Lord Kirkland es un hombre, sobre todo, serio. Su semblante suele ser duro potenciado por sus facciones angulosas y su ceño fruncido le hacen parecer enfadado en más ocasiones de en las que lo está realmente, es rubio y sus ojos azules son profundos y fríos.

—Thank you, Parker. Tráeme el correo —pide, alto e imponente como siempre con su cavernosa voz característica, acercándose a su butaca para que le sirvan te. No mira a sus hijos hasta que está sentado ya.

El menor de los hermanos palidece y de forma completamente subconsciente se agacha ligeramente escondiéndose un poco de su padre tras la butaca en un reflejo de la infancia, cuando sabía haber hecho algo terrible.

—Wallace —saluda al mayor mirando fijamente por un instante la copa de whiskey en su mano y haciendo que se le hiele bastante la sangre. Le dedica una miradita de reojo al pequeño—. Arthur.

—B-Buenos días, Padre —susurra el último nombrado obligándose a si mismo a recuperar la compostura, ya que al oír su nombre ha reaccionado escondiéndose un poco más.

—Buenos días —responde y abre el periódico dispuesto a leerlo como hace todas las mañanas a esta hora.

Cuando el escritor nota que nada más hace eso, gira la cara mirando a Wallace. Tal vez aun no sabía nada de todo este embrollo, apenas si él sabía muy bien del todo lo que había sucedido, tal vez aun podía huir y arreglarlo todo para que quedara en un tremendo malentendido perfectamente olvidable. Mira la puerta del cuarto valorando sus opciones de fuga.

—Padre... —le llama Wallace traidoramente. Arthur da un pasito a la puerta pensando que su hermano mayor podrá distraerle el tiempo suficiente.

—¿Mmm? —pregunta sin levantar la vista de las páginas de economía.

—Arthur tiene algo que contarte —sentencia Wallace con malicia solo para no perderse el espectáculo. Casi se puede notar por el aire como al nombrado se le corta el paso y se paraliza completamente. Hasta los zapatos dejan su crujido de suela a la mitad.

—¿Y por qué Arthur no es quién me lo informa? —pregunta Lord Kirkland levantando una ceja y mirando a Wallace.

—Esa es una buena pregunta, Padre —asegura y se vuelve a Arthur con su sonrisa confiada, Lorg Kirkland también ignora su periódico unos instantes para mirar a su hijo menor con atención.

—N-No es nada tan grave, Padre. Solo... Ha habido unos problemas que... ya están todos resueltos —balbucea el menor con tremendamente poca seguridad para lo que trata de transmitir, pero no es tan fácil saberse el centro de las miradas.

—¿Problemas de qué índole? —pregunta su padre frunciendo un poco el ceño porque no ha sido debidamente informado de ningún problema… y menos a un de uno ya resuelto.

—Nada que deba preocuparte, nada más en ocasiones surgen contratiempos cuando se emprenden un cierto tipo de iniciativas que llevan a un infortunado suceder de los eventos que acaban con una serie de... —empieza a parlotear sin decir nada, tomando de nuevo el borde inferior de su chaleco con evidente nerviosismo.

—¿Vas a hacerme preguntar otra vez? —le detiene a vistas de ser un amplio conocedor de la retórica de su hijo.

—He-e tenido una desavenencia con el sastre —confiesa casi en un susurro, encogiendo los hombros y bajando la cabeza para mirarse las manos, sin poder sostenerle la mirada... y se sonroja un poco por la doble interpretación de eso. Wallace suelta una risita.

—¿No vino a tomarte medidas? —pregunta Lord Kirkland un poco confundido, mirando a Wallace y sin entender de qué se ríe.

—La cosa es que técnicamente se podría decir que en una no muy fidedigna pero apurada versión de los hechos... —empieza a irse por las ramas otra vez haciendo algún pequeño gesto teatral con las manos, mirando al techo.

—Arthur —vuelve a detenerle con un tono de voz un poco más duro.

—Lo que quiero decir es que siendo estrictamente... —se detiene callándose con eso y baja la cabeza y la vista de nuevo—. ¿S-Sí?—susurra y las risitas de su hermano no ayudan en lo más mínimo.

—¿Estrictamente qué? —pregunta mirándole con sus ojos azules fríos y duros—. No me has dicho nada desde que me senté —se aclara la garganta y mira a Wallace de reojo.

—Es que no hay nada que decir —se defiende con la boca pequeñita, pensando que en realidad ni sabría por dónde comenzar de todo lo que hay que decir.

—Sí lo hay, Padre, no te dejes engañar —indica Wallace con mucha seriedad a pesar de no tener la menor idea de qué es, por lo menos está seguro que algo hay.

—¿Podríamos hablar de esto en privado, Padre? —pide Arthur fulminando un poco a su hermano de reojo, aun con la cabeza gacha. Lord Kirkland le mira unos instantes, pensándoselo. Dobla el periódico a la mitad y carraspea.

—Wallace, pídele a Parker té para mí y el correo mejor en mi despacho —indica colocando el periódico al lado suyo dispuesto a levantarse y concederle la petición a su hijo menor, que nadie dijera que no era comprensivo.

—Debo arreglar un asunto p-primero, ¿te importa si te veo ahí en unos instantes, padre? —pregunta Arthur un poco más tranquilo al notarlo, aun pensando que tiene que asegurarse que el sastre se haya largado ya, no sea que Wallace o el mayordomo lo encuentren…. Y este parece el momento perfecto para lograrlo.

Wallace frunce el ceño en lo absoluto de acuerdo con este movimiento, pero qué va a hacer. Toma su vasito y se levanta dispuesto a hacer lo que le han dicho y enterarse de igual manera gracias al mayordomo.

—Ah, sí. En mi despacho entonces —murmura Lord Kirkland inclinando un poco la cabeza más pendiente de su otro hijo—. Deja ese vaso ahí, es demasiado temprano.

Arthur sale prácticamente corriendo hasta su cuarto, se topa frente a frente con una de las camareras y casi la tira al suelo.

—Ah, Míster Kirkland, lo siento mucho —susurra ella bajando la mirada.

—¿Ha visto salir a alguien de mi cuarto? —pregunta con urgencia sin pensar que, si de hecho el sastre ha salido, preferiría que nadie le hubiera visto hacerlo.

—¿Salir? No, señor, no he visto a nadie —responde ella extrañada.

—¿N-No? Bien... bien. No había que... nadie tenía que... no hay nadie —responde en un balbuceo intentando fingir que se trataba de una broma. Acto seguido se mete de nuevo a su alcoba tremendamente nervioso abriendo la puerta y cerrándola a su espalda, apoyándose en ella observando toda la estancia.

En la habitación aparentemente no hay nadie. El inglés parpadea y respira profundamente, aliviado. Decide de todos modos ir a lavarse la cara de nuevo y cambiarse de ropa intentando calmarse para enfrentarse a su padre.

Francis, que está en el vestidor le escucha moverse, se tranquiliza un poco al espiar por una rendija y ver quién es. Vacila y se revuelve preguntándose si pretende vestirse sin su valet, revolviéndose un poco entre la ropa. Quizás era un momento perfecto para hablar un poco más con él y convencerlo de que le re-contratara.

Arthur se pasa la mano por el pelo rubio indomable, tiene unos segundos antes de irse para pensar en esto, se sienta en la cama y la mira otra vez... ¿Y si realmente había perdido la virginidad? Ni siquiera podía recordarlo. Iba a pagar toda la vida por algo que no podía recordar... pasa la mano por las sábanas que nadie había arreglado todavía al prohibirles entrar. En realidad hacía tiempo que no se había sentido tan cómodo en compañía de alguien, el sastre tenía un... atractivo especial. No solo el atractivo físico, que era obvio... aunque como es un hombre y él también no hay forma en que pudiera saberlo, se asegura a si mismo.

Pero a pesar de eso era tan autentico. El Doctor Zwingli era un hombre muy serio, se llevaban bien y podían hablar de muchas cosas, pero siempre con cierta distancia, en cambio con él en solo una noche se había reído, se habían metido en líos y casi le había contado mucho más sobre sus opiniones y su vida que a... ¿nadie en el mundo quizás? ¡Y eso que era un desagradable hombre francés! ¡Y del servicio! Nada en el mundo tenía el más mínimo sentido.

El francés le mira desde dentro del vestidor por una rendijita, preguntándose si de verdad habrían tenido un rollo de una noche sin enterarse. Él no era del tipo de no acordarse de nada y menos aún de algo tan particular y especial como robarle la virginidad al hijo del patrón o... Arthur. Se atrapa a si mismo sonriendo un poquito con el nombre. Arthur era mucho más divertido y relajado que "Mr. Kirkland". Lo que recordaba de la noche, a pesar de todo, era una noche agradable y muy relajada.

Aprieta los ojos verdes y se pone de pie: No era esto en lo que debía pensar, ninguna conexión especial con un sirviente francés. Como buen inglés, el gentilicio de la tierra gala suena en su cabeza como un escupitajo. Era mejor hacerse la idea de que no había pasado nada, negarlo todo y asirse a la idea de que fue negligente en su trabajo, falló su prueba y por eso está despedido, que siendo sinceros, es lo que suena más razonable, se asegura a si mismo asintiendo con la cabeza. Su padre es una persona razonable con los buenos argumentos y él ha aprendido durante toda su vida a ser un gran argumentador. Además, su madre ya se quejaba siempre de las formas de trabajo... y de todo en general del otro sastre, el padre muerto de Francis, seguro eso podría dar peso a su exposición... si solo pudiera recordar cuales eran exactamente las quejas más preocupantes.

Arthur. Eso era. Arthur. No el "Mr. Kirkland". El sastre estaba SEGURO de haber tenido una conexión especial con él. Si explotaba un poco eso y le recordaba esa conexión podría tener de vuelta su trabajo, hacerle sonreír, pensar entre los dos en lo que había pasado y conservarlo como un buen secreto. Quizás él se acordaba de algo que le refrescara la memoria. Es con esa feliz idea que entreabre un poco más la puerta del vestidor y saca la cabeza.

Para cuando, sin notarle y completamente absorbido en sus pensamientos al respecto, el escritor abre las puertas del mismo vestidor dispuesto a cambiarse de la ropa con que se ha vestido a toda prisas, asustado secretamente de que aun huela un poco al fuerte perfume que usaba el sastre. Quizás se había puesto tanto por ser la primera vez que asistía a la ópera. Ese hecho también le llamada la atención. Sonríe de lado y se paraliza al encontrárselo de cara.

—A-Arthur —susurra el francés mirándole de vuelta… y sonríe un poco, componiéndose antes del hecho que no esperaba encontrarlo tan de frente.

El nombrado le mira unos instantes en silencio y vuelve a cerrar las puertas del vestidor con los ojos como platos. Se da la vuelta sobre sí mismo apoyando la espalda sobre las puertas y se pasa una mano por el pelo. ¡Sigue ahí! No puede ser cierto... esto no puede estar pasando. Vuelve a abrir la puerta para comprobar que no ha sido una visión y a cerrarla de golpe con un sonidito de preocupación al notar que efectivamente está ahí dentro.

—Espera, Arthur. ¿Qué haces? —intenta salir del armario y sonríe un poco con la reacción del inglés, dando unos golpecitos en las puertas desde dentro.

—¡No debería estar aún aquí, le dije que se marchara! —protesta sin dejar que abra la puerta, apoyado de nuevo sobre ellas con los codos sin notar que si quiere que se marche va a tener que dejarle salir, no impedírselo, pero así de nervioso está.

—Vino una camarera, ¡no podía salir! —se defiende empujando un poco—. Y llámame Francis.

—Pues ahora no puede irse... la casa está llena de gente ¡y mi padre! —exclama además al recordar que le está esperando, poniéndose más nervioso.

—Necesitamos hablar, déjame salir y haremos un plan —pide Francis apretando los ojos.

—No vamos a hacer ningún plan. Usted va a quedarse aquí hasta que pueda irse sin ser visto y no se va a acercar a mí ni a la familia en adelante —exige Arthur histérico aun impidiéndole salir.

—¿Ni a ti ni a tu familia? ¿Perdona? —pregunta preocupado porque eso es aún peor que despedirle solo de su boda—. Eso es casi matarme de hambre, Arthur. ¿Sabes el trabajo que le costó a mi padre ser el sastre de esta familia?

—Le pagaré. Le pagaré yo a cambio de su silencio y de no hablar de esto con NADIE NUNCA —responde a la desesperada, sin siquiera saber de dónde sacar el dinero más que de su padre.

—Quoi? —deja de empujar la puerta y parpadea con eso.

—Ya me ha oído. ¿Cuánto necesita para vivir? Abriré una cuenta en un banco y se lo ingresaré todos los meses y a cambio usted hará lo que le digo —insiste el inglés levantando la cara queriendo ver su expresión y encontrando nada más las puertas del armario.

—P-Pues... No. Espera. Es que no. Puedes abrir la puerta y hablamos —pide Francis sintiendo que también quiere verle la cara.

—¡No! Puede entrar alguien en cualquier momento —chilla nervioso volviéndose a la puerta del cuarto para vigilarla de repente al acordarse.

—Entonces entra aquí y habla conmigo aquí dentro —propone en la oscuridad, levantando la cabeza para que su voz suene fuerte y acariciando la puerta por dentro.

—¿Qué? ¡No voy a entrar al vestidor con usted! ¡Alguien podría oírnos! —se sonroja con la simple idea, imaginando al sastre que estuvo todo el tiempo en la ópera con la mano sobre su rodilla y luego estaba tan cerca en el fumadero... seguro si entraba a un lugar tan reducido y oscuro lo volvía a abrazar y puede que hasta volviera a tocarle de forma inapropiada. Solo imaginar la cara de su hermano y su padre al abrir la puerta del armario y encontrarle en esas condiciones le provoca escalofríos.

—Nadie va a oír nada adentro de tu cuarto y adentro de tu armario, por el amor de dios. Es imposible hacer nada sin hablar —sigue protestando Francis sacándole de sus pensamientos.

—¿Qué es lo que quiere hablar? ¡Hasta le he ofrecido dinero! No sé qué más quiere sacar de todo esto —protesta sin entender qué ocurre con esta persona, generalmente… es decir, en los libros que había leído, los pilluelos y la gente del servicio que conocía secretos era fácilmente sobornada para estar callada. A veces apretaban un poco las tuercas a los señores, dependiendo de lo jugoso que fuera el secreto, pero nada más. ¡Y bien jugoso que era este!

—No quiero sacarte nada, quiero saber qué recuerdas de anoche —explica a ver si así consigue que le deje salir para verse cara a cara.

—Más de lo que quisiera recordar —miente tras unos instantes pensando que eso es lo que quiere, pruebas. Frunce el ceño y echa la llave para cerrar la puerta del armario. Francis parpadea, algo sorprendido con esa respuesta—. Mire, tengo audiencia con mi padre con carácter inmediato. Usted no salga de aquí y no haga ruido alguno —explica guardándose la llave en el bolsillo y dirigiéndose a la puerta.

—¿Entonces tú si te acuerdas?—pregunta sin pensar pero Arthur no le oye porque ya se ha ido.

Corre por los pasillos de la casa nerviosísimo hasta el despacho y golpea la puerta con suavidad para pedir paso.

Se escuchan unos pasos y Wallace abre la puerta con suavidad. Le mira unos instantes encontrándolo aun tratando de organizar su discurso ¿Qué cosas decía su madre malas del sastre? ¡Era importante recordarlas! ¡Piensa! ¡Piensa! Imágenes de su madre se agolpan en su cerebro, en todas tiene el ceño fruncido y protesta de algo indefinido. Esto sería más sencillo si su madre no ser quejara constantemente e incesantemente de todo con su insoportable letanía. Levanta las cejas al ver que es su hermano el que le abre.

—Es Arthur, padre —Indica Wallace girándose a él en el interior del despacho. Es una sala grande y bien orientada dentro de la mansión. Las ventanas dan directamente al jardín interior para evitar el ruido de la calle y entra la luz durante todo el día iluminando el escritorio. Está razonablemente junto a la biblioteca porque cuando Lord Kirkland aún no tenía hijos no podía saber que, contra todo lo que dictaba la lógica y el sentido común, esa sería la sala más concurrida y en ocasiones más ruidosa de la casa.

—Que pase, hombre —protesta un poco por la formalidad, sentado en su escritorio limpio y ordenado de madera importada de las indias, sin levantar la vista de sus papeles.

—Padre, le he pedido hablar en privado para... —protesta un poco Arthur y deja la frase al aire mirando a su hermano de reojo al entrar. Lord Kirkland levanta la vista a su hijo menor.

—Ya, ya me ha explicado Wallace —resume mientras la puerta se cierra dejándoles a solas.

Arthur levanta las cejas y se asusta más con esa declaración prefiriendo dejarle hablar primero.

—Siéntate —pide señalándole el lugar en una de las sillas frente al escritorio. El muchacho traga saliva y se acerca, sentándose en la puntita de la silla con pulcritud. Lord Kirkland deja las cartas y se recarga un poco en la silla mirándole fijamente—. ¿Y bien? —pregunta escrutándole.

—Pues... ehm... ¿Qué le ha dicho Wallace? —vacila un poco nervioso, sin querer confesar aun sus crímenes hasta no saber de cuáles exactamente se le acusa. Dramáticamente piensa en los libros sobre la inquisición española que su hermano Patrick el párroco le había hecho leer siendo aún demasiado pequeño, solo para asustarle diciéndole que si hacía algo malo y no se lo contaba enseguida, Dios le obligaría a hacerle todas esas cosas. Arthur había aprendido pronto que tan poco espíritu de devoción divina y buenas intenciones de llevarle por la senda del señor pero que mucha inclinación al cotilleo y a acusarle para que le castigaran tenía realmente el segundo de los hermanos Kirkland.

—Que echaste al joven sastre —explica Lord Kirkland con su característica practicidad de llevar el tema justo al punto clave sin rodeos.

—Ah, sí. Eso mismo —responde Arthur aun medio distraído en sus pensamientos, seguro su padre no sería capaz de hacerle ninguna de esas cosas para hacerle confesar nada… ¿verdad? Cuando se daban situaciones como la de ahora es que lo sentía con más evidencia, pero era ilegal en estos tiempos de todos modos y su padre no haría nada ilegal… ¿verdad?

—Explícate —exige ante la afirmación, porque por mucho que su hijo pudiera tomar tales decisiones, debía conseguir su aprobación para que se hicieran efectivas.

—Pues fue por... negligencia —explica carraspeando y tratando de verse serio y profesional para que esto no desencadenara en sí mismo confesando cosas inapropiadas sobre su aparente perdida de su virtud días antes de su boda con otro hombre.

—Lo admites —confirma sin cambiar de expresión. Las expresiones no era realmente el punto fuerte de Lord Kirkland, se sentía cómodo manejando un total de dos: "enfado" y "relajación".

—¡Sí! ¡Se trata de un espécimen de lo más ruin y rastrero proveniente del continente! —exclama Arthur con la pasión especial que utilizan los británicos para abrazar sus fuertemente arraigados sentimientos xenófobos por… en general todo el universo, con especial hincapié en los franceses. Su padre parpadea visiblemente extrañado—. Está claramente falto de ningún tipo de talento o profesionalidad y no es un hombre de confianza.

—¿El muchacho? —pregunta sin estar seguro de que estén hablando de la misma persona, sintiendo que tuvo con su mujer esta exacta conversación en más de un millar de ocasiones, pero referida al padre.

—Es un sastre vulgar y pobre, más interesado en el alcohol y los placeres que en hacer un buen trabajo, ni siquiera me tomó las medidas, que era su único cometido —sigue, sacando bilis por haberlo metido en todo este embrollo, furioso además de que no le haya hecho caso y se haya quedado... y aún más furioso por ni siquiera recordar nada.

—Es... Bueno, es hijo del sastre. Pero siempre ha sido correcto conmigo —sigue Lord Kirkland sorprendido y curioso de verdad con este fenómeno entre madre e hijo.

—Pero no puede ser correcto para siempre. Madre ya se quejaba de su padre si no recuerdo mal —evidencia Arthur mirándole a los ojos al sentir a su padre ya no tan duro y más en otra línea un poco indeterminada.

—No hay una sola cosa de la que no se queje tu madre, Arthur. No me parece novedad —puntualiza, si fuera en boca de alguien más, esto podría haberse considerado un chiste en vez de una observación.

—Bueno, eso ya lo sé —responde con cierta complicidad, sonriendo un poco porque le hace cierta gracia de todos modos, aunque lo haya hecho su padre—. Pero en esta ocasión no erraba.

—Yo nunca he tenido ningún problema ni con él ni con su padre, fuera de que hablan demasiado —explica igual de intrigado que cuando su esposa le contaba… se quejaba de las conductas imperdonables que parecían realmente fantasmas de humo y que él no lograba descubrir nunca por mucho que se fijara—. Me sentiría más tranquilo si ya tuviéramos otro sastre, en especial tan cerca de tu boda.

—Me encargaré de buscarlo. Uno callado, inglés y profesional —propone el menor de los Kirkland con resolución, si el precio a pagar era solamente el de encontrar otro sastre, podía considerar que esto había salido a pedir de boca, a pesar del mal rato pasado con Wallace. Lord Kirkland suspira con cierto pesar.

—Aun así, no entiendo que hacía contigo en la ópera —comenta el otro punto que no le cuadra en todo este asunto y que Wallace no ha evitado en lo absoluto de ponerle al corriente. Arthur, que ya daba por terminada esta conversación se queda paralizado con la frase mucho más maliciosa de lo que su padre es consciente.

—Yo estaba... —vacila buscando una explicación satisfactoria—. Poniéndole a prueba precisamente para sostener mi argumento —decide.

—Una prueba larga —presiona con sensatez para que se explique.

—Pues... un poco, pero debía ser algo lo bastante sustancial... —responde aun manteniendo su argumento, baja la cabeza a sus manos en esta ocasión para evitar su mirada.

—Por lo que la llevaste hasta las últimas consecuencias —razona sin dejar de mírale fijamente, siguiendo su línea de pensamiento intentando encontrar qué es lo que no le cuadra de la historia.

—E-Eso mismo —vacila con menos seguridad de la que quisiera en esa afirmación, jugando con sus manos nerviosamente y aun sin mirarle.

—Arthur —los ojos azules le miran fijamente. Los verdes se levantan, le sostienen la mirada un instante y vuelven a bajar en automático a sus manos—. No me gusta nada que me hagan pensar una cosa cuando en realidad pasa otra.

—Eh... ¿eh? —pregunta descolocado con eso, volviendo a levantar la vista.

—Si esto es un intento de aplazar la boda o un problema mayor, exijo que me lo comuniques en este momento —pica en la mesa con un dedo, porque ya conoce a su hijo y desde que le anunciaron el compromiso que ha estado actuando de esta manera poco cooperadora, poniendo pegas a todo solo para retrasar lo inevitable infantilmente.

—¡N-No! ¡No es eso! Quiero decir, sé lo que puede parecer, ¡pero no lo es! —responde muy nervioso maldiciéndose a sí mismo en este instante porque no le parece en lo absoluto extraño que su padre considere que ha despedido al sastre como otro de sus planes para echar a perder la boda. Como cuando puso pegas a todas y cada una de las casa de la ciudad (con gran pesar de su corazón porque adora su ciudad) que debían elegir para vivir con su esposa tras las nupcias, como cuando se manifestó abiertamente ateo y no creyente en la iglesia… y hasta se inventó una religión basada en unos ritos de una novela que había leído, como cuando se fingió enfermo después de probar la comida que servirán en el convite... otra de las múltiples artimañas predecibles y fallidas de Arthur Kirkland para detener la inevitable ceremonia.

—Suenas poco convincente. ¿Qué hay de las apuestas? —pregunta Lord Kirkland intentando llevar la conversación a lo que él cree es el cauce correcto. Esas eran las sospechas de Wallace que no ha perdido la oportunidad de compartirlas con el patriarca de la familia.

—¿Apuestas? —le cambia la cara y parpadea un par de veces completamente sacado de su línea de pensamiento, ahora sin saber de qué habla.

—Eso asegura Wallace —explica llanamente porque considera que Arthur podría habérselo confiado a su hermano.

—¡Wallace se lo está inventando para fastidiarme como siempre! ¡No tiene ni idea de lo que dice! —exclama en protesta, aunque se siente mucho más tranquilo de que sea eso lo que piensen y no la horrible realidad de su caso.

—Al menos eso explicaría algunas cosas que tú no me explicas —intensifica su mirada sin saber quién es exactamente el que miente, pero alguien, si no todos, debe estarlo haciendo porque este caso no podría ser más turbio.

—¿Qué? ¿Qué cosas? —se echa un poco atrás en la silla y se agarra con fuerza del borde de la mesa, nervioso porque no ha considerado que supiera cosas que requirieran una explicación de las que aún no han hablado, aun siendo perfectamente consciente de que existen (aunque no pueda estar seguro de las más escabrosas), pero "la verdad" en esta circunstancia solo depende de que tanto conoce su padre, no de la realidad.

—Sigo sin entender qué hizo el muchacho —vuelve a explicar a ver si consigue convertir la conversación en la que él imaginaba en su mente, sencilla y práctica en la que Arthur se lo contaba todo de una sola vez, él tomaba una decisión y luego volvía al trabajo que no es que tuviera poco.

—¡Pues no tomarme las medidas! —exclama Arthur y aunque casi se da risa a si mismo con el último crimen de la serie imperdonable que acaba de exponer, hace un esfuerzo teatral por mantenerse impertérrito en lo inaceptable del asunto.

—¿Sabes cuantos años trabajó su padre para esta casa? ¿Y lo mucho que me pidió que velará por él antes de morir? —pregunta Lord Kirkland empezando a hartarse de todo esto y cada a cada oportunidad que le da a su hijo de explicarse más convencido de que es una artimaña para detener la boda.

—Pero... —vacila el menor, notando que está llevando el plan por mal camino y su padre no parece querer entender ni colaborar.

—Es que si fuera algo de apuestas, o algo más serio que no tomarte las medidas... Manda un mensajero y que te las tome hoy —sentencia con lo que es más racional—. Ya tiene las de todos los demás y debe haber empezado a trabajar los encargos de la boda.

—Es que no tolero que me haga perder el tiempo ¡y debió hacerlo ayer en vez de tomarse nuestro Wishkey y venir a la ópera! —vuelve a protestar a la desesperada, de nuevo intentando encontrar algún argumento que pudiera ayudarle en las quejas, que definitivamente nadie escuchaba, de su madre.

—¿Le pillaste robando whiskey?—pregunta levantando las cejas, solo porque no cree que Arthur le haya ofrecido una copa.

—Ah... ehm maasooo... —vacila, porque su idea no es que realmente lo consideren un ladrón y lo echen para siempre de todos los encargos de la familia… y menos si había dicho que moriría de hambre si eso sucedía. Era un sucio francés que se había aprovechado de él, pero también era… bueno, no era adorable ni nada parecido, desde luego. Lo que sucede es que él es un hombre íntegro y justo, que no va a castigar con más dureza de la que merece realmente el pobre infeliz.

Lord Kirkland levanta una ceja con esa vacilación, observándole.

—Ese no es realmente el punto —responde el joven girando la cara hacia un costado, un poco sonrojado porque en realidad ahí tiene una perfecta forma de resolver el problema, una demasiada injusta para, al final, un hombre de leyes como él.

—Lo es, una acusación de robo es precisamente el punto. Si hablas de robo le pediré a Parker que lo despida sin compensación alguna y sin posibilidades de ser el sastre en ninguna casa de la zona —explica su padre notando también que eso resolvería perfecto el problema, sea el que sea, que aún no logra comprender, pero que está realmente ocupado para dedicarle mucho más tiempo cuando parece una nimiedad—. Igualmente será con el asunto de las apuestas —le mira fijamente—. No voy a tolerar el escándalo en esta familia. Explícame EXACTAMENTE qué pasó

—N-No... no robo nada, yo se lo ofrecí. También era u-una prueba —el chico traga saliva mirándole, con un pequeño susurrito asustado, junta las palmas de las manos entre sus rodillas y esconde un poco la cabeza entre los hombros. Lord Kirkland suspira pasando una mano por su escritorio.

—Me encantaría que dejaras de poner a mi personal a prueba, para eso está Jackson —asegura en un tono de suave reprimenda.

—Pero es que... —se humedece los labios notando que no hacen más que ir adelante y atrás entre acusaciones demasiado fuertes y demasiado irrisorias sin encontrar el punto medio correcto y eso está crispando realmente a su padre, pero es que ni siquiera quiere pensar en lo que de verdad ha sucedido, su mente está bloqueándolo.

—Solo te tomará medidas —trata de negociar el mayor.

—¿No le parece que no merece hacer este trabajo? —vuelve a preguntar incansable, porque el asunto de que tenga que plantarse en calzoncillos frente a un hombre que se ha aprovechado de él sexualmente con quién sabe qué clase de artimañas tampoco lo hace sentir cómodo. Se abraza un poco a si mismo sin preguntarse aun porqué es que no le acusa justo de eso y es que la sola idea de admitirlo le da mucha vergüenza.

—Merecer. Bueno, es el primer trabajo grande que se le asigna —comenta Lord Kirkland, pensándolo.

—¿Algo tan importante y se lo asigna a un PRINCIPIANTE? —exclama y hasta sonríe un poco, ¡Ahí está, Arthur, la acusación del peso correcto!

—Arthur, Arthur... Algo tan importante se lo asigno al hijo de mi sastre de toda la vida. Este muchacho trabajo en la boda de todos tus hermanos, solo no como el sastre principal, ahora tiene tu boda él solo —responde frunciendo un poco el ceño porque eso suena un poco a cuestionar sus decisiones y autoridad.

—Bueno, preferiría no tratar con él entonces. Seguro alguien de su taller puede tomarme las medidas —vuelve a bajar el tono para evitar una confrontación mayor con su padre que ya está notando que no es una buena idea. Lord Kirkland se aclara la garganta.

—¿Y necesitas mi ayuda y colaboración para ello? —pregunta un poco sarcástico porque sigue sin entender toda esta complicación.

—¡No! Le he dicho que todo estaba arreglado —recuerda convenientemente volviendo a su punto inicial en el que Wallace tiene la culpa de todo, haciendo un mar de un vaso de agua solo para su disfrute personal.

—Arthur, no podemos seguir esta mecánica infinita de complicaciones —Lord Kirkland se pellizca el puente de la nariz, agotado. El escritor gira la cara, sonrojado—. Por más sabotaje que pretendas hacer a esta boda y a tu propio futuro, debes entender que eso implica dispararte en un pie.

—No estoy saboteando la boda, de hecho, en un alarde de buena voluntad, pretendía que el sastre me conociera mejor para que me hiciera trajes más ajustados a mis gustos —explica esa parte del plan que sí le parece una idea brillante, para defenderse.

—¿Y qué ocurrió? —le mira atentamente, escuchándole, pensando que por fin va a dejar entrar un poco de luz sobre el caso que lo haga más claro y entendible.

—¡Pues que se aprovechó! —exclama como si fuera obvio y lo hubiera dicho un montón de veces pero su padre no le estuviera prestando atención.

—¿Y... Fue contigo a la ópera? ¿O a qué tipo de aprovechamiento te refieres? —hay ciertas notas de sarcasmo en sus palabras... Otra vez.

—S-Sí —vuelve a bajar la cara pensando en el otro... aprovechamiento. De nuevo no se atreve a confesar al respecto, por algún motivo, aunque está seguro de que es la absoluta víctima de esta situación, tiene la sensación de que no es del todo inocente… lo achaca rápidamente al asunto del fumadero de opio y no a otra cosa como no haberse negado con toda la vehemencia esperada… aunque eso obviamente se debía a la droga.

—Pues si fue, debes haberle invitado. Wallace dice que estaba en palco incluso —le acusa un poco, más para saber su puede ser posible por curiosidad que por realmente reñirle.

—Estaba en el palco porque el doctor no podía venir... pero no debía aceptar —se defiende y de nuevo su propio argumento le provoca un poco de risa a sí mismo por lo absurdo, pero ya es demasiado tarde.

—No, no debía aceptar —suspira Lord Kirkland y recuerda al padre hablando todo el tiempo de las maravillas de la buena vida y de la cultura y del arte y al belleza… sinceramente no le parece para nada raro que si el hijo se parece un poco, aceptara—, aunque ¿quién querría negarse a ir a la ópera?

—¡Un profesional a la altura! —responde enfadado como si el sastre tuviera la culpa de todo.

—Lo sé, pero él es un muchacho que necesitaría, claramente, una reprimenda de su padre. Le pediré a Parker que hable seriamente con él —sentencia Lord Kirkland intentando dar por finalizado el estira y afloja, Arthur aprieta los ojos verdes porque esto va tremendamente mal según sus pretensiones, de nuevo, una acusación sin suficiente fuerza—. ¿Qué?

—No le quiero para mi boda —asegura llanamente ya sin saber qué decir, mirándose las manos.

—Pues consigue OTRO sastre para tu boda y luego vienes a verme —responde poniendo los ojos en blanco.

Arthur le mira con eso y asiente sonriendo un poquito porque además eso significa que puede retrasarlo todo y además, librarse de él.

—Puedes usar otro sastre para ti, pero el resto nos quedaremos con él —sentencia harto de ir adelante y atrás.

—Bien —asiente el chico conforme porque JUSTO ESO era lo que quería y por fin su padre lo ha entendido.

—Ahora trae a Wallace ya, que he perdido demasiado tiempo esta mañana —se vuelve a sus cartas.