—Patrick, no podemos ir sin avisar, tal vez esté en Fleet Street —advierte Arthur recordando lo otro que pasó ayer noche de repente, siguiéndole.
—Quizás lo atrapemos en el acto, sería mejor —saluda a lo lejos al reverendo Beilschmidt, habiendo olvidado por completo que le había dicho a Arthur que no estaba—. Voy por mi sombrero y mi gabardina.
—No vamos a atraparlo en el acto en los juzgados de Fleet Street —saluda también sin prestar mucha atención ni recordar lo que le ha dicho.
—¿Que va a estar haciendo en Fleet Street? —pregunta Patrick distraídamente entrando a la sacristía.
—Ya te lo he dicho, habrá ido a pedir copias y rectificaciones de los documentos relacionados con la defunción de su padre. Yo mismo revisé las cuentas —explica Arthur mirando todo de la pequeña estancia de paredes de gruesa piedra calcárea y vetustas puertas de madera que parece más bien una biblioteca. El mayor vuelve a mirarle.
—Estás de buen samaritano con él, por lo visto —comenta quitándose la ropa de la liturgia y poniéndose la gabardina sobre su habito más sencillo, solo con el alzacuellos.
—Es increíble lo que pueden llegar a hacer esos lobos con alguien que sufre y no sabe defenderse jurídicamente, espero que no le hayan puesto pegas —sigue Arthur sin prestarle más atención mirando una pequeña estampa de la virgen sobre la mesa.
—Hay quien dice que justamente para eso trabaja el estado. ¿Ahora eres presidente de un movimiento del proletariado? —pregunta quitándole la estampilla de las manos y haciendo un gesto para que salga.
—¡No! Pero soy notario público, se supone que cualquier persona puede consultarme —se defiende sonrojándose un poco y soltando la estampilla.
—Pues no es así, hay gente que lo pasa mal y se muere de hambre justamente por esos lobos —replica Patrick en un tono un poco sermoneante.
—Ya lo sé, por eso le ayudé —replica Arthur poniendo los ojos en blanco y girándose para volver a salir a la gran nave de la iglesia.
—Bien, puede que te hayas ganado mi simpatía el día de hoy, Arthur —asiente conforme dirigiéndose a la salida. El menor sonríe un poco y le sigue hasta que se montan al carruaje que ha traído antes Arthur, en dirección a los juzgados.
Sentado en la parte señorial del vehículo trata de aplacarse el pelo anudándose de nuevo el pañuelo por enésima vez. El reverendo Kirkland saluda a todos los feligreses con su sonrisa afable... Jaaaa no, no es verdad. Saca un libro de su bolsillo y se pone a leer.
—¿Qué vas a decirle? —decide preguntar el menor de repente sonrojándose un poco porque no ha pensado en lo absoluto lo que van a hacer y en realidad se siente un poco ridículo de resolver esto asiéndose a las sagradas escrituras de las que tan mal ha hablado siempre..
—Lo que me has dicho, intentaré regresarle a los caminos del señor —explica Patrick distraídamente, con la vista perdida en su libro.
—¿Pero cómo? —insiste Arthur. Patrick le mira y es que la verdad no suele tener mucha idea, Ehm... ni tacto, suele improvisar.
—Pues así, directamente —responde llanamente.
—Ya te he dicho que no quiere —discute el escritor porque se imagina perfecto a Francis muriéndose de la risa y luego acusándole de después de todo no ser realmente un hombre de mente tan abierta como pretende hacer creer a todos.
—¿Le has dicho tú? Quizás puedas decirme las cosas que has hecho tú —y yo me dé una idea...
—¿Qué? —Vuelve a sonrojarse pensando en el beso y en que definitivamente NO piensa contarle nada de eso, ni tampoco de la primera noche después del fumadero de opio.
—Pues sí, ¿qué cosas hiciste? Para no hacer lo mismo —especifica el pastor, inocente en este momento.
—¡Yo no hice nada! —chilla defendiéndose sin entender las verdaderas intenciones de su hermano mayor.
—¡Has dicho que sí! —le acusa señalándole con el dedo porque no tiene sentido que ahora diga estas cosas y esté a la defensiva.
—¡No! ¿Cuándo? —se echa para atrás pegando la espalda al asiento y se lleva las manos a la boca mientras se le arremolinan en la cabeza un montón de imágenes del besos, caricias, sonrisas, risas, miradas... sueños nocturnos y deseos que no está seguro que no sean recuerdos de la noche del opio.
—Me lo has dicho al confesarte —mira toda la expresión corporal, un poco descolocado sin entenderla—. ¿Estás diciéndome que no le has enfrentado?
—¿E-Enfrentarle? —parpadeo, parpadeo.
—Sí, ¡No lo has hecho, larva! —vuelve a acusarle medio riñéndole y cerrando el libro con el ceño fruncido.
—¿Pero a qué te refieres? —pregunta porque "enfrentar" no es exactamente el verbo que usaría para describir las acciones llevadas a cabo y eso le descoloca.
—¡Me mentiste al decirme que le habías dado un sermón! —protesta bufando un poco porque a nivel personal considera eso como uno de los peores pecados que se pueden cometer, (por supuesto, es lo que hacen que se entere de las historias a medias, lo cual le irrita un montón).
—¡Ah! No, no... sí se lo di —niega Arthur con la cabeza al ver cuál es la línea de pensamiento.
—¿Te he hablado ya de lo desquiciante que eres y de lo mucho que quiero sacudirte ahora? —protesta Patrick porque no para de cambiar la línea argumental de lo que está contando.
—¿Pero qué pasa contigo? —frunce el ceño sin entender, si le ha contado… casi todo ¡y bastante abiertamente!
—¡Todo lo dices revuelto! Y hay cosas que no me estás diciendo, ¡te conozco! —vuelve a acusarle frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos.
—¿Qué... a qué te refieres? ¿Qué cosas? —se tensa echando un poco atrás la cabeza y arqueando la espalda.
—Hace un segundo estabas pegado al asiento histérico, negándolo todo —explica escrutándole, intentando encontrar la explicación lógica.
—Pues pensaba que te referías a... otra cosa, ¡quién sabe qué! —replica rápidamente para que ni se le ocurra preguntarle qué otra cosa es.
—Lo que me preocupa es la otra cosa —arruga la nariz y abre otra vez su libro—. Algo no me estás diciendo.
—Tú no me estás diciendo tampoco que piensas hacerle —se devuelve intentando cambiar de nuevo de tema a uno un poco menos comprometido.
—Porque no lo sé —responde de nuevo con sinceridad.
—Jum... —se cruza de brazos y se vuelve a la ventanilla—. ¿Entonces por qué tanto interés en venir?
—Porque es un depravado sexual que trabaja para mi familia —responde como si eso lo explicara todo.
—¿Y? Yo me estaba encargando de eso. ¡Tú solo vienes por el chisme! —protesta Arthur enfadado porque Patrick está resultando completamente inútil para todos sus propósitos y cada vez están más cerca de volverle a ver después del beso y los sueños, así que se va poniendo más y más nervioso progresivamente a medida que se acercan.
—¿Has visto lo MAL que te encargas de esto? Me pediste que te ayudará a mantenerte A TI lejos de él sin que te importe nadie más —trata de defenderse, aunque si fuera sincero realmente con Arthur y consigo mismo aceptaría que sí, en gran parte viene por el chisme.
—Porque... porque los demás... los demás estáis casados —se excusa a la desesperada con lo primero que se le ocurre.
—¿Y? ¡Podría ir tras nuestras esposas! Quizás ya fue tras la de Wallace y por eso está tan enfadado —sonríe con su propio chiste.
—Ja, como si eso fuera a importarte en lo más mínimo. ¿Wallace está enfadado? —pregunta inclinando la cabeza porque no se ha enterado de eso.
—Seh, bueno, está enfurruñado porque dice que te portas mal. Porque no sabe lo que pasa —sonríe más y le mira—. Y claro que si me importan nuestras esposas, ¿por qué crees que no me importan?
—Dicen por ahí que hace meses que no... —sonríe maligno insinuando lo obvio, lo que insinúan todos con todos cada vez que hablan del tema sobre la evidente falta de vida sexual de los hermanos Kirkland.
—¿Wallace? —le mira de reojo y se sonroja un poco porque ahora no sabe muy bien de qué le habla.
—¡Tú! Wallace dicen que desde la boda —sigue, porque hasta que no se case no entrará en ese círculo burlón, así que de momento puede seguir beneficiándose de su posición.
—¡Qué tonterías estas diciendo! —protesta pensando que en efecto ÉL mismo casi no ha tenido nada de nada desde la boda. Aunque la veía poco en realidad.
—No soy yo quien lo dice... —se encoge de hombros sin deshacerse de su sonrisita molesta.
—¿Con quién hablas de esto? —pregunta frunciendo el ceño.
—Se oyen cosas —vuelve a encogerse de hombros.
—Pues más vale que te prepares, porque así es el matrimonio y la vida —bufa echándose para atrás en el asiento y girando la cara hacia la ventanilla porque este tema ya no le gusta.
—Claro, o tal vez eres tú que no... —gira la cara hacia el otro lado sin dejar de sonreír y hace un gesto levantando un dedo de una forma bastante gràfica.
—¿Yo? ¿Que no qué? —picado... ¿Este no era el respetable reverendo Kirkland?
—No sé... que tal vez la cara de asco de la mujer del pastor sea a causa del pastor —responde mirándole otra vez directamente a la cara.
—¡Ehh! No es verdad que tiene cara de asco... Todo el tiempo. Y no es mi culpa que ella solamente no... Pues no. Ehm, estamos intentando tener hijos, de hecho —están intentando... durmiendo cada uno en una cama diferente. Separadas.
—Y suena como si eso fuera un esfuerzo —se ríe, un poco tontamente, sonrojándose ligeramente porque todo esto aún es un poco… avergonzante, aunque lo hace sentirse muy adulto poder hablar de ello con sus hermanos como uno más.
—¡Cállate! Ya te veré a ti casado, insisto —replica Patrick picado y decide mejor cambiar de tema—. Volvamos mejor con tu sastre.
—Ya estamos, mira —señala la ventanilla el edificio con las rotativas de "El Chronicle" frente a los juzgados, que siempre le hace pensar cuanto es que hubiera preferido ser algo como periodista y escribir para ellos en vez de abogado—. Y no es mío —susurra con las mejillas hinchaditas y sonrosaditas refiriéndose al sastre.
—Algo no me has dicho... —indica mirando por la ventana hacia el otro lado de la calle el gran edificio gris que son los juzgados de Londres, cuando el carro se detiene.
—No sabes de qué hablas —responde bajando primero sin cruzarle la mirada de todos modos.
—No, sí sé. ¿Cómo sabes que es un pervertido? —pregunta de repente lo que parece ser una cuestión clave, sorprendiéndose a sí mismo no habérselo cuestionado antes.
—Pues porque... p-porque... por lo que has dicho antes —desvía la pregunta el menor corriendo a la puerta.
Patrick refunfuña algo por lo bajo dejando el tema. Arthur entra delante saludando a la gente que conoce, que son algunos y se acerca a los secretarios.
El sastre SÍ que ha ido ahí y lleva sentado en una silla afuera de una oficina, en el segundo piso después de que le marearan con que "aquí no es" vaya a la siguiente puerta, un buen rato esperando a que alguien le atienda.
El escritor les pregunta si ha venido un hombre rubio con acento francés pidiendo por unos documentos relacionados con una herencia. Todos le han visto a pesar de solo ser el sastre... Y es que ha pasado por todas las oficinas. Asienten y una chica le dice que debe estar en las oficinas arriba si no es que ya se ha ido.
Arthur se sonroja un poco, asiente y mira a su hermano de reojo para ir hacia allá.
El reverendo saluda a algunas personas que le saludan a él, sonriendo un poco maligno de reojo a su hermano. Sonrisa natural.
—¿Cómo pudiste ser notario, larva? Esto es aburrido —nota Patrick incidiendo con el dedo en la llaga como cada vez que se le presenta la oportunidad.
—Era la única profesión de letras que padre consideraba adecuada —susurra enfurruñado con esa pregunta cómo cada vez que se la hacen expresamente para fastidiarle, subiendo por las escaleras de mármol viendo todas las mesas de los contables y trabajadores cada uno con su lamparita y sus trabajos.
—Pues una cosa espeluznante y horrenda donde las hay —sigue como si no hubieran tenido esta conversación en un millón de ocasiones.
—No soy notario, soy escritor —replica Arthur como única posible respuesta que siempre da a todo el mundo que quiere escucharle.
—Ah, ya... Yo no soy reverendo tampoco, soy estudiante de la fe —se burla su hermano sarcásticamente.
El menor le mira de reojo y cuando entran al pasillo donde está sentado el sastre y le ve a lo lejos se sonroja automáticamente.
Francis se mesa los cabellos pensando que debería estar trabajando en lugar de perder el tiempo en esto... con la cantidad de cosas que ha de hacer. Arthur traga saliva y se arregla la ropa, pero roooojo, rojo.
—T-Tal vez no haga falta que hoy... e-es decir... —empieza a balbucear para Patrick, arrepintiéndose muchísimo de que haya venido.
—¿Por qué estás tan nervioso, larva? —pregunta este sin entender el cambio de actitud repentino.
—¡NO ESTOY NERVIOSO! —chilla y Francis le oye perfectamente en el pasillo en silencio, así que se saca las manos de la cabeza y levanta la cara.
El pequeño de los Kirkland se lleva las manos a la boca y se sonroja aún más al notar que les mira. Hasta se esconde un poco detrás de su hermano.
El sastre sonríe al verle porque la única conclusión posible a que estén ahí es que ha ido a verle. No nota siquiera que no viene solo.
Patrick mira al sastre con ojos entrecerrados, inclinando un poco la cabeza. La realidad es que parecía un dios griego. Perfecto y sonriente. Si hubiera tenido que hacer una obra de teatro lo querría de actor principal. No era raro que las mujeres se sintieran atraídas por él.
El ejemplo ideal de diabólica tentación... Es más, pensándolo un poco mejor seguro no había sido necesario llevar a su hermanito a un prostíbulo. Era el tipo de hombre que podía haberse llevado a casa a la mitad del bar con solo una sonrisa. Niega con la cabeza aun sin saber qué iba a decirle, optando mejor por ponerle la mano en la espalda a su hermano y empujarle hacia él.
Mientras el pequeño Arthur da una vuelta para seguir escondido tras él. Con este movimiento el francés se queda un poco descolocado notando al fin que el escritor viene con alguien más... Levanta las cejas al notar que es un hombre de la iglesia.
—Creo que podríamos volver en cualquier otro momento —susurra Arthur casi en suplica.
Pasan unos cuantos segundos en que el francés se siente suspendido en el aire, sin entender esto, mirando a Arthur y a... ¡Sí que le conocía! ¡Era su hermano! Vacila un poco antes de levantarse y acercarse a ellos.
—Diosmiodiosmiodiosmiodiosmio —Arthur da vueltas sobre sí mismo nerviosísimo sin saber dónde esconderse cuando nota que se acerca. El reverendo no entiende, en lo absoluto, que le pasa a su hermano. Le da cierta risa floja a pesar de todo. El pequeño se sonroja más al notar que se ríe, histérico porque se acerca.
—Monsieur Kirkland, Reverendo Kirkland —les saluda formalmente sin sonrojarse ni parecer culpable por nada, el muy cínico, aunque sí que está nervioso sin saber qué es todo esto.
Monsieur Kirkland suelta un gritito "Iiiih!" Dando un saltito, tapándose la cara con las manos, aunque ellas están sonrojadas también.
—Ah, joven... —saluda el reverendo mirándole de arriba a abajo—... Sastre.
El francés cambia el peso de pie sin tener idea de cómo reaccionar. Arthur trata de calmarse, pero recuerda el beso y los sueños y le cuesta mucho no salir corriendo a meterse a un armario.
—Ehm... ¿Qué les... Qué les trae por... Aquí? —balbucea un poco el sastre al ver la actitud de Arthur mirándole de reojo, a él primero, luego al reverendo.
—Usted. Hemos venido a buscarle —en serio no tengo IDEA de por qué Arthur le está confiando semejante tarea, de todos, a ESTE hermano.
—Espera, espera, Patrick —se quita las manos de la cara sin mirar a Francis.
—¿Qué? —pregunta este mirándole de reojo.
—Ha... Ha... —mira a Francis de reojo y se sonroja de nuevo, se le seca la garganta.
—¿Yo? ¿Qué? ¿Por mí? ¿Por qué? —balbucea el sastre a la vez de la confusión mirando al inglés cuando este habla—. ¿He que?
Arthur se sonroja más paralizándose cuando le mira.
—¿Arthur? —pregunta Patrick sin entender por dónde va. El nombrado da un saltito y se sonroja tres veces más girando la cara.
—E-Estoy esperando a que alguien me atienda —explica Francis.
—Q-Q-Quiero d-decir... yo... l-lo que digo es que... O sea... que si... es... yo... sí. Eso. Sí —balbucea sin haber dicho nada ni mirar a nadie—. ¿Qué le atienda quién?
—Me han mandado a todas las oficinas de este lugar, una a una. Nadie quiere atenderme —explica el sastre poniéndose nervioso porque Arthur está nervioso.
—¿Y qué ha conseguido? —pregunta el menor frunciendo el ceño con esa explicación.
—Absolutamente nada —confiesa el sastre derrotado.
—¿Estamos aquí para hablar de esto? —interviene el reverendo.
—No, pero... —Arthur mira a Patrick de reojo y luego a Francis de nuevo, se sonroja un poquito otra vez—. Deme los documentos que tiene, a ver qué puedo hacer.
El francés vacila mirando al reverendo de reojo, incomodo con que esté aquí.
—Es decir, ¿en serio me hiciste venir hasta aquí para revisar sus papeles? ¿Qué hay del...?
—No, pero es importante esto también —le interrumpe el pequeño que prefiere que Franci no oiga esa parte.
—Aquí están los papeles. Merci, monsieur —susurra el francés cohibido pero... Dándosela igual. Arthur le sonríe un poco aun sonrojadito, tomándolos. Francis le sonríe también, un poco coquetamente, humedeciéndose los labios—. ¿Voy con usted?
—Pues claro... ehm... —Arthur mira a Patrick que de repente le molesta aquí otra vez. Él les mira con curiosidad viendo algo raro pero sin saber qué.
—Cielos, crees acaso que no tengo algo mejor que hacer. Deberíamos irnos —protesta el pelirrojo.
—Patrick, tengo que arreglar esto... —se excusa el escritor.
—Irnos con él, es absolutamente absurdo venir aquí a esto. Pero vale, claro, el reverendo Kirkland puede quedarse aquí perdiendo el tiempo, al final no tiene nada que hacer —hace los ojos en blanco.
—Ehm... —vacila Arthur—. ¿Y-Y si le dices ahora... lo que...? ehm...
—Me siento aquí a leer, no te preocupes —cierto sarcasmo, aunque no le molesta del todo la idea de sentarse a leer. Levanta una ceja—. ¿Ahora? —¿En serio? ¿De verdad? ¿Ahora? ¿Aquí? ¿Con lo BESTIA que es?
—P-Pues... se queda contigo y se lo dices —de repente le da un poco de pánico quedarse solo con él. Patrick parpadea y Francis levanta una ceja
—¿Decirme qué, monsieur? —pregunta Francis sin saber de qué es que hablan.
—Algo que me dijo él sobre sus perversiones —explica Patrick señalando a Arthur.
—¡No vas a hablar de eso aquí! —chilla al notarlo, cambiando de idea porque además quiere hablar con el sastre primero.
—Mis... P-Per... —Francis se queda HELADO con eso, levanta las cejas al oír chillar al inglés.
—Aquí NO —riñe Arthur a Patrick tomando a Francis de la mano y tirando de él. Patrick refunfuña otra vez detestando a su hermano idiota y sentándose, sacando su libro.
—Ledijisteatuhermano —susurra Francis a su inglés dejándose tirar.
—¡NO! —chilla sonrojándose de golpe mientras pica a la puerta de un despacho cualquiera sin mirar ni de quién es.
—¡Lo sabe! ¡Lo sabe! —sigue exclamando con gritos susurrantes, terriblemente nervioso—. ¡Hablo de perversiones mías! —sigue hablando mientras gritan desde adentro que pasen.
—¡Pero no esas! —tira de él y le mete al despacho.
—¿Y cuáles entonces? —pregunta entrando mirando únicamente a Arthur.
—¡Otras que me he inventado! —responde él también ignorando todo el interior del despacho.
—¡¿Te inventaste unas perversiones?! ¡Arthur! —protesta apretando los ojos, sin poder creerlo.
—¡Pues algo tenía que decirle! —se defiende y alguien carraspea en la oficina.
—¡No! ¡Podías no decirle nada! —responde el francés sin enterarse, pero el inglés se gira a mirar la voz. Le aprieta la mano al sastre, que se la aprieta de vuelta, con fuerza.
—Que... Hola... —saluda el escritor, con una sonrisa nerviosa.
—¿Qué necesitan? —indica un hombre vestido de traje negro con corbata negra. Es canoso y tremendamente malencarado. Es Scrooge.
—Ah... ehm... yo... —vacila Arthur descolocadisimo. Francis traga y pega la espalda a la puerta, porque además le recuerda de cuando la muerte de su padre. Arthur se le pone delante tapándole un poco.
—¿Aja? —inclina la cabeza y frunce más el ceño—. ¡Kirkland!
—Ah, ehm... Hola, P-Profe... sor —vuelve a saludar, porque ya lo había reconocido, pero no esperaba que este lo hiciera de vuelta.
—¿Profesor? —susurra el francés mirándole de reojo sorprendido.
—Shhh —sonríe nervioso, es uno de los catedráticos de su college, el de derecho de sucesión.
—¿Qué haces aquí? ¿Has decidido al fin hacer algo de provecho? —pregunta sarcásticamente porque se llevaban bastante mal y siempre consideró a Arthur un estudiante poco interesado… porque lo era.
—S-Sí... estoy... con un cliente —responde vacilando un poco, bastante aterrorizado, sintiéndose un alumno de nuevo.
—Ah, ya era hora. ¿Qué es lo que quieren? —mira al sastre de arriba a abajo.
—Necesitamos consultar los archivos de su difunto padre —se acerca un poco, soltándole. El francés se acerca escondido detrás de él.
—¿Para qué quieren consultarlos? —pregunta el hombre secamente, frunciendo el ceño porque le parece recordar al sastre y a su caso con bastante claridad.
—Me ha pedido una revisión porque hay cosas que no cuadran —explica Arthur tragando un poco de saliva, nervioso.
—Yo he revisado todos los archivos, ¿insinúa que hay algo en lo que me he equivocado? —pregunta retóricamente el hombre frunciendo el ceño, de forma bastante imponente… el escritor vuelve a vacilar pero acaba por tomar aire y recordarse a sí mismo que sí, está con un cliente y esto es le gal y ya no hay ninguna asignatura que suspender.
—No digo que sea usted, digo que mi cliente quiere ejercer su derecho a revisión —contesta de forma diplomática y con voz suave pero firme.
—Mmm... —nada seguro, pero no le queda más que moverse un poco—. Apellido.
—B-Bonnefoy —responde Francis balbuceando un poco ya que sigue aterrado.
—Bonnefoy... —repite suavemente el antiguo profesor de Arthur—. Franceses rogando oportunidades.
—Solo son un conjunto de letras formando una palabra a vistas de lo legal —comenta Arthur que empieza a ver por dónde van los problemas.
—Ya, eso. En la vida real es diferente —el hombre arruga la nariz y mira al francés con desagrado. Anota algo en un papel—. Pase a la siguiente puerta.
—No, no, la referencia del archivo nos vale, no queremos molestar a todo el personal —intercede Arthur de nuevo que ya sabe perfecto como funciona ese asunto de ir de una puerta a otra
—En la siguiente puerta les darán... —asegura el hombre sin hacerle caso.
—... Llevo todo el día yendo a la siguiente puerta —susurra Francis.
—Vamos, de verdad no es necesario, profesor. Están todos los documentos ya comprobados por varias personas —insiste el escritor. El hombre mira a Arthur y luego otra vez al francés con desagrado.
—¿Solo quiere el número de registro entonces? —pregunta de nuevo como si pedir eso fuera casi algún tipo de perversión.
—Sí, sí, no molestamos más —responde Arthur ignorando el tono lo mejor que puede.
—¿Por qué representa a este hombre? —pregunta aun sin darles lo que piden y se revuelve un poco.
—Porque lo ha solicitado —contesta llanamente, aunque se sonroja un poco sin poder evitarlo. El hombre niega con la cabeza pero finalmente se levanta yendo a uno de los archivos de atrás de él.
—Creo que ama mi bello país... —susurra el francés para Arthur, que levanta las cejas porque si saca del archivo del despacho los documentos es que es un caso turbio o uno que no está cerrado todavía, ya que esos se archivan en el sótano con los demás y mira a Francis de reojo sonrojándose y fulminándole—. El... Tú claramente lo detestas —agrega y se ríe un poco.
—Ehm... No parecen estar los documentos que buscan —sentencia el hombre volviendo a su lugar.
—No amo nada que tenga que ver con usted —susurra dándole un codacito para que se calle—. Eh... ¿Qué?
—Que, ehm... No está —carraspeo—, tendrán que esperar a que se les busque.
—Estoy seguro de que podemos agilizar el proceso si nada más los busco yo mismo. En los propios documentos de Míster Bonnefoy debe estar el número de registro —empieza a hojearlos—. En administración nos dirán exactamente dónde es que está y será tan fácil como ir directamente —le explica al francés—. No hay ningún recurso legal que pueda impedir que usted los vea.
—Ehm... Solo he dicho que no están aquí. Seguramente están en el archivo. Si volvieran en unos cuantos días... —se defiende el hombre vacilando un poco por primera vez.
—Pues no parece tan simple... Más si ya los perdieron —replica Francis sin hacerle mucho caso.
—Tenemos un poco de prisa, hay que redactar algunas instancias antes de ciertos plazos para que sean efectivos, que de haber sabido antes no correrían tanta prisa. ¿Puede creerse que Míster Bonnefoy ni siquiera tiene copia del testamento? Es una locura —se ríe falsamente el escritor.
—Pues no sé qué decirle, Kirkland. Estas cosas pasan en ocasiones —responde el señor un poco nervioso.
—El pobre hombre, por lo visto le dijeron que como su padre era joven no redactó testamento... menos mal que sensatamente, después del golpe que supuso su muerte, cayó en la cuenta de que murió tras la agonía de una enfermedad, excusa perfectamente válida para redactar dicho documento a una edad temprana. Por eso ha solicitado mis servicios —sigue explicando con un falso aire de camaradería. El hombre mira al francés y luego mira a su ex estudiante con desagrado y... cierta preocupación.
—Ehm... Kirkland —murmura el profesor empezando a tomárselo más en serio de lo que se lo había tomado en principio—. Dennos un par de días.
—Pero... es imposible, señor. Verá, la pensión de viudedad de su madre... está muy por debajo de la correspondiente. De hecho, es nula. La pobre familia está intentando pedirla al gobierno francés, cosa que no tienen mucho sentido puesto que míster Bonnefoy cotizó en este país por los últimos quince años —sigue Arthur sin hacer caso, el equivalente al señor Scrooge se le queda viendo con boca un poco abierta—. Algún gestor debió informarles mal y ya sabe que si no se reclama antes de cierto plazo, podrían denegarsela de por vida... Y el plazo está a punto de expirar.
—La realidad es que los franceses deberían volverse a casa — El hombre le fulmina porque eso es justo lo que quiere
—La realidad es que el gobierno prefiere que Mister Bonnefoy hijo siga el legado de su padre pagando impuestos en el imperio británico —sonríe con cierto sarcasmo. Carraspeos.
—¿Por qué no esperan afuera? —pide de mala gana al final, rindiéndose.
—Bien, cinco minutos. Muchas gracias por su compresión y ayuda —asiente y hace un gesto al francés para que vaya con él
El francés sigue viéndoles con la boca abierta. El hombre se levanta y hace un gesto con la mano para que salgan de OBVIO mal humor. Así que lo hacen y Arthur respira una vez fuera, porque no las tenía todas consigo de presionar tanto. Francis da unos saltitos de alegría a su alrededor.
—Este caso... hay más de lo que se ve. En algún lado hay algún asunto encubierto —comenta Arthur pensando en voz alta y con el ceño fruncido, una vez fuera.
—¿Asunto encubierto de qué? —pregunta Francis un poco extrañado e inocentón para eso.
—No estoy seguro, pero ya verás cómo tengo razón —le mira y sonríe un poco porque va a ayudarle y no quiere que se asuste. Y se veía tan desamparado y perdido antes que... Francis se pasa las dos manos por el pelo, nervioso. Mira a Arthur fijamente.
—Gracias, de verdad —le sonríe un poco, sinceramente.
—Y eso de que esté en el despacho es muy raro, que no lo tengan en el archivo... algo están deliberando —sigue, sin hacer mucho caso del agradecimiento que lo hace sonrojar y poner un poco incómodo.
—Pero papá era un simple sastre... —sigue Francis pensando en ello también.
—Eso ya te lo diré cuando vea que sucede con esto —responde y sonríe un poco emocionado secretamente porque parece haber un misterio aquí y le emociona descubrirlo, con mucha curiosidad.
Francis le sonríe con sinceridad suspirando y habiendo olvidado la parte dramática de la noche anterior... Y la presencia hoy de un reverendo en compañía del escritor. Arthur sonríe y se sonroja un poco también, apartando la mirada.
El reverendo, que se ha sentado en una de las sillas de espera afuera del despacho al que se han metido, les mira a los dos no tan a lo lejos levantando una ceja al notar que el modo que ocupan para hablarse es excesivamente informal.
