Es tarde ya cuando el francés aparece en el restaurante en el que trabaja Antonio. Le duelen los pies y la cabeza y tiene hambre.

Le gustaba ir a visitarle, la música, el olor fuerte a comida y la atmósfera le hacían sonreír y acordarse de su padre. Era un lugar más bien frecuentado por extranjeros y la clase inmigrante que podía darse el lujo de ir a recordar su casa gastando unas libras en el proceso.

Es un lugar pequeño que podría estar más limpio, las mesas podrían ser más nuevas y las deudas menores, pero la comida de verdad era buena, solo que nadie que importara realmente parecía valorarlo.

El propietario, un chico moreno de brillantes ojos verdes lleva un delantal sucio y parece muy muy ocupado en la cocina actuando a contrarreloj para hacerlo todo. Como siempre, las cosas se hacen a último momento.

El francés se salta la barra y se abre camino en la pequeña y llena cocina intentando no caerse entre cajas de tomates y ollas. Le pone las dos manos en la cintura al dueño de los ojos verdes con demasiada naturalidad y le sopla al oído. Este pega un salto preparando una caja de comida y al girarse y verle sonríe.

—Franciiis! —se ríe y lo abraza tras limpiarse las manos en el delantal. Francis se ríe acercándose a darle un par de besos.

—Antoine le terrible! —le abraza con fuerza de vuelta.

—¿A dónde tan guapo? —pregunta sonriendo y mirándole de arriba abajo, separándose un poco.

—A la ópera anoche. Es una historia larga que tengo que contarte—asegura el sastre y suspira sonriendo aun un poco aunque se revuelve.

—¿Ópera? ¿En eso te gastas las propinas? —se ríe y se vuelve a lo que hacía—. Tengo que acabar esto y llevarlo.

—Me invitaron. El más joven de los Kirkland... Tengo que contarte esto mejor. ¿Cuánto más crees que estés aquí? —pregunta mirando lo que hace a ver si puede meter las manos.

—Un rato ¿has comido? —le da un golpecito con la cadera para que no las meta, sonriendo.

—Comí... Hace rato —sonríe un poco rindiéndose—. Me sirvo yo, ¿vale? Ve a terminar tus pedidos.

—Vale, vale —se ríe absolutamente confiado, montando tres platos en cada brazo para llevarlos fuera. El francés le cierra un ojo y tan tranquilo se va a servir vino y comida cuidándose bien de no mancharse el traje.

Antonio vuelve dentro yendo directo a preparar cafés y algunos postres en una coreografía dentro de la cocina moviendo cosas arriba y abajo de un lado a otro, uno de los postres se lo pasa a Francis, le guiña un ojo chasqueando la lengua y vuelve a salir.

Francis sonríe metiendo el dedo al postre y probándolo, sacando el banco de siempre, quitándose el saco del traje y colgándolo lejos, muy muy lejos de donde pueda mancharse, sentándose a comer y, más importante, a esperarle.

Un rato más tarde ya se ha ido todo el mundo y ha cerrado las puertas, aunque aún le falta recoger. El francés le ayuda un poco. Y con un poco, desgraciadamente, nos referimos a organizar un poco las sillas empezando a contarle mientras Antonio pasa la escoba y el trapo.

—Ves que te dije que se casa el menor de los hijos de Lord Kirkland... —empieza considerando que ya ha recogido suficiente, sentándose en una de las sillas que ha apartado para que Antonio pueda barrer.

—Ah, sí, ¡tú primera ceremonia! —exclama levantando la mirada del suelo un instante y luego se revuelve bajándola de nuevo, porque le supo muy mal la muerte del padre del sastre, casi como si hubiera muerto su propio padre que nunca tuvo. Recuerda el funeral, sobrio y sencillo. Hicieron el convite de los pocos familiares y asistentes en su propio local.

—Sí. Mi primera ceremonia. El traje del novio —asiente y nota lo que está pensando el cocinero tragando saliva, se le humedecen un poco los ojos pero prefiere no centrar la conversación de nuevo en ello—. Pues... Ayer fui a tomarle las medidas a Arthur Kirkland.

—¿No les hacías trajes de fiesta a toda la familia? Bueno, el novio ¿y qué? —pregunta aun barriendo, notando también que Francis no está para centrarse en la parte dramática de esto sin que sea siquiera necesario que uno se lo diga al otro.

—Sí, sí, a todos. Pero el traje del novio era el traje importante. Así que ahí fui yo, feliz y lleno de ilusiones —explica haciendo un cierto movimiento un poco teatral con una mano.

—Claro —sonríe dejando de barrer y doblando manteles ahora.

—Y... Bueno, el novio es un desastre como novio, para empezar —sonríe negando con la cabeza—. No quiere casarse —pregunta en tono de "¿puedes creerlo?"

—¿Ah, no? —levanta las cejas Antonio, parando un momento para mirarle directamente, desde luego sin poder creerlo.

—No. Lo obligan traaaagicamente a casarse con una chica guapa de sociedad —responde haciendo un gesto exageradamente melodramático.

—¿Y cómo demonios se hace eso? Dile que yo me caso con ella si quiere —propone el camarero riéndose.

—Eso MISMO he pensado yo... Pero bueno él no quiere y no quiere nada de nada, incluyendo un traje —asegura asintiendo con la cabeza, incidiendo especialmente en eso porque es la parte, evidentemente más preocupante.

—Oh, entiendo el problema —guarda los manteles en su sitio y se pone a lavar platos de espaldas a él, pensando que si el señorito no quiere el traje es posible que Francis no cobre. Frunce el ceño, pensando.

—De hecho, hasta aquí... Es una décima parte del problema, mon amour —sigue este como si nada.

—¿Qué más hay? —pregunta un poco más agresivo de lo de que debería, girándose a mirarle.

—Antes que nada necesitas poner todo en perspectiva. Te he contado ya de los Kirkland y como son... Pero este es un poco distinto. Es escritor —sonríe con cierta ensoñación recordando las poesías.

—¿Escritor? —pregunta Antonio levantando una ceja, ya que en general no se imagina demasiado bien a la gente adinerada dedicada a cosas artísticas, más bien los bohemios suelen ser personas muertas de hambre.

—Brillante —asegura Francis al verle la cara.

—Ah, ¿sí? ¿Tiene talento? —pregunta aun un poco incrédulo, porque eso es bastante injusto, dinero y talento, es como… demasiado acaparador por su parte.

—Todo el posible. Sus poesías... Puede llevarte al cielo solo con una estrofa —describe el francés y Antonio levanta una ceja sin dejar de mirarle, sonriendo mientras recoge.

—Pero sigo con mi historia —Francis le sonríe de vuelta desviando la mirada sin notarlo—. Me dice que la única forma en que podrá hacerle un traje es, no tomándole medidas, sino conociéndole bien, así que me invita a la ópera. La ópera, Antonio. A un palco. ¿Cómo iba a decirle que no? ¡Dime!

—¿Cómo vas a hacerle un traje conociéndole? —pregunta porque eso parece no tener ningún sentido práctico real.

—¿Traje? ¡Ah! Eso... Bueno, en realidad yo esperaba que tarde o temprano se dejara tomar las medidas —el sastre se encoge de hombros sabiendo perfecto que así es, nada más una fantasía en la mente del escritor que vive medio sumido en cuentos de hadas.

—Bueno... ¿y qué tal es la ópera desde dentro? —decide cambiar de tema, porque eso siempre le ha hecho mucha ilusión y habría querido ir él también, secretamente se siente un poco celoso.

—No sabes. Tenemos que ahorrar e ir un día, Antonio es... ¡Extraordinaria! La música, belliiiiisima, la gente, finamente vestida, todos caballeros, ¡los trajes de los actores! —explica el rubio moviendo las manos frenéticamente, se pone de pie y da una vuelta sobre si mismo de la emoción al recordarlo.

—No estoy seguro que fuera a sentirme cómodo entre toda esa gente —responde revolviéndose un poco, porque la verdad es que sí quisiera ir, pero su negocio es un poco deficitario y en cualquier cosa, todo lo que puede ahorrar está destinada ahora mismo a otra cosa mucho más importante, así que más vale engañarse un poco a uno mismo en vez de desilusionarse por la injusticia de la vida. Francis suspira.

—Ese es el problema principal, de hecho, uno de los peores problemas de todo este lío en el que me he metido. Creo que nadie estaba tan interesado en mí o tan fijado entonces. ¿Sabes? Entre la percha y el traje y la actitud y... Bueno, creo que hasta ahí más o menos iban las cosas bien —sigue él explicando para cambiar el tema, notando bien en realidad el problema de su amigo y no queriendo insistir para no hacerle sentir peor.

—¿En qué lío te has metido? —deja de envolver con trapos una cacerola con comida.

—En uno que... Creo que es bastante gordo. Entre más lo pienso más me asusta —confiesa mirándole un poco desconsolado, pero se le escapa igual cierta sonrisita. Antonio frunce un poco el ceño apoyando un brazo en jarra en su cadera, mirándole fijamente—. Todo empezó a ir realmente mal a la salida de la ópera y me llevó... No te escandalices.

El moreno inclina la cabeza, escuchándole.

—A un fumadero de opio —susurra, encogiéndose un poco como si esperara los gritos. Antonio levanta las cejas hasta el techo—. El problema de ir con un señor a la ópera, por su invitación, es que es imposible decir que no —le sonríe un poco y niega con la cabeza pasándose una mano por el pelo.

—Nadie que vaya a un fumadero es un señor, Francis —le riñe el cocinero, a quien cada vez le cae peor el señorito Kirkland, ya le que parece todo tremendamente turbio y a él le gustan las personas sencillas.

—Ah... Eso es lo que creemos —niega con la cabeza recordando al mayor de los Kirkland, se encoge de hombros—. En fin... ahí fuimos.

—Aja... —asiente para que siga hablando, preparando algunos paquetes más en su hatillo.

—No sabes el mareo... Todo es una nube en mi cabeza —explica Francis recordando la sensación de somnolencia… y los besos.

—¿No recuerdas nada desde ayer noche? —pregunta mirándole preocupado, esperando que nadie se haya aprovechado de él si así es.

—No, no... No. Quizá fuera más simple, pero no. Creo que es necesario hacer una pausa y explicarte algunas cosas antes de contarte lo que pasó después... —decide moviendo la cabeza y las manos de lado a lado, sabiendo que el cocinero puede estarse haciendo una muy peligrosa idea equivocada en la cabeza.

—Anda, acompáñame —toma el hatillo que ha hecho con la cacerola de comida que le ha sobrado para llevar al orfanato donde se crió como hace cada noche. En donde vive cierta "chica mayor" demasiado joven.

—Vamos y te cuento en el camino que hay menos luz y puedo sonrojarme en paz —se ríe yendo tras él.

—Sonrojarteeee —canturrea el moreno, Francis se ríe un poco más.

—No me hagas reír que no sabes el tamaño del lío —suplica igualmente riéndose con el tono juguetón.

—Pues cuentameeee —se quita el delantal, monta la olla en un carrito, cierra la puerta, se pone su gorra y echa a andar a su lado.

—El chico se ponía nervioso —explica el sastre recordándolo y es que aun le parece adorable la manera en que eso pasaba.

—¿Aja? —asiente el moreno escuchándole, arrastrando el carrito sobre los irregulares adoquines mojados de Londres.

—Nervioso y... Mandaba señales específicas. A la mitad de la obra ya tenía yo la mano en su pierna —murmura un poco culpable mirándole de reojo y sonriendo.

—Francis... —niega con la cabeza pero se nota que sonríe.

—No me digas, es... Estúpido y absurdo y de lo peor que se me ha ocurrido hacer. Pero estaba ahí, conmigo y era mono. Para el fumadero las cosas subieron un poco de tono —sigue relatando la historia sin mirarle.

—Eso explica porque no quiere casarse —se ríe el español, luego saca una caja con cigarrillos y le pasa uno a Francis.

—Es... Es un lío, ¡de verdad! No recuerdo que tanto hicimos, pero recuerdo muy muy bien sus ojos y sus cejas... Y sus labios. Y ese cuerpo virginal que temblaba en mis manos —describe con todo lujo de detalle… anda, para no recordar nada...

—Que desafortunada mala memoria... —se ríe prendiendo su cigarrillo.

—¡Deja de reírte! —protesta inclinando la cabeza para prender el suyo también. El cocinero se ríe más.

—Era virgen, Antonio. Ni siquiera lo recuerdo —se lamenta el sastre dando una calada al final.

—¿Estás seguro que pasó? Con las cosas que recuerdas y eso no... es raro —piensa en voz alta, frunciendo un poco el ceño, porque además conoce a Francis y como es con las chicas y sus amantes en general, puede ser bastante descocado, infiel y poco recomendable, pero no es de los que se olvidan de las personas, al menos muestra un poco de respeto con eso.

—No tengo ni idea de qué pasó o qué no pasó. Pero amanecí hoy desnudo en su cama —explica mirándole de reojo con cierto pesar, nerviosito.

—Oh... ¿aja? —pregunta mirando a ambos lados de la calle que no venga ningún carro antes de cruzar, pero a estas horas de la noche suele estar todo muy tranquilo a pesar de la traicionera niebla.

—¿Aja? ¡Eso es todo lo que vas a decirme? ¿"Aja"? —protesta el sastre indignado, cruzándose de brazos.

—Solo porque espero que no sea eso todo lo que tú vas a decirme —sonríe el cocinero mirándole de nuevo mientras cruzan la calle.

—Es un lío ya desde ahí. No me delató, claro, de hecho llevo todo el día siendo su prisionero... Pero me ha defendido a capa y espada —reflexiona más para si mismo que realmente para su oyente, pasándose una mano por el pelo e intentando encontrar sentido a ese comportamiento atípico.

—Amor verdadero —se burla Antonio al notar qué es lo que está intentando deducir Francis.

—Tais toi! —protesta él sonrojándose, porque sí, justo a esa conclusión es a la que quería llegar. El moreno vuelve a reírse—. ¡Es un lío! ¡Uno gordo! ¿Por qué no lo ves?

—No es un lío, le gustas, ¿no? A un tío rico. ¡Aprovecha hombre! —sonríe y le da un codacito de complicidad, pensando que ojalá fuera tan fácil en realidad.

—No tiene ni IDEA de que le gusto, Antonio. No es que sepa que es homosexual, creo... —reflexiona él de nuevo, frunciendo el ceño.

—¿No? —levanta más las cejas sin poder creerlo, ni que fuera tan difícil de saber y más para uno mismo—. ¿Qué dijo?

—Si esto fuera solo sobre ser el amante del hijo del Lord, créeme que no tendría problema alguno. Pero él... Cambia de opinión... —explica con dramático pesar, mirándole a los ojos.

—¿Cómo que cambia de opinión? —frunce el ceño sin entender. El primer caso de homosexualidad intermitente del que oye hablar en su vida.

—A momentos sí quiere eso, a momentos siento que terminaré en la cárcel —explica y suspira preocupado, notando cada vez más que realmente esto es mucho más complicado de lo que parecía en un inicio.

—Eso es terrible... —protesta el moreno y le pone la mano en el hombro para confortarlo.

—No es terrible, es más que terrible. No se puede hacer nada más que esperar lo inevitable, que es... Que se lo diga a alguien —Francis se lleva las manos a la cara, asustado con esta perspectiva, él ni siquiera quería meterse en este lío, solo quería hacer un traje ¡y con la ilusión que le hacía!

—Si eso es lo que esperas tal vez fuera mejor no volver por ese camino —aconseja el moreno, atrayéndole un poco hacia si para abrazarle.

—Aunque hoy me defendió... De verdad me defendió. Creo que está confundido —mira a su acompañante entre los dedos de sus manos, sin hacérsele raro el abrazo, como si eso fuera un rayito de esperanza en la negrura infinita de este caso.

—¿Y planeas sacarlo de su confusión? —pregunta sin soltarle, acariciándole la espalda.

—No lo sé... Él es un señorito —baja las manos del todo y hace un gesto de inseguridad hacia esto con los labios.

—Ojalá no te pase nada malo —desea mirando ahora el edificio lúgubre y grande de ladrillos sucios y ventanas con barrotes que es el orfanato londinense.

—Gracias por los buenos deseos —le abraza un poco de vuelta y mira también el edificio—. Al final, me recordaron bien quién soy y de dónde vengo.

—Esa mierda de siempre, como si las cunas con doseles garantizaran buena gente —protesta acercándose a la pequeña puerta de servicio en un lateral del edificio, golpeándola con los nudillos. Se arregla la camisa, se quita la gorra y se aplaca un poco el pelo antes de sonreír esperando que le abran.

Francis le mira y sonríe un poco al ver el cambio de actitud y la concentración. La puerta la abre una monja, siempre son monjas, pequeñita y regordeta, con un gran hábito blanco en la cabeza como si fueran unas alas, malencarada.

—Ho-Hola —saluda Antonio nerviosito, levantando una mano y tratando de ver dentro—. Vengo a traerles esto, por si les hace falta —señala el fardo sonriendo.

—Ah, eres tú. Sí, sí que nos hace falta. Entra —murmura la monja con desagrado abriendo la puerta del todo.

Antonio sonríe tomándolo y le hace un gesto a Francis para que le siga si quiere, apagando el cigarrillo y guardándose lo que le queda. Francis va detrás suyo arrugando la nariz y mirando a su alrededor. La cocina es grande, mucho más grande que la de casa de los Kirkland, pero todo parece mucho más viejo y menos abundante, a pesar de que Francis piensa que en esta cocina se podrían preparar banquetes para mil invitados, la verdad es que parezca que en general tengan problemas para estirar una sopa y que llegue a alimentar a quince niños.

El moreno entra dejando el fardo sobre la mesa de madera donde siempre, desanudándolo y volviendo a buscar alrededor con la mirada. Estirando el cuello para ver tras la puerta, tras las cajas vacías apiladas al fondo o tras cualquier otro escondite posible. La monja se va de la estancia a hablar con alguien responsable de esto.

Es el sonido de metal cayendo lo que la delata. Antonio se gira rápidamente y sonríe más guardándose los trapos, ahora sin perderla de vista aunque ella se esconde inmediatamente haciéndose bolita y maldiciéndose a sí misma y a la mierda que se le ha caído.

Aprieta los brazos a su alrededor porque tiene frío y reza para que la monja no haya escuchado nada. Estaba aquí, en la cocina, sin que debiera estarlo. Pero nadie estaba tan interesado en revisar toda la noche que era lo que pasaba en el cuarto, así que ella, en su ridícula pijama, despeinada y con frío, bajaba a esperar al tonto de ojos verdes. Es decir, no era a él, era a su comida.

—Renii —Antonio sonríe cantarín y se acerca un poco a ella.

—¡NomellamesReni! —protesta ella desde ya, con el ceño fruncido. Antonio se ríe tontamente, Francis levanta las cejas con todo este intercambio—. ¡Y no te rías! —sigue protestando la chiquilla llamada Renata.

—¿C-Cómo estás? He traído garbanzos con mucho tomate como los que te gustan —explica dulcemente ignorando en realidad el tono agresivo, se acerca un poco riéndose aun tontamente, ella le huye abiertamente hasta ponerse al otro lado del cuarto.

El chico traga saliva y se pasa una mano por el pelo, sin seguirla. Ella le espía desde atrás de unas cajas.

—¿Quién es ese? —pregunta ella a media voz mirando al sastre.

—Los he hecho para ti porque sé que te gustan, los vi en el mercado y me dije, "seguro a Reni le gustan mucho" —parlotea nervioso como siempre hace—. Ah... es mi amigo Francis, él es sastre.

—¡No me llamo Reni! —vuelve a chillar ella volviendo a mirarle a él.

—Bueno, Renata —corrige dócil sin dejar de sonreír.

—Pues no me gustan los garbanzos —miente y sale un poquito más mirando a Francis de arriba a abajo—. Y para ser sastre y tu amigo, tú estás vestido muy mal.

—Ah, es que es mi ropa de trabajo. Un día cuando seas un poco más mayor y salgas conmigo me pondré un traje tan bonito como el suyo —asegura el cocinero mirándose a sí mismo y sonrojándose un poco, no obstante.

—¡Novoyasalircontigo! —vuelve a chillar ella, Toni se sonroja más y se ríe mirando al sastre muy nervioso porque esto es un poco ridículo. Lo que sí hace ella es salir, con su pelo oscuro peinado en dos colitas infantiles, acercándose a la olla de garbanzos.

El francés levanta las cejas hasta el techo cuando la ve salir y mira al cocinero con incredulidad. Este se ríe y se sonroja más cuando la ve, se acerca un poco a la olla también.

—¿Quieres que te sirva un plato? También te he traído un dulce solo para ti, no se lo digas a los demás —pide haciendo gesto de silencio con el dedo índice, sacándolo del bolsillo.

Ella es una preadolescente... Demasiado pequeña para parecer una mujer hecha y derecha, demasiado poco simétrica para ser una niña. Se sonroja un poco con la cara de silencio y arruga la nariz.

—¿Un dulce asqueroso solo para mí? Ugh —se le acerca igual con curiosidad.

—Te serviré garbanzos —busca un plato en los armarios, como siempre y una cuchara.

—Pues apresúrate que tengo mucha hambre —se sienta en una caja y se hace bolita, mirándole.

Francis tiene la repentina sensación de estorbar un poco ahí. Sonríe de lado y se recarga en una pared echándole una mirada a Antonio, que le sirve una buena ración en el plato y se la acerca sonriendo.

—Ojalá te gusten —desea mirando a Francis de reojo y carraspeando un poco avergonzado.

—Seguro serán asquerosas como todo lo que traes —empieza a comer los garbanzos con gusto—, tienen mucha sal y tomate... Y están... —slurp, gran bocado—, asquerosas. ¿Has traído vino?

—No puedes tomar vino, Reni, eres pequeña... y las monjas me reñirán —responde él nervioso jugueteando con sus manos y cambiando el peso de pie.

—Sí que puedo tomar, ¡ya me has traído otras veces! —le señala, acusándole.

—Sí, pero... es que no está bien —saca la botella igual y se lo sirve, tragando saliva sin querer ni mirar al sastre ahora—. Cuando seas mayor podrás tomarlo, como una dama o como tú quieras, guardaré las mejores botellas para nosotros y beberlas juntos.

Francis hace un sonido extraño que parece sospechosamente una risa.

—Yo voy a tomarlas todas mientras tú... Tú vas a estar haciendo cosas para mí, comprándome vestidos y trabajando para mantenerme —decide ella tomándoselo igual. Antonio suspira y se ríe un poco, derrotado.

—¿Van a... Casarse o algo así? —pregunta Francis sonriendo en un susurrito, mientras la chica devora el plato completo.

—Tal vez mi amigo Francis me deje algún vestido bien de precio, pero tendrás que darme un beso si lo quieres —propone y levanta las cejas con lo que dice él, riéndose más.

—Puedo hacerle un vestido cuando quieras, si te da un... —empieza a proponer el sastre que ya ve más o menos por dónde van los tiros en todo este asunto.

—Novoyadarteunbeso! —chilla ella echándose para atrás en su caja, asustada. Sonrojándose un montón con la idea.

—Ah, qué pena —suspira Antonio negando con la cabeza. La chica se sonroja aún más si es posible.

—Es pecado —interviene Francis, mirándole de reojo, divertido.

—Cuando sea una mujer —el chico moreno se ríe otra vez, derrotado.

—Ya es toda una mujer —asegura el francés mientras sonríe.

—Aun no, pero es muy guapa y seguro cuando lo sea será una belleza —responde él tan seguro de ello, como si no les estuviera escuchando, pero sabiendo bien que ella lo hace con atención.

—¡Eres un pervertido! —protesta ella sonrojadísima lanzándole un garbanzo a la cabeza y él se ríeeee otra vez.

—Cielos. Uno que creía que estaba en un lío —comenta Francis de buena gana.

—¿Y mi postre? —pregunta ella con el vino en la mano prefiriendo cambiar de tema con todo esto.

—¡Nada de líos! —protesta Antonio riendo nerviosito para Francis mientras le acerca el pastelito a Renata.

—Cabe mencionar que mi pastelito era menos bonito que el tuyo... Antonio te hace comida especial —Francis le sonríe.

—Los pastelitos más bonitos para mi pastelito —decide feliz el cocinero. Ella abre los ojos como platos y les detesta... Un poco a los dos, pero más a Antonio.

—¡Cállate! ¡No digas esas tonterías tan tontas y cursis y ridículas! —protesta de nuevo, nerviosa, porque además está Francis aquí escuchándolo todo y Antonio… ¡es un tonto y un ridículo!

—De acuerdo, de acuerdo —levanta las manos, rindiéndose, pero riendo—. Es una chica con carácter, nada de pastelito.

—Exacto. Dame un cigarrillo —exige, asintiendo con la cabeza de todos modos a la retractación.

—Pero si yo no fumo... —el mentiroso, porque no quiere que ella lo haga, es un vicio un poco caro y aun es pequeña.

—Sí que fumas, hueles asqueroso —arruga la nariz terminándose su pastelito habiéndolo, prácticamente devorado.

—Es... de Francis, es una mala influencia. Las chicas no deberían fumar—vacila el moreno defendiéndose, mirando a Francis de reojo esperando que corrobore la mentira. La chiquilla mira a Antonio unos instantes, fijamente sin creerle ni por un instante.

—Francis... ¿Me enseñas a fumar? —pregunta estirada, esperando, además, poner celoso al cocinero.

—Francis, no hagas caso, ¡es demasiado lista! —suplica Antonio tomando al francés del brazos.

—Demasiado lista... —Francis le sonríe cómplice—. Dile a Antonio que te enseñe, no a mí.

—Eres una mujer fatal, ¿lo sabes? —el moreno saca igual lo que le ha sobrado antes.

—¿U-Una mujer fatal? —pregunta ella sin saber si eso es bueno o malo.

—Tremenda. De las que hacen perder completamente la cabeza —le guiña un ojo y le acerca la tacha. Ella se sonroja otra vez pero la idea le parece muy atractiva.

—¿Y su amiga la monja malencarada no viene de vuelta? Voy a pararme en la puerta y les aviso si oigo algo —propone el francés.

—No creo que fumar sea tan difícil, si tú puedes hacerlo —responde ella con una agresión de nuevo, como hace cada vez que se pone demasiado nerviosa.

—Mira, en realidad es como si besaras el cigarrillo. En realidad como yo he fumado antes sería como si me besaras a mí —explica Antonio y asiente a Francis sin hacer mucho caso.

—¿Q-Que? Besar... ¿Qué? —ella se queda paralizada con esa explicación, pero el cocinero sigue a lo suyo.

—Mira, así —se lo lleva a la boca él y luego se lo devuelve—. Beso en mi beso.

—No voy a darle un beso a NADA que tú hayas besado —se echa para atrás, niega fervientemente con la cabeza apretando los ojos y se le mueven las colitas de un lado a otro.

—Oh... no puedes fumar de mis cigarrillos entonces —sonríe Antonio porque esa parece ser una buena forma de impedírselo.

—P-Pero... Si quiero... Es decir, tienes que enseñarme a fumar, ¡tú dijiste! —lloriquea ella.

—Todos ellos los he besado, Reni —se encoge de hombros sonriendo.

—Los... Los... ¿De verdad? ¿Por qué? —se revuelve pensando que VAABESARAANTONIOINDIRECTAMENTE

—Pues solo tengo dos más y ambos son trocitos que he empezado —explica sacándolos y mostrándoselos.

—Es una tontería eso del beso —le quita uno de la mano con un zarpazo, no sea que se lo repiense y no se lo dé… y se quede sin su be… sin aprender a fumar, eso es.

—Bueno, no tanto, a mí me pone un poco nervioso —confiesa nerviosito dejando que lo tome igual.

—¿T-Te lo pone? —traga saliva, porque a ella no la pone UN POCO, la pone UN MUCHO.

—Sí. ¿Por qué no... te lo quedas y te enseño mañana? Se está haciendo tarde —propone mirando a la puerta nervioso porque ahora si empieza a parecer que la monja tarda mucho en volver y no quiere meter a Renata en demasiados problemas, pero le sonríe un poco. Bien, ahora ella va a dormir abrazando al cigarrillo—. Te quiero, ¿vale? —le hace una caricia en la cara y le da un beso en la frente. Renata se sonroja un poco más y mira que Francis se les acerca otra vez. Se revuelve y levanta.

—¿Vendrás mañana? —pregunta ella más dulcemente por primera vez en toda la noche.

—Todos los días —asegura él como si fuera la mayor promesa de amor posible. Ella sonríe casi imperceptiblemente, aliviada. Antonio toma una de sus colitas, jugando un poquito y se muerde el labio.

—Mañana quiero alubias —susurra la chica mirándole de reojo, sin quitarse. Cerca, Antonio, muy cerca.

—Veré si encuentro en el mercado —asiente haciéndole otro cariño (y Francis o alguien debería llevárselo) Ella se deja, siguiendo el cariño un poquito.

—Pasos, pasos! Guarden los cigarrillos... Y las ideas absurdas —suelta el francés acercándoseles.

El moreno le da un beso rápido a la chica, que debería ser en la mejilla pero con el susto no acierta y se lo da en los labios, antes de separarse igual de rápido e irse hacia la puerta.

Y tenemos una chica convertida en estatua. Francis se ríe un poco, emocionado, despidiéndose de ella con la mano, yendo tras él. Antonio sale con la boca abierta y las cejas en alto porque no esperaba besarla en los labios, llevándose las manos a los suyos.

—Oh por DIOOOOSSSSS! —Francis se le prensa a un brazo riéndose un poco cuando ya están fuera.

—¡No quería, no quería! —se defiende muy nervioso.

—Eres un pervertido —Francis aún se ríe y la verdad es que ni lo ha notado.

—¡No! ¡No! Ha sido un accidente, me has puesto nervioso ¡y me he asustado! —exclama aun defendiéndose, rojos ahora sí como un tomate.

—¿¡Yo te he puesto nervioso?! ¡Ella! ¡Es una niña! ¿De dónde la sacaste? —lo acusa tirando de él para que anden, sin poder creer lo que acaba de ver ¡y que no supiera nada!

—Me has dicho que venía la monja y... —explica aun nervioso, sin poder creer que ese haya sido el primer beso que le ha dado, así de apresurado y accidental.

—Venía... Y la has dejado a su merced —sigue Francis, notando todo el agobio que lleva su amigo.

—Espero que no lo haya visto, Sor María es muy dura a veces... —aprieta los ojos y se tapa la cara con las manos al pensar, además, en eso.

—Monja carcelera. ¿Cuándo conociste a la niña? ¡¿Como la conociste?! Cielos, Antonio. ¿Qué edad tiene? —empieza el francés la reglamentaria batería de preguntas como una ametralladora.

—Hizo quince en marzo... ella fue abandonada ahí en la puerta cuando yo aún estaba y... nunca la adoptaron, como a mí —explica pasándose una mano por el pelo, aun sin mirar a Francis, en su propio drama personal.

—¡Eso suena tremendamente triste! Pero... Quince, Toni. ¡QUINCE! —exclama tan emocionado, aun sin estar seguro de si eso es bueno o malo o qué, pero la propia excitación hace que tenga que gritar.

—Ya lo sé, pero... es que no puedo adoptarla, es muchísimo dinero —se lamenta de nuevo apretando los ojos porque justo es para eso para lo que ahorra y por lo que no puede ir a la ópera o prefiere no comprar aun un horno nuevo en el restaurante, a pesar de que lo necesita como el aire que respira.

—¡Adoptarla! —exclama Francis sin poder creerlo.

—Pues quisiera sacarla de ahí, no sabes lo deprimente que puede ser. No somos muchos los niños así y ella siempre ha sido muy agresiva y dura, pero es nada más una coraza para protegerse y no dejar que le hagan más daño —explica ahora mirándole a los ojos.

—Lo que digo es que tú lo que quieres NO es adoptarla ni en un millón de años, mon amour —responde Francis mirándole fijamente.

—Pues no quiero que sea mi hija, por supuesto, tampoco nos llevamos suficiente edad como para que lo sea realmente —responde él girando la cara, porque aun así se siente un poco pervertido con que ella es pequeña, como si estuviera aprovechando.

—Te leo el pensamiento, le has hecho cariños y cosas... ¡Y vienes DIARIO! —lo acusa Francis sin piedad, haciéndole apretar los ojos y sonrojarse más.

—Vengo diario a traer comida para los niños, es lo que me sobra, ¡no voy a tirarlo cuando hay gente pasando hambre! —exclama nerviosísimo en su defensa.

—¿Vendrías tu igual si no estuviera ella? —vuelve a acusarle.

—¡Por supuesto! Solo que no me quedaría tanto rato... —confiesa al final volviendo a girar la cara y se la tapa con las manos, negando con la cabeza.

—Ni le darías besos a la niña —se burla un poco el francés, sonriendo de lado—. Quizás podrías casarte con ella.

—Tal vez... cuando sea más mayor, si realmente viene conmigo —sonríe un poquito esperanzado, aun con la cara entre las manos de todos modos.

—¿Ves? Eres un pervertido —suelta una risita de todos modos porque esto es divertido—. Y bien que le gustas.

—Bueno... tal vez... un poquito —se sonroja y se ríe suavemente, bajando las manos, pero aun sonrojado y sin mirarle.

—Un poquito, ¡¿viste sus sonrojos!? Seguramente cuenta las horas para que vengas —sigue Francis convencido de ello, el cocinero se ríe otra vez y se le echa un poco encima.

—Es muy muy mona en realidad. ¿Crees que podría hacerme un vestido para ella para que se lo regale por sus dieciséis? —pregunta mirándole de reojo, ilusionado.

—Sí, sí puedo hacerte un vestido de mujer para que se lo regales en sus dieciséis. Ya es casadera, insisto. ¿Cuándo la dejan ir? —asiente pensando que esto es muy muy bonito y se alegra sinceramente por Toni.

—A los dieciséis... podría ser antes pero... habría que pagar una serie de cosas extras y tendría que ser con una boda —explica él, porque también es algo que ha valorado… y para lo que también está ahorrando.

—¿Y si te casaras? Tendría gracia que fuera con una niñita así. Núbil, inocente... Y gritona —propone Francis, amante de todas y cada una de las historias de amor del mundo.

—¿Qué tendría de gracioso? ¡Ella es muy dulce a pesar de todo! —la defiende, mirándole.

—Quizás tu restaurante subiera al triple su rendimiento, me da la impresión que te traería así —chasquea los dedos, él aprieta los ojos y se ríe—. Andaaaaa, tienes que ahorrar.

—Ni siquiera estoy seguro de que le interesara el restaurante... en realidad soy muy poquita cosa para ella. Es muy lista, ya has visto como se le da de bien conseguir cosas. Sé que veo en ella cosas que nadie más ve, porque no sé cómo lo sé, pero sé que es una persona maravillosa a pesar de su mal carácter y que tiene muchísimo potencial. Tal vez solo soy un loco enamorado, pero quisiera que los demás la vieran como yo y fuera feliz —asegura mirándose las manos sonriendo un poco, sinceramente.

—¡¿Que TÚ eres poca cosa para ella?! Mon dieu! ¡Y más hablando así! Es muy muy bonito eso que dices, aunque me da miedo más bien que ella no te valore, con todas las tonterías que la he oído decir en unos pocos minutos —responde el francés de todos modos conmovido por los puros sentimientos del cocinero.

—Sí me valora —le mira y sonríe convencido de ello—. Solo es así porque es muy sensible y teme que la dañen de nuevo, recuerdo que cuando era mucho más pequeña y aun quería ser adoptada, como todos los pequeños... llevaba fatal el rechazo. Odiaba a los bebés por ser los primeros elegidos.

—¡Me vas a hacer llorar con su historia triste! Aun así, te patea un poco y te dice cosas. Parece avergonzada —sonríe pensando en ello—. Como Arthur.

—¿Qué vas a hacer con él? —pregunta decidiendo mejor volver con ese tema.

—No sé siquiera si lo volveré a ver. No quiere mis servicios... Aunque su padre... —explica pensando que no está seguro de cómo ha acabado todo el contrato con tantos cambios que ha habido.

—Lo volverás a ver aunque sea haciendo los trajes para los demás, seguro. ¿O qué hará? ¿Pedirlos a la costurera de la novia? —pregunta mofándose un poco porque eso es bastante ridículo.

—Decía que encontraría otro sastre —responde Francis un poco preocupado en realidad, mirando a Antonio de reojo.

—Seguro tú puedes dejar en ridículo a cualquier otro sastre. Y si no, me lo traes a comer antes de que vaya a trabajar y le haremos un buen plato de algo que le haga tirarse pedos toda la tarde y nadie más querrá trabajar para Kirkland el flatulento —decide Antonio muy en serio, a pesar de que sonríe. Francis se ríe.

—Leí su poesía toda la tarde —le cuenta con ensoñación, cambiando de tema.

—¿Por? Ah, sí, que estabas prisionero —recuerda, asintiendo con la cabeza, esperando la historia de eso.

—Estaba prisionero, oui. En su cuarto —suspira pensando en el dibujo que ha hecho y pasándose una mano por el pelo—. No lo sé...

—Anda, vete a casa y verás como todo irá mejor —palmadita en la espalda, porque piensa que ya está empezando a dar demasiadas vueltas a lo mismo y lo que necesita es dormir un poco y dejar de comerse la cabeza.

—Me iré a casa, pero no garantizo que vaya mejor... —le sonríe y se le acerca un poco—. Iré pensando en ese vestido.

—Mucha suerte... y gracias —le abraza. Francis le abraza también sintiéndose mejor con todo esto. Quizás sí que pudiera enseñarle algunas cosas al inglés... Antes tenía que poder confiar en él.