La noche. La NOCHE que ha pasado Arthur. Todas esas imágenes, pero más que las imágenes las sensaciones oníricas con una cara bien conocida. La sensación de las caricias, de la mirada, de uno y mil besos más como el de verdad. Se ha despertado con un sentimiento lujurioso como no puede recordar haberlo tenido nunca... asustado otra vez en cuanto es consciente de en qué se recrea su inconsciente.
Tras asearse e intentar calmar su cuerpo tratando de pensar en su futura esposa sin que eso realmente funcione se desespera aún más, debía ir a la iglesia ahora MISMO. Frustrado y nerviosísimo por no haber logrado lo que esperaba es que se viste y sale corriendo directo al lugar apenas sin desayunar.
El reverendo Kirkland, es el segundo en la línea de edad, es pelirrojo, pecoso y de ojos verdes como marca de la casa. Termina su breve oficio matinal y después del opíparo desayuno se topa con su hermano menor que ha entrado corriendo por el largo pasillo central de la iglesia de paredes altas y blancas, amueblado con bancos de madera brillante, como un huracán.
—P-Patrick —vacila Arthur al toparse a su hermano, de todas las personas del mundo, maldiciendo a su tremenda suerte.
—¡¿Por qué estás corriendo en la casa de dios nuestro señor?! —pregunta en una riña que en realidad él mismo no toma muy en serio, pero no desaprovecha ninguna oportunidad.
—Estoy... Patrick, ¡necesito ayuda urgente! —suplica urgido sin pensar. Estaba a punto de exclamar cualquier otro regaño absurdo cuando nota la súplica y la urgencia. Frunce un poco el ceño e inclina la cabeza.
—¿Qué pasa, larva? —pregunta con real curiosidad.
—Yo espero que no sea... —empieza pasándose la mano por el pelo y viendo el altar mayor de la abadía de Westminster, pero el apodo de cuando era niño le hace detenerse y volver un poco al mundo. Mira a su hermano con las cejas levantadas como si acabara de realmente verle y se sonroja.
—¿Eh? ¿Qué es lo que te pasa? —pregunta otra vez porque sabe bien que Arthur no viene a suplicarle ayuda por nada... Desgraciadamente nunca (con lo divertido que es que lo haga)—. ¿Ayuda para qué?
—¿Dónde está el otro reverendo? —pregunta Arthur aun nerviosísimo, dándose cuenta de a quien CASI le cuenta lo que casi le cuenta.
—¿Por qué respondes preguntas con más preguntas? ¿Ayuda en qué? —presiona Patrick dándo un pasito hacia él cada vez más intrigado.
—En algo para lo que necesito el otro reverendo, no a ti —responde Arthur dando el mismo pasito atrás con cara de susto y volviendo a mirar a todos lados buscando al nombrado.
—Ludwig no está —sospecho que miente, sin quitarse ni un pelo—, pero yo soy tan reverendo como él.
—Ya sé que lo eres pero... —le mira nervioso porque es que siente que esto es realmente URGENTE como si se volviera más homosexual a cada segundo que pasa... pero no puede decirle eso. No a él que es su hermano e iba a oficiar su boda en unas semanas.
—No hay peros. ¿Qué es lo que te pasa? —le mira de arriba abajo tratando de adivinar el porqué de tan extraño comportamiento—. ¿Están bien en casa?
—Sí, sí, es nada más un asunto personal —confiesa Arthur para tranquilizarle, levantando las manos y moviéndolas como si quisiera quitarle importancia a esto. Patrick suelta el aire vacila un poco y entrecierra los ojos.
—Pues si es tan urgente... Ludwig no volverá hasta la semana que viene, le daré tu recado —hace ademán de girarse esperando que, por supuesto, le detenga y se lo cuente.
—¡¿La semana que viene!? —chilla Arthur desesperado, porque no puede esperar tanto de ningún modo. Patrick sonríe un poco y deja de moverse.
—Sí, se ha ido a... Bonn. Eso es. Así que... Dime qué es lo que necesitas y veremos si se puede arreglar. Camina conmigo —le invita con un gesto de la mano, sin dejar de sonreírse.
—No te ofendas, pero prefiero a alguien que se tome en serio el secreto de confesionario para esto —da otro pasito atrás, mirándole asustado.
—Eh, eh... Espera —levanta las manos y le sonríe—. Vale, está bien que sea un hermano mayor un poco desalmado, pero no me acusarás de ser un mal reverendo. Además... estoy obligado. Ni siquiera es por gusto —le recuerda como si con eso fuera a tomarle en serio.
—No, prefiero no arriesgarme. Iré a otra iglesia, ni siquiera sé para qué he venido aquí —es que se lo imagina perfecto diciéndolo en voz alta a mitad de la ceremonia como motivo por el que no se debe celebrar la boda.
—Arthur, por el amor de dios... Puedes decirme que cometiste un crimen y asesinaste a mi propia madre... —hace los ojos en blanco—. Que no puedo decir nada... ¿De verdad vas a ir a otra iglesia desconocida? Es bastante absurdo. Y me quedo más picado yo con tu problema...
Arthur le mira y traga saliva.
—¿Qué sabes sobre posesiones demoníacas? —pregunta aparentemente en una línea completamente distinta de pensamiento, aun con el discurso que se le salió en la noche grabado a fuego en el cerebro. Patrick levanta las cejas sin esperarse eso.
—Posesiones —el tono de voz es bajo y misterioso ahora, pero parece más serio—. Lo bastante.
—¿Sabes practicar exorcismos? —pregunta en confidencia acercándosele un poco, mirando el suelo. El reverendo parpadea y se lleva la mano al mentón. Frunce el ceño y los labios.
—Depende —decide, porque requiere más información y este es un buen método para conseguirla, además todas las cosas mágicas y demoniacas, siempre les han llamado la atención a todos los niños Kirkland.
—¿De qué? —pregunta Arthur que realmente no tiene mucha idea de cómo funciona, porque ha leído un millón de libros al respecto que cada uno explica una cosa distinta y tiene por filosofía de vida no creerse nada que le cuenten sus hermanos sobre absolutamente nada, así que por mucho que Patrick hubiera podido hacerles una catedra sobre esto él hubiera asegurado que solo eran cuentos para asustarle.
—Antes hay que saber si es o no una posesión hay que confirmarla y... Bueno, verla —explica Patrick más serio de lo que realmente podría estarle tomando cualquier otro reverendo.
—¿Qué? Por el rey, esto es tan estúpido —protesta recordando de repente su propia falta de fe al notar el tono místico de su hermano—. No sé qué hago aquí si yo ni siquiera creo en todo esto.
—Arthur... No seas blasfemo. Vamos afuera a que me fume mi pipa y me cuentas todo bien —decide Patrick porque sí parece un caso tremendamente interesante. No es muy común que alguien tenga posesiones demoníacas y le hablen de ello, además normalmente suele ser efecto de alguna droga o enfermedad, no de un verdadero demonio. Lo cual es sumamente aburrido.
—No, no... esto es muy idiota, debería estar viendo al doctor, no a ti —sigue Arthur llevándose las manos a la cabeza, porque además, evidentemente confía mil veces más en Vash que en Patrick y él mismo le dijo que todo esto era una enfermedad, ninguna cuestión de fe o no. ¡Cielos! ¡Él se consideraba un hombre de ciencia y de pensamientos elevados! ¡No un creyente borrego que buscaba cualquier explicación en un designo divino inescrutable!
—¿Tú? —levanta más las cejas aún—. ¡¿Qué?! Ven acá —tira un poco de él intentando que salgan.
Arthur se deja, claro, demasiado agobiado con todo, aun pensado, con las manos en la cara, sonrojándose cada vez que una de las imágenes de sus sueños vuelve a su mente.
—¿Qué está pasando? ¿Eres tú? ¿Te sientes mal? —pregunta Patrick una vez están fuera, porque eso sí que no lo esperaba, ¡que su hermano fuera el poseído!
—Sí... no, no, en realidad... es decir... —vacila Arthur sin saber qué responder, con la cabeza hecha un absoluto embrollo. Patrick le arrastra con cierta violen... Fuerza a una banca de madera húmeda debido a la constante niebla de Londres, alejada de la entrada y bajo un árbol que, por cierto, es su favorita para leer.
—Escupe, ¿qué es lo que te pasa? —y aunque lo que dice es agresivo, Arthur debe ser capaz de notar que, bueno, hay niveles de agresión y este es uno particularmente bajo.
—No es... no... —le mira a los ojos, nervioso.
—Cualquier mierda que sea no se la voy a decir a nadie si es confesión —puntualiza el reverendo de la boca sucia, sintiéndose un poco más cómodo de ser él mismo fuera de la iglesia.
—Ni siquiera estamos en la iglesia —nota Arthur mirando alrededor y revolviéndose sentado.
—En el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo —se acomoda la sotana al cruzar las piernas.
—Patrick! —protesta porque toda la liturgia es algo que le pone los pelos de punta.
—Archidiacono Kirkland para ti, jovencito. Di las palabras, "confiesome, padre, que he pecado" —sigue el mayor haciendo caso omiso.
—C-Confiesome padre que... esto es realmente estúpido —empieza de nuevo dejándose llevar un poco y quejándose a la mitad sin poder evitarlo.
—¡QUE HE PECADO! —le riñe Patrick porque ese final no sirve.
—Q-Que he pecado, confieso que he pecado —repite Arthur solo para acabar con esto, ya que no parecen ser muy eficaces sus protestas.
—Hijo mío, cuéntame, ¿qué ha pasado? —sigue el reverendo en tono solemne, como si estuviera actuando en una obra de teatro un papel muy importante.
—Mi hermano me está obligando a confesarme, padre —suelta Arthur sin poder evitarlo, sonriendo un poquito.
—Tu hermano te... ¿Qué? ¡No te estoy obligando a nada! —protesta Patrick al notar lo que ha dicho.
—Escucha, esto es... mira... es que... —lo está intentando, pero es que cada vez que le ve se sonroja de solo pensarlo.
—Suéltalo, así como lo piensas —hace un gesto con la mano y se recarga en la banca hacia atrás, levanta la vista.
—Es que no sé lo que pasa, ¿vale? —explica girando la cara, nervioso, porque quizás es más fácil si no le ve.
—Vale... ¿Con respecto a quién? ¿O a qué? —pregunta con más paciencia ahora que parece que coopera.
—C-Con u-una... p-persona —susurra completamente incomodo, escondiendo las manos entre las rodillas en una postura corporal completamente defensiva.
—¿Aja? ¿Y qué pasa con esa persona? —"Oh, cielos", piensa para sí.
—Qué yo... que... é-él... —vacila otra vez mirándose las manos sin saber realmente como abordar esto, sintiendo un nudo en el estómago del miedo que le produce.
—Aja? —le mira de reojo.
—Que hicimos... yo... tuve... una especie de... ¿Crees que podría haberme poseído un demonio? —decide mejor preguntar en vez de contarle la parte incómoda, mirándole a la cara de nuevo.
—Imposible saberlo si no me dices qué hiciste y con quien —responde de nuevo, taxativo.
—Pues me dio un arrebato de repente, empecé a decir un montón de cosas —vuelve a bajar la vista, recordando el momento.
—No parece que te haya poseído un demonio... ¿Solo dijiste cosas? ¿En latín? —pregunta, porque además los demonios en sus novelas suelen hablar en latín, que nadie crea que él no ha sido fuertemente impresionado por los libros.
—No, no, en inglés, pero parecía que daba un sermón de misa —describe volviendo a mirarle, sin considerar en absoluto rara esa pregunta.
—Bueno, esas cosas te pasan a veces. Parloteas y parloteas y crees que alguien te escucha, pero no —sonríe un poco en burla.
—¡Sí me estaba escuchando alguien! —chilla en defensa como siempre que uno de sus hermanos ocupa ese tono.
—¿Quién? —pregunta Patrick inclinando un poco la cabeza.
—¡P-Pues él! Ehm... esa p-persona que... estaba conmigo —Arthur vuelve a apartar la cara, nervioso.
—Eso me deja más claras las cosas —responde el reverendo con sarcasmo.
—¡Pues es irrelevante! Fue solo... ¡es alguien! Ni siquiera es importante, un amigo. No, no es mi amigo, ni siquiera me cae bien. Le odio, en realidad —asegura Arthur muy nervioso, tratando de convencerse a sí mismo más que nada. Patrick parpadea.
—A... ja. Alguien a que odias te escuchaba... ¿Y qué le decías? —repite solo para estar seguro y pregunta con curiosidad.
—Que era un pecador... —resume sin mirarle.
—Le juzgabas —le acusa.
—S-Sí —confiesa apretando los ojos.
—Tsk tsk tsk. No juzgar al prójimo es parte de las reglas básicas. Dime... ¿Qué hacia él para pecar? —pregunta de nuevo, interesado, para que continúe la historia.
—No juzgar... ¡pero está enfermo y no quiere curar! —exclama defendiéndose.
—¿Enfermo de qué? —parpadea sin esperarse eso.
—Eso no importa... —vuelve a girar la cara sin querer decírselo, sonrojándose nada más de imaginar que le pregunte como es que él puede saber eso y tener que explicárselo.
—¿No quererse curar de una enfermedad es un pecado? —pregunta de forma retórica.
—¡Pues es como mínimo una estupidez! —protesta de todos modos, porque esto es un desastre.
—Pues ya podrías haber intentado convencerle en lugar de juzgarle —le riñe frunciendo el ceño al notar que no suelta prenda alguna.
—¡Lo hice pero no quiere! —vuelve a exclamar acusica, defendiéndose a sí mismo.
—¿Y qué pasó después de darle el discurso? —decide intentar sacar más información por ahí.
—Le... —se sonroja más—. No lo sé. Sentí como si me poseyera... —nota lo que ha dicho—. ¡UN DEMONIO! —aclara en un grito absolutamente culpable. Patrick parpadea otra vez—. Y-Y-Yo... —se echa para atrás, sonrojadísimo y con los ojos como platos—. T-Tal vez... —gira la cara. El reverendo levanta las cejas otra vez.
—¿De qué está enfermo? —vuelve a preguntar, porque nada de esto parece tener ningún tipo de lógica, pero es obvio que Arthur está muy preocupado y avergonzado.
—¡Eso no importa! —chilla y aprieta los ojos.
—Sí que importa, ¡más aún si te contagio! —exclama de vuelta, preocupado.
—No, no lo hace... ni siquiera debería estar hablando contigo —responde calmándose un poco a sí mismo y aprontando los ojos con hartazgo y preocupación, de nuevo pensando que debió ir con el médico, que obviamente no fue ninguna posesión demoníaca de ningún tipo.
—Pero creíste estar poseído, es decir, te asustó lo bastante... —discute Patrick porque en el fondo sí que sabe que todo esto es muy anormal y debe haber algo realmente fuera de lugar aquí.
—Pues... —vuelve a apartar la cara, sonrojándose sin querer decir mucho más.
—Y después de poseerte el demonio... —decide volver a empezar, Arthur le mira escuchándole al notar que no incide—. ¿Qué pasó?
—Salí corriendo de ahí directo a casa —susurra mirándose las manos, jugando con ellas en la falda, nervioso. Patrick parpadea un poco y le mira de reojo.
—¿Y que sentiste con la posesión? —pregunta de nuevo y empieza a fantasear, tal vez si esto no era una broma idiota de su hermano y lograba liberar un alma del demonio, podía convertirse en un reverendo exorcista de la iglesia británica. Así le llamarían de distintos puntos del país para hacerse cargo de fenómenos paranormales y viajaría por todos lados habiendo visto mucho más que cualquier humano mundano resolviendo casos de almas fantasmas y demonios, luchando contra la fuerzas oscuras, lejos de su mujer y su familia idiotas, sin tener que escuchar cómo es que las abuelitas le piden que rece para que se les vaya tal o cual dolor.
—Q-Que... que me apetecían y m-me gustaban cosas que... n-no debían —susurra Arthur sacándole de sus pensamientos, muy muy avergonzado.
—¡Oh! —levanta las cejas otra vez porque eso le llama la atención —. ¿Cosas como cuáles?
—¡Eso no importa! —chilla de nuevo y se tapa la cara con las manos.
—¡Si que importa! ¿Cómo voy a saber si esto es una posesión demoniaca o no? —protesta porque sí parece una posesión demoníaca y el estúpido Arthur iba a echarlo todo a perder con sus tonterías. ¡Como tuviera que oír a una viejecita más por su culpa se iba a enterar!
—¡No lo sé! —chilla de nuevo sin sacarse las manos de la cara, porque el imbécil de Patrick solo hace preguntas muy complejas sobre los temas inadecuados.
—Sí lo sabes, tienes que contármelo todo. Como estabas tú... Como... Espera. ¿Él esta poseído por el demonio? —abre los ojos como platos de repente con esta posible opción, tal vez se trataba de una especie de plaga que se extendía como una enfermedad ¿Había leído alguna vez algo como eso?
—¿É-Él? tal vez... —vacila pensándoselo, mordiéndose un poco el labio, valorando que en todo caso, más que estar poseído, debía tratarse del propio demonio, una tentación lujuriosa como la propia Salomé.
—Deberíamos ir a verle —decide, dispuesto a dilucidar mejor este caso sin las tonterías de Arthur poniendo trabas a todo y no queriendo responder sus preguntas.
—¿Qué? ¡NO! —exclama taxativo tensando toda la espalda de golpe del propio susto.
—¡Desde luego! Si esta poseído hay que actuar de inmediato —decide, dando un golpe con una mano en la palma de la otra, convencido y resuelto a ello.
—De hecho no debe estarlo, debe ser el propio demonio —comenta siguiendo con su línea de pensamiento anterior y consigue aún más levantamiento de cejas.
—¡Más aun a mi favor! —hasta le brillan los ojos con la perspectiva.
—Quiero decir... no es el demonio que me poseyó, él es... es decir, no me poseyó... yo... —protesta haciéndose un lío de los nervios, sobre todo con el doble sentido aplicable al término de la posesión en sí en este contexto.
—¿Es él, que es el demonio, el que te poseyó? —pregunta Patrick confundido ahora con la vacilación.
—¡NO! —echa para atrás sonrojado de muerte pensando en el beso y en lo que pasó después de la ópera.
—No te estoy entendiendo NADA, Arthur —confiesa su hermano mayor completamente perdido.
—No... Ya lo sé. Esto no me está ayudando de todos modos —se lamenta el menor, que está sacando muy poco beneficio para el esfuerzo que está resultando hablar al respecto.
—Pero me preocupa y considero que deberíamos ir a ver a quien crees que tiene el demonio dentro, es importante contener este tipo de cosas a tiempo —se levanta muy resuelto aún en sus fantasías.
—¡No! Solo va a servir para que se ría de ti y de mí... y decline la ayuda —responde el menor mirándole sin levantarse siquiera.
—¿Reírse? A mí me tendrá miedo —asegura sonriendo de lado confiado y cruzándose de brazos.
—Seguro que no —se lleva las manos a la cabeza, realmente preocupado.
—Sí que me lo tendrá, porque yo con la fuerza de dios puedo erradicar a los demonios —le da unas palmaditas a la espalda. Arthur le mira de reojo nada convencido—. Anda, no pasa de que no sea un demonio y vengamos de regreso —le da un golpecito más y hace un gesto con la mano porque le parece una divertida aventura.
—No... No. No quiero que... no. Esto no tiene sentido —responde negando, sin levantarse todavía.
—¿Por qué no? Crees que hay alguien que es un demonio, vienes a decírmelo, te digo que vayamos a verlo. Tiene todo el sentido del mundo —enumera intentando convencerle.
—Me he dejado llevar por el pánico... no puede serlo, no existen los demonios —responde descubriéndose la cara y mirándole muy en serio.
—¡Claro que existen! —exclama de vuelta igual de serio, como si eso fuera una blasfemia y casi hubiera dicho que es dios el que no existe… de hecho, puede que eso hasta se lo tomara mejor.
—No, solamente es un hombre enfermo que necesita mi ayuda... no la tuya, eso seguro —suspira mirando un punto fijo en el suelo, pensando de todos modos en marcharse, se levanta.
—¿Enfermo de qué? —le mira su hermano con curiosidad.
—De algo que no te voy a contar porque serías incapaz de entenderlo y no quiero una caza de brujas —responde mirándole a los ojos.
—¡Incapaz de entenderlo, me dice la larva! Vienes aquí y me hablas de posesiones diabólicas y luego dices que no quieres una caza de brujas —exclama Patrick incrédulo más como si le hubiera dicho que no le va a dejar que como si realmente Arthur se hubiera vuelto sensato.
—¡No es que le esté protegiendo! —asegura a pesar de que nadie lo ha acusado de ello, defendiéndose.
—¡Le estas protegiendo, desde luego! —replica el mayor, frustrado.
—¡NO! —se sonroja con la acusación.
—Bueno ¿y a ti qué te ha dado por proteger a todo el mundo? ¿No estabas estos días justamente protegiendo también ridículamente al sastre? —sigue, porque algo oyó por ahí.
—¡NO LE ESTOY PROTEGIENDO TODO EL TIEMPO! ¡TE DIGO QUE AHORA NO LE PROTEJO! —chilla de nuevo sin pensar en lo que dice.
—¡Pues sí que proteges al enfermo que requiere un exorcismo! —discute el mayor, por suerte poco observado para entender realmente lo que significa eso.
—¡Que no lo hago! —aprieta los ojos, los puños y da una patadita al suelo.
—Ridículamente, además... Lo cual recae en lo absurdo. Quizás si estés enfermo al final —valora mesándose la barbilla.
—¡No lo estoy! —vuelve a chillar asustándose de verdad por estarlo.
—Mira como chilla la larva —se ríe.
—¡No estoy chillando! ¡Y no tiene nada que ver con el sastre que ni me gusta! —sigue en su peligrosa línea de pensamiento por los nervios.
—No te gusta... Pero es tu nuevo mejor amigo —se ríe igual, acusándole todavía.
—¡No lo es! —replica sintiéndose como un niño pequeño, hasta vuelve a patear el suelo.
—Sí lo es, Wallace me lo ha contado —responde mirándole hacer, tan cruel.
—¡Wallace no tiene ni idea! —asegura porque a cual peor.
—¡Está perfectamente informado! —discute sin saber si eso es cierto, pero todo sea por verle lloriquear.
—Que va a estarlo —ojos en blanco.
—Pues a mí me contó que estaba ahí cuando le defendiste heroicamente a pesar de estar "robando". Le tenías en tu cuarto —le acusa de nuevo y el pequeño se sonroja de muerte—. Ja!
—Yo no... Yo... ¡No le tenía en mi cuarto! —chilla de nuevo contra toda evidencia.
—¿Pues no fue ahí donde le encontraron? —pregunta ahora parpadeando, porque no está tan seguro en realidad.
—P-Pero... pero... —vacila sin saber cómo responder ni cómo salirse de esta, dando un paso atrás.
—¡Ves! —es que ni remotamente se está imaginando lo que pasó—. ¡Anda, confiesa!
—Y-Yo no... yo... no... no ya... yacimos ni... yo —¡es que eres un maldito reverendo!
De hecho creo que justo por eso es que no se lo imagina siquiera. Ejem... Patrick con la mente blanca. Pff
—¡Suéltalo que ya todo el mundo lo sabe! —presiona.
—¡No lo sabe nadie! —chilla de vuelta otra vez, asustándose más.
—¡Pues lo sabe Dios y es tu obligación cristiana el confesarlo! —de hecho es que Patrick siempre quiere sacar a todos en confesión cualquier cosa. Ve que se incomoda: ¡CONFIESA!
—¡Dios no...! —se detiene de gritar existe como siempre.
—¿Dios no? ¿Crees que no lo sabe? ¡Dios todo lo ve! —hace aspavientos con las manos.
—Entonces no tiene sentido contártelo a ti, ya que ya lo sabe —le devuelve su misma lógica intentando escaparse de este modo.
—Sí que lo tiene, el fin de esto es que lo confieses, no para informárselo a él, tonto, sino para recibir su perdón por medio mío —explica con el hastío de alguien que ha repetido esto un millón de veces.
—N-No estoy seguro de querer su perdón —decide, girando la cera otra vez para no mirarle.
—¡¿Pero qué estás diciendo, Arthur?! ¡¿Cómo no vas a querer su perdón!? Además vas a casarte pronto, necesitas confesarte —Patrick se hizo cura ESPECIFICAMENTE para esto.
Arthur cae en la cuenta del hecho. ¡Va a tener que confesar sí o sí tarde o temprano! ¡No van a dejarlo que se case! Calma, calma, se pide a sí mismo, todo esto de la ira de Dios es mentira, nada más tiene que... no decirlo y ya. ¿Pero y si este era el castigo de Dios por andar diciendo esas cosas horribles?
Patrick le mira cruzado de brazos con cara de saber que... Esta es una maldita excelente forma de conseguir que la gente se sienta presionada. Sonríe un poco para sí y le sigue mirando.
—¡Pero no voy a confesar contigo! —decide Arthur a la desesperada, tendría que haber alguna ley que regulara esto.
—Lo siento por ti —hace los ojos en blanco.
—¿Qué sientes? —pregunta frunciendo el ceño a eso, pensando que es una especie de amenaza.
—¿Con quién vas a confesarte? ¿Con Ludwig? —le sonríe negando con las cabeza—. Estás olvidando un factor.
—¿Cuál? —frunce aún más el ceño.
—Yo soy tu hermano —le despeina un poco.
—¡Pues por eso! —intenta escaparse.
—Nah, siempre es mejor confesarte con alguien que te conoce, hermanito —responde él medio riéndose, de buen humor.
—¡Claro que no! —discute, porque tiene un alma discutidora nata, pero cualquiera con unos hermanos como los suyos estaría de acuerdo con él.
—Mucho mejor que estar contándole tu vida íntima a cualquiera —se encoge de hombros, porque bueno, esa también es una verdad como un puño en la que todos los miembros de la familia creen un poco.
—Y que me mires toda la vida SABIÉNDOLO —niega con la cabeza porque sabe bien qué es lo que sabría y como es que le miraría, se burlaría y comentaría señalándole—. Ni borracho.
—¿Tan malo es? —levanta las cejas con eso.
—¡No es porque sea malo! —se sonroja porque evidentemente que es porque es tan malo, de hecho no es que sea tan malo, es que es PEOR en su opinión—. Es… incómodo.
—Bueno, todo puede ser incómodo. En realidad ahora estoy preguntándome a mí mismo si todo esto no será un ardid para evitar la boda —cae en la cuenta de repente, porque no sería la primera vez y Wallace ya intentó algo parecido cuando le tocó a él, aunque prefirió intentarlo con una rara enfermedad crónica, no con una posesión demoníaca.
—¡Justo estoy intentando salvar la boda! —protesta indignando porque nadie parece entender un pimiento de lo que hace.
Al reverendo se le borra la sonrisa y le mira con mucha seriedad. El escritor parpadea, tensándose un poco sin saber muy bien lo que acaba de decir.
—¿Me estás diciendo que algo que hiciste puede poner en juego tu boda? ¿Fuiste a un prostíbulo o algo? —pregunta realmente preocupado ahora.
—P-Pro... ¿prostíbulo? —se sonroja y se acuerda del beso.
—Sí, a tirarte a una mujer. No me digas... Adivino —responde y se masajea las sienes con la idea terrible.
—T-Tirarme a... u-una… —vuelve a balbucear Arthur, incrédulo, sin saber de dónde ha sacado su hermano esa idea, sintiendo que quizás no es una tan mala.
—Prostituta. ¿De dónde la has sacado si no? Con quien es que tu... Ohhhhh! —grita Patrick al hacer una deducción en su cerebro sobre cómo puede haber funcionado todo el asunto.
—¿Qué? —se tensa al notar el camino que lleva esto.
—¡El sastre! ¡Tu amigo! ¡Es tu amigo por eso! —exclama acusándole como si acabara de descubrir el asesino en una novela de policías.
—¿QUÉ? —se asusta aún más pensando que ha descubierto que no fue precisamente un problema con una prostituta.
—¿Quién, que sea respetable, puede llevarte a un prostíbulo? ¡Nadie! Pero el chico este al que defiendes seguramente puede llevarte a camino del mal sin que nadie lo note —da una palmada con el dorso de la mano, tan contento por haberlo descubierto.
—E-El sastre llevarme a... —vuelve a balbucear intentando seguir la línea de pensamiento.
—¡Deja de repetir en balbuceos todo lo que digo! —Patrick regañando a Arthur... Lo que hace la sotana.
El menor se calla notando que sigue con su idea de las prostitutas, que aunque mala, no es tan desastre como la verdad, así que en realidad es una suerte y lo arregla todo.
—Sí. Justo eso... debes decirle a Madre que le despida —asegura con convicción, mucho más aliviado… por fin podría sacárselo de encima.
—¡Eres un idiota! —parpadea y le mira con el ceño fruncido.
—¿Qué? ¡He confesado! ¿No es lo que querías? —protesta porque ahora si que ya no entiende nada.
—Sí, ya lo sé. Pero eso ha sido una idiotez —protesta, porque se había hecho a la idea del exorcismo y todo eso.
—Pues... yo qué sé —gira la cara, incómodo—. ¿No decías que no ibas a juzgarme?
—¿Y quién es el enfermo? No sería la prostituta, ¿verdad? —pregunta el mayor suspirando y mirándole inclinando la cabeza antes de reírse un poco.
—¡No! —se lleva las manos a su asunto como un acto reflejo—. ¡Él es el enfermo, ya te lo he dicho! Es... un adicto al sexo. ¡Eso es!
Patrick levanta las cejas y eso no va a ayudar necesariamente en tu caso con tu madre, pero vale... Es lo primero que se le ha ocurrido.
—¿Adicto... Al sexo? ¿Eso existe? —pregunta completamente alucinado porque nunca había oído sobre algo semejante… y lo siguiente que hace es preguntarse a sí mismo si no estará sufriendo también esa dolencia en la ignorancia.
—¡Patrick! —protesta otra vez Arthur sacándole de sus pensamientos sobre si su mujer, Cecil, es realmente demasiado frígida o el problema es suyo.
—Vale, vale... Dios mío, un adicto al sexo en casa. Sí que voy a hablar con madre y con padre, seguramente ellos serán los que le echen —comenta el mayor volviendo en si, empezando a preocuparse ahora por cosas serias de verdad.
—¡Espera! ¡Espera! ¡No pueden echarle, solo es que no se acerque a mí! —le detiene Arthur notando que se está pasando y sintiéndose de nuevo mal por el pobre hombre con su padre muerto y el montón de deudas heredadas… y todo el mundo tomándole el pelo. ¡Pero es que es imposible conseguir el perfecto término medio!
—¡¿Cómo que no pueden echarle?! ¿Insinúas que Madre puede convivir con un depredador sexual? —pregunta Patrick escandalizado solo de las escenas que se está imaginando en solo un segundo… de verdad que nadie sabe cómo es que no va a ir directo al infierno por muy reverendo que sea.
—Pues... es que el pobre hombre... su padre murió hace poco ¡y no te imaginas como trataron de engañarle con los impuestos y las herencias! —explica, porque si que le agobia todo ese asunto y esto es todo un desastre de proporciones épicas.
—¡Ahora le estás defendiendo de nuevo! —le acusa de nuevo Patrick sintiéndose un poco mareado. Arthur se calla y se sonroja, atrapado—. ¿Ahora tienes de amigo a un adicto al sexo?
—¡No es mi amigo! —vuelve a protestar sintiéndose acorralado con todo el tema.
—¡Pues le defiendes y Wallace dice...! —empieza de nuevo con sus argumentos hasta que Arthur le corta.
—Wallace no tiene ni idea. ¡Y tú tienes que guardar secreto de confesión! —le recuerda señalándole con el dedo, porque eso es muy importante.
—¡Tú me has dicho que le pidiera a madre que lo echara! —se defiende Patrick notando de nuevo la inconsistencia general de todo.
—Solo que me apoyes para que no se me acerque —decide matizar un poco mejor al respecto de sus deseos.
—Arthur —razona mirándole a los ojos con semblante serio y solemne—. ¿¡Cómo puedes suponer que voy a permitir que el muchacho no se te acerque a ti, pero si se les acerque a todos los demás, incluido a mí!? Para quien está haciendo los atuendos de la boda.
El nombrado se queda con la boca abierta porque en realidad eso sí tiene sentido que le de miedo ya que todos son hombres... aunque no tiene nada que ver con el sexo.
—¡Hablamos de un muchacho depravado! Quizás padre se descuide y ataque a nuestra madre —dramatiza el reverendo imaginándose ahora el mismo asunto que iba a llevarle antes al infierno, pero con su madre.
—¡No va a atacar a Madre! —protesta Arthur que se está imaginando algo bastante parecido, con más horror que asco.
—¿Por qué no? !¿Estás completamente seguro de ello? —pregunta mirándole con intensidad.
—¡Sí! —responde sin lugar a dudas, horrorizado con la idea,
—¡¿Cómo vas a estar seguro de eso siendo un depravado pecador?! ¡¿Cómo puedes de verdad querer siquiera que vuelva a entrar a casa?! —sigue preguntando, histérico ahora con este posible potencial problema.
—¡Porque madre es una mujer!... mayor. Es una mujer mayor —salva el tipo en el último segundo.
—No es TAN mayor —replica... Y sonríe sin poder evitarlo—. Le diré que has dicho eso y va a morirse —se burla cruelmente.
—¡No! —responde Arthur asustándose.
—Vale, basta, deja de distraerme —mueve la cabeza y las manos intentando centrarse en el tema importante.
—Me voy —decide el menor de repente y se echa a andar hacia ninguna dirección definida.
—Eso no me resuelve —protesta Patrick siguiéndole.
—¿Yo a ti tengo que resolverte? ¿Quién es el reverendo? —pregunta retóricamente deteniéndose de nuevo y mirándole.
—Tú tienes que resolverme a mi qué pretendes hacer con el sastre y así yo sabré si debo o no hablar YO con padre —responde el mayor.
—¡Ni siquiera me has ayudado con mi problema principal! —vuelve a acusarle Arthur que nunca se cansa.
—¡Porque tú no te dejas ayudar! —se defiende Patrick que también es infinito.
—¡Pues tú solo quieres ayudarme hablando con Padre!
—¡Te ofrecí antes irle a ver y ayudarte directamente con él!
—¡Ya te dije que él no va aceptar nuestra ayuda! —protesta, aunque piensa que esa sería una excusa para verle... y no yendo solo, después de lo de ayer, aunque le da mucha vergüenza.
—Podemos intentarlo. Son dos cosas las que creo que tenemos que hacer en paralelo. Uno es darle ayuda, otro es alejarlo de la casa —explica enumerando con los dedos, sonriendo un poco.
—¿Qué clase de ayuda es echarlo como si fuera un apestado? ¡Eso es hipócrita! —responde de nuevo tratando de buscar el balance correcto entre lo suficientemente lejos para no contagiarle, pero lo suficientemente cerca como para que siga recibiendo su salario.
—Es alejarlo de la familia. ¿Qué harías con un leproso? —pregunta Patrick para quien parecer ser que este caso es equiparable.
—Tú eres un estudioso de Dios, ¡tú sabrás lo que haría Jesucristo! —responde Arthur acusándole un poco. Patrick aprieta los ojos.
—Vamos a verle y luego a decirle a padre, aunque no lo eche... Al menos que se cuide —decide el reverendo tras esas palabras que sí han funcionado.
—V-Vamos a verle —responde un poquito inseguro aun sin saber ni cómo va a enfrentarle y a mirarle a la cara después de los sueños de ayer.
—Vamos entonces —asiente juntando las manos y yendo hacia el carro donde Arthur lo ha dejado. Este le sigue, pasándose una mano por el pelo tan nervioso ahora que sabe que va a verle pensando en qué le va a decir, tremendamente preocupado por si se ve o no bien, de repente, ya que se ha vestido a toda prisa. El subconsciente te traiciona Arthur.
