Francis casi se muere de un infarto cuando escucha la puerta y, peor aún, nota que no es su cancerbero. Como puede, en vez de meterse al armario, se mete debajo de la cama sin estar en lo absoluto seguro de que la chica del brasero no lo haya visto.
La doncella parpadea, le ha parecido oír algo y no sería la primera vez que le hablan de fantasmas en esta casa, a los señoritos les gustan esas historias y hacerse a veces bromas unos a otros. Hoy había estado en la casa el señorito Wallace, tal vez hubiera puesto algún susto para el señorito Arthur. Se queda temblando en la puerta unos instantes pensando en si ir a buscar refuerzos.
El francés trata de acomodarse con sigilo pensando además que ha dejado el dibujo sobre la cama. Quizás se escuche levemente su movimiento. Es difícil saber quién tiene más terror, si la doncella o él.
Aunque en realidad, su deber como doncella habría sido proteger al señorito Arthur pero... está bien, unos golpecitos en el colchón y una miradita bajo la cama, nadie podía decirle que no hubiera hecho... ¡Iiiiiih! ¡Algo se ha movido! ¡Algo se ha movido! Sale corriendo.
El francés tiembla y tiembla pensando, otra vez en los peores y más dramáticos escenarios posibles. Le toma un par de segundos notar que la chica se ha ido antes de pensar, aterrorizado, en la opción de salir y esconderse mejor en el vestidor. Volvería seguramente... Y le buscarían, seguramente. Se plantea esconderse en otro cuarto pero decide que en este quizás Arthur pudiera protegerle mejor así que sale de debajo de la cama, temblando como una hoja se pone de pie y se mete al vestidor.
Al rebuscar histérico en la oscuridad del vestidor un lugar para esconderse, es que termina hecho bolita en la sección de ropa interior del inglesito.
La chica vuelve con una señora mayor, parloteando sobre los miedos tontos y ser responsable en su trabajo. Nota todas las cosas del inglés raramente esparcidas por la cama y levanta una ceja, recogiéndolas.
Nota el dibujo que no lo había visto poniéndolo encima de todo y volviéndolo a dejar en el cajón adecuado... no que todo el mundo espíe al escritor, nooo.
Igualmente ella revisa bajo la cama a petición de la chica joven mientras ella prepara las brasas para el brasero. Abajo de la cama hay unos cabellos rubios y largos... Que desde luego nadie ve y una cinta métrica, eso sí, pero ella no mira tan a consciencia... y aun así la joven le pide que mire en el baño y los armarios por si es un embuste de sus hermanos.
Momento en que el francés reza unos cuantos padres nuestros y varias aves marías, en especial cuando escucha los pasos hacia el vestidor, pero no sirve de nada porque la mujer abre la puerta, le ve y chilla llevándose las manos a la cara.
No creo que sea necesario aclarar los niveles de histeria que alcanza el francés al ver la puerta y escuchar los gritos, ahí escondidito entre la ropa interior. Tampoco el grito agudo de nena que suelta. Se oyen gritos por toda la casa.
El sastre sale de su refugio temporal después de un instante poniéndose las manos sobre la boca y... Es que con lo pálido que se ha puesto quizás si que parece un fantasma. La chica joven también se asusta y sale corriendo pensando que es un ladrón.
—Soy Francis Bonnefoy. Soy el hijo del sastre. No me hagan daño —suplica el francés con voz un poco débil. Asustado y acobardado.
—No se mue... no... ¿Qué? —pregunta la mujer mayor con eso cuando la chica ya se ha ido.
—Francis Bonnefoy. Soy el sastre de la casa —abre los brazos de manera dramática y espectacular, intentando que le mire.
—¿El que ayer fue con el joven señor a la Ópera? —vuelve a preguntar la mujer porque el cotilleo es lo bastante inusual para llamarle la atención.
—Oui —susurra sin saber si es bueno o malo que lo sepan. Como fuera, a estas alturas, todo estaba ya perdido.
—¿Y qué hace ahí escondido? —frunce el ceño sin entender porque iba el sastre que además es amigo de Arthur a necesitar esconderse. Las buenas personas no salían huyendo ni necesitaban esconderse, como decía su madre.
—E-E-E... E-Estaba —balbucea temblando un poco y con los ojos muy abiertos. En ese momento entra en el cuarto Arthur que ha sido el primero en levantarse e ir corriendo, sonrojadísimo cuando la doncella a aparecido para advertir a los dueños de la casa—. Y-Yo... —se calla del balbuceo.
—Miss Gordon! ¡N-No es un ladrón! —grita el inglés poniéndosele enfrente a Francis, escondiéndole en su espalda para protegerlo. La mujer que a pesar de ser mujer es gorda y fuerte parpadea un par de veces vacilando un poco.
—Es el sastre, Señorito Kirkland y estaba en su armario escondido —explica ella aun pensando en que por mucho que lo conozcan, no tienen ningún sentido una situación así.
—No... nooo, no, no, este es un terrible malentendido. É-Él estaba... eh... eligiendo ropa sobre la que poder sacar patrones —se inventa el escritor sobre la marcha, pensando en lo que antes le ha dicho el sastre que había estado haciendo para tomarle medidas con la ayuda de sus prendas habituales.
—¿En la oscuridad? —pregunta Miss Gordon aun un poco alterada con esto.
—S-Sí, porque... porque tenía que elegir por la textura de la ropa para que fuera la más parecida a la que va a usar. ¿Verdad que eso es lo que me ha dicho? —le pregunta al sastre para que confirme la teoría, girando un poco la cara para mirarle sobre su hombro. Él lo único que consigue es asentir un poco idiotamente y con fervor. Asentiría igual si le dijeran "eres un elefante".
—¿Las texturas, joven Kirkland? Pero... Si estaba en el lugar donde guarda... Usted sabe —se sonroja un poco y baja la mirada—. La ropa íntima.
—¿Qué? —los ojos verdes miran al sastre sonrojándose otra vez, incrédulo de semejante intrusión imperdonable a su intimidad, él le mira con cara de muchas circunstancias.
—E-El novio merece ropa de la más alta c-calidad, incluso interiores —se defiende el sastre a la desesperada, más para el señorito Kirkland que para la mujer, encogiéndose de hombros.
—¿I-Interiores? —pregunta Arthur aun en shock, se sonroja más si acaso es posible al pensar que de verdad están discutiendo sobre este tema de una forma tan abierta.
—Quizás sería mejor llamar a su padre —propone la mujer cada vez más convencida de que este es un asunto muy turbio, hasta echa un poco atrás la cabeza escéptica del intercambio.
—¡No! —chilla Arthur enseguida, asustado y el mayordomo Parker, Wallace y Lord Kirkland entran al cuarto, los tres con sendas armas... Al escritor casi le da un infarto escondiendo más a Francis a su espalda. Es bastante milagroso que este no se desmaye. De hecho se esconde tras el inglés poniéndole las manos en los hombros y haciendo un sollocito.
—No, no, ¡No pasa nada! ¡No pasa nada! —les detiene el menor del clan, moviendo los brazos histérico ¡Habían venido incluso armados! Los tres se detienen extrañados.
—¿Qué está pasando? —pregunta Lord Kirkland con su voz grave y profunda mirando a los presentes en la alcoba, en busca de un poco de iluminación sobre la verdad.
—¡Es ese! ¡Ese joven es el ladrón que estaba escondido en el armario! —chilla la doncella que ha ido a buscarles, señalando a Francis medio escondido tras ellos, notando de repente lo guapo que es el supuesto ladrón. Parker levanta otra vez su arma amenazadoramente.
—Waaaah! —lloriquea el sastre y se hace más bolita escondiéndose tras su captor y salvador.
—Padre... —murmura Wallace que, claro, está detrás de Parker y de su padre con ninguna intención de participar en la trifulca, en la medida de lo posible, por mucho que aun sostenga el arma. Lord Kirkland sigue mirando a Arthur esperando una explicación, intentando entender que hace enfrente del ladrón.
—¡No es un ladrón! —chilla Arthur a la doncella, echando la mano atrás para saber dónde está y seguir frente a él si acaso se ha movido—. Es Mister Bonnefoy, Padre, no... Bajad las armas —pide a los otros tres mucho más suplicante de lo que quisiera.
—¡Ohhh! —resuena la voz maligna de Wallace atrás de todo que no hace falta verle para saber que sonríe. Lord Kirkland levanta las cejas, le pone una mano a Parker sobre el hombro para que baje el arma y se aparte. Se acerca a Arthur con el ceño fruncido.
—¿¡Míster Bonnefoy!? —pregunta incrédulo, cuando pensaba que el tema del día ya no podía dar más de si. La risa de Wallace hace que Arthur se sonroje otra vez culpablemente—. ¿Qué hace aquí a esta hora y más aún en tu armario, Arthur? —insiste Lord Kirkland mirándoles a ambos, confundido.
—Ha... Ha venido antes. Sí... cuando... a la hora del té, ehm, sí, eso —vacila Arthur inventándose una historia de nuevo, cada vez menos creíble, piensa para sí, porque Parker sabe bien que no abrió ni llamó nadie a la puerta a la hora del té y está ahí mismo para desbaratar su coartada.
—¿Tomaste el te con tu nuevo amigo, Art? —se burla Wallace bajando el arma del todo.
—¡No es mi..! Sí. T-Tomé el té con él. Vino a disculparse —empieza chillando y cambia de idea a la mitad, frunciendo el ceño.
—¡Oh! Eso explica casi todo, aunque no explica el susto que le ha dado a Mary —indica Lord Kirkland señalando a la doncella.
—Es que le dejé entrar a ver mis trajes y luego... se me olvidó que estaba aquí trabajando —suelta como la excusa barata y cutre más idiota de toda la historia de las excusas baratas y cutres.
—No fue intencional en lo absoluto, Lord Kirkland. Disculpe todo este alboroto —añade Francis en un susurro aun prensado a los hombros de Arthur, él asiente a eso y las doncellas cuchichean.
Wallace vuelve a soltar una risita casi imperceptible y entre todos sonrojan aun más al escritor, que piensa que solo faltaría que le obligaran a que le tomara medidas ahora mismo frente a todos o algo similar solo para demostrar la coartada.
—En fin, esto facilita las cosas, me alegro que haya pedido disculpas, muchacho. Ahora supongo que todo puede seguir el curso que teníamos planeado inicialmente —sentencia Lord Kirkland con afán de no alargar más el problema, ni hacer reto más complicado.
—Ah... ehm... —vacila el menor de los ingleses aun con esa imagen en la mente, para acabar de redondearlo imagina que el chico francés tampoco tendría con que tomárselas más que a palmos, en su imaginación además no es especialmente casta la manera en que le palpa.
—¿Ya te ha tomado las medidas? —pregunta Lord Kirkland con el don de la oportunidad.
El escritor se sonroja muchísimo más y se le echa un poco encima al echarse atrás. Niega con la cabeza, asustado.
—Ah. Pues que te las tome entonces —suelta Lord Kirkland y Wallace vuelve a reírse.
—¿Q-Qué? ¿A-Ahora? —casi se ahoga con sus propias palabras, pegado a Francis como una etiqueta ahora él.
—Todos queremos ver cómo te has tragado tu orgullo. ¿Repentinamente si es el mejor sastre del mundo, Arthur? —cielos, Wallace, como eres molesto
—Y-Y-Yo... —vacila todavía sin saber que decir, un buen lector podría leer en su cara exactamente lo que se está imaginando.
—No necesito tomarle medidas —suelta Francis de repente detrás del inglés con afán de ayudar. Arthur levanta las cejas porque eso suena REALMENTE mal—. E-Es decir, para eso estaba en su armario. Preferí tomar la me-medida a su ropa. E-es algo nuevo que estoy probando —balbucea el francés mirándoles a todos, sonrojándose un poco. Las doncellas cuchichean más aun con eso.
—¡Ah, vaya! —la ventaja de ser Lord Kirkland y no enterarse nunca de ese tipo de cosas. Da una palmada—. Entonces no pasa de ser un susto.
—¡No! ¡Sí las necesita! Nada de... —grita histérico Arthur pensando de nuevo en que de ese modo pierde su baza para negociar y atrasar la boda... aunque al notar que desbarata la historia se tapa la boca con las manos con todo lo demás.
—Por todos los cielos, Arthur. ¿Algún día no llevaras la contraria en TODO? —le riñe su padre—. Pues si te ha de tomar las medidas, porque te empeñas en eso, anda. Que te las tome.
—N-N-N-No... Y-Y-Y-Yo —tartamudea volviendo a su anterior problema, esto es como saltar de la sartén a las ascuas y viceversa.
—Ningún n-n-no y-y-yo. Va a tomarte las medidas si tanto las quieres. Ahora mismo. Joven Bonnefoy, si fuera tan amable —insiste Lord Kirkland frunciendo el ceño que no entiende como un asunto tan sencillo se vuelve una epopeya enrome cuando se involucra el menor de sus hijos. Arthur se repega en Francis, nerviosísimo y con el corazón acelerado.
—Me-Medirle ahora que... ¿Y-yo? —pregunta Francis descolocado, parecía que ya habían escapado de la pesadilla y de repente...
—Son amigos, seguro no habrá ningún inconveniente —suelta Wallace aun malignamente, sentándose en la cama del inglés con absoluta disposición a presenciar un buen espectáculo con su hermano pequeño quejándose y lloriqueando, o mejor aún, sin poder hacerlo. Francis se pone HISTÉRICO a pensando en el dibujo, ya que no sabe que lo han guardado y si alguien lo encuentra sabrá enseguida que nada de lo que están contando tiene sentido.
—¡No somos amigos! —protesta el escritor que por lo visto, idiotamente, esa es la parte que más le preocupa de todo lo que está pasando.
—Arthur estaba indignadísimo hoy en la mañana con el joven Bonnefoy —comenta Lord Kirkland a Wallace pensando que aún no se ha enterado de esa parte.
—Lo llevaste a la ópera —replica Wallace sin hacer mucho caso a su padre de todos modos.
—¡Eso no tiene nada que ver! —se defiende Arthur a chillidos de forma irracional solo por lo que implican las acusaciones de su hermano.
—¿Fue una cortesía? Yo nunca he tenido ninguna necesidad de tener ningún tipo de cortesías como esas... Tampoco padre. Parker, diles, cuantas veces te has sentado en la ópera con nosotros, ¿eh? —pregunta Wallace al mayordomo con tonito burlón para evidenciar su punto, haciendo aún más exagerada la distancia entre la clase alta y el servicio.
—¡No fue una cortesía! Era un plan para que al conocer mis costumbres pudiera hacerme un mejor traje —le chilla... ¿que no era una prueba esta mañana, Arthur? Francis se sonroja con todo esto bajando la cabeza. Con la ilusión que le había hecho ir a la ópera... Aunque era verdad que, bueno, él era un simple sastre.
—Nunca, señor —murmura Parker a la vez.
—¡Ja! Eso es absurdo, Arthur. ¿Invitar a alguien a la ópera para que conozca qué costumbres? Quizás... Más bien... ÉL te enseñó algunas malas costumbres —presiona Wallace con buen tino, aun interesado en saber exactamente qué hay de raro en todo esto.
—¡Él no me enseñó nada! —el nivel de sonrojo y de gritos aumenta como tres veces más al notar que tal vez pudieran haber… ¿Alguien podía haber deducido? ¡Pero no había forma! ¡No le había dicho nada a nadie y nadie había visto nada! ¿Verdad? Empieza a repasar mentalmente los hechos en busca de algún error por su parte.
—Wallace, deja de insinuar eso mismo que... —empieza a reñir Lord Kirkland y luego ve la reacción de su hijo menor y levanta las cejas. Francis en realidad ya no sabe ni dónde meterse... Con tanta insinuación además de las malas costumbres que había enseñado. La única idea que se le ocurre proviene de su padre y algunas cosas importantes que le enseño desde pequeño, consiste en conservar su orgullo y honor intactos.
—Solo hice compañía a Monsieur Kirkland con fines laborales. Él tuvo la decencia de invitarme a ver la ópera, por lo cual siempre estaré agradecido —suelta saliendo de detrás suyo—. Por lo demás, agradezco mucho sus atenciones, Lord Kirkland, pero ante las insinuaciones no me queda más que asegurarle que mis intenciones para su familia siempre han sido las mejores y si hay algo que usted considera que debe estar en tela de duda, o algo en lo que no he estado a la altura, me disculpo.
Arthur se queda con la boca abierta con eso pensando que unas disculpas suenann bastante mal, como si se acusara a sí mismo y hubiera algo de lo que realmente pedir perdón. Lord Kirkland también le mira con las cejas levantadas y finalmente, Wallace se calla. Solo se oyen los cuchicheos de las doncellas.
—Ehm... Míster Bonnefoy, me parece que todo esto es un malentendido —murmura Lord Kirkland que ni siquiera sabe a dónde va toda esta conversación, ni tiene realmente ningún problema con Francis, este mira al suelo y cambia el peso de pie, nervioso.
—Creo que deberíamos irnos todos a la cama —suplica Arthur pellizcándose el puente de la nariz, apoyando hora a su padre en la idea de que ya habido suficiente de todo esto.
—Oui. Me gustaría irme a casa ahora —asiente Francis mirándole de reojo y sonrojándose otra vez pensando que la forma en la que ha construido la frase suena un poco rara, pero sin hacer comentarios al respecto.
—Sí. Me parece apropiado —asiente Lord Kirkland agradecido de que por fin hayan entrado en razón—. Parker, podrías por favor pedirle al chofer que...
—No. No. Yo me iré solo, Lord Kirkland. Gracias por todo. Me hace falta una buena caminata —sonríe un poquito falsamente el sastre pensando que así será más rápido y de verdad quiere marcharse YA. Arthur asiente y le sonríe un poco agradecido de que coopere y le ayude.
Lord Kirkland asiente encogiéndose de hombros, mira al sastre, que se da la vuelta después de desearles buenas noches y salir de la habitación topándose frente a frente con Lady Kirkland y Scott, el primogenito de la familia. Ella se sonroja bastante.
—Ehm... L-Lady Kirkland. Ehm, Monsieur Kirkland —vacila el francés, la mira a ella un instante de reojo y a él bastante más de un instante.
—Mister Bonnefoy... ¿Le pagan nocturnidad ahora? —se burla un poco el mayor de los vástagos Kirkland. El francés se revuelve un poco pensando que... Si al menos le pagaran. Se pasa una mano por el pelo.
—No, estábamos solo afinando unos detalles —susurra mansamente como respuesta.
—¿Y atrapando al ladrón al menos?, ¿sabe qué ha pasado? —pregunta Lady Kirkland que eso es lo que han oído y por eso no la han dejado acercarse, a cargo de la protección de su hijo mayor.
—Será por eso de que el arte no tiene horarios —responde Scott aun sarcásticamente, pensando que esto es una nueva idea genial de su padre para explotar al servicio de las que tanto detesta.
—Me halaga mucho que lo considere un arte —sonríe más sinceramente esta vez y mira Lady Kirkland—. Un malentendido, mademoiselle, no hay ningún ladrón.
Es que Lady Kirkland se sonroja idiotamente otra vez con la sonrisa pensando, ejem, en lo mucho que se parece este muchacho a su difunto padre.
—En fin... —Scott se lleva las manos a la nuca y decide volverse a fuera porque si no hay ladrón no tiene gracia.
—Oh. Tanto escándalo entonces —Lady Kirkland sale de su embobamiento y frunce las cejas yendo a meterse al cuarto a hablar con su marido.
—Yo me retiro, buenas noches a ambos... —desea el sastre de verdad intentando que no le retengan más.
—Ehm... ¿Le ofrecieron ya algo de cenar? Puede bajar a la cocina seguro alguien puede darle algo —propone Lady Kirkland antes de entrar... ¿Desde cuándo tan amable?, ¡por el amor de dios!
—¿Madre? —pregunta Scott sin entender ese tono suave tampoco. Lady Kirkland se sonroja un montonal y carraspea mirando a Scott, culpable.
—Solo lo digo por cortesía —susurra por el rabillo de la boca en su defensa.
—Vamos, acompáñeme —decide el chico pelirrojo para el francés, que se pregunta sinceramente si algún día van a permitirle salir de esta casa. Esto empieza a parecer pesadilla pero qué más va a hacer que asentir y desearle una buena noche a Lady Kirkland, otra vez sonriendo un poco.
—Así que detalles de última hora... que interesante. Creía que mi hermano había renunciado a sus servicios esta misma mañana —comenta yendo a la cocina porque Wallace ya le ha puesto al corriente, no solo de los sucesos sino sobre sus propias pesquisas y conclusiones al respecto. El sastre le mira de reojo pensando que todos sabían todo... O al menos eso creía. Nadie le había dicho nada aun sobre lo terrible que era pasar la noche aquí.
—Al final pareció convencerse, Monsieur —responde cayendo en la cuenta de que Arthur había ido a defenderle abiertamente a pesar de todo, sonriendo con ello—. L-Lo cual agradezco mucho. Es un honor trabajar para su familia.
—Qué complicado parece todo, ¿verdad? —le mira de reojo—. Parece que es usted el mejor amigo de mi hermano todas las noches... y su peor enemigo todas las mañanas.
El francés parpadea y entreabre los labios, incrédulo de lo que escucha. Le toma un par de segundos poder contestar.
—S-su... —carraspea y no puede evitar reírse un poco de los nervios de esa declaración—, d-disculpe.
—Ayer por la noche, Ópera. Hoy parece haber sido usted descubierto en su cuarto haciendo cualquier cosa menos trabajar... y sin embargo esta mañana parecía no querer verle nunca más —aclara, porque no hay en realidad una mala intención en la deducción ni un doble sentido que Scott pueda dilucidar realmente.
—¡No estaba haciendo cualquier cosa menos trabajar! —se defiende tensándose porque ESO suena fatal—. Estaba... Estaba...
Scott le mira de reojo, sonriendo, pensando que ahora llegará la explicación que tanto ansiaba Wallace.
—Midiendo su ropa. Eso es —y leyendo su poesía y dibujándole, añade para si mismo, sin mirar al pelirrojo, un poco culpablemente.
—Insisto en que no creo que le paguen de más por hacerlo a estas horas —responde para evidenciar que de ningún modo cree que de verdad estuviera trabajando.
—¿Y —carraspea un poco al notarlo—, que supone... usted?
—Drogas —sentencia llanamente, porque tras hablarlo con Wallace ya habían consensuado que no podía tratarse de apuestas pero aquí había todo un mundo inexplorado que atraía a Arthur como la miel a las moscas.
—¡Drogas! —levanta las cejas y piensa en el opio de ayer, sin poder evitarlo.
—¿Me equivoco? —pregunta mirándole de reojo y entra a la cocina, es una estancia grande, con azulejos blanco en las paredes, cazos de cobre colgados y una gran mesa de madera en el centro.
—Pues... D-Desde luego. No sé qué en concreto imagine pero no tiene nada que ver —en realidad tiene TODO que ver, ¡admítelo!
—No imagino nada, conozco a mi hermano, ¿quién se cree que lo llevó a un fumadero por primera vez? —pregunta de forma retórica porque parece haber dado en el clavo con esas vacilaciones.
—Oh, cielos... Ehm, no... Bueno, no sé qué... —es visible el nerviosismo—, esos son lugares que yo no frecuento, monsieur —le mira de reojo tratando de averiguar si le está tomando el pelo o si quiere inculparle, aunque en el fondo piensa que quizás... Quizás sea en serio.
—En fin —se encoge de hombros porque en realidad le da igual—. Coma algo como ha dispuesto mi madre y si quiere pídale al cochero que le lleve a casa —le señala dispuesto a irse.
—¿De verdad usted le llevó a un fumadero de Opio? —pregunta con curiosidad. ¿Acaso no te ha llevado bastante lejos la curiosidad hoy, Francis?
Scott le sonríe enigmáticamente y se va. El francés le sonríe un poco de vuelta pensando que esta familia es más agradable de lo que aparenta, aunque lo del opio no le ha encantado. Wallace es la excepción.
xoOXOox
Arthur suspira apoyando la espalda contra la puerta de su cuarto cuando ha conseguido sacar a todos y se da un susto al notar que su madre se ha sentado en la cama esperando pacientemente.
—M-M-Madre, creía que... —vacila pensando "os había echado a todos convenientemente sin tener que plantearme hacer uso de la fuerza".
—Arthur —le sonríe un poco aunque tiene el ceño fruncido.
—Quisiera... quisiera retirarme. Estoy realmente agotado después del día de hoy. Hasta me siento un poco indispuesto —se excusa a ver si así capta la indirecta con más facilidad.
—Soy tu madre, puedes estar indispuesto conmigo —da un par de palmaditas en la cama a su lado, para su absoluto horror.
—Siempre estoy indispuesto contigo... —susurra acercándose igual arrastrando los pies y dejándose caer junto a ella rendido.
—¿Qué está pasando? Y no me digas lo que ya sé —advierte levantando un dedo conociendo bien a su hijo.
—Que nunca creí que despedir a un sastre fuera tan difícil —sentencia echándose en la cama con una voz bastante dramática.
Sastre = Sonrojo para la señora Kirkland.
Sonrojo = contagio de sonrojo para Arthur.
—E-Ese sastre... —murmura ella entre dientes recordando al padre—, es imposible deshacerse de él.
—¿Qué? —pregunta escandalizado, porque tenía la esperanza de que de verdad esto fuera algo pasajero de lo que reírse en un par de semanas y con lo que rellenar alguna historia futura.
—Hablo de su padre. Supongo que es una cuestión de sangre —explica ella un poco incómoda, sin mirarle a los ojos.
—¿Su padre? Pero... está muerto —indica el menor porque no acaba de ver la relación en ello, ni qué está intentando compartir con él su madre.
—Sí, bueno... Me refiero a que fue la única manera —eso podría sonar un poco menos sospechoso, Dios mío.
—¿Si querías despedirle por qué no lo hiciste? —pregunta infiriendo. Esa es la pregunta del millón. La mujer se sonroja.
—Tenía talento —responde ella con una tosecilla.
—No importa, es incómodo —se mantiene en sus trece, pero de alguna manera empatizando con su madre, a pesar de que sabe que la situación es abismalmente distinta.
—Tremendamente incomodo, molesto e irritante —asiente ella, corroborando su idea, si perder la ocasión de quejarse.
—Precisamente por eso —asegura el chico sin pensar todavía en que esos comentarios de ella implican que sabe más de lo que debería.
—Pero es una pieza absolutamente clave en la vida de tu padre —discute ahora porque una cosa no quita la otra y aunque esté de acuerdo con Arthur, no cree que la manera en la que quiere proceder sea una buena idea.
—¿Por qué? —pregunta él pensando que hay un millón de sastres más en la ciudad si acaso su padre no puede vivir sin uno.
—Es imposible conseguir un sastre que le haga ropa cómoda y a sus medidas... Creo que es algo de la conformación de su cuerpo —explica haciendo un gesto con las manos para ilustrar como es el cuerpo de su marido.
—Estoy seguro que hay más sastres en esta ciudad que pueden hacerlo bien —necea e insiste porque esto parece un motivo muy débil en comparación a la fuerza de los suyos.
—Yo te aseguro que ya los hemos probado todos y ninguno es capaz de hacerle ropa siquiera remotamente funcional —sentencia dejando mucho menos margen a la conversación, porque de todos, este es el hijo abogado.
—Madre, ese hombre es francés. Y de todos modos ese sería su padre, no él —presiona con el asunto de la xenofobia que sabe que puede aplicar la presión adecuada.
—¡¿S-Su padre de quién?! —abre los ojos como platos ignorando el punto importante, porque ella estaba hablando de su padre todo el tiempo.
—¡El de Míster Bonnefoy! —aclara Arthur sin entender como se ha perdido en la conversación, no suele ser una persona tan distraída.
—¡A-Ahhhh! ¡Ah! Bueno este muchacho es lo mismo —le quita importancia ella, relajándose de nuevo.
—¡No! Su padre era el que hacia esos trajes buenos para Padre, tal vez él no los haga —sigue Arthur que aún no nota que el problema no va realmente por aquí.
—Sí los hace —responde necia y contra toda evidencia empírica.
—¿Cómo lo sabes? De todos modos, yo no tengo el cuerpo como padre, seguro yo puedo contratar otro sastre que haga igual o mejor el trabajo y no sea incómodo —decide mejor intentar esta baza, si tanto quería su madre al sastre francés para su padre, pues que lo tuviera, en realidad no es ese el problema de Arthur.
—Sí, bueno, es probable que tú puedas. Lo que no queremos, claramente, es que deje de ser el sastre de tu padre —asiente ella ahora más en sintonía con los deseos de su hijo.
—Está bien, de todos modos eso no me afecta. Mañana buscaré otro para mí —asegura con convicción tratando de dar por terminada esta conversación incomoda. Ni siquiera sabe cómo chillarle a su madre más fuerte que por favor, salga a base de postura corporal sin ser maleducado.
—Me alegraría bastante que siguieras el curso de esto sin necesidad de buscar otro sastre. No quiero molestarle —sonrisita rara con el ceño fruncido y una mirada cargada de sentido.
—¿Por qué iba a molestarle a él? —protesta infantil pensando que a su padre le da igual que sastre sea el que él use mientras no se le moleste cuando trabaja, siempre ha sido así. Sea el sastre o sea cualquier otro miembro del servicio.
—¡Pues porque le estas quitando un trabajo! —no sé qué intenciones tenga, eh... ya estoy viendo que unas sospechosas.
—¿A padre? —descolocado sin seguir la conversación ahora.
—A... No. ¡Al muchacho! —exclama ella especificando.
—¿Ahora nos importa si un sastre se molesta? —sarcástico sin poder creer que su madre esté anteponiendo la molestia que le ocasionan al sastre, antes que la que la ocasionan a él, que es su hijo..
—Ahora nos importa, exac... ¡No es que nos importe! —cambia de idea tres veces al organizar la frase sintiéndose ligeramente expuesta con esto.
—Es exactamente lo que estás diciendo, Madre. Que no debemos dejar que el sastre se moleste —repite para evidenciarlo, con cierto tono burlón para presionar aún más.
Ella se sonroja un poco con eso puesto así. Él entrecierra los ojos con el sonrojo. ¿Estará el sastre... haciendo algo de eso con su madre? Tal vez lo había hecho con todos los Kirkland antes que con él ¡como si fuera un ritual de fidelización o algo similar! Se hace una película tremenda en la cabeza imaginándose hasta a TODOS JUNTOS mientras él, pequeñito, en pijama y con su conejito de peluche se acercaba al cuarto a pedir un vaso de agua. Un regusto amargo le sube por la garganta.
—Lo que tienes que evitar es que yo me moleste, ¿entendido?—protesta crispada señalándole de nuevo con el dedo para dar énfasis a sus palabras.
—Como si eso fuera posible en alguna medida —replica enfadado poniendo los ojos en blanco—. Ahora hasta le molesta que el servicio se moleste —añade como si eso fuera el colmo de lo ofensivo.
—Pues sí, en algunas circunstancias —se sonroja más y se cruza de brazos muy digna ella a pesar de todo, dando claro que por mucho que lloriquee se mantendrá impertérrita en la idea.
—¡No tiene ningún sentido y no puede obligarme a que consienta sus servicios! —exclama efectivamente lloriqueando por la injusticia.
—¡Que no puedo! —responde hasta cierto punto, incluso retadora.
El chico se calla y traga saliva sintiéndose un niño de nuevo por un instante, porque sí, sí puede. Es su madre, la dueña de la casa y de su vida hasta que se independice y se gane la vida por si mismo.
—Si te parece que hasta ahora he sido poco cooperardor te aseguro que no has visto nada si lo haces —amenaza sin poder negociar con nada más que esto. La mujer levanta las cejas.
—¿Me estás diciendo que esta versión tuya es la cooperativa? —pregunta sarcásticamente sabiendo perfectamente que Arthur ya ha hecho todo cuanto se le ha ocurrido para detener y postergar el enlace al que se refiere.
Los ojos verdes de Arthur la miran fijamente con cierto brillo furioso. Pero era demasiado pronto para estar celoso, ni siquiera había nada que celar. Además, si lo pensaba bien, Francis no era mucho mayor que él, como mucho tendría la edad de Wallace. Como mucho. La escena cambia en su mente y todos son más mayores, siguen estando todos juntos menos él que está en su cuarto escribiendo poesía en vez de pidiendo agua en pijama.
—Más de lo que seré en adelante —susurra temblándole un poco el labio. Tan especial que se había sentido todo el día... ¡hasta había estado mandando cartas para promocionarle el muy estúpido! ¡Y le había defendido todo el tiempo! Seguro todos estaban riéndose de él "mira el idiota como ha caído a la primera, el sastre ni ha tenido que hacer nada, si será ridículo" oye a sus hermanos en su imaginación porque Arthur nunca necesita más que un pequeño pretexto, así es como el sastre tendrá una vida compleja de ahora en adelante.
—No me importa, vas a usar ese sastre —sentencia Lady Kirkland y se levanta.
–¿Qué? —pregunta incrédulo todavía porque de veras no encuentra otro motivo para que le obliguen a esto que el que se está cruelmente imaginando.
—Eso he dicho. Eso harás, a menos que tú quieras también que yo sea menos cooperadora —amenaza ahora ella, muy seriamente.
–Pero... pero... pero... –se pone de pie indignadísimo.
—No olvides que aún vives en esta casa y bajo este techo —le recuerda como hace cada vez y como el propio Arthur ya ha pensado.
—Eso es tremendamente injusto, ¡no es como que tenga opción! —exclama porque en realidad su padre, controlando todos y cada uno de los aspectos de su vida, tampoco les ha dejado nunca independencia para probar nada.
—Es un sastre, Arthur —razona un poco más dulcemente, sin entender tampoco en el plano consciente la problemática de su hijo, aunque si empatiza con él.
—No rebaja la injusticia, Madre —replica frustrado, apretando los labios y girando la cara, sentado en su cama de brazos cruzados.
—Pero sí el trauma —le sonríe en la puerta.
—¿Eh? —se gira a mirarla sin entender esa respuesta.
—Solo es el sastre —repite enigmáticamente.
El escritor se humedece los labios y se sonroja un poco. Lady Kirkland se sonroja a juego, pero Arthur no lo nota aun pensando que claro, para ella es solo el sastre pero... hay mucho más que no sabe detrás de todo eso. De todos modos ya se vería como iba todo, la prioridad ahora es echarla del cuarto.
—Solo arregla esto y te dejaré tranquilo —murmura ella yendo a la puerta. Él pone los ojos en blanco sintiéndose un niño pequeño otra vez.
—Pero arréglalo como yo quiero o me convertiré en una criatura del averno —susurra para sí mismo imitando un poco la voz de su madre, burlón. Lady Kirkland sale por la puerta sin oírle.
Arthur se queda fulminando la puerta unos instantes antes de ir a cambiarse de ropa... para escaparse otra vez al templo de la tranquilidad de Wang.
