Su cuervo lo guió, ya al borde del alba, a una casa de campo. El animalito chillaba a todo pulmón, advertía sobre una víctima y un sobreviviente, que era menester salvar.

Cuando Sanemi llegó y entró a la casa, encontró claros signos de lucha. Y un cuerpo pequeño, inerte, sobre un futón ensangrentado.

Al hombre se le estrujó el corazón, y recordó la única noche que no quería recordar nunca más.

"¿Y donde está el sobrevivi-..." Su pensamiento se detuvo cuando escuchó dos gritos que conocía muy bien: uno de ira y uno de dolor, casi al unísono.

"En el bosque". pensó.

Al llegar al lugar, lo que vió lo paralizó: en un pozo en el piso, empalado en varios bambúes afilados como dagas, se retorcía un demonio, claramente de rango menor, humanoide, pero con la piel cubierta de escamas, y una mandíbula que al abrirse le recordó a una serpiente, con dos filas de afilados colmillos. Un puñado de ojos desorbitados cubría su frente, giraban desesperados en todos los sentidos.

Una naginata le atravesaba el pecho justo en la unión de la clavícula, y el engendro en el pozo chillaba de dolor. En la otra punta de la lanza, había una joven, sus ojos azules brillaban encendidos de ira, surcados por venillas ramificadas, enrojecidos. Mantenía con fiereza el agarre de su arma, con la mirada sobre el demonio.

Sanemi tardó un segundo en reaccionar pero entendió: la chica había guiado al engendro hasta esa trampa en el suelo que probablemente usaban para atrapar a los animales que buscaban comerse las gallinas o la cosecha. Y lo estaba reteniendo...porque esperaba el sol.

Miró al cielo, y efectivamente no faltaba mucho para el amanecer.

- Oye...- gritó él. Pero ella no se movió un centímetro, ni siquiera lo miró- OYE TÚ, QUÍTATE.-

Sanemi desenvainó y se acercó al borde del pozo. No era muy profundo, una persona de altura promedio podría haber salido, aunque con un poco de trabajo. Pero los bambúes en forma de pico dispuestos peligrosamente por todo el interior complicaban la tarea. Una trampa ingeniosa.

Y el demonio estaba realmente desesperado, con el bambú insertado en todo su cuerpo y la naginata sosteniéndolo en su lugar, no tenía mucho tiempo más.

La primeros rayos del sol se arrastraron cada vez más cerca del borde.

Sanemi echó una nueva mirada a la chica. No era muy alta, pero si sumamente delgada, tenía el cabello oscuro, lacio, bastante largo, la piel levemente tostada por el sol, supuso él que de trabajar en la huerta que vio cerca de la casa.

Y en sus ojos tenía pintado el horror de haber visto la muerte llevarse algo que ella amaba. Eran furia pura.

Cuando el sol tocó la piel del demonio y comenzó a desintegrarlo, lanzó un chillido sumamente desagradable. El humo negro, espeso y maloliente comenzó a salir del pozo una vez que la cabeza se deshizo.

- Ya está.- Le dijo él, cuando el monstruo se había consumido hasta la cintura entre chillidos y espasmos, algo que Sanemi encontró muy satisfactorio.- Ya se fue.-

Ella, rápidamente apuntó la naginata contra Sanemi, y lo sorprendió.

La mujer estaba claramente en shock, sus ojos abiertos de par en par, los labios apretados en una fina línea.

- Cálmate o tendré que calmarte yo y eso va a dolerte mucho.- Advirtió él.

Ella no dijo nada, pero Sanemi pudo ver cómo le temblaron las manos. Y luego las piernas. La conciencia estaba volviendo lentamente a su cuerpo.

- Tranquila. Soy un Cazador de Demonios. Un humano. Estamos del mismo lado.-

Ella jadeó. Apretó la quijada, pero no aflojó le agarre ni bajó la lanza. Sanemi envainó la katana y caminó lentamente hacia ella, con las manos levantadas. Ella realmente no era amenaza. Una mujer con una naginata no era más difícil de vencer que un niño con un bokken. Así que con lentitud tomó la lanza por el asta y tiró de ella con violencia. Para su sorpresa la chica no solo no la soltó, sino que cayó de rodillas empujada por el golpe, y volvió a tironear.

- Suelta la puta lanza.- gruñó él, al ver qué aún se aferraba.

- No.- contestó ella.

- Mira...todo está bien. Ya salió el sol...no hay peligro...- insistió Sanemi. Se acercó despacio a ella y tomó sus manos. Poco a poco, hizo que afloje...pero había empleado tanta fuerza para sostener la naginata que sus dedos se habían agarrotado.

- Eso pasa con un mal agarre.- dijo él. Y miró a su alrededor. Escuchó agua, tomó a la chica y prácticamente la hizo volar hasta la orilla del arroyo.

Allí, sumergió sus manos en el agua helada y forzó los dedos a abrirse, mientras ella aulló de dolor.

- Mueve los dedos.- ordenó él.- haz que la sangre circule.-

Ella, llorando, obedeció. Aunque Sanemi no estaba seguro si lloraba de dolor, de miedo o de odio.

- ¿Como... supiste que hacer?- preguntó él, realmente interesado.

La mayoría de los humanos corrientes o no saben cómo actuar ante un demonio o no tienen tiempo de hacerlo, porque son asesinados antes.

Lo que le daba la pauta a Shinazugawa que esta chica era rápida planificando estrategia. Y quizá tenga una instrucción en como usar una lanza como la naginata, aunque muy básica.

Pero ella lo miró como si lo hubiera visto por primera vez, como si hubiera vuelto de un trance profundo, oscuro, lejano. Y miró a su alrededor, asustada. Vio su ropa empapada en sangre. Y recordó.

- Ichiro...- Susurró, con los ojos tan abiertos que Sanemi pensó que se caerían de sus cuencas.- Ichiro cariño...-

- El niño...- dijo él, y desvío levemente la mirada al horizonte.

Sabía lo que vendría. Y nunca era sencillo de ver.

- Mi hijo...- la voz de la mujer se rompió, y el labio inferior y el mentón temblaron visiblemente. La mirada se le humedeció.- Mi niño...-

Sanemi sintió una puntada en el corazón. Y entendió por qué la chica hizo lo que hizo. Sin embargo, le pareció admirable la tenacidad con la que decidió enfrentarse al engendro que se llevó la vida de su niño.

No supo muy bien que decir...¿Qué se le dice a alguien que perdió tanto en un instante?

¿Que le hubiera gustado que le digan a él cuando perdió todo?

- Lo…lamento.- masculló.

"Una mierda. Una frase de mierda para una situación de mierda." pensó él. "Muy apropiado.".

Ella no dijo nada. Sus ojos seguían fijos en el correr del agua, en el arroyo limpio y frío. Sus manos ahora enrojecidas temblaban, mientras ella las abría y cerraba fuera del agua, haciendo que corra la sangre cómo él le había ordenado, en un movimiento repetitivo y mecánico. Aún estaba procesandolo todo.

- Puedo...ayudarte a cavar su tumba. Ninguna madre debería hacer eso en soledad.- ofreció Sanemi.

Algo pareció quebrarse dentro de ella, y se cubrió el rostro. Y poco a poco dejó salir un grito desgarrador, un grito que emergió desde el fondo de su corazón destrozado. A medida que el grito escapaba de su cuerpo, ella pareció plegarse sobre si misma, y terminó siendo un pequeño montículo de dolor, sollozante, tembloroso.

Él se ofreció a ayudarla a cavar la tumba para su hijo, y cumplió.

Una vez finalizado trabajo, y con una mujer impasiva, totalmente drenada por el dolor, insistió en saber.

Tenía que saber.

¿Puedo preguntarte algo?- preguntó Sanemi.

- Adelante.- susurró ella.

- ¿Como supiste qué hacer con el demonio?-

- Mi esposo...siempre me habló de ellos.- empezó a decir.- Dijo que cuando era niño había visto uno huir de la casa vecina. Me dijo que la única forma de matarlos era llevándolos al sol.-

Y poco a poco se perdió en una bruma de recuerdos.

- ¿Quién te enseñó a usar la naginata?- preguntó Sanemi.

- ¿Que?- ella volvió su mirada a él, como si saliera de una neblina oscura y densa.

- La naginata. ¿Quién te enseñó a manipularla?-

- Mi Padre...- contestó ella.

Y rogó que él no quiera profundizar en ese tema, aunque no le daba la impresión de ser un buen compañero de charla.

- Cortarles la cabeza también funciona.- dijo Sanemi, mirando la tumba fresca junto a las otras dos, ya anteriores, cubiertas de flores.

"Hay demasiada pérdida en la vida de esta mujer." Pensó.

- ¿Disculpa?-

- A los demonios. Cortarles la cabeza con una katana de un metal especial.- explicó Sanemi.

Ella desvío su mirada a la katana envainada en la cintura de Sanemi. Y pasó casi disimuladamente su vista por las cicatrices del rostro de él.

Pero cuando Sanemi le ofreció entrenamiento, la mujer se sorprendió y sus ojos quedaron fijos en los de él.

-¿Que te hace pensar que quiero hacer eso?- preguntó ella, alzando las cejas, y casi sonriéndole. La idea le pareció graciosa, ella siendo un Cazador que persigue y mata demonios, ella, que cuando su marido vivía, debía pedirle que mate las arañas de la casa porque les tenía miedo. Hilarante. Graciosísimo.

- Porque no hallarás la paz aquí sabiendo que hay otros demonios que están arrebatándole la vida a niños como tu hijo. Vi tu mirada. Ahora estás llena de odio por esos seres inmundos. Cómo yo.-

La mujer no dijo nada, pero Sanemi vio claramente cómo una chispa surcó sus ojos, como una estrella fugaz en la noche. Cómo un diamante.

Había dado en el blanco, y lo sabía.

- ¿Qué tengo que hacer?-

- Vendré a buscarte mañana por la mañana.- le dijo él.- Y te explicaré todo.-

- ¿Tengo que dejar mi casa?

- Si. Vendrás a la mía.- le dijo Sanemi, cruzándose de brazos. Y ella abrió los ojos como platos.

- ¿A vivir?- preguntó, totalmente sorprendida y Sanemi asintió. Ella rió, incrédula.- ¿Estás loco? No te conozco.-

- ¿Tienes algo que te ate aquí más allá de recuerdos? ¿Para que te quedarías, para llorar cada noche? ¿Vivirás para cuidar tumbas solamente?-

Ella se tensó. Eso le había dolido. Claramente no era un hombre delicado y amoroso como lo fue su marido. Contuvo las ganas de llorar, y no dijo nada.

- No estás obligada a venir, y si aceptas, eres libre de marcharte cuando lo desees. Te doy mí palabra...- dijo Sanemi finalmente, consciente de que quizá para una mujer sola, era demasiado avasallador un ofrecimiento así, viniendo de un hombre cómo él.

La chica analizó, lo miró de arriba a abajo y analizó sus gestos.

Si, el tipo era realmente intimidante. Tenía una mirada dura, penetrante, y cicatrices por todos lados. Pero aún así... no lo consideró una amenaza.

Y en caso de estar en problemas, su naginata iría con ella, para poder responder.

- ¿Puedo pensarlo?- dijo ella, mirándolo.

- Hasta mañana por la mañana. Luego no volveré.- advirtió él.

-No me das mucho tiempo.-

-No necesitas tiempo para decidir si quieres quedarte aquí a lamentarte o si quieres ayudar a otros.-

Hubo un silencio. Él tenía razón, aunque a ella no le agradaba.

-¿Cómo te llamas?- quiso saber Sanemi.

- Saori...Saori Minamoto.- Dijo ella.- ¿Y tú?

- Sanemi Shinazugawa.- Contestó él.

"Un nombre con presencia para un hombre con presencia" pensó Saori.

- ¿Vale la pena?- preguntó

- Vale más que no hacer nada.- dijo él, mientras se alejaba.

Saori lo vio marcharse. Y su mente no paró un minuto de pensar.

Cuando Sanemi llegó por la mañana, ella estaba sentada en la puerta de la casa con una bolsa improvisada a su lado. Llevaba ropa junto con todo el dinero que poseía.

Y la naginata.

Él se paró frente a ella, cubriéndola con su sombra. Saori entrecerró los ojos...no había dormido en toda la noche, repasando todo lo que había pasado.

Recorrió lo que alguna vez fue su hogar, el que llenó de amor, que ahora era un cascarón, oscuro y solitario, lleno de fantasmas de una vida común y ordinaria que ya nunca volvería. Llena de risas que ahora vivían solamente en su mente.

Llena de nada.

Tomó en sus manos la ropa que usaba su pequeño, aspiró su aroma en profundidad y el alma se le desgarró en pedazos. Lloró, tendida en el suelo abrazando una prenda que ya no tendrá dueño.

Pensó en cuánta gente fue y será cruzada por una historia como la suya. Pensó que, si ella tenía está oportunidad, era por algo. Pensó que tenía que hacerlo, en nombre de su hijo que nunca vería otro amanecer.

Ahora, esa mañana estaba cansada, y la claridad del día le quemaba las retinas.

- Supongo que has tomado la decisión ya.- dijo él.

Viéndola sentada parecía incluso pequeña aunque no lo era. Estaba cansada y era obvio que su noche no habia sido sencilla.

Parecía increíble que esa mujer agotada y común haya retenido un demonio hasta el amanecer.

- Si. Espero no arrepentirme.- dijo ella, alzando la vista para mirarlo, con una sonrisa algo tímida.

- Lo harás.- Sanemi fue sincero.- Pero si mis sospechas son ciertas, yo no voy a dejar que renuncies.-

Shinazugawa comenzó a caminar.

Y Saori se fue con él.