—No se crea, es una expectativa muy baja, en realidad, muy fácil de lograr e independiente de sus circunstancias —filosofea Arthur recordando las clases en su college sobre Epicuro y la reales necesidades naturales básicas como comida, cobijo, abrigo y seguridad.
—¿Cree que es fácil ser feliz? —levanta una ceja Francis pensando que debe ser para él que es un señorito adinerado y cualquier cosa que quiere o necesita está al perfecto alcance de su mano.
—Creo que depende de cada uno —responde porque más allá, los otros placeres son innecesarios así que cada persona puede aprender a ser feliz con lo que tiene y no depende de su condición social ni poder adquisitivo.
—¿Cree que su padre no quiere que usted sea feliz? —pregunta ahora sin entender del todo por donde va. El escritor está diciendo que él podría ser feliz, pero sin embargo no deja de quejarse de su boda y de los designios de su padre, todo resulta un poco contradictorio.
—Creo que mi padre quiere que sea feliz del modo que le conviene —matiza sonriendo de lado tras pensárselo unos instantes y luego suspira de nuevo instalado en su propio drama personal.
—En eso... Usted gana. Es más fácil lo que quiere mi padre. Usted tiene que casarse con alguien en concreto... Él querría que yo encontrara a la persona apropiada, fuera quien fuera —sonríe Francis, enamorado de la idea de una persona ideal.
—La persona adecuada —repite Arthur no tan sonriente, apenas sin notar su propio cambio facial pensando en ello y en cómo, cuando era pequeño y aun no se había vuelto un cínico, también soñaba con una mujer hermosa que sería como una de las princesas de sus cuentos con la que sería feliz y comería perdiz. El problema era que la mayoría de los cuentos se saltaban de explicar cómo se conseguía eso. Sacude la cabeza quitándose de la mente lo que es una idea muy infantil a su juicio.
—Oui. La que me haga feliz —asiente, le mira y se muerde el labio porque en realidad él también considera bastante terrible esa circunstancia.
—¿Y cómo se supone sabrá quién es? —pregunta intentando pillarle, como se pilla a los incautos que creen en cosas sin haber pensado realmente en ellas. Francis se revuelve porque piensa que es un poco cruel hablar de ello con alguien que tiene arreglada una boda.
—Pues... No lo sé. Seguiré a mi corazón —responde de todos modos, con bastante seriedad, mirándole a los ojos.
—Eso suena... —le mira con cara de circunstancias y hasta arruga un poco la nariz porque no ha pensado en lo que él quería que pensara y le ha vuelto a dar la respuesta infantil.
—¿Aja? —pregunta con curiosidad, inclinando un poco la cabeza, él, sin embargo, perfectamente cómodo con esta respuesta.
—Cursi —sentencia tras vacilar unos instantes por no saber si acaso se ofenderá si se lo dice tan claramente. Francis se queda con la boca abierta unos instantes y luego se sonroja un poquiiiito, riendo.
—¡No suena cursi! —exclama en protesta de todos modos, sin dejar de reír y pegándole las carcajadas al inglés, que se relaja más.
—Suena tremeeendamente cursi —insiste para molestarle al notar que no se ofende, mientras se ríe un poco, incorporándose y bajando los pies de la cama.
—¡No! Suena normal, a algo que todos deberían hacer, de hecho —asegura hasta levantando un dedo con convencimiento.
—No parece usted saber mucho del amor —le mira con cara de circunstancias, sonriendo aun y pensando. El francés levanta las cejas hasta el cielo con esa conclusión.
—¿Disculpe? ¡Claro que sé de amor! ¡Es usted el que no parece tener ni idea de lo que es seguir a su corazón! Además USTED... —empieza a discutirle el sastre de forma apasionada, ¿Cómo se atreve a decirle que no sabe nada del amor? Se pasa los días hablando de amor con su madre, ¡y antes lo hacía con su padre!
Arthur le mira cruzándose de brazos con su sonrisilla confiada, años de leer poesía y libros de amor le avalan... Libros, no solo cuentos. Libros románticos en los que los protagonistas tienen que superar una y mil adversidades para estar juntos, libros épicos en los que deben salvarse uno a otro, libros trágicos en los que no lo consiguen…
—¡Usted! El... ¿De dónde supone... ? —vacila sin saber cómo decirlo ni cómo explicarse en realidad, arrugando la nariz al ver su sonrisa—, a ver dígame, monsieur experto, ¿qué se debe hacer si no es seguir a su corazón?
—Eso de seguir al corazón no sirve, es solo un cliché romántico digno de la adolescencia —se pone de pie, aun tan seguro de ello—. Las personas son muy complejas y ninguna nunca va a realmente colmar sus ideales infantiles. El amor real trata de convivencia, sacrificio y mutuo entendimiento. No tiene que ver con el corazón bombeando fuertemente por unos ojos hermosos —al nombrarlos es que Arthur se fija de reflejo en los del sastre, más consciente ahora que la noche anterior en el fumadero, notando que son azules y grandes. Francis vuelve a revolverse un poco con la cuestión infantil, aunque él está SEGURO de cómo funciona. Se levanta también de su silla levantando los brazos y haciendo aspavientos mientras habla para dar fuerza a su argumento.
—¡No SOLO es entendimiento mutuo y sacrificio! Es una conexión especial, es cuestión de sentir que se le adormece a uno el cerebro, un hueco en el estómago, magnetismo, ¡algo más fuerte que uno! —da unos pasitos hacia él—. Es esa necesidad irrevocable de tocar y ese sentir que el corazón se te va a salir de su lugar solo por ver a esos ojos hermosos.
—No, no es cierto. Eso es pasión... deseo lujurioso, pero no es verdadero amor puesto que solo dura unos instantes —replica negando con la cabeza sin moverse de donde está.
—¡Pues justamente, lo que uno busca es que no dure unos instantes! Y no solo es pasión, es... Un sentimiento de afecto muy profundo —se le pone enfrente aun enfrascado en la discusión—. Además, convivencia, sacrificio y mutuo entendimiento es algo que se puede lograr con cualquiera, incluso el puro cariño, pero ¿qué es el verdadero amor sin pasión y deseo lujurioso?
—¿Con cualquiera? Eso es la mayor mentira y el amor más elevado es el que supera los deseos carnales, por supuesto. Puro alimento para el espíritu —replica de nuevo pensando en Epicuro.
El francés parpadea con eso y le mira impresionado—. Entiendo por otro lado que usted piense como expone —sigue el inglés y le esquiva andando hacia la ventana con las manos agarradas a su espalda, rodeando la cama.
—¡No puede usted pensar eso! El amor y el deseo son totalmente... Afines —le mira irse sin detenerle a pesar de las irrefrenables ganas que le han dado de hacerlo y tocarle, notando cómo el corazón le va más rápido. Parpadea sorprendiéndose un poco a sí mismo—. ¿Qué es lo que entiende?
—No hay más que verle a usted —toma un espejo de mano encima de la cajonera de madera oscura que hay bajo la ventana, jugando con él—. No se ofenda, pero por cómo ha silbado a las doncellas, estoy seguro utiliza su aspecto físico para ello consiguiendo que las señoritas se rindan a sus encantos —se sonroja un poco al pensar en él mismo rindiéndose o algo así ayer noche, dándole la espalda—. Pero es nada más un consuelo y se dice a si mismo esas cosas sobre seguir su propio corazón a un amor verdadero y profundo porque en realidad sabe que es una fantasía fútil que no podrá conseguir por ese camino.
El sastre frunce un poco el ceño con esto, inclinando la cabeza.
—¿Dice entonces que mi atractivo físico solo sirve para conseguir aventuras, pero por ese camino nunca voy a conseguir el amor verdadero? ¡Esas son tonterías! —replica con un poco más de desconsuelo del que quisiera, porque sí que es difícil pasar de una aventura a que vean un poco más allá que un bonito, muy bonito trofeo en él... De ahí que termine descolgándose de las ventanas de algunas chicas. Desgraciadamente el inglés tiene más razón en esto de lo que él quisiera.
—Exactamente eso es lo que digo —se gira a mirarle apoyándose en la cajonera y cruzando una pierna sonriendo un poco porque parece haber dado en el clavo con sus observaciones.
—Pues esa idea le lleva a ser una persona fría y superficial... como el resto. Eso no quiere decir que MI corazón no pueda latir más o menos por personas frías y superficiales como usted, aunque al final me lleve un chasco al descubrir que una vez más no tienen ningún interés en ver que hay más allá —responde más ardido de lo que quisiera con este tema que le afecta profundamente. Frunciendo más el ceño y apretando un poco los dientes.
—¿Frío y superficial yo? Yo no soy frío y superficial, de ahí que me parezca terrible una boda con alguien a quien ni conozco. No como usted que dijo que si se veía bonita ya habría suficiente —replica y frunce el ceño picado con esta acusación de repente.
—¡No me llame superficial a mí solo por decir que no está de más que ella sea bonita! —exclama haciendo que Arthur ponga los ojos en blanco—. Claro que con su idea de que si es bonita no puede tener nada más que ser bonita... Entiendo que su futura esposa este jodida desde ya. No va a molestarse en saber si le quiere o la ama, ella es bonita y punto, lo demás no importa.
—No he dicho eso, más bien suele ser problema de la gente bonita que no sabe ver más allá de eso —protesta de forma un poco más personal de lo que quisiera, en relación a su situación en la que nadie le ha prestado atención nunca por no ser precisamente la persona más agraciada. A menudo en su infancia sus compañeros se burlaban de él por algunos de sus defectos físicos como sus grandes cejas y su delgadez enjuta, que lo ha vuelto una persona un poco acomplejada. Seguramente también tiene que ver con una nula capacidad social y el hecho de que siempre prefirió esconderse en sus libros, más que en realmente un problema de apariencia, pero así funciona la mente humana.
—¡Ah! ¿Ahora el superficial soy yo? —protesta Francis sin poder creer que le haya girado la tortilla de este modo—. Yo hablo de seguir a mi corazón, ¿dónde está lo superficial de eso?
—En que seguro nunca iba usted a seguir su corazón con alguien poco agraciado —replica, por algún motivo, pensando en sí mismo y en que seguramente nunca le consideraría como una opción más allá de una noche culpa del opio que no debería haber sucedido nunca y que no lo habría hecho de estar en plenas facultades. No sé plantea por un segundo si es eso o no lo que quiere.
—Eso no es verdad y no puedes acusarme de ello simplemente porque no he estado con alguien poco agraciado —se defiende Francis poniendo los ojos en blanco ahora él, aunque... No está del todo seguro de haberse acercado nunca a una chica poco agraciada. Y los chicos que solían gustarle eran agraciados. Pero eso no significaba que no pudiera fijarse en alguien que no lo fuera.
—Que hasta usted lo admita es la prueba definitiva de mi punto —vuelve a sonreír un poco sabiéndose vencedor aunque siente un sutil desasosiego en el estómago por culpa de esta idea.
—Solo admito que no he estado, lo que no indica que no pueda estar. Usted no había estado con nadie y no por eso le acuso de no querer estar con nadie y ser un ermitaño ¿o sí? —discute el sastre que no planea dejarse vencer en la discusión tan fácilmente.
—Yo NO PUEDO estar con nadie, es completamente diferente —replica Arthur frunciendo el ceño, borrándosele completamente la sonrisa, enfadado ahora.
—¿Ah, no? ¿Y qué se lo impide? —le reta el francés.
—¡Que estoy comprometido! —exclama y, si alguna vez en los últimos meses que hace que sabe de esto, este asunto le h parecido verdaderamente dramático, es ahora mismo.
—Ah, eso... —gesto con la mano sin ningún interés real.
—No haga así —protesta dolido y le imita el gesto—. ¡Es importante!
—Es un matrimonio arreglado. Ya he dicho yo que lo peor que puede pasar es que se consiga a una amante —responde con total naturalidad, como si tener un amante fuera lo más sencillo o acaso lo más común y casi viniera implícito en este tipo de acuerdos.
—¿Por qué una amante sería lo peor? —pregunta, porque en realidad la mayoría de las personas que conoce parece que quisieran o hayan tenido uno alguna vez, aunque Francis no lo sepa. La cínica burguesía victoriana.
—Non, non, non... Digo que en el peor de los casos, si no le gusta su propia mujer, puede salir y conseguir a alguien que sea más afín a sus gustos —por alguna razón, Francis se imagina a si mismo haciendo esta actividad, lo cual le impresiona un poco cuando lo nota. Sacude la cabeza y rodea la cama para acercarse a él otra vez—, u-usted es un hombre rico y poderoso, un amante podría satisfacer sus instintos carnales e incluso su necesidad de amor.
—Eso sería infidelidad y terriblemente poco ético —responde en realidad solo como una defensa por no saber qué decir, no porque tenga un sentido moral tan elevado.
—Eso es lo que hacen prácticamente todos —responde el francés levantando las cejas.
—Y aun así no deja de estar mal a los ojos de dios y de la sociedad —continua llevándose las manos a la cabeza, sin saber qué está pensando, o más bien sabiéndolo demasiado bien y sin entender cómo puede estar valorándolo siquiera.
—Ustedes no pueden tenerlo todo —Francis frunce un poco el ceño porque mira que es testarudo.
—Nadie puede —responde agarrándose en la filosofía como una tabla de salvación porque ya no sabe si quiere saber apenas de lo que hablan.
—Pero eso no quiere decir que no puedas tener a nadie —le sonríe, el sastre al notarle tan agobiado. Arthur levanta la cara y le mira fijamente a los ojos, notando de nuevo como de azules y brillantes son... se sonroja pensando cada vez más en si esa podría ser una especie de propuesta.
Francis parpadea, porque tiene bonita mirada la verdad, a pesar de esas grandes cejas y el sonrojito que pone. Por un momento nota que está pensando... En él. Y seguramente en lo de anoche. El inglés se humedece los labios aun un instante más antes de girar la cara asegurándose a sí mismo que está entendiendo mal.
El francés levanta la mano para tocarle de alguna manera, cualquiera que esta sea. Le acaricia la mejilla. El escritor levanta las cejas y da un pasito atrás sin esperarse eso, así que quita la mano riñéndose a sí mismo por ese movimiento.
—Y-Yo... —vacila pensando con eso que sí fue una petición, pensando que debe dar una respuesta, pero es que el sastre es UN HOMBRE y aun así está preocupado por él y le gustaría presentarle a algunas personas más, incluso ha pensado en hablar con sus amigos actores a ver si pudieran conseguirle algún trabajo para el espectáculo como quería.
—L-Lo siento —susurra Francis sonriendo un poco y se pasa una mano por el pelo pensando que esto está siendo demasiado... Extraño. Está siendo demasiado animado para ser este el hijo de Lord Kikland. ¿Por qué tenía que tocarle? ¿Quería volver a arriesgarse a que le metan a la cárcel o le prohíban trabajar para siempre?
—Yo lo... ¿Qué? —se detiene Arthur, aun pensando en el teatro, en que le había protegido también con su padre a pesar de tener la oportunidad de que le echaran del todo y de que le descubrieran ... y en que le había parecido especialmente agradable llevarle a ver una Ópera por primera vez. Por algún motivo le dan como ganas de refinarlo y enseñarle todas las cosas de rico para compartirlas con él.
—No debí tocarle, ni... Olvidar que soy el sastre y esas cosas —se abraza a si mismo y aprieta los ojos volviendo a asustarse consigo mismo por ser tan descuidado con este joven—. L-Lo siento.
—Q-Quédese aquí —pide de repente y cruza en cuarto en tres zancadas, necesitando espacio de repente. ¿Porque no había presentado una negativa clara? Se plantea una vez fuera.
Francis palidece tres tonos pensando que seguramente va a ir a acusarle con su padre...
—Espere... Espere. N-No es lo que parece, no... Yo... —balbucea yendo a la puerta agobiado pero Arthur cierra con llave sin escucharle. El francés se queda hecho bolita aterrorizado, el muy dramas, pensando en todos los escenarios horribles y traumáticos de cómo va a terminar esto.
Después de un rato se levanta del suelo, si se había hecho bolita aterrorizado tras la puerta, decidiendo que si iba a tener un destino tan cruel y triste como era ser echado de la casa de un Lord, lo haría en las mejores condiciones posibles. Así que, se quita los pantalones del inglés, que ha traído desde que salió armario, se pone sus pantalones, estirando su saco con las manos, colocándose bien el pañuelo que traía al cuello y que ha encontrado en el bolsillo.
Se sienta en la cama del inglés tratando de hacer memoria y acordarse de lo que hicieron en la noche, sin ningún éxito. Se peina con las manos y lamenta no traer mucha más loción en su botellita secreta... Aun así se perfuma un poco. Y se dispone a esperar a que vengan.
Tras un par de copas a escondidas, el inglés decide mejor no volver al cuarto por el momento y mejor ocuparse de su correspondencia como todos los días. Se dispone a la tarea pero cada vez que trata de redactar una carta vuelve a pensar en las palabras del sastre como si un pájaro carpintero de ojos azules le hubiera anidado en el cerebro.
Piensa en su boda y en si realmente le habría pedido que fueran amantes... y se permite a si mismo fantasear al respecto de cómo sería ese arreglo. En realidad sigue pareciéndole ligeramente abominable que se trate de un hombre y hasta se da un poco de miedo a si mismo por considerarlo tan seriamente y realmente no haber reaccionado más al respecto.
¿Desde cuándo le gustaban los hombres? No había nada en ellos que le llamara realmente la atención, nunca antes se lo había planteado, pero las burlas y el rechazo que sabe que recibiría de todo el mundo de ser así, lo aterrorizan... y a pesar de ello, era la primera persona que parecía interesarse por él. Tal vez solo por su dinero, aunque en dicho caso le parece que hubiera llevado toda la situación de otro modo. Más bien parecía que... se sonroja un poco solo de pensarlo, él podía realmente atraer a alguien. Para una persona solitaria toda su vida era un gran descubrimiento que le producía un tierno sentimiento cálido y de afecto nada más por eso.
El francés piensa que todo esto era una locura... Y si se lo llevaban a la cárcel estaba perfectamente bien justificado. El inglés era agradable y lo pasaba muy bien con él. ¡Pero no dejaba de ser el hijo de Lord Kirkland! Y no dejaba de ser completamente inapropiada cualquier relación con cualquier elemento de su nivel. Jamás tendría una relación de iguales con alguien como él... Mucho menos una relación en la que pudiera acariciarle una mejilla sonrojada.
Eso estaba MAL. Ya lo sabía. Aunque su padre dijera que no importaba, aunque hubiera compartido cama demasiadas veces con Antonio, hecho que dejaba claro que realmente no pasaba nada, era pésima, ¡pésima! idea dormir con alguien como Arthur Kirkland. Tenía todas las de perder.
Por otro lado, sigue pensando el escritor, su mentor siempre le había hablado de la necesidad de experiencias vitales para poder desempeñar el oficio que pretendía. "Tienes que escribir sobre lo que sientes, sobre lo que has vivido, es la única forma de ser autentico y veraz en tus historias... si no has vivido, VIVE"... Vive. Eso es lo que le decía. Sal ahí y vive, pero realmente le daba tanto miedo salir de sus cuatro paredes donde se sentía seguro que el sastre prácticamente tenía que haberlo sacado de una palanca.
Alguien ajeno hubiera sido mucho más sencillo, pero ¿cómo iba a acercarse a alguien ajeno con lo que le aterrorizaba todo? Sus hermanos habían viajado y usado el servicio militar para ello, pero él...
Tenía todas las de perder y más aún si el joven era virgen... se lamenta Francis, ¿Cómo podía haberle robado la virginidad sin recordarlo? Podía acusarle de cualquier cosa y no podía siquiera negarlo. Aunque, claro... De haber querido acusarle ya lo habría hecho. En cambio, como ya había concluido antes, estaba siendo bueno con él. Sonríe ante la idea recargándose un poco en la cabecera de la cama.
Arthur sigue dándole vueltas a todas esas ideas mientras juega con la comida sin ingerirla, con su familia, taciturno, pensativo y un poco sonrojado, porque si no pensaba en el asunto realmente preocupante sobre el género se sentía bien y con una especie de cosquilleo en el estómago, decidiendo que en realidad no es tanto que el sastre le guste como que le gusta gustarle a él y eso no tiene nada que ver con su sexo. Aunque no está para nada seguro de que realmente le guste... quizás solo son imaginaciones suyas. Repasa una y otra vez los acontecimientos que puede recordar para encontrar pistas que confirmen sus sospechas.
El francés termina por echarse una buena siesta soñando sorprendentemente con hacerle al inglés un vestido de novia para una boda con... Él. Al inglés el vestido le queda extraño... Pero él le pone todos los bordados en oro y Lord Kirkland lo felicita.
Después de comer, Arthur decide que la incertidumbre lo está matando y que tal vez será mejor ir a conseguir más pruebas que hagan decantar la balanza, así que roba una hogaza de pan, queso, uvas y un poco de vino para llevarle a su prisionero.
Entra al cuarto y levanta las cejas al encontrarlo dormido, subido en su cama y con el libro que estaba leyendo en la mañana, abierto a la mitad, con la mano puesta encima. Se acerca a la cama dejando las cosas sobre la mesilla de noche y le mira sin saber qué hacer. Para su suerte, el francés da un saltito al sentir que se mueve la cama y automáticamente él se asusta y se sonroja dando un paso atrás.
—¡... no hice nada! ¡Solo soy un sastre! —se medio defiende histeriquito. El británico inclina la cabeza y se ríe un poquito con eso. El francés parpadea mirando alrededor un poco paranoico.
—¿Se encuentra bien? —pregunta Arthur en realidad de forma bastante dulce.
—Yo... —le mira con cara de circunstancias aunque ha de admitir que no ve nada trágico.
—Me parece que se ha quedado dormido —comenta volviéndose a las cosas que ha traído para que coma, pensando que el pobre hombre está pasando un infierno tan asustado y hambriento.
—Yo estaba... Yo... iban a venir —se pasa las manos por el pelo algo turbado aunque notando claramente que Arthur parece estar solo.
—Solo soy yo... he traído comida —le muestra las cosas, tendiéndoselas para que las tome y coma lo que quiera.
—¿Comida? ¿No has traído a tu padre y a todo el mundo? —hasta sonríe un poquito, soltando el aire aliviado.
—No, gracias —responde con cinismo y se sienta en la cama a los pies, aunque se sonroja un poco por la implicación de estar cuidándole en vez de inculpándole para resolver sus problemas de un plumazo.
—Merci... Te fuiste tan así y por tanto tiempo que pensé en algún punto que irías a acusarme —explica mirándole aun a él sin hacer caso de la comida, pensando que es de verdad muy dulce.
—No. A mí no me beneficiaria en nada acusarle —se pasa una mano por el pelo pensando en que tendría que atribuirle algo más para que eso fuera efectivo, algo como lo de ayer noche y para nada se sentía con ningunas ganas.
—Entonces solo es por eso —responde tranquilizándose aun con todo y mirando lo que ha traído.
—Bueno... —le mira de reojo y se sonroja de nuevo porque no parece ser solo por eso y hasta él mismo lo sabe, pero en realidad le da vergüenza admitirlo y que Francis lo sepa, tal vez todas esas ilusiones que se había hecho no fueran tales, de hecho era lo más seguro, entonces quedaría como un tonto.
—Debería permitirme pagarle el que no me entregue o me quite todo el trabajo. De verdad estoy agradecido —toma una uva—. Me ha traído incluso comida cuando podría... Bueno.
—¿Qué? —levanta una ceja saliendo de sus pensamientos.
—Hacer cosas peores, como terminar con mi carrera. ¿Cómo puedo compensarle? —pregunta revolviendo un poco la comida para verlo todo y olisqueando el vino.
Los ojos verdes le miran de reojo y vuelve a mirar la comida porque le ha costado bastante elegir algo, no sabía que es lo que le gustaría. Es decir, este hombre estaba agradeciendo nada más el gesto cuando él se había preocupado hasta de que fuera algo que le gustara. Se siente aún más ridículo.
—Este vino es bueno —susurra dándole un trago directo y tomando un trozo de queso—. Casi me siento en casa, monsieur.
—E-Eh? —sale de sus pensamientos sobre cómo podría compensarle. Pensamientos inocentes sobre trajes y disfraces, en realidad. El francés le sonríe volviendo a relajarse del todo, cerrando los ojos un poco.
—Esto está muy bueno. Ya decía mi padre que siempre que comía aquí la comida era magnifique —asegura saboreando el queso caro.
Arthur sonríe un poquito con eso, inocente y crédulo. Francis le mira de reojo y se ríe un poco, aunque ha de admitir que el vino esta bueno. Piensa, de hecho, que debe ser francés. El queso y el pan... Siempre era más fácil vivir con ingredientes básicos y no con los menjunjes que preparan en este país.
Aun así, el británico es feliz con eso porque todos los extranjeros siempre se quejan de la comida y con todo lo cínico y listo que es para todo lo demás con esto es feliz como un niño sin notarlo. La verdad es que Francis come con mucha mucha hambre, casi devorando, hasta terminarse TODO lo que ha traído. Bebe el último trago de vino, que se ha reservado para el final y se relame.
—Merci, Arthur! —agradece al final, sonriendo.
—¿Quieres... más? —pregunta sonriendo como un niño por las ansias con las que ha comido y lo satisfecho que parece. Siente que es la primera vez que alguien agradece con sinceridad un esfuerzo suyo y que podría ir a enfrentarse con toda la casa por conseguirle hasta el último pedazo de queso si hiciera falta a cambio de otra sonrisa como esa.
—Non. Con esto voy a explotar —le muestra su panza porque está realmente lleno.
El inglés levanta las cejas mirándole el vientre plano y su piel clara que parece muy suave con pelitos rubios. El francés sonríe un poco y se sonroja levemente también cubriéndose otra vez, provocándole un ligero sonrojo y que desvíe la mirada a su captor.
—Ehm... Perdón, solo... Bueno, estoy muy satisfecho. ¿Ya pensó en algo? —se disculpa Francis sonriendo y decidiendo mejor cambiar de tema.
—¿Pensar en qué? —se sonroja más, atrapado pensando en rimas al respecto de la piel de alabastro y el tacto del terciopelo.
—Pues en lo que quiere —explica inclinando la cabeza son saber en realidad en que piensa, pero es fácil juzgar por el sonrojo.
—¿L-Lo que... lo que quiero de... de qué? —Vacila y traga saliva pensando en la poesía que estaba armando en la cabeza y se echa un poquito para atrás sentado en la cama pensando no tanto en hablar del tacto de su piel como en probarlo.
—De mí, algo debo poder darle —Francis le sonríe un poco tratando de dilucidar... tal vez pensar un rato a solas le había sentado bien al escritor y ya no le parecía tan mala idea lo que había sucedido la noche anterior… ¿Y si era eso lo que le pedía? No sería la primera vez que alguien eligiera que quería ser compensado de esa forma.
—¿Q-Q-Qué? —vacila sonrojándose más, no había modo en que Francis pudiera leerle la mente, ¿verdad? ¡Era imposible que supiera en lo que estaba pensando! Y aun así Arthur se siente bajo el foco de un interrogatorio. Se agarra con fuerza de las sábanas y nota como le sudan las manos.
—Pues... —se revuelve sin entender el impacto, aunque el shock y la cara hacen que aun sonría—, hombre, solo es una compensación.
—Yo no... no necesito... dinero —asegura en Arthur en un arrebato, intentando desviar la conversación hacia algo menos inculpatorio y manejable. El francés parpadea porque lo ÚLTIMO que pensaba darle era dinero.
—¿D-Dinero? —abre los ojos como platos porque además, no es como si fuera algo que tiene de sobras como para ir ofreciéndolo.
—No tiene que pagarme es lo que quiero decir —gira la cara y carraspea sintiéndose aún un poco más ridículo por estarle diciendo que hace esto de buena voluntad y sin esperar compensación, por genuina bondad y caridad… que en realidad no tendría con alguien que no le gustara, está seguro.
—No pretendía pagarle con dinero —susurra avergonzado bajando la cara a sus manos porque él estaba en una línea completamente diferente y se ha sentido como un corte importante.
—¿E-Entonces? —se sonroja más y entra en pánico un poco, casi se puede leer en su cara lo que piensa sobre en si acaso el francés además de sastre es alguna especie de gigoló o algo así, como las prostitutas de su hermano pero en hombre.
—P-Pues con... Algo, con... Hacer alguna cosa —susurra vacilando, ahora sin atreverse a proponerlo y aunque estaba muy seguro de que Arthur pensaba en eso, lo querría y lo disfrutaría igual que él, quizás ha juzgado mal, este tema lleva toda la mañana metiéndole en camisa de once varas.
—¿C-Cómo qué? —Arthur sigue mirándole tenso como un palo y completamente paralizado, casi con miedo a moverse mientras el francés se humedece los labios lentamente. Quizás podría... Aunque no era el plan y es un poco humillante.
—Como coserle el traje de su boda —susurra desviando la mirada en el último instante.
—¿Eh? N-No! —responde muy seguro tras vacilar un segundo al entender que en realidad el sastre no estaba pensando en nada relativo a su poesía, pero de todos modos nunca es mal momento para volver a recordarles a todos que no quiere casarse y no piensa autorizar nada relacionado con ese evento.
—Entonces algo más, algo... E-Es decir —se revuelve y es que no es que no pueda hacer cosas con él en ese sentido, de hecho quisiera recordarlo. Le mira otra vez.
—Yo... —vacila de nuevo con esa respuesta y si lo del traje solo había sido una salida fácil para no quedar como tonto ante sus constantes huidas, se lamente ser tan tremendamente torpe.
—Deberías llamarme Francis —decide el sastre sin que venga a cuento de nada, pensando que necesitan más confianza y familiaridad para hablar claro y no estar los dos dando vueltas a los temas como si fueran tonto.
—¿Qué? —pregunta descolocado porque eso no encaja en su línea de pensamiento.
—Francis, deberías empezar por llamarme Francis —repite para hacerle entender.
—¿Para qué? —inquiere otra vez sin que la explicación le haga sentido de verdad en lo que estaban hablando.
—Porque sí. Porque esto que está pasando no es normal desde ayer y creo que podrías llamarme Francis —insiste mirándole a los ojos, con determinación de implantar la idea en su cerebro testarudo.
—No sé si... no... ¿Qué está pasando? —vuelve a vacilar porque no está seguro de nada de esto, aunque sabe los hechos y podría enumerarlos, sigue sin entender de verdad que implican y que pueden estar implicando además para el sastre.
—Muchas cosas. Tú y yo, la ópera ayer a la que me invitaste y luego lo de luego. Anoche me llamabas Francis y yo te llamaba Arthur. Llámame Francis —vuelve a pedir porque él sí tiene claro todo lo que está ocurriendo y lo que quiere intentar que salga de ello y no entiende que el inglés pueda tener dudas al respecto cuando está muy claro.
—Lo de... lo de anoche no... yo... —gira la cara sonrojado, soltando la sabana y cerrando los puños en su falda, tenso, porque aún cree que eso estuvo mal y que no debió pasar aunque sigue sin saber siquiera qué pasó.
—Dormir juntos —especifica el francés para dejarlo claro de una vez porque están vacilando demasiado alrededor del tema y es algo que considera que necesitan hablar y si así era más fácil para el escritor, pues que así fuera. Este le mira y se pone de pie alejándose como si lo hubiera acusado de matar a un hombre—. Dormir. Dormir juntos. En la misma cama. ¡Cuarto! ¡No he dicho hacer nada! —se defiende al ver la reacción.
—¡No va a dormir conmigo otra vez! —chilla con la espalda contra la pared entendiendo que eso es lo que está pidiendo y volviendo a asustarse a pesar de lo mucho que sabe que le gustaría en su fuero interno.
—Shhh. No digo que durmamos —levanta las manos y se levanta de la cama para acercársele un poco, nervioso también por si quizás ha sido demasiado directo—. Cálmese
—¡Tampoco va a hacerme ninguna otra cosa de esa índole! —chilla y se aparta yendo hacia un costado asustándose más al ver por dónde va la cosa y ahora abiertamente.
—No voy a hacer nada. Deje de chillar que va a venir alguien —pide en un susurro, nervioso, mirando la puerta del cuarto y dando otro pasito hacia él.
—¡No se acerque! —chilla Arthur volviendo a separarse. El francés palidece otra vez, asustándose. Da dos pasitos atrás.
—No me acerco, pero por favor deje de gritar —trata de negociar, aun en un tono suave y con las manos en alto. El británico le mira con la respiración agitada y las manos a su espalda en la pared, pero se calma un poquito. El francés se muerde el labio y baja la cabeza, abrazándose a si mismo.
—Será mejor que nada más se marche —decide Arthur, su semejante asiente un poquito si mirarle—. Quédese aquí, vendré por usted cuando todos se retiren —se va a la puerta dando por terminado este intercambio y conversación, más nervioso de lo que le gustaría aparentar.
—Espere —pide el francés dando un paso hacia él, este se detiene en la puerta con el pomo en su mano, pero girándose ligeramente para escucharle—. No iba a hacerle nada. No voy a hacerle nada. No sé qué clase de monstruo raro cree que soy pero solo soy una persona normal.
El escritor le mira y traga saliva aun pensando en sus palabras y en que en realidad se ha asustado mucho de forma irracional por sus propios miedos y torpezas y que el sastre está siendo bastante cooperador con todo dejándole ir y venir a pesar de que piensa que va a acusarle con su padre y a dejarlo sin trabajo, no ha intentado escapar solo o algo así, si no que está confiando en él y tampoco ha vuelto a ponerle la mano encima.
—Solo intentaba agradecerle —los ojos azules le miran—, y quizás pedir que me llamara Francis fue una mala idea. Prometo no tener ninguna idea más, ni buena ni mala —cambia el peso de pie—. Tiene todo, TODO lo que yo considero valioso o importante en sus manos. ¿Qué cosa cree que puedo hacerle yo? —se muerde el labio otra vez y se pasa una mano por el pelo, haciendo un esfuerzo por no ponerse a llorar como haría habitualmente.
—¿Ha...? —empieza y se humedece los labios cambiando completamente la línea de pensamiento, tal vez sí que solo había pensado en hacerle algunos trajes gratis, pues es sastre que otra cosa podría hacer y es él quien lo está sacando todo de contexto, se siente un poco culpable a pesar.
—¿Sobre pasado los límites? —susurra mirándole poniéndose en el peor drama posible, pensando que ahora es cuando va a gritarle y a echarlo a patadas definitivamente.
—¿Ha posado usted alguna vez? —acaba la pregunta de lo que hace rato le da vueltas en la mente en relación a sus poesías y el tacto de su piel. Cuando se oye a si mismo se lleva las manos a la boca. Francis parpadea completamente descolocado—. Me refiero a... con fines... es decir... artísticos... olvídelo.
—Sí, mi padre dibujaba bien y en más de una ocasión le hice de modelo —responde aunque no tiene ni idea de a qué ha venido ese cambio.
—O-Olvídelo —repite apartando la cara porque por un momento le ha parecido que se vería bello un retrato suyo no solo una poesía, ni siquiera como el que tenían sus padres sobre la chimenea que servía para recordarles, si no solo como algo que contemplar, por la pura belleza estética de Francis… pero no tiene ningún sentido hacerle un retrato al sastre.
—¿Usted dibuja? —pregunta él pensando que la cosa va por ahí y en realidad no parece algo agresivo ni malo en comparación a lo que él estaba pronosticando.
—No, no... Pero tengo amigos artistas —explica soltando el pomo de la puerta del todo y girándose a mirarle, se pasa una mano por el pelo. El francés asiente un poco y a pesar del susto sonríe levemente.
—Es divertido que le dibujen a uno. ¿Usted ha hecho de modelo alguna vez? —pregunta porque esta conversación, además, parece estar relajando un poco al inglés.
—No... —aunque sería un perfecto Apolo para una escultura, sigue pensando, no tenía por qué ser solamente un retrato propio del sastre, los artistas usaban personas reales para hacer a los personajes de mitos o historias religiosas. Tal vez podría encargar una para su jardín en la mansión nueva. Un Apolo y Dafne... y que sus hermanos murieran de risa de él de aquí al infinito.
—Podría dibujarle —propone Francis y automáticamente empieza a mirarle con sus ojos de artista, evaluando sus proporciones y formas de su cara.
—¿Disculpe? —Arthur sale de sus pensamientos sobre su escultura.
—Lo hago bastante bien. Es más simple explicar cómo quedaran los modelos finales si los dibujo. ¿Quiere que le dibuje su traje? —propone, porque tal vez hacer un retrato otra vez es un poco demasiado, pero un traje es una buena excusa.
—No va a hacerme el traje... —repite, inamovible sobre este asunto, saltando a la agresividad cada vez que se lo mencionan o se lo recuerdan. Francis suspira.
—¿Quiere que le dibuje el traje que no voy a hacerle? —propone sonriendo, porque quizás si lo veía podía impresionarle suficiente como para que aunque no se casara siguiera queriendo el traje.
—Ah... e-ehm... —vacila sin esperarse eso. ¿Para qué iba a dibujarle un traje que no iba a coserle? El francés toma aire notando que se está metiendo otra vez en el lío de dar ideas geniales.
—Vale, vale. Prometí no dar más ideas ni hacer nada más que estar aquí calladito hasta que todos se vayan —se sienta en la cama prefiriendo no presionar, mirándose las manos.
—T-Tal vez pueda... hacer eso —propone el escritor cambiando el peso de pie.
—¿Dibujarle? —pregunta volviendo a levantar la cabeza y mirándole.
—Un traje —matiza porque al final, si el hombre igual quería estar agradecido pues tampoco es como para que él se lo impidiera.
—¿De verdad? —levanta las cejas y es que le brillan los ojos de la ilusión.
—Usted dijo que quería compensarme —se explica, incomodo de todos modos.
—Le haré el mejor traje que nunca le han hecho jamás —asegura muy apasionadamente con determinación.
—¿Qué... qué le ilusiona tanto de esto? —pregunta con genuina curiosidad, pensando en si esto es solamente por el puro reto profesional o tal vez hay algo con hacerle un traje expresamente a él.
—Nunca he hecho un traje de novio. Nunca he hecho un traje para algo realmente importante... Yo solo —confiesa Francis. Arthur le mira y aunque se decepciona un poco porque al final realmente es solo una cuestión profesional, sonríe un poquito—. De hecho yo habría querido hacerle el vestido a su futura esposa.
—¿A ella? —pregunta ahora solo con sana curiosidad por conocerle a él y al oficio con su curiosidad natural por las historias.
—¿Sabe el bordado que requiere? ¡El encaje! ¡Me encantan las cosas con encaje! —exclama con adoración y a Arthur le parece que no hay nada más interesante en el mundo que lo que cuenta un hombre apasionado.
—¿Por qué? —le mira sin saber qué hacer o como ponerse. Francis le mira todo incómodo y se le acerca un poco otra vez buscando en el interior de su saco hasta sacar su cinta métrica.
—No! —el inglés se aparta de un salto como si le quemara cuando la ve.
—Monsieur Kirkland —murmura frunciendo un poco el ceño y mirándole—. Necesito hacer unos acuerdos con usted.
—No va a tomarme las medidas —sentencia muy serio, levantando un dedo.
—¿Por qué? —suspira con cansancio, era peor que un niño pequeño.
—Ya no es usted mi sastre, si quiere hacer eso como divertimento, me parece bien, pero nada de medidas —replica temiendo que si las consiga y pueda hacerle este traje, dejen de necesitarle para el traje de la boda y pierda también el poquito control que tiene sobre esto para seguir con su plan de impedirla.
—Muy bien, no crea que no las tengo ya —tuerce la boca negando con la cabeza a la obstinación irracional.
—¡Pues olvídelas! —chilla asustándose precisamente por haber perdido justo el control con el que contaba hace unos instantes.
—No voy a olvidarme de sus medidas, quiero hacerle un traje —responde con determinación también, si esto era una lucha de testarudez, no es como que fuera a ser fácil ganarle a él tampoco.
—Nadie va a pagarle un traje para mí. Me NIEGO —intenta volver a dominar la situación por otro lado, aunque sabe que es papel mojado, pues del dinero es su padre quien se ocupa y él tiene muy poco que decir al respecto.
—Pero me ha dicho que podía hacerle uno como agradecimiento —discute Francis que no acaba por entender del todo el problema todavía.
—¡Como divertimento! Pero no así. Me niego, esta transacción acaba aquí —vuelve a irse a la puerta del cuarto. El francés vuelve a mirarle con cara de circunstancias.
—¿Pero qué hice ahora? —pregunta a la desesperada antes de que salga.
—No va a hacerme un traje —sale por la puerta. Francis piensa, sinceramente, que este hombre está loco. Intenta ir tras él.
—Pero si usted dijooo —lloriquea, pero Arthur se marcha porque una cosa es un juego y otra muy distinta que le haga un traje de verdad, está usando esto para retrasar y tal vez poder anular la boda y desde luego no piensa ceder en ello.
Hasta ahora es que el francesito cae en la cuenta de que lo que le quería permitir hacer era un dibujo de un traje. Aprieta los ojos riñéndose a sí mismo ya ni sabe por cual vez y busca por ahí, anda, bien, que te asesine de una vez, a ver si encuentra una tiza.
El británico, generalmente por las tardes va a tomar él te en compañía de otras personas, pero hoy no puede moverse de la casa puesto debe vigilar su cuarto, así que se excusa educadamente... y no piensa en que justo entonces se han ido todos y sería el momento perfecto de sacar al sastre.
El francés busca y encuentra... Cosas. Ese es el problema. Encuentra muchas cosas. Y el problema es que le da una TREMENDISIMA curiosidad. Lee desordenadamente unos trozos por aquí y otros por allá, quedándose absolutamente absorto con las poesías.
Aun el escritor, se le ocurre la idea de escribir a su amigo el artista para pedirle con qué trajes es que retrata a la gente y pedirle que tal vez a cambio de una pequeña comisión podría recomendar a los clientes un sastre en concreto para que les haga los trajes con los que han de posar. También escribe algunas más para las compañías de teatro y de Ópera más prestigiosas de la ciudad.
Así que con cuidado, sin dejar de leer casi ni un instante, Francis arranca una hoja a su libreta y con una tiza vieja que encontró por ahí, empieza a hacer un dibujo del inglés... No del traje. De la cara del inglés. Completamente inspirado en su poesía.
Lee todo lo que puede y le hace el dibujo más bonito que sabe con las cejas un poco más delgadas. No garantizamos que sea el dibujo más hermoso que ha hecho nadie. Su Padre dibujaba mejor, pero el dibujo es bonito porque, venga, Francis también dibuja bien, pero él es más del modelo... Tráeme la paleta de los verdes que le quiero dibujar la cara, como impresionista loco, pero sí dibuja bien, así que un buen dibujo queda, en especial porque además lo trabaja muy muy bien y mucho rato. Así que conforme pasan las horas vuelve a relajarse un montón, sintiéndose una vez más cada vez más cercano y más afín a este individuo.
Hasta que al cabo de un rato, mientras los miembros de la familia cenan, se mete al cuarto la doncella con el brasero que viene a calentar las sábanas.
