran desesperadamente una respuesta en el vacío. Recuerdo aquella tormenta, aquella ferocidad desatada que siempre creí obra de algún espíritu enojado.
Pero ahora sé la verdad. Lo sé porque estudié magia, para comprender mejor a Marco, para acompañarlo en su pasión por la manipulación de la magia.
Y entonces, la imagen de Marco se superpone en mi mente, sus palabras, su mirada llena de determinación. Él también lo sabía, Puck me lo había insinuado, había intentado advertirme.
Pero yo estaba ciega, negándome a aceptar la verdad.
—Debe ser un malentendido —balbuceo, intentando aferrarme a la idea de que mi mentor, mi benefactor, no puede ser responsable de algo así. Pero mis palabras suenan vacías incluso para mí.
Las sospechas de Marco ahora cobran sentido.
Nunca confió plenamente en Roswaal, siempre mantuvo su distancia, como si supiera algo que el resto de nosotros ignorábamos. Incluso Otto parece estar al tanto de algo que yo desconozco, una verdad que nunca se atrevió a compartir conmigo.
«¿Por qué no confía en mí?»
La pregunta se repite en mi mente, y con ella llega la dolorosa revelación de que quizás nunca he sido más que una pieza en un juego mucho más grande, una pieza ciega a las verdaderas intenciones de aquellos en quienes confiaba ciegamente.
«¿Quería protegerme, o, quería usarme?»
El peso del desaliento se posa sobre mis hombros, aplastándome con cada pensamiento. Mis ojos se abren con incredulidad, pero solo encuentro la sombra de mi propia incapacidad.
—Soy una inútil —susurro con amargura, sintiendo el aguijón de la derrota clavándose en mi piel. ¿Cómo podría siquiera aspirar a superar su pasado, si ni siquiera comprendo su presente?
Mis palabras se deslizan con resignación:
—Hagan lo que quieran.
No importa cuál sea la verdad, ya no me interesa. ¿De qué sirve luchar cuando sé que estoy destinada a perder?
Cada paso que doy a través del bosque es como caminar en un lodazal, hundiéndome más y más en la oscuridad. Me siento devorada por un abismo del que no veo escape, igual que Marco, también decido rendirme.
Los pensamientos se agolpan en mi mente, luchando por salir a la superficie.
—¡Tú no eras así! —escucho un grito en un arrebato de desesperación, aferrándome a mi propia cabeza con fuerza. Pero no hay respuesta, solo el eco vacío de mi propia voz.
Las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas, acompañando mi dolor mientras me arrastro hacia mi habitación. Ya no quiero enfrentarme al mundo exterior, no más.
¿En qué momento perdí el rumbo? ¿Cuándo dejé de reconocerme a mí misma en el espejo?
Mis manos tiemblan mientras intento levantarme, pero mis piernas ceden y caigo de rodillas frente a la puerta.
—Voy a matar a Marco —murmuro entre sollozos. La idea se instala en mi mente como una verdad incuestionable, una sentencia inevitable.
Solo hay una forma de escapar de este torbellino de emociones: volver a someterme a la prueba. Si quiero encontrar la fuerza para seguir adelante, aunque signifique su muerte, debo hacerlo.
Un gemido de angustia escapa de mis labios mientras me rindo ante el abismo que se abre frente a mí. En este momento, la única certeza que tengo es que estoy sola en mi dolor.
Entonces... lo mejor es que me quede aquí. Me rendiré...
¿Debería renunciar a mis sueños por él?
¿Qué estoy pensando? Es su vida, yo puedo vivir aquí. Sé que viviré por mucho tiempo. Viviré más que él, y eso me aterra. Cuando Betty me lo contó, pude ver el miedo en sus ojos y escucharlo en su voz a punto de quebrarse.
Entendí que también se aplica a mí. Marco y yo somos de razas diferentes, por lo que yo viviré más tiempo. ¿Qué significa quedarme atrapada durante sesenta o cien años más?
Al final, Marco también lo sabe. Por eso nunca me ha mirado de esa manera. Crusch y Marco, ambos deben seguir adelante. Aun sin el trono, Irlam puede sobrevivir. Yo esperaré, sí, me quedaré aquí hasta que Marco pueda cumplir su ciclo de vida.
Él debe saber sobre mi decisión, sin necesidad de que hablemos. Él sabrá que puede vivir, que debe seguir adelante. Solo quiero que sea feliz. Su vida es más corta que la mía, por eso debo considerar lo precioso que es cada minuto para él.
Cumpliré mi sueño más adelante, estoy segura de que podré hacerlo.
Lágrimas empiezan a deslizarse por mi rostro.
"Debes volver a cenar el próximo viernes", las palabras de la mamá de Petra, con quien ceno de vez en cuando, llegan a mi mente. La gente en Irlam también morirá, nuevas generaciones vendrán y yo me encontraré con un nuevo Irlam.
"¡Señorita Emilia, gracias por enseñarnos!", los agradecimientos de mis aprendices. No podré verlos de nuevo. Me encantaba enseñarles, me sentía tan viva al mostrarles cómo ayudar a los demás.
"Te traeré lindos recuerdos", la carta que me dejó Rem.
Rem, mi amiga. No quiero dejar de verte.
"Cuando seas gobernante, no te olvides de quienes te apoyamos", resuena la voz de Otto en mi mente, siempre presente, siempre dispuesto a ayudar con una sonrisa.
"Señorita Emilia, algún día, espero poder verla posicionándose en el trono. Estaré apoyándola desde aquí", las palabras reconfortantes de Luan, firme y cálida como siempre.
"Yo fui absorbida por gula, mi identidad es algo que te mostraré por mí misma", recuerdo las palabras de Crusch, quien ha sido mi guía y apoyo incondicional.
"Hasta que nos volvamos a encontrar, espero tengas tantos recuerdos por contarme", el dulce mensaje de Puck, mi segundo padre, pero tendrá que esperar hasta que todo esto termine.
Mis labios tiemblan al darme cuenta de lo que estoy a punto de abandonar, de todo lo que, pase lo que pase, tendré que dejar atrás. Los quiero a todos, más de lo que me había dado cuenta antes.
Lo que significan para mí, las alegrías compartidas, las nuevas experiencias, todo lo que he hecho y por lo que he luchado. Todos mis caminos conducen a perderlos; quedarme sola de nuevo.
¿Entonces, qué debo hacer? ¿Tiene sentido luchar?
Quiero liberar a mi aldea, son de mí misma raza después de todo. Pero, según entiendo, es probable que estén muertos. Hay una posibilidad, tan minúscula que apenas puedo vislumbrarla. La sangre del dragón, Roswaal me explicó que su sangre podría descongelar a mis seres queridos.
«¿Y si es solo un engaño?» Un pensamiento que nunca había pasado por mi cabeza.
Me tiro en la cama, apunto mi mano al techo y reflexiono sobre todo lo que debo hacer. Quizás, con una cantidad inmensa de cristales anti-maná pueda deshacer el hechizo. La sangre del dragón debería ser lo suficientemente poderosa para contrarrestar mi magia.
Para eso puedo esperar, no hay prisa. Ellos no irán a ningún lado.
—¿Cómo puedo volver a ser como era antes? ¿Cómo puedo borrar todo esto? —murmuro en la oscuridad, pero sé que jamás podré hacerlo.
Ya estoy marcada, para siempre.
Por los miles de años que viva, no podré cambiar nada. Lo que he vivido en estos meses me marcará por toda la eternidad. Su presencia quedará como la prueba de lo inútil que soy.
La prueba de que no pude ayudarlos.
"Eres Emilia, la medio elfa más hermosa que he conocido en mi vida."
Cierro mis ojos con fuerza, anhelando ser arrancada de este abismo que me consume.
—No quiero partir, no quiero abandonarlos.
Las lágrimas brotan de mis ojos, un torrente de dolor y desesperación, porque sé que mi destino ya está sellado. Nunca lo había contemplado de esta manera, pero ahora comprendo por qué mis seres queridos nunca abandonaron su aldea.
Aun sin ser víctimas de la discriminación, el simple hecho de presenciar cómo aquellos a quienes amas perecen a tu lado, impotentes ante el inevitable paso del tiempo, es un destino tan cruel como la propia muerte.
«Serán solo una breve ola en el vasto océano de la existencia.» Nunca había considerado esta perspectiva.
—Quedaré sola, sin importar lo que haga.
La muerte los alcanzará, y, sin embargo, en este momento, me siento impotente para cambiar su destino.
Soy una necia, una completa necia. Me dejé llevar por mi ingenuidad, me dejé llevar por mis emociones. Ahora que soy consciente, no puedo evitarlo. Desearía no haber salido jamás de ese bosque.
"Déjame confiar en ti, porque veo un potencial ilimitado", su voz resuena en mi mente, un eco constante de sus palabras llenas de confianza.
—¡Basta! —grito con todas mis fuerzas, tratando de expulsarlo de mi mente.
"Las quiero, las quiero desde lo más profundo de mi corazón"
No puedo silenciar su voz, no puedo evitar recordarlo. Está arraigado profundamente en mi corazón, como una carga imposible de desprender.
Sintiendo el peso de mi cuerpo, me dejo llevar por la corriente, abandonando toda esperanza.
