Habían pasado casi dos años desde que inició su entrenamiento, el ritmo que Sanemi Shinazugawa le impuso fue sumamente agotador, desgastante y exigente. Y para peor, como había advertido su mentor, incrementó la intensidad del entrenamiento, llevó su cuerpo y su mente al límite.
Sanemi no se conformaba con menos que la perfección y exigía a Saori sin piedad, pero los frutos de su trabajo eran claramente visibles, y satisfactorios.
Sin embargo, para llegar a ese punto la chica había perdido la cuenta de cuántas veces se había desmayado en el último tiempo. O cuántas veces había vomitado.
Había entrenado bajo la lluvia, bajo el sol abrasador, bajo la nieve cruel. Con el cuerpo cubierto de moretones. Con los músculos agotados.
También había enfermado, más de una vez.
Cuando eso pasó, Sanemi fue quien se encargó de buscar la medicina, de monitorear su fiebre y de llevarle la comida a la habitación.
Y cuando Saori estaba con la regla, le daba el día libre y le permitía dormir hasta tarde.
Incluso había hablado con Shinobu, (muy a su pesar y con una vergüenza que no recordaba haber pasado en su vida) para conseguirle algo para los cólicos, que a veces la mantenían en posición fetal durante horas.
Sanemi poco a poco fue tomándole afecto, a su manera. La dejaba curar sus heridas, le había enseñado a realizar suturas simples conjuntamente con otras curaciones. Y era ella quien se encargaba de tener siempre bien surtido el botiquín de primeros auxilios de la casa.
A esta altura ya habían aprendido a funcionar como equipo y no solamente en el entrenamiento, sino en la cotidianeidad de la rutina.
Saori se sentía protegida, y aunque él era implacable en cuánto a su entrenamiento, ella supo ver las sutiles señales de aprecio, y le pareció irreal que alguien con el aspecto y el carácter de Shinazugawa pudiera ser tan cuidadoso y atento cuando se lo proponía. Era un contraste sorpresivo, algo que Saori consideró un privilegio conocer.
El Pilar del Viento cuidaba de ella y en retribución, la chica solía esperarlo por las mañanas con el desayuno cuando llegaba de las misiones.
La casa de Sanemi nunca se sintió tan acogedora, y él sabia muy bien que era por ella.
Desde que Saori había llegado, su casa se sentía una casa: luminosa, limpia, cómoda.
Cálida.
Pero eso empezó a preocuparlo.
Porque de repente notó que las charlas con Saori se volvieron necesarias. Al punto que, no solamente ansiaba llegar a su casa para descansar, sino para pasar tiempo con ella, para contarle sobre su noche. Para entrenar juntos, para comer juntos.
Y descubrió que ella lo miraba diferente. Que le sostenía más la mirada, o que quizá sonreía más. La había pescado mirándolo cuando él cocinaba o cuando se sentaba a cuidar de sus escarabajos cuando tenía un momento libre. Buscaba el contacto, porque ahora de vez en vez ella apoyaba su cabeza en su hombro cuando estaban sentados mirando el atardecer, hablando, descansando. O se recostaba a su lado y le colocaba la cabeza en el regazo cuando descansaban del entrenamiento.
Pero lo más preocupante era que él era incapaz de frenar eso. Porque por dentro, ese contacto le aceleraba las pulsaciones de una manera muy agradable.
Entonces para horror de Sanemi, se dio cuenta de que si él notaba todo eso era porque también la miraba más. Y eso era innegable.
También cayó en la cuenta que se había aprendido ya los gestos que ella hacía, cómo cuando se olvidaba de algo. O el leve mohín que aparecía cuando sentía asco, como por ejemplo, con las cucarachas o los gusanos. O sus escarabajos. Se dio cuenta que le maravillaba ver cómo su mirada se encendía cuando el entrenamiento llegaba a su pico máximo.
Había notado que Saori tenía un lunar pequeño en el lóbulo de la oreja derecha y que cuando sonreía se le dibujaban hoyuelos en las comisuras de los labios. Que el cabello le había crecido más allá de la cadera.
Que tenía los pechos pequeños. Que tenía una marca de nacimiento en forma de medialuna en el omóplato izquierdo.
Que la boca últimamente le parecía más tentadora.
Y no era tonto, percibía la química. No sólo la emocional, esa vibración sutil y solamente perceptible para ellos, sino la otra, la física.
Notaba, con claridad, como respondía su cuerpo al contacto del entrenamiento, cuando la tenía más cerca que nunca, cuando podía sentir su aliento cálido en el cuello, o tener su boca tan cerca que solo le tomaría un "desliz accidental" robarle un beso.
Pero se dijo que ya pasaría.
Se convenció de que era el impacto de tener a alguien en su vida que no destilaba testosterona a diestra y siniestra como el 90% de sus camaradas. Y que con el tiempo, dejaría de pensar idioteces y volvería a verla como antes, como algo neutro, como una compañera y ya.
Asi que intentó dejar de mirar como Saori se mordía los labios cuando se concentraba en algo y focalizó todos sus sentidos en el entrenamiento.
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Un día, entrenando con la katana, hirió a Saori. El corte sangró bastante y él tuvo que llevarla a la Finca de las Mariposas...porque ella prácticamente entró en pánico cuando Sanemi quiso coserle la herida.
Era la primera vez que Saori asistía a ese lugar y le pareció muy armonioso y bello. Allí se encontró con mucha gente que iba y venía, personas con uniformes que Sanemi le dijo que eran kakushis, y le explicó su función. Y luego la llevó con Shinobu Kocho, un Pilar, una dama pequeña y de voz cantarina y serena, que la recibió con calidez y una sonrisa perpetua en su rostro.
Saori pensó que le deberían doler los músculos de tanto sonreír, porque no dejó de hacerlo en ningún momento.
-Así que esta es tu aprendiz, Shinazugawa.- Sonrió la pequeña Pilar del Insecto, mientras cosía la herida de Saori.- ¿Cómo va el entrenamiento?-
Saori estaba algo distraída con los alrededores. Y, a decir verdad, algo mareada por la pérdida de sangre y el olor denso a antiséptico que inundaba el cuarto.
Generalmente, cuando ella se lastimaba, era él quién curaba sus heridas. Pero está vez, Sanemi sólo le dio los primeros auxilios y detuvo el sangrado, porque ella se negó rotundamente a que él se acerque al corte.
- Bien. Estoy cansada.- Contestó finalmente.
- No es fácil entrenar con el Pilar del Viento.- Sonrió la mujer, mientras daba las últimas puntadas a la herida, que era bastante amplia: un corte limpio que empezaba en el hombro y bajaba hacia el centro del pecho. No era muy profunda, pero si sangró mucho.Era la primera vez que tenía una herida de tal tamaño.- Realmente admiro tu capacidad de soportarlo.-
- ¿A él o al entrenamiento?- preguntó con genuina curiosidad Saori.
-Oye...- Gruñó Sanemi.
La muchacha que atendió sus heridas rió graciosamente, e hizo que Saori sonría también.
-Eso es todo.- le sonrió cuando terminó de vendarla.- Tuviste suerte, no cortaste ningún músculo, si la cuidas adecuadamente sanará sin problema.- Shinobu se giró a ver al Pilar.- No puede hacer movimientos bruscos, Sanemi. O los puntos se soltarán y si eso pasa hay riesgo de infección, sin contar que la cicatriz será peor.- Se apresuró a decir Shinobu.-
- Pues tiene que seguir entrenando. Quiero que esté en la selección final, Kocho.- aclaró Sanemi, mientras veía cómo Saori batallaba para ponerse la ropa
La Pilar del Insecto apretó levemente los labios.
- ¿Me permites una palabra contigo, afuera?- dijo y cuando salió de la habitación arrastró a Sanemi con ella.
Saori se bajó de la camilla y fue en puntas de pie a escuchar detrás de la puerta, mientras se abotonaba la chaqueta. Estaba mal, lo sabía...pero la curiosidad le ganó, ¿Que era tan privado que no podía decírselo frente a ella?
- La herida no es grave pero debe cuidarse, Sanemi.- dijo Shinobu, preocupada.- Creo que deberías bajar la intensidad.-
- No haré eso ahora, mucho menos con la fecha límite tan cerca. Nunca la entrené diferente porque es mujer y no voy a hacerlo ahora.-
- Con más razón deberías hacer las cosas diferentes, déjala descansar si quieres que llegue en condiciones a la Selección.- sugirió Shinobu.
- Ella descansa los domingos. Y el primer y segundo día de la regla. Es un trato más humano que el que me dieron a mi.-
Shinobu miró al Pilar del Viento un momento, y entrecerró los ojos. Estaba acostumbrada a la terquedad del hombre, pero eso no significaba que no la exaspere.
- Voy a tomarme el atrevimiento de darte un consejo de mujer a Maestro de una mujer: nuestros cuerpos son importantes. A ti quizá no te importen tus cicatrices, pero para una mujer, sobre todo tan joven y bella como ella, puede ser traumático...-
-¿Traumático?- La interrumpió Sanemi.- Es sólo una campesina, no es que este planeando vivir de su belleza.- dijo Sanemi. Y Saori, detrás de la puerta sintió como si le estrujaran el alma.- Ella eligió este camino, yo no la obligué. Y sabe que las heridas, los golpes y cicatrices son moneda corriente...-
- Sanemi...- empezó a decir Shinobu pero él volvió a interrumpir.
- A ti quizá te importen porque naciste en una buena familia, adinerada y sin preocupaciones. Pudiste estudiar, tu vida estaba encaminada hacia otro rumbo y de repente te encontraste en esta situación con tu hermana. Pero ella viene de trabajar la tierra. Dudo que le importe una estúpida cicatriz.-
- No estás entrenando un hombre.-
- No. Estoy entrenando a mí sucesora.- espetó Sanemi.- Prefiero que viva llena de cicatrices a que muera con la piel de una muñeca.-
Se miraron sin emitir sonido. Shinobu conocía bien a Sanemi Shinazugawa. Y a veces quería golpearlo bien fuerte.
- Por un momento pensé que habías dejado ese papel de hombre rudo y tosco.- dijo ella al fin, con calma.
- No es un papel.- bufó él.
- Si lo es. Dentro de ese pecho late un buen corazón.Y yo lo sé muy bien, he escuchado de su bondad de una fuente sumamente confiable...-
Hubo un silencio y Saori no pudo saber qué pasó. Lo cierto es que no pasó nada, pero Shinobu había tocado una fibra sensible en Sanemi, y eso lo tomó por sorpresa.
Sanemi llevó a Saori nuevamente a su casa.
Ella, extrañamente, estuvo bastante callada todo el camino de vuelta.
- Está noche voy a cocinar yo. Vamos a tomarnos el resto del día para descansar.- dijo él, cuando entraron, mientras ella iba rumbo a su habitación. Saori asintió en silencio.
-¿Te apetece algo de anguila?-
Ella asintió en silencio otra vez, le hizo una leve reverencia, y Sanemi la vio perderse en el pasillo y luego en su cuarto.
Respiró profundo.
"Las mujeres son complicadas" pensó él, y bufó "Nunca más tendré un aprendiz femenino. Lo juro" se dijo, mientras entraba a la cocina.
Saori cerró el fusuma y se sentó lentamente en el suelo.
Se recostó en el tatami, mirando el techo.
"Así que...¿Una simple campesina?" Pensó, y la idea de que él la vea como algo tan insulso le dolió en el alma.
Se sintió estúpida. Porque hasta ese momento, ella creía que él había visto algo más, como ella en él.
Y la vergüenza fue tal que le hubiera gustado hacerse diminuta y desaparecer.
Porque Saori realmente quería que él la notara. Que notará que ella era una mujer. Pero no una simple mujer. No una campesina, no un aprendiz.
Una mujer hecha y derecha, valiente, fuerte. Deseable.
"Claro que no me ve así. Que estupidez pensar en lo contrario." Se dijo. "Aún eres ingenua, una niña estúpida y enamoradiza, Saori Minamoto...eres una campesina ciertamente. Y para peor, ahora el entrenamiento deberá detenerse, él se enojará conmigo."
Y esa mezcla desagradable de pensamientos la quebró. Se cubrió el rostro, respiró profundo y dejó salir el llanto, suave y cálido. Silencioso.
La jornada transcurrió tranquilamente. Demasiado quizá. Comieron, y solamente intercambiaron unas pocas (e incómodas) frases y palabras, aunque él se esforzó para que hable un poco más.
Así que luego de intentar y darse con una pared, dejó de hacerlo porque comenzó a molestarse.
Saori se pasó el día en su habitación, y tarde en la noche, escuchó a Sanemi en el pasillo.
- Minamoto.- se anunció frente a su puerta.
Ella no dijo nada. Cerró los ojos y se los cubrió con el antebrazo. No tenía la fortaleza de verlo.
- ¿Puedo pasar?-
- No.- dijo ella, seriamente.
- Pues que mal, está es mi casa y hago lo que quiero.- declaró él y puso una mano en el fusuma para abrirlo.
- Estoy desnuda.- mintió ella.
- Ya he visto una mujer desnuda antes.- Sonrió él.- ¿por quién me tomas?-
- Lárgate, por favor. Quiero estar sola.- dijo ella.
Sanemi respiró profundamente, conteniéndose y contó hasta 10. Se sentó en el pasillo. Saori podía ver su silueta dibujada en el fusuma. Cuando él empezó a hablar, la chica se cubrió el rostro con las manos, y luego subió su antebrazo para tapar sus ojos.
- No voy a exigirte continuar al nivel en que estabas. Pero no vamos a dejar de entrenar. Practicaremos la respiración de concentración total, lo haremos con calma..-
Saori no dijo nada. Tenía la mente demasiado saturada, y el cuerpo sumamente agotado. Y ese dolor en el pecho, esa pesadez en el corazón.
- Oye no me gusta hablar solo, Minamoto...-
- Está bien. Haré lo que me ordenes.- dijo ella, con un tono bastante mecánico.
- Entonces déjame pasar, carajo. Me siento un idiota hablándole a una puerta.- exclamó él.
-¿Para que quieres entrar?-
- Para no hablarle a la nada te dije. Además es mí casa, tengo derecho.- Contestó Sanemi.
-Si, pero esta es la habitación que me asignaste. Es mí lugar.-Lo interrumpió ella.
- Y puedo hacerte dormir afuera si quiero, déjame pasar.- el nivel de paciencia del Pilar estaba cada vez más bajo. Sabía que algo no estaba bien, pero no sabía qué.
Saori suspiró, accedió a que pase aunque no se movió un centímetro.
- ¿Me dejas ver la herida?- Pidió Sanemi, sentándose a su lado, aunque ella seguía recostada y con los ojos cubiertos por el antebrazo.
- ¿Para que?- Quiso saber ella.
- Solo déjame ver ¿Por qué cuestionas todo, joder?- se quejó él, cerrando los ojos, y frotándose el cabello de la nuca.
Ella se quedó quieta en el suelo, mientras él quitaba suavemente el vendaje que Shinobu había colocado. Revisó las costuras, Kocho había hecho un gran trabajo, cómo siempre, perfecto.
- Bueno, nos haremos cargo de esto y luego seguiremos.- dijo él, volviendo a colocar el vendaje.- Descansarás estos días.-
-Gracias. ¿Ahora podrías por favor dejarme sola? Quisiera dormir.- pidió ella, sin moverse un milímetro, sin sacar el brazo que ocultaba su mirar.
Algo no andaba bien, definitivamente.
Una alarma se encendió en la parte de atrás de su cerebro.
- Pense que quizá querrías compañía.- ofreció. No es que vaya todas las noches a sentarse a su lado porque, francamente, a partir de la caída del sol él no estaba.
Pero si que se han quedado a gusto charlando hasta tarde cuando han tenido oportunidad.
- Tranquilo, sé que no es tu trabajo.- Saori lanzó las palabras con una frialdad que él nunca había percibido en ella.- Después de todo, ¿Por qué gastarías tu valioso tiempo libre con una campesina?-
Hubo un silencio, y los dos quedaron inmóviles en donde estaban.
Él supo que lo había escuchado y sintió vergüenza.
Pero rápidamente la vergüenza se transformó en bronca. ¿Por qué carajos ella escuchaba a través de las puertas como una cría de 7 años?
- Tienes razón.- Dijo Sanemi, se puso de pie y se marchó sin decir más.
Él se metió a su habitación y cerró el fusuma violentamente.
"¡¿Pero por qué carajos se mete en conversaciones ajenas?!" Pensó, ofuscado. "¿Ahora para arreglar este puto lío tendré que darle explicaciones? Justamente yo..."
Se sentó en el suelo con las piernas a lo indio y una mano en cada rodilla.
"¿Y qué le digo? 'No...es que en realidad no pienso eso. Más bien todo lo contrario pero me da vergüenza aceptar que me pasa algo contigo' o 'La verdad es que me gustas mucho pero no quiero que nadie lo sepa. Menos Shinobu. Es que estuve con su hermana y no me apetece que sepa de mi vida privada'. Ambas opciones son una mierda por igual".
Se cubrió el rostro con las manos e intentó no gritar. La mixtura de las emociones dentro de él era desagradable. No estaba acostumbrado a esa mezcla.
"Para acabarla de joder, acabo de ser un total imbécil ahí..." Pensó. Y por un momento se planteó volver y disculparse. Pero aún estaba enojado. Avergonzado.
Lo bueno es que en menos de media hora debía salir de caza.
Descargaría un poco de tensión con los demonios y quizá el aire fresco de la noche le ayude a dejar de sentirse tan idiota, para que pueda ordenar sus ideas.
Y había mucho que ordenar.
