Abraza la manada
19
Héctor y Aquiles
Segunda parte
Candy daba vueltas de un lado a otro en su habitación, contestando sólo con monosílabos a lo que decían Lydia y Astrid. Era obvio para la rubia que la estaban custodiando y eso la ponía más nerviosa sobre lo que pasaba con los visitantes.
—¿No lo crees, Candy? —preguntó Lydia por décima vez, pero la aludida no respondió. —¡Candy! —la llamó otra vez y la rubia salió del embrollo que era su mente.
—¿Decías? —preguntó esbozando una sonrisa nerviosa.
—Decía que… — se quedó callada y su mirada se perdió en algún punto de la habitación, después asintió—. El jefe nos quiere ver en su despacho —miró a Candy esta no tardó en dirigirse a la puerta. Lydia miró a Astrid—. Algo sobre el ataque de Gabriel y esos forasteros.
—¿Qué tienen que ver ellos? —preguntó Astrid y Lydia se encogió de hombros.
—No lo sé.
Se levantaron del sillón en el que estaban y siguieron a Candy, quien ya iba a medio pasillo, seguida de Aaron, que también había recibido la orden de ir al despacho de Anthony y, hasta ese momento, Candy supo que él también había sido enviado para cuidarla. ¿En qué momento? No lo sabía.
—Debo ir con Marianne para el cuidado de los cachorros —dijo Astrid a medio camino—. Órdenes del jefe —Lydia asintió—. ¿Qué problemas traen estos forasteros? —preguntó con fastidio, pero obedeció y fue directo al salón donde estaban reunidos los niños.
Candy, Lydia y Aaron entraron al despacho de Anthony donde ya estaban él, Gabriel y Víctor; detrás de ellos entró Lucille, los mismos encargados de la investigación del ataque de Gabriel, salvo Derek, quien seguía la pista de la cambiante y no había vuelto de su misión.
Anthony estaba de pie, en medio de Víctor y Gabriel hablando por lo bajo. En cuanto vio a Candy le dedicó una sonrisa y, acortando la distancia que los separaba, la rodeó por la cintura y la unió al círculo que se reunía en torno suyo. Candy no pudo relajarse con ese abrazo porque el grupo reunido le recordaba eventos angustiantes y tristes. Anthony pareció notarlo y tras besarle la mejilla, le dijo por lo bajo:
—Todo está bien.
—Esto es un Déjà vu. —Suspiró Lydia reconociendo al grupo reunido. Algunos asintieron, al parecer, todos pensaban lo mismo.
—¿Pusiste la guardia? —preguntó Víctor a Aaron, ignorando el comentario de Lydia.
—Ian y Charles están custodiando la puerta —contestó Aaron—. No saldrán de ahí sin que lo sepamos.
—Bien —asintió Víctor y miró a su sobrino.
—Los reuní porque nuestros invitados trajeron nueva información sobre el ataque de Gabriel —dijo Anthony y todos voltearon a ver al primero, quien, al parecer, ya tenía un avance de las noticias porque, con los brazos cruzados, dejó salir todo el aire de sus pulmones y asintió.
—¿Qué saben ellos? —preguntó Candy primero, pues era algo que le interesaba también.
Anthony estiró un brazo hasta su escritorio y tomó la bala de plata que Aquiles había dejado y empezó a contarles todo lo que habían hablado Víctor y él con los hermanos.
Todos escucharon con atención, a veces hacían alguna pregunta para puntualizar algo y seguían oyendo. Los negocios comerciales de los Andley les importaban poco o nada, pero la idea de contactar manadas del sur del continente les llamaba la atención, aunque Anthony especificó que eso no era nada seguro y que, si William tenía éxito en sus negociaciones, seguramente ellos no tendrían beneficio alguno. Candy escuchó esa parte y aclaró algunos puntos de las acciones de Albert.
Sobre relacionarse con la manada del jefe Rodrick tampoco se mostraron muy entusiastas, sabían que era una gran manada, con poder, aliados igual de poderosos y guerreros formidables, pero estaba demasiado lejos de casa y ya bastante tenían con ir alguna que otra vez a Idaho, con la manada del jefe Winston.
Anthony y Víctor les explicaron entonces sobre el grupo de humanos que había atacado Montana para obtener armas y municiones y cómo había atacado a manadas de la zona, matando a algún cambiante. El cuerpo de Candy se tensó al escuchar eso y, en un intento fallido de zafarse del agarre de Anthony, éste la apretó más hacia él.
—No estamos en guerra con los humanos— aclaró mirándola.
—Aún —murmuró Lucille, pero de inmediato se arrepintió al ver el rostro nervioso y contrariado de Candy.
—¿Por qué los están atacando? —preguntó Candy.
—No sabemos —resopló Anthony frustrado, pues eso era lo primero que debían saber—. Interrogaron a un humano que capturaron, pero no llegaron a preguntarle.
Candy no quiso saber qué había pasado con el humano capturado y agradeció que alguien más hiciera otra pregunta.
—¿Ellos saben quién atacó a Gabriel? —preguntó Lucille.
—No —dijo Víctor—, se sorprendieron al saber que era una mujer la que manipuló al chico Cartwright. —Miró a Candy—. No les dijimos que es tu hermano —agregó, y Candy agradeció la atención y el anonimato dado a Jimmy—. Tampoco se les dijo que la cantante es de los nuestros, parece que ellos no lo saben y creen que es obra de humanos.
—¿Humanos y cambiantes trabajando juntos para atacar a nuestra especie? —meditó Lucille—, ¿no les parece muy elaborado?
Todos asintieron.
—Si esos dos sabían que nos atacaron —dijo Aaron—, ¿por qué no lo dijeron desde un principio? —La conversación viró en otra dirección.
—Era su último recurso —contestó Anthony—, si yo aceptaba su propuesta de negocios desde un principio, nunca nos lo hubieran dicho.
—¿Tanto les interesa una alianza con nosotros? —dudó Lydia—. Nunca se han contactado con nosotros, ¿o sí? —miró a Víctor, pues era el cambiante de mayor edad entre el grupo.
—Lo intentaron hace muchos años con Rosemary —explicó Víctor y Anthony enarcó una ceja, asombrado por el dato—. Ella los rechazó, rechazó al jefe Rodrick y no volvimos a saber de él.
Guardaron silencio. Todos tenían más preguntas que respuestas y por eso era tan importante la reunión, para entender, entre todos, las verdaderas intenciones del jefe Rodrick o de los hermanos, cuya diferencia de ideas era lo más confuso.
—Si ya dijeron lo que saben de los ataques —habló Gabriel por primera vez—, ¿qué es lo que quieren de nosotros?
—Su plan original era ser aliados a cambio de esa información —contestó Anthony.
—¿Aceptaste y por eso te lo dijeron? —preguntó Candy confundida, creyendo haber entendido mal la primera parte de la conversación entre Anthony y los hermanos.
—No, no acepté nada —contestó Anthony—, nos lo dijeron sin pedir después nada a cambio porque, aquí es donde todo se complica: Aquiles, el mayor y quien debería heredar el liderazgo de su manada cuando su padre lo ordene, nos ofreció capturar a los culpables de los ataques sin recibir nada a cambio.
—¡Sí, claro! —se burló Lucille—. ¿Por qué?
—Dicen —habló Víctor—, que ellos fueron víctimas de un ataque con plata hace años, cuando eran unos niños, prácticamente. Uno de ellos perdió el olfato por la tortura que recibió con plata.
—¿Eso es posible? —preguntó Candy.
—No somos indestructibles —aseguró Víctor—, así que, si era un recién transformado, su cuerpo no era tan fuerte como el de un adulto y, por lo tanto, más sensible ante la plata. Así que, creo que sí, es posible.
—Entonces quieren venganza y usarnos a nosotros como pretexto —concluyó Lydia—. ¿Por qué no lo hacen ellos solos si tan afectados están?
—Porque creo que no es lo que su padre quiere —explicó Anthony—. El jefe Rodrick sólo quiere expandir sus alianzas y su poder.
—Traficando información —dijo Lidya.
—Es poder —afirmó Víctor.
—Pero estos hermanos sí quieren jugar a los justicieros y como su padre no quiere hacerlo, nos usan a nosotros porque es algo que nos interesa —concluyó Lucille.
—Sólo Aquiles quiere eso —contestó Anthony—; es el que perdió el olfato y el que ve esto como una cruzada. Su convicción es tanta que está dispuesto a ir en contra de las órdenes de su jefe.
—¡¿Traición?! —exclamaron varios a la vez con sorpresa e indignación.
Desobedecer las órdenes del jefe de la manada era justamente eso, traición, algo ajeno a la biología de los cambiantes y por eso la responsabilidad de un líder era tan grande, pues no debía actuar de manera que sus órdenes obligaran a los miembros a hacer algo deshonroso.
—Ese fue el momento en que Héctor explotó y casi ataca a su hermano —dijo Anthony y la mano de Candy se crispó a la suya al oír el nombre. Él lo notó.
—Bueno —dijo Gabriel—, es obvio que no vamos a ser partícipes de ese golpe de Estado, así que ya se pueden ir yendo esos tipos —agregó con incomodidad.
—¿No quieres atrapar a la verdadera persona que te atacó? —preguntó Víctor.
—No a cambio de una enemistad sin sentido con el jefe Rodrick —contestó Gabriel—. Su manada es grande y sus guerreros son… bastante buenos, por decir lo menos. Oí de ellos cuando estuve en Kansas el año pasado y no vale la pena. A este Aquiles no lo conocemos, ¿por qué habríamos de ofrecernos como su ejército para ir en contra de su padre?
—Además —dijo Lydia—, ya nos han dado bastante información como para investigar por nuestra cuenta. Derek ya está en ello, cualquiera de nosotros puede alcanzarlo y decirle todo lo que sabemos ahora.
—Podríamos mandar una brigada y pedir apoyo de Montana— agregó Víctor.
Anthony asintió, había oído opiniones y tenía ya la que más le interesaba, la de Gabriel, pues era el implicado en el tema; ahora le correspondía tomar a él la decisión correcta para el futuro de su manada, a corto y largo plazo.
—¿Qué haremos? —preguntó Aaron y todas las miradas se posaron en Anthony.
Este respiró con tranquilidad y le devolvió la mirada a cada uno.
—Por ahora, encargarnos de nuestros invitados —dijo al fin—. Cenarán y dormirán aquí; hablaré con ellos y evitaré que su estancia se prolongue —miró a Candy—. No los quiero cerca.
—La cabaña ya está lista —dijo Víctor.
Mientras ellos hablaban, la cabaña cerca del aserradero había sido acondicionada para albergar a los invitados, pues Anthony fue enfático en que no los quería dentro de la casa de la manada más de lo necesario.
Uno a uno, los cambiantes salieron del despacho, después de aclarar unos puntos sobre la seguridad, dejando a Anthony y Candy solos. Este se frotó los ojos y se dejó caer en el sofá. Había tenido demasiado trabajo en las últimas semanas y la aparición de los hermanos era inoportuna, por no decir incómoda, sobre todo para Candy.
Anthony levantó la mirada y, al verla parada frente a él, le tendió la mano para que se sentara a su lado. Ella así lo hizo y entrelazó su mano con la de él.
—Haré que se vayan pronto —prometió—, no tendrás que volver a ver al tal Héctor. Sé que no te agradaron y no tienes que verlos más de lo necesario.
Candy no se sorprendió de que Anthony supiera ya cómo había sido su encuentro con el cambiante en el punto de vigía y, aunque este no se había prolongado, sí que había dejado un mal sabor de boca en ella, lleno de desconfianza e incomodidad.
—No es el primer patán que conozco —reconoció Candy esbozando una frágil sonrisa—. Atravesé el mundo sola y viví en Chicago mucho tiempo.
Sonrió con pesar.
—Se quedarán a cenar, ¿cierto? —Anthony asintió con desagrado—. Iré a la cocina a preparar todo, aunque seguro Sofía ya se encargó.
Candy tomaba ya muy en serio sus tareas como compañera del jefe y una de ellas era la organización y administración de la casa en cuanto a alimento y suministros; algo que Anthony solía hacer con la ayuda de su tío y Sofía.
—¿Quieres estar presente en la cena? —preguntó Anthony empezando a relajarse mientras jugaba con un rizo suelto de Candy.
—¿No me quieres ahí? —refutó Candy.
—No es eso —aclaró Anthony—, sólo que, si no quieres pasar la incomodidad del momento, podemos cenar en nuestra habitación.
Candy sonrió y miró a Anthony con una mezcla de ternura y burla. Estaba seguro que, si por él fuera, la encerraría en una urna de cristal y ni siquiera el polvo la tocaría; lo cual sería una vida muy aburrida, pensó.
—No, jefe —respondió con voz firme y decidida—. No echemos más leña al fuego al mostrarnos a la defensiva con esos dos.
Anthony torció la boca y Candy contuvo una carcajada ante el repentino berrinche de él, sólo que sabía que no era ningún berrinche, sino una manera de alejarla de un posible peligro. ¿Sobreprotección?, definitivamente.
—Además —agregó mientras abrazaba a Anthony—, estando aquí, nada malo puede pasarme.
Anthony la rodeó con sus brazos y al inhalar su aroma, asintió.
—Bien —contestó tras un breve silencio—, entonces, esto es lo que haremos…
Después de media hora, Candy y Anthony salieron del despacho de éste y cada uno tomó un camino diferente. Mientras Candy fue a la cocina a ayudar a Sofía con la cena, él fue hasta la sala donde Héctor y Aquiles hablaban.
—¿Algo extraño? —preguntó a los que vigilaban la puerta.
—Pelearon al principio —informó uno—, pero ya se han calmado y creo que llegaron a un acuerdo.
—Bien —asintió Anthony y abrió la puerta corrediza de la sala, donde Héctor y Aquiles, sentados con bastante distancia de por medio, hablaban con tranquilidad.
Al verlo se levantaron y el mayor dio unos pasos en su dirección.
—Jefe Anthony —empezó a hablar—, me disculpo nuevamente por lo que ocurrió en su despacho. —Miró a su hermano—. Perdimos la concentración, pero no volverá a pasar.
Héctor sólo asintió cuando Anthony lo miró.
—¿Arreglaron sus asuntos? —preguntó.
—Mi hermano no podía ofrecerle su ayuda sin la autorización de nuestro jefe —respondió Héctor— y…
—Y menos sin recibir algo a cambio —lo interrumpió Anthony y Héctor asintió—, es por ello que no aceptaré su oferta.
La sorpresa y contradicción en el rostro de Aquiles no podía ocultarse, todos los músculos de su cara se movieron y su hermano no se sorprendió menos.
—Quisiera pedirles que le entreguen esto al jefe Rodrick cuando lleguen a casa —dijo Anthony sacando del interior de su saco un sobre sellado.
—¿Qué es? —preguntó Aquiles tomando el sobre entre sus manos y, al ver que estaba cerrado, torció la boca.
—Es una oferta de alianza con su manada —contestó Anthony—, pero no la que esperaban, sino una más… mesurada, por así decirlo.
Héctor y Aquiles lo miraron.
—Le ofrezco a su padre forjar una relación de manera gradual —empezó a explicar Anthony—, un intercambio de guerreros, por ejemplo, para aprender de ustedes. A quien desee mandar, será bienvenido.
Anthony se sentó en un sofá y, con un gesto, invitó a los hermanos a hacer lo mismo.
—Él y yo podríamos reunirnos cuando lo desee después de eso y hablar con tranquilidad y confianza sobre los negocios que deseaba hacer.
—¿Y los atacantes? —preguntó Aquiles con impaciencia—, ¿no piensa ayudar a detenerlos?
Anthony asintió levemente y pareció escoger bien sus palabras. No iba a decirles que ellos solos podían buscarlos y que tenían pistas que estaban siguiendo en ese preciso momento.
—El ataque a mi manada fue uno solo y hemos tomado las medidas de seguridad necesarias. Buscamos a la atacante, pero no hemos dado con ella, así que, debo admitir que no tengo nada que ofrecerles en esa búsqueda.
Aquiles iba a replicar las palabras de Anthony, pero éste lo detuvo.
—Ahora, son mis invitados y me gustaría tratarlos como tal. La cena se servirá pronto, mientras tanto, les enseñarán sus habitaciones. Se trata de una cabaña en la que tendrán mayor privacidad y comodidad.
Dos cambiantes entraron a la sala en ese instante.
—Ellos les enseñarán el camino —ordenó Anthony y los hermanos, sin decir nada más que palabras de cortesía, siguieron a los cambiantes.
—Demasiado joven para ser tan desconfiado, ¿no lo crees?
—Demasiado idiota…
C & A
El comedor estaba abierto de par en par y poco a poco fue llenándose de cambiantes. Candy se reunió con Anthony al pie de la escalera y juntos se dirigieron al comedor. En la entrada se encontraron con Héctor y Aquiles y, al verlos la rubia entrelazó su mano con la de Anthony.
—Permítanme presentarles formalmente a mi compañera. La señorita Candy White —Anthony la señaló con la mano que tenía libre y ella asintió levemente con la cabeza. No había necesidad de estrechar las manos.
—Un placer —dijo Candy.
—El placer es nuestro —contestó Aquiles—. Permítanos entregarle esto en nombre de nuestro padre, el jefe Rodrick —sacó la caja que Anthony ya había visto y la ofreció a Candy.
Ella la tomó y abrió sin prisa ni emoción, pero con cuidado y respeto. Sacó el prendedor de su envoltorio y lo mostró a Anthony con una sonrisa. Él asintió vagamente.
—Es hermoso, gracias —Candy volvió a mirar el broche, pero cerró la caja de inmediato.
Los hermanos esperaban una reacción más efusiva, pero esta no llegó.
—¿Me lo guardas? No traigo bolsillos —dijo al momento en que metía la joya en el bolsillo de Anthony y lo tomaba del brazo
Héctor quiso decir algo, pero la voz de Candy lo detuvo.
—Entremos —señaló el comedor y dio el primer paso, seguida de su compañero y los dos visitantes.
Anthony sonrió en cuanto les dio la espalda a sus visitantes. Candy era buena actriz porque se ceñía al plan de mantenerse serena, demostrar cierta frialdad e indiferencia:
—Te darán un regalo, es un prendedor —dijo Anthony horas antes en su despacho—, por mucho que te guste, finge indiferencia. Son el tipo de… "hombres" que se sienten poderosos al demostrar su fortuna.
—Qué bueno que soy el tipo de mujer que no se emociona con joyas —sonrió Candy y escuchó atenta a las instrucciones para la cena y la seguridad.
Esa noche faltaron a la cena los niños, algunas parejas y unos cuantos adolescentes, pero el comedor seguía repleto de cambiantes. Los visitantes se sentaron a la izquierda, del lado de Anthony y, a la derecha de Candy, se sentaron Gabriel, Aaron y Víctor.
—Su vínculo no está completo.
—¿Cómo sabes?
—El olor…
—¡Cuánto te odio!
Aquiles y Héctor comieron con entusiasmo. El que más hablaba era el mayor, quien elogió la cena, la casa y la organización de la manada, pero sólo de manera general. Anthony respondió a sus preguntas e hizo las propias respecto a la manda de Oregon.
—En casa los cachorros tampoco comen con los mayores —observó Aquiles ante la ausencia de estos.
—Esta noche tuvieron su propia cena, es el cumpleaños de uno de ellos y les gusta celebrar a su manera —respondió Anthony.
—¡Ah! —Aquiles bebió de su vino—. Dígame, señorita Candy, ¿cómo hizo para superar la sorpresa de saber que era la compañera de un cambiante?, seguro que no fue fácil asimilar nuestra existencia.
Candy miró a ambos hermanos que esperaban su respuesta, el mayor con una sonrisa diplomática, similar a la de su tío Richard, y Héctor, con completa seriedad; después miró a Anthony y le dedicó una tierna sonrisa.
—¡En absoluto! —Tomó la mano de su compañero—. ¡Fue maravilloso y tranquilizador saber que pertenecemos uno al lado del otro!
Anthony le apretó la mano.
—¿Sus compañeras dónde están? —preguntó.
—Yo sigo sin hallarla —respondió Aquiles encogiéndose de hombros—, creo que ella aún no está lista.
—Ray no es tu compañera —dijo su hermano en tono burlón mientras se llevaba la copa a la boca.
—¿Entonces sí hay alguien? —preguntó Gabriel.
—Una cambiante que adoptamos hace unos años ha estado a mi lado desde entonces —respondió Aquiles—. Es lo más cercano a una pareja y es mi nariz. —Se frotó la nariz y explicó—: perdí el olfato muy joven y el de ella está mucho más desarrollado que el de un cambiante promedio.
—Una cambiante prodigio —agregó Gabriel.
—¡Lo es! —Sonrió Aquiles —. Tiene muchos talentos.
—¿Qué hay de ti? —preguntó Aaron a Héctor.
—Mi compañera murió —contestó Héctor, tajante.
—Lamentamos oír eso —intervino Víctor y con un asentimiento de cabeza, Héctor agradeció el gesto.
El silencio no se prolongó y siguieron conversando sobre temas que interesaban a los cambiantes, como el tipo de caza que había en una y otra manada, la edad en que cada uno tuvo el primer cambio, así como las industrias en las que se manejaban ambas manadas y los entrenamientos que realizaban.
—Héctor es el mejor guerrero en casa —dijo Aquiles con orgullo—, además de ser el encargado de nuestra seguridad, entrena a los recién transformados y debo decir que es bastante bueno, aunque muy severo.
—Héctor y Aquiles —dijo Víctor de pronto—, a sus padres les gustan los clásicos.
Aquiles sonrió y dejó de comer para contar la historia de sus nombres.
—Sobre todo a mi padre, le apasiona la historia y la mitología griega, así que nos llamó como a los personajes más fuertes de la Ilíada y nos enseñó a ser tan fuerte como ellos.
—Pero estaban en bandos diferentes —puntualizó Anthony—, Aquiles estaba con los aqueos y Héctor era el príncipe de los troyanos.
—Eso es lo único que nos diferencia de esos héroes —afirmó Héctor—, nosotros siempre estaremos del mismo lado. —Su hermano asintió—. Lo que me lleva, jefe, a disculparme nuevamente por lo ocurrido en su despacho. Fue sólo un momento de malos entendidos.
—Si ya lo resolvieron… —respondió Anthony al momento que levantaba su copa en señal de brindis. Los demás hicieron lo mismo.
—Se ven bastante más relajados a cuando llegaron —dijo Gabriel.
—Eso parece —asintió Anthony.
—Respecto a los ataques, haremos lo que el jefe Rodrick ordene —afirmó Héctor y su hermano asintió.
—¿Tus heridas sanaron bien? —preguntó Aquiles a Gabriel, pues sabía que él había sido la víctima del ataque.
—Sí, la plata dolió como el carajo, pero no afectó demasiado.
—Tuviste suerte —añadió Héctor.
—Tuve la atención médica adecuada —contestó Gabriel.
—Es un alivio, pero si llegaran a requerir algún remedio de los que nuestra especie necesita, cuenten conmigo.
—¿Es usted químico? —preguntó Candy, interesada por primera vez en algo que dijeran los visitantes.
—No realmente, pero siempre me ha interesado y, sobre todo, aquellas sustancias que competen a nuestra especie.
—Como el canto de sirena —Aquiles abrió mucho los ojos cuando Candy dijo estas palabras—. Leí sobre ella en las memorias del jefe Jules Lambert —aclaró Candy.
—No había oído de él, pero sí, conozco el canto de sirena y muchas otras sustancias —respondió Aquiles.
—Es un veneno —dijo Candy con voz firme. Un veneno que casi le cuesta la vida a uno de los suyos.
—Como muchos otros que tienen su antídoto. Conozco sus componentes, pero nunca lo he destilado —dijo—. Veo que le interesa el tema.
—Soy enfermera y, al igual que a usted, me interesa todo aquello que pueda dañar o curar a los cambiantes.
—¡Enfermera, eh! —exclamó Héctor—, ¿esa fue la atención médica que recibiste? —preguntó mirando a Gabriel y él sólo asintió—. Debió ser todo un reto sacar dos balas de plata del cuerpo de un lobo.
—¿Dos?, ¿cuándo les contamos los detalles del ataque? —preguntó Aaron.
—Terminemos esta reunión y vigílenlos bien. Saben algo más del ataque —ordenó Anthony.
—Como el lobo en cuestión soy yo, me gustaría no hablar del asunto —bromeó Gabriel tras recibir la orden de que la cena se terminaba—. A Candy le encanta contar cómo me retorcía de dolor.
Todos rieron.
Candy sintió la mano de Anthony sobre su pierna.
—Si no me dejarán contar mi historia favorita, será mejor que me retire —bromeó Candy al tiempo que se levantaba y todos hacían lo mismo—. Estoy cansada —dijo por lo bajo y Anthony le besó el dorso de la mano.
Como una coreografía bien ensayada, los adolescentes que había en la mesa también se dispusieron a salir, seguidos de unas cuantas parejas.
—Es una pena, aún es temprano —dijo Aquiles despidiéndose de Candy desde la distancia.
—Ustedes sigan —dijo Candy como toda una anfitriona—, los demás iremos a dormir —agregó cuando vio que todos y cada uno de los demás cambiantes habían salido—. Buenas noches.
Anthony acompañó a Candy hasta la puerta del comedor.
—Te veo en un rato. —Le besó la mejilla y agregó muy cerca de su oído—. Estuviste magnífica.
Candy le guiñó un ojo.
—No tardes.
C & A
Gracias a:
Maria Jose M: ¡Hola! Espero que hayas tenido unas lindas vacaciones, ¡bienvenida! Muchas gracias por tu apoyo en esta historia, me gusta leer tus comentarios. Candy es muy suertuda, mira que hace lo que se le da la gana y todavía Anthony la premia, ¡qué bárbara! Pero él daría todo por ella y resiste como valiente guerrero ja, ja. Espero que estos capítulos despierten tu curiosidad. Te mando un abrazo.
GeoMtzR: ¡Hola! Muchas gracias por tomarte el tiempo de leer esta historia. Ya viven juntos, ya duermen juntos, Candy ya tiene las llaves de la alacena, ¿ya qué le falta? Ja, ja Gracias por continuar y por tu atenta lectura. Espero que estos capítulos sean de tu agrado, ¿qué crees que pase? Espero que estés bien y te mando un fuerte abrazo.
Mayely León: ¡Hola! gracias por leer esta historia. Espero te siga gustando. ¡Saludos!
Nos leemos pronto
Luna
