Gente Rara
Era la tercera mañana que Daryl despertaba con Mara entre sus brazos, bajo las sábanas de aquella cama, la más cómoda que habían compartido desde que se conocían, lo que no era muy difícil pues hasta hacía unas semanas llamaban hogar a una prisión. A diferencia de las anteriores mañanas en aquella ocasión el cazador no parpadeó, no dudó de estar soñando ni una fracción de segundo, como le había ocurrido los días anteriores. Mara era ya una realidad que estaba junto a él, se había vuelto a acostumbrar a la calidez de su cuerpo, su rítmica respiración y el aroma particular que emanaba de su piel. No había que esforzarse para adaptarse a lo bueno.
Sin pensarlo Daryl se inclinó hacía la joven y aspiró el olor de su cabello, disfrutando de la sensación sin ni siquiera plantearse abandonar la cama en los minutos siguientes. No había olvidado el millón de veces que se había lamentado por no haber disfrutado más de esos momentos, esos instantes que le daban sentido a la vida y a los que él había vivido ajeno hasta que aquella joven entrara en su mundo cambiando todo lo que él creía saber sobre la vida y las cosas por las que merecía la pena respirar.
Lentamente su mano se deslizó desde la cadera de la joven hasta la abultada barriga, que acarició suavemente de forma distraída. Sus ojos se desviaron hacía la mesilla de noche, inconscientemente, observando la ecografía que descansaba apoyada junto al pie de la lamparita, y como siempre le sucedía al contemplar la imagen de su hija sintió un pinchazo en el pecho que le hacía sentir tanto una presión asfixiante como una fuerza y valor que lo dominaban. Ni una horda de cientos de caminantes o ni siquiera un loco en posesión de un tanque, ni nada o nadie que pudiera imaginar le daba tantísimo terror como la existencia de esa niña. Y a la vez no había nada que le insuflara más fuerzas para seguir luchando. Si algo salía mal por su culpa, si cometía un error o le fallaba a Mara o a aquella niña que aún no había nacido jamás se lo perdonaría, de eso estaba seguro. Tan seguro como sorprendido, pues si le hubieran preguntado antes de conocer a Mara qué haría en ese caso no hubiera dudado en responder que desentenderse de aquel problema. Como había visto a su padre hacer la mayor parte del tiempo mientras su madre aún seguía viva, como el propio Merle hizo con él cuando apenas tenía doce años. Alejarse… No por simple cobardía o egoísmo sino porque tenía el convencimiento que lo mejor que podía hacer a favor de una criatura inocente era mantenerse alejado de ella, una figura como él no podría aportar nada bueno a un niño. Pero ya no pensaba así, y tal vez su cambio de opinión sí fuera por simple egoísmo. Conocía como era la vida sin Mara, como era carecer de preocupaciones y no tener a nadie que le importase, no tener miedo ni nada que perder, y sabía que no merecía la pena. Extendió la palma de su mano en el vientre de Mara, nunca había deseado un hijo, ni siquiera una compañera de cama, pero ahora tanto una cosa como la otra eran lo único que le daban las fuerzas necesarias para afrontar cada día.
—Me haces cosquillas —murmuró Mara, mostrando una leve sonrisa, pero sin llegar a abrir los ojos.
Daryl se inclinó levemente hacía ella, con lentitud, emitiendo un interrogante sonido con la garganta que cuestionaba qué problema había en eso. No obstante su mano se deslizó de la barriga de Mara hacía su muslo y la atrajo hacía él con un movimiento seguro y confiado antes de hundir su rostro en el cuello de la joven, que reaccionó con una sonora carcajada.
Por un instante Mara tuvo el impulso de contener su risa, acostumbrada a la prisión, donde la intimidad era escasa, o incluso al exterior donde el silencio era requisito para la supervivencia, pero comprendió que no tenía porqué reprimirse y rio con ganas antes las coquillas que sentía en su cuello por los besos de Daryl, a los que no se resistió sino que por el contrario se entregó plenamente, abrazándose a él para que no se detuviera.
Su agudizado sentido del olfato le advertía que se estaba repartiendo el desayuno en la planta de abajo y los días que habían pasado en aquel lugar la hacían suponer que de no ir a por su ración en los próximos minutos alguien subiría a recordarla que debía alimentarse bien. Así había sido hasta entonces, todos los habitantes de aquel lugar cuidaban de su bienestar cada minuto, lo que en parte le inquietaba un poco, pero no tanto como a Daryl que no podía ocultar del todo su actitud recelosa pese a disfrutar de las ventajas que estar allí les otorgaba.
Seguramente Abraham comenzaría a meter prisa a todos los presentes antes de terminar el desayuno, hacía días que el militar deseaba salir de allí rumbo a Washington. Cada mañana organizaba todo para emprender la marcha, pero al llegar el medio día siempre surgía algún problema o inconveniente que le hacía tener que posponer la partida por lo menos un día más. Eso había agriado su carácter y agotado su paciencia, pese a que la mayoría de problemas que surgían eran mostrados por Eugene: el motivo del viaje. Y, si el científico era quien se negaba a partir por diferentes excusas, pocas soluciones se podían objetar. Cuando no era un problema por el trasporte que podían usar para el viaje, se trataba de los víveres que debían portar, o sino las armas y munición para emprender un viaje seguros, el día anterior había sido el avistamiento de una horda que hacía peligrar, por su cercanía y rumbo, el camino que debían seguir. Siempre había algo que retenía al grupo que acudiría a DC para quedarse en la Terminal.
Tantos retrasos habían dado como resultado que algunos cambiaran de opinión y decidieran quedarse finalmente allí, como Glenn y Maggie, que si habían tenido dudas finalmente habían decidido quedarse junto a Beth. Dillan también también tenía dudas, una vez que valoró que el grupo de partida era numeroso y la Terminal estaba mayormente compuesto por madres y niños, entre los cuales estaría su sobrino, no sabía si era más útil y necesario en aquel lugar o en el viaje. Ni Mery, la matriarca de la comunidad, ni sus hijos se mostraron se especialmente interesados por esta indecisión, lo que sorprendió a Mara, pues en general intentaban que el mayor número de ellos se quedaran y en el caso de Michonne llegaron a conseguirlo, aunque seguramente Carl había tenido más peso en ella que nadie.
Si aquel era el día de la partida o no era pronto para saberlo, y por lo tanto Mara no tenía ningún deseo de toparse con el Sargento Ford irritable y nervioso, por lo que retrasaría todo lo posible salir de la habitación y sobre todo de la cama, donde las manos de Daryl se estaban abriendo paso bajo su escasa ropa sin pensarlo demasiado, alejando los resquicios del sueño en los que ella había estado sumisa escasos instantes antes.
La intimidad de una habitación propia y la previa ausencia que habían tenido el uno del otro eran dos ingredientes fundamentales para aquella dinámica, consistente en aprovechar cualquier situación y momento para estar juntos, plenamente juntos. No necesitaban buscar motivos, simplemente se negaban a aceptar excusas.
Mara estaba más excitada que despierta, por ello su cuerpo buscaba al de Daryl y correspondía a sus movimientos hasta sentirlo lleno de deseo a las puertas de su sexo y soltó un gemido de placer, pero él se detuvo durante unos segundos, sin dejar de acariciar su espalda y apretar sus nalgas contra él.
—Sigue… —susurró Mara con un tono cargado de deseo, una nota imperativa y cierto deje suplicante, que surtieron el efecto esperado en Daryl, que no se demoró más en invadirla de un profundo movimientos que estremeció a la joven.
Le excitaba escuchar aquella petición, breve y concisa, de labios de Mara. Oír ese timbre de voz pronunciar aquella simple palabra era como aspirar su olor, acariciar su piel cálida, como saborear su labios. Le excitaba escucharlo porque aquella palabra siempre era pronunciada en un momento de pleno deseo y su sonido le traía todos esos recuerdos a la mente. Todos, aquellos en la torre de vigilancia la primera noche que estuvieron juntos, hasta los de la noche anterior entre aquellas misma sábanas, llevándole a pensar que lo único que deseaba era aquello, estar entre las piernas de Mara disfrutando del mayor de los placeres que existía en la vida y rogando que no terminara nunca.
—Pasaría la vida así —confesó sin apenas pensar con la respiración agitada por sus rítmicos movimientos. La expresión de placer en el rostro de Mara confirmó que pensaba igual—. No quiero salir nunca de aquí.
—Atranca la puerta —comentó ella sonriendo.
—No hablo de la habitación —apuntó hundiéndose en su cuerpo con más ímpetu.
Ella lo aferró entre sus piernas con más fuerza, mirándole fijamente con sus ojos dorados al entender sus palabras y liberó un profundo gemido.
—De acuerdo… Sigue… y no pares nunca… Yo tampoco quiero que termine jamás… Sigue… —declaró entre gemidos, recorriendo con la mirada el torso nervudo y fuerte de Daryl sobre ella y la expresión de su rostro entregado al placer.
—Ojalá… —dijo simplemente Daryl, inclinándose hacia Mara hasta apoyar su frente sobre la de ella unos segundos.
Sus movimientos se hicieron más intensos y profundos, al igual que sus respiraciones y los gemidos ahogados de la joven que precedían al éxtasis en el que esta a punto de sumergirse sin apartar su mirada de los aquellos finos ojos azules que la atravesaban.
Unos golpes en la puerta los sacaron sorpresivamente de aquella espiral de deseo.
—¿Mara? El desayuno ya está listo, deberías bajar, debes estar bien alimentada —Escucharon ambos tras la puerta reconociendo la voz de Alex, el hijo menor de Mery.
—¡Sí! ¡Sí, sí… ya voy! —gritó la joven, entra la mezcla de la sorpresa y el irremediable delirio de placer en el que se encontraba—. Ya… voy… me voy…
—Y yo —dijo Daryl a continuación, con una sonrisa placentera.
Como en los días anteriores, tras el desayuno, Mara fue instada a acudir juntos con el resto de madres o futuras madres de la comunidad. Había cuatro bebés ninguno mayor que Judith y media docena de mujeres en estado. Lo cual resultaba cuanto menos llamativo siendo un total de veinte mujeres en aquel grupo antes de la llegada de Mara y compañía. La mayor parte del tiempo tanto las mujeres como los niños pequeños que no superaban la decena permanecían en el interior ocupándose de tareas menores o simplemente entretiéndose con pasatiempos. Por su parte Mara solía quedarse al cuidado de Dylan y Judith, a veces en compañía de Beth que no se molestaba en ocultar que disfrutaba cuidando de la bebé, lo que a nadie de aquella nueva comunidad le parecía mal en absoluto.
Tras su ingreso en aquel lugar, el grupo original que había convivido en la presión, se habían reunido en varias ocasiones de forma disimulada y habían acordado no demostrar del todo cuales eran sus capacidades y nivel de adaptación a aquel mundo de muerte. Aún no se fiaban del todo de aquellas personas, pues aunque su acogida había sido plena y total no eran pocos los que sentían que había algo que les ocultaban. Mara lo sentía de forma más palpable al estar con aquellas mujeres con las que se veía casi obligada a pasar el tiempo, pues sin contar las preguntas que le habían hecho sobre su embarazo no se habían relacionado más con ella. Y, hablando con otros compañeros de su grupos, sabía que el resto de supervivientes tampoco hacían esfuerzos en conocer a los recién llegados, menos aún a los que pensaban en marcharse.
Aprovechando que Judith estaba descansando y Dylan entretenido con un libro-juego se alejó hacía el exterior en busca de algún compañero con el que hablar y poder desconectar de aquel ambiente en el que las conversaciones giraban entre consejos sobre la lactancia y consejos tras el parto que eran los temas principales del resto de mujeres con las que se encontraba. Por fortuna no tardó en encontrar a Beth y Michonne hablando cerca de la cocina exterior a medio centenar de metro de la caravana que sería el vehículo principal para llegar a Washington.
—¿Ocurre algo? —preguntó a sus amigas en cuanto se acercó lo suficiente.
—Parece que hoy tampoco será el día de la partida —comentó Michonne echando una mirada hacía los que estaban junto al vehículo.
Cabizbaja, en un intento de pasar desapercibida al cruzar el patio Tara caminó hacía las tres mujeres y se quedó junto a Beth.
—Es posible que Abraham termine mordiendo a alguien hoy, la única duda es a quién —comentó la excadete.
—¿Por qué no se pueden marchar hoy? ¿Qué ha dicho Mery? —preguntó Beth con curiosidad.
—Ha sido Gareth quien no ha informado que el rebaño que observaron ayer aún está demasiado cerca y no es seguro ir en esa dirección o podrán caer en un cuello de botella rodeados de caminantes —informó Tara—. Lo cual es lo último que esperaba oír Abraham, aunque Eugene está de acuerdo en no arriesgarse.
—Creo que Tyreese será quien se lleve el mordisco —dijo Michonne, a la cual todas miraron por unos segundos, para llevar sus ojos hacía el propio Tyreese que en ese momento estaba cargando unas cajas en la caravana.
—Pero si el pobre no ha hecho nada más que ayudar —evidenció Beth.
—Estoy con Mich… En estos casos el que acaba pagando el pato es el que menos se lo merece —apuntó Mara.
—También lo creo, por eso me he venido con vosotras —dijo Tara, y ninguna pudo evitar reírse con complicidad.
Mara soltó un leve suspiro, resultaba agradable estar tan relajados como para bromear, aunque aquella comunidad tenía ciertas cosas que aún les inquietaban, era lo mejor que habían encontrado. Sin pensarlo mucho alzó la vista hacía lo alto de los edificios que les rodeaban. Los hombres solian vigilar el perímetro desde allí y tenía la esperanza de poder ver a Daryl, pero solo reconoció a Glenn y a Dillan caminar de forma distraída por las azoteas.
—¡Mara! ¿Dónde te metes? —Mery se dirigía hacía ella con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
—Solo he salido a tomar el aire, la vitamina D es buena —no pudo evitar responder. Tras tres días de constante atención comenzaba a sentirse agobiada.
—Si te aburres te enseñaré a coser. Hacer remiendos es de lo más necesario en el día a día —dijo la mujer parándose a mitad del camino.
—Genial —dijo Mara disimulando la frustración con poco éxito—. Coser… qué bien.
—Venga, vamos dentro…
La joven iba a ponerse en camino para no dar problemas en aquella comunidad que la había acogido cuando escuchó a Michonne.
—Yo sé coser —dijo con cierta sorna.
La joven la miró con fingida inquina y volviendo sobre sus pasos se acercó hasta ella.
—Y yo sé dislocarte el brazo de tres formas diferentes —susurró—. Dos de ellas con una sola mano.
—Puede, pero no sabes coser —repitió Michonne con una leve sonrisa que irritó más a Mara.
—Yo te enseño, no me encanta pero mi madre me enseñó —dijo con tono conciliador Beth tomando por el brazo a su amiga para seguir a Mery—. Es mucho más útil que dislocar hombros, al menos en el día a día.
—Eso depende de cómo sea tu día a día —dijo Tara.
—Ahí llevas razón —apuntó Michonne.
Antes de la hora de comer Mara tenía el dedo índice dolorido repleto de pinchazos por su poca maña con la aguja, eso y que no había podido dejar de observar con mayor interés al resto de mujeres. Durante el almuerzo la noticia de que no se partiría rumbo a la capital era ya un hecho y conocida por todos, por lo que no se habló mucho para evitar que Abraham se irritara de más.
Durante la tarde, de nuevo en compañía de Beth y también de Maggie que se las había unido por no tener nada mejor que hacer la tras mujeres volvieron a ponerse a remendar.
—Esto me trae recuerdo —comentó Maggie, mirando una camiseta con cierto cariño.
—Y a mí —comentó su hermana.
Mara permaneció callada por unos segundos, era obvio que recordaban su hojar, su pasado y seguramente también a su padre, lo cual hizo que también ella sintiera cierta desazón agridulce.
—¿Creéis que este lugar será nuestro hogar? —preguntó al fin, bajando todo lo posible el tono de voz.
Las hermanas la miraron y luego lanzaron un rápido vistazo en rededor, pero ninguna dio una respuesta.
—Supongo que también nosotros resultábamos raros para los que llegaban a la prisión —comentó Maggie—. Tuvimos reticencias con el grupo de Brush en su momento, y no eran tantos como nosotros ahora.
—Sí, supongo… Pero entonces no es solo cosa mí que algo es raro en este sitio.
Beth negó, centrando su vista en la labor de costura.
—Mery es la única mujer que no es joven —comentó la rubia—. Y Glenn no ha dicho que los hombres no llegan a una docena…
—¿Qué quieres decir?
—No tiene que significar nada, Mara. Pero si que es raro que haya tantas mujeres embarazadas… —dijo Maggie, alarmando a su amiga.
—Pero no creo que pase como en el hospital —apuntó Beth entonces—. Sí así fuera alguna pediría ayuda. Se les notaría.
—No entiendo entonces qué insinuáis…
—Lo mismo que tú, que hay algo raro en todo esto —dijo Maggie—. Pero raro y malo no tiene porque ir junto. Puede que se tomen muy en serio lo de repoblar el mundo, y ni tú ni yo tenemos un problema con ello… ¿no?
Mara permaneció pensativa unos segundos, pero terminó asintiendo.
Llegada la noche y tras la cena, Daryl y Mara se refugiaron en su habitación, apenas se habían visto durante el día y en absoluto a solas, ni siquiera para poder hablar con tranquilidad.
—¿Qué hacéis los hombres durante el día? —preguntó mirando por la ventana del dormitorio que daba al exterior de la infraestructura de la estación.
—Depende, vigilamos, algunos salen a cazar o revisar el perímetro. A mí hoy me han dicho que afilara cuchillos… Yo tampoco entiendo qué manía tiene se separar a hombres y mujeres, Michonne, Carol o Maggie y tú misma sois más diestras que la mitad de estos tipos —explicó recostándose sobre la cama.
—Beth Y Maggie piensan que eso que dijo Mery de repoblar la tierra cuando llegamos, ya sabes, lo de que las mujeres y niños somos lo más valioso es la clave de esta gente —explicó ella, girándose para mirarle.
—Por eso no vieron mal que estés preñada… —Alzó la cabeza para mirarla.
—¿Preñada? Pues creo que es justo como me ven —dijo ella—, como si fuera un cuadrúpedo.
—Tienen sus rarezas, como nosotros… —Se incorporó quedando sentado en el borde del colchón—. Todos somos raros a estas alturas, cada persona y cada grupo. Sinceramente si fueran demasiado normales desconfiaría, los que son normales solo lo fingen para ocultar algo…
—¿Y crees que no ocultan nada?
—Sé que a ti no te va a pasar nada—declaró tajante. Mara se acercó hasta él y sin dudar le abrazó, dejando que apoyara su cabeza en su vientre al corresponder rodeándola la cintura con ambos brazos—. No lo voy a permitir.
—Si esto no es seguro para alguno de nosotros, no solo yo, nos podríamos ir. No quiero que perdamos a nadie más.
—Yo tampoco —aseguró Daryl.
Mara acarició los rebeldes mechones castaños de su cabello por unos instantes, intentando convencerse de que sus miedos eran solo fruto de su imaginación o su instinto de conservación amplificado por su próxima maternidad. Daryl la había aconsejado seguir teniendo miedo, y lo hacía, tal vez con demasiada intensidad.
Daryl despertó temprano, no sabía bien por qué, pero creía haber oído un ruido fuerte que lo había sacado del sueño con un sobresalto, aunque ver a Mara tranquila junto a él le hizo dudar. Puede que no hubiera sido nada y se hubiera despertado sin motivo. Sin embargo se sentía agitado.
Con lentitud se apartó de su compañera y abandono la cama, buscando sus pantalones casi a tientas por la escasa luz del amanecer que traspasaba la ventana.
—¿Qué haces? —preguntó una soñolienta Mara, que ya se había acostumbrado a que Daryl no dejara la cama con rapidez.
—A comprobar una cosa, descansa, marmota.
Rápidamente el cazador se vistió, como lo hacía cada día, poniéndose el chaleco justo antes de abandonar la habitación. No le habría sorprendido encontrar a Glenn o a Rick también fuera, inspeccionando qué había sido aquel ruido que estaba seguro que lo había desperado. No hallar a nadie comenzó a hacerle dudar.
Bajó las escaleras y salió del edificio hasta el patio central. Todo parecía en calma, era demasiado temprano para que comenzara a haber trasiego en la comunidad.
Estaba a punto de volverse al interior y regresar junto a Mara cuando vio a un tipo que si no le fallaba la memoria se llamaba Albert rodear la caravana en la que habían viajado desde Atlanta arrastrando un bulto con él. En ese momento escuchó un silbido que provenía de lo alto del edificio y Albert se giró con curiosidad. El rostro del tipo cambió por completo mostrando una absoluta sorpresa al ver a Daryl allí y sin perder tiempo se encaminó hacía él a largas zancadas, al hacerlo el cazador pudo identificar que el bulto que arrastraba no era un bulto sino el cuerpo de Carol.
—¿Qué coño estás haciendo? —preguntó yendo hacía él con ímpetu.
Daryl estaba centrado en aquel hombre y apenas pudo reaccionar al notar que algo o alguien se acercaba por detrás de él, cuando sintió un fuerte golpe en la cabeza que lo postró de rodillas, justo antes de que todo se volviera negro.
Mara se despertó comprobando que seguía sola en la cama. Confiando en las palabras de Daryl se había vuelto a dormir sin poder evitarlo al poco de que él se marchara, segura de que volvería en uno minutos, pero ya había amanecido por completo y su compañero no había vuelto con ella.
Desconcertada se levantó, apartando el sueño de sí, pese al cansancio y se visitó para cerciorarse de qué había sucedido, saliendo de la habitación tan rápido como pudo. Apenas había avanzado por el pasillo una decena de pasos cuando se topó con Beth.
—Se han ido —dijo la rubia.
—¿Qué? ¿Quién?
—Abraham y los demás… Se han ido todos al amaneces para que nada les retrasara de nuevo.
—¿Cómo? ¿Quieres decir que ya se han ido; sin despedirse? —cuestionó, dudando que Sasha o Tyrees fueran capaces de algo así.
—Sí…
Mery apareció por la esquina del pasillo y al ver a Mara aceleró el paso.
—No sabía si ya estabas en pie, venía a hablar contigo —dijo acercándose junto a ella, para el desconcierto de Mara, que no entendía nada—. Quiero que sepas que no estás sola, y que aquí vas a tener todo el apoyo que necesites, de todos nosotros.
—Lo sé, pero no entiendo por qué…
—Gareth asegura que intentó convencerle, pero él estaba decidido a irse, creía que era lo mejor —presigió hablando la mujer—. Que su lugar estaba fuera y el tuyo aquí, con nosotros.
—¿De qué habla?
—Daryl se ha marchado a Washington —declaró Mery.
—¡¿Qué?!
—Eso no puede ser —dijo Beth.
—Me temo que sí, así es.
—No, no… Daryl no… Él no me dejaría —decía Mara sintiendo como le flojeaban las piernas y todo a su alrededor comenzaba a dar vueltas—. No puede ser.
La idea de que aquello fuera un simple sueño, una pesadilla, horrible pero ficticia punzaba en su cabeza porque no había razón para que fuera real.
—Volvamos al cuarto —dijo Mery, y sin esperar consentimiento llevó a Mara de regreso al dormitorio por la falta de reacción de ella.
Cuando Mara fue consciente se encontraba sala, sentada en la cama, con Mery frente a ella.
—Sé que parece increíble, que no quieres creerlo.
—Es imposible —repitió— Daryl me quiere, me quiere más que a nada y a este bebé también. Lo vio, pudo verlo cuando me hico la ecografía. Nos ama y jamás nos dejaría…
—No le conozco tanto como tú, claro. Pero conozco más de la vida, y créeme cuando te digo que no me sorprende que se haya ido. Ese hombre te quiere, seguro, pero sabía que no estaba preparado para ser padre.
—No, me dijo que sí quería al bebé… que ahora sí…
—¿Ahora? Es decir, que dudó en algún momento ¿cierto?
—No, es decir… No lo esperaba, porque no debía pasar y por eso… —tartamudeó demasiado nerviosa para ordenar sus pensamientos.
—El grupo del viaje habían pactado salir al alba, lo tenían preparado y hasta amenazaron con tirar la valla con el vehículo si no se les abría la verga. Si Daryl estaba con ellos es porque lo tenía planeado.
—No…
—Sé que no lo quieres creer. Pero él se ha ido, porque no quería o sabía que no podía cuidar de ti y tu hijo…
—Qué sabe usted. No sabe nada, ¡no le conoce! Nadie, ni siquiera yo misma podría cuidarme mejor o a nuestro hijo que él. Es nuestro hijo y él no nos dejaría.—Se incorporó de la cama y se lanzó contra la mujer—. ¡Está mintiendo! ¡Daryl no me ha dejado! ¡Jamás!
—Shhhh… calma… calma… —Mara notó un leve pinchazo el brazo y pocos segundos después todo se volvió borroso—. Estás demasiado nerviosa. Será mejor que descanses.
El dolor se extendía desde la base del cráneo hasta su espalda, casi paralizándolo, pero aquello le hizo ser consciente de que estaba despierto y por lo tanto vivo, pero la oscuridad era total en donde se encontraba. Soltó un gruñido al sentir que tenía las manos atadas tras de sí, y también las piernas.
—¿Daryl? ¿Daryl, eres tú? —Reconoció la vos de Sasha.
—Sí, ¿quién más está aquí?
—Todos los que nos íbamos a Washington, y tú…
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Carol.
—No lo sé —contestó sin ser capaz de recordar los instantes previos a perder el conocimiento, lo intentó de nuevo, pero lo último que recordaba era dejar a Mara en la cama para salir del dormitorio a comprobar un ruido, pero pensar en Mara le puso en alerta—. ¿Y le resto? ¿Dónde están los demás?
—No lo sabemos, ni siquiera sospechábamos que estabas tú, hasta escucharte —dijo Tyreese—. Nos hemos despertado aquí, no sabemos dónde estamos y aún menos por qué.
—Esto parece un vagón de tren, como los que estaban repartidos por la vía —explicó Abraham—. Así que creo que ha sido la matriarca y su grupo quién nos ha metido aquí. Pero no me explicó por qué.
—Eso no tiene sentido… —dijo Bob.
—Nada lo tiene —apuntó Abraham.
—Tampoco hay que buscárselo —dijo entonces Daryl—. Vasta con tener claro que sea lo que sea este lugar debemos salir de él y encontrar al resto.
—Eso no parece muy posible, ni tampoco demasiado probable —apuntó Eugene.
—Puedes, pero hemos estado en situaciones peores —declaró Sasha.
Daryl, cuyos ojos se habían acostumbrado a la oscuridad en esos minutos, observó fijamente a su compañera y asintió. Debían salir de allí, él debía estar con Mara.
Seré breve: Gracias mil por leer. Especialmente a Ana Daniela Gutierrez,
PD: Tarde en subirlo porque rehice el final muchas veces hasta plasmarlo cómo quería.
