Arthur se levanta de la silla frente al escritorio de su padre y sale por la puerta del despacho sonriendo vencedor, sin poder creer tener tanta suerte y se come a Wallace que estaba espiando al otro lado, dando un pasito atrás y frunciendo el ceño.

—¡Oh! Arthur —carraspea incorporándose y arreglándose la ropa como si nada.

—Wallace —saluda el nombrando frunciendo el ceño, sabiendo perfecto que estaba haciendo su hermano ahí, por mucho que disimule.

—Pensé que te habrías ido hace mucho rato con tu amigo el sastre —asegura punzante con cierta sonrisita de burla.

—No es mi amigo y ya no va a ser mi sastre —asegura tras sonrojarse, frunciendo más el ceño y girando un poco para salir de delante de la puerta.

—Vaya, ¿y eso por? ¿No te ha gustado la vida plebeya? ¿Convivir con el vulgo? —sigue burlándose con un movimiento de la mano, el pequeño levanta la barbilla y hace un gesto de superioridad, sin dejar de estar sonrojado.

—No es lo bastante bueno para mí —sentencia en una imitación de su hermano bastante más señorito que él.

—¿Para ser tu amigo? Seguro no —se ríe un poco bajito.

—¡Para ser mi sastre! —exclama frunciendo el ceño porque nunca entienden lo que quiere decir expresamente para hacerle rabiar.

—¿Insinúas que padre no tiene el mejor sastre posible? —pregunta levantando las cejas, fingiendo que eso es casi una ofensa personal.

—No, no lo tiene —sentencia. Wallace levanta las cejas y Arthur le sostiene la mirada.

—¿Y quién va a coserte? —pregunta el mayor que no puede creer que le hayan consentido esta tontería a este idiota que obviamente suena para todos a sabotaje de las nupcias cuando todos los intentos que hizo él para evitar la suya, mucho más elegantes, inteligentes y sutiles, fueron sorteados.

—Alguien más... y mejor —sonríe de lado vencedor al ver la cara que se le ha puesto al mayor, que frunce un poco el ceño y entrecierra los ojos—. O tal vez nadie —añade en un susurro, maliciosamente.

Wallace le mira de reojo y entra al despacho tras un grito de su padre. Arthur sonríe y aprieta la llave del armario en su mano... antes de ir a su cuarto de nuevo, pasa por la cocina a por algunas frutas pensando que eso ayudará a convencer al sastre de su buena voluntad a pesar de todo. Después de dejarle encerrado en el armario, seguro con un banano se arregla todo, claro que sí, Arthur.

La buena noticia es que Francis se ha dedicado en la oscuridad, a medir un traje del caballero inglés, con cuidado y a palmos. Así que en cuanto abre la puerta debe encontrarlo con las manos en la masa, semi desnudo. Arthur se queda paralizado con la boca abierta y se le caen al suelo las manzanas y naranjas que ha traído.

—Oh... —susurra Francis con los pantalones en la mano, el saco puesto, la camisa colgada del hombro y... Desnudo por todo lo demás—, claramente pensé que tardarías más...

—¿Qué está haciendo? —pregunta parpadeando mirándole de arriba abajo y cuando la vista llega a las piernas desnudas tiene que apretar los ojos y girar la cara para darle intimidad, sin poder evitar sonrojarse.

—Ehh... Sé que no lo parece, pero estoy tomando medidas —susurra palideciendo un poco y mostrándole los pantalones que tiene en la mano.

—¡Vístase en este instante! —exige aun con los ojos apretados con fuerza.

—E-Es... Yo... Yo me visto, pero en verdad no es lo que usted cree —susurra apretando los ojos y poniéndose nervioso empezando a buscar su propia ropa dentro del vestidor.

El escritor, sonrojadísimo, decide volver a cerrar las puertas para darle intimidad mientras se viste, anda un par de pasos al centro de la habitación dando sin darse cuenta un golpecito con el pie a una naranja que sale rondando bajo la cama. Se masajea las sienes nerviosísimo con esto pensando en qué hubiera pasado si por casualidad llega a entrar acompañado y alguien de la casa nota que tiene a un hombre desnudo en el armario. Cielos, seguro que había algún libro que usaba eso como una trama de enredos.

Francis se viste a toda prisa, preocupado, poniéndose una mezcla de ropa entre la suya y la del inglés por no estar mirando bien lo que hace. Se peina un poco antes de empujar la puerta notando que esta vez sí cede. El inglés está tapándose la cara con las manos con todo esto.

—Ehm... ¿Arthur? Yo... Lo siento, pensé que tocarías o algo así —se disculpa cuando sale del armario cerrando la puerta a su espalda y mirándole.

—¡Y yo no pensaba que fuera a estar usted desnudo! —exclama en un tono demasiado alto sin pensar que alguien podría oírle fuera del cuarto, aun con la cara entre las manos.

—No estaba desnudo, estaba... Haciendo de maniquí. Es diferente —se defiende el sastre tratando de parecer una persona trabajadora y preocupada que aprovecha el tiempo y que desde luego no merece ser despedido.

—¡En cualquier caso! —protesta Arthur sin saber ni como argumentar, de los nervios. Francis toma aire y se pasa las dos manos por el pelo cambiando el peso de pie. Da un pasito hacia él.

—Arthur... Cálmate, por favor —pide poniéndole una mano en el hombro. El nombrado se gira y da un paso atrás para que le suelte—. Solo cálmate. No está pasando nada terrible, esto solo lo sabemos tú y yo. Hablemos de ello tranquilos

—Deje de llamarme Arthur con esa confianza y ¡ni se le ocurra tocarme! —chilla señalándole con el dedo dando otro paso atrás sin saber cómo calmarse a sí mismo ni qué cosas son realmente escandalosas, así que reacciona a todo exageradamente como si todo lo fuera.

—Lo siento —baja la vista y la mano, regañado y traga saliva, quieto en su sitio pensando que no quiere ponerle más nervioso en realidad ya que necesita que piense en esto para que no tome decisiones impulsivas... como echarle.

—Recoja sus cosas, se marchara sin ser visto en este instante —ordena Arthur intentando usar un tono de voz más bajo pero completamente taxativo, señalando la puerta. Francis suspira recogiendo sus cosas en silencio pensando que tal vez sea lo mejor y en unas horas o mañana el escritor habrá pensado en esto con más calma y será más razonable—. Y vamos a prescindir de sus servicios en mis nupcias.

—L-Le pido que venga a probarse su traje el... —se calla con esa declaración última, con la boca cómicamente abierta, dejando de recoger.

Los ojos verdes le miran fijamente porque no deja de sentirse un poco mal por el pobre chico que le parece de su edad, al que se le ha muerto el padre, no tiene más oficio y con el que ayer se sintió muy unido por unos instantes. Un regusto amargo le sube desde el estómago.

—¿De t-toda la boda? —pregunta mirándole desconsolado, esa boda suponía casi el sueldo de todo un año y ya contaba con ese dinero para deshacerse de algunas de las deudas que había contraído últimamente, que iban a ahogarle si no cobraba.

—No, no de toda la boda porque por lo visto mi padre apreciaba mucho al suyo —explica dulcificando el tono, aunque no deja de ser despreciativa la forma en la que habla del inexplicable aprecio de su padre por una rana francesa.

Francis respira un poco con eso de que no sean todos, al menos, tal vez podría hacer algunos trabajos pequeños extras y acabar de tapar los agujeros, ya vería más adelante.

—¿E-Entonces solo es el traje del novio —sí, sí, el que al final le hacía más ilusión, traga saliva con la voz un poco temblorosa de forma dramática—, el que no quiere que le haga?

—Ninguno que sea para mí —explica Arthur pensando también en los demás que ha pedido su padre para el resto de eventos alrededor de la boda, como la fiesta de compromiso y la recepción de los invitados.

—Ninguno que sea para usted... Pero... Los de usted son los más importantes... —responde Francis porque ya quería vestir a la novia, pero vestir al novio era vestir al otro protagonista de la escena, seguro vendría gente del periódico y escribirían cosas sobre la ceremonia y sobre la ropa que llevaban ambos. Tal vez hasta se harían alguna fotografía en uno de eso daguerrotipos. ¡Y todo Londres iba a verlos! ¡Era una maravillosa publicidad!

Arthur levanta un poco la barbilla con orgullo por eso sin pensar en porqué es que lo son, sino simplemente sintiéndose el más importante, como si fuera un escritor de renombre o una gran personalidad política. El sastre le mira desconsolado un segundo más y luego piensa que al menos conserva el trabajo de hacer los trajes para sus hermanos y Lord Kirkland. Suspira.

—Podría haber sido peor pero realmente no tengo nada personal contra usted, solo es profesional —confiesa el escritor sin mirarle porque se está sintiendo a sí mismo un poco duro y no es como que el sastre, por muy francés que sea, tenga la culpa de absolutamente todo, aunque su sentido común diga que así es.

—Está bien, monsieur Kirkland. Me retiro entonces —susurra pensando en su padre y en lo tremendamente decepcionado que estaría si supiera que alguien tiene algo profesional contra él. Todo por una ida a la ópera... Debía haberse negado. Al final nadie había quedado impresionado por su traje o su porte y solo se había ganado un enemigo. Desvía la mirada—. Agradezco mucho su consideración y la de su padre para conmigo.

El escritor se humedece los labios y traga saliva. Asiente solo una vez mirándole de reojo. Esto era lo correcto, se recuerda a sí mismo, nada más. Nada de chicos desnudos en su armario, ni despertares raros, ni la posibilidad de que le encontraran haciendo algo que no podía explicar. No más adrenalina, ni cosas excitantes que… vistas ahora mismo, le habían hecho sentir bastante vivo. No más argumentos dignos de novela ni giros dramáticos en la historia de su vida. No más besos raros con un hombre extraño que lo habían hecho sentir por primera vez en su vida cerca de otro ser humano.

—Aun así no debió hacer... lo que hizo ayer —añade para dejarlo claro, tal vez más para si mismo que para su acompañante realmente.

Francis se revuelve porque ni siquiera lo recuerda, aunque claramente está de acuerdo con ello. No debía haber ido a la ópera, mucho menos al fumadero de opio y MUCHISIMO MENOS el acostarse con él. Sin importar lo muy bien que lo hubiera pasado o la extraña conexión que había sentido con el inglés.

—Lo sé. Le aseguro que lo olvidaré en cuanto cruce el umbral de la puerta —asiente sin mirarle siquiera. Desde luego esta era la MAYOR estupidez de su vida. Al fin estaba cayendo en la cuenta de la magnitud de todo esto. Él era el hijo de Lord Kirkland, por dios. No era una persona cualquiera. E iba a casarse... ¡Y aunque no fuera a casarse! El escándalo que sería que alguien se enterara de esto ameritaba, desde luego, que le echaran a la calle. Que lo echaran de Londres, de hecho... Tan solo por la posibilidad de que algún día dijera algo. Sin duda alguna este joven estaba siendo magnánimo con él con solo impedirle volverse a acercar.

—Bien, sígame —asiente de nuevo Arthur y se acerca a la puerta a mirar si viene alguien. Francis se abraza de sus pantalones, porque no se los ha cambiado y mira al suelo, pálido y agobiado. Le sigue.

Arthur saca la cabeza abriendo la puerta lo justo para que esta quepa, mira a ambos lados del pasillo y al notar que no hay nadie, le toma de la mano al francés sin pensar, tirando de él.

El problema es que al francés se le da con naturalidad, tocar a las personas es parte de su sino y de verdad algo tiene este joven que hace que se sienta cómodo con él. Tan sumido está en la tragedia de todo esto que le aprieta la mano en busca de apoyo y se deja tirar.

Los ojos verdes le miran de reojo sintiendo el desconsuelo y se la aprieta un poco de vuelta, porque aún cree que podría haber sido un poco duro, pero no hay más remedio… cuando le parece oír un ruido sale de sus pensamientos y lo aplasta contra la pared haciéndole callar. El francés se aprieta contra él para esconderse demasiado cerca nuevamente, sin querer tampoco que les pillen.

Este mira de reojo y se sonroja de nuevo al sentirle tan cerca, con la mente en blanco y el corazón acelerado por la adrenalina.

—V-Vamos a... ¿No hay manera de salir por otro lado? Si alguien me ve... —susurra el sastre de verdad agobiado que parece que vaya a echarse a llorar de un momento a otro.

—¡Eso hago! No puede salir por la puerta de servicio, todo el servicio le verá... pero hay que pasar frente a la puerta del despacho de mi padre para ir por la puerta principal —explica volviendo en sí, sacudiendo un poco la cabeza y se echa un poco adelante a ver si se ve alguien en el pasillo de nuevo.

—Lord Kirkland —susurra apretando los ojos. No PODÍA perder estos trabajos y ahora que había caído en la cuenta de que realmente podía perderlos... Temblaba como una hoja.

—Vamos —vuelve a apretarle la mano intentando que le calme y tira de él otra vez.

—Por favor, no dejes que me quiten todo mi trabajo —susurra en suplica y ahora un poco en drama apretándole de vuelta y siguiéndole de puntas, con los ojos muy abiertos.

Arthur traga saliva con eso mirándole de reojo y hay que decir que la petición sincera de un hombre genuinamente nervioso le aprieta el corazón, haciendo que sea aún mucho más serio ayudarle a salir de aquí. Se toma el deseo como un reto personal, frunciendo el ceño y de nuevo apretándole la mano para insuflarle la confianza de "sí, estoy de tu parte, no te preocupes, yo te protejo".

—P-Puedo escapar por una ventana... —propone el francés sin pensar demasiado. Él no estaba tan habituado a estas cosas, en concreto, no a estas cosas mezcladas con su trabajo. Aunque sí había escapado por la ventana del cuarto de alguna mujer... Pero estas eran palabras mayores.

—¿Por la ventana? —se gira a mirarle de nuevo para saber en qué ha pensado exactamente.

—N-No lo sé. Es peor porque podría verme el jardinero, pero al menos no estamos en una entrada principal. Es que si sale tu padre... —sí, ha vuelto a hablarte de tu de los nervios, esconde un poco la cara en su espalda.

—También mi padre podría verte por el jardín si mirara por la ventana —cambia también al trato de tú por la tensión, dejando de vigilar el pasillo y mirándole a él.

—¿Y si... Simplemente salgo por la puerta como si hubiera venido a tomar... le medidas a alguien? A ti no si ya no soy tu sastre, pero... A... —propone a la desesperada, tapándose la cara con la mano que no tienen tomada.

—Nadie te ha llamado y no te han visto entrar hoy, eso no tiene sentido —discute porque esos detalles son importantes, tanto como que tal vez hablar de esto en el pasillo no sea la mejor idea.

—P-Pues es que no sé, ¡salir así... Tampoco! —en efecto, se oyen unas pisadas venir por el pasillo, Francis se esconde detrás del inglés mirando hacia allá en pánico.

—¡Mierda, mierda, mierda! —protesta el inglés porque con la discusión se ha olvidado precisamente de seguir vigilando y decide que tirar de él al cuarto otra vez es la única solución. Corren hacia ahí como locos cerrando la puerta de golpe. Una vez dentro la persona pasa por enfrente del cuarto y luego se aleja otra vez mientras ambos escuchan con atención y en silencio, sin poder estar seguros de que no va a oír sus dos corazones bombeando frenética y acompasadamente.

—¿Y si... Dices que tú me has llamado? Solo tengo que salir por la puerta si alguien me ve —lloriquea de nuevo Francis rompiendo el silencio cuando los pasos ya hace unos segundos que no se oyen, un poco más tranquilo ahora que está de nuevo en la seguridad del cuarto, sin soltarle de la mano.

—¡Ya no eres mi sastre! ¿Para qué iba a llamarte? —protesta dejando de escuchar el pasillo y mirándole a él, aun con el corazón accelerado.

—¡Para decírmelo! ¡Para gritarme que soy un inútil, o algo así! ¡No lo sé! —protesta de vuelta apretándole la mano y abrazando más sus pantalones.

—No, no... ya he recibido bastantes comentarios mordaces de mi hermano, solo faltaría que te viera —se pasa una mano por el pelo, nervioso, pensando en las diferentes soluciones. Volver a intentar salir quedaba descartado, era por el momento definitivamente demasiado arriesgado como acababa de demostrarse y no había más salida que esa—. Te quedarás aquí en silencio hasta que oscurezca y todos se vayan a dormir —decide.

El sastre le mira un poco desconsolado porque quiere irse a su casa para recomponerse de toda esta tragedia personal, a que su madre lo abrace, le consuele y le ayude a encontrar una solución a todo esto. Al final sí que se ha asustado con la perspectiva tremenda de quedarse sin trabajo del todo. Aun así parece ser la mejor idea así que asiente dócilmente. Arthur le sonríe un poquito al notar que accede y le aprieta de nuevo la mano.

—He... ehm... traído fruta, por si quieres... quiere desayunar —vacila mirando alrededor del cuarto y notando que toda esparcida por el suelo no se ve demasiado apetitosa.

—Merci —vuelve a susurrar calmándose un poquito al ver que sonríe, aun apretando con fuerza la mano.

El escritor nota que aún se la está tomando y se sonroja un poquito otra vez, pero no le suelta, apretándole de vuelta. El francés toma aire, sintiéndose un poco mejor y menos abrumado.

—¿Qué pasará si viene alguno de los ayudantes? —pregunta lo que realmente le preocupa de todo el plan.

—¿Suyos? —le devuelve la pregunta el inglés sin entender a qué se refiere con ello.

—No, hablo de la gente de la casa. Sabe, el mayordomo o algo así —levanta las cejas porque no, no había pensado en su ayudante. Aunque su madre no iba a venir, quién sabía si el bueno de Mathieu no se pasaba a preguntar al notar que esa mañana no se había presentado en el taller… aunque no era la primera noche que pasaba fuera y acompañado y el chico siempre era lo bastante discreto y respetuoso para no hacer preguntas sobre ello.

—Pues se mete en... el vestidor. De hecho debería llamar para que vengan a arreglar el cuarto —comenta mirando la puerta otra vez y mordiéndose el labio porque en realidad es muy sospechoso si no lo hace y seguro el servicio irá a decírselo a su madre. Francis vacila nervioso con esto.

—¿Y no entraran al vestidor? —pregunta de verdad sin tenerlas todas consigo.

—Yo... me quedaré frente a la puerta y le protegeré —decide porque además, por algún motivo, piensa que es adorable tan asustado.

Francis sonríe muy levemente con eso, sintiéndose mejor con ello y más tranquilo aún. Sin pensar le hace un cariño con el pulgar en la mano que aun aprieta. Arthur se sonroja más al notarlo y darse cuenta de cómo ha dicho inconscientemente "protegerle" como si fuera quién sabe qué, sacude la cabeza y hace para que le suelte las manos, nervioso.

El francés, que se ha tranquilizado lo bastante como para notar otra vez el sonrojo, deja que le suelte sonriendo un poco más y sabiendo... SABIENDO, que quizás las cosas no van por tan trágico camino como pensaba. Cierra los ojos y suspira profundamente.

—Vamos. Vamos, escóndase —pide sin mirarle pensando que esto es ridículo, que el sastre es un HOMBRE y no debería pensar en nada parecido a "protegerle" que sonaba perfectamente a un príncipe con una princesa de los cuentos de los libros. Ni siquiera sabe por qué su cerebro está haciendo estas tontas analogías.

—Vale, vale, me esconderé... Pero antes... ¿Tendrá una vela? —pide sin perder detalle de sus expresiones, con curiosidad.

—¡No voy a dejar que le prenda fuego a toda mi ropa! —exclama pensando que ese sería un golpe maestro para él, no tendría más ropa que ponerse, así que no tendría más remedio que el sastre no solo le hiciera algunos trajes para la boda, si no que le repusiera su armario completo. ¡Trabajo garantizado por meses! Está seguro que él lo haría de estar en la posición del otro, pero él siempre hacía trampas a las cartas. El francés abre la boca genuinamente impresionado.

—Q-Quoi? —él, un sastre, quemando ropa. ¿Pero qué idea HORRENDA y REPUGNANTE era esa? Ni siquiera podía hacerse a la idea de tamaño desprecio por el trabajo de otro sastre, de hecho, ¡por el trabajo de su propio y difunto padre al que adora! El hombre que le dio la vida y que le enseñó todo lo que sabe.

—No va a meter una vela en mi vestidor —le empuja dentro sin más discusión ni notar la tamaña ofensa que acaba de proferir.

—¿Pero por qué? Solo quiero arreglarle algunas de las cosas que tiene ahí dentro... —se deja empujar de todos modos, decidiendo fingir que no ha oído lo que el escritor, obviamente ignorante en este asunto, ha insinuado.

—Ni siquiera sabe mis medidas... y ya no es usted mi sastre —le recuerda mientras vuelve a empujarle y cierra por fin la puerta. Finalmente suspira profundamente intentando calmarse.

—Sí sé sus medidas, ya he revisado su... Ropa —responde Francis a la puerta a pesar de que sabe que seguramente es inútil. Se vuelve a mirar el interior en el que ya ha estado intentando distinguir en la oscuridad. Es un cuartito pequeño, enmoquetado en color ocre por lo que ha visto con el haz de luz de la puerta, a un lado hay algunas prendas colgadas en perchas de una barra y al otro, algunos estantes blancos con más prendas y zapatos. Debajo también puede notar algunos cajones al pasar la mano.

—¡Silencio! —exige Arthur y se va a la puerta del cuarto, aun pensando en qué va a contarles exactamente al servicio sobre porque es absolutamente imprescindible que se quede montando guardia frente a la puerta de su armario.

"Veréis, chicas, no es que de repente no esté contento con vuestro trabajo o desconfíe, es que ayer me acosté con un hombre y lo tengo ahí escondido… O sea, ¡no me acosté con él! Solo despertamos desnudos en la misma cama… ¡Pero fue por los opiáceos! Es decir, no que yo fume opio ni…" casi se tropieza con una de las manzana que se le ha caído antes... la recoge y aprieta los ojos porque todo esto está resultando una calamidad. Vuelve al armario y mete la mano con ella para que el francés la tome, sin mirar, sonrojado y con el ceño fruncido.

El chico encerrado mira el haz de luz que entra por la puerta y nota la mano que sostiene la manzana, levanta las cejas y sonríe un poquito otra vez antes de tomarla acariciándole los dedos, sonrojándose levemente ya que está solo.

Arthur quita la mano y cierra de nuevo en un solo movimiento impulsivo cuando nota que la ha tomado. Se abraza la mano sintiendo la caricia en sus dedos sonrojándose un poco también y niega con la cabeza violentamente... yendo a buscar a las doncellas.

El francés se recarga por dentro en la puerta y se sienta en el suelo abrazando un poquito también a su manzana. Parecía horrible y testarudo y muy molesto, imposible razonar con él... Pero podría estar en la CARCEL si contara lo que pasó en la noche. En lugar de eso está entre su ropa siendo protegido por él. Da una mordida a su manzana tratando de ordenar sus ideas y, más que nada, sus sentimientos.

El señorito se dedica a ser un infierno con las doncellas porque está revisando como hacen el trabajo, cosa que nunca hace, apoyado en las puertas del vestidor muy muy serio y con cara de malas pulgas, sin dar siquiera pie a que nadie le pregunte porqué de su extraño comportamiento. Se sonroja un poco de todos modos cuando encuentran la naranja que ha rodado bajo la cama pero después de haber actuado en la compañía de teatro del college durante toda su escolarización, le es bastante natural fingir que tener una naranja bajo la cama no representa más excentricidad que tener un recipiente con deposiciones. De hecho, hasta podría hacer una disertación al respecto del buen olor.

El francés sonríe de lado desde dentro al oírle y después de un rato se pone de pie acercándose a la puerta y poniendo la oreja en posición de escucha contra la madera mientras vuelve a acariciarla con la mano como si pudiera tocarle. Un instante más tarde, abre la puerta una rendijita por la que entra la luz para ver que las doncellas son chicas bastante bonitas, que el inglés no está haciendo ni caso de ellas... Y preguntarse cómo demonios es que no había perdido la virginidad antes.

El escritor se apresura a echarlas con presteza y nerviosismo en cuanto acaban sus labores. Cuando ve que casi han salido por la puerta el francés suelta un silbido como de marinero viendo pasar a las muchachas, levantando las cejas e intentando abrir la puerta.

Arthur se sonroja de muerte, cierra la puerta del cuarto de golpe, frunce el ceño y se va directo al vestidor otra vez. Cuando lo abre puede ver que un par de ojos azules le miran con cierta picardía y sonrisa de lado.

—¿Qué se cree que hace? —pregunta sin desfruncir el ceño, hasta cruzándose de brazos.

—Veo a sus doncellas —se revuelve un poco, aun sonriendo culpable—. No te enfades.

—No, ¡les ha silbado! ¿Es que quería que creyeran que yo lo hice? —protesta enfadándose porque ya se imagina lo que comentarán ahora sobre él y cómo van a estar haciendo risitas y cuchicheando semanas a su alrededor… y le pone nervioso y le hace sonrojar que eso pase, le da mucha vergüenza.

—¿Acaso te enfadas todo el tiempo por cada cosa? —pregunta casi en un susurro revolviéndose un poquitín, culpable.

—Sí cuando son cosas detestables —se va a buscar un libro y se sienta en su cama, quitándose los zapatos para levantar los pies con las piernas estiradas sobre ella. El francés le mira hacer sonriendo un poquito de lado y terminándose su manzana.

—¿Qué lee? —pregunta acercándose, pero manteniéndose aun de pie.

—Un libro —responde en un tono ligeramente sarcástico y le mira de reojo solo un instante.

—Eso ya podía suponerlo —vacila un poco más sin saber del todo si va a quedarse aquí con él todo el rato, o no—. ¿De qué es?

—De historias —pone los ojos en blanco aun intentando concentrarse en la lectura y pensando que el sastre resulta muy pesado nada más haciéndole preguntas.

—¿De historias de qué? —pregunta acercándose a la puerta y comprobando que este bien cerrada, antes de volver a acercársele, habiéndose acabado la manzana la deja sobre la mesita de noche y saca un pañuelo de algodón blanco para limpiarse las manos y la boca.

—De todo tipo —le fulmina. El sastre se calla al ver la mirada y se va a sentar a una silla que está junto al armario, mirándolo todo.

—¿Qué se siente ser rico y tener todo el dinero que quieras y no preocuparte por nada? —pregunta al fijarse por primera vez en lo bonita que es la marquetería y los muebles. Los ojos verdes vuelven a mirarle, molestillo porque no le deja concentrarse en silencio. El francés se encoge de hombros—. Solo es una pregunta... —se mira los pies.

—Se siente bien —responde secamente y decide que de todos modos no puede concentrarse por culpa de esa maldita rana francesa, así que cierra el libro de golpe, lo deja en su sitio y se incorpora sentándose con las piernas cruzadas sobre el colchón.

—Debe sentirse bien no tener que preocuparse por nada —explica el francés aun con gesto vago, ignorando su molestia, tomando ahora uno de sus zapatos de debajo del armario e inspeccionándolo con atención.

—Exacto —responde mirándole fijamente intentando traspasarle toda la idea de "crispación" que intenta expresar con su tono y postura corporal.

—¿Algún día ha pensado como sería de no ser... Así? —le miran los ojos azules sin ninguna preocupación por el tono ni intención de parar de preguntar y dar conversación en lo absoluto.

—¿A qué se refiere? —pregunta parpadeando descolocado un instante al notar que no funciona y no hay reacción, pero si una pregunta extraña.

—En realidad estaba pensando en... Que viniera y lo viera por sí mismo. Pero quizás es un mal momento para proponerlo —vuelve a responder vagamente devolviendo el zapato a su sitio.

—¿Disculpe? —aun le parece más extraño, no está seguro de saber si esa es algún tipo de invitación o proposición extraña para que vaya a visitarlo. No cree que pueda serlo, debe haber oído mal.

—Era solo una idea, ya dije que es mal momento —replica con ganas de hacerse bolita en la silla porque este chico... Es raro. Un momento le da la mano y se la aprieta, otro momento... Le mira como lo que es, el simple sastre. Nunca se había sentido tan... Deseoso de tener algo que presumir o un nivel social mejor, hasta ahora al lado de él. Por alguna razón sentía la necesidad de demostrarle su valía. Aun siendo solo el sastre.

—Tal vez podría contarme al respecto —propone el escritor dulcificando un poco el tono, no era para nada un hombre cerrado a nuevas perspectivas del mundo, en especial si podía conseguirlas sin siquiera moverse de la comodidad de un sofá o de su cama en este momento.

—¿Contarle? —levanta la mirada hacia él.

—Disfruto de las buenas historias, soy escritor —se encoge de hombros sonriendo un poco, tal vez hasta podría escribir algo con el personaje del sastre como protagonista, alguna historia biográfica o quizás un cuento corto si resultaba haber buen material. Eso le pone de mejor humor y en una predisposición más abierta y receptiva hacia el joven sastre, que suspira y sonríe un poco en espejo.

—En realidad, no es una mala vida... —empieza a relatar, ordenando las ideas en su mente pensando en que partes podrían interesarle e impresionarle como pretende—. Solo es una vida muy distinta a la que ustedes tienen. Es una vida más... Real. Con preocupaciones reales. Y no me mal interprete, no es que crea que sus preocupaciones no lo son, simplemente... Me parece que estas son más tangibles.

—Le voy a repetir cosas que le conté ayer. ¿Le parece que una inminente boda arreglada y un puesto de trabajo tedioso en un lugar aburrido que no me inspira son preocupaciones poco tangibles? —pregunta un poco picado con esto, había notado también a menudo en sus novelas como algunos sectores de personas de clases sociales bajas, cuando se mezclaban con las clases altas tendían a burlarse de ellos por no tener problemas de dinero, como si esos fueran los únicos que existieran en el mundo.

—Con todo el respeto que se merece, Monsieur... Oui —responde llanamente el francés, porque en su interpretación del mundo, si las personas no tenían que preocuparse por tener un techo y comida al día siguiente, es que tenían una vida bastante feliz y se quejaban un poco de vicio.

—¿Y eso por qué? —frunce un poco el ceño aun con la misma idea rondándole la cabeza.

—Porque usted está preocupado por lo que cree que va a pasar. Cree que va a casarse con alguien a quien no querrá y que lo hará infeliz y cree que el trabajo va a parecerle tedioso y aburrido. Aun no lo sabe, quizás termina por aprender a amar con todo su corazón a su futura mujer y lo pasa sumamente bien en su trabajo. Su preocupación no es tangible en lo absoluto.

—¿Y cuáles son sus preocupaciones tan tangibles? —pregunta ahora levantando la barbilla, tal vez no fuera tangible, pero las posibilidades no estaban a su favor y eso era un hecho, uno no necesitaba meter la mano al fuego para saber que no era una buena idea.

—Bueno, son bastante evidentes, ¿no? Si todo esto se sabe y su padre y todo el mundo dejara de darme trabajo... —se revuelve un poco al exponerlo, sintiéndose de nuevo tan tremendamente inferior… casi pidiendo clemencia y rogándole por su vida al señorito.

—Pero podría no saberse —decide optar por la vía filosófica al discutir, ignorando ahora la diferencia real de clases como si esto fueran premisas hipotéticas, aplicando la misma lógica que el sastre ha usado contra su argumento.

—También podría usted no casarse ni trabajar en la empresa de su padre. Estamos... Suponiendo lo peor —le sonríe notando que no tiene realmente ningún interés ni intención de que le ruegue ni de sentirse magnánimo haciendo un gesto de caridad, sino que está hablándole como su igual.

—Suele hacerse, por eso se llaman preocupaciones —responde menos agresivo al ver que ha entendido con mucha facilidad que ese razonamiento es aplicable a ambas situaciones y por tanto están de acuerdo, sin pensar aun que es el sastre y no uno de sus compañeros de escuela.

—La cosa es que lo peor que podría pasarle a usted es que se consiguiera una amante y se aburriera un poco en su trabajo —le sonríe más, inclinando la cabeza y pasándose una mano por el pelo. Es una idea un poco arriesgada que no había ni valorado hasta que ha salido de sus propios labios como si el subconsciente le traicionara.

—Qué poca imaginación tiene si cree eso —sonríe un poco también y hace un gesto con la mano, hasta negando con la cabeza.

—¿Ah, sí? A ver, ¿qué cosa seria lo peor que podría pasarle en su supuesto "peor escenario"? —pregunta retador, reacomodándose en su asiento sin dejar de sonreír.

—Tal vez... ser feliz con mi mujer y estar encantado con mi trabajo cumpliendo todas las expectativas de mi padre —se ríe encogiéndose de hombros, tan cínico. El de ojos azules levanta las cejas y se ríe un poco también.

—Ahí tiene otra diferencia —agrega entre risas el francés.

—¿Qué diferencia? —se hace el inocente, mirándole sonriendo.

—Las expectativas de mi padre no me resultan tan... Incompatibles —le cierra un ojo y vuelve a reírse un poco.

—Bueno, ya no hay forma en que le defraude —deja de sonreír de repente y baja la mirada, pensando en lo que dijo de que había muerto y en lo difícil además que debe ser eso… y que no quiere verse frívolo al hablar de ello.

—Sí que la hay, esté donde esté —responde y le sonríe pensando en él y en todo este embrollo, más nostálgico y soñador que realmente triste o afectado por la perdida en este instante—, pero de hecho me gustaría cumplir con sus expectativas.

—No, no la hay. Solo puede defraudar a alguien peor... que es usted mismo —sigue con su filosofía, pensando un poco en ello a la vez que lo expone.

—Es eso lo que le preocupa —sonríe de lado, pensativo.

—¿A mí? En lo absoluto, pero veo que a usted sí —responde aun intentando guardar la apariencia de cínico desinterés por el mundo en general que siempre le ha valido un poco como protección de su fuerte sensibilidad.

—Defraudarse a sí mismo al cumplir los deseos de su padre en lugar de los suyos —especifica el francés.

—Ah... ¿hay alguien que no? —entiende ahora sí, pero sin salir de su misma postura.

—Pues alguien cuyo padre no quiera algo tan distinto —se ríe otra vez encogiéndose de hombros pensando en los deseos del suyo propio, recordándole en su mente cuando le abrazaba, le decía que le quería y que esperaba de él de verdad.

—Veamos... ¿y qué es lo que quería su padre para usted? —pregunta con curiosidad ahora imaginando algo parecido a lo que les pide su padre sobre seguir el negocio, en este caso la sastrería y esa clase de cosas, solo que en el nivel económico distinto.

—Que fuera feliz —responde con simpleza pasándose las dos manos por el pelo y sin mirarle, con la voz de su padre aun resonando en sus oídos, hasta se le humedecen un poco los ojos.

—Familia entera sin imaginación, por lo visto —le molesta un poco al notarlo, sonriendo y optando por el humor para sacarle hierro a la situación.

—¡Eh! ¡No es que no tuviera imaginación! —protesta en realidad saliendo del drama—. De hecho tenía demasiada imaginación, por eso es que le daba igual como, solo quería que fuera feliz.

Arthur sonríe porque Francis se ha molestado un poco y no hay muchas cosas que entretengan más a un británico que molestar a la gente de su alrededor, sobre todo cuando estos son una dramática rana francesa.

—De hecho justamente ese asunto es el más complicado. Sería más fácil saber que algo decididamente no se podía hacer —arruga un poco la nariz Francis, aun medio molesto.