Riza Hawkeye, con su habitual compostura, entró en la sala de interrogatorios, la atmósfera se cargó inmediatamente de una tensión densa. El prisionero, un tal señor Macoy, reflejaba en su mirada el nerviosismo de quien se sabe en profundos problemas. Pero para Riza, él no era más que una pieza en un tablero mucho más grande, un medio para llegar al verdadero objetivo de su investigación.
Depositando un grueso portafolios sobre la mesa con un golpe seco, Riza no perdió tiempo en establecer la gravedad de la situación.
-Muy bien, señor Macoy, procederé a leerle los cargos. ¿Quiere que le lea primero los que le llevarán ante un pelotón de fusilamiento o los leo por orden?- Su tono, firme y sin rastro de duda, estaba diseñado para desequilibrar al prisionero, para hacerle entender la seriedad de su posición.
El desdén con que mencionó la posibilidad de defensa legal era parte de su estrategia.
-No sé qué abogados puede pagar, cabo, pero le aseguro que ni el mejor de todo el país podrá librarle de subir al patíbulo.- La presión estaba calculada, una mezcla de realidad y táctica diseñada para abrir la cerradura de su silencio.
La noche se alargaba, y con ella, el tenso vaivén del interrogatorio. Riza, con paciencia y precisión quirúrgica, desmenuzaba cada excusa, cada mentira. La sala se convertía en un escenario de una lucha intangible, donde las palabras eran tanto escudo como espada.
Finalmente, tras horas de presión constante, el cansancio y el miedo comenzaron a hacer mella en Macoy. Con la certeza de que enfrentaba un destino casi sellado, comenzó a hablar, no sin antes negociar un trato que mitigara su condena. Reveló que, si bien no sabía el paradero exacto de Margareht Gardner, estaba al tanto de sus intenciones vengativas.
Según Macoy, Margareht estaba dispuesta a matar no solo a Grumman sino a todos los generales implicados, directa o indirectamente, en la caída y muerte de su padre. Consideraba a estos altos mandos militares responsables de su desgracia personal y la de su familia, una mancha que solo la venganza podía limpiar.
Con reluctancia, Macoy proporcionó una lista de nombres y ubicaciones que podrían ser clave en la investigación. Estos lugares eran puntos de encuentro, escondites y posibles aliados de Margareht dentro y fuera del ejército. Cada nombre, cada dirección, era una pieza del rompecabezas que Riza y su equipo necesitaban para anticiparse a los próximos movimientos de su adversaria.
La noche se consumió en el intercambio de información, cada revelación un paso más hacia el entendimiento del enigma que enfrentaban. Al amanecer, Riza tenía en sus manos no solo la confesión de un hombre superado por la magnitud de sus errores, sino también la esperanza de detener una tragedia antes de que fuera demasiado tarde.
La oficina, normalmente un hervidero de actividad y estrategia cayó en un silencio preocupado cuando Riza Hawkeye entró, su figura proyectando una mezcla de agotamiento y determinación. Más de veinticuatro horas sin dormir habían dejado su marca en ella, su andar era automático, como si fuera movida más por pura voluntad que por conciencia plena. Al verla, los presentes intercambiaron miradas llenas de preocupación, conscientes del extremo al que su dedicación al trabajo la había llevado esta vez.
La preocupación de Roy Mustang no tardó en manifestarse. Acercándose a ella, expresó con firmeza,
-Teniente, váyase a casa y descanse-. Su tono no admitía réplica, aunque Riza intentó resistirse.
-Estoy bien, solo necesito un café-, replicó, aunque sus ojos contaban una historia diferente, uno de agotamiento profundo.
Roy no se dejó convencer.
-No, lo que necesita es dormir-, insistió, tomando el abrigo de Riza. - Mayor, llevaré a la teniente a su casa. Encárguese de lo que le ha entregado-, ordenó, dejando en claro que no había lugar para el debate.
En el coche, Roy conduciendo y Riza luchando por mantener los ojos abiertos, él rompió el silencio.
-Te fuerzas demasiado, Riza-. Su preocupación era evidente, reflejo de una larga noche de tensiones y peligros compartidos.
La conversación derivó hacia Grumman y la seguridad en su entorno.
-¿Quién está con Grumman?-, preguntó Riza, intentando aferrarse a los últimos hilos de conciencia.
-Breda, y me ha costado convencerlo-, admitió Roy. -Está algo molesto conmigo desde la última vez que hablé con él, pero al final ha accedido.
La curiosidad de Riza se agudizó.
-¿Molesto? Si el Fuhrer tiene predilección por ti, ¿Qué hiciste para provocarlo?- Su pregunta era genuina, una búsqueda de comprensión en medio de la fatiga.
Roy tensó su postura, revelando un conflicto previamente no mencionado.
-Es posible que le presionara para que cambie la ley anti-fraternización. Puede que le dijese que me quería casar contigo y que dimitiría si no cambiaba la ley-, confesó, palabras cargadas de consecuencias.
Riza entró en pánico.
-¿Por qué cometer esa temeridad? ¿Cuándo fue eso?-, preguntó, su voz elevándose a pesar del agotamiento.
-Hace un mes-, respondió Roy, tranquilo pero consciente de la magnitud de su revelación.
-¿Un mes? ¿Y me lo dices ahora? ¿Por qué diablos no nos ha echado? -, la incredulidad y el pánico entrelazados en la voz de Riza.
-Calma, Riza. No habría hecho lo que hice si no supiese que, en el peor de los casos, Grumman solo me ignoraría. Y no fue tan mal; me pidió que esperase seis meses", trató de tranquilizarla Roy.
-¿Controlado? Acabas de decir que estaba molesto-, replicó Riza, intentando procesar la información.
-Sí, porque como a cualquier persona, no le gusta que le presionen. Y está muy estresado con las elecciones civiles para los candidatos al consejo-, explicó Roy, intentando poner en contexto su acción y sus consecuencias.
Este intercambio reveló no solo la profundidad de su relación personal y profesional, sino también las complejidades y riesgos que estaban dispuestos a asumir por el futuro que deseaban construir juntos
El agotamiento de Riza Hawkeye se manifestaba no solo en su lucha por mantenerse despierta, sino también en el repentino dolor de cabeza que la asaltó, una preocupación más en una larga lista de ellas. Su mente, usualmente tan enfocada y lúcida, ahora se veía nublada por el cansancio y la tensión acumulada, exacerbada por la conversación que mantenía con Roy Mustang.
-¿Y si pasado seis... no, cinco meses te exige que renuncies?-, planteó Riza, su voz cargada de una preocupación genuina. En su mente, el futuro se extendía lleno de incertidumbres, cada una más preocupante que la anterior.
-Eso no pasará-, respondió Roy con una seguridad que intentaba ser reconfortante, aunque la sombra de la duda era inevitable.
-Pero ¿y si pasa?-, insistió Riza, incapaz de descartar el peor de los escenarios. Su mente, entrenada para anticipar y planificar contra todo tipo de adversidades, no podía simplemente ignorar la posibilidad.
Ante la insistencia de Riza, Roy se encogió de hombros.
-Pues en ese caso, nos casaremos, compraremos una casa en el este y criaremos a nuestros hijos en el campo-. Su tono, intentando ser ligero, buscaba ofrecer un escape, una alternativa idílica a las preocupaciones que nublaban el horizonte.
Riza, sin embargo, no buscaba evasivas.
-Hablo en serio-, afirmó, necesitada de respuestas concretas, de soluciones reales a los dilemas que enfrentaban.
La mirada que Roy le dirigió entonces fue profunda, insondable, cargada de una seriedad que no admitía réplica.
-Yo también-, dijo, y en su voz resonaba una promesa, un compromiso inquebrantable que iba más allá de las complicaciones del momento.
En ese instante único, cuando Roy Mustang delineó con palabras simples pero cargadas de significado un futuro posible juntos, Riza Hawkeye se encontró en un territorio desconocido. Por primera vez en mucho tiempo, el flujo constante y seguro de sus pensamientos y respuestas se detuvo, dejándola en un silencio lleno de contemplación. La pregunta de si lo que acababa de escuchar era, en efecto, una propuesta de matrimonio, flotaba en su mente. De ser así, era quizás la más inusitada y torpe que hubiera imaginado, pero no por ello menos impactante. A pesar de la informalidad del planteamiento, una ola de euforia inexplicable la invadió, mezclando sentimientos de incertidumbre, irritación y una felicidad sorprendente.
La idea de que los sacrificios y esfuerzos de años pudieran evaporarse ante una decisión impulsiva generaba un conflicto interno, un remolino de frustración y temor. Sin embargo, contra todo pronóstico, la visión de una vida sencilla y plena junto a Roy, lejos de los laberintos de poder y las exigencias del servicio militar, se presentaba con una claridad y belleza inesperadas. El cansancio que marcaba cada fibra de su ser, exacerbado por las emociones que el comentario de Roy había despertado, parecía tender un puente hacia ese futuro imaginado, llenándolo de colores y sensaciones vívidas.
Atrapada entre la realidad de su agotamiento y la tentación de perderse en sueños de un mañana compartido, Riza optó por el silencio. Negó con la cabeza, un gesto que reflejaba su conflicto interno y su incapacidad para articular una respuesta coherente. La batalla dialéctica, en la que usualmente se mediría con gusto contra Roy, estaba más allá de sus capacidades en ese momento. Su mente, normalmente tan aguda y preparada para el debate, simplemente no encontraba el camino a través del laberinto de sus propios sentimientos y la fatiga que los envolvía.
El coche avanzaba a través de las calles, un pequeño oasis de calma en el tumulto de sus pensamientos. El silencio se convirtió en su refugio, un espacio donde el cansancio, finalmente, tomó el control. La cabeza de Riza comenzó a inclinarse, sus párpados, pesados como plomo, se cerraron involuntariamente, y su cuerpo, que había resistido con determinación las demandas del día (y de la noche), capituló ante la necesidad de descanso. En ese pequeño rincón de tranquilidad, moviéndose hacia un merecido descanso, Riza se permitió, quizás por primera vez en mucho tiempo, ser vulnerable, dejando que el sueño la envolviera en sus brazos reconfortantes.
Mientras tanto, Roy, consciente de la valiosa imagen de Riza, durmiendo a su lado, reforzaba su determinación de cuidarla, de ser su apoyo en un mundo que demandaba constantemente más de lo que uno estaba dispuesto a dar.
