La primera noche, Mara la pasó subida a un árbol, sin dormir, incomoda y bastante asustada. La segunda se refugió en un coche que encontró en la carretera. Ese día había dejado las vías de tren y había seguido el camino que trazaba la autovía 85, durmiendo poco, pero no tan incómoda. La tercera estaba refugiada en un comercio que constaba de un almacén en la planta superior, donde se encontraba.
Su mochila sería más liviana a la mañana siguiente, pues había acabado sus reservas de comida que había llevado consigo. Pero aún con eso, Mara intentó pensar que no era un problema. Estaba en una zona edificada, podría encontrar algún suministro al día siguiente.
Agotada, se colocó la mochila tras la espalda que apoyaba en la pared y estiró las piernas, cubriéndose con una tosca manta que había encontrado. Allí, esa noche, podría recuperar las fuerzas que tanta falta le hacían.
—Encontraremos al tío Viz y a Shelly —dijo colocando las manos sobre su vientre —. Ella te va a querer mucho. Aunque temo que te trate como a un juguete de primera... espero que no te tenga envidia. No acepta que no se la quiera a ella más que a nada —sonrió recordando a su pequeña de rubios cabellos —. Pero tú eres lo que más quiero en el mundo, así que sigue ahí, ¿sí? No te rindas, mami tampoco lo hará... —susurró dejando que sus parpados comenzaran a descender —. Tienes que ser como papá.
El cansancio terminó por vencer a Mara por completo, que sucumbió a un sueño profundo y reparador. Cuando despertó horas más tarde sentía el cuello un poco entumecido de la postura, pero había recobrado las fuerzas.
Recogió todo y se preparó para salir de su refugió. Ese día debía encontrar provisiones en algún lugar, si no lo hacía entre los edificios colindantes debería aventurarse por el bosque. Con algo de búsqueda podría recolectar frutos secos que la aportasen proteínas para el viaje.
Salió del edificio con sigilo. Mantenerse con vida solo dependía de ella y no daba un paso sin estar segura. Observó la calle, comprobando que estaba en calma y comenzó a caminar en busca de alguna tienda o domicilio donde conseguir víveres.
Ayudándose de la ballesta que llevaba en las manos, rompió el cristal de una puerta, esperando con atención si aquello atraía caminantes de fuera o dentro, y con cuidado abrió la puerta pasando la mano por el roto ventanuco. El establecimiento era un pequeño comercio cuyos estantes estaba repletos de productos de limpieza, aseo y también dispensaba alimentos, pese a que no quedaban muchos en las baldas blancas de las estanterías ocupaban todo el espacio. Los víveres que encontraba estaban en mal estado o no era aptos: botes de salsas, condimentos, cajas de repostería fácil...
Mientras andaba examinando los estantes, pateó sin querer un bote de limpiasuelos que rodó por debajo del estante contiguo y le dio una idea.
Arrodillándose escrutó el espacio entre la ultima balda y el piso y una sonrisa se formó en su rostro. Aquello era lo que un pirata llamaría un filón.
Se incorporó y se quitó la mochila de la espalda, abriéndola para ir metiendo todo lo que encontraba válido bajo las estanterías: tres latas de alubias, un paquete de cecina, varios sobes de sopa de varios tipos y una botella de agua que aún siendo de cristal no se había roto.
Estaba satisfecha.
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En los último días, Daryl se había mantenido en alerta constante, un perpetuo estado de espera. Observando y valorando la situación. Deseaba encontrar a Beth, ella era lo que le quedaba, aunque ya no podía asegurar que la imaginase con vida, pero se trataba de Beth, y por ella mantendría la esperanza, por ella, por el recuerdo de Hershel y el de Mara.
Sentado en el suelo, con la espalda apoyada en un árbol, Daryl observaba la escena que tenía lugar frente a él.
Se había unido a un pequeño grupo de hombres; tipos violentos, ariscos y egoístas que viajaban juntos pero que no tenían vínculos de ningún tipo. Lo había hecho porque no le habían matado y porque no tenía una alternativa mejor. Era más fácil sobrevivir en grupo, y ahora, sin Beth, que el grupo resultase peligroso en sí, no le importaba. No le daban miedo, pero no por ello bajaba la guardia.
El grupo estaba formado por media docena de tipos más uno que era el líder, Joe, sin contar a Daryl, que era el octavo integrante. Apenas hablaba con alguno, ellos tampoco lo hacían con él ni entre ellos. Tan solo Joe parecía interesarse por él. Aunque había notado los claros recelos de Len, un moreno que manejaba un arco.
—Debemos continuar —ordenó el líder, cogiendo su bolsa del suelo para comenzar de nuevo a caminar sin perder tiempo en esperar al resto.
Lentamente Daryl se incorporó y cogió una bolsa de basura que era su petate, y donde guardaba un par de cosas que había acumulado en su viajar junto con Beth. La ballesta la tenía en su regazo, nunca se apartaba de ella, no se fiaba.
Con paso lento siguió al grupo, dejando distancia sin que esta le preocupase. Caminaron cerca de una hora, en la cual él a lo único que le presto atención era al entorno. Inútilmente y puede que de forma ilusa, esperaba encontrar una pista que le condujera a hasta Beth.
—Eres cazador —planteó Joe, que se encontraba a su lado en esos momentos —. Así que debo suponer que sabes seguir rastros. —Daryl tan solo le miró pero no hizo ni un gesto que para afirmar o negar aquellos —. ¿No te has preguntado dónde vamos?
—No me importa.
—Seguimos a un tipo, un cabrón que mató a uno de los nuestros —explicó ignorando el claro desinterés que había mostrado Daryl —. Aunque no demos esa impresión, cuidamos de la espalda de los demás. Lou lo encontró en una casa donde paramos a descansar y ese tipo lo mató, dejando que se trasformase para jodernos. Ahora vamos tras él. Tú podrías ser de ayuda.
—No conocí a ese tal Lou.
—Pero ahora estas con nosotros... y tenemos unos códigos —dijo Joe.
—No necesito que nadie cuide mi espalda —zanjó y aceleró el paso para alejarse del hombre y dar la conversación por concluida.
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Mara dos días después de conseguir víveres Mara seguía de camino por la carretera, aunque tomaba muchos descansos, pues su cuerpo la permitía exigirse de forma puntual, pero llevar un ritmo continuo de esfuerzo no, y debía velar por su bienestar.
No había vuelto a la vías. Si existía un santuario al final de estas Vicent no habría sabido de él pues el viajaba por las comarcales y en ellas no había encontrado ni un solo cartel o aviso. Aunque ese lugar estuviera cerca y fuera un verdadero refugio, no encontraría en él lo que estaba buscando.
Era solo media tarde, pero se encontraba exhausta. Por lo que al ver un bar de carretera en su camino, no dudó en buscar refugió temporal en él.
Tal vez se estaba equivocando al no acudir al santuario, tal vez estaba arriesgando demasiado al ir en busca de Vicent sola. Pero realmente eso era lo que quería hacer. Pese a que interiormente se preguntaba si lo que estaba buscando realmente era acabar muerta, dejar ese mundo podrido de una vez, dejar de luchar, de huir, de esconderse, de buscar comida, de dormir mal, de tener miedo, de desconfiar, de ese día a día agónico y descorazonador. En ocasiones temía que buscar a Vicent fuera una escusa para hallar una muerte sin tener que rendirse en realidad. Morir con la idea de que estaba buscando una vida mejor... para ella, para su hijo.
Echaba de menos a Daryl.
Acomodada en uno de los asientos del fondo del bar, donde se había recostado para descansar, sus pensamientos regresaron a los momentos que pasó con él; cómo eran aquellas taimadas muestras de amor que la dedicaba, cómo se sentía al estar entre sus brazos, cómo era el vibrar de su voz rasgada, y cómo su pecho se agitaba al tenerlo a su lado, cuanta era la admiración y amor que sentía por él.
Nunca le había dicho que lo admiraba por sobreponerse a todo, por llevar consigo todo lo que había sufrido y aún así seguir adelante. Parecía que Daryl tenía un escudo, porque era poco expresivo, pero no había escudo en realidad, Daryl lo absorbía todo, nada le era indiferente, aunque lo intentaba, él se preocupaba por todos, padecía por todos y luchaba por todos...
—Quiero estar contigo... —Miró al techo sin verlo, dejando que una lágrima rodase por su sien —. Solo... quería permanecer a tu lado, amarte cada día. Te amo, te voy a amar siempre, siempre Daryl. Pienso en ti para no rendirme, tú no lo harías. Quiero vivir, solo quiero vivir para que nuestro hijo sepa que fuiste un gran hombre. Lo que quede de ti, lo que se recuerde sera bueno, será la verdad...
El ruido de un motor sobresaltó a Mara, que se incorporó rápidamente del asiento y tomó sus cosas antes de ponerse en pie. Con todo cargado a su espalda sin cuidado se aproximó a la ventana, justo cuando el coche se detuvo frente a local.
—Mierda... —juro en voz baja.
Escrutó el coche, que para su desconcierto no era un vehículo común si no un coche patrulla. Pero sin poder reconocer a los ocupantes, hasta que ellos descendieron. Con asombró contempló sus uniformes de policía. Limpios y en perfectas condiciones, como el automóvil.
Resultaba una imagen desconcertante, como si hubiera aparecido de pronto del pasado en ese mundo destruido.
Estaba absorta mirando esos uniformes azules, intentando encontrar sentido a aquello cuando el hombre que estaba de cara a ella, el conductor del vehículo, se encaminó a la puerta del local.
Nerviosa, pero sobre todo llena de temor no supo que hacer, aparte de maldecirse a si misma por hacer perdido tiempo mirando en lugar de ocultarse o buscar escapatoria. Miró a su al rededor y se encaminó tan rápido como pudo a ocultarse tras la barra del local, se alzó por encima de la encimera para pasar al otro lado, en el momento en el que se abría la puerta.
—¡Ahhhh! —intentó reprimir el grito, pero le fue inútil. Había aterrizado sobre un vaso roto, clavándose el vidrio en la pierna profundamente.
—¿Quién está ahí? —Escuchó y el sonido metálico de una arma al ser amartillada pero no contestó —¡Conteste y salga con las manos en alto! —ordenó.
Mara contraía el rostro a causa del dolor, apretando los ojos para no gritar cuando palpó la aparatosa herida.
—Le doy tres segundos antes de disparar.
Esas palabras calmaron los miedos de la chica de una manera extraña, si quisieran matarla ya lo habrían hecho.
—No me puedo levantar —confesó intentando aguantar el dolor.
El silencio fue completo durante unos segundos, y Mara temió haber cometido el peor error de su vida.
—Es una mujer —escuchó en voz baja, parecía que estaba hablando entre ellos.
—¡¿Hay alguien más con usted?!
Mara no supo que contestar. Definitivamente había cometido el peor error de su vida. Reconoció el sonido de pasos acercándose hasta donde se encontraba. Miró su ballesta, e intentando ignorar el dolor que punzaba su pierna se puso a cargarla. Apuntando a la apertura en la barra que comunicaba con el resto del local.
Estaba con la vista fija en ese punto, esperando para disparar en el momento de tener al objetivo a tiro, cuando la puerta que comunicaba con la cocina o el almacén u otra parte del local se abrió por sorpresa y dejó pasó a un caminante.
—¡Jonhson dispara!
Otro caminante entró seguidamente y otro mas a continuación. Todos ignoraron a Mara, dirigiéndose hacia los dos tipo que estaba fuera de la visión de la chica.
Se escucharon tiro, gritos, juramentos y más tiros.
Mara intentó moverse hasta el fondo de la barra, lo más lejos posible de los caminantes, sin dejar de apuntar, cuando la coyuntura aparentemente estaba solucionada, y gracias a la adrenalina que la impedía sentir el dolor en su pierna, se incorporó para mirar que había sucedido y sobre todo como estaba la situación. Siempre mirando tras la mira de la ballesta.
Frente a ella estaban jadeantes y mirando en derredor los dos tipos uniformados, que se aseguraban de que los caminantes estuvieran abatidos por completos. Mara los examinó detenidamente por orden: el primero era un hombre de unas treinta tantos, fornido y con un rostro redondo y el pelo repeinado, que hizo pensar a Mara en los cerdos de la novela de Orwell. Idea que se desvaneció de su mente en el momento en que pasó a escrutar a su compañero, con idéntico traje policial azul, pero al fijarse en su rostro, y especialmente en la mirada incrédula con que el hombre de cabello rubio la observaba, la joven bajó la ballesta.
—Ese no es el uniforme del Sheriff del pueblo —declaró la joven, porque pese a lo asombroso de la situación lo que más la intrigaba era que aquel hombre con el que se había criado no vestía como lo recordaba.
El oficial sencillamente sonrió y negó con la cabeza.
—Cielo santo, ¡eres tú! —dijo al final y rodeó la barra para acercarse a ella — Es increíble que estés viva.
Cojeando Mara también acortó la distancia que les separaba una vez que el hombre estaba tras la barra y observó su rostro de cerca, comprobando que era no estaba confundida, y una vez que él hizo lo mismo se abrazaron.
—Habías dicho que no podáis levantarte —los sacó de su burbuja el otro agente.
—¿Estás bien? ¿Estás herida? —preguntó el rubio.
—Sí, pero no es grave —restó importancia y bajó la vista a su pierna.
—¿Qué no? ¡Dios, Mara estás sangrando!
—¿Te mordieron? —preguntó el compañero
—No. Dillan, de verdad estoy bien —aseguró.
Sin decir nada más su amigo hizo que rodease su cuello con el brazo y cargó con ella.
—Te curaremos, estamos en un hospital —aseguró encaminándose fuera del local.
—Eso no es lo que debíamos hacer. —Se interpuso el otro policía.
—Esto también es lo que hacemos. No la podemos dejar, no la voy a dejar —declaró Dillan.
Mirando a la chica con detenimiento, el compañero parecía que valoraba la situación pensativo antes de decir nada.
—Bueno, pues ves a terminar lo que debemos hacer. Ella no está para mucho ajetreo, te esperaremos aquí. Si es que la quieres llevar.
—No, Gorman, yo me quedo con ella —aseveró el rubio, mirando con un poco de desconfianza a su compañero —. Ves tú.
Mara, en medio, contemplaba la escena incomoda y dolorida, pues comenzaba a sentir de nuevo el punzante cristal clavado en su pierna.
—¿No confías en mí? —cuestionó Gorman.
—No es eso —mintió —. Es que aparte de darla por muerta, hace mucho que no nos vemos. Algo de intimidad nos vendría bien.
—Ohh... ya veo... —Sonrió ladino —. En ese caso, compañero, me debes una.
—Lo que quieras, compañero —asintió Dillan, dejando que Gorman abandonara el local.
Aún asida a su cuello Mara lo observaba con cierta desconfianza, en esa conversación había algo que intranquilizaba a la joven.
—Tranquila, siéntate... deja que mira la herida —pidió el rubio, permitiéndola que se acomodase en una butaca —. No tiene buena pinta.
—Es solo un corte, feo... pero nada serio —aseguró ella con una mueca de queja en el rostro.
—Espera aquí —pidió y sin mientras la joven miraba su pierna con dolor salió del local.
En menos de un minuto Dillan regresó con una pequeña mochila que contenía productos sanitarios, decidido a realizarle una primera cura.
—Deberían darte puntos, pero al menos así estarás mejor hasta que lleguemos...
—¿A dónde? —preguntó.
—No te preocupes estarás bien, ahora relájate —pidió comenzando a tratar la herida.
Durante los siguientes minutos Mara obedeció y no dijo nada, el acto de extraer el trozo de cristal de su pierna era doloroso, haciendo que toda su voluntad estuviera destinada a reprimir los gritos y lagrimas de dolor. Cuando Dillan la estaba vendando finalmente ella se encontraba temblando y empapada en sudor.
—Necesitas descansar, aunque eres aún más dura de lo que recordaba. —Sonrió para reconfortarla.
—Tengo un destino, Dillan. No me puedo ir contigo... no puedo.
—¿Un destino? ¿Tienes un grupo? —preguntó curioso.
—No... y aunque así fuera no te lo diría —confesó agarrandose a su brazo para incorporarse —. No confio en ti, ahora mismo no, y menos aún en ese tipo que va contigo. Me da igual la frase que reza su placa.
—Mara, soy yo, soy D —alegó el rubio —. Te conozco desde que naciste, te has criado en mi jardín. Fui tu primera pareja de baile y tu mi primer amor frustrado —recordó con una sonrisa que pretendía tranquilizarla —. Hemos vivido muchas cosas, mucha mierda y mucho bueno también... ¿o es que no te acuerdas?
—Sí, D, me acuerdo —asintió —. Pero eso pertenece a un pasado que ya no existe.
—No puedo dejarte ir, así como estás no —alegó —. Morirás. Confía en mí, por favor.
—No puedo permitirme confiar en nadie... Ni puedo ir a un lugar seguro, tengo que continuar viajando.
—No digas tonterías, estás en shock —la sujetó por los brazos —. Mira, estamos en un hospital, esperamos la ayuda y ayudamos a la gente... no es perfecto, pero cuidaré de ti, ¿de acuerdo? Estarás bien conmigo...
—No, no... no pudo D, no puedo —negó ella.
Durante unos segundos Dillan la retuvo, pero luego pareció que se rendía a lo que ella decía y soltó su agarre, dejando que se marchase si así lo deseaba. Mara asintió ante su gesto y con un leve gracias, se encaminó a por su ballesta. Estaba de espaldas a él cuando notó que algo no iba bien, pero antes de poder reaccionar un gran golpe en la nuca la hizo perder el conocimiento.
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Los días pasados con ese grupo de hombres no solo hizo que Daryl aprendiera sus escasas pero practicas normas, sino que una parte de él resurgiera. Ese ambiente, esa forma de ser que todos tenían, sus hábitos y costumbres le resultaban tan familiares al cazador que comenzaba a olvidar el pasado más cercano de su vida y a reencontrarse con esa forma de vida que creía que había dejado atrás.
Solo en la inconsciencia de los sueños, en los que se sumía cada noche, recordaba lo que había sido su vida unos meses antes. Odiaba despertar, regresar a la realidad era doloroso, pero esas fantasías y recuerdos que lo acogían en la madrugada se desvanecían en minutos y él se trasformaba en un Dixon, uno del que Merle hubiera estado orgullosos se decía interiormente. Sin embargo al caer la noche, reclamaba para sí un lugar apartado donde dormir, como esos tipos tenían por costumbre, y se esforzaba a perder la conciencia rápidamente, inundando su psique con el recuerdo de unas manos, unos dedos finos que recorrían su pecho suavemente, una sonrisa perfecta que le hacía sentir vivo y unos ojos de un color increíble que brillaban al contemplarlo.
—No quiero dejar la cama... quédate un poco más —reclamaba ella oprimiendo su cuerpo desnudo contra el del cazador —, ¿o es que no te gusta estar así?
—Claro que me gusta, chip —respondió, deslizando la mano por el costado de su cuerpo, disfrutando de la suavidad que palpaba —. Sentirte a mi lado es lo mejor de este mundo.
Una sonrisa demostró que aquellas palabras la hacían feliz por entero, y satisfecha al oírlo lo besó, acomodándose por entero sobre su cuerpo.
—Pues no te vayas aún de mi lado... quédate un poco más conmigo —suplicó entre besos, acariciando el cuello y hombros de Daryl —. Yo solo quiero estar contigo, ser tuya.
El dorado de los ojos de Mara se hizo más intenso y brillante cuando se clavó en las pupilar de Daryl, y el deseo por hacerla suya aumentó en el cazador. Como un eco sordo podía escuchar aquellas ultimas palabras, que reclamaban que la poseyera, cosa que deseaba más cada segundo.
Deslizando sus manos por todo el cuerpo de la joven, que se encontraba recostada sobre él, descubrió que estaba desnuda por entero, como él, y que su deseo por sentirlo era el mismo que él sentía. Sin embargo, no quería sucumbir al éxtasis del sexo enseguida, quería disfrutar de cada roce, de cada sensación que le provocaba la suave y cálida piel de ella contra su cuerpo. Recorrió con sus toscas manos cada centímetro de su cuerpo, cada curva. Hasta guiar sus movimientos de tal modo que acabara sentada sobre él y la pudiera invadir profundamente, escuchando sus jadeos, sintiendo sus movimientos y como ella lo poseía con deseo. El placer que mostraba, el sensual contoneo de la cintura y caderas de ella contra su pelvis, el vaivén de los pequeños pechos, los jadeos y susurros enardecidos, la presión que ejercían las finas manos en el pecho del cazador al sucumbir a la pasión del acto, la forma de morderse el labio entrecerrando los ojos, su negra melena revuelta... todo lo que era Mara, con todas las particularidades que suponían hacer el amor con ella era lo que excitaba a Daryl, era estar con ella, era sentirla a ella.
—Sigue... sigue... —la escuchaba entre jadeos.
Estaba apunto de sucumbir al placer, a liberar su cuerpo al escuchar esas palabras, pero se reprimió a sí mismo. Sintió una punzada de pánico ante el pensamiento de poner fin a lo que estaba viviendo, convencido de perder a Mara una vez que alcanzara el clímas, y luchó contra su propio cuerpo para impedir que ocurriera. Sin embargo, ella seguía desgranando su deseo con cada movimiento y susurro, dominándolo. Desesperado, entre lo que sentía y lo que temía, entre la sensación que le provocaba un miedo irracional del que no comprendía el motivo, pero sin embargo sentía como cierto, y las sensaciones que Mara le generaba, se incorporó. Rodeó con sus brazos el cuerpo de la joven, reteniéndola contra su cuerpo fuertemente. Lo más unida a él que podía.
—No me dejes, Chip... —Se escuchó a si mismo suplicar, aunque estaba seguro de no haber dicho nada —. No puedo perderte, no quiero perderte más. No es vida lo que tengo sin ti. Quédate a mi lado, pequeña... Te quiero... —su voz sonaba cada vez más desesperada, tanto como resultaba su agarre al delgado cuerpo de ella —. Te amo, solo te he amado a ti, y si no te vas te lo diré, te lo diré cada día si vuelves conmigo.
Daryl sentía cada palabra que escuchaba, y aunque era su voz estaba seguro que no lo estaba diciendo él.
Alzó la vista para mirar a Mara a los ojos, para encontrar algo de lógica en todo aquello.
—Vuelve conmigo —dijo ella cuando la miró.
Con un fuerte sobresalto, Daryl despertó en mitad de la noche. Recordaba todo el sueño que acababa de tener, y su cuerpo también lo recordaba, pues estaba visiblemente excitado cuando comprobó su entrepierna. No era la primera vez que le pasaba, ni mucho menos. Peque aquel sueño le había dejado una sensación extraña. Solía fantasear con Mara y él, soñaba con ella, no siempre era sexual, pero sí en ocasiones. Pero pocas, muy pocas veces el sueño tenía esa mezcla de fantasía y realidad. Cuando soñaba Mara estaba con él y nada malo pasaba.
Desconcertado por lo que había pasado no reparó en que no demasiado lejos de él uno de los hombres le estaba prestando demasiada atención.
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Un fuerte dolor de cabeza impidió que Mara fuera capaz de abrir los ojos por completo, una vez que la conciencia volvió a ella. Sentía que su cráneo era golpeado por una gran maza al intentar moverse y un gemido de dolor salió de sus labios resecos.
—¡Mara! —una familiar voz la obligó a despertar — ¡Mara!
Lo que vio al despegar los parpados la confirmó que no estaba viva, eso y que todo lo que se decía del cielo era una gran mentira... a no ser que estuviera en el infierno, podría haber acabado allí, no la sorprendía. Pero de ser aquello el infierno, no entendía porque era tan blanco, y aún menos porque Beth estaba con ella.
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.~.TWD.~.
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Hola pacientes lectoras!
Sé que tardo la vida en subir nuevos capítulos pero escribo muchas historias, tengo más proyectos de escritura abiertos y no puedo dedicar tanto tiempo como me gustaría a Daryl y Mara. mil perdones. Pero sigo con el fanfic hasta que llegue al final.
Como prometí a una nueva lectora que me dejó un comentario muy divertido actualizo para que ella me cuente sus teorías, espero que cumplas, jeje.
Espero también que os guste el capitulo, un abrazo!
