El aristócrata e hijo menor de la familia de la casa tiene una rutina de sueño muy concreta que hace que se despierte siempre a la misma hora. Ya no hace tanto frío en la capital inglesa, así que cuando entreabre los ojos tiene las manos estiradas por encima de su cabeza y siente un poco de aire en sus partes bajas. Se siente desorientado un instante porque sigue atravesado en la cama tal como se dejó caer. Tiene también la peculiaridad de tener a un francés, completo y bastante desnudo, enrollado a su alrededor.
Arthur bosteza con la boca seca y nota que hay algo que se siente incómodo, no lo acaba por identificar hasta que baja una mano a rascarse mientras se mueve. Se paraliza abriendo los ojos como platos. Hay algo en su cama. No algo. ALGUIEN. El sastre le da un beso en el cuello, dormido, al notar que se mueve.
—Pero... pero... —susurra y automáticamente empieza a luchar para soltarse y levantarse.
—Mmmm... ¿Por qué te mueves tanto...? —protesta Francis dormido, pensando evidentemente que es alguien distinto a quien realmente es.
—¡Pero como se atreve! ¡Suélteme en este mismo instante! —chilla metiéndole un empujón y saliendo de su abrazo hasta saltar de la cama incluso y ponerse de pie.
Francis abre los ojos de golpe y gira en la cama, desorientado, pegándose un buen susto porque no suelen despertarle a gritos, claro está. El dandi sigue de pie aun sin notar su estado.
—Pero que se cree que hace en mi cuarto ¡y en mi cama! —exclama incrédulo como si esto representara un absoluto escándalo bochornoso.
—Yo... Deja de gritarme —protesta el francés llevándose una mano a la cabeza y mirándole con los ojos entrecerrados.
—¡No voy a dejar de gritarle hasta que no salga de aquí! ¡Y hábleme con respeto!
—Pues ¿que no me trajiste tú... Trajo usted...? Mon dieu. Aún estoy mareado.
—¡Claro que no! Yo le dije... —aprieta los ojos con algunas imágenes de lo que pasó ayer agolpándosele en la mente—. ¡Le dije en un cuarto de invitados!
—No es vedad... Usted... —se le mezclan algunas imágenes pero se acuerda claramente del "aquí no"—, me dijo que no en el Soho y me trajo aquí.
—¡No le dije que se metiera a mi cuarto! —exclama levantando las manos.
—Pues debo haber llegado a tu cuarto y tu cama de alguna manera, Arthur —replica frunciendo un poco el ceño.
—¡Pues salga de ambos inmediatamente, mister Bonnefoy!
—Francis —le mira—, y deja de gritarme.
—Mister Bonnefoy —repite frunciendo el ceño.
—Monsieur Kirkland... No sé qué tipo de persona cree que sea...
—¡No me interesa que tipo de persona sea más allá de mi sastre!
—Así que esas tenemos, ¿eh? —le mira fijamente con esta declaración, incorporándose un poco sobre la cama y las sábanas de algodón blanco y suave—. Yo no soy el que le ha traído a usted a mi casa y se ha desnudado sólo para decidir a la mañana siguiente que vuelvo a ser su sastre, MONSIEUR —le mira de arriba a abajo.
Míster Kirkland se mira a sí mismo y se sonroja de muerte, cubriéndose con las manos antes de agacharse para subirse los pantalones, porque con el fragor de la discusión había olvidado ese detalle. El francés hace los ojos en blanco aunque sonríe un poquito de lado.
—No creo que tengas que cubrirte nada a estas alturas —comenta con cinismo mientras él mismo se rasca ahí debajo sin ningún pudor.
—Pues claro que... ¿qué? —le mira dejando de pelear con sus pantalones.
—Ya te he visto —sonríe de lado y se encoge de hombros.
—¡No importa! ¡No mire! —vuelve a gritar y hasta se gira para darle la espalda.
—No puedo des-mirar lo que ya vi —responde poniendo los ojos en blanco, dejándose caer de nuevo sobre la cama y mirando el cuarto con más detenimiento, ya que ayer le fue imposible. Es una estancia grande para las que está acostumbrado él, calcula que debe medir lo mismo que el comedor de su casa. Las paredes son de un suave verde manzana y de ellas cuelgan algunos dibujos de mapas y de animales exóticos que el francés no puede identificar, junto a la cama hay un ventanal que da al jardín por el que se cuela la luz tenue y blanca que ilumina todo el cuarto. Hay un escritorio junto al ventanal en el lado derecho de la cama, un armario a los pies de esta y una estantería con libros al otro lado junto a la chimenea.
—¡Puede no mirar más! ¡Salga del cuarto! ¡Váyase a su casa! —exige el inglés extremadamente nervioso que también hay en el cuarto, señalándole la puerta con los ojos apretados.
—Ah, ahora resulta que, ya sobrio, en la mañana, le parece que no tengo derecho a mirar más... Que conveniente —bosteza y se despereza.
—¡Pues ni ayer! ¡Se aprovechó de mi estado! —hasta da una patadita en el suelo.
—¿Dónde está tu orinal? —pregunta incorporándose para buscar bajo la cama—. No sé a qué te refieras con "aprovecharme de ti" pero me parece que el que drogó a un inocente fuiste tú.
—¡Váyase de mi cuarto! —repite sin contestar.
—¿Y a dónde pretendes que me vaya? —le mira pasándose una mano por el pelo.
—¡A su casa! —vuelve a señalarle la puerta, muy tenso.
—¿Y qué hay de sus trajes? —pregunta porque eso de verdad es lo que le preocupa, no es como que pueda permitirse perder este trabajo.
—¡Otro día! —exclama sin poder creer que le esté preguntando por eso ahora mismo, volviendo a abrir los ojos.
—¿Por qué no te calmas, Arthur, y piensas un poco que echarme de aquí así puede ser mucho menos conveniente que conveniente? No has siquiera hablado conmigo respecto a esto.
—¡No hay nada que hablar de esto! ¡Y no me llame Arthur! ¡Usted se aprovechó de mí! —sigue chillando sin pensar, hasta que de repente se le ocurre algo y cambia el tono a uno mucho más serio y duro—. Bien pensado, ¡está usted despedido!
Los ojos azules le miran otra vez, preocupado con esto porque este era justo el punto al que no quería llegar. Los ojos verdes le sostienen la mirada frunciendo el ceño con una fuerte determinación inducida por el pánico.
—Insisto que fue usted quien me drogó, monsieur... Y fuera como fuera estaba en el entendido de que era usted un adulto hablando con orto adulto, no con su sastre —responde intentando de nuevo con el trato distante que parece resultarle más natural al inglés, a ver si consigue calmarlo.
—Nadie habló de eso. Usted debería saber que no es una buena idea meterse en la cama de su patrón, ¡drogado o no drogado! —chilla y se dirige al armario empezando a buscar ropa por hacer algo, porque estar ahí quieto le está atacando los nervios también.
—Usted también debería saber que tiene el control completo de toda la situación y TODAS las de ganar. Si no fuera por su iniciativa no estaría aquí, es usted el que puede correrme, echarme y hacerme perder todo. ¿Qué le asusta tanto? —trata de razonar en un tono de voz suave y tranquilo que le induzca a la serenidad.
—No es miedo, ¡es que no quiero que se haga una idea equivocada! Voy a asearme y más vale que haya desaparecido de aquí para cuando salga —se acerca a la puerta del aseo con las manos llenas de ropa limpia y le señala la puerta del cuarto otra vez.
—Créame que para ideas ya me he hecho las suficientes —ojos en blanco—. Y sigo sin tener sus medidas.
—No las necesita para nada —se mete y cierra la puerta con un fuerte golpe sordo.
El joven sastre suspira pasándose una mano por el pelo y pensando en qué tanta será la magnitud de la tragedia. El inglés apoya la espalda en la puerta de la reducida cámara de blancas baldosas que representa el aseo, apretando los ojos intentando ordenar en su mente sus recuerdos de la noche pasada.
Podía recordar bastante bien al sastre, UN SASTRE, de clase baja, un miembro del servicio, muy cerca de él, en los cojines del fumadero, hablándole en susurros, tocándole y besándole en el cuello.
Se lleva una mano al cuello al recordarle y luego llegando a la casa en el carro, riéndose con él y... tenía una laguna al respecto de lo siguiente. ¡Pero no podía haber pasado nada raro! ambos eran hombres, de ninguna manera podía haberle arrebatado su virtud un vulgar sastre pobre.
Sea como sea, el francés está seguro de que irse no es necesariamente una buena opción. Empieza a vestirse, preocupado, tratando de recordar todo lo que habían hecho la noche anterior.
Y es que los hombres NO le gustaban al adinerado, de eso estaba seguro, era COMPLETAMENTE INMORAL y sus padres podían morir de un infarto si se enteraban, ¡se suponía que era su deber llegar sin mácula al matrimonio! ¡Si el sastre les decía sería su ruina! ¡Lo desheredarían seguro! Pero... no le iban a creer si decía algo como eso... ¿verdad?
El sastre podía recordar más o menos lo que había pasado en el fumadero. Al menos recordaba un poco... El inglés diciéndole que no quería casarse, riéndose con Él, asegurando que no había besado nunca a una chica. También le recuerda abrazándole y dejándose besar. Aunque... No tenía idea de cómo había llegado hasta aquí pero la realidad es que el inglés tenía razón... Acostarte con tu jefe era mala razón, especialmente siendo ESTE tu jefe. Ni siquiera recordaba si de verdad habían hecho ESO y seguro debía recordarlo... Se lleva las manos a la cabeza.
No, no lo creerían, seguro hasta lo llevaban al sanatorio mental al oír esas ideas. Lo principal era mantener la calma, seguro ya se habría ido para cuando saliera. Le diría a su padre que era un pobre diablo más interesado en beberse su alcohol y salir por ahí que en trabajar y por eso le había despedido. Enseguida podría olvidarse de este terrible asunto, hasta se reiría de ello y su angustia de estos momentos. Más tranquilo ahora con esta idea, empieza a lavarse y afeitarse.
Francis se revisa completo y concluye que, a juzgar por el recuento de daños, o el inglés era un amante sumamente suave y delicado, o al menos él no había recibido y si no había recibido estaba excesivamente limpio todo de cualquier manera. Suspira preguntándose a sí mismo si de verdad era capaz de no recordar el haberle quitado la virginidad a un hombre, maldiciendo al opio mientras se pone la corbata.
Debía conseguir una manera de, al menos, mantener su trabajo. La familia Kirkland y sus atuendos representaban una gran proporción de su ingreso. Se revuelve un poco pensando en que podrían hacerle si al joven se le ocurría acusarle públicamente de homosexual. Aprieta los ojos azules y se riñe seriamente a si mismo por haberse metido en este lío gordo y complicado. Visto desde cualquier ángulo traía absolutamente todas las de perder. La puerta le toma por sorpresa y pega un buen salto girándose a ella cuando la escucha abrirse.
El escritor sale tranquilo pensando que se habrá ido ya y se detiene al verle ahí.
—Monsieur Kirkland —saluda una vez más, esta vez formalmente. El nombrado se sonroja un poco por las cosas que ha pensado antes y le fulmina.
—Sigue usted aquí —nota ante toda evidencia.
—Necesito aún sus medidas, Monsieur —se defiende, como si lo más normal era esperar desnudo y medio dormido en la cama de su patrón a que este se desvistiera en el aseo.
—No, no las necesita, le he despedido —le recuerda fríamente.
—La realidad, monsieur, es que a mí quien me contrató es su padre —cambia el peso de pie.
—Eso es indiferente. Yo hablo en su nombre —prueba, aunque no está nada seguro de que eso vaya a funcionarle, porque en realidad en ese punto tiene razón.
—No debería despedirme, monsieur... No hay razón alguna —ignoremos convenientemente todo lo raro que es esto.
—La hay, su mera presencia aquí es suficiente —responde haciendo referencia por supuesto al cuarto privado.
—No he hecho nada malo, fuera de acompañarle ayer al teatro como me lo pidió —se muerde un poco el labio porque en realidad también es consciente de ello.
—Meterse en mi cuarto es evidentemente pasarse de la raya. Eso es malo.
—¿Cree que hubiera podido meterme aquí de no ser con usted? Claramente me invitó.
—¡Estoy completamente seguro que no hice tal cosa! —chilla y de repente tocan a la puerta. El francés aprieta un poco los ojos con el chillido y se gira a la puerta al oírla pensando en si podría usar eso a su favor.
—Y como pretende que haya... —se calla con la puerta. El inglés mira la puerta y al sastre asustado con ojos como platos, sonrojándose y poniéndose NERVIOSO, ¡Nadie puede saber que está ahí metido!
—¡Escóndase! —ordena y se vuelve a la puerta—. ¿Sí?
—Está aquí su hermano, my lord, se ha presentado para desayunar con usted —anuncia el mayordomo a través de ella con aire monotono.
—¿Que está... qué? —chilla él, nerviosisimo dando un pasito atrás. ¿Su hermano? ¿Cuál de todos? Bueno, y que importa, iba a ser la comidilla de la familia de todos modos fuera el que fuera, los tres son unas ratas de cloaca traicioneras y odiosas.
—¡¿Que me esconda!? ¿Y dónde pretendes que me esconda? —pregunta Francis levantando las cejas y olvidando la formalidad otra vez, no obstante mirando alrededor en busca de algún lugar propicio, por lo menos no había sido un "¡salga de aquí inmediatamente!"
—¿Cómo dice, my lord? —pregunta el mayordomo y él hace callar al francés.
—Shh! Silencio... dígale que... dígale que espere abajo, ahora voy. Sobre todo que no suba, ni usted ¡Que no entre nadie a mi cuarto! —exige el señorito, muy serio y urgido con este asunto, sin pensar demasiado bien en lo sospechoso que resulta esto.
—Estás completamente avergonzado de tenerme en tu cuarto... —sonríe un poco el francés, suspirando y negando con la cabeza.
—¡Silencio! —exclama Arthur mientras el mayordomo asiente y se va sin entender del todo porque el excéntrico señor le hace callar cuando no ha dicho nada.
—Deberías dejar de gritarme... ¿Cuál es la idea? —se pasa una mano por el pelo mirándole fijamente.
—La que le he dicho, usted márchese sin que le vean, debo atender a mi hermano —casi suplica esta vez, pensando que esto se le complica por momentos.
—No voy a marcharme sin que me devuelva mi trabajo, monsieur... Quizá no le importe a usted lo que pasó ayer pero... —presiona Francis.
—¡Precisamente por lo que pasó ayer es que está despedido! ¡Debió pensarlo antes! —exclama sin poder creer que sigan discutiendo justo este punto, de todos los que hay.
—Arthur. Necesito este trabajo —asegura muy solemnemente y le mira fijamente a los ojos, porque… bueno, en realidad el punto que más le preocupa al sastre es justo este.
—Haberlo pensado antes. Y más vale que nadie le vea si no quiere perder TODOS los trabajos de la familia —responde duramente solamente para hacer presión porque sigue muy asustado.
—¿Y si no me voy? —pregunta cambiando el peso de pie.
—Si no se va le echaremos de la casa a golpes —sentencia olvidando que nadie debe verle, con un brazo el jarra y con la otra mano pellizcándose el puente de la nariz tratando de pensar.
—¿Cuándo puedo volver por sus medidas? —insiste, un poco tímidamente esta vez.
—NO puede volver —sentencia saliendo del cuarto y cerrando la puerta de golpe, dejando dentro al francés. Se dirige directo al salón para encontrarse con su hermano notando que no ha preguntado cual es. Aprieta los ojos. Seguramente debe ser Wallace que ayer les vio en la ópera y viene por el chisme, sobre todo con el mensaje que mandó a su madre.
Wallace está sirviéndose un buen whiskey sin importarle que aún no sea ni la hora del desayuno, sonriendo y mirando la lluvia caer por el ventanal. Es el tercero en edad de los cuatro hermanos Kirkland, su pelo es de un color rubio tirando a castaño mucho más oscuro que el de Arthur y mantiene los ojos verdes heredados de su madre que tienen los cuatro. Viste un traje elegante y trae una de esas sonrisas que sólo puede darle efectivamente el llevar saboreando un buen chisme desde que amaneció en la mañana.
—Buenos días, mi querido hermano —sonríe falsamente Arthur entrando por fin, acercándose para darle la mano. Es la misma estancia en la que ayer hablaba con su madre, no puede evitar, como siempre, desviar la mirada un segundo al gran retrato al óleo de sus padres que cuelga sobre la gran chimenea.
—¡Ah! Mi hermanito querido —se gira a él con su sonrisa maliciosa, saludándole de vuelta con un apretón más tenso de lo que indican el tono de las palabras, sin soltar su copa—. ¿Cómo estás hoy? ¿Qué tal tus niveles de relación con el vulgo?
—Parece que te han sacado de la cama con más premura de lo habitual, supongo que estarás tan contento por tener algo que hacer para variar —sonríe sarcásticamente separándose de él, yendo a por una taza de té del servicio de desayuno que han dejado los mayordomos en una de las mesitas auxiliares entre las butacas.
—Ah... Ya lo sabes —sonríe aún más, mirándole hacer—, siempre es bueno conseguirse una actividad divertida. ¿Cómo lo pasas, eh?
—Bien, bien, claro. ¿Y tú? —le da un sorbo al té.
—Oh, muy bien también... Disfrutando de un buen desayuno —brinda con él solo levantado su copa y sonríe—. Te preguntaba sobre tus dosis de altruismo.
—No tienes que preocuparte por ellas —toma una galleta de pasas para acompañar al té, sentándose en la butaca y sumergiéndola. Calcula con precisión que da la práctica el momento exacto antes de que el líquido marrón la desintegre, para sacarla de la taza y comérsela—. Ya se han terminado.
—Vaya, ¿no te han gustado? Pensé que habías decidido cambiar tu estrato social para ser aún más la oveja negra de la familia —comenta como quien habla del tiempo, sentándose a su lado y cruzando una pierna.
El menor frunce el ceño con eso porque suena a que si se retira ahora sería haberse vuelto manso. El mayor sonríe más al ver que frunce el ceño, divertido.
—¿Qué te ha dicho padre al respecto? —insiste insidioso con el tema más suculento.
—Lo que ocurre es que no es digno de mi altruismo, por eso le he despedido —explica el menor con tranquilidad, repitiendo el proceso con la otra mitad de la galleta.
—¿Has despedido al sastre de Padre después de llevarle contigo a la ópera? Oh, cielos, hermano —suelta una suave risa y saborea un traguito de su copa—, Padre estará encantado.
—Padre... lo entenderá —trata de confortarse a si mismo a pesar de que no cree que vaya a entenderlo en lo más mínimo. Ni aunque se lo explique con un teatro de marionetas. Sacude la cabeza quitándose de la mente la imagen de explicarle con unas marionetas que es lo que le hizo ayer en su cama mientras estaba drogado.
—Ah, sí, ¿lo entenderá? "Padre, verás... Tu sastre, que es probablemente el mejor de la ciudad, ya no es tu sastre", " Ah, ¿de verdad, Arthur? ¿Y eso por qué?, "Sí, verás, me hice su amigo y vino conmigo al teatro y..." —empieza Wallace a interpretar la conversación tal como él la imagina con unos burlones y exagerados tonos de voz, moviendo las manos.
—Evidentemente no es el mejor sastre de la ciudad —intercede Arthur para detenerle, poniendo los ojos en blanco por esa consideración—. Y solo le he despedido de trabajar para la boda —desvía la vista a su galleta otra vez porque sabe que esa excusa no disipa el problema en lo absoluto.
—¿Ya sabe madre sobre esto? Asumo que es ella la que va a estar encantada entonces —se ríe un poco y se echa al frente, apoyando los codos en sus rodillas, porque esto es cada vez más interesante.
—Ya hablaré con madre yo mismo, gracias —replica tenso pensando que ella creerá que es otra artimaña suya para retrasar la boda y querrá quemarlo vivo. Nada más en su mente ya está oyendo los gritos.
—Oh, créeme, pagaría por ver eso —se encoge de hombros y vuelve a tomar un sorbo de whiskey y se vuelve a mirarle de nuevo con morbosa curiosidad—. Pero cuéntame, ¿qué tanto te dijo el pobre hombre cómo para que lo despidieras?
—Paga cuanto quieras, no gozarás del beneficio —asegura pensando que se va a encargar personalmente de que la bronca que le dé su madre, sea de menos, privada… aunque no está seguro de que Wallace no pueda oírla, aun estando del otro lado de la ciudad—. Nada más demostró no ser el mejor de la ciudad —respondo enigmáticamente.
—Ah ¿no? No pensé que ya hubiera terminado —inclina la cabeza con la respuesta obvia que desbarata su coartada.
—Pues no. Ni lo hará —se mantiene impertérrito ante el ataque.
—Te vuelvo a preguntar... ¿Qué hizo entonces? —insiste ávido de chisme.
—Ya te lo he dicho, demostrar que no es el mejor —se sonroja un poco sin mirarle al pensar en lo que sí hizo en realidad, notando ahora como esa baza de dejarle terminar su trabajo va a darle más problemas de los que quisiera.
—Sí, ya te he oído, pero sigues sin contarme cómo. Quiero detalles, hermanito.
—Tomarse nuestro whiskey y venir a la ópera en vez de estar por el trabajo —sentencia en un tono de voz duro como el que usaría su padre para regañarles… la verdad es que solo eso ya valía para un despido, no hacía falta comentar todo el resto.
—Ohh... ¿Además lo llevaste obligado? —levanta una ceja.
—¡Pues claro que no! —replica indignado mirándole, sin saber cómo ha llegado a esa conclusión—. Era una prueba, se lo ofrecí y accedió.
—No vas a culpar al pobre hombre... ¿Crees que haya tenido oportunidad alguna de ir a la ópera antes? —pregunta ahora más para hacer conversación a ver si se le escapa algo en otro lado al pequeño Arthur que parece cerrado como una caja fuerte en este asunto.
—Quizás la tendría más a menudo de ser más pulcro y profesional en su trabajo —vuelve a sentenciar como si el nombrado estuviera presente y fuera a oírle regañarle.
—De todas las imbecilidades que haces, hermanito... El llevar a un empleado a la ópera para despedirlo es una de las grandes —asegura y luego mira su reloj—. No tardará en bajar Madre.
—Y claro, morbosente aquí vas a quedarte —le acusa tragando saliva nervioso con eso y tomando un poco más de té.
—Pues desde luego que voy a quedarme a ver qué explicaciones le das a madre por haber "echado" a tu nuevo amigo. Yo soy un buen testigo, además —sonríe de forma venenosa.
—NO somos amigos —el sonrojo le traiciona un poco, volviendo a pensar en lo cercano que se había sentido a él casi desde el primer instante, no solo porque había accedido sin apenas pensar a seguirlo en sus caprichos y aventuras, sino porque había resultado ser una excelente compañía de lo más interesante.
Wallace el suspicaz inclina la cabeza malicioso. Arthur aparta la cara sonrojándose un poco más con esa mirada.
—Vaya... Vas a tener que decirlo de manera más convincente si quieres que alguien te crea —anuncia el mayor con un cierto tono de burla.
—¿Por qué no iban a creerme? —pregunta inocentemente, mirándole.
—Estás sonrojado —explica como si fuera obvio.
—¿Qué? —deja la tacita de té en la mesita y se lleva las manos a la cara.
—Te has sonrojado con el sastre —evidencia saboreando que debe haber un buen chisme aquí, sin saber aún cuál.
—¡Claro que no! —chilla nervioso, echándose atrás en la butaca al sentirse atrapado.
—Y por algún motivo te has puesto a chillonear histéricamente. ¿Algo que quieras contarme? —presiona como en un interrogatorio, dispuesto a estrujar esta situación hasta extraer la última gota.
—¡No hay nada que contar! —chilla un poco más y se levanta dándole la espalda fingiendo ir a ver algo en el ventanal, porque sigue muy nervioso.
—No me dirás que te has metido en algún lío con el sastre —presiona girándose hacia él subiendo una rodilla al sofá y apoyando el codo en el respaldo, imaginando algo turbio con las drogas a las que todos son bastante asiduos o con apuestas de caballos, que suelen ser los escándalos más corrientes en la alta sociedad.
—¿QUÉ? —chilla girándose a él otra vez, apoyando la espalda en el ventanal… desde luego, eso podría sonar menos culpable. Una risa maliciosa retumba en el tórax de Wallace.
—Padre va a matarte —sentencia sin dejar de reírse, volviendo a sentarse en la postura correcta inicial, mirando su copa y pensando que ha acertado.
—¿Qué? ¡NO! No ha pasado... ¡No! ¡No es nada de lo que te estás imaginando! Yo no... ¡NO! —corretea hasta situarse frente a él para mirarle y resultar más creíble, sin tener ni idea de qué puede estar imaginando.
—Cielos, debe ser mucho peor a lo que imagino con los gritos que pegas —sonríe mirándole y moviendo la copa de whiskey tranquilamente en su mano.
—¡No es mucho peor! —le señala con el dedo, histérico, de pie frente a él—. ¡Es lo que te he dicho! Esto es infantil por tu parte, yo no soy de esa clase de hombres.
—Me parece que eres exactamente esa clase de hombres —sentencia sosteniéndole la mirada con tal intensidad que le hace dar un pasito atrás.
—¿Q-Qué…? —susurra asustado sin saber cómo demonios puede saberlo empezando a sudar frío y temblar, ni siquiera él mismo lo acaba de descubrir apenas. No se atreve ni a moverse por miedo a que cualquier movimiento pueda delatarle y confirmar las sospechas a su hermano mayor.
—¿En dónde fue? —pregunta Wallace con intensidad, de nuevo echándose un poco adelante en su asiento, como si supiera exactamente de lo que habla, esperando conseguir un pequeño desliz o error por parte de Arthur, cosa tremendamente sencilla a juzgar por el estado de este.
—¿En dónde fue... qué? —vuelve a preguntar Arthur en un susurrito, topándose con un mueble a su espalda que le hace detenerse, se agarra a él con las manos en un gesto inconsciente por asirse a alguna tabla de salvación que le proteja de esto, aunque la suerte ha jugado en su favor esta vez, ya que el lugar no es para nada el detalle más escabroso de todo el hecho.
—¿Ahora no sabes de qué hablo? —entrecierra los ojos al darse cuenta que esto no está yendo por el lado que espera.
—Pues... —vacila y se sonroja de nuevo sabiéndolo perfectamente, pero debido a la pregunta anterior, empieza a valorar que realmente Wallace esté dando palos de ciego sin saber de qué habla, esto le insufla una nueva oleada de seguridad que lo tranquiliza un poco rebajando la tensión—. ¡Claro que no!
—Tsk tsk tsk... Arthur, Arthur, Arthur. Van a despellejarte vivo —vuelve a tratar de encauzar de nuevo las acusaciones en el punto en el que sí parecían estar funcionando.
—¡No! ¡Te lo estas inventando! —se echa adelante y se suelta del mueble, enfadado ahora—. ¡Ya te he dicho que no ha pasado nada!
—No me estoy inventando nada, sólo concluyo lo que veo y se ve terriblemente turbio tu caso. No va a gustarle a padre, ni a madre... —asegura negando con la cabeza con desaprobación.
—Estás buscando donde no hay solo para distraerte —le acusa apretando los puños por haber sido tan idiota de pensar que podía saberlo ni por un segundo—. No me interesa ser tu mono de feria y por eso te pediré que te marches —sentencia en un tono más parecido a una orden que a una petición. Volviendo a sentarse.
—Pierdes el tiempo —asegura el mayor para nada impresionado con las acusaciones ni los tonos.
—Qué ironía que tú me acuses a mí de eso —vuelve a tomar su tacita, se acaba su té y le mira con cara de circunstancias y el ceño fruncido. Wallace se ríe un poco con voz suave, sin moverse del sillón.
—Los nervios van a matarte. Deberías relajarte —aconseja.
El hermano menor traga saliva incomodo, revolviéndose en su asiento y agarrándose la parte baja del chaleco. Le mira porque no se mueve y va a venir su madre y ni siquiera sabe si el sastre ha salido.
—No quiero que me evites el placer de verte morir de manera más atractiva. ¡Oh! ¡Creo que escucho a Madre bajar por las escaleras! —exclama el mayor.
Arthur da un salto poniéndose de pie de nervios girándose hacia las escaleras dejando la taza en una bandeja para que el mayordomo la retire y en efecto, el oído de Wallace no miente ya que se escuchan pasos cada vez con más fuerza, acercándose a ellos. Desgraciadamente la fuerza de los mismos es inconfundible y hacen que al hermano de Arthur le brillen aún más los ojos con malicia.
El menor de los hermanos tiene que agarrarse del respaldo de una butaca al reconocerlos.
—Veo que hoy es tu día de suerte... —murmura Wallace un segundo antes de que el mayordomo abra la puerta y deje pasar a Lord Kirkland.
